Texto publicado por SUEÑOS;

Cuentos. olvidados.

Cuento.
pais mejico.
origen relato.

EL ATAQUE SILENCIOSO

Ricardo Guzmán Wolffer

Si alguien me lo hubiera dicho antes, jefe, yo también habría dicho que ese güey estaba loco. Pero a mí no me haga caso, ahí están las evidencias. Mírele las nalgas al muerto, no mienten.
-Pinche Sepu, estás muy cabrón. Primero me convences de que venga a esta delegación culera, prometiéndome que tienes aquí unas viejotas como las del otro día; llego y pura riata. Luego resulta que ibas caminando con la fusca y la charola de fuera, y que a pesar de la cara de cabrón que tienes, un pinche loco se te avienta para matarte con un envase de Frutsi.
-Con un envase de Pascual, de los tetrapak, jefe. -¡Con lo que sea, cabrón! Y entonces tú le metes un plomazo entre las cejas, dizque porque es un enviado de los extraterrestres para partirte la madre porque andas siguiendo a los pinches marcianos.
-Venusinos, jefe, venusinos.
-¡No interrumpas, cabrón! Total que te lo chingas y mandas llamar a los de traslados fúnebres. Llegan los güeyes esos y ¡mocos!, también te los chingas porque éstos sí son venusinos. Que los reconociste por los ojos sumidos y la falta de cejas. Pero resulta que por lo mismo, desaparecen, se desvanecen como pedo en el aire, y te dejan con una ambulancia que ahora me vengo a enterar está reportada como robada desde dos días antes, exactamente el tiempo que llevas sin presentarte a chambear en el grupo.
-Es que andaba sobre los venusinos, jefe.
-Otra interrupción y te voy a madrear yo mismo, cabrón. La cosa es que de inmediato se arma el desmadre porque al revisar el cadáver los doctores de esta pinche delegación se dan cuenta de que el güey ese al que te ponchaste trae credenciales diplomáticas de quién sabe qué lugar. Y claro, como tú ya sabes del desmadrito en que te estás metiendo, me hablas antes de que lleguen los de Relaciones Exteriores.
No, me cai que sí estás muy cabrón, pinche Sepu. Y ya le vi las nalgas al muerto y no les veo nada de raro, como no sea que te lo hayas ponchado.
-Nomás déme cinco minutos, jefe. Para que le pueda explicar.
-No me alburees porque te madreo, cabrón. Apúrate, que aquí huele gacho y no quiero estar cuando lleguen los estirados de Relaciones Exteriores.
-Fíjese bien y verá que los huesos del cóccix están separados, como si los hubieran fragmentado voluntariamente. Así están todos los esclavos terrestres. Es que los pinches venusinos están traumados con el rezago evolutivo de los hombres, dicen que les da asco. En fin. El chiste es que los venusinos quieren acabar con el mundo entero.
-¿Pero cómo chingaos fuiste a enterarte de tantas pendejadas? Yo creí que ya habías dejado la mota y el chupe, pinche Sepu.
-Ahorita le digo, pero no me niegue que el muerto tiene las vértebras fracturadas.
-Pues sí, pero así dejas a todos los cabrones que detienes, y hasta peor si se te ponen al brinco.
-Bueno, algo tiene de razón, pero a éste ni lo toqué. Nomás reconocerlo le di el plomazo, limpiecito. En fin. La cosa fue que estaba en el caso aquel de los asesinatos por atropellamiento. ¿Se acuerda? Si usted mismo me asignó el asuntito aquél, «donde no lo resuelvas te mando de pinche patrullero». Ahí está, ya se acordó.
Bien, vamos bien. Pues fue cosa de minutos para dar con los microbuseros asesinos. Como eran de la misma ruta, con dos llamadas me enteré del cuento. Resulta que hay un tipo que tiene dos unidades de transporte, ya ve los eufemismos mamones que se inventan esos güeyes, y que los pinches micros siempre amanecían con manchas rojas en las defensas. Eso me lo contó el encargado del estacionamiento donde los dejan. El tipo ese es de fiar, es un güey con más ingresos a prisión que usted y yo juntos.
-Cofm, cofm. Abrevia, abrevia.
-Pues nada, fui por esos dos monos, porque eran dos los culpables, y los transporté a mi casa de campo, la que tengo en Tláhuac. Con unos tehuacanazos aflojaron hasta las tripas. Me contaron una historia de pocamadre, que dizque de noche los visitaba una vieja ultra buenota y que les daba órdenes precisas. Si hasta se aventaron la puntada de decir que otro chofer, el Chino, se había sublevado, que dizque porque no creía en extraterrestres ni nada de eso. Y que supuestamente la mamazota en cuestión lo enfrió con un rayo morado que dejó loco al tal Chino, dicen.
-Oite nomás, puras santas pendejadas. Esos son güeyes que les hace falta coger y que ya se la jalaron demasiado. ¿Y luego?
-Pues como no les creía ni madres y como no tenía ninguna prueba más que su dizque confesión, pues que los dejo ir. Pérese, pérese, no se enoje, jefe. Los solté, pero los seguí. Y ¿qué cree?, que los puñales esos vivían juntos en un cuartucho perdido en la nada, allá por los tiraderos de oriente. Me quedé vigilándolos desde el basurero de enfrente. Y ¡chale!, que va siendo cierto. A la media noche llegó un pinche carrazo de los importados. De por sí que el lugar era culero, culero, pero se me hizo más raro todavía porque no sólo no traía placas ni la marca, sino que parecía volar el desgraciado coche, ni huellas dejó en el lodazal aquél. Y mire que con la luna llena se veía todo súper claro.
-¿A poco nunca habías visto un coche europeo? No chingues, pinche Sepu.
-Jefe, me cai que ese auto no lo había visto nunca. Y a usted le consta que yo era perito en tránsito y así desvalijé un chinguero de coches, pero como ese ninguno.
-Cómo la haces de jamón, me cai. Síguele, que este pinche cuarto sin ventanas ni ventilación parece sauna.
-Pues que se baja una super viejota del coche. Buenísima, jefe. Ni las del Bombay están así de buenas. En cuanto la nalgota entró al cuartucho, con un vestido embarrado y sus taconazos, me acerqué al auto. Adentro había un chofer que lueguito se dio cuenta que le estaba apuntando con la fusca con silenciador. Que me brinca el hijo de la chingada y que lo mando a la ídem de un plomazo en la choya. Y ¡puflfff!, desapareció el cabrón, así como lo oye. Mejor, dije, así no habrá cuerpo del delito. Pues ya entrado en gastos, que me meto a lo perro al cuartucho putil. Ya sabe, pateando la puerta y todo. Pero en esos instantes que me tardé en entrar, la viejota ya se había despachado a los otros dos porque estaban tirados, con los ojos en blanco.
-¿No se los habría cogido?
-Oh, esto es serio, jefe. «Así que tú fuiste quien los descubrió, ahora veremos», me dijo. Nel, pensé, ésta sí me chinga. Y que le disparo a las piernas. Pues cayó como res y en lugar de sangre le salía como mostaza. Lueguito entendí que me la podía madrear, con tal de que no la matara. Pues con otros plomazos la dejé sin brazos. Y me cai que hacía unas caras como si de veras le estuviera doliendo la chinga. Así que soltó toda la sopa. Resulta que los venusinos quieren invadir la tierra, pero han intentado todo en el DeFe y nomás no acaban con los chilangos. Estos cuates creen que si someten a los chilanguitos ya podrán chingarse a cualquier terrícola, que dizque porque aquí las condiciones son las más cabronas del planeta, por la contaminación y no sé qué más.
-Me estás aburriendo, ¿cuál es el plan?
-Muy sencillo. Con los choferes de micros, taxis y camiones, pretenden matar a la gente en las calles. Y luego, cuando funcione esa primera etapa, ya tienen grupos de niñas ¡peinadas con tubos! que llegarán a las casas a vender galletas y otras cochinadas, y entonces ¡mocos!, a matar gente. Dicen que los tubos son receptores y que como las niñas que salen a la calle con tubos están locas o son pendejas, es fácil hacerlas sus esclavas.
-Pinche Sepu, estás bien paranoico. Con esa historia nadie te va a creer, yo menos. Si resulta que al matar a los venusinos desaparecen, no tendremos jamás ni una prueba. Y el hecho de que las víctimas tengan el cóccix roto tampoco sirve porque cualquier pasajero de microbús tiene jodida la espalda. En cuanto a las niñas con tubos, todavía no se ha reportado ningún ataque de esos. Y peor, hasta la fecha, ser pendejo no es delito per se.
-No crea que no lo pensé, jefe. Antes de matar a la vieja la obligué a que me dijera cómo acabar con los venusinos. Ya sabe que soy fino para sacarles la sopa a los detenidos. Resulta que odian la trova cubana. Y me cai que sí. Nomás le puse unas canciones de Silvio Rodríguez, ya ve que siempre cargo mi Ipod, y la viejota se murió por estallamiento de choya. Y que desaparece, igual que el coche.
-No, pues ya te cargó la chingada. Nadie te va a creer eso. No tienes ni una pinche prueba.
-Me la estoy rifando, jefe, estoy seguro que van a venir los meros venusinos. Mi teoría es que los funcionarios que tengan menos de un mes en la chamba, tienen que ver con este desmadre. Porque según la muerta fue cuando llegaron a la tierra. Los pinches venusinos se están infiltrando en la corporación y en todo el gobierno, me cai. ¿Pos cómo explica las pendejadas que hacen en materia económica y social?
-Ora hasta analista político me saliste. Estás cabrón. Espérate, déjame preguntar quién viene para acá. Espérate. Ya tengo la señal. Tú no hables. «Tauro-3. Tauro-3. Se ha reportado un R-44 en la demarcación Q. Informe quién va a levantar el acta. En 4, cambio». Ya estuvo. Pues quién lo fuera a pensar: resulta que efectivamente vienen los de Relaciones Exteriores y que mandaron a dos agentes nuevos.
-Se lo dije, jefe. No le hace, en cuanto entren prendo mi toca-toca y una de dos, o desaparecen o me carga la chingada.
-Más te vale que sea la primera, si no yo me encargo de que suceda lo segundo. En fin, ¿y la ambulancia?
-No sé cómo estuvo, pero la cosa fue que la vieja logró radiarme con todos sus cuates. Ese día, luego de comer unos tacos mañaneros en el Estoque de Oro. fui a mi casa. Antes de llegar decidí rodear la calle. Pos ahí estaba la ambulancia. Me están venadeando, pensé. Y me fugué, pa’ pronto. Por eso no llamé al grupo, jefe. No quería arriesgarme a que ya hubieran metido algún espía, con eso de que ni saludo a las secres para hacerme el misterioso, pues no sé si hay gente nueva. Si ahora le hablé a usted es porque le tengo más confianza que a mi jefecita.
-O sea que esos pinches venusinos nomás se mueren de un balazo en la cabeza o escuchando trova cubana.
-Así mérito, jefe, así mérito.
-¿Y cuántos son?
-Según la vieja, pocos. Si no mintió, no habrá más de cien de esos güeyes regados en el De Efe.
-No, pues va a estar fácil encontrarlos.
-Si los fuéramos a balear, sí, pero con la música esa me cai que sí los pepenamos. Si logramos que durante un día entero sólo toquen trova en la radio y televisión, a güevo que se mueren. No hay lugar donde no se escuche uno de esos dos.
-No, pues suena fácil, muy fácil. Pero… Espérate, creo que alguien llegó.
-Buenas tardes, venimos de la Secretaría de Relaciones…
«Iba matando canallas, con su cañón de futuro… Qué cosa fuera, la masa sin cantera…».
-¡¡Pinche Sepu, no mames, tenías razón!!
-Le dije. Jefe, le dije que iban a desaparecer. Si nomás porque sí suena muy descabellado todo, pero le dije que así iba a pasar.
-No mames, nunca había visto algo así. Ora sí me convenciste. Chale, ver para creer. En tres segundos arreglo la onda esa de la trova, que a mí tampoco me hace muy feliz. Déjame le hablo a mi compadre que está en «Radio y televisión». Pásame el celular.
«Compadrito, cómo estás. Bien, bien, aquí en la chinga. Necesito que me hagas un favor, es para resolver el caso ese de los choferes asesinos. Sí, ese mero. Mira, la onda es que hay que poner a Pablo Milanés y a Silvio Rodríguez durante veinticuatro horas seguidas en todas las emisoras y canales de televisión. No, no me las estoy tronando, no seas pendejo. Es un patrón conductual de las víctimas.
Sí, es en serio. Es más, te echo la apuesta, si pones la música, te aseguro que en un día se acaban los pinches atropellados. Bueno, toman su nivel normal, tampoco pidas milagros. Apostamos lo de siempre, una peda completa en el Bombay. Nos llevamos al Sepu de testigo, para que él vea quién paga. Con eso de que luego se te olvidan las cosas.
Órales. Ya quedamos. Sale, te hablo pasado mañana.
Ya estuvo, pinche Sepu. Ya estuvo. Vámonos que no tardan en llegar otros venusinos. Ahorita le digo al M.P. pa» que levante el acta de que el muerto te atacó con un objeto contundente y que actuaste en legítima defensa. Ya se la pelaron esos pinches venusinos.
-Gracias, jefe, yo sabía que usted sí era ley.
-Y la próxima vez que vengan venusinos me avisas. cabrón. Si hasta me hubiera lucido con el procurador. Ni modo. Vámonos por unos taquitos, estar viendo nalgas frías ya me dio hambre.
-Buenos los takechis, patrón. ¿Ya vio las noticias en la telera? Parece que todos los diputados desaparecieron de un madrazo.
-Una de dos, o se dieron a la fuga al saberse descubiertos. o ya se hicieron humo con la trova mamona. Tenías razón, los ojetes que manejan este país son de otro mundo.

FIN

Ricardo Guzmán Wolffer: México, 1966. Con publicaciones en Revista de revistas de Excélsior; Los universitarios de la Universidad Nacional Autónoma de México; Hojas de utopía; Origina; Generación; Biombo Negro (revista ganadora de la beca otorgada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) a las revistas independientes en 1994 y de la que forma parte del Consejo Editorial); Asimov (revista ganadora de la beca otorgada por el INBA a las revistas independientes en 1997 y de la que forma parte del Consejo Editorial); en los diarios Nacional, Excélsior, Jornada, Imparcial, Noticias y Hora, los tres últimos de la ciudad de Oaxaca; y en el boletín literario gratuito La bellota, órgano del Taller de Lectura, Escritura e Imaginación El mundo no cabe en una palabra, del que es alumno fundador, distribuida en el norte de Sonora, México, y el sur de Arizona, Estados Unidos de América (publicación que obtuvo la beca del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) en el 2000, en la rama de publicaciones independientes). Así como en la revista Renacimiento de Sevilla, España.

biblioteca del abuelo.