Texto publicado por Horus Rincon

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 3 años.

La Leyenda del Maestro del Fuego

Steve Bevil

DESPERTAR

Era el final del semestre de primavera. Leah nunca había sido una gran fan de quedarse en Lawrence Hall, el dormitorio para mujeres en el campus, pero le había prometido a su madre que lo haría. Era de noche y el campus de la Universidad de Illinois en Cahokia Falls (IUCF) estaba lleno de estudiantes que celebraban el fin del año escolar y los exámenes finales.

Leah, por otra parte, no tenía la celebración en mente. Este semestre había sido uno difícil, y ella ansiaba ir a casa. “Oh, Dios mío, ¡Amanda!” Gritó ella. “¡No puede ser!”

“¿Qué?” Preguntó Amanda, tímidamente.

Leah puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza en negación. “No puedo creer que anoche fuiste a tu cita con Héctor si hiciste las paces con Steve,” dijo ella.

Amanda tenía una sonrisa radiante en su rostro. “Por supuesto,” dijo encogiendo los hombros. “Steve y yo – bueno, ya sabes.”

Leah sacudió la cabeza de nuevo, con incredulidad. “¿Ya sé qué?” Preguntó ella, entrecerrando los ojos. “El otro día estabas diciendo cómo Steve y tú eran el uno para el otro.” Ella hizo una pausa para acomodar su pierna más cómodamente sobre la cama. “Que no hay nadie más en el mundo con quien preferirías estar y que ustedes dos están destinados a casarse.”

“Lo estamos, lo estamos,” repitió Amanda, mientras acomodaba su largo y lacio cabello rubio mirándose en el espejo. “Héctor es demasiado pueblerino, de cualquier forma.”

Leah respiró profundamente y suspiró pesadamente mientras Amanda giraba en su nuevo vestido de verano en el pequeño dormitorio de la residencia. El vestido color rojo y oro se ajustaba perfectamente a su pequeña figura y complementaba su piel ligeramente bronceada. Amanda se agachó para ponerse un par de zapatos que había comprado más temprano en el día con Steve en una venta de verano en el centro comercial cerca del campus. Después de mirarse fijamente de nuevo en el espejo, volvió a acomodarse el cabello.

Impacientemente, Leah miró el reloj. “Sabes que llegarás tarde,” dijo.

“No llegaré tarde,” Amanda dijo confiadamente, volteando hacia ella. Los ojos verdes de Amanda brillaban, y su rostro estaba iluminado con una sonrisa. “Entonces, ¿cómo me veo?”

“Te ves como que se te hace tarde,” dijo Leah mirando nuevamente el reloj. “Steve dijo que te vería abajo hace siete minutos.”

Amanda frunció el ceño y luego tomó su celular. “Mira,” dijo ella, sosteniéndolo hacia Leah. “No hay llamadas ni mensajes de texto – así que todavía no debe estar aquí.”

“Por esa razón te pidió que lo vieras abajo.” Leah le reprendió.

Amanda sonrió y luego entusiásticamente se sentó junto a ella en la cama. “De acuerdo. ¿Qué pasa?” Preguntó.

“Nada, en realidad.” Leah se encogió de hombros. Amanda levantó las cejas y siguió mirándola. Leah suspiró. “Es sólo – es sólo que ayer por la noche, cuando no contestaste el teléfono, le pedí a Lafonda que viniera a pasar el rato conmigo.”

Hubo un breve silencio y luego Amanda frunció los labios. “Lo siento,” dijo ella, dándole un corto abrazo. “Estaba… ocupada.”

“Oh, está bien.” Asintió Leah. “Me pregunto si Steve sabe a qué te refieres cuando dices que estás ocupada.”

“Oh, sí lo sabe,” Amanda dijo guiñando el ojo. “Créeme, pero probablemente él piensa que sólo aplica cuando estamos juntos.” Hizo una pausa y luego se encogió de hombros con alegría. “Oh bien.”

Leah puso los ojos en blanco y suspiró nuevamente. “Está bien, Amanda,” dijo en voz baja.

Amanda bajó los ojos y luego, abruptamente, pareció más preocupada. “Pero en serio,” dijo ella. “¿Estás bien? ¿Todavía tienes pesadillas?”

“Terrores nocturnos, más bien,” respondió Leah, medio en broma. “Por eso le pedí a Lafonda que viniera.” Hizo una pausa. “Pensé que me ayudaría a dormir mejor si hubiera alguien más en la habitación. Pero lo único que hizo fue hablar conmigo hasta hartarme, acerca de cómo conseguir un diez en su clase de esgrima.”

“¿Sigue con eso?” Preguntó Amanda. “Me gustaría que se consiguiera un novio.” Ella sonrió. “Que ambas se consiguieran novios.”

“Amanda, creo que tú tienes novios por todas nosotras,” Leah se rió, mientras miraba de reojo el celular de Amanda. “Y hablando de novios, Lafonda tiene a Jim, ¿recuerdas? ¿Y estás segura de que Steve no te está esperando abajo?”

“¡Uf!” Gimió Amanda. “No sigas tratando de deshacerte de mí. Y además, Steve está bien.”

Leah sacudió la cabeza y Amanda se estiró para darle un rápido abrazo.

“Mira,” dijo Amanda. “Esta noche, volveré a tiempo para arroparte.”

Leah asintió lentamente y luego forzó una sonrisa.

“Bueno, cuando vuelvas, por favor deja a Steve en su casa.” Ella señaló las cajas medio llenas apiladas frente a la puerta de su armario. “Todavía tengo que terminar de empacar el resto de mis cosas esta noche, y ya conoces a mis padres, estarán aquí temprano mañana para recogerme.”

“Está bien,” dijo Amanda con poco entusiasmo.

“¡Amanda!” Dijo Leah molesta. “Apenas conseguí dormir anoche y casi no he dormido en las últimas dos semanas, estudiando para los exámenes finales. Lo último que necesito es estar despierta hasta tarde otra vez mientras tú y Steve juegan a la casita.”

“Está bien, está bien, ¡ya entendí!” Replicó Amanda. “No te pongas toda emocional conmigo.” Hizo una pausa por un momento y luego sonrió. “Mira, tú y yo, sobrevivimos el primero año. Ya sabes, todos los exámenes parciales y finales, las sesiones nocturnas de estudio. ¡Y no nos olvidemos de las fiestas!”

“Sí,” dijo Leah impacientemente. “Y no nos olvidemos de todas las llamadas telefónicas nocturnas de todos tus ex-novios, rogándote para que vuelvas con ellos.”

Amanda sonrió. “Tú sabes que me gusta…”

Amanda fue interrumpida por un golpeteo rápido en la puerta a un ritmo musical.

“Ese debe ser Steve,” dijo Leah mientras ambas se ponían de pie.

Leah se dirigió a su pequeño escritorio de madera, que estaba junto al pie de su cama. Era idéntico al escritorio de Amanda, que estaba otro lado de la habitación. El lado de la habitación de Leah era una reminiscencia de su primera semana en la escuela. La pared al lado de su cama, que alguna vez había estado llena de fotos de sus amigos tomadas durante el año y un calendario académico, ahora estaba vacía.

El lado de la habitación de Amanda, sin embargo, aún tenía varios carteles y fotos de celebridades y modelos masculinos perfectos. Leah se alegró de que pronto ya no tendría que ver el rostro de Justin Bloomer todos los días al despertar. Era suficientemente malo tener que ver sus carteles, pero a Amanda también le encantaba escuchar su música a todo volumen.

“¡Ya me voy!” Dijo Amanda con entusiasmo, mientras se dirigía hacia la puerta.

Se miró en el espejo una última vez, deteniéndose para arreglar su vestido. Amanda abrió la puerta y Steve inmediatamente la tomó en sus brazos con un fuerte abrazo. Sus amplios hombros y musculosos brazos parecían enormes en comparación con la pequeña figura de Amanda.

“¡Hola, preciosa!” Dijo con entusiasmo, haciendo énfasis en la palabra hola. “Yo sé que te vi esta tarde, pero te eché de menos.”

“¡Steve!” Exclamó ella en tono molesto. “Arrugarás mi vestido.”

“¡Oh! ¡Te ves muy bien, cariño!”

Amanda frunció el ceño, pero después se dio cuenta de que Leah la estaba mirando, y le dio a Steve un rápido beso y maniobró para soltarse de su agarre. “¿Cómo llegaste aquí arriba?” Preguntó.

Steve entró en la habitación, dejando la puerta abierta detrás de él. Él se acercó para abrazarla nuevamente, pero esta vez ella fue lo suficientemente ágil para escapar. “Las puertas del vestíbulo a Lawrence Hall no están cerradas hasta después de las nueve,” suspiró él. “Y es apenas un poco después de las siete. Además, es tarde y no estás lista, señorita. ¡Te he llamado varias veces!”

“¡Vaya!” Dijo Amanda, haciendo una pausa para mirar su teléfono y luego colocarlo de nuevo en su escritorio. “Pero espera un minuto. No cambies el tema. Te pregunté cómo llegaste hasta aquí arriba. No se permiten chicos en este piso o en el elevador, sin una mujer que les acompañe.”

“Probablemente coqueteó con alguna chica para llegar hasta aquí,” suspiró Leah, metiéndose en la conversación.

Steve desvió su atención de Amanda y miró a Leah por primera vez desde que entró en la habitación. “¡Y tú lo sabes bien!” Dijo con confianza. “Y la invité a una cita para esta noche. Así que vamos a terminar con esto pronto.”

“¡Ja!” Dijo Amanda, alejándose para arreglar su vestido frente al espejo. “Más te vale que no haya sido así.”

“¡Quedémonos aquí!” Dijo él riendo, mientras caminaba hacia la cama. “Podemos tener una fiesta aquí con Leah.”

Leah rápidamente cogió una camiseta azul de la IUCF antes de que él se sentara sobre ella. “¿Es necesario que te sientes en mi cama?” Gimió. “¿No tienen que empacar?”

“Sí, pero dudo que pasemos nuestro tiempo empacando,” sonrió, tratando de alcanzar a Amanda cuando ella pasó junto a la cama. “Además, tenemos todo el día de mañana.” Amanda sonrió y luego se sentó felizmente sobre su regazo. “Vamos a divertirnos, Leah. ¡Es nuestra última noche antes del verano!”

De mala gana, Leah miró a Steve mientras doblaba la camiseta azul y la ponía en la caja abierta sobre su escritorio. Lo último que quería era perder el tiempo pasando el rato con Steve y Amanda. Estaba agotada por los exámenes finales y la falta de sueño. Lo que ella más quería era volver a su casa a St. Louis para pasar el verano con sus padres, sin importarle lo extraño que eso le sonara. La habitación parecía drenarla de su energía y aun con lo cansada que estaba, el miedo a las pesadillas la mantenía despierta por las noches. Se sentía avergonzada por los gritos a media noche que estaba segura habían despertado a sus vecinos en el piso. Era la única vez que Leah se había alegrado de que Amanda estuviera fuera por la noche. “¡Chicos!” Gimió Leah, molesta. “Realmente tengo cosas que hacer.” De repente, el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose llenó la habitación desde el pasillo. “Genial. Aquí viene Lafonda.”

“¡Hola chicas!” Dijo Lafonda, con voz alegre. Echó un vistazo a Steve y de repente pareció confundida. “Eh – ¿Hola, Steve?”

Él sonrió. “No te sorprendas, Lafonda,” se rió. “Oficialmente nos juntamos de nuevo esta mañana.”

Lafonda se sentó en la cama de Amanda y dejó que su largo y brillante cabello negro cayera sobre un costado. “No sé por qué no me sorprende,” dijo con una sonrisa.

“¡Yo tampoco!” Dijo Amanda con entusiasmo, mientras golpeaba las palmas de sus manos contra su regazo.

Lafonda rio un poco y luego puso los ojos en blanco brevemente, intentando pasar desapercibida. “¿Ya terminaron de empacar?” Preguntó. “Ya casi termino. Le prometí a mi abuela que estaría lista para mañana temprano por la mañana.”

“Genial,” dijo Steve. “¡Entonces hagamos algo todos!”

“¡Uf!” Exhaló Leah, sonando claramente molesta. “Pensé que ustedes tenían planes. Además miren a su alrededor; ¿parece que ella ya ha empacado?”

Lafonda parecía confundida mientras examinaba el lado de la habitación de Amanda. “¿Por qué no has empezado a empacar?” Preguntó. “¿A qué hora vienen tus padres mañana?”

“No vienen,” respondió Amanda con una sonrisa. Lafonda seguía confundida. “Convencí a mis padres de que Steve me lleve a casa – desde Illinois hasta Luisiana.”

“Oh,” dijo Lafonda, mientras asentía. “Pero espera – ¿Cuándo piensas empacar?” Sus ojos estaban muy abiertos mientras miraba hacia el lado de la habitación de Amanda nuevamente. “Todos deben entregar la llave de su dormitorio y estar fuera para las 4:30.”

Amanda se rió. “Oh, Lafonda,” dijo ella, poniendo los ojos en blanco. “Mañana tendremos suficiente tiempo.” Steve sonrió mientras Amanda le acariciaba la mejilla. “¿No es así?”

“¡Sí, señora!” Dijo entusiásticamente.

“Bueno, hablando de eso,” dijo Leah abruptamente, “es hora de que todos se vayan porque tengo muchísimas cosas que hacer.”

Amanda y Steve estaban todavía enredados y no hacían caso a Leah. Ella los miró y frunció el ceño.

“Está bien, ustedes,” dijo Lafonda, poniéndose de pie. “Váyanse.”

Steve y Amanda no se movieron.

“¡Ahora!” Demandó ella con más fuerza.

“Uf – ¡vamos Steve!” Dijo Amanda con una sonrisa mientras se levantaba de su regazo. Le acarició la mejilla. “Ya es hora.”

Lentamente, Lafonda se dirigió a Leah mientras Amanda llevaba a Steve fuera de la habitación.

“¿Cómo te sientes, pequeña?” Preguntó.

“Bien, supongo,” dijo Leah, encogiéndose de hombros. Ella respiró profundamente. “Las pesadillas no son tan malas.”

De repente, Lafonda pareció preocupada. “¿Es porque no estas durmiendo?”

“Mmm – esa es una posibilidad,” dijo Leah, cuando lanzó una leve sonrisa.

Lafonda frunció los labios. “Leah,” dijo, “espero que no te moleste, pero – ¿qué has estado soñando?”

Leah parpadeó un par de veces y comenzó a inquietarse mientras seguía doblando más camisas. “Yo…” tartamudeó. “Me siento muy cansada todo el tiempo.” Hizo una pausa mientras de mala gana miraba alrededor por la habitación. “Me siento bien cuando estoy en clase o en el gimnasio. Siento como si fuera…”

“¡Sin ofender, Lafonda!” Gritó Steve desde el pasillo. “¿Pero por qué tienen que ser tan mandonas las mujeres?”

Lafonda sacudió la cabeza negando y luego sonrió. “Sé que no quiso decir lo que acabo de oír,” dijo con una risa.

Leah respiró profundamente y luego continuó hablando. “Creo que es el estrés de la escuela, y, y…”

“¿Y Jamie?” Preguntó Lafonda, sonando más preocupada.

Leah volvió a respirar profundamente y luego procedió a doblar un par de pantalones deportivos. “Realmente necesito empacar,” dijo sin darle importancia. Forzó una sonrisa. “Pero te agradezco que me hayas preguntado cómo estoy.”

“Está bien,” dijo Lafonda, acercándose a darle un abrazo. “Si necesitas algo, sabes que estoy al lado.”

Cuidadosamente, Leah puso los pantalones deportivos en la caja y se dio vuelta para despedirse de Lafonda mientras cerraba la puerta. “¿Podrías… pasar por aquí mañana?” Preguntó Leah.

“Claro,” sonrió Lafonda, asomando la cabeza por la puerta. “Todavía necesito tu dirección. Planeo visitarte en St. Louis este verano.”

Leah sonrió mientras Lafonda cerraba la puerta. Todo quedó en silencio y ya no oyó a Lafonda regañar a Steve por el comentario que había hecho; sólo escuchó la risa y el parloteo de otras chicas en el piso. Leah se secó el sudor que salía por su frente mientras continuaba empacando. Se acercó a la repisa sobre su escritorio y tomó una liga para su cabello.

Sí que hace calor aquí, pensó. Se inclinó para estirar su mano hacia el aire acondicionado, que se encontraba bajo la ventana de doble cristal, para verificar que estaba encendido. Bueno, eso lo explica – el aire acondicionado no está encendido.

Abrió el panel de los controles y jugó con las perillas, pero nada funcionó. Frustrada, cerró de golpe el panel y abrió la ventana.

Leah continuó empacando y comenzó a tararear para pasar el rato. Pensó en encender la radio, pero recordó que ya la había guardado en alguna caja. Pensó también en encender el televisor, pero mejor lo desconectó. ¡Nada de distracciones!

Mientras trabajaba, Leah utilizaba la parte inferior de su camiseta y la orilla de su manga para secar el sudor que corría por su rostro. De vez en cuando, una o dos gotas caían sobre alguna caja. Después de tomar su camiseta nuevamente para llevarla a su frente, se dio cuenta de que estaba completamente empapada. “¡Uf!” Dijo ella. “¡Esto es repugnante!”

