Texto publicado por Miguel Ángel Rodríguez Sánchez

Ecuatorianos definirán en los comicios de 2021, si se consolida la institucionalización

Este jueves 31 de diciembre de 2020, según el calendario del Consejo Nacional Electoral (CNE), inició la campaña con miras a las elecciones generales de 2021. Dieciséis candidatos compiten por llegar a Carondelet. Uno aún está en stand by, se trata del empresario Álvaro Noboa, auspiciado por el movimiento Justicia Social.
Los planes de trabajo de los candidatos presidenciales parecería que solo los soporta el papel, pues muchos carecen de sustento, de una base sólida ejecutable, más aún, en un 2021 que seguirá siendo pandémico, con un déficit en las arcas del Estado, con deudas externas e internas, con la prioridad de la adquisición de vacunas para inmunizar al 60% de la población, ante la amenaza de contagio del covid-19.
En el aire hay muchas preguntas sin respuestas, pues estas solo se darán una vez que los ecuatorianos vayan a las urnas el próximo 7 de febrero de 2021. ¿A quién darle el voto? Es la interrogante que en todas las elecciones se vuelve el denominador común. Y al paso salen respuestas tan irrisorias y faltas de análisis como “al menos malo”, “al que no robe tanto”, “al que haga obras aunque robe”.
A los ecuatorianos les hace falta memoria histórica. No es un tema de generaciones, es un tema de sentarse a conversar con los padres, abuelos y escuchar sus historias; de saber que el país pasó por una profunda crisis entre 1999 y 2000, con el feriado bancario, años en los que miles de ecuatorianos migraron al exterior, y luego se convirtieron, a través de las divisas, en el sostén que ayudó a que el país se levantara de entre los escombros que dejó la banca privada.
Se trata de mirar en retrospectiva y ubicarnos en 1979, año del retorno de la democracia al país, tras un período de casi nueve años de dictadura civil y militar. Ecuador cumplió el pasado 19 de agosto, 41 años del retorno de la democracia.
Mario Unda en su escrito “Antología de la democracia ecuatoriana”, refiere que esta se volvió inestable aún antes de retornar.
“En estas cuatro décadas, el Ecuador ha sido una sucesión de momentos difíciles: crisis económica, empobrecimiento, pérdida de la soberanía monetaria, pérdida de legitimidad social de gobiernos, instituciones y partidos, inestabilidad política, masivas protestas sociales, caída estrepitosa de tres presidentes, sujeción al rol dirimente de las fuerzas armadas, escándalos de corrupción, exgobernantes presos o enjuiciados; neoliberalismo y populismo”, escribe Unda.
Masas y populismo
Pese a todo lo descrito, todavía podemos decir que en Ecuador se vive en democracia, sobre todo a partir del 2017, después de 10 años de que el correísmo se tomó el poder enmascarado como socialismo del siglo XXI, pero que en realidad era populismo. Ese populismo que enamora a las masas y que se vale de sus necesidades para sus ofrecimientos y para asegurar los votos en campaña.
Las masas son las que votan por simpatía, por necesidad, por los abrazos que prodigan los candidatos, por ese trabajo en territorio generalmente forzado para la conquista de votos; por los saludos de mano, por los besos en la mejilla, en la frente, y también por las lágrimas que muchos derraman para ser más convincentes.
Después de la década del correísmo, fue el nuevo Gobierno de transición de Lenín Moreno, cobijado por la bandera verde del bastión Alianza PAIS de Correa, el que inmediatamente luego de su posesión, el 24 de mayo de 2017, hace un revés a la ahora Revolución Ciudadana, fracturando ese partido aparentemente fortalecido, pero con un expresidente que primero se alejó del país por cuestiones familiares y que hoy se encuentra exiliado e imposibilitado de regresar a Ecuador por la sentencia que pesa en su contra, por el caso Sobornos 2012-2016.
Moreno no siguió la ideología de su antecesor, no se convirtió en su interlocutor y menos en su brazo ejecutor. Ese fraccionamiento llevó a enfrentamientos casa adentro en el movimiento correísta; muchos de sus coidearios se desmarcaron y fueron catalogados de “traidores”. El actual mandatario por su parte realizaba un trabajo silencioso: recomponer la democracia y devolverle al país la institucionalización perdida cuando el expresidente metió la mano en todas las instituciones del Estado, sin darles independencia para actuar, para ejecutar. Nada se hacia si no tenía su aprobación y 10 años después, su gestión socialista le pasó la factura.
En “La institucionalización del control social en Ecuador: posibilidades y tensiones de los mecanismos participativos” de Héctor Gutiérrez Magaña, de la Flacso, se indica que “en Ecuador la desconfianza en la autonomía del poder político ha cobrado vías institucionales distintas a las del liberalismo. La Constitución de la República de Ecuador promulgada en el año 2008, fraguó un régimen en donde, además a la división tripartita del poder, se anexaron dos ramas estatales; una de ellas, la Función de Transparencia y Control Social, representa la institucionalización del control social sobre el ejercicio del poder político”.
También señala que “las elecciones, la división de poderes, y en algunos casos, la organización federal de los estados, son parte de los mecanismos mediante los cuales se institucionaliza la desconfianza en las derivas tiránicas del poder político”.
Corrupción
Sin embargo, la autonomía devuelta a las instituciones del Estado fue la que permitió que, por ejemplo, la Fiscalía actuara de hecho y quedaran al descubierto los casos de corrupción que involucraron no solo al anterior mandatario sino a parte de sus ministros y otros funcionarios públicos, pese a tener organismos de control social y transparencia en ese entonces.
Poco a poco, las instituciones del Estado empezaron a hacer su trabajo sin presión, sin cuestionamientos, sin regaños públicos, sin injerencias.
¿A qué se expone el país en las próximas elecciones generales? ¿Seguimos en el proceso de transición y recomposición de la democracia y la institucionalización? o ¿Retrocedemos? Echar una mirada atrás sin fanatismo enfermizo es pensar no solo en mejorar las condiciones socioeconómicas del país, sino, sobre todo, en fortalecer la democracia.
La carrera por el sillón presidencial inició este 31 de diciembre, el último día del 2020. Los hasta ahora 16 candidatos presidenciales buscarán la mejor manera de llegar a los votantes, en medio de las medidas de distanciamiento social y bioseguridad por la pandemia. Lo propio harán los 137 postulantes para asambleístas. Los ofrecimientos de campaña, en el contexto de la pandemia, apuntarán a las ofertas de recuperación del empleo, de vivienda, salud, educación, producción, exportación…; mientras que los discursos improvisados, atropellados y reiterativos tratarán de conquistar las masas con las ofertas populistas.
Ecuador logró recuperar con el actual Gobierno, la confianza de los organismos internacionales; recuperó y fortaleció las alianzas bilaterales con mandatarios de otras naciones que estaban distantes, y eso sienta un precedente de lo que se consiguió en cuatro años, y de lo que se perdió en diez. (O)