Texto publicado por SUEÑOS;

Cuentos. olvidados.

Cuento.
pais USA.
origen ficcion.
Conocimiento Es Poder

H. B. Fyfe

I
La estrella amarilla que calentaba la superficie de Vunor no había trepado aún por encima de las bajas colinas de las afueras de la ciudad cuando Myru e Chib salió de su choza de cañas y barro. Tembló bajo su andrajosa túnica gris y trató de cogerse los cuatro brazos alrededor de su cuerpo; dado que dos de ellos terminaban en muñones, la cosa resultaba difícil.
-¡Buenos días, Loyu e Huj Keviu! -murmuró con voz zumbona-. ¡Que no te pase nada malo en el día de hoy!
Contempló con aire sombrío el tejado de troncos del palacio del gobernante, bañado por la grisácea luz del amanecer y sobresaliendo de los edificios de un solo piso que lo rodeaban, en el centro de Fyogil. Luego inclinó la mirada hacia el par de manos de ocho dedos que le quedaban. Echó a andar a lo largo de la polvorienta calle hacia el puesto de guardia situado en las afueras de la ciudad.
A fin de cuentas, necesitaba mendigar su comida para el día si quería cruzar la llanura, más tarde… hasta la nave espacial terrestre.
Myru trotó a lo largo de la calle sin pavimentar sobre dos recias piernas que eran menos flexibles que sus brazos, debido a que las articulaciones entre las porciones de cuatro pulgadas estaban adaptadas para soportar un peso considerable. Aunque la estatura del vunoriano era inferior en una cuarta parte a la de los exploradores terrestres, que habían aterrizado recientemente procedentes de las estrellas, su tronco y su cuello eran mucho más recios, comparativamente. El colorido de sus escamas era el habitual entre los machos de su especie: azul oscuro en las extremidades, la espalda y la cabeza, y blanco grisáceo en la parte delantera de su cuerpo.
Su cabeza era ancha, con un prominente hueso frontal encima de los cuatro ojos; respiraba a través de unos agujeros situados a cada lado de las comisuras de la ancha hendidura que era la boca. Unas cortas antenas que sobresalían de las fosas respiratorias portaban sus nervios auditivos.
Mientras avanzaba a lo largo de la calle, movía ligeramente la cabeza de un lado a otro, para facilitar su visión lateral a fin de compensar la falta de los dos ojos que normalmente debían estar situados a ambos lados de la cabeza, pero que en el caso de Myru le habían sido arrancados: un par de cicatrices cauterizadas daban fe de ello.
Cuando estuvo cerca del puesto de guardia, Myru aminoró prudentemente el paso.
No sea que me confundan con un ladrón vagabundo, pensó irónicamente, aunque es bien sabido que nunca he sido cogido con ningún objeto robado.
Ante los barracones de arcilla y madera había un solo centinela apoyado indolentemente sobre sus dos lanzas. Myru contempló con envidia la túnica y la capa del soldado; eran de color rojizo y parecían de mucho abrigo.
Al ver a Myru, el centinela se volvió deliberadamente y se alejó unos cuantos pasos, como si mirara a través de la llanura hacia las colinas donde había aterrizado la nave espacial terrestre. Myru se deslizó con rapidez hacia la entrada posterior del barracón.
Cinco de los soldados de Keviu gruñían sobre sus cuencos de comida en una larga mesa. Uno de ellos, el jefe de escuadra, Rawn e Deej, guiñó el ojo del lado izquierdo de su cabeza señalando una habitación contigua.
Myru entró en ella y encontró aceite y trapos en un pequeño armario. Empezó su trabajo frotando con un trapo las largas lanzas, y lo terminó limpiando las sandalias de suela de madera y tirillas de tela. Mientras trabajaba, oyó que los soldados abandonaban la mesa. Pero no pasó a la otra habitación hasta convencerse de que Rawn había enviado a los soldados a sus puestos.
-Hay un poco de sopa en la olla -dijo Rawn, mientras Myru empezaba a limpiar la mesa-. Y dudo que nadie quiera esos trozos de pan.
Myru vertió la sopa en un cuenco, pero metió los trozos de pan en una bolsa que llevaba colgada de la cuerda que le servía de cinturón. Tendría que limpiar las ollas; pero con aquel pan en la bolsa para la comida de la noche, podría quedarse todo el tiempo que quisiera cerca de la nave. Ojalá que la limpieza de las armas pudiera servirle de excusa para detenerse en el puesto de guardia con más frecuencia.
Rawn e Deej permaneció sentado, en silencio, mientras Myru sorbía su sopa. Ninguno de ellos aludió al hecho de que eran primos, aunque Myru sabía que de no ser así no le hubieran permitido estar allí; y si Loyu se enteraba, Rawn sería expulsado del ejército, desde luego. Tampoco mencionaron el hecho de que Myru había sido jefe de su primo antes de que protestara con demasiada violencia la decisión de Keviu de apoderarse de su compañera, Komyll.
-¿Vas a volver a la nave terrestre? -preguntó Rawn.
-Sí. Me están enseñando su idioma.
-¿De veras? -Rawn emitió un sonido sibilante a través de sus fosas respiratorias-. ¿Qué clase de seres son? Yo no iba en el cortejo cuando Loyu fue a verlos.
-Dicen que sólo han venido a explorar Vunor, del mismo modo que estudian otros mundos entre las estrellas. Son altos, robustos, sin escamas, y su aspecto es muy raro; sólo tienen dos brazos. Pero permíteme decirte que tienen algunas máquinas maravillosas en aquella nave.
-¿Te han dejado entrar en ella? -preguntó Rawn-. ¡Creí que le habían dicho a Keviu que su aire era nocivo para nosotros!
Myru dirigió una recelosa mirada a su alrededor. Sabía que podía confiar en Rawn, pero su confianza no se extendía a los otros soldados. Y otra sesión con los verdugos de Loyu resultaría fatal.
-No creo que a ellos les guste que se sepa -murmuró-, pero su aire es casi igual que el nuestro, excepto que no es tan fresco; según dicen, su mundo es muy parecido a Vunor, aunque mucho mayor.
-¿De veras? -inquirió Rawn, sorprendido-. Me alegro de que nuestros marinos hayan demostrado finalmente que Vunor es una esfera. Al menos, no apareceremos tan ignorantes ante los seres estelares.
-¡Jo! -exclamó Myru-. ¡Yo no estoy tan seguro de eso! Si creyeran que somos tan sabios, podrían preguntarnos acerca de la tierra y de sus animales; pero, en vez de ello, se dedican a estudiar las plantas y las rocas, y me envían a recoger animalitos para cortarlos a trozos.
-¿Eso hacen? -preguntó Rawn, sorprendido-. ¿Por qué?