Molesta, se dirigió hacia la puerta y alcanzó a mirarse en el grande espejo de la puerta, que había sido una herramienta imprescindible para Amanda. Ella frunció el ceño mientras se observaba en el espejo. Su cabello café y recogido hacia atrás era un desastre, y tenía mechones que salían aleatoriamente. Su piel blanca, ahora cubierta con líneas de sudor, estaba llena de marcas rojas por frotarse para secarse.

Leah sacudió la cabeza y miró hacia abajo sintiéndose derrotada, pero de inmediato se dio cuenta de que su camisa, ya no era blanca y estaba cubierta de polvo, la mitad inferior estaba empapada y arruinada. “¡Uf!” Se quejó. “¡Me veo como la mierda!” Rápidamente apartó su mirada del espejo. “Debo verme como un vagabundo junto a Amanda. ¡Con razón no puedo conseguir pareja!”

Hizo una rápida evaluación de su lado de la habitación y decidió que todo estaba prácticamente empacado. Supongo que es tiempo de darme una ducha, pensó sarcásticamente.

Leah abrió la puerta del armario y sacó ropa y toallas limpias que había separado mientras empacaba. Al salir al pasillo, inmediatamente notó que las luces en el extremo de su piso estaban apagadas. Estaba increíblemente silencioso, ya que era casi el final del semestre y el último día antes de que se desocuparan los dormitorios. “Alguien en el piso debe estar jugando una broma,” murmuró.

Se dirigió a probar el interruptor de luz del pasillo en la pared de enfrente, pero no pasó nada. Rayos, pensó. El interruptor principal debe estar descompuesto o algo – y en nuestro último día aquí.

Prestando cuidadosa atención para no chocar con las mesas redondas en la sala común, lentamente se dirigió hacia el baño. “Bueno, al menos las luces del baño todavía funcionan.” Dijo en voz alta. Se quedó inmóvil tan pronto como entró al baño, ya que estaba igual de silencioso. “Esto es definitivamente extraño,” murmuró, sacudiendo la cabeza.

Leah colocó sus cosas en uno de los lavabos que estaban contra un enorme espejo en la pared. Ella miró hacia abajo para mojar el cepillo de dientes bajo el agua fría mientras la sombra de lo que parecía una persona entraba en el área de las duchas. Ella se sobresaltó. “¿Hola?” Preguntó.

Su estómago se hizo nudos mientras esperaba, y su mano tembló ligeramente cuando cerró el grifo. El silencio era ensordecedor, y ella se encogió al escuchar un crujido. “Relájate, Leah,” suspiró, recuperando la compostura. “Es probable que sean solo las tuberías de la ducha.”

Leah se inclinó de nuevo para enjuagarse la boca con agua, cuando un suave y agudo gemido retumbó desde las duchas. “¿Hola?” Ella gritó.

Instintivamente, se miró en el gran espejo y de inmediato se dio vuelta para escanear la habitación. El sonido continuó chillando como si fuera metal frotando contra metal. “¿Qué es eso?” Murmuró.

Leah miró detenidamente alrededor de la habitación buscando lo que pudiera haber hecho el ruido. Sin duda, la persona en la ducha debe haberlo escuchado, pensó. Respirando profundamente, sacudió la cabeza.

“Esas pesadillas me tienen paranoica. ¡Necesito controlarme!”

Se dio vuelta para empezar a cepillarse los dientes, pero otro sonido agudo atravesó el aire. “¡Leaah!” Una voz gritó.

Leah se congeló al instante. Escalofríos recorrieron su espalda. “Conozco esa voz,” tartamudeó, con sus manos temblando de miedo. “¡Es esa mujer de mis sueños!”

El pánico recorrió todo el cuerpo de Leah y su corazón latía fuertemente contra su pecho. Ella luchó para moverse. “¡Leaaah!” La voz metálica resonó de nuevo – esta vez más fuerte, haciendo eco y rebotando en las paredes.

Frenéticamente, los ojos de Leah buscaron alrededor de la habitación para encontrar la fuente del sonido. “Esto no puede ser real,” dijo con voz temblorosa. “Es – es solo un sueño.” Mientras Leah se daba vuelta, su mente se llenó con imágenes de la sombría figura que la acechaba en sus pesadillas. “¡Esto no puede ser!”

De repente, un fuerte estruendo provino de una de las duchas, seguido del sonido de rápidas pisadas. “Muévete Leah, muévete,” susurró Leah. Rápidamente escaneó la habitación y en una esquina, recargada contra una de las paredes, había una vieja escoba. Con la escoba en sus manos, Leah se dirigió hacia el lugar de donde escuchó el ruido para defenderse de lo que pensaba que era su misterioso atacante. Después de todas las noches llenas de terror, no quería seguir corriendo. No quería vivir con miedo. Quería enfrentarse a quien la estuviera persiguiendo.

“¡Aaaah!”

El sonido de dos gritos diferentes resonó en el pasillo y en el baño. “¡Dios mío, Leah!” Dijo Lafonda, saliendo de la ducha. “Me has asustado.”

Todavía un poco agitada, Leah se quedó allí con la escoba en la mano. Respiró profundamente un par de veces para tratar de aliviar la tensión que aún sentía en el pecho. ¿Qué pensará la gente? Pensó mientras sus mejillas y sus orejas se enrojecían. No podía sino imaginar lo que la gente decía de ella y de sus gritos en la mitad de la noche. “Lafonda, yo – yo…”

“Olvidé mi gel de baño,” sonrió Lafonda, pero rápidamente su mirada cambió a una de preocupación. “Espera – Leah, ¿estás bien?”

Leah intentó forzar una sonrisa. “Estoy bien,” dijo ella, intentando sonar convincente.

Lafonda aseguró la toalla envuelta a su alrededor y frunció el ceño mientras analizaba el rostro de Leah. “Pero no te ves bien,” dijo.

“Estoy bien,” dijo Leah nuevamente, ahora más convincente que antes. “De verdad. Solo estaba asustada por los ruidos.”

Dos chicas del mismo piso entraron al baño. Parecía como si no supieran lo que acababa de ocurrir, pero observaban sospechosamente.

“¿Asustada?” Pregunto Lafonda, susurrando. Rápidamente tomó la escoba de la mano de Leah y la puso de regreso en la esquina. “¿Y cuáles ruidos?”

“¿No escuchaste los ruidos?” Preguntó Leah. Una mirada de preocupación y cansancio se apoderó de su rostro. “Pero tú estabas… en la ducha, ¿cierto?”

“Sí,” dijo Lafonda, todavía confundida. “Pero yo no escuché ningún ruido.” Hizo una pausa. “Espera, golpeé la pared de la ducha con mi codo; y grité del dolor.”

“¡No, no fue eso!” Interrumpió Leah. “¿Y no llamaste mi nombre?”

“No,” dijo Lafonda, sacudiendo la cabeza. “No llamé tu nombre.”

“Me debí asustar porque las estúpidas luces del pasillo no están funcionando, y por el calor,” tartamudeó Leah.

“¿Qué quieres decir?” Preguntó Lafonda mientras se asomaba hacia el pasillo. “Las luces del pasillo están funcionando.” Hizo una pausa. “Sé que hay una tormenta–”

Se escuchó el sonido de alguien acercándose rápidamente desde el pasillo y las dos volvieron su atención hacia la entrada del baño. Una chica alta y delgada que vivía en su mismo piso se paró frente a ellas. Ella intentaba recuperar el aliento. “¡Lafonda!” Dijo. “Me pareció oír tu voz. Acabo de pasar por tu habitación y creo que tu teléfono estaba sonando.”

“¡Oh, rayos!” Dijo Lafonda, haciendo una pausa para asegurar su toalla de nuevo. “Esa debe ser mi abuela llamando por lo de mañana.” Ella comenzó a irse corriendo, pero se dio cuenta de que Leah la seguía. “Espera – ¿no vas a darte una ducha?”

“Oh,” dijo Leah, mientras se quedaba mirando las toallas en sus manos. “Supongo que también olvidé mi gel de baño.”

Lafonda sonrió y Leah siguió detrás de ella mientras Lafonda corría hacia su habitación. Las luces del pasillo estaban encendidas, como Lafonda había dicho y el aire estaba más fresco. Varias chicas del piso se rieron cuando Leah pasó junto a ellas. Con toda la locura en mi vida, no me sorprendería si estuvieran riéndose de mí. Y la muerte de Jamie no ha hecho las cosas más fáciles, pensó.

Estaba bastante segura de que todos sabían sobre sus pesadillas debido a sus frecuentes gritos a mitad de la noche, pero había empezado a sentirse orgullosa de sí misma. Era el final del año escolar, y aun así, se las había arreglado para terminar el semestre sin dejar la escuela, como su mamá y Amanda lo habían querido.

Leah respiró profundamente y relajó sus hombros. Estaba decidida a no dejar que nada se le interpusiera. Al día siguiente, estaría en su casa en St. Louis, y podría dejar toda la pesadilla atrás.

El estrecho pasillo desde el baño a su dormitorio se abría paso a la zona común donde las chicas del piso solían pasar el rato. En la mayoría de las noches, se podía encontrar gente jugando a las cartas o estudiando en las mesas redondas. “¡Oye, Leah!” Una de las chicas jugando cartas la llamó. “¿Cree que podremos dormir bien con esta tormenta?”

Otra chica en la mesa dejó escapar una risita ahogada. “Quiero decir sería bueno poder dormir toda la noche por una vez, sin tus gritos.” El sonido de risas pronto llenó el ambiente. “¡Tal vez deberías dormir con las luces encendidas!” La chica se echó a reír.

Leah podía sentir cómo sus mejillas se sonrojaban mientras la sangre corría hacia su cabeza. “¡Claro!” Respondió, con su voz temblando de ira.

Caminó rápidamente a su habitación; tratando de vencer las risas antes de que terminaran. Con fuerza, cerró la puerta detrás de ella y suspiró pesadamente mientras se recargaba en ella. “¿Podría acabar más rápido todo esto?” Gritó ella. Frustrada, arrojó su cepillo de dientes y sus toallas en el suelo. “¡Uf!”

En ese momento, una ráfaga de viento entró violentamente por la ventana abierta, tirando la lámpara de su escritorio en el suelo. La habitación de pronto se encontró en completa oscuridad. “¡Genial!” Dijo ella, en una rabieta.

Se agachó para recoger la lámpara, pero se sintió un poco incómoda mientras los rayos de la tormenta que se avecinaba creaban extrañas sombras en la habitación. Cuando el sonido del trueno llenó la habitación, ella tropezó para encontrar el enchufe para conectar el cable. Duh, pensó. Debería encender la lámpara de Amanda. Al estirar el brazo para prender la lámpara, se detuvo. Tenía la extraña sensación de que alguien estaba detrás de ella. No hay nadie detrás de mí, pensó, mientras extendía su brazo para encender la lámpara.

“¡Aaah!”

Hubo un estallido de luz en la habitación seguido de un fuerte crujido cuando la bombilla de la lámpara de Amanda se rompió en muchos pedazos que cayeron sobre la mesa y el piso. Sobresaltada, Leah dio un salto hacia atrás, retirando su mano. Al mismo tiempo, la puerta de su armario se cerró de golpe, lo que la hizo dejar escapar un grito ahogado. Rápidamente se dio vuelta, mientras el corazón le golpeaba contra su pecho.

Leah se quedó parada en la oscuridad, paralizada por el miedo. En la oscuridad, pudo ver que una extraña niebla había comenzado a llenar la habitación, y cuando cayó un rayo, no hubo trueno que le siguiera.

Leah se atrevió a dar un paso adelante. Sintió los cristales de la bombilla crujir bajo su zapato, pero no escuchó ningún sonido del crujido. Leah agitó su mano en el aire, y el aire parecía ondularse como el agua. Nerviosa, miró alrededor de la habitación. Se dio cuenta que la luz debajo de la puerta del pasillo se había ido, y ya no podía oír la risa. Los carteles de modelos masculinos en el lado de la habitación de Amanda, que en otro tiempo habían sido vibrantes con color, ahora parecían estar en blanco y negro. “¡Es como en mis sueños!” Ella tartamudeó, en pánico. “¡Todo está gris!”

De repente, hubo ruidos todo a su alrededor, y la piel se le puso de gallina en los brazos y las piernas. Ella respiró profundamente y, cuando exhaló, vio el aire tomar forma frente a ella. Su corazón ahora latía rápidamente. Leah salió disparada hacia la puerta. “¡Ayuda!” Gritó.

Espontáneamente, las puertas de los armarios de ambos lados de la habitación se abrieron de golpe, deteniéndola en seco. Varias pequeñas sombras se movían dentro y fuera de los armarios. Leah gritó aterrorizada porque las había visto antes, rodeándola y persiguiéndola en sus sueños.

Ella dio un par de pasos hacia atrás. Ahora, su espalda estaba contra el escritorio de Amanda. Frenéticamente, su mano buscó la mesa. Estaba desesperada por encontrar algo con qué protegerse, pero unas pequeñas punzadas de dolor agudo de repente se dispararon en su brazo. Leah miró hacia abajo y los fragmentos de vidrio de la bombilla habían cortado sus palmas y sus dedos. Entre el papel y el vidrio esparcido, pudo distinguir una pequeña figura en la oscuridad. Al instante, Leah reconoció el teléfono de Amanda. Se lanzó sobre él, causando una ola de ondas en el aire.

El teléfono, ahora más cerca, ya no estaba lavado en gris, y la luz de la pantalla LED iluminaba de color rojo manzana la oscuridad. Sin dudarlo, llamó al 911, pero no había tono de marcado, solo silencio.

De pronto, un grito agudo llenó el aire, y escalofríos recorrieron la espalda de Leah.

“¡Leeaah!”

2

PESADILLAS

Nathan dejó escapar un gran suspiro cuando despertó repentinamente de su sueño. Inmediatamente, se sentó en la cama. Su rostro y su pecho estaban empapados de sudor, y sentía un cosquilleo en las palmas de sus manos. Su corazón latía ferozmente contra su pecho, y le era difícil respirar.

Desesperado, miró alrededor de la habitación solo para ser sorprendido por la penetrante luz del sol que se escabullía a través de las cortinas de su ventana hacia su habitación. Somnoliento, se cubrió los ojos, mientras vagos recuerdos del sueño que lo había aterrorizado comenzaron a llegar a su mente. ¿Quién es ella? Se preguntó. ¿Y por qué sigo teniendo el mismo sueño una y otra vez?

Todas las noches, desde que había regresado a su casa de la escuela para pasar el verano, había soñado con ella. Los sueños se habían vuelto tan frecuentes que Nathan dejó de contar las veces que se despertó a mitad de la noche empapado en sudor. Durante horas, se quedaba despierto, tratando de recordar algún detalle sobre ella, para poder identificarla, intentando rastrear sus pasos.

Nathan tembló. Él siempre recordaba su cabello castaño despeinado, y la sangre que brillaba intensamente contra su piel blanca. “Todo parece tan real,” murmuró. También la recordaba agitando sus brazos, luchando desesperadamente contra un atacante invisible. “Esto no puede ser real,” razonó.

Al igual que casi todas las noches después de despertar en la oscuridad, se sentó en la cama recordando los rasguños y la sangre en ella, y tratando de recordar de quién se estaba defendiendo.

De pronto, Nathan tembló nuevamente. Él no quería aceptar lo que su mente había estado pensando durante semanas. “Los rasguños,” murmuró. “Había tantos, y aparecieron todos a la vez. Ella simplemente no podía seguir defendiéndose.” Negó lentamente con la cabeza. “Era como si ella estuviera abrumada, como si hubiera estado luchando contra más de una persona.”

Miró hacia abajo, y llamó su atención esa sensación de hormigueo en sus manos. La sensación de hormigueo era tan frecuente como lo eran sus sueños, y le parecía igual de molesto. El primer par de noches en casa, pensó que tal vez su mano se había adormecido, que solo había estado durmiendo en una posición inadecuada. No fue sino hasta que sintió el cosquilleo en ambas manos que se dio cuenta de que algo andaba mal.

La mayoría de las veces solo lo ignoraba, y por lo general el cosquilleo desaparecía antes de que terminara de cepillarse los dientes. Su única teoría era que después de tanto ejercitarse en el gimnasio levantando pesas, probablemente sería buena idea conseguir un par de guantes para proteger sus manos. Ahora que estaba de vuelta en casa, estaba aprovechando al máximo la sala de pesas en la Mansión Devaro. Él odiaba usar el gimnasio en la escuela, porque la sala de pesas siempre estaba llena de gente. A pesar de eso, se las había arreglado para mantener un horario de entrenamiento bastante consistente.

Desde que había regresado a su casa, había hecho un gran esfuerzo por descansar y por evitar a Lafonda Devaro tanto como le fuera posible. Se las había arreglado para evitarla en la escuela prácticamente todo el año, solamente la había visto durante los días festivos, cuando volvían a casa para las vacaciones. La mayor parte del tiempo le era fácil evitarla porque vivían en casas diferentes. Nathan vivía con su abuelo Rodion, en la mediana cabaña de dos habitaciones detrás de la casa principal y junto al jardín. Su abuelo era el cuidador de la finca Devaro, y cuidaba la propiedad.

No era que Lafonda no le cayera bien – en realidad habían sido muy cercanos mientras crecían, pero cuando entraron a la escuela secundaria, sus nuevos amigos con sus grandes casas, sus autos rápidos y su dinero complicaron un poco las cosas. Aunque en su mente el tema del dinero creaba una distancia entre Lafonda y él, sabía que siempre podría contar con ella si alguna vez la necesitaba.

