Texto publicado por SUEÑOS;

Cuentos olvidados.

Cuento
pais arabia.
origen leyenda.
LAS ARGUCIAS FEMENINAS

Jean Muz

¿Acaso son más astutas las mujeres que los hombres?
Durante toda su adolescencia, Brahim oyó hablar de las argucias femeninas sin jamás haber sido víctima de una de ellas. A los veinte años, se empecinó en escribir un libro sobre el tema. Para ello, tenía que investigar y estudiar en una biblioteca. La de su ciudad era pequeña, pero aun así poseía varios millares de libros. El viejo bibliotecario se quedó pensando cuando Brahim le pidió lo que quería. Luego se dirigió hacia el depósito donde conservaba, bajo llave, los libros más valiosos de su biblioteca. Volvió con un polvoriento manuscrito del siglo XIV, El libro de las argucias, que trataba de la estrategia política de los árabes.
-No tengo ningún libro que hable realmente del tema que te interesa -dijo, disculpándose-. Pero, de todas formas, lee este manuscrito. Las argucias de los hombres se parecen a veces a las de las mujeres.
Brahim leyó atentamente el manuscrito y llenó varias hojas de notas. Decidió luego continuar sus investigaciones en otra parte. Una mañana, después de haberse despedido de sus padres y saludado a vecinos y amigos, se marchó a pie hacia el oeste, sin revelarle a nadie las verdaderas razones de su viaje.
-Sólo quiero caminar hasta el océano para descubrir el país -se limitó a decirles.
Bajo el albornoz* había ocultado una fuerte suma de dinero que su padre le había dado y llevaba una bolsa de cuero, que su madre había llenado de dátiles, almendras y pan.
Iba de ciudad en ciudad, preguntando a los hombres que encontraba por el camino o que conocía en las fondas. Se detenía en las bibliotecas y no se marchaba hasta haber leído todo lo concerniente a las argucias femeninas.
Por la noche, frecuentaba los bares donde escuchaba hablar a los hombres mientras saboreaba a sorbitos un té a la menta bien caliente. Por orgullo, ninguno de estos hombres reconocía haber sido víctima de las pillerías de una mujer. Si alguien hablaba de su experiencia personal, no era sino para explicar de qué manera había sabido desbaratar las argucias de su propia mujer.
Brahim no se perdía una palabra de todo lo que le contaban. Ya tarde por la noche, cuando al fin se encontraba solo, sacaba su pluma y sus cuadernos, y escribiendo con letra pequeña, liberaba su memoria.
Tras dos años de viajes, había reunido tanta información sobre las argucias femeninas que pudo por fin emprender el camino de regreso.
Llegó a una gran ciudad rodeada de altas murallas de color ocre. Las calles estaban animadas. Se fundió en la densa multitud y llegóal zoco,* donde comió antes de buscar una fonda.
Al girar por una calle, oyó que alguien lo llamaba. Alzó la cabeza y percibió a una muchacha asomada a una ventana.
-Tengo ropa vieja para vender -le dijo ella.
-No soy ropavejero -respondió Brahim.
-Perdona, creí que eras el que pasa cada mañana. Pero, entonces, ¿cuál es tu oficio?
-Ninguno por el momento. Hace dos años que estoy viajando para juntar información sobre las argucias femeninas.
-¿Y eso para qué?
-Pienso escribir un libro sobre el tema. Mi objetivo es aconsejar a los hombres que van a casarse.
-Así pues, ¿eres capaz de descubrir las argucias de cualquier mujer?
-¡Sí!
-¿Piensas casarte algún día?
-Apenas haya encontrado a una mujer que me guste.
-¿No querrías casarte conmigo? -dijo de repente la muchacha.
-Eres tan bonita que sería un estúpido si no aceptara. Pero ¿por qué no te has casado aún?
-Sencillamente porque mi padre espanta a todos mis pretendientes dando una imagen poco atractiva de mí. Figúrate que les hace creer que soy sordomuda.
-Pero si él no quiere que te cases, ¿cómo lograré convencerle?
-¡Pues es muy sencillo! Ve a verle a su joyería y pídele mi mano. Cuando te diga: «Mi hija es sorda», respóndele: «La quiero tal cual es».
Cuando te diga: «Es muda», respóndele: «La quiero de todas formas». Y, diga lo que diga, mantente firme. Y no te preocupes, has tenido la suerte de verme y sabes que no tengo ninguna enfermedad.
-¿Dónde se encuentra la joyería de tu padre?
-En la calle principal, cerca de Bab Jedid.*
Es la más grande, no puedes equivocarte.
Brahim salió para allá sin perder ni un minuto.
-As salam ou alikoum* -dijo, al entrar en la joyería.
-Alikoum salam* -respondió el joyero-.
¿En qué puedo servirle?
-Vengo a pedirle la mano de su hija…
-Antes que nada, debo decirle que mi hija es sorda -dijo tristemente el padre.
-La quiero tal cual es.
-También debe usted saber que es muda.
-La quiero de todas formas -dijo Brahim.
Los dos hombres se pusieron de acuerdo sobre la dote* y los otros términos del contrato. Unas semanas después, se celebró la boda.
La novia permaneció todo el día oculta bajo un enorme velo. No fue hasta la noche, después de la fiesta, cuando se encontró a solas con ella, que Brahim descubrió que su mujer era realmente sordomuda y que no se había casado con la muchacha que le había hablado desde la ventana. Profundamente disgustado, huyó y anduvo errando por la ciudad sin comer durante dos días y dos noches antes de recobrar un poco de ánimo para ir a pedir explicaciones a la que se había hecho pasar por la hija del joyero. La encontró asomada a la ventana, como la primera vez.
-Me hiciste creer que querías casarte conmigo sólo para burlarte de mí -le recriminó el muchacho-. ¿Por qué actúas así?
-Pretendías poder descubrir todas las argucias femeninas -le dijo sonriente-. Sólo quería demostrarte que estabas equivocado.
-Ayúdame a separarme de esa mujer sordomuda.
-Consigue un viejo tamboril y un burro famélico. Luego, obliga a tu mujer a ponerse unos harapos,1 haz que monte sobre el burro y paséala por la calle de la joyería de su padre, dándole fuerte al tamboril. Cuando alguien se cruce en vuestro camino, le pides limosna.
-Eso es imposible -respondió indignado Brahim.
-Sigue mis consejos si quieres librarte de verdad de tu mujer. Tu suegro reaccionará apenas se entere de que estás mendigando con tu mujer, y todo se arreglará.
Como Brahim no tenía elección, acabó por seguir los consejos de la muchacha. La reacción del suegro fue inmediata, ya que fue a ver a su yerno esa misma noche.
-Soy un comerciante conocido y respetado -le dijo, muy enfadado-. No soporto que deshonres a mi familia. Te ordeno que te divorcies ahora mismo.
Haciendo valer sus derechos, Brahim fingióno estar de acuerdo.
-¿Qué tiene de malo andar mendigando?
Ése es mi oficio.
-No me habías dicho que ibas a convertir a mi hija en una mendiga.
-Tendrías que haberlo comprendido tú solo. Aparte de mendigar, ¿en qué otra cosa puede ayudarme?
-¡Qué tonto he sido dándole mi hija a cualquiera! -se lamentó el padre.
-Ahora es mi mujer y hago lo que quiero con ella.
-Acepta pues el divorcio.
-He gastado todos mis ahorros en esta boda.
-Te devolveré tu dote y todo el resto.
-No es suficiente.
El joyero tuvo que agregar una fuerte suma de dinero para obtener lo que quería. El cadí pronunció el divorcio al día siguiente.
Brahim abandonó la ciudad sin despedirse de la bella muchacha, pues temía ser otra vez víctima de sus argucias.
Volvió a su ciudad natal sin problemas. Su familia y sus amigos se alegraron de volver a verlo sano y salvo tras una ausencia tan larga.
Hasta un año después no se enteraron de las verdaderas razones de su viaje. En el último capítulo de su libro contaba de qué manera se había casado con una mujer sordomuda y cómo se había divorciado, confirmando así que ningún hombre puede desbaratar las argucias femeninas.
1. Prenda de vestir vieja, rota o sucia.

Biblioteca del abuelo.