-Como ya te he dicho, valoran la búsqueda de conocimientos. Lo cual me recuerda…, quizá pueda vender algunas cosas que me regalaron a cambio de los animalitos que capturé para ellos. No me parece prudente presentarme en la plaza del mercado con unos cuchillos tan buenos, o la pequeña aguja que según ellos es mejor que nuestros compases, o con las joyas.
-¿Te han regalado joyas?
-¡Jo! -dijo Myru-. Son de cristal, como las que nuestros marineros cogen en las islas salvajes, pero de excelente calidad: bastante buenas incluso para el harén de Keviu…
Se interrumpió ante el recuerdo, y en sus ojos brilló una expresión de odio.
-Algunas -se obligó a sí mismo a continuar, en tanto que Rawn inclinaba comprensivamente sus cuatro ojos- son de un metal tan fino como la plata.
-Bueno, tráeme algo y lo intentaré -dijo Rawn-. Recuerdo que hace algún tiempo fui a detener a un prestamista, por comprar objetos robados. Me debe el favor de decir que los objetos los llevaba el ladrón encima.
Se dio cuenta de la expresión de Myru, y levantó los ocho dedos de una mano en señal de protesta.
-Les había cogido a los dos, y con uno que pagara era suficiente. ¿Acaso debía desaprovechar la oportunidad de comprar un poco de comida decente para nosotros? ¡Aquel monstruo del palacio sólo afloja la bolsa para lo que le conviene!
Se interrumpió repentinamente y miró a su alrededor con aire suspicaz. Myru empezó a recoger los cuencos y las ollas para lavarlos, como si no hubiese oído nada. Rawn suspiró y salió de la habitación.
Cuando se hubo ganado su comida, Myru se deslizó al exterior por la puerta de atrás y echó a andar a través de los campos en dirección a las colinas.
Vigiló el camino durante un buen rato, hasta convencerse que no circulaba por él ninguna litera de la corte. La nave terrestre llevaba once días en las afueras de Fyogil, y empezaba a dejar de ser una novedad. Myru emprendió un monótono y bamboleante trote.
Cuando el follaje verde oscuro de los árboles de la colina se irguió delante de él, giró a la derecha y tomó un sendero recién abierto por numerosas pisadas a través de los rastrojos parduscos de un antiguo sembrado. La nave terrestre se alzaba, esbelta y reluciente, sobre un círculo chamuscado.
Richter y Kean estaban hablando junto a la escalerilla que daba acceso a la portezuela de entrada. Para Myru, sus voces tenían un raro sonsonete, haciéndose estridentes como las de las hembras al formular una pregunta, y profundas y guturales otras veces. Esperó respetuosamente que se dieran cuenta de su presencia.
-¡Mira quién está ahí! -dijo súbitamente Kean-. ¡Es nuestro amigo Bla-Bla!
-Soy Myru e Chib -dijo el vunoriano, siguiendo la broma, por si en realidad no le habían reconocido.
Se recordó a sí mismo lo difícil que le resultaba distinguirles al uno del otro, excepto a dos o tres de ellos. Richter, que trataba con substancias, tenía unos pelos amarillos encima de la cabeza; uno de los cinco que conducían la nave lo tenía rojizo. Lombardi, que trataba con plantas y era el más gordo de los terrestres, no tenía pelo. Para identificar a los otros, excepción hecha de Kean, Myru tenía que mirarlos dos veces.
-¿Dispuesto para encontrar algo nuevo para nosotros? -preguntó Kean.
-Sí -respondió Myru.
Kean era el que le había dicho que se alegraba de que en Vunor no hubiera formas de vida -aparte de unos cuantos peces enormes- de mayor tamaño que la raza que dominaba el planeta.
-Vamos -dijo, volviéndose hacia la escalerilla-, y te enseñaré lo que quiero.
Myru trepó torpemente. Le habían dicho que procedían de un mundo donde todas las cosas eran ligeramente más pesadas; pero el vunoriano estaba convencido de que habría trepado con más rapidez que el terrestre… de no haberle faltado las dos manos que Loyu ordenó que le cortaran.
Hace tres años, pensó, mientras seguía a Kean por los peldaños metálicos. ¡Algún día me las pagará! ¡Ojalá no sufra ninguna desgracia hasta aquel día!
Recordó a Komyll, y el maravilloso matiz púrpura de sus escamas, y los gritos que había proferido cuando los soldados de Loyu la habían arrastrado hasta el palacio del tirano. Pero también recordó haberla visto cabalgar a través de las calles al lado de Loyu; ella había visto a Myru acechando furtivamente detrás de la multitud, y se había vuelto hacia el tirano con un divertido «¡Jo!»
¿Le había olvidado?, se preguntó a sí mismo. No, lo que hacía era fingir, para evitar que el tirano dejara caer sobre él el peso de su venganza.
Kean entró en la nave, y Myru puso toda su atención en recordar lo poco del idioma terrestre que le habían enseñado. Se alegraba de haberse encontrado en las afueras de la ciudad cuando la nave aterrizó. Disponiendo de poco tiempo libre para distraerlo de sus investigaciones, los visitantes se habían tomado la molestia de enseñar su idioma únicamente a Myru, hasta el momento, y Myru pensaba aprovecharse de ello, si podía.
-Ven, te enseñaré un grupo de los roedores que trajiste -dijo Kean, mientras subía otra escalerilla, interior-. Me gustaría tener unos cuantos más, si puedes traerlos. Y también algunos peces de río, para compararlos con los de mar que compraste a aquellos pescadores.
¡Si supiera cómo los «compré»! pensó Myru.

II
Kean abrió una puerta y entró en su laboratorio, acompañado de Myru. El venuriano contempló los restos de tres de los pequeños animales que había capturado para los terrestres. El pon, que era tan alto como la pantorrilla de Kean, había sido unido de nuevo…, aunque sus órganos internos podían verse sobre un estante, flotando en frascos de líquido. Myru pensó que tal vez lo habían disecado. Los otros ejemplares estaban aún descuartizados.
-Son ésos -dijo Kean-. ¿Puedes traer más?
-Creo que sí -dijo Myru.
-Al parecer, pertenecen a la misma familia. En realidad, y no te ofendas por mis palabras, su estructura es semejante a la vuestra; lo mismo ocurre con los peces, aunque es evidente que se encuentran en una fase menos avanzada de evolución.
-Tus palabras son muy interesantes -dijo Myru-. Pero, ¿por qué quieres saber todo eso?
Kean expresó su regocijo con lo que los terrestres llamaban risa.
-¿Qué otra cosa vale la pena poseer, sino conocimiento?
-Poder -respondió rápidamente Myru, pensando en Loyu e Huj.
-El conocimiento es poder -arguyó Kean-. ¿Pueden todos vuestros obreros o soldados hacer una nave como ésta? Tienen fuerza, sí; pero nosotros la hemos construido, porque poseemos el conocimiento.
-¿Con vuestras propias manos?