La Mansión Devaro era el único hogar que él había conocido, y la familia Devaro era lo más parecido que él tenía a una familia. Sin ellos, serían solo él y su abuelo. Hasta donde sabía, su abuelo siempre había trabajado para ellos.

Todavía era media mañana cuando por fin decidió salir de la cama. Nathan sintió el cosquilleo en su mano cuando abrió las cortinas y la ventana. Respiró profundamente mientras el aire tibio recorría su pecho. Hoy me he despertado un poco más temprano que de costumbre, pensó con una sensación de logro. Rara vez se levantaba de la cama antes del mediodía.

Nathan se duchó y se puso unos pantaloncillos y su camiseta favorita de IUCF. La había comprado cuando llegó por primera vez al campus durante el otoño anterior, y era su favorita porque no tenía mangas. Odiaba usar prendas que fueran muy apretadas, especialmente en los brazos.

Se quedó mirando la camiseta descolorida en el espejo y pensó que era interesante que nunca antes había deseado llevar una camiseta de IUCF, a pesar de que el campus estaba a una corta distancia de la casa. Nathan creía que había terminado en IUCF por defecto, y nunca había pensado en ir a alguna otra universidad. Lafonda, por el contrario, había querido ir a IUCF desde la secundaria. Él creía que esto se debía principalmente a que su padre, Avery, y su abuela LaDonda eran ex alumnos de la escuela.

El estómago de Nathan gruñó cuando entró al pasillo. Al acercarse a la cocina, oyó a su abuelo murmurando algo en ruso por encima del sonido de las ollas y sartenes golpeándose. “¿Qué diablos estará buscando?” Murmuró Nathan. “Nunca utilizamos la cocina.”

Aparte de las bebidas y los aperitivos, ellos normalmente comían o cocinaban en la casa principal. Esto era principalmente porque ninguno de ellos sabía cocinar muy bien, y ambos detestaban lavar los platos. Nathan estaba convencido de que si no fuera por la abuela de Lafonda, todos se morirían de hambre. Lafonda tampoco era brillante en la cocina, y después de que su padre había aceptado un buen puesto en Inglaterra, sus padres rara vez estaban en casa.

Nathan entró en la cocina para encontrar a su abuelo de rodillas con la cabeza metida en uno de los armarios inferiores de la cocina.

“Entonces, ¿qué hay para desayunar, abuelo?” Preguntó en broma y medio sonriendo.

“¡Te daré tu abuelo!” Respondió Rodion desde adentro del armario.

“No huelo nada quemándose, por lo que, obviamente, no estás cocinando,” rió Nathan.

El traqueteo y golpeteo de metal se detuvo abruptamente. El abuelo de Nathan se levantó, revelando su delgado cuerpo con un todo de piel color verde aceituna. Su cabello era blanco, pero abundante, y su rostro estaba salpicado con signos de la edad. Aunque la piel de Nathan era de color tostado, su abuelo probablemente se había parecido mucho a él durante su juventud.

“Bueno,” dijo Rodion, después de respirar profundamente. “Mira quién decidió unirse a los vivos y comenzar el día antes de que los demás se fueran a dormir.”

Nathan sonrió y se apoyó de manera casual sobre la pequeña isla de madera en medio de la cocina. “Es verano, abuelo,” se quejó. “Además, el semestre pasado tuve clases durante todas las mañanas, y por eso, creo que necesito un muy bien merecido descanso.”

“Oh, estoy seguro de que estabas completamente ocupado con clases por la mañana por causas totalmente ajenas a ti,” Rodion rió. “Y estoy seguro que no tiene nada que ver con procrastinar, o jugar videojuegos, o quizá registrarte tarde en las clases, o con nada de lo anterior.”

Nathan suspiró con pesadumbre. “¿No puedo hacer nada sin que Lafonda esté al pendiente de mis asuntos?” Se quejó. “¿Qué más te reportó tu pequeña espía?”

Rodion frunció el ceño. “En primer lugar, no necesito un espía para saber lo que hace mi propio nieto; y en segundo lugar, creí que habíamos acordado que yo era muy joven y apuesto para ser llamado abuelo,” le replicó. “Sabes que prefiero que me llames Roy.”

Rodion había adoptado el apodo de Roy después de que Lafonda lo empezó a llamar así, varios años atrás.

“¡Abuelo!” Se quejó Nathan, con un brillo en sus ojos. “¿Acaso te mencionó que casi logro entrar al cuadro de honor el último semestre? Si no fuera por mi clase de español, habría conseguido puras calificaciones sobresalientes.”

“No, no lo mencionó,” sonrió Roy, regresando nuevamente a lo que estaba buscando. “Pero sí recuerdo que mencionó algo acerca de que ella logró entrar al cuadro de honor y que obtuvo puras calificaciones sobresalientes en ambos semestres.”

“¡Uf!” Se quejó Nathan. “En fin.” Su estómago seguía rugiendo mientras examinaba la nevera. “¿Hay algo de comer?”

“No lo sé, tendrás que buscarlo tú mismo,” dijo Roy mientras movía las ollas y sartenes. “¿Y cómo esperas que ella sepa todo eso cuando apenas le hablas?”

“En fin,” murmuró Nathan, continuando con su búsqueda.

El sonido del golpeteo de metal desde el gabinete nuevamente se detuvo. “¡Ajá!” Gritó Roy. “¡Lo encontré!”

De mala gana, Nathan cerró la puerta de la nevera y miró la pequeña botella de jugo de naranja que sostenía en su mano antes de abrirla. “¿Tenemos algo más?” Se quejó. “¿Algo como comida, quizá?”

Triunfante, Roy se paró frente a él con una sartén plateada de tamaño mediano en sus manos.

“¿Estuviste todo este tiempo buscando una sartén?”

“Sí. Me gusta pasar el tiempo buscando sartenes que no necesito,” dijo Roy sarcásticamente. Sonrió. “LaDonda está horneando un pastel de capas múltiples para la fiesta de cumpleaños de Lafonda mañana, y no tenía en la casa todas las sartenes que necesaba.”

“¡Es mañana!” Exclamó Nathan, casi derramando el jugo de naranja de su boca.

“Sí. Mañana en la noche, de hecho,” dijo Roy. “Y creo que no tienes un regalo de cumpleaños para ella.”

“Uh, sí,” tartamudeó Nathan sonrojándose. “Creo que se podría decir así.”

Roy sonrió, sacó una caja color café de debajo de la isla de la cocina, y comenzó a llenarla con varias sartenes para pasteles. “Me tomé la libertad de conseguir un obsequio de cumpleaños para que se lo des a Lafonda,” dijo, señalando hacia el pasillo. “Está en el armario del pasillo.”

La cara de Nathan continuó sonrojándose más cuando miró en todo de disculpa a su abuelo. “Gracias abuelo,” dijo. “Por ayudarme a no quedar tan mal.”

“No hay problema,” respondió Roy con una sonrisa. “Ahora, hazme un favor y ayúdame a llevar esto a la casa principal. ¿Crees que puedas tomar los obsequios del armario?”

“¡Claro que sí!” Dijo Nathan, dirigiéndose hacia el armario. “Entonces, ¿qué regalo le conseguiste?”

En el interior del armario del pasillo, junto a la puerta principal, había varios regalos en el estante superior. Destacaba uno en particular, con una gran cinta roja envuelta a su alrededor. La brillante caja roja era realmente pequeña en comparación a las otras, y el gran listón rojo la hacía parecer aún más pequeña. Basándose en su tamaño, Nathan supuso que probablemente era un anillo o un collar, o alguna joya pequeña.

Se dirigió hacia la cocina con los regalos, y los puso sobre la mesa. “¿Cuál es el que le daré yo?” Preguntó.

Roy levantó la mirada y siguió la mirada de Nathan hacia la pequeña caja roja. “Tú elige,” le dijo. Hizo una pausa y luego dijo en forma casual, “¿Por qué no le das ese?”

No muy convencido, Nathan acercó la mano, pero luego dudó. “¿Estás seguro?” Preguntó. “Parece caro. ¿Qué hay en la caja?”

“Es una sorpresa,” dijo Roy con entusiasmo. “Para los dos.”

“¿Una sorpresa para los dos?” Preguntó Nathan con incredulidad. “Dudo que a mí me emocione ver a Lafonda recibir otra joya,” dijo riendo. “Creo que su novio ya lo tiene cubierto.”

“Bueno, creo que ésta será especial,” dijo Roy con confianza. “Ahora, llevémosle estas cosas a LaDonda antes de que empiece a llamarme.”

Cargando los regalos, Nathan siguió a su abuelo a través del verde césped hacia la blanca mansión colonial adornada con columnas blancas. El calor del sol se sentía bien en la piel de Nathan, y de pronto él sintió ganas de ir a la piscina. Me pregunto por qué actúa tan misterioso acerca de lo que hay dentro de la caja roja, él reflexionó.

Su abuelo de repente tropezó frente a él, y Nathan pronto comenzó a preguntarse quién debería cargar la caja café. “¿Quizá yo debería cargar las sartenes?” Gritó.

“Estoy bien,” dijo Roy, mientras intentaba asegurar la caja en sus manos. “Sé que piensas que soy un viejo abuelo, pero puedo arreglármelas.” Él intentó mirar hacia atrás a Nathan. “Sin embargo,” añadió, señalando hacia el jardín con la mirada, “este año han crecido muchas malas hierbas en el jardín. ¿Crees que podrías ayudarme a limpiar el jardín antes de irte al campamento? ¿Sí recuerdas que te vas al campamento el viernes?”

Nathan suspiró. ¿Tan pronto? Había pensado que tendría más tiempo para relajarse antes de que lo enviaran al campamento para cuidar a unos adolescentes llorones.

A pesar de que había cumplido diecinueve años de edad hacía apenas un mes, Nathan difícilmente se consideraba en la misma categoría que los adolescentes más jóvenes que normalmente asistían al campamento. “¡Por supuesto!” Respondió rápidamente. Lo dijo con tal entusiasmo que casi se convenció a sí mismo. “Estoy casi listo para ir al campamento.”

“Buen intento,” se rió enérgicamente Roy. Señaló nuevamente. “Vamos por atrás. Dejé la puerta de la cocina abierta.”

Mientras se acercaban a la parte trasera de la casa, Nathan pudo oír voces y risas por la zona de la piscina. A primera vista, parecía ser Lafonda y su novio, Jim. Se dio cuenta de que las palmas de sus manos empezaron a cosquillear nuevamente mientras colocaba los regalos sobre la mesa de la cocina. “¿Dónde pongo esto?” Preguntó. “¿Los esconderemos hasta la fiesta?”

“Eh – no,” dijo Roy mientras descargaba la caja. “Avery y Amelia quieren hablar con Lafonda después de que abra su regalo.” Hizo una pausa para examinar uno de los sartenes más grandes antes de colocarlo en el mostrador. “Y debido a la diferencia de horario con Londres, Lafonda tendrá un almuerzo de celebración de pre-cumpleaños hoy.”

“Oh, está bien,” murmuró Nathan, mientras ocasionalmente miraba fuera de la ventana hacia la zona de la piscina. “Pero ahora muero de hambre.” Sin darse cuenta, masajeó las palmas de sus manos. La sensación de hormigueo empezaba a hacer que sus manos se sintieran entumecidas. “¿A qué hora empieza este almuerzo de cumpleaños?”

“Pronto,” dijo Roy mirando sospechosamente a Nathan mientras éste se frotaba las manos. “LaDonda fue a la ciudad a recoger el almuerzo del restaurante italiano de los Darding.”

Nathan frunció los labios. “Bueno, estoy seguro de que esa fue idea del novio de Lafonda,” murmuró.

“En realidad fue de sus padres,” respondió Roy con una sonrisa. “Sabes que siempre han querido mucho a Lafonda.”

“Sí, sí,” respondió Nathan, ligeramente irritado. “Y estoy seguro de que no pueden esperar a que se case con Jim.” Él continuó frotando sus manos. “Y no sé por qué los padres de Jim nombrarían el restaurante como su familia, ¡si ni siquiera son italianos!”

“Muy bien, ¿qué pasa con tus manos?” Preguntó Roy. “¿Necesitas algún ungüento o algo así?”

Nathan de repente pareció avergonzado y dejo caer sus manos a los costados. Roy lo miró como si acabara de atrapar a Nathan con las manos en la masa. “Creo que será mejor que te consigamos un ungüento,” agregó severamente.

La puerta del exterior hacia la cocina se abrió y Nathan y su abuelo se volvieron hacia el sonido. Lentamente, seguida de Jim y Lafonda, LaDonda entró a la casa con una bandeja de sándwiches en sus manos. Jim también llevaba una bandeja de comida. Lafonda aún llevaba su traje de baño y ocasionalmente utilizaba la toalla que Jim llevaba alrededor del cuello para secar el agua que caía de su cabello sobre su cuerpo.

“Puedes ponerla aquí,” dijo LaDonda, dirigiendo a Jim a colocar la bandeja junto a la suya. Ella sonrió. “Asegúrate de agradecerle nuevamente el almuerzo a tus padres de mi parte.”

“No hay problema, señora Devaro,” respondió Jim con entusiasmo. “¿Cree que será suficiente?”

“Será demasiado,” comentó Nathan. “Estoy seguro de que podríamos alimentar a un pequeño pueblo con las sobras.”

LaDonda frunció el ceño, y rápidamente Roy le dio una mirada de desaprobación. “Eh – Nathan,” tartamudeó Roy, “estabas muriendo de hambre hace apenas un segundo.”

“Bueno, agradezco la generosidad,” dijo Lafonda, rodeando la cintura de Jim con sus brazos. Ella le dio un abrazo seguido de un rápido beso en la mejilla. “Me alegro de que sus padres sean tan dadivosos y que le hayan enseñado tan bien a su hijo.”

Jim sonrió con una enorme sonrisa de aprobación, y Lafonda se volvió justo a tiempo para recibir una mirada de desaprobación de Nathan. Ella respondió con una sonrisa sarcástica.

“¡Oh!” Exclamó LaDonda. “Ya casi van a llamar tus padres. Pasemos a la sala de estar para que abras tus obsequios.”

“Está bien,” dijo Lafonda alegremente. “Déjame ir arriba rápido para cambiarme de ropa.”

“¿Crees que querrías ponerte una camisa?” Se burló Nathan mirando a Jim.

Jim entonces también lo miró y forzó una sonrisa. “No,” dijo él, pasando una mano por su desnudo abdomen y pecho. “Estoy bien así.”

Roy aclaró su garganta y luego negó con la cabeza. “Ten, Nathan,” dijo, entregándole a su nieto un plato con dos sándwiches. “Yo sé que no quieres desperdiciar comida.”

La amplia sala de estar delantera de la Mansión Devaro estaba amueblada con muebles de color blanco y beige. LaDonda había decorado la habitación con un estilo de Barrio Francés de la Nueva Orleans. Cada ventana en la habitación estaba decorada con cortinas de felpa de complejos patrones, y en cada esquina había una gran maceta con alguna gran planta. El contrastante piso de madera de nogal hacía que todos los muebles sobresalieran en forma acogedora. La luz del sol que entraba por los enormes ventanales llenaba toda la habitación y hacía brillar los marcos de plata y las varias antigüedades sobre la repisa de la chimenea.

LaDonda estaba parada en el centro de la habitación con su teléfono celular en la mano, mientras que de vez en cuando miraba a escondidas hacia afuera por la ventana. “Ustedes sigan adelante, abran los regalos,” dijo ella.

“¡Feliz cumpleaños, Lafonda!” Dijo Jim con entusiasmo, antes que los demás pudieran decir algo. Le entregó a Lafonda una caja rectangular delgada. “Toma. Abre el mío primero.”

“No necesito ser adivino para saber lo que es,” murmuró Nathan.

Tanto Roy como Lafonda se volvieron hacia él y fruncieron el ceño. Luego ella puso los ojos en blanco, y centró su atención de nuevo en Jim. “Es hermoso,” dijo al abrir la caja dorada.

“Vaya sorpresa,” murmuró Nathan. “Otro collar de oro; qué original.”

“¿Te gustan los dijes?” Preguntó Jim, refiriéndose a las letras J y D de oro que colgaban del collar.

Nathan se echó a reír y luego trató de reprimir su risa rápidamente. “Qué lindo detalle de Jim, el darte tan fina joya para llevar en el cuello, ¿no lo crees?” Le preguntó a Lafonda sarcásticamente. “Jim, hombre, realmente te superaste a ti mismo en esta ocasión.” Él sonrió de nuevo. “¡Estoy seguro de que Lafonda lo llevará puesto todos los días!”

Lafonda frunció el ceño y los labios mientras Jim se acercaba a ella. “Toma, nena,” dijo alegremente, ignorando a Nathan. “Pruébatelo.”

Los hombros de Lafonda parecieron encogerse ligeramente ante el sonido de la palabra nena. “Gracias nuevamente,” dijo ella, mientras gentilmente tocaba las letras de oro que ahora yacían contra su pecho. “Es maravilloso.”

A continuación, abrió varios regalos de Roy. “Espero que las camisetas de IUCF te queden bien,” sonrió.

Ella le sonrió. “Estoy segura que sí,” dijo, haciendo una pausa. “Pero, ¿por qué las gafas de sol?”

Roy sonrió de nuevo. “Estoy seguro de que eventualmente te serán útiles,” dijo él. “Tal vez para cuando estés en la piscina. Ya lo sabrás tú.”

Ella lo miró sospechosamente y luego se encogió de hombros. “Está bien,” dijo con una sonrisa, dándole un gran abrazo. “Entonces son todos perfectos.”

