Texto publicado por SUEÑOS;

Cuentos olvidados.

Cuento
pais argentina.
origen relato.

RENDICIÓN DE CUENTAS

Marta Lynch

No te duermas; no me dejes.
Cada noche -y hace tantos años ya que no vale la pena ni contarlos- repetimos esta discreta ceremonia de entregarnos al sueño cuando el cuadro de la ventana toma un tono gris y yo, bien abiertos los ojos en la semioscuridad, acomodo las piezas de la vida de un día que partió. La vista alcanza un rincón tan familiar que aparece como grabado en el aire: veo el roble del jardín de al lado, al borde del cerco, una luz en una ventana lejanísima. Era la primera en conciliar el sueño, ¿te acordás? Fuerte, con exceso de vitalidad, solía decirte, riendo. Que no era mujer para la noche, te decía, y que el descanso me tornaba apasionadamente sorda a tus reclamos de atención, puesto el punto final a las horas que bullían como el fuego; rendida como una criatura que ha jugado en exceso, acurrucada en la felicidad espesa y sólida de la burbuja que habíamos construido para vivir en ella. Vos, yo, los chicos; y la burbuja se cerraba atenta a una azul luminosidad que envolvía hechos y acontecimientos, personas que entraban y salían según nuestra voluntad.
Todo pasó tan rápido que ya las navidades se suceden en la memoria atropellándose con la fiesta del cumpleaños o con las vicisitudes que fueron y pasaron, desde la luz sideral de los días de la infancia de nuestros hijos hasta la vivisección en la burbuja sobre la cual el mundo exterior introdujo unos dedos crueles y voraces.
Nos ha pasado la vida y nosotros continuamos amándonos como si tal cosa.
Se han sucedido épocas, modas, guerras, gobiernos, y vos y yo, todas las noches, acomodándonos el uno a la otra para que el descanso nos tomara por igual.
Esmerándome podría computar meses y calcular los días que llevamos juntos.
Pero el resultado no podría alterar la materia mágica y sagrada de entrar al mismo tiempo, casi, en el sueño y descansar. Contrario a otrora, vos te dormís primero. Casi estaría por decirte que debo esperar el ritmo y el ruido de tu respiración para aceptar mi propio sueño. Debo saberte al abrigo de pensamientos y de angustias, para dormir a mi vez. Entonces, durante un largo instante, saboreo la dulzura de estar a tu lado custodiándote, sin apremios ni rencor alguno. Te escucho dormir y una absoluta conformidad con la vida se apodera de esta mujer -que soy, que es la tuya- que goza de un paréntesis secreto en armonía consigo y con lo que la rodea. Ya lo ves; lo hemos obtenido.
Poca cosa si se lo refiere al fasto de los poderosos, cosa sencilla si la comparás a los logros de la gran inteligencia, resultado discretísimo de una casa con jardín, hijos que respiran por su lado, nuestro gran perro guardián y la oportunidad de las rosas. Eso sí. Siempre tuvimos nuestras rosas y, con las rosas, nuestra oportunidad. Crecían cuando éramos jóvenes y siguieron creciendo aun cuando no reparábamos en ellas. Crecieron en el tiempo cruel cuando otras sombras fueron un hombre, otra mujer o cuando la rutina comenzó a mellar este delicado mecanismo que ahora funciona a la perfección, con tu forma de respirar y con mi costumbre de mirar una noche en la que brilla la luna nueva que se hizo con agua. Todo funciona. Quienes nos ven pasar por la calle quizá ni lo sospechen. O quizá sí. Por algo el mozo del bar de siempre nos ofrece champagne a las siete de la tarde y puso “novios” junto a la tarjeta que advierte “reservado”. Linda parejita, nos ha gritado un camionero, y hay ciertas miradas, cierta forma de conducta para con nosotros que demuestra lo evidente de la armonía. Yo no la he proclamado nunca. Tampoco vos. Ruborizados a medias por la vigencia de un milagro secreto, más bien nos cuidamos de proclamar el largo amor en el que pocos creen. Cuesta creer una simplicidad como esta. Un hombre, una mujer, un espacio de vida y el empecinamiento de seguir amándose pese a las estaciones que se suceden como locas, pese al cansancio, la repetición, el insidioso motivo de la edad que para los demás está señalándonos, concluyéndonos. Quiero que adviertas cómo va transformándose el trato dispensado. Se nos dice señor, señora, de una manera protocolar y un poco compasiva; ayer no más nos sentaron a la mesa de los viejos. Pero también ahí estábamos, hombro con hombro, apuntalándonos en una equivocación que no advierte cuán jóvenes estamos. La burbuja se partió, los hijos se desparramaron pero nos quedó la azul luminosidad. Antes me dormía yo, ahora sos vos el que se duerme, pero nadie ha roto el equilibrio, no ha existido fuerza humana capaz de desatar lo que Dios unió. A nosotros nos cabe rescatar el sacramento, a nosotros nos pertenece la minúscula gloria de comprobar que una pareja se forma para siempre y que tiempos vendrán en que seremos colocados como ejemplares extinguidos, como aquella pareja de pájaros que juntaban sus cabezas con inequívoca vocación por la comunidad. Éramos nosotros jóvenes e inseparables y el tiempo respetó nuestra voluntad como ha respetado nuestra cara, nuestro cuerpo. Te veo viril, hermoso. Me ves -has dicho- como en la fotografía que en el fondo de tu billetera rescata una muchachita tersa y sin problemas.
No te duermas, no me dejes.
Todos los pensamientos de esta vida, hasta que la muerte nos separe, se me presentan mientras huye el sueño, y desde lejos, la ventana que miraba encendida hace poco rato se apaga. Necesito alargar un poco más este largo domingo en que practicamos un rito saludable; acompañarnos. Hemos tomado el sol. Hemos caminado hasta el río. Hemos conversado con el menor de nuestros hijos. Fuimos a buscar a un amigo. Y ahora con la medianoche llega el instante del sueño y el sueño es la única división que admitimos. Aunque nuestros cuerpos se acomoden y se correspondan por la piel, la temperatura, la respiración, cierto es que dormir significa separarse: dormir es recuperar la individualidad a la que gustosamente renunciamos el día lejano en que firmamos el pacto que nos convirtió en matrimonio. No ha habido penas suficientes. Alegrías cuyas estridencias pudieran con nosotros. Permanecemos iguales y distintos a nosotros mismos, pareja desde el fondo de un tiempo que se nos dispensó y que se vuelve escuálido pero no equivocado.
Quiero continuar esta vigilia. Quiero seguir teniéndote a mi lado y estirar la amorosa conversación que es como una estola de leyenda, tejiendo y destejiéndose. Me lo habías prometido; el mundo a los pies de nuestra cama aunque ahora ocurre que el mundo se desquicia, algo lejos de nosotros, mientras nosotros nos dormimos.
No quiero, pues, esta noche al menos, la división del sueño, la recuperada individualidad en la que somos vos y yo en medio de una libertad que no queremos.
No te duermas, no me dejes.
Que la pequeña muerte no venga a sobornarnos. Que no quede pendiente de mi angustiosa desazón, sola, frente al oscuro roble y a los hilos telefónicos que se mueven bajo el impulso del viento de un verano. Este es un verano más. No me des la oportunidad de pensar que será el último. Ha sido hermoso vivir la vida juntos y me desgarro pensando en que llegará un tiempo en el que alguno de los dos se irá. La vida debería durar trescientos años, y aun así, pasados los trescientos, te estaría reclamando por una eternidad en la que vos y yo fuéramos los mismos. Llamalo amor. Llamémosle matrimonio. Llamemos en auxilio de ambos esa fortaleza mental que libra de la nostalgia y de la melancolía. Quererse de esta manera es un hecho antinatural. Es contra natura oponer lo persistente, lo que dura, lo que permanece, a la fatal finitud. Uno de los dos o los dos estamos errados, amor mío. Uno de los dos debe desprender sus dedos de los dedos del otro. Pero no hoy. Todavía no. Demos otra vuelta de tuerca a la historia que nos ocupó la vida. No me dejes caer de esta mutua compañía que nos hace bien y nos gratifica. Ahuyentá el sueño que viene hacia vos como un viento bendito.
No te duermas, no me dejes.
Recuperemos la luminosidad celeste, ahora que algunos creen vernos viejos y que estamos tan jóvenes como para continuar con la aventura de modo que hasta el sueño en que caemos juntos nos reúna. Espero -oíme- que de este modo amable nos sorprenda el otro largo sueño.

FIN

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Biblioteca del abuelo.