-No, desde luego que no. Al decir nosotros, me refiero a nuestra civilización. Lo que esta expedición aprenda acerca de Vunor será únicamente una pequeña parte de la información reunida por otros en nuestra cultura. Sin embargo, pasará mucho tiempo antes de que otra expedición llegue aquí para informar si el planeta puede ser utilizado como colonia, como puesto de reparaciones o como abastecedor de minerales.
-Como tú digas -convino Myru.
-Pero nunca se sabe las dificultades que pueden evitarse teniendo los hechos a mano. Créeme, lo mejor que puede hacerse es observar todo lo que se pueda y rendir conocimientos. Si eso no es exactamente poder, al menos crea poder.
Myru hizo un gesto de asentimiento y contempló pensativamente los ejemplares descuartizados.
-¿Qué me dices de los pájaros? -preguntó Kean-. Hemos visto algunos volando por encima de las colinas.
-Están más allá de mis posibilidades -dijo Myru en tono desolado-. Quizá pueda encontrar a un compañero más ágil que yo para cazarlos.
-No importa -dijo Kean-. Puedes acompañarme a las colinas, y yo mismo cazaré algunos con una escopeta.
-¿Escopeta?
-Una de nuestras armas pequeñas… parecida a un rifle. Las llevamos para cazar, del mismo modo que llevamos granadas, bombas y torpedos cohete por si se presentan dificultades más serias. ¿Qué te parece si nos llegamos ahora a las colinas?
Myru vaciló.
-¿Qué es lo que pasa? ¿No dijiste que no había ningún animal lo bastante grande como para causarnos algún daño?
-Bueno -respondió Myru-, no creí que tuviéramos que ir a las colinas. No me gustaría rondar por ellas armado únicamente con una maza. Podríamos tropezar con algún kuugh.
-¿Un kuugh? ¿Qué clase de animal es ése? ¿Peligroso?
-No es muy alto -dijo Myru-, pero es fuerte y muy…, muy…
-¿Feroz?
-Creo que sí. Tal vez pueda enseñarte el sitio donde buscarlo, puesto que tienes armas.
Kean se rió al modo de los terrestres.
-Vamos a echar una mirada ahora mismo. Llevaré una escopeta y un rifle, por si tropezamos con algún kuugh.
Envió a Myru al piso inferior, para que aguardara allí.
Al cabo de un rato descendió la escalerilla con dos extraños objetos, que Myru supuso serían las armas mencionadas.
-¡Eh, Richter! -gritó Kean-. Voy a cazar unos pájaros con Bla-Bla. ¿Quieres venir?
El terrestre de pelo amarillo rechazó la invitación, pero sugirió que alguno de los otros podría ir. Kean habló por una pequeña máquina conectada a la nave por medio de unos alambres, y no tardaron en presentarse otros dos terrestres. Uno de ellos era el gordo Lombardi.
El grupo emprendió la marcha. Cuando se adentraron en las colinas, Myru vio que Lombardi estaba más interesado en los arbustos, los árboles y las plantas, que en ayudarles a encontrar pájaros. El tercero, llamado Harris, se inclinaba continuamente a examinar las rocas.
-¿Por qué hace eso? -le preguntó Myru a Kean.
-Para estudiar la composición de vuestro planeta. En realidad, es muy parecido al nuestro, lo suficiente como para convertirse en una excelente colonia.
-¿Colonia?
-Un lugar para que algunos de nosotros nos instalemos en esta parte de la galaxia, a fin de que nuestras naves estelares dispongan de una base de aprovisionamiento.
-Como tú digas -convino Myru, pero estaba sumido en profundos pensamientos.
Recordó las dificultades que habían seguido a la invasión por parte de su propia civilización de algunas de las islas extranjeras. Se rumoreaba que en aquellas islas quedaban muy pocos supervivientes indígenas, y el propio Myru había viajado en cierta ocasión hasta la costa para ver las grandes naves que regresaban con productos de las tierras conquistadas.
A mediodía, Myru iba cargado con varios pájaros que Kean había derribado en pleno vuelo, y ya no se sobresaltaba al oír el estampido del arma del terrestre. En realidad, se estaba preguntando cómo se las arreglaría para pedirle prestada la otra: el rifle. Se detuvo en la cima de la última colina, a la vista de las dunas del desierto que se extendía debajo de ellos.
-Por allí -dijo, señalando con uno de sus brazos-, discurre el camino que conduce a las ciudades de la montaña. Hay mucha arena por todas partes.
-¿Qué opinas, Harris? -le preguntó Kean a su compañero.
-Es difícil apreciarlo, desde tan lejos -murmuró el otro terrestre-. No parece un fondo marino. Más bien un terreno supercultivado en otras épocas.
-¿Vivió tu pueblo en alguna ocasión allí? -le preguntó Kean a Myru.
-Creo que sí, hace muchísimo tiempo. Si miras hacia allí… donde terminan las colinas… tal vez puedas ver algún edificio antiguo semienterrado en la arena.
Los terrestres miraron hacia el lugar indicado, haciendo pantalla con la mano sobre sus ojos.
-¡Es cierto! -exclamó Harris-. ¿Qué os parece si nos damos un paseo hasta allí?
-No es conveniente -dijo Myru-. Es demasiado tarde. Oscurecerá antes de que regresemos a las colinas. Está más lejos de lo que parece.
Le pareció que Kean no estaba disgustado; había sido un largo paseo. Después de prometer a los terrestres que al día siguiente les acompañaría a las ruinas, emprendieron el camino de regreso.
Cuando llegaron junto a la nave, y antes de separarse, Myru se ofreció a intentar cazar un kuugh si Kean le prestaba el rifle. El terrestre dio un respingo ante aquella posibilidad, aunque Myru se dio cuenta de que los otros no aprobaban la idea.
-¿Qué mal puede haber en ello? -preguntó Kean-. Al fin y al cabo, se trata de un simple rifle automático.
-Algunas cosas son buenas para copiar -murmuró Harris.
-Bueno, supongamos que copian el rifle. ¿Qué podrían hacer con ellos contra los torpedos nucleares y los cañones automáticos? ¡Sin mencionar las armas biológicas que llevamos para casos de emergencia!
Myru escuchaba con el mayor interés, pero los otros cedieron a la vehemencia de Kean. Aceptando el rifle y unas breves instrucciones para su uso, el vunoriano se marchó. Al llegar al camino, emprendió un rápido trote en dirección a la ciudad, deteniéndose sólo una vez… para ocultar el rifle en medio de un fajo de leña de modo que pudiera llevárselo a su casa sin despertar sospechas.
Poco después de haber llegado a su choza cayó la noche, y Myru salió en busca de ciertos individuos que pertenecían a los bajos fondos de la ciudad; algunos, oliendo un beneficio para sí mismos, se apresuraban a obtener lo que Myru deseaba; a otros les fastidiaba tener que renunciar a sus pequeños golpes para ponerse al servicio de Myru.
Pero ninguno se atrevía a negarse a ayudar a Myru, ya que era sabido que, a pesar de haber caído en desgracia, seguía contando con la amistad de muchos de sus antiguos camaradas de armas, y un ladrón prudente evita crearse dificultades innecesarias.
Myru dispuso que al amanecer se reunieran con él en las colinas con lo que pudieran robar. Luego se dirigió al puesto de guardia de su primo, Rawn e Deej, y esperó hasta que el oficial salió a efectuar su última ronda nocturna.
Myru atrajo su atención y avanzó cautelosamente hacia el camino.
-¿Qué es lo que pasa? -preguntó Rawn, mientras Myru le arrastraba a un lugar envuelto en sombras.
-Se me ha ocurrido una idea -dijo Myru, y procedió a explicársela a su primo…

Al día siguiente, muy temprano, Myru inspeccionaba la entrada a la antigua ruina, obstruida por la arena. Empuñaba el rifle terrestre con una mano. Con la otra, hizo un gesto a los desarrapados compañeros que le seguían.
-La antigua puerta está aún ahí -dijo-. Procurad abrirla.
Tres de ellos avanzaron con evidente mala gana, pero la curiosidad que Myru había cuidado de dejar insatisfecha les impidió gruñir más descaradamente. Empujaron y jadearon, y la reseca madera de la puerta crujió en señal de protesta. Otro miembro de la banda, un robusto individuo que había perdido uno de sus ojos frontales, avanzó a través de la arena para ayudar a sus compañeros, Myru reconoció en él a Yorn: un famoso ladrón, más famoso aún por su habilidad en rebanar gargantas.
Con el peso adicional, la puerta acabó por girar sobre sus viejos goznes. Al ver que los otros vacilaban, Myru penetró resueltamente en el interior de lo que en otra época, y a juzgar por su aspecto, había sido un almacén.
-Bien -aprobó-. No ha entrado mucha arena. ¡Que entre todo el mundo! Traed las azadas y las escobas… y dejadme ver lo que lleváis en las bolsas.
-¿Pretendes, quizá, hacernos barrer la arena? -preguntó Yorn-. ¿Qué es lo que te propones, Myru e Chib? ¿Dónde está el beneficio?
-Habrá beneficios suficientes para todos, y todavía más -replicó Myru-. Es cierto que no os he dicho cómo vamos a obtenerlo… Os daré una pista: ¡barreréis algo más que arena!
Contempló a los hombres que se habían reunido en un pequeño grupo a su alrededor y le miraban con expresión desconcertada.
-¡Vais a barrer los cimientos del trono de Keviu! -les dijo.
Se dio cuenta de que la idea les asustaba, y notó que la antigua rabia crecía en su interior.
-¿Por qué no? -gritó-. ¿Teméis por vuestras vidas? ¿Acaso vivís tan bien que os importen? ¿Por qué no aceptar la oportunidad de convertiros en amos, en vez de continuar siendo los parias?
-Todo eso está muy bien, Myru e Chib -dijo uno de los ladrones, un tipo muy feo, con escamas de color verdoso-. Pero, ¿cómo va a producirse ese milagro?
-Con tu intervención, y la de algunos otros que yo conozco, obedeciendo mis instrucciones -replicó Myru-. Lo he planeado todo cuidadosamente.
-¡Jo! -exclamó desdeñosamente el tipo de las escamas verdes.
Se volvió hacia la puerta, a través de la cual penetraban el calor y la luz del desierto.
-Espera -sugirió Yorn-. Tal vez Myru e Chib sepa algo valioso. No perdemos nada contando lo que tiene en su bolsa antes de dejarle de lado.
El otro se detuvo, siendo imitado por un par de compañeros que se disponían a seguirle.
-En primer lugar -dijo Myru rápidamente-, cuento con vosotros. Y hay otros en la ciudad dispuestos a desafiar las puntas de las lanzas de los guardianes de Keviu.
-Unas lanzas muy largas -murmuró Yorn.
-En segundo lugar -continuó Myru-, conozco a unos cuantos soldados, los cuales a su vez conocen a otros, que están casi tan hambrientos como nosotros.
Se produjo un arrastrar de pies al recuerdo de sus contactos, y otros signos de creciente interés. Incluso oyó unos cuantos gruñidos admirativos. Su antigua posición y la causa de su caída en desgracia eran del dominio público.
-Y, en tercer lugar, cuento con la amistad de los terrestres, los cuales son unos seres muy sabios y tienen en su nave unas armas que ni siquiera podrías imaginar.
Al oír aquellas palabras, el tipo de las escamas verdes vaciló.
-¿Te han prometido su ayuda? -preguntó.
-Todavía no… -admitió Myru-. Pero la conseguiré. ¡Espera!
Pero el otro se había vuelto hacia la salida una vez más. Yorn, con una expresión preocupada, dirigió dos de sus manos al cinturón de cuerda que sujetaba su harapienta túnica azul, en busca de los cuchillos que colgaban de él.
-Ese hablará -murmuró.
-¡Te advertí que esperaras! -dijo Myru.
Algo en su tono impulsó al desertor a volverse. Myru le apuntó con el rifle terrestre y apretó el gatillo.
El disparo despertó mil ecos en las antiguas paredes, convirtiendo al grupo de ladrones en estatuas de piedra. Fue seguido por el ruido de la caída del cuerpo del desertor, con un agujero redondo encima de los ojos.
Ha salido mejor de lo que pensaba, se dijo Myru. Su actitud me ha ayudado a demostrar la potencia del arma que tengo en mis manos.
Y en voz alta:
-Deja de acariciar mi arma con tus ojos, Yorn. Es mía, y continuará siéndolo, aunque dispongo de otros medios para llevar a cabo lo que planeo. ¿Sigue pareciéndoos una idea descabellada?
-Tal vez no lo sea tanto como parece -respondió Yorn-. De momento, vamos a sacar la arena. Luego, tú dirás lo que hacemos.

III
Myru permaneció silenciosamente a un lado mientras el ladrón repartía azadas y escobas y colocaba a los otros en hilera a lo largo de la habitación para atacar la capa de arena. Luego hizo una seña a Yorn para que se uniera a él junto a las bolsas que habían traído los ladrones.
-Ábrelas -ordenó-, y veamos lo que han encontrado durante sus correrías nocturnas.
Yorn pareció sorprendido ante la diversidad de estatuillas de pequeños animales y de peces que habían adornado algunos hogares de la ciudad, pero obedeció en silencio las instrucciones de Myru y fue colocándolas en los lugares que el mutilado le indicó.
A última hora de la tarde, el interior estaba limpio de arena; las paredes, y unas cuantas mesas de piedra desenterradas de la arena, estaban pobladas de esculturas de la fauna de Vunor. Los ladrones se tumbaron sobre el frío suelo de piedra para descansar.
-Ahora tengo que marcharme, Yorn -dijo Myru-. Terminad de alisar la arena en el exterior de modo que no parezca que acaba de ser removida, y enterrad eso antes de que el calor haga que huela mal.
-¿Adonde vas? -preguntó Yorn, con la confianza del mando secundario que había asumido.
-Tengo que visitar a los terrestres -le dijo Myru-. Si todo sale bien, regresaremos para una corta visita…, de modo que todo el mundo tiene que estar fuera de aquí antes de que anochezca. Esperadme esta noche en el camino que conduce a la ciudad.
Salió de la habitación, parpadeando a la brillante claridad del exterior.
Las sombras empezaban a espesarse cuando se aproximó a la nave terrestre. La mayoría de los extranjeros estaban sentados en el suelo, alrededor de una fogata, la cual parecían disfrutar.
Cómo haría yo… si viviera en un palacio, pensó Myru.
Se acercó al círculo de luz y esperó a que se dieran cuenta de su presencia.
-Bueno, bueno, ¿qué asunto te trae por aquí a estas horas? -preguntó Kean.
-He pensado que tal vez te gustaría ver el templo que hay en las arenas, ahora.
-¿Ahora?
-Es un buen momento. Nadie se atreverá a ir allí de noche, por miedo a los espíritus.
Kean se echó a reír antes de poder dominarse en aras de la cortesía. Los otros terrestres intercambiaron unas significativas miradas, y Myru se dio cuenta de que estaban divirtiéndose mucho.
-¡De acuerdo! -dijo Kean-. Iré a ver qué aspecto tiene aquello. ¿Quién me acompaña?
El aficionado a las piedras llamado Harris y otros dos decidieron que el paseo podía contribuir a distraerles de su aburrimiento; entraron con Kean en la nave en busca de armas. Cuando estuvieron listos, Myru se puso en cabeza del pequeño grupo y emprendieron la marcha.
Era noche cerrada, y Myru tuvo algunas dificultades hasta que llegó a la abierta extensión del desierto. A la luz de las estrellas, su vista era tan buena, al menos, como la de los terrestres, a juzgar por la cantidad de veces que tropezaron. A fin de impresionarles, Myru les advirtió a menudo que no hicieran ruido.
Finalmente, el grupo llegó al edificio en ruinas. Advirtiendo de nuevo a los terrestres que permanecieran silenciosos, Myru cogió una de las antorchas mecánicas que les había prohibido encender al aire libre y se deslizó dentro del edificio. Un rápido movimiento circular de la mano que empuñaba la antorcha le permitió comprobar que todo había sido dejado tal como deseaba.
Cuando juzgó que los terrestres habían tenido tiempo para ponerse suficientemente intranquilos, escuchando el susurro de la arena que volaba empujada por la fría brisa nocturna, salió al exterior y les llamó. Kean profirió una exclamación de sorpresa a la vista de las estatuillas que llenaban la habitación.
-¿Qué hacen aquí? -le preguntó a Myru, mientras sus amigos examinaban el «templo» vunoriano, conversando en voz baja.
-Esto es un templo -respondió Myru.
-¡Sí, desde luego! Pero, ¿por qué esas figuras de animales? ¡Mira! ¡Allí hay una especie que no me trajiste nunca!
-Es un animal que nada en el mar -se justificó Myru-. ¿Las imágenes? Fueron colocadas aquí por aquellos que deseaban honrar a sus antepasados, o tal vez para impetrar su amistad.
-¿Qué quieres decir?
-En Vunor existe la creencia de que todas las personas, al morir, se convertirán en uno de esos…, se convertirán en algún animal…
-¡Oh-h-h! -exclamó Kean, con repentina comprensión-. Una especie de reencarnación. ¡Debí suponerlo!
Tuvo que explicarle a Myru el significado de la palabra. Luego, los terrestres se reunieron alrededor del vunoriano mientras éste les explicaba que la reencarnación actuaba en un solo sentido: los animales no se convertían posteriormente en personas, de modo que no había necesidad de preocuparse también por la descendencia.
Kean enarcó las cejas. Una nueva idea se le acudió.
-Dime, ¿por qué no parece preocuparte a ti todo esto? Has venido aquí de noche, cuando ninguno de los otros indígenas lo haría, y me has traído ejemplares para descuartizar. ¿Cómo sabes que no he hecho pedazos a tu propio abuelo?
-Mis antepasados masculinos -dijo Myru-, pertenecen a uno de los clanes de peces. Además, la mayoría de nosotros -y yo el primero- hemos degenerado hasta el punto de que ya no creemos en nada de eso.
-Comprendo -rió Kean, al parecer convencido-. ¿Y qué me dices de vuestro rey…, de ese tal Keviu?
-Él es muy estricto en lo que respecta a esta cuestión -dijo Myru-. Hasta el punto de… de…
-¿Fanatismo? -sugirió Kean.
-Sí, eso es. No le gustan las cosas nuevas…, ni siquiera los seres procedentes de las estrellas, y en su palacio tiene a unos verdugos para que convenzan a los que están en desacuerdo con él.
No pudo saber si Kean estaba preocupado. Los otros murmuraron algunas palabras que Myru desconocía, pero durante el trayecto de regreso a la nave permanecieron mucho más silenciosos. Myru se despidió de ellos, después de prometerle a Kean que al día siguiente cazaría un kuugh para él.
Cuando se encontraba cerca de las chozas de las afueras de la ciudad, le pareció oír un ruido. Luego llegó a sus oídos un cauteloso murmullo.
-¿Myru e Chib?
-El mismo. ¿Yorn?
El ladrón y sus compañeros surgieron silenciosamente de la oscuridad y se reunieron a su alrededor.
-¿Están dispuestos a ayudarte? -preguntó Yorn, tiritando de frío.
-Mañana he de volver a conversar con ellos para acabar de arreglar las cosas -dijo Myru prudentemente-. Entretanto, será mejor que nos hagamos invisibles a la luz del día. ¿Estáis todos conmigo?
-¡Todos! -asintió enfáticamente Yorn.
-Bien. Continuad siendo leales, y cada uno de vosotros tendrá el botín de un palacio. Ahora, debemos entrar en la ciudad mientras la oscuridad nos protege; un grupo como el nuestro resultaría sospechoso a la luz del día.
-¡Cualquiera de nosotros, Myru e Chib, resultaría sospechoso a la luz del día! -dijo alguien en la oscuridad.
Myru se unió a sus reprimidos ¡Jo! y luego le dijo a Yorn que le siguiera a un centenar de pasos. Se encaminó hacia el puesto de guardia, aminorando el paso a medida que se aproximaba a él.
No vio al centinela recostado contra la pared hasta que le dio el alto en voz baja. Myru se detuvo.
¡Buen síntoma!, pensó. Normalmente, hubiera disparado sin importarle contra quién lo hacía.
Se acercó lentamente al centinela y murmuró su nombre.
-¡Jo! ¡Bien venido, Myru e Chib! -le saludó el soldado, con la mayor cortesía de que Myru había sido objeto en los últimos tiempos-. Le diré al jefe Rawn que has llegado.
-¡Espera! -dijo Myru-. Dime, ¿marcha todo bien?
-Para nosotros, en este puesto, puedo decir que sí. Rawn e Deej no nos ha dicho nada, pero después de pasar un largo día en la ciudad, ha regresado con un aspecto muy alegre.
-Bien. Puedes llamarle, pero no prestes atención a algunos amigos míos que tal vez veas en el camino.
Al cabo de unos instantes, Rawn salió apresuradamente, detrás del centinela.
-¡Myru! -exclamó, al ver a su primo-. ¡Pasa dentro! ¡Tengo mucho que contarte!
-Antes que nada… ¿tienes sitio para ocultar a un grupo de amigos míos?
-¿Un grupo de…?
Rawn se interrumpió para mirar a través de la oscuridad. Cuando Myru le explicó en pocas palabras lo que sucedía, dijo:
-Haz que se acerquen en silencio. Pueden pasar la noche en los barracones. Todos mis soldados están dispuestos a seguirte.
-¡Magnífico! -exclamó Myru.
Avanzó hasta el camino y llamó en voz baja a Yorn. Cuando el grupo hubo sido guiado hasta el oscuro edificio por Rawn, Myru apartó a Yorn a un lado.
-Escoge a dos o tres compañeros de confianza -le ordenó-, y marchaos a la ciudad. Con un poco de suerte, doblaréis vuestro número con los que vagabundean por las avenidas. Le pediré a Rawn que envíe a un par de soldados a patrullar por las calles, para que nadie os moleste.
Cuando Yorn se hubo marchado con un taciturno par de ladrones, precedidos por una «patrulla» de la guardia de Rawn, los dos primos se sentaron en la cocina del puesto. Rawn habló del descontento que reinaba entre los soldados.
-Los únicos que permanecerán leales a Loyu -añadió, después de citar a los que habían jurado fervientemente poner su lanza al servicio de cualquier levantamiento contra el odiado gobernante-, son los treinta y dos miembros de la guardia de palacio. Tienen que permanecer leales, ya que es del dominio público que Loyu les ha enriquecido con las haciendas y las esposas de muchos de los ciudadanos a los cuales ha ejecutado o ha obligado a huir al desierto.
-¡De modo que la masa del ejército estará con nosotros! -murmuró Myru, muy satisfecho-. Desde luego, eres más popular de lo que había creído.
-¡Jo! ¡Permíteme decirte algo! No eres el único primo de la ciudad que ha conocido a los verdugos de Loyu. ¡Hay muchas cuentas que ajustar!
-Bien. Ahora -dijo Myru-, muéstrame un lugar para dormir. Tengo que ir a la nave terrestre al amanecer.
Rawn le despertó cuando aún era de noche, le hizo comer un poco de sopa caliente y envió a un par de soldados para que se aseguraran de que el camino estaba despejado. Myru se cruzó con ellos en las afueras de la ciudad.
-No andéis tan ufanos con esas lanzas -les advirtió Myru-, o alguien puede sospechar.
-¡Jo! -replicó uno de los soldados, esgrimiendo alegremente sus dos lanzas-. Sería una sospecha muy breve. ¡Hasta la vista… Keviu!
-¡Jo! -murmuró Myru a su vez, complacido a pesar de sí mismo-. ¡Hasta la vista!
Llegó a la nave terrestre antes de que ninguno de los extranjeros hubiera abierto la portezuela lateral. Se sentó pacientemente en el suelo, al lado de las cenizas de la fogata apagada, mientras el cielo se iluminaba con la claridad diurna. Finalmente apareció el tripulante de pelo rojizo, y descendió por la escalerilla.
-¡Hola! -saludó a Myru-. ¿Buscas a Kean?
-Sí -dijo el vunoriano-. Tengo que hablar con él.
El tripulante le gritó algo a otro terrestre que estaba a punto de descender, y que se encargó de avisar a Kean, el cual no tardó en presentarse. Myru le separó discretamente de sus compañeros.
-Lamento haberte llevado al templo -le dijo al terrestre.
-¿Por qué?
-Me ha dicho un amigo que sirve en el palacio de Keviu que alguien vio nuestras huellas en la arena; Keviu ha enviado a unos soldados para que comprueben el rumor.
Kean silbó, un sonido desagradable para Myru, que lo interpretó como una muestra de preocupación. Los otros terrestres, puestos al corriente por Kean, también parecieron preocupados.
-¿Van a plantearnos alguna dificultad? -le preguntó Harris a Myru.
-El actual Keviu es famoso por su severidad. La gente no cesa de murmurar que podría haber un Keviu más bondadoso.
-¡Bueno, lo habrá, si trata de meterse con nosotros! -amenazó Harris-. ¡Le daremos una lección a ese mono insolente!
-A propósito -dijo Kean, mirando a Myru-, ¿dónde está el rifle que te presté para que cazaras un kuugh?
-Se lo dejé a un amigo mío, un oficial de la guardia de la ciudad.
-¿Qué?
Los otros parecieron tan sorprendidos como el propio Kean.
-¿Cómo es que conoces tan bien a un oficial? -preguntó uno de ellos.
-No hace mucho, yo era capitán del ejército -dijo Myru-. En realidad, soy pariente del Keviu, por apareamiento… ¿Cómo decís vosotros? ¿Por matrimonio?
-Sí. Pero, en tal caso, ¿por qué nos has ayudado y nos has llevado a lugares como aquel templo? -preguntó Kean, en tono suspicaz-. ¿Cómo podemos saber que no vas a denunciarnos tú mismo?
-¡Jo! -dijo Myru-. No es probable. ¿Después de haber capturado pequeños animales para ti?
-¿Qué tiene eso que ver?
-No conozco tus sentimientos -dijo el vunoriano-, pero no me gustaría ser descuartizado como vosotros descuartizáis a esos animales…, que es lo que sucedería si el Keviu se enterase. ¡Sus antepasados eran pori!
-Jack -dijo Harris a uno de sus compañeros-, baja un par de rifles y granadas para todos nosotros. Este asunto puede complicarse desagradablemente.
Myru contempló a dos de los terrestres que subían apresuradamente la escalerilla.
-Desde luego -dijo, sin dejar de mirar hacia arriba-, si yo fuera Keviu, sabría cómo tratar a mis amigos. No me mostraría tan severo en algunas cosas. He aprendido de vosotros los beneficios que proporciona el reunir conocimientos.
Kean levantó una de sus dos manos, señalando a Myru con el dedo índice. Los otros permanecieron en silencio.
-¿Y tú estás preparado para gobernar la ciudad? -preguntó enfáticamente.
-Desde luego -aseguró Myru-. Puedo hacerme cargo del gobierno en cuanto muera el actual Keviu. Lo cual no tardará en producirse, a juzgar por el creciente número de ciudadanos que desean acortar su existencia.
-¡Espera aquí un momento! -dijo Kean, un poco más bruscamente de lo que Myru consideraba cortés.

IV
Los terrestres se reunieron en un pequeño grupo y empezaron a hablar con excitación. Myru tendió las antenas auditivas, pero la charla era demasiado rápida.
Pero creo, se dijo a sí mismo, que están sopesando el valor de tener «Ocho dedos en el interior del palacio», como decimos nosotros. Deben de estar planeando establecer una colonia en Vunor.
No quedó decepcionado cuando los terrestres se reagruparon a su alrededor. Kean abrió las negociaciones sin andarse con rodeos.
-¿Crees que nuestra… influencia… te ayudaría a conquistar el gobierno de la ciudad?
-Sin duda alguna -dijo Myru, asegurándose de que le veían contemplar ávidamente las armas que los dos hombres bajaban por la escalerilla.
-¿Y dices que tu actitud sería más amistosa?
Myru miró a Kean a los ojos, tal como había visto hacer a menudo a los terrestres.
-Admiro mucho vuestro interés por reunir conocimientos -dijo-. Si vuestro conocimiento es poder para mí, mi poder será utilizado para reunir más conocimientos.
La pequeña boca de Kean se torció en una mueca de placer, imitada por los otros terrestres. Uno de ellos murmuró algo acerca de tener a un dictador domesticado en el bolsillo, pero Myru procuró no demostrar que lo había entendido.
-Si queréis venir a la ciudad conmigo -sugirió-, podréis comprobar lo odiado que es el Keviu. ¡Tengo muchos amigos!
Kean vaciló, y luego empuñó un rifle.
-¡Vamos! -dijo-. No perderemos nada con echar un vistazo. Si no hay nada de lo que dice este pobre diablo, nos pasearemos como simples turistas. Y si es cierto que tiene amigos y partidarios…, bueno, lo mejor es actuar rápidamente y por sorpresa.
-¿Quién se quedará de guardia en la nave? -preguntó Richter.
-Creo que… ¡No! Será preferible que nos presentemos todos en la ciudad y arreglemos este asunto antes de que empiecen a meter las narices por aquí. ¡Soltad la escalerilla y vámonos!
Dos de los terrestres desengancharon la escalerilla y la dejaron en el suelo.
-¡De acuerdo, Myru! -dijo Kean-. ¡En marcha!
Mientras trotaba ágilmente para no quedar rezagado por las largas zancadas de los terrestres, Myru experimentaba una indescriptible sensación de embriaguez.
¡Pronto, Loyu e Huj!, pensaba. ¡Pronto ajustaremos cuentas!
Aún en el caso de que la suerte le fuese desfavorable, moriría con el consuelo de haber tenido la oportunidad de luchar contra su enemigo.
En el puesto de guardia, Rawn y sus soldados salieron a recibirles en tropel. Los terrestres empuñaron sus armas, y luego contemplaron complacidos el recibimiento entusiasta de que era objeto Myru. Los soldados y el grupo de ladrones, engrosado con el reclutamiento de Yorn, quedaron a su vez impresionados ante sus aliados extranjeros.
-La suerte está echada -dijo Kean, y Myru supuso que la frase sería algún proverbio terrestre-. Tenemos que actuar con rapidez, si queremos aprovecharnos de la sorpresa.. Saben lo que hay que hacer, pensó Myru, como si lo hubieran hecho antes, en otros mundos.
-Lo que tú digas -convino-. Rawn, ¿están preparados los otros puestos?
Por toda respuesta, Rawn hizo un gesto a un soldado, el cual echó a correr hacia los barracones. Poco después, una espesa nube de humo surgía por la chimenea de la cocina.
-¡Ahora se producirá una carrera para ver quién llega primero a las verjas de palacio! -dijo Rawn.
Fue mucho más fácil de lo que Myru había imaginado. Los guardianes del palacio, al oír el rugido de los soldados que desembocaban en la gran plaza procedentes de todos los puestos de la ciudad, trataron de defender las verjas. Los terrestres lanzaron sus pequeñas bombas.
Cuando el humo se disipó, reinaba un espantoso silencio. Rawn, con su instinto de soldado, hundió una lanza en una ennegrecida figura que luchaba por levantarse de entre los restos de las verjas. Inmediatamente resonó un furioso rugido.
Myru se apoderó de la lanza de un soldado y emprendió una loca carrera a través de los salones del palacio hasta llegar a la cámara del trono, donde el tembloroso Keviu estaba siendo zarandeado entre gritos de triunfo.
-¡Déjalo para mí, Myru Keviu! -suplicó Yorn, blandiendo dos cuchillos, tan largos como puntas de lanza.
-No tan de prisa -dijo Myru, sosteniendo la lanza con una mano y frotándose suavemente los muñones con los dedos de la otra mano izquierda-. Dale escolta hasta la cámara del tormento, en los sótanos del palacio, Yorn. Diles a los verdugos que puedo perdonarles la vida.
Myru se encaminó lentamente hacia el trono de plata y maderas preciosas y se sentó en él. En aquel momento estalló un nuevo griterío.
-¿Qué es eso? -le preguntó a Rawn.
-Han entrado en el harén -le informó su primo-. Será mejor que vaya a detenerles antes de que roben toda tu herencia.
-No -dijo Myru-. Deja que los que lucharon a mi lado escojan a gusto. En cuanto a mí, ya sabes a quién tienes que traerme…
-¡Jo! -dijo Rawn.
-Y otra cosa -añadió Myru-. Diles a los terrestres que ocupen posiciones en la entrada de la cámara y vigilen la plaza, por si se produce una tentativa de rescate.
-¿Quién puede querer rescatar a Loyu? -preguntó Rawn.
-No te preocupes; más tarde daré nuevas instrucciones.
Cuando dos de los soldados de Rawn regresaron con Komyll, que llevaba una túnica con adornos de plata, Myru quedó asombrado ante la acogida de su amada.
-¡Salvaje! -escupió Komyll-. ¿Crees de veras que podrás ocupar el trono del Keviu? ¡Loyu e Huj tiene poderosos aliados, cuyos ejércitos se pondrán en marcha mañana!
-¡Jo! -dijo Myru-. Deja que vengan; peor para ellos. No necesitas seguir fingiendo. Yo también tengo amigos… ¡Los de la nave terrestre!
Komyll ignoró el gesto de Myru para que se acercara al trono.
-¡Ladrón asqueroso y mutilado! -rugió-. ¿Qué tendría que fingir? ¿Qué no me gusta ser la favorita del Keviu? ¡Vuelve a la basura a la que perteneces! ¡No tardarás en ser arrojado de nuevo a ella!
Myru la contempló como si acabaran de hundirle una lanza en el vientre. Era un instante como aquel en que había visto aterrizar a la nave terrestre: lleno de la sensación de que sus sentidos le engañaban, de que lo que estaba sucediendo no podía ser real.

Le pareció que la cámara había permanecido silenciosa largo tiempo antes de que consiguiera recobrar el uso de su voz.
-Quizá no sea tan pronto -murmuró roncamente-. Por lo menos, no lo bastante pronto para que puedas gozar del espectáculo. ¡Guardias!
Dos de los soldados de Rawn se adelantaron.
-Llevadla junto a Loyu e Huj -ordenó Myru-. Un Keviu no puede morir sin compañía. Pero…, decidles a los verdugos que no la hagan sufrir.
Continuó sentado en el trono, sintiéndose helado y vacío por dentro. Al cabo de un rato se dio cuenta de que los soldados regresaban, solos. Poco después se levantó para dar unas órdenes a Rawn, las cuales fueron seguidas por un lejano estrépito y el resonar de armas terrestres.
Al cabo de unos instantes Rawn se encontraba de nuevo de pie ante el trono, recibiendo informes para Myru, dando órdenes en voz baja, sin dejar de contemplar ansiosamente a su primo.
-¡Rawn! -dijo finalmente el nuevo gobernante.
-Sí, Myru Keviu.
-Para ti, solamente «Myru». Recuerdo a quien me alimentó cuando tenía hambre, y a quien luchó hoy por mí. Yo no olvido; puedo recordar demasiado tiempo. ¡Ahora, los terrestres!
Por la expresión de sus rostros comprendió que estaban furiosos al verse introducidos en la cámara del trono atados codo a codo y bajo vigilancia. Los soldados informaron que se habían visto obligados a matar a uno de los diez. Los extranjeros, reaccionando ferozmente al ser cogidos por sorpresa, habían matado a dos soldados y a un ladrón con sus pequeños rifles, antes de ser aplastados por la fuerza del número.
-¿Qué es lo que estás haciendo? -preguntó Kean, con el rostro enrojecido.
-No tengo nada contra vosotros -dijo Myru-, pero he aprendido que alguien que se encuentre en mi situación no puede dejar sin apagar ningún pequeño fuego, si no quiere que acabe por incendiar su palacio. ¿Deseáis alguna cosa antes de morir?
Kean parpadeó, asombrado. Los otros gruñeron unas palabras que Myru no entendió, pero pensó que lo mejor era no mostrar ignorancia.
-Dejar que regreséis a vuestra nave y os marchéis sería una estupidez -dijo.
-¡Pero, teníamos un acuerdo! -exclamó Kean-. ¡Tú ibas a ayudarnos a nosotros, si nosotros te ayudábamos a ti!
-Hasta cierto punto. Yo iba a ser vuestro capataz de esclavos, cuando enviarais a vuestra gente para establecer una… colonia.
-¡De acuerdo! -aulló Richter-. Tal vez era ésa nuestra intención. Pero, ¿qué dirá tu pueblo si se entera de que tú estabas de acuerdo con nosotros?
-¡Jo! -dijo Myru-. ¿Quién va a decírselo? ¿Vosotros, en vuestro idioma?
Los terrestres permanecieron en silencio, hasta que a Kean se le ocurrió una nueva idea.
-Has ganado esta baza -admitió-, pero sería más estúpido por tu parte perder la ventaja. Podemos enseñarte muchas cosas.
Myru le contempló fijamente.
-¿Estás tratando de decirme de nuevo que el conocimiento es poder?
-¡Evidentemente! -dijo Kean-. ¡Mira lo que ha hecho hoy por ti!
-Lo de hoy demuestra únicamente que yo poseo una clase de conocimiento, y vosotros otra; quizás el mío se convierta en poder.
Kean le miró con una expresión de rabia y de incredulidad.
-Vuestras armas fueron una ayuda -continuó Myru-, pero lo que más me ayudó fue el consejo que me dabais con frecuencia: observar y aprender para el momento en que el conocimiento pudiera ser útil. ¡Yo os observé a vosotros!
Los terrestres quedaron de nuevo en silencio, y Myru se dio cuenta de que no les gustaba que dijera cosas semejantes. Eran viajeros del espacio, acostumbrados a reunir, no a entregar, conocimientos.
-Os hablé del kuugh de las colinas, pero no existe ningún animal llamado kuugh. ¡Preguntadle a mi gente! ¡Comprobad si alguien conoce esa palabra!
Kean no miró a los vunorianos que se encontraban en la cámara del trono: continuó mirando fijamente a Myru, esperando.
-Luego os dije que los vunorianos se convertían en pequeños animales, pero aquí nadie cree eso. Os acompañé al templo, pero no era más que un antiguo edificio en ruinas lleno de estatuillas robadas.
-¡De modo que todo fue un truco! -exclamó Kean en tono despreciativo-. No creo que puedas vanagloriarte de habernos proporcionado un conocimiento falso.
-¿Acaso vosotros me dijisteis toda la verdad? -replicó Myru, haciendo una seña a los soldados-. Sabéis tanto, que habéis olvidado los caminos sencillos del pensamiento. Supongo que habréis visitado planetas donde había animales más raros que mi kuugh. Habréis visto muchos mundos con templos raros y gentes que tenían raras creencias, de modo que para vosotros no hay nada nuevo. Incluso es posible que hayáis encontrado entre las estrellas a gente dispuesta a vender a su propia raza para hacer lo que vosotros decíais.
No pudo leer la expresión de los rostros de los terrestres, pero tuvo la esperanza de que fuera un sentimiento de vergüenza. Esto haría más fácil para Myru lo que tenía que hacer.
-Vosotros habéis visto que cualquier cosa es posible -terminó Myru-, de modo que estabais dispuestos a creer cualquier cosa que yo os dijera. Podéis hacerlo todo, excepto ver la verdad más simple a la luz del día. ¿Llamáis poder a ese conocimiento?
Le dirigieron desafiantes miradas, mientras los guardias se los llevaban, pero no había nada que pudieran hacer. Myru sintió lástima por ellos -a su modo, no carecían de grandeza-, y salió a un balcón para respirar un poco de aire fresco y aquietar sus encontradas emociones. Luego vio las estrellas que empezaban a brillar en el cielo sin luna de Vunor, y se obligó a ahogar la piedad que podía debilitarle.
«¡Querían convertir a Vunor en su «colonia»! -murmuró, contemplando el firmamento-. ¡No será, mientras Myru e Chib viva! ¡Estaremos preparados para recibir a los siguientes!»

Fin

biblioteca del abuelo.