De mala gana, Nathan se dirigió hacia la mesa. “Creo que sigo yo,” murmuró. El único regalo que quedaba sobre la mesa era la pequeña caja roja con el enorme listón rojo. Podía sentir la mirada de Jim sobre él mientras tomaba la caja. Nathan aclaró su garganta y le devolvió la mirada, y Jim lentamente dio un paso hacia atrás. “¡Feliz cumpleaños!” Dijo Nathan, entregándole la caja a Lafonda.

Lafonda sonrió. “Gracias, Nathan.”

“Pero espera,” dijo Nathan, confundido. “No sabes lo que hay dentro aún.”

“¡Sea lo que sea, estoy segura de que es genial!” Dijo ella, mirando a Roy.

Cuidadosamente desenlazó la cinta roja y colocó la pequeña tapa roja sobre la mesa. La boca de Lafonda lentamente se abrió y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras susurraba. “Creí que lo había perdido para siempre.”

Jim se asomó sobre su hombro, y Nathan cuidadosamente se acercó para ver qué había en la caja. Lafonda sonrió mientras intentaba reprimir sus lágrimas. “Y es tan hermoso como el día en que lo perdí,” dijo. “Hace tantos años.” Se dio la vuelta para mirar a Nathan y luego a Roy. “¿Dónde lo encontraste?”

“Lo encontré hace casi un mes mientras arreglaba los rosales detrás de la casa principal,” dijo Roy, colocando rápidamente un brazo sobre Nathan antes de que pudiera hablar. “Ya sabes, donde ustedes jugaban cuando eran pequeños.” Le dio un leve codazo a Nathan. “Nathan pensó que sería bueno limpiarlo y dártelo como sorpresa para tu cumpleaños.”

“Eh – sí – ¡claro!” Tartamudeó Nathan rápidamente.

“Muy bien, ¿y qué es?” Interrumpió Jim, sonando molesto.

Lafonda lo miró molesta antes de sacar cuidadosamente el pequeño objeto de oro de la caja. “Es el medallón que mi abuelo me dio antes de morir,” dijo en voz baja. “Tenía solo siete años de edad cuando me lo dio.” Ella hizo una pausa y sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. “Lo perdí poco después y supongo que, en realidad, nunca dejé de buscarlo.”

LaDonda sonrió. “Sí, recuerdo el día en que te lo dio,” dijo ella, alejándose de la ventana. “Jackson realmente quería que tú tuvieras ese medallón.” Ella hizo una pausa para mirar por la ventana de nuevo. “Sabes, originalmente le perteneció a la madre de Nathan.”

“¿A mi madre?” Preguntó Nathan, en una voz aguda.

“Sí, Nathan,” dijo LaDonda mientras miraba a Roy. Aclaró su garganta. “Grace se lo dio al abuelo de Lafonda poco después de que tú nacieras.” Hizo una pausa de nuevo y luego miró atrás, hacia la ventana, con entusiasmo. “¡Muy bien, todo el mundo, continuemos con esta fiesta afuera!”

“¿Eh?” Murmuró Lafonda. Ella parecía confundida. “¿Cómo?”

“Vamos,” dijo LaDonda, mientras dirigía a todos hacia la puerta principal. “Pero espérame, cariño.” Tomó a Lafonda de la mano y levantó su teléfono celular. “Quiero que salgas conmigo, pero pongamos a tus padres en la línea primero.”

El sol del mediodía estaba alto en el cielo de verano, y reflejaba un resplandor rojo en los ojos de Nathan. Le tomó un segundo darse cuenta de que no era el sol lo que causaba el resplandor rojo, sino el brillante color rojo del nuevo Ferrari estacionado en la entrada.

“¡Oh, Dios mío!” Gritó Lafonda.

“¡Feliz cumpleaños!” Dijo LaDonda sonriendo, tomando el teléfono de Lafonda mientras ésta corría hacia el carro.

“¡Es mi auto!” Gritó Lafonda. “¡Incluso tiene los asientos del color que yo quería!” Ella se volvió para mirar a su abuela. “¡No lo puedo creer!”

“Es de parte mía y de tus padres,” explicó LaDonda, antes de hablar por teléfono.

Jim de repente parecía animado, y tenía una gran sonrisa en su rostro. “Es el nuevo Ferrari Spider,” dijo, con entusiasmo en su voz. “Tiene más de 500 caballos de fuerza.”

“¡Gracias, gracias abuela!” Repitió Lafonda, dándole un fuerte abrazo y luego tomando el teléfono para hablar con sus padres.

“Eh,” tartamudeó Nathan. Se inclinó hacia su abuelo y luego señaló a Jim. “¿Él estaba en esto?”

Roy hizo una pausa para respirar profundamente y luego suspiró feliz. “Bueno, eso es lo que pasa cuando duermes y todo el mundo está despierto, hijo,” se rio. “Te pierdes de algunas cosas.”

“Está bien, papá,” dijo Lafonda hablando por teléfono. “Conduciré con cuidado y usaré el cinturón de seguridad.” Ella sonrió. “Yo también te quiero. ¡Y dile a mamá que me encanta el regalo, y que los echo mucho de menos! Sí, los llamaré de nuevo después de probarlo.”

Lafonda le devolvió el teléfono a su abuela y chillo. “¡Estoy tan emocionada!” Gritó ella, abriendo la puerta del convertible y deslizándose en el interior.

Sin dudarlo, Jim ansiosamente saltó al asiento del copiloto. “¿Estás lista para llevar a este bebé a dar una vuelta?” Preguntó.

Lafonda sonrió mientras giraba la llave. Se volvió para mirar a Nathan. “¡Oye!” Dijo. “¿Quieres dar una vuelta cuando volvamos?”

Jim frunció el ceño. Pareció sorprendido por la oferta de Lafonda. Pasó un breve momento, y luego Nathan negó con la cabeza. “No, está bien,” dijo. “Podemos ir a dar una vuelta mañana.”

“Oh – está bien,” respondió ella lentamente.

“¡Vamos, nena!” Gritó Jim sobre el rugido del motor.

Ella sonrió de nuevo y luego puso el auto en marcha. Jim impacientemente comenzó a golpear los dedos sobre el tablero. “¿Estás segura de que sabes cómo conducir esta cosa?” Preguntó.

“Sí, y sólo necesito algo,” dijo mientras se ponía sus nuevas gafas de sol que llevaba colgando en el cuello de su blusa. Agitó su mano en dirección a Roy mientras el auto rojo aceleraba por la entrada de autos en forma de U. “¡Gracias Roy!”

Nathan pasó el resto de la tarde ayudando a su abuelo a preparar el estudio para la fiesta de cumpleaños de Lafonda. Él pensaba que el estudio estaba bastante bien, los Devaro a menudo lo utilizaban como una habitación familiar que también albergaba una pequeña biblioteca en su mezzanine. Nathan solía mirar por la ventana del mezzanine, especialmente después de la primera nevada, mientras disfrutaba de los sonidos que hacía el fuego en la chimenea.

LaDonda estaba ocupada en la cocina preparando el pastel de cumpleaños, pero apareció varias veces para asegurarse de que el estudio estuviera decorado a la perfección: sin demasiados globos, pero bastante festivo y con color.

Por la noche, Lafonda fue a casa de Jim para mostrarle su nuevo auto a los padres de Jim y a algunos de sus amigos. Nathan se escondió en la pequeña cabaña, esperando que su abuelo no lo obligara a acompañarla. Él no se sentía cómodo con los Darding, y no quería tratar de encajar con ellos, sobre todo porque la mayoría de sus conversaciones, de una u otra forma, estaban relacionadas con autos, botes, vacaciones y dinero.

Se quedó en su cama en silencio, permitiendo que su mirada flotara sin rumbo pot la habitación. Inmediatamente, notó en su almohada una botella de Ungüento de Lana para el tratamiento de hongos y otras enfermedades causadas por los eucariotas. Obviamente Roy lo había puesto ahí para que lo utilizara para resolver el cosquilleo en sus manos. Nathan suspiró. Pensó en sacar su maleta para empezar a empacar para su campamento, pero su mente seguía vagando por otros lugares. Miró los dos portarretratos con fotografías de sus padres en la esquina de su escritorio. Uno de los portarretratos, el que parecía antiguo y tallado en madera, era una foto de su boda. La imagen y el marco eran de su madre, por lo que solía llevarla con él a la escuela y durante viajes largos.

¿Por qué le dio el medallón a Jackson? Pensó, dejando escapar un bostezo reprimido.

Luego miró la otra fotografía, de una hermosa mujer embarazada. Había estudiado su foto muchas veces antes, prestando atención a cada línea y cada detalle. La sonrisa de la mujer en la fotografía brillaba y estaba llena de esperanza, pero había una tristeza en sus ojos. Su cabello oscuro era largo y abundante, y cuando era pequeño, solía decirle a la gente que él era hijo de Pocahontas.

¿Acaso ella estaba triste porque había perdido al amor de su vida en un accidente de auto algunos meses atrás? Reflexionó. Frecuentemente estudiaba el rostro de su padre en la foto de la boda y se preguntaba cómo era él. ¿Acaso él sabía que ella no sobreviviría al embarazo?

Cuando era más joven, solía hacerle a Roy muchas preguntas acerca de su padre y de su madre. Pero, años atrás había dejado de preguntarle porque podía ver que para Roy era doloroso revivir los recuerdos de su único hijo y de la hermosa esposa de su único hijo. Nathan dejó escapar un enorme bostezo mientras apagaba la luz. Sus ojos se pusieron pesados y su mente dejó de reflexionar. Pronto, sus ojos cedieron a la oscuridad, y Nathan se quedó dormido.

3

LA FIESTA

Nathan se sentó en silencio en el borde de su cama, observando el saco deportivo negro en su armario. Roy se había tomado la libertad de llevarlo a la tintorería para que él pudiera usarlo en la fiesta de cumpleaños de Lafonda. Nathan había temido ese momento durante todo el día, y lamentaba haberse ido a dormir tan temprano la noche anterior. Había despertado mucho antes de lo habitual, y en lugar de pasar un rato en la Mansión Devaro y arriesgarse a tener que continuar ayudando con los preparativos para la fiesta, mejor decidió quitar la mala hierba del jardín.

Nathan sabía que si Roy no estuviera tan ansioso de sacar esa tarea de su lista de cosas para hacer, lo habrían enlistado para la Operación Fiesta inmediatamente. Pero Nathan quería evitar a toda costa esas miradas de “¿Por qué no estás emocionado por la fiesta?” de Roy y de LaDonda. Basado en experiencias pasadas, Nathan sabía que todo el día sería una loca carrera de cocinar, hornear, decorar y discutir los preparativos para la noche. Todo eso le molestaría tanto como la constante entrega de flores que Lafonda recibiría de sus admiradores y de Jim, su novio.

Si tan solo pudiera escapar de mi compromiso de asistir a la fiesta de esta noche, pensó. Notó el bronceado en sus brazos por estar afuera bajo el sol. “Tal vez podría tener un repentino dolor de estómago, o tener un golpe de fatiga por el calor por trabajar bajo el sol todo el día.” Él resopló. “O tal vez simplemente puedo decir que necesito dormir.”

De repente, Nathan recordó que no había podido dormir la noche anterior, al igual que todas las otras noches, y su corazón había estado acelerado y su cuerpo cubierto en sudor. Sus sábanas estaban siempre mojadas, y las cambiaba tan frecuentemente que estaba seguro de que Roy probablemente pensaba que estaba mojando la cama.

“Esa sería una conversación interesante,” se río consigo mismo.

Desde su ventana, Nathan escuchó el ruido de los autos llegando a la entrada y sus puertas abriéndose y cerrándose. Creo que será mejor que me prepare, pensó, antes de que –

Alguien llamó a la puerta de su habitación. “Nathan,” dijo Roy. “¿Estás listo?”

“Demasiado tarde,” dijo Nathan tranquilamente.

Hubo un golpe en la puerta de nuevo. “Los invitados han comenzado a llegar,” dijo Roy. “Y estoy seguro de que Lafonda espera que vayas a la fiesta.”

Rápidamente, Nathan se puso de pie y se puso su camisa blanca y pantalón negro. “¡Nathan!” Roy dijo nuevamente, esta vez girando la perilla impacientemente. “¿Qué estás haciendo ahí dentro?”

“¡Está bien, está bien!” Gimió Nathan, apenas abriendo un poco la puerta. “Me estaba preparando.”

Roy estaba en la puerta con una mirada de perplejo en su rostro. “Nunca había sabido que te tomara tanto tiempo estar listo,” dijo. “Dijiste que te ducharías y que estarías en la casa principal hace horas.”

“Oh-oh,” tartamudeó Nathan, mientras miraba alrededor de la habitación. “Pensé que tenía tiempo para empacar un poco para el campamento.”

“Nathan,” dijo Roy mientras observaba la maleta casi vacía, “yo sé que a veces puede ser difícil encajar.”

“Uf,” suspiró Nathan. “Aquí vamos.”

“Y sé que algunos de los amigos de Lafonda a veces pueden parecer un poco esnobs,” continuó Roy, “pero no debes permitir que eso te impida ir a la fiesta de cumpleaños de Lafonda.”

Nathan estaba frente a su abuelo con una expresión de aburrimiento en su rostro, por lo que Roy decidió simplemente guardarse el discurso. Miró a su nieto y luego sonrió. “Te ves muy bien,” dijo mientras arreglaba el cuello del saco de Nathan. “Pero no tan bien como tu abuelo.”

Nathan frunció el ceño. “¡Si tú lo dices, abuelo!” Dijo bromeando.

Roy sonrió y luego puso sus manos sobre los hombros de Nathan. “Sólo quiero que pases un buen rato y que te diviertas un poco. ¿De acuerdo?”

Nathan Sonrió. “Está bien.”

La entrada de autos a la Mansión Devaro en forma de U estaba llena de autos; si no hubiera sido por el Ferrari rojo de Lafonda, fácilmente se podría haber confundido el lugar con un lote de autos BMW. El año anterior, Jim Darding había comprado un nuevo BMW plateado, lo cual en la mente de Nathan explicaba la popularidad de ese modelo y color de auto entre los autos de la entrada.

Jim era muy popular en la ciudad, sobre todo por el dinero de su padre; su buena apariencia era solo un extra. Jim padre y su esposa, Marie Frannie, eran propietarios de varios restaurantes en la ciudad y el campus. También, estaban en el negocio de bienes raíces, y habían vendido la mayoría de las casas a los padres de las personas que estaban en la fiesta, y alquilaban a sus hijos la mayoría de apartamentos en el campus.

“Ahora que Lafonda está saliendo con Jim, el próximo año la entrada de autos estará llena de Ferraris rojos,” Nathan se río.

El estudio, que era comúnmente utilizado por los Devaro como una habitación familiar, estaba ahora más decorado que cuando Nathan lo vio por última vez. Había flores en cada esquina, en cada mesa, y sobre todas las superficies planas en las que se pudiera poner un jarrón. En años anteriores, Lafonda había recibido flores para su cumpleaños, pero ahora eran más de lo habitual. Además, salpicados por toda la habitación, había globos de diversos tamaños en una variedad de colores. La barandilla de la escalera que conducía a la biblioteca estaba envuelta en cinta púrpura. Al lado de la escalera, había una larga mesa cubierta con un mantel rojo. En un extremo de la mesa estaban los regalos en cajas de diferentes tamaños, y en el otro había un enorme pastel de varias capas con glaseado púrpura, rojo y blanco.

A LaDonda realmente le gustan mucho los colores, pensó Nathan.

Se acomodó su saco y nerviosamente pasó sus dedos por su cabello mientras caminaba junto a un grupo de mujeres jóvenes que reían y conversaban. Una de ellas, una joven de cabello rubio y ojos color verde esmeralda, le sonrió mientras pasaba junto a ella.

Necesito encontrar un espejo, pensó. Se había vestido con tanta prisa, tratando de convencer a Roy de que ya estaba listo para la fiesta, que se había olvidado de peinarse. Espero verme bien. Roy dijo que me veía bien. Eh… pensándolo bien, creo que será mejor que encuentre un espejo. Nathan se dio vuelta y se dirigió hacia el tocador, pero chocó con un tipo alto que llevaba dos bebidas. “Lo siento,” dijo Nathan. Miró hacia abajo para ver si había ensuciado su camisa blanca. “¿Quiénes son todas estas personas?” Murmuró en voz baja. “¿Están todos aquí por Lafonda?”

Nathan miró al otro lado de la habitación. El lugar estaba lleno de rostros que no había visto antes, y no había ningún rostro que reconociera de los amigos del pasado. Probablemente son amigos de Jim, pensó. Los cuales son ahora los nuevos amigos de Lafonda. Continuó mirando alrededor de la habitación llena de gente. Todos podrían ser amigos nuevos que Lafonda hizo en este año escolar – y no reconozco a ninguno porque prácticamente evité a Lafonda todo el año pasado.

De repente, Nathan se sintió fuera de lugar porque no tenía a nadie con quien hablar. Decidió no mirarse en el espejo, después de ver la larga fila que había fuera del tocador, y, en lugar de caminar hacia el otro lado de la habitación, decidió ir por una bebida. La joven de cabello rubio y ojos verdes estaba parada con una bebida en su mano junto a la mesa de bebidas. Sus ojos estaban fijos en él, y si no fuera por los tres chicos tratando de conversar con ella, él habría jurado que ella lo estaba esperando.

Lo tomó un poco por sorpresa las opciones de bebidas que había sobre la mesa. Después de un año de haber estado expuesto a las fiestas en el campus, Nathan esperaba encontrar cerveza o algún tipo de bebida alcohólica en la mesa. “No sé por qué me sorprende encontrar ponche de frutas,” se rió. “LaDonda probablemente seguirá considerándonos niños incluso cuando tengamos treinta años de edad.”

Nathan estaba junto a la mesa sosteniendo su vaso de ponche de frutas. Observaba la habitación en busca de algún rostro conocido, pero de vez en cuando se encontraba con la joven rubia mirándolo. ¿Cuál es su problema? Pensó. Obviamente ella es hermosa, y por toda la atención que está recibiendo, dudo que necesite un tipo más que la adule.

“¡Nathan! ¡Por aquí!” Le llamó alguien entre la música y la charla. Al otro lado de la habitación, alcanzó a ver a una mujer baja y mayor con cabello grande agitando su brazo en el aire. Estaba parada junto a un joven de aspecto más joven.

De mala gana, se dirigió hacia ella. “Está bien, LaDonda, ya puedes dejar de agitar el brazo,” murmuró. “Puedo verte.”

“¡Nathan!” Gritó de nuevo.

“Uf. ¿Por qué me llama de nuevo?” Protestó. “¿Acaso no ve que estoy caminando hacia ella?” Cuidadosamente, él levantó la mano para saludarla de vuelta. “Esto es tan vergonzoso,” murmuró. Exploró automáticamente la habitación para ver si alguien más estaba presenciando la incómoda escena. “Tal vez si le devuelvo el saludo se detendrá.”

“Ven Nathan, ven,” dijo con entusiasmo, haciéndole señas con la mano. “Quiero presentarte a alguien. Te presento a Jonathan Gregory Black.”

Ella sonrió. “Recuerdas a la familia Black, ¿no es así, Nathan?” Preguntó. “El Dr. Gregory Black, padre de Jonathan, y su esposa Patricia, fueron a nuestra iglesia durante años, antes de trasladarse al extranjero para ser pioneros de una iglesia en la India.” Con entusiasmo, se volvió para mirar a Jonathan. “¿Qué edad tenías cuando tu familia se trasladó?”

Jonathan era alto y delgado, y llevaba gafas de montura cuadrada que ocasionalmente se deslizaban hacia la punta de su nariz afilada. Su cabello oscuro contrastaba con su piel blanca. Nathan notó los afilados pómulos de Jonathan y sus penetrantes ojos azules que sobresalían detrás de sus gafas. “Creo que yo tenía siete años,” dijo con un ligero acento británico. “También creo que Nathan, Lafonda y yo solíamos asistir juntos a la escuela dominical.”

LaDonda volvió su mirada a Nathan y lo miró fijamente, como si estuviera esperando una respuesta.

“No me acuerdo,” Nathan se encogió de hombros. La sonrisa de LaDonda se amargó después de escuchar su respuesta.

“Lo siento. Es solo que no recuerdo.” Nathan suspiró. Casi no recordaba nada de cuando tenía siete años.

“Bueno,” continuó LaDonda. “Estoy muy contenta por tenerlos de vuelta en la ciudad con nosotros.” Ella tenía una mirada desconcertada en su rostro, pero al final sonó emocionada de nuevo. “¡Estaba tan emocionada cuando tus padres me llamaron para confirmar que este año nos estarías ayudando con el campamento!” Ella dijo sonriendo. “Sé que puede ser no tan interesante o prestigioso como pasar el verano con tu padre y con mi hijo, Avery, en el Museo Británico de Londres, pero estoy tan agradecida de que hayas decidido unírtenos.”

“Oh, no, ¡yo estoy emocionado también!” Gritó Jonathan, haciendo una pausa para acomodar sus gafas que estaban en su nariz. “Hacía nos que no estaba en los Estados Unidos, y estoy muy interesado en aprender más acerca de los lugares de interés histórico.”

“¿Los lugares de interés histórico?” Gimió Nathan. Tenía una mirada desconcertada en su rostro. “¿Aquí?” Resopló. Yo no consideraría ningún lugar de esta ciudad de gran importancia histórica, pensó. ¿Y por qué rayos alguien dejaría pasar un verano en Londres para venir aquí a cuidar a un grupo de adolescentes llorones?

“Sí,” respondió Jonathan con entusiasmo. “No puedo esperar a ver de nuevo los acantilados con vistas al Lago Charleston. Fueron utilizados alguna vez por la tribu de Cahokia del Norte para rituales y ceremonias.” Él sonrió. “Cuando era pequeño, solía ir ahí con mi padre a sus excavaciones en la zona. Mañana tengo la intención de reunirme con el director de Estudios Arqueológicos de la Universidad, la Dra. Janet Helmsley. Ella está coordinando un nuevo sitio de excavación y la excavación es en una de las cuevas de Cahokia, detrás de los acantilados.”

“Jonathan está siguiendo los pasos de su padre, estudiando arqueología y teología en la Universidad de Oxford,” dijo LaDonda con orgullo.

Nathan rápidamente puso sus ojos en blanco. “Bueno, buena suerte,” dijo.

LaDonda le frunció el ceño a Nathan y luego le sonrió a Jonathan. “¿Necesitarás un auto para moverte mientras estés aquí?”

“Oh,” respondió Jonathan. “Mi papá arregló todo para que me quede con los Darding mientras esté aquí, hasta el viernes cuando empiece el campamento.” Hizo una pausa para volver a acomodar sus gafas de montura cuadrada. “Ellos tuvieron la amabilidad de permitirme usar uno de sus autos,” dijo sonriente. “Es un buen auto, también. Yo creo que es un BMW gris o plateado. ¡Me gusta mucho!”

“A ti y a todos los demás,” murmuró Nathan en voz baja.

LaDonda suspiró mientras mantenía un ojo vigilante en la fiesta. “Le dije a Gregory que podrías quedarte aquí con nosotros,” dijo, “pero tu padre insistió en que Jim Darding no lo aceptaría.”

Jonathan sonrió y luego se echó a reír. “Sí, el señor Darding fue muy firme en cuanto a mi estancia con ellos,” dijo. “Mi padre y el señor Darding son buenos amigos. El señor Darding vino a visitarnos en Londres cuando papá fue nombrado fideicomisario del Museo Británico.”

“Está bien,” dijo LaDonda, con una sonrisa. “Bueno, la próxima vez, tendrás que quedarte con nosotros.”

“Bueno, se terminó mi ponche,” dijo Nathan con impaciencia. “Y le prometí a la cumpleañera que me encontraría con ella tan pronto como llegara.” Él sonrió débilmente y comenzó a alejarse lentamente. “Fue un placer conocerte, o volver a verte, John, y supongo que te veré el viernes en el campamento.”

“Igualmente,” dijo Jonathan, reacomodando sus gafas de nuevo. “Oh, y mi nombre es Jonathan.”

“Cierto – Jonathan,” respondió Nathan, tratando de alejarse antes de que LaDonda le pidiera que se quedara. Respiró profundo y suspiró con pesadumbre. “Cielos,” gimió, cuando estaba fuera de alcance de que lo escucharan. “¡Eso tomó una eternidad!”

Nathan se dirigió hacia la mesa donde estaba el ponche de frutas y cuidadosamente maniobró a través de los grupos de personas. La hermosa joven de ojos verdes brillantes y su séquito ya no estaban ahí. Me pregunto dónde estará Lafonda. Pensó. Será mejor que la encuentre rápidamente y la salude, o nunca me lo perdonará.

Echó un vistazo a la habitación. Ojalá no espere que baile con ella como el año pasado, pensó, recordando la tortura de tener que bailar con Lafonda delante de la gente. Prefiero dar sangre que hacer eso de nuevo.

Finalmente, Nathan decidió quedarse seguro, junto a la mesa, en lugar de andar sin rumbo buscándola a través de la multitud. No quería correr el riesgo de hacer el ridículo. Se dio cuenta de que la mayoría de las personas en la fiesta parecían ser estudiantes universitarios, y que la mayoría de las personas mayores estaban reunidas en pequeños grupos cerca de la entrada al estudio, o afuera de la fiesta. Él alcanzó a ver a Roy y a LaDonda cerca de la mesa con los regalos y el pastel. Ella todavía estaba conversando con Jonathan.

Con cuidado, él siguió mirando por la habitación, deteniéndose aquí y allá para ver si reconocía a alguien en la fiesta. Se detuvo de nuevo cuando vio a la rubia de ojos verdes. Ella estaba parada en el centro de la habitación, pero sin su séquito de admiradores. Las lentejuelas en su vestido negro sin tirantes brillaban a la luz cuando ella, de vez en cuando, se movía de lado a lado. Estaba conversando con una mujer joven vestida de blanco, con un mini-vestido ajustado que sobresalía ligeramente desde su cintura. La ligera tela yacía suavemente sobre su piel oscura y luminosa, y su largo cabello negro que caía sobre sus hombros era rizado y sedoso. Nathan pensó que ella era tan hermosa como la rubia.

Se quedó sin aliento. “¡Lafonda!” Gritó. Fue tan fuerte que varias personas se dieron vuelta. “¿Esa es Lafonda?”

Nathan parpadeó y miró de nuevo fijamente a la mujer del vestido blanco, esta vez estaba esperando ver algo diferente. Después de parpadear y de ajustar sus ojos varias veces, finalmente sacudió su cabeza con incredulidad.

Supongo que todo el mundo merece lucir bien en su cumpleaños, pensó, reflexionando sobre lo que le pareció una transformación de la noche a la mañana.

Por un segundo, Lafonda giró en la dirección de Nathan. Cuando sus ojos se encontraron, ella sonrió enormemente. “Se acabó: me descubrió,” dijo. “Supongo que será mejor que vaya hacia allá.”

De mala gana, Nathan caminó entre la multitud hacia el centro de la habitación. Se había acercado a Lafonda y a la rubia por un costado, y por el momento había pasado desapercibido mientras permanecía junto a ellas.

“Así que, Amanda,” dijo Lafonda con simpatía, mientras sacudía su cabello largo y negro a un costado. “¿Has sabido algo de Leah? Tú sabes – desde el accidente.”

“¿Así lo llama ahora la gente?” Se burló Amanda, mientras pasaba sus dedos por su lacio cabello rubio. “Todo lo que sé es que Steve y yo habíamos regresado a la habitación para tomar mi teléfono celular, y ahí estaba Leah en el centro de la habitación, cubierta de sangre, ¡y amenazando con golpear a la gente con mi lámpara!”

“¿Así que no has ido a visitarla al hospital ni has intentado llamarla?” Preguntó Lafonda, sonando decepcionada. “Amanda, ella era tu compañera de habitación.”

Amanda resopló. “Después de lo que vi ese día,” dijo, “estoy aterrorizada de ella.” Sus brillantes ojos verdes parecían parpadear con fuego en su interior. “Quiero decir, incluso Steve tenía miedo de entrar a la habitación, ¡y él es fuerte por ser un jugador de fútbol! Te lo digo, Lafonda, era como una mujer salvaje – ¡era como la madre de Tarzán, vuelta loca!” Ella se encogió de hombros. “Supongo que un par de chicas estaba jugando a las cartas afuera de la habitación y la escucharon gritando. Creo que intentaron ayudarla.”

“Sí,” dijo Lafonda. “Yo estaba en mi habitación cuando escuché los gritos y el alboroto en el pasillo.”

Amanda puso los ojos en blanco. “Ella hablaba y hablaba de monstruos y de que algo la había atacado.”

“¡Sí!” Coincidió Lafonda. “Y nosotros estábamos tratando de ayudarla, pero ella estaba tan frenética, tan aterrorizada. No dejaba que nadie se le acercara.”

“Supongo que era solo cuestión de tiempo antes de que Leah perdiera la razón,” Amanda dijo encogiéndose de hombros.

“¿Qué quieres decir?” Preguntó Lafonda, pareciendo confundida.

Amanda frunció el ceño y sus ojos verdes parecían sorprendidos con incredulidad. “Todo el mundo se dio cuenta de lo extraño que ella estaba actuando después de que su compañera de habitación Jamie murió durante el primer semestre, Lafonda,” se burló Amanda. “Y no hace falta ser un genio para saber que, con todo ese griterío por las noches, estaba teniendo pesadillas.” Ella se inclinó hacia adelante. “Pero honestamente, ¿podrías culpar a su madre?”

“¡Amanda, no creo que Leah esté loca!” Lafonda estalló con incredulidad. “Solo desearía que la hubiéramos ayudado.”

“Bueno, las únicas personas que podían ayudarla eran los guardias de seguridad del campus,” Amanda concluyó con frialdad. “Cinco guardias de seguridad pudieron someterla; gracias a Dios que alguien llamó a la policía.”

Lafonda negó con la cabeza. “Por cierto, ¿encontraste tu teléfono celular?” Preguntó.

“¿Qué pasó?” Interrumpió Nathan, sonando confundido y finalmente haciendo notar su presencia. “¿Eso ocurrió en la escuela?”

“Eh, ¿cuánto tiempo llevas ahí parado?” Preguntó Lafonda, sonando molesta. “Pudiste haber dicho algo – pero, así siempre eres tú.”

“Lo siento,” dijo Nathan, frustrado. “Pero en realidad, no fue mi intención. Es solo – es solo que…” Su mente comenzó a dar vueltas. Quería decirle todo a Lafonda, que había tantas similitudes entre la historia que acababa de escuchar y la chica con la que había estado soñando. ¿Cómo puede ser posible? Se preguntó.

Se había convencido a sí mismo tantas veces de que era solo un sueño, pero de repente ahí estaba la prueba de que podía ser algo real. Las palmas de las manos de Nathan comenzaron a sudar y sintió que su rostro se sonrojaba. Y si ella es real, ¡entonces el agresor invisible también lo sería!”

“Eh, Nathan,” dijo Lafonda. “¿Es solo que qué?” De repente se detuvo y lo miró fijamente a la cara. “Eh, Nathan, no te ves muy bien.”

“Él está bien,” interrumpió Amanda, con sus ojos verdes brillando. “¿No es así, guapo?”

“S-sí,” tartamudeó Nathan.

“Bueno, eso no sucede a menudo,” respondió Lafonda con una sonrisa en su rostro, “Nathan Urye se ha quedado sin palabras.”

“Estoy bien,” respondió él, con cansancio. Su mente siguió girando. Sí, estoy bien, pensó sarcásticamente. No es gran cosa. Es solo que mi realidad no es real, y chicas sangrientas y monstruos son mi nueva realidad.

Lafonda suspiró y lo miró con sospecha.

“Amanda, este es Nathan,” dijo ella. “Nathan, ella es Amanda.”

“¡Vaya Lafonda!” Dijo Amanda con un acento sureño. “¿Dónde habías estado escondiendo a este hombre tan guapo?”

Lafonda la miró y luego puso los ojos en blanco. “Nathan también va a IUCF, y acaba de terminar su primer año,” ella suspiró. De mala gana, se volvió a mirarlo. “El abuelo de Nathan es nuestro cuidador, y ambos viven aquí en la propiedad.”

“Bueno,” dijo Amanda coqueteando, “nunca te he visto en el campus. ¿Qué tal si acompañas a una dama a bailar?”

“Creo que… necesito un trago,” tartamudeó Nathan, sonando un poco desconcertado. “O probablemente necesito sentarme.” Él trató de forzar una sonrisa. “Y me encantaría, pero mis pies apenas son lo suficientemente buenos para caminar, dudo que puedan bailar.”

Los ojos de Amanda de nuevo parecían brillar con fuego. “Oh – bueno, ya veremos,” dijo ella, tomándolo de la mano. “Me encanta un hombre con manos fuertes.”

“Oh Dios,” dijo Lafonda en voz baja. Amanda se dio vuelta con una gran sonrisa. Entonces, felizmente centró su atención en Nathan. “¿Listo?” Preguntó, apretando suavemente su mano.

Nathan de repente tenía la mirada perdida en su rostro. “Eh… sí,” tartamudeó, sonando confundido. “Pensándolo bien, estoy listo. Vamos a bailar.”

“¿Qué?” Espetó Lafonda.

“Hola chicos, ¿qué está pasando?” Pregunto Jim, uniéndose a ellos. Se paró junto a Lafonda mientras chasqueaba los dedos y bailaba un poco fuera de ritmo a la música.

“¡Vamos a bailar, nena!”

“Tienes brazos fuertes,” sonrió Amanda, apretando los bíceps de Nathan.

Abruptamente, Lafonda tomó la mano de Jim para que dejara de chasquear los dedos. “Ahora no cariño,” dijo ella, con una sonrisa forzada. “¿Por qué no vas por un poco de ponche para los dos?”

“Pero no tengo sed,” se quejó Jim, sonando decepcionado.

Lafonda se cruzó de brazos, frunciendo el ceño ante Jim, y Jim bajó la cabeza. “Está bien,” dijo, alejándose de mala gana.

“Y tú,” dijo Lafonda, tomando el brazo de Nathan para que Amanda bajara su mano, “si alguien va a bailar, será la chica del cumpleaños.” Ella se inclinó hacia adelante y lo tomó de la mano. “Me debes el primer baile, ¿recuerdas?”

“Eh – ¡Lafonda!” Amanda gimió.

“Eh – ¿Amanda?” Protestó Lafonda. “¡Ve a buscar a Steve!”

Triunfante, Lafonda llevó a Nathan a la pista de baile, y él la siguió con indiferencia. “Lafonda,” dijo lentamente. “¿Qué es lo que acaba de suceder?” Lafonda miró hacia el techo y luego rápidamente puso los ojos en blanco. “No lo sé,” dijo. “Tú dímelo.” Relajó su brazo un poco, para que él pudiera guiarla. “En un segundo querías sentarte, y de repente querías bailar con Amanda.”

“Yo, yo no recuerdo,” dijo Nathan, sonando nervioso.

Lafonda miró a Nathan. “No tienes que hacerte el tonto,” dijo ella. Señaló en dirección a Amanda; ella estaba de nuevo con su séquito de admiradores. “Amanda tiene ese efecto en los hombres.”

Nathan se encogió de hombros y luego negó con la cabeza. “¿Quién es Steve?” Preguntó.

“Steve es el novio de Amanda,” ella sonrió. Ella inclinó la cabeza para mirar alrededor de la habitación. “Y creo que él ni siquiera está aquí.”

“Lafonda,” dijo él, haciendo una pausa. “Te pido una disculpa si las cosas se pusieron raras hace un momento.” Dijo refiriéndose a lo que había sucedido. “Las cosas han estado un poco… extrañas últimamente.”

“Sí, para los dos,” dijo ella, después de mirar a Jim en la pista de baile con dos bebidas en sus manos. “Sabes, Nathan,” continuó, “no eres tan mal bailarín – cuando no estás pensando en ello.”

“Oh,” respondió él, sonando sorprendido. “No sabía que moverse tan lentamente con la música era considerado bailar.”

Ella sonrió. “Nathan,” dijo suavemente, “¿qué nos sucedió? Quiero decir, ¿qué le sucedió a nuestra amistad?” Ella lo miró los ojos con nostalgia. “Casi no te vi en la escuela, y apenas me hablas ahora que estamos en casa.”

Nathan torció los labios. Bueno, pensó, tú y tus amigos son ricos y yo no lo soy, y por esa razón me siento como un extraño. Abrió la boca para hablar, pero la cerró de nuevo. Y para colmo, sigo soñando con una chica que creo que es atacada por monstruos. Suspiró. “Es complicado,” finalmente respondió.

“¿Qué es tan complicado al respecto?” Preguntó. “¿Por qué simplemente me lo dices?” Lafonda de repente pareció un poco nerviosa. “¿Hice algo mal?”

Él hizo una pausa por un momento. Podía sentir el cosquilleo comenzando en sus manos. “No lo entenderías,” dijo.

Lafonda frunció el ceño y dejó de bailar. “¿Cómo puedo entender, si no me lo dices?” Protestó, cruzando los brazos.

Nathan rápidamente miró hacia abajo. Sus manos comenzaron a temblar. Lafonda, suspiró con impaciencia. Luego puso suavemente sus manos sobre los hombros de ella. “Solo confía en mí. Esto no tiene nada que ver contigo.” Hizo una pausa. “No has hecho nada malo.”

“¡Oigan, chicos!” Interrumpió Jim, sosteniendo dos bebidas en sus manos.

“¡Nathan!” Dijo Lafonda de repente. Tenía una mirada de preocupación en su rostro. “Tus manos están – ¿temblando?”

Nathan pudo sentir que se sonrojaba y rápidamente retiró sus manos de los hombros de ella. “Creo que mejor me voy,” tartamudeó nerviosamente.

“Tonterías,” dijo Jim. Tenía una mirada desagradable en su rostro. “Puedes sostener las bebidas mientras bailo con mi novia.”

“Jim – no empieces,” le advirtió Lafonda.

“¡No!” Dijo él, encogiéndose de hombros. “Obviamente ahora estás de humor para bailar, así que bailemos.” Lafonda frunció el ceño, y en protesta Jim forzó los dos vasos de ponche de fruta en las manos de Nathan. “¡Ten!”

“Jim,” dijo Nathan con seriedad. “Por favor, toma las bebidas. No estoy de humor para esto.”

“¡Ja!” Exclamó Jim, mientras asentía con la cabeza. “No, creo que eres más que capaz de cuidar las bebidas mientras bailamos.”

“Oh,” se burló Nathan, “¡y yo creo que tú eres absolutamente incapaz de no ser un completo idiota!”

“¡Basta chicos!” Exclamó Lafonda. “Yo tomaré las bebidas.” Tomó las dos bebidas de las manos de Nathan y miró a Jim. “Y Jim, puedes bailar tú solo.”

“¡Olvídalo!” Resopló Jim, tratando de eludirla. “Yo tomaré las bebidas.”

De repente, las manos de Nathan temblaban incontrolablemente y el ponche de frutas comenzó a brotar de manera irregular de los vasos.

Desesperadamente, trató de controlar sus manos, pero no pudo. Tan pronto como todo comenzó, terminó; y los dos vasos ahora estaban vacíos.

Los ojos de Nathan se encontraron con los de Lafonda mientras lentamente se daba cuenta de que se había vertido todo el ponche.

“¿Quién es el idiota ahora?” Dijo Jim fríamente mientras trataba de limpiar el jugo rojo de su camisa blanca y su chaqueta negra.

Nathan dejó que sus ojos siguieran la mirada de Lafonda mientras ella comenzaba a limpiar su vestido. “Lo siento,” tartamudeó. Miró horrorizado el vestido que había sido blanco y que ahora estaba manchado de rojo y tenía pegado al cuerpo. “Lo siento mucho.” Varias personas que estaban en la pista de baile los miraban con horror y, con su mirada, algunos trataron de no expresarle lo mal que lucía su vestido, y se dieron vuelta. “Ya me voy,” murmuró Nathan, girando para irse entre la multitud.

4

SE ACABÓ LA FIESTA

Al salir de la habitación Nathan pasó junto a LaDonda y a Roy. Se dio cuenta, por las miradas perplejas en sus rostros, que les causaba curiosidad por qué iba tan apurado. Estaba contento de que no lo detuvieron porque estaba demasiado avergonzado para detenerse, y no quería verse obligado a explicarles lo que acababa de suceder.

Mantuvo baja la cabeza, y sus manos seguían temblando incontrolablemente mientras caminaba de prisa hacia la puerta principal de la mansión Devaro. Él ya estaba afuera y ahora el aire de la noche de verano era fresco. ¿Qué pasa conmigo? Pensó con preocupación, tomándose un momento para mirar sus manos.

Haciendo aún lado el temblor en sus manos, se veían normales. Las sentía calientes, incluso contra el aire frío. Después de una cuidadosa inspección, se dio cuenta también de que estaban de color rojo brillante. Eso debe ser por el ponche de frutas. El jugo debe haber manchado mis manos.

“Hola, Nathan,” dijo una voz que le pareció desconocida.

Inmediatamente metió las manos en sus bolsillos delanteros y se dio vuelta para encontrar a Jonathan Black mirándolo desde la puerta principal. Nathan le dio una rápida sonrisa y trató de alejarse, pero Jonathan se dirigió hacia él de todos modos. “Eh – hola, John,” dijo después de aclarar su garganta.

“Es una noche hermosa,” dijo Jonathan, mientras miraba hacia el cielo. “Ah, y mira, también hay luna nueva.” Él sonrió y luego volvió su mirada a Nathan. “Prefiero que me llamen Jonathan, por cierto.”

“Oh, sí, lo siento,” dijo Nathan, pareciendo un poco ansioso. Dio unos pasos hacia atrás, hacia la cabaña. “Lo recordaré, Jonathan.”

“Pensaba irme temprano para visitar mañana las Cuevas Cahokia, antes de encontrarme con la Dra. Helmsley,” dijo Jonathan rápidamente antes de que Nathan pudiera irse. “Se supone que mañana también será un lindo día.” Hizo una pausa brevemente, reacomodando sus gafas. “¿Te gustaría acompañarme?”

“¿Qué?” Preguntó Nathan sorprendido. Tenía la esperanza de que la conversación durara poco. “¿Acompañarte?”

Jonathan sonrió. “Bueno, estaba hablando con tu abuelo y –”

“Ajá,” dijo Nathan mientras asentía. Sabía que cualquier cosa que empezara con “estaba hablando con tu abuelo” seguía con alguna petición. “Entonces estabas hablando con mi abuelo.”

Jonathan hizo una pausa y tragó saliva. “Estaba hablando con tu abuelo y LaDonda –”

“¡LaDonda!” Interrumpió Nathan nuevamente.

“¿Puedo terminar, por favor?” Preguntó Jonathan. Se detuvo un segundo, como si estuviera esperando una respuesta. “Interpretaré tu silencio como un sí.”

Nathan alzó las cejas y Jonathan sonrió.

“Después de enterarme por Roy y LaDonda sobre tu ascendencia Cahokia por tu madre,” Jonathan continuó con entusiasmo, “pensé que podrías querer unírteme mañana para ir al sitio de la excavación.”

Las cejas de Nathan seguían arqueadas y ahora estaban acompañadas de su ceño fruncido. “¿Sitio de la excavación?” Murmuró. “¿Mañana? ¿En las cuevas?”

“¡Sí!” Exclamó Jonathan. “¡Es tan emocionante que después de todos estos años todavía sigan encontrando cosas!” Ahora, sus ojos estaban abiertos tan grandes como dos platos. “Teniendo en cuenta que todo lo que descubrimos es parte de tu historia, podrías aprender de primera mano más sobre ti mismo y sobre tu gente.”

Creo que, por un día, ya he aprendido lo suficiente, pensó Nathan, recordando lo que se había enterado de la conversación de Lafonda y Amanda respecto a la realidad de sus pesadillas. Tuvo una sensación de calor en su pecho y comenzó a pensar en su madre. Además del hecho de que ella se había casado con su padre, Michael Urye, no sabía mucho acerca de Grace Sequoya. Todo lo que conocía acerca de la tribu Cahokia, lo había aprendido de las excursiones escolares al Museo Tribal del Norte de Cahokia.

Pronto se dio cuenta de que Jonathan seguía allí y decidió fingir un bostezo. Pensó en estirarse para dramatizar el efecto, pero recordó cómo tenía rojas las palmas de las manos y, en esta ocasión, optó en dejarlas en sus bolsillos. También se dio cuenta de que sus manos seguían temblando un poco, pero pensó que era buena idea dejarlas ahí. “Gracias por la invitación,” dijo. “Pero creo que no voy a poder. Todavía tengo que empacar para el campamento del viernes.”

Los brillantes ojos azules de Jonathan aún estaban llenos de emoción. “¿Sabías que la tribu Cahokia alguna vez ocupó la mayor parte de lo que hoy en día es el sur de Illinois, antes de que se conocieran como dos tribus separadas?” Preguntó. “¿Y que la mayoría de los estudiosos atribuyen la separación a una sequía masiva que causó hambruna en la zona?”

“¡Sí!” Dijo Nathan, bostezando con ambos brazos extendidos en el aire. Ahora pensaba que exponer sus manos valía la pena el riesgo.

Pero los ojos de Jonathan continuaban brillando. “Los arqueólogos han encontrado artefactos que sugieren que hubo una migración de los clanes de las fronteras del sur de la tribu a esta zona alrededor del lago Charleston,” dijo sonriendo. “¿Puedes adivinar por qué emigraron a esta zona?”

Nathan resopló y comenzó a mirar a los autos alineados alrededor de la entrada. “Eh… ¿Por el agua?” Murmuró.

“¡Si, exactamente!” Exclamó Jonathan mientras rápidamente reacomodaba sus gafas. “¿No es increíble?”

“Sí, increíble.” Suspiró Nathan.

Jonathan sonrió y asintió con la cabeza con entusiasmo. “¿Y sabías que –”

“¡Jonathan!” Interrumpió Nathan, y Jonathan se vió tan asustado que Nathan bajó la voz. “No es que no me importe continuar con esta conversación tan estimulante, pero yo le prometí a mi abuelo que… que yo… dejaría salir al perro.”

“¡Oh, tienes un perro!” Dijo Jonathan con entusiasmo. “¿No es eso maravilloso?”

Nathan frunció el ceño. Él no entendía muy bien por qué habría de decir que eso era maravilloso. Jonathan siguió sonriendo y acomodó sus gafas nuevamente. “¿Qué clase de perro es?” Preguntó.

“Eh… eh,” tartamudeó, tratando de pensar en algo.

“¡Yuju, Jonathan!” Llamó una voz totalmente conocida. Ambos se dieron vuelta para ver a LaDonda parada en la puerta de entrada de la Mansión Devaro. Estaba agitando su mano, tratando de llamar la atención de Jonathan. “¡Qué bien, sigues aquí!” Gritó ella. “Me gustaría que conocieras a alguien antes de irte.”

Jonathan sonrió. “Bueno, supongo que será mejor que vea qué es lo que quiere – o más bien, que vea a quién me quiere presentar,” dijo. “Supongo que después tomaré mi auto y me iré.”

Nathan abrió la boca para decir algo, pero se detuvo al ver la gran cantidad de autos BMW plateados idénticos estacionados alrededor del largo camino de entrada en forma de U. “Buena suerte con eso,” dijo riéndose entre dientes.

Jonathan captó su mirada y luego se echó a reír también. “Gracias,” dijo sin mucho entusiasmo mientras se dirigía a la casa. “Supongo que tendremos todo el verano para hablar.”

“¿A dónde va?” Le preguntó LaDonda a Jonathan, cuando él llegó a donde estaba ella.

“Oh,” dijo Jonathan entrando a la casa. “Dijo que tenía que dejar sacar al perro.”

“¿Perro?” Preguntó ella, sonando confundida. “¿Cuál perro? Nathan no tiene perro.”

El camino de vuelta a la cabaña fue agonizante. La mente de Nathan iba a mil por hora. Estaba preocupado por sus manos temblorosas y por sus sueños sobre Leah. La idea de que todo era real y no solo un sueño era frustrante. Su mente seguía dando vueltas, llegando, una y otra vez, a las mismas preguntas, para las cuales no tenía respuestas.

¿Cómo puede ser posible? Se preguntó sentado en su cama. ¿Cómo puedo estar soñando con ella? Suspiró profundamente mientras se quitaba los zapatos. ¿Acaso soy psíquico, o algo así?

Nathan sintió que acababa de entrar en un espectáculo de fenómenos protagonizado por él mismo y era la atracción principal. La voz del presentador del espectáculo sonaba en su cabeza, Pase para ver al chico que puede verlo en sus sueños y puede hacer un impresionante batido con sus manos temblorosas.

“¡Tengo que salir de este tren de rarezas!” Gritó Nathan, dejándose caer sobre su cama. “¿Por qué tengo que ser tan raro?” Se quedó viendo hacia el techo desesperanzado. “Yo soy el pobre chico moreno que vive detrás de la Mansión Devaro.”

Sacudió la cabeza y gimió. “Después de esta noche, con todo el incidente del ponche de frutas, estoy seguro que todo el mundo ha añadido extraño, o raro, o peor – perdedor – a mi vitrina de trofeos de adjetivos.” Suspiró nuevamente. “Y para empeorar las cosas, no puedo sacar de mi mente la mirada de asombro de Lafonda.”

Hizo una pausa, recordando lo hermosa que se veía en su vestido blanco y con su sedoso cabello negro rizado. “¡Soy un perdedor!” Dijo en voz alta. “He arruinado su vestido, y definitivamente he arruinado su cumpleaños.” Él levantó las manos hacia el techo y las examinó. “Este temblor incontrolable tiene que parar, y también las pesadillas,” digo quejándose. “Pero, ¿qué se supone que debo hacer?”

Con su mirada, recorrió sus manos rojas, que parecían temblar intermitentemente ahora. Frustrado, saltó de la cama y se dirigió al pequeño cuarto de baño conectado a su habitación. Empezó a frotar sus manos con agua y jabón en un intento por tratar de quitar un poco el color rojo de ellas.

Nathan se miró en el espejo y notó los puntos rojos regados por su camisa blanca. “¡Genial!” Dijo. “¡Mi única camisa blanca!”

Lentamente se secó las manos, las cuales notó que ahora eran de color rojo brillante por tanto tallarlas, y luego se quitó el saco y la camisa blanca. Nathan miró su camiseta favorita de la IUCF, que descansaba en la parte posterior de la silla del escritorio, pero decidió no ponérsela porque normalmente dormía sin camiseta, de cualquier forma.

“¡Uf!” Se quejó, de repente rascando las palmas de sus manos. “¡Pensé que la comezón había terminado!” De repente, intentó arañar la palma de su mano con sus dientes. “¡Está bien, me rindo!” Gritó.

“¡Esto debe ser un salpullido, o algo así!”

Puso los ojos en blanco. “Odio admitirlo,” suspiró, “pero me he quedado sin ideas. ¿Dónde está el ungüento que me dio Roy?” Hubo un golpe repentino a la puerta de su habitación, y Nathan se lanzó para acostarse sobre su cama. “¡Adelante, Roy!”

“Soy yo – Lafonda.”

Nathan se sentó rápidamente. ¿Lafonda? Pensó. Ella nunca viene por acá. Empezó a mover nerviosamente sus manos. “Esto debe de ser algo serio,” murmuró. “Debe estar muy molesta porque arruiné su vestido, sin mencionar que arruiné su fiesta de cumpleaños.”

“¿Puedo entrar?” Preguntó ella. “Entiendo si estás ocupado. Puedo volver más tarde.”

Nathan abrió la puerta de su habitación para encontrar a Lafonda ahí parada con una ligera sonrisa. Ella se veía diferente a la última vez que la había visto: traumatizada y empapada en ponche de fruta rojo. Se había cambiado de ropa y tenía una mirada calmada y tranquila en su rostro. Sin el maquillaje y la ropa de lujo, se parecía más a la Lafonda a la que él estaba acostumbrado. Su cabello aún era rizado, pero era Lafonda, a final de cuentas.

“Puedes pasar,” tartamudeó él.

Ella sonrió y entró a la habitación. Nathan observó sus profundos ojos marrones por un segundo mientras ella miraba rápidamente su pecho. “Lo siento,” dijo él, poniéndose rápidamente su camiseta favorita de la IUCF.

Ella se sentó en el borde de la cama. Nathan decidió que era mejor mantener la distancia, por lo que caminó hacia las fotos de su madre y su padre y se sentó sobre el escritorio.

Lafonda tragó salía y luego suavemente echó su cabello sobre sus hombros. “Pensaba pedirte disculpas,” dijo ella. Hizo una pausa y luego se echó a reír. “También quería ver si necesitabas ayuda para sacar a tu perro.”

“Oh, eso…” Tartamudeó Nathan, sonrojándose. “No quise mentirle a Jonathan. Solo necesitaba alejarme.”

“No es necesario que me des explicaciones,” dijo ella sonriendo. Hizo una pausa. “Pero es posible que quieras explicarle a Jonathan. Creo que ya descubrió la mentira.”

Nathan desvió sus ojos y luego se aclaró la garganta. “Eh, ¿por qué te disculpas?” Preguntó. “En todo caso, yo soy el que debería disculparse. He arruinado tu vestido y tu fiesta de cumpleaños.”

“Oh, Nathan, a veces puedes ser tan dramático.” Respondió ella sonriendo. “Sí, arruinaste mi varo vestido, pero no arruinaste mi fiesta de cumpleaños. Y para que te quedes más tranquilo, no pienses que quedaré marcada de por vida.”

Él se rió. “Ahora, ¡no pensé que fuera a marcarte de por vida!” Dijo con una sonrisa socarrona. “Debo darte crédito en algo, sin embargo. Eres más resistente que la mayoría de las chicas.”

Ella sonrió en respuesta, pero la sonrisa se desvaneció rápidamente. “No debería haberte puesto en esa situación esta noche,” dijo ella con un tono más serio en su voz.

“¿En cuál situación?” Preguntó.

“No debería haberte puesto entre Jim y yo,” dijo. Hizo una pausa nuevamente, tomando un momento para recuperar su aliento. “Y por eso, lo siento de verdad.”

“¡Ah, eso!” Sonrió de buena gana. “No me había dado cuenta.”

“Bueno, de todos modos, lo siento,” dijo Lafonda.

Nathan sonrió tranquilizadoramente. “No hay problema,” dijo. “Considerando que arruiné tu vestido, creo que estamos a mano.”

Lafonda rió entre dientes, y él lo hizo también, pero de pronto los ojos de él se abrieron. “Espera, espero que Jim no esté molesto conmigo,” dijo. “Espero que Jim no haya pensado que yo estaba tratando de robarle su novia.”

Ella sonrió mientras negaba con la cabeza. “No, Nathan,” se burló. “Él no piensa eso.”

“¿Está molesto porque derramé jugo sobre él?” Preguntó impacientemente. “Me aseguraré de disculparme con él la próxima vez que lo vea.”

Lafonda rodó rápidamente sus ojos. “Ya te has disculpado, Nathan,” suspiró. Ella respiró profundo y luego suspiró lentamente. “En realidad, no es necesario.”

“Entonces no entiendo,” se quejó Nathan. “¿Cuál es el problema?”

“El problema no es algo que hayas hecho tú,” explicó ella. Se pasó los dedos por el cabello, colocó las manos cruzadas sobre su regazo, y se rió entre dientes. “Jim y yo habíamos estado teniendo problemas desde mucho antes del incidente del ponche de frutas.”

“Oh,” dijo Nathan. “Ya veo.” Sonaba con gusto de nuevo. “Bueno, me imaginé que sucedería tarde o temprano.”

De repente, unas cuantas líneas aparecieron en el ceño de Lafonda. “¿Que qué pasaría?” Dijo.

“Bueno,” dijo él, haciendo una pausa para reacomodarse en el escritorio, “es solo la forma en la que él dice y hace las cosas.”

Las cejas de ella se alzaron. “Está bien,” ella asintió, “continúa.”

Nathan sonrió. “Bueno, como la forma en la que él hacía suposiciones sobre la forma en la que tú te sentirías acerca de las cosas,” balbuceó. “Y la forma en la que tomaba decisiones por ambos sin pedir tu opinión.” Hizo una pausa y luego sonrió. “Ah, y no nos olvidemos de su más reciente intento de marcar su propiedad.”

Lafonda soltó una enorme carcajada y puso su mano en el collar alrededor de su cuello que Jim le había dado antes. “Lo sé, lo sé,” se rio, mientras tocaba las letras J y D con sus dedos. “Realmente no debería llevar este collar, no debo animarlo a hacer esas cosas.”

“Bueno,” Nathan dijo encogiendo los hombros, “entonces, quítatelo.”

Ella sonrió y entonces llevó sus manos hacia el collar para desabrocharlo. “¿Puedes ayudarme?” Preguntó ella, volviendo su espalda hacia él.

“Claro,” dijo Nathan, saltando con entusiasmo de su escritorio. “Estaré más que feliz de quitar eso de tu cuello.”

Movió su largo cabello negro a un lado y Nathan retiró cuidadosamente el collar. Ella se dio vuelta para mirarlo, y él tenía una gran sonrisa en su rostro. “¿Quieres que lo tire a la basura?” Preguntó él.

“Uf, Nathan, ¡no!” Dijo ella, tomando rápidamente de nuevo el collar. Ella lo miró con desprecio y luego negó con la cabeza. “¿Y por qué están tan rojas tus manos? ¿Es por el ponche de fruta?”

De repente, ambos se dieron vuelta. El sonido de puertas de auto abriendo y cerrándose se escuchó desde la ventana de la habitación de Nathan. “No es nada,” tartamudeó él, apretando sus manos. “Como dijiste, es por el ponche de frutas.”

Ella se quedó sentada en silencio, mirándolo fijamente. Nathan sabía que ella estaba examinando su respuesta.

“Bueno,” dijo él mientras aclaraba su garganta, “parece que tus invitados están empezando a irse, así que supongo que querrás volver a tu fiesta.”

“La mayoría de ellos estaban aquí por Jim de todos modos,” Lafonda respondió lentamente. “Y ya que él no está aquí…”

“¿Qué? ¿Se fue?” Exclamó Nathan. Tenía una mirada de sorpresa en su rostro, pero se disipó rápidamente después de un golpe en la puerta de su habitación. “Ese debe de ser Roy.”

Nathan se levantó de su escritorio y caminó hacia la puerta para abrirla.

“Nathan,” dijo Roy. “¿Has visto a Lafonda?” Tenía una mirada de perplejidad en su rostro. “No puedo encontrarla por ninguna parte, y el auto de Jim no está en el camino de entrada.”

“¿Cómo te diste cuenta?” Nathan rió.

Roy hizo una pausa y luego le dio una mirada de desaprobación.

Nathan resopló y luego rápidamente puso los ojos en blanco.

“Ella está aquí,” gimió, haciéndose a un lado para que Roy pudiera ver hacia adentro.

“Oh,” respondió él, pareciendo sorprendido. “Estás aquí.” La expresión en su rostro se suavizó y luego dirigió su atención a Lafonda. “No podíamos encontrarte,” dijo. “¿Sabías que Jim se fue de la fiesta? Cuando no pudimos encontrarte, tu abuela y yo creímos que tal vez te habías ido con él.”

“Bueno, ella está aquí, sana y salva.” Bromeó Nathan.

Lafonda echó la cabeza hacia abajo y luego desvió los ojos por un segundo antes de hablar. “Sí,” dijo ella en voz baja. “Hablé con Jim antes de que se fuera.” Ella vaciló. “Los dos decidimos que era un buen momento para terminar la noche.”

“Oh,” respondió Roy. Sus cejas se levantaron y Nathan notó que él estaba tratando de tranquilarla. “¿Fue tan malo?”

“No, todo está bien,” dijo ella. “Como le explicaba a tu nieto hace unos segundos, todo está bien, y tengo la intención de hablar con Jim por la mañana.”

“Suena bien,” dijo Roy. “Pero no mucho tiempo después de que tú y Jim desaparecieron, también desaparecieron todos los demás en la fiesta.” Él se rió. “Fue como si alguien hubiera enviado un boletín de noticias de emergencia. Noticia reciente: Jim y Lafonda han abandonado el edificio.”

“Probablemente más como un mensaje de texto,” comentó Nathan.

El sonido de las puertas de autos abriendo y cerrándose, y los motores rugiendo a toda velocidad por el camino de entrada todavía se podía oír desde la ventana de Nathan. Lafonda suspiró. “No quiero ser grosera,” dijo ella. “Será mejor que vuelva con mis invitados.”

Un zumbido se escuchaba desde el bolsillo de los pantalones de Roy. “No, no te levantes,” le dijo con entusiasmo a Lafonda. Metió la mano en su bolsillo para alcanzar su teléfono celular. “Es LaDonda, y probablemente se está preguntando también a dónde fui.” Hizo una pausa, mientras miraba a los dos y luego sonrió. “LaDonda y yo nos encargaremos de los invitados. Ustedes sigan charlando.”

Roy metió su teléfono celular de regreso en su bolsillo y se dio vuelta para salir por la puerta. Nathan empezó a cerrar la puerta detrás de él, pero la puerta se abrió de nuevo rápidamente, haciendo que Nathan se sobresaltase.

“¿Por qué están tus manos tan rojas?” Preguntó Roy, con una mirada de perplejidad en su rostro. “¿Has estado utilizando el ungüento que te di?”

“Si,” dijo Nathan, levantando el ungüento de su escritorio. “Lo tengo aquí mismo.”

Roy frunció el ceño y luego lo miró con incredulidad. “Eso no responde mi pregunta,” dijo. “He descubierto tus juegos de palabras desde que tenía varicela, cuando tenías siete años.”

Lafonda dejó escapar una risita ahogada.

“Está bien, abuelo,” dijo Nathan, sonando molesto. “Pensé que ya te ibas.” Las líneas de expresión en la frente de Roy se pronunciaron y él siguió mirando a Nathan.

Nathan suspiró pesadamente. “¡Es por el ponche de frutas!” Gimió. “Mis manos están manchadas del ponche de frutas.”

“La próxima vez que venga a tu habitación,” dijo Roy, “será mejor que esa botella de ungüento se encuentre abierta.”

De mala gana, Nathan asintió mientras intentaba cerrar la puerta de nuevo.

“¡Y más vale que lo utilices!” Dijo Roy.

Lafonda rió descontroladamente. “¿Qué fue todo eso?” Preguntó.

“No lo sé,” dijo Nathan, sacudiendo la cabeza. “Te juro que debe de ser por el ponche de frutas.”

“¡No, eso no!” Ella se rió. “Roy y su acto de ustedes-sigan-charlando.”

Nathan se encogió de hombros. “No lo sé,” suspiró, sonando cansado. “Hazte a un lado.” Lentamente, caminó hacia la cama y sonrió forzadamente. Él puso su mano detrás de su cabeza mientras descansaba sobre una almohada. “Probablemente solo estaba sorprendido de que estábamos hablando sin que nos obligaran.”

“Nathan,” dijo Lafonda en voz baja, acostándose junto a él.

Nathan pudo notar que ella olía bien; casi como dulces de caramelo. Se avergonzó al instante, cuando Lafonda se dio cuenta de que él olfateaba su cabello.

Ella sonrió. “¿Recuerdas haber tenido varicela?”

“¿Cómo podría olvidarlo?” Exclamó. “Desde siempre, constantemente me recuerdas que yo te la contagié, y que te causé tanto dolor y te sentiste tan mal.”

Lafonda rió con fuerza. “Bueno, ¡sí lo hiciste!” Dijo. “Y fue peor para mí. ¡No podía dejar de rascarme!”

“Sí, lo recuerdo,” dijo Nathan, riendo ahora. “Y LaDonda y tu mamá se la pasaban persiguiéndote por la casa. ¡No lograban que usaras ungüento o que dejaras de rascarte!”

“Todavía tengo algunas de las cicatrices,” se rió, con lágrimas formándose en sus ojos. Se sentó sobre la cama, y se hizo un silencio en la habitación. “Sabes, Nathan,” dijo en voz baja, “podemos haber crecido y estar en universidad ahora, y tener nuevos amigos e intereses, pero Roy y tú siempre serán parte de mi familia, y siempre tendremos nuestros recuerdos de la varicela.”

5

STEPHEN MALICK

Era viernes, y finalmente había llegado el día del campamento. Nathan había pasado la mayor parte de la mañana y el día anterior empacando para el campamento. LaDonda había estado esperando este día desde que Nathan y Lafonda regresaron a casa para pasar el verano.

“Entonces,” dijo Roy, llegando a la puerta de la habitación de Nathan. “¿Tienes todo listo para tus cuatro semanas en el campamento de liderazgo?”

Nathan estaba sentado con dos maletas abiertas en el piso. Eran parte de un juego de cuatro maletas que había utilizado para empacar sus cosas durante su primer año a la IUCF. A su alrededor, la ropa colgaba de cajones medio abiertos, o estaba tirada alrededor de su cama. Él pensó que probablemente podría introducir en una sola maleta todo lo necesario para cuatro semanas, pero para evitar cualquier oposición de Lafonda y de LaDonda, decidió empacar también una segunda maleta.

“Bueno,” dijo Nathan, con una sonrisa en su rostro, “probablemente ya habría terminado, si no tuviera que pasar tiempo tratando de adivinar lo que a Lafonda y a su abuela les gustaría que usara este verano.” Hizo una pausa por un momento mientras observaba la segunda maleta. “Quiero decir, además de un par de pantalones cortos y un par de camisetas, ¿qué más necesito?”

Roy aclaró su garganta. “Bueno, es por eso que probablemente quieran que te dé esto,” dijo, entregándole a Nathan una hoja de papel dorada.

Nathan frunció el ceño. “¿Qué es?” Preguntó.

“Solo léela.” Sonrió Roy.

“¡Los hombres deben llevar traje y corbata para la ceremonia de clausura!” Dijo Nathan. “¿Traje y corbata durante el verano?” Él continuó mirando el papel dorado y se sentó frustrado en el borde de su cama. “¿Por qué querría alguien utilizar un traje y corbata en el medio del verano?” Sacudió la hoja en dirección a Roy. “¿Viste esto?” Se quejó. “¡También quiere que llevemos Dockers, o pantalones para vestir!”

Él miró a Roy quien intentaba contener su risa.

“Te lo juro,” dijo molesto. “¡Cada año esa mujer inventa más y más cosas ridículas!”

“Nathan,” dijo Roy, mientras trataba de controlar su risa. “Tú sabes lo mucho que significa el Campamento de Liderazgo para LaDonda.”

“Abuelo,” gimió, parándose de su cama en frustración, “¡no hay nada en esta lista que diga que empaque pantalones cortos, camisetas, o zapatos deportivos!”

“Bueno, bueno, déjame ver,” dijo Roy con una risita. Rápidamente escaneó la lista de artículos en la hoja. “Ahí está. Se incluye en traer ropa cómoda y suelta.”

“¡Ja!” Gritó Nathan. “Y justo debajo de eso tenemos Dockers, pantalones caqui y mocasines, mencionados como ejemplos.”

“Solo empaca uno o dos pares,” suspiró Roy, colocando la hoja dorada sobre el escritorio.

“No llevaré pantalones durante el verano, cuando estamos a casi 30 grados centígrados allá afuera.” Protestó. Dio un gran respiro y suspiró. “¡Y ni siquiera tengo mocasines!”

“Entonces, ¿qué son esos?” Preguntó Roy, señalando un par de zapatos de cuero marrón cubiertos de polvo en el armario de Nathan.

Los ojos de Nathan se abrieron ampliamente de repente. “¡Vamos!” Gritó. “¡Esas cosas son muy viejas, y no los he usado desde que estaba en décimo grado!”

“Bueno,” respondió Roy con una sonrisa. “Eso significa que todavía deben quedarte bien.”

Nathan apretó los dientes y lo miró con furia.

“Lo tomaré como mi señal para irme,” dijo Roy. “Ya tienes la lista.”

“Sí,” Nathan murmuró en voz baja. “No me importa.”

“¡Que tengas un lindo empaque!” Concluyó Roy, aún intentado controlar su risa.

Despectivamente, Nathan miró la hoja dorada sobre su escritorio y luego la arrojó sobre la cama en medio de los otros artículos revueltos. Él suspiró. Si bien disfrutaba ayudar en el campamento de liderazgo y servir como consejero de campamento, Nathan detestaba todo el ritual del primer día. Aborrecía empacar, el registro durante el primer día, y estar sentado durante al menos una hora en la cafetería escuchando el discurso de bienvenida de LaDonda. Además del gusto que le daba a Nathan escuchar a los chicos de la preparatoria quejarse de lo aburrido que era el primer día del campamento, no había nada más interesante el primer día.

¡Esto apesta! Pensó, y después de mala gana observó el caos de la ropa en su habitación. Y estoy seguro de que Roy espera que limpie este desorden antes de irme.

Pasó aproximadamente una hora, y él finalmente terminó de empacar lo que creyó que sería un buen equilibrio entre la ropa apropiada para el verano y la ropa que LaDonda solicitaba. De mala gana, también arrojó su viejo par de mocasines de cuero café en la maleta. Después, limpió su habitación y casi no le importó. Eso le dio un merecido descanso de los constantes pensamientos sobre la ausencia de sus pesadillas, y de lo aburrido que sería el campamento.

Desde la fiesta de cumpleaños de Lafonda, los últimos días habían sido bastante normales. Durante dos noches seguidas, no había tenido ni una sola sensación de hormigueo en las manos, ni había despertado empapado de sudor frío con el mismo sueño que lo había estado atormentando durante semanas. A pesar de que se sentía aliviado de no tener el hormigueo o el temblor incontrolable en las manos, no podía dejar de pensar en la mujer de cabello castaño que protagonizaba sus sueños.

Recordó lo que Lafonda había dicho sobre la chica durante su fiesta de cumpleaños. Había tantas similitudes entre ella y la chica de sus sueños. ¿Podrían ser la misma persona?

Ahora que los sueños se habían detenido, Nathan se encontraba más deseoso de averiguar si era real, y de ayudar a la chica. Suspiró mientras imágenes de la chica de piel blanca se reproducían en su mente. Por lo menos ahora tengo un nombre, pensó. Leah.

Hubo un golpe rápido en la puerta de su habitación, y Nathan brincó y se dio vuelta para encontrar a Roy sonriendo en la puerta. “Parece que ya casi has terminado.” Dijo Roy.

“Sí,” murmuró Nathan, sonando un poco sorprendido. Había estado tan distraído por sus pensamientos de Leah, que no se había dado cuenta de que ya había doblado su última pieza de ropa para guardarla.

“Te vas a divertir,” dijo Roy sonriendo, para tranquilizarlo. “No estés tan… distraído.”

Nathan se detuvo, dándose a sí mismo un momento para volver a la realidad y luego asintió. Roy aclaró su garganta. “Eh, Lafonda ya ha comenzado a subir sus maletas al auto,” dijo. “¿Puedo suponer que este año se irán juntos?”

“Eh, sí,” tartamudeó Nathan, haciendo una pausa para tomar una maleta. “No hay problema.”

“Bueno,” dijo Roy. “Porque LaDonda ya se ha ido, y no quiero tener que conducir para llevarte.”

“Está bien, abuelo,” dijo Nathan, sacudiendo la cabeza.

Fuera de la casa, Nathan vio a Lafonda luchando para subir lo que parecían ser varias maletas sobrecargadas en el maletero de su nuevo Ferrari. Casualmente, él se acercó a ella. “Entonces,” dijo en un tono juguetón. “¿Necesitas ayuda?”

Ella bajó lo que parecía una maleta gigante en comparación, y se dio vuelta para ver a Nathan. Su largo cabello negro, todavía ligeramente rizado desde la fiesta, bailaba suavemente sobre su rostro con el viento. El pequeño medallón de oro alrededor de su cuello atrapaba ocasionalmente los rayos del sol y los reflejaba con una brillante luz.

“Buen día a usted también, señor Urye,” respondió ella con una sonrisa confiada. Hizo una pausa, acomodando un mechón de cabello detrás de su oreja. “Es muy amable de su parte ser voluntario para colocar todas mis maletas en el maletero. Es usted todo un caballero.”

“Seguro, seguro,” se burló él, con una enorme sonrisa. “Así que, ¿a qué hora tenemos que estar allí?” Preguntó. “¿No deberíamos haber estado hace horas para ayudar con el registro de entrada?” Se apoyó sobre el auto y sonrió. “No este año. Mi abuela dijo que este año tenía suficientes consejeros voluntarios para trabajar en el registro de entrada, así que estamos salvados.”

“¿Ah, sí?” Murmuró Nathan mientras metía las maletas al maletero. “Bueno, eso no será divertido.”

Lafonda tenía una mirada de sorpresa en su rostro. “¿En serio?” Respondió ella, cruzando los brazos. “Pensé que te alegraría no tener que despertar temprano por la mañana para ayudar en el registro de entrada, especialmente porque estamos en verano.”

“Cierto, cierto,” dijo él, haciendo una pausa para recuperar el aliento en medio de la carga de maletas de Lafonda. “Pero me quedé con ganas de ver el rostro emocionado de todos volverse amargo después de la primera noche.”

Ella negó con la cabeza. “Nathan,” dijo con voz cansada, “nunca dejas de sorprenderme.”

“Sí, lo mismo digo yo,” respondió Nathan. Se puso de pie con la espalda recta y se echó hacia atrás para estirar la espalda. “Entonces, ¿cuánta basura llevas al campamento?”

Lafonda le dio una mirada fulminante, y él protestó sacudiendo la cabeza.

“El campamento de liderazgo solo dura cuatro semanas, Lafonda,” continuó. “Y no es como si fueras a Roma; la Mansión Devaro está a tan solo 22 minutos de distancia.”

“Espero que eso explique por qué solo llevas dos maletas,” respondió ella con un tono de desaprobación.

“Oigan, chicos, ¿están listos para partir?” Preguntó Roy, acercándose desde la casa principal. Él venía sonriendo. “LaDonda ya ha llamado dos veces para ver si ustedes ya salieron. Le dije que se irían juntos con gusto.”

Nathan se volvió para examinar el maletero casi lleno y frunció el ceño. “Creo que nos iremos tan pronto como termine de llenar el maletero con el resto de toda la ropa de Lafonda,” dijo.

Ella puso los ojos del blanco y apretó los labios en una sonrisa sarcástica.

Roy aclaró su garganta y sonrió. Ayudó a Nathan con la última de las maletas mientras Lafonda se subía al auto.

“¡Gracias, abuelo!” Dijo Nathan sonriendo. “Todavía tienes algo de vida en esos brazos tuyos.”

Roy se rió un poco y luego resopló por la nariz. “Entra al auto,” respondió sin entusiasmo, “antes de que te demuestre cuánta vida queda en estos brazos.”

Nathan le sonrió a su abuelo y luego procedió a abrir la puerta del Ferrari a Lafonda. Hizo una pausa y una sonrisa de desconcierto apareció en su rostro. “Eh, ¿Lafonda?” Preguntó en todo desconcertado. “¿Por qué son los asientos y el interior de tu auto de color azul claro?”

Inmediatamente, ella se enderezó y examinó rápidamente el vehículo. “¿Qué?” Respondió ella inocentemente.

Con los ojos muy abiertos, Nathan la observó boquiabierto y dio unos pasos atrás de la puerta abierta del auto para mirar el auto. “¿Estás consciente de que tu auto es rojo y los interiores son color azul claro?” Dijo. Hizo una pausa y luego lentamente sacudió la cabeza. “¿Y no ves el problema en eso?”

“No,” respondió Lafonda lentamente. “El azul es mi color favorito.”

Él se quedó mirándola con los ojos muy abiertos. “¿Y nunca se te ocurrió tal vez simplemente pedir un auto azul?” De repente soltó una risita. “No sé por qué no me di cuenta antes,” continuó con una mirada de perplejidad en su rostro. “Sin duda te hubiera dicho algo al respecto.”

“¡Solo entra al auto, Nathan!” Replicó ella, sonando molesta. Tenía una mirada de disgusto en su rostro. “Y no es azul claro, es color carta da zucchero.”

“¿Y qué es eso?” Sonrió, “¿es azul claro en italiano?”

“¿Podemos irnos ya?” Exigió Lafonda, claramente irritada.

Se deslizó en el asiento del pasajero. “¡Está bien!” Dijo en una voz aguda. Nathan inspeccionó el interior azul del auto y murmuró. “Buena suerte cuando tengas que revenderlo.”

Roy se acercó al lado del conductor del auto y suspiró mientras lentamente sacudía la cabeza. “Por favor, ¿podrían portarse bien cuando conduzcan a la ciudad?” Preguntó.

Lafonda miró a Roy y sonrió para tranquilizarlo. “No te preocupes, Roy,” dijo sonriendo, “vamos a estar bien.”

Roy respiró profundamente y luego suspiró. “Está bien,” dijo. “Y por favor, no excedas el límite de velocidad, y avísenme cuando lleguen a la ciudad.” Miró hacia el asiento del pasajero para ver a Nathan y su pecho se llenó de aire de nuevo. “Y Nathan,” dijo, “¿llevas tu teléfono celular?”

“Sí,” dijo Nathan, sonando molesto mientras golpeaba su bolsillo con la palma de su mano.

Roy miró hacia otro lado y luego miró de nuevo a Nathan. “Bueno,” dijo, “entonces utilízalo.”

Nathan sonrió.

Durante el verano, el camino de regreso a la ciudad desde la Mansión Devaro siempre estaba lleno de vegetación exuberante. Había tantos árboles a los lados de la carretera que bloqueaban la luz del sol. De vez en cuando, había rayos de luz del sol, y se podían ver ciervos pastando entre los árboles o a un lado del camino. Pero durante los días nublados y justo antes de caer la noche, el denso bosque hacía que la carretera pareciera misteriosa. Aún era atractiva, pero un poco amenazante.

“¿Qué hora es?” Preguntó Nathan mientras miraba el reloj en el tablero de cuero del Ferrari de Lafonda. “Oscureció tan de pronto.”

“Sí, está más oscuro,” dijo Lafonda, quitándose sus gafas de sol. Ella se rió entre dientes. “Me pareció que era un poco más oscuro a través de mis gafas, pero siempre es así con las gafas de sol.”

Él la miró y se echó a reír también. Nathan entrecerró los ojos cuando la luz se reflejó desde su medallón hacia ellos. “Veo que llevas el medallón que te dio tu abuelo.”

Rápidamente miró hacia abajo antes de volver su atención a la carretera. “Sí,” ella sonrió, colocando una mano sobre el medallón.

Nathan se acomodó en su asiento y se volvió para mirar de nuevo el medallón. Sonrió. “Te ves bien,” dijo. De pronto, sus ojos parpadearon y empezó a tartamudear. Podía sentir que se sonrojaba. “Quiero decir… se te ve bien.”

Ella se volvió hacia él y sonrió. Unos momentos pasaron, y Nathan abruptamente aclaró su garganta. “Entonces,” dijo, mientras torpemente juntaba sus manos, “¿cómo se siente Jim Darding porque no llevas puesto el collar que te dio?”

Ella se volvió para verlo de nuevo, y su mirada de felicidad rápidamente se agrió. “Eh, Nathan, ¿acaso eso es de tu incumbencia?”

“Está bien, entonces no me digas,” protestó Nathan. “Es solo que me di cuenta ayer que te habías ido casi todo el día.” Él esbozó una sonrisa y luego se rió. “Y no ayuda a mi curiosidad el hecho de que cada vez que alguien te buscaba, LaDonda decía que estabas en la casa de Jim.”

Hubo un breve silencio, y luego, lentamente Lafonda abrió la boca. “Jim y yo,” dijo ella bruscamente, “decidimos darnos un descanso. Al menos durante el verano.”

Nathan creyó ver lo que parecía una sonrisa a medias en el rostro de ella.

“Espero que esto no tenga nada que ver conmigo o con el ponche de frutas,” dijo.

“No, Nathan,” dijo ella, sonando molesta de nuevo.

Él sonrió. “De acuerdo, no preguntaré de nuevo.”

Se quedaron ahí sentados en silencio por un rato mientras el auto avanzaba por la carretera, y Nathan pensó en los acontecimientos de aquella noche. En su mente, recordó sus manos temblorosas y el vestido blanco manchado. También recordó la conversación que Lafonda estaba teniendo con su amiga Amanda y cómo de repente él había querido bailar con ella. Ahora, eso definitivamente fue algo raro, él pensó. Pero me pregunto cómo es Leah. Apuesto que si viera una fotografía de ella, podría saber si es la misma persona.

“Entonces,” dijo él haciendo una larga pausa antes de continuar, “¿hay alguna noticia sobre tu amiga?”

“¿Cuál amiga?” Preguntó con suspicacia. “¿Te refieres a Amanda?” Su mirada cambió a un ligero ceño fruncido mientras trataba de mirarlo y al mismo tiempo mantener la mirada en la carretera. “Ella tiene novio, ¿sabes?”

“No,” suspiró. “Tu amiga Leah.” Él inhaló profundo. “Escuché que tú y Amanda hablaban de ella. ¿Ella está bien? ¿Sigue en el hospital?”

Lafonda se quedó sentada en silencio un rato antes de responder lentamente. “La última vez que escuché algo de ella fue hace dos días,” dijo. “Todavía está en el hospital, hasta donde yo sé. Ya han pasado unos días desde que hablé con su madre.” Hizo una pausa. “No he hablado con Leah desde el día en el que ingresó al Hospital Memorial San Lucas en Saint Louis.”

“Está bien,” murmuró Nathan, sonando ligeramente triste.

“¿Por qué?” Preguntó. “Quiero decir, ¿por qué lo preguntas?” La cara de Lafonda se suavizó. “¿Conoces a Leah?”

Rápidamente, Nathan se enderezó. “No lo sé,” dijo. “Me resulta familiar. ¿Tienes una foto de ella?”

Lafonda hizo una pausa, y sus ojos se agitaron por un segundo antes de decir. “No, no conmigo. Pero estoy segura de que hay una foto de la clase de primer año con ella en el anuario de la escuela.” Ella sonrió. “Todos nos tomamos fotografías antes del final del semestre. Deberíamos poder encontrar un anuario cuando lleguemos al campus.”

Se detuvo a media frase y entrecerró los ojos, mientras doblaban una esquina. Nathan la miró, pero parecía un poco confundido. “¿Qué pasa?” Preguntó.

Lafonda parpadeó un par de veces y luego rápidamente negó con la cabeza. “Eh, nada,” dijo. “Es que oscureció tanto y tan de repente.” Ella suspiró. “Y juro que un perro o algo acaba de cruzar el camino.”

“¡Bueno, entonces enciende las luces, Lafonda!” Dijo Nathan. “Golpearás algo si no puedes ver.”

“Sí, pero todavía no son siquiera las cinco de la tarde,” respondió Lafonda. “¡No quiero parecer una tonta conduciendo con las luces encendidas cuando el sol todavía está fuera!”

“Uf, solo enciende las luces, Lafonda,” dijo con voz cansada. “No importará lo que la gente piense si golpeas a algo o tenemos un accidente.”

De repente, Lafonda jadeó y el Ferrari rojo se desvió bruscamente.

“¿Qué? ¿Qué pasó?” Preguntó Nathan, sonando asustado.

“¿Viste eso?” Gritó ella. “¡Algo atravesó el camino!”

“¿Qué?” Preguntó él. “¿Otro perro?”

Ella miró por el espejo retrovisor. “No lo sé,” dijo. “Está oscuro. No pude distinguir la forma de la sombra.”

Nathan escaneó la carretera detrás de ellos y luego los árboles. “Probablemente fue un ciervo o un zorro que cruzó el camino,” dijo. “Ahora entiendes por qué te pedí que encendieras las luces.”

“¡Oh, Dios mío!” Se quejó Lafonda, encogiéndose de hombros ligeramente y luego entrecerrando los ojos.

“¿Y ahora qué?” Gimió él, mientras escaneaba rápidamente la carretera y los árboles nuevamente. “No veo nada.”

“¡No en la carretera!” Exclamó Lafonda, todavía entrecerrando los ojos. “El auto detrás de nosotros está conduciendo demasiado cerca y viene con las luces altas encendidas.”

Se dio vuelta para ver de lo que estaba hablando, solo para encontrarse con las luces delanteras del auto. “¿Quién es?” Dijo él.

“No lo sé,” murmuró Lafonda entre dientes, “pero es bastante molesto.” Ella hizo una pausa y luego se volvió bruscamente para mirar a Nathan. “Espera, ¿es que acaba de acelerar?”

El rugido del motor del vehículo seguía cerca detrás de ellos y se podía oír cómo el auto aceleraba, y sus luces estaban cada vez más y más cerca. Nathan y Lafonda se volvieron a mirarse el uno al otro mientras el otro vehículo zigzagueaba peligrosamente cerca al auto de Lafonda.

“Eh, Lafonda,” dijo Nathan, con un poco de miedo en su voz. “Creo que él quiere que te muevas.”

“Eh, Nathan,” respondió ella molesta, “¿tú lo crees?”

Lafonda siguió conduciendo por la carretera con ambas manos apretadas fuertemente sobre el volante. De pronto, se concentró y solo movía sus ojos ocasionalmente para hacer contacto con el espejo retrovisor.

Nathan se dio cuenta de que sus manos parecían apretar más y más fuertemente el volante a medida que el nuevo auto rojo aceleraba. “Eh, Lafonda,” dijo él, mientras mantenía un ojo vigilante sobre el vehículo que seguía acercándose. “No te estás haciendo a un lado.”

Sus oscuros ojos castaños hicieron contacto con el espejo retrovisor nuevamente y sus labios se apretaron mientras aceleraba concentradamente.

Los ojos de Nathan se agrandaron cuando miró el medidor en el velocímetro aumentar. “¡Mira, no lo hagas enojar!” Gritó él. “¡Solo muévete a un lado u oríllate!”

“¡Lo sé, lo sé!” Gritó ella.

Nathan de pronto pareció molesto. “Si ya lo sabes,” le reclamó. “¡¿Por qué diablos estas acelerando?!”

“Mira, Nathan,” explicó ella con una sonrisa confiada, “estoy conduciendo un Ferrari, y si este tipo piensa que puede seguirme el ritmo, bueno, ¡pues ya veremos!”

Nathan suspiró profundamente y sacudió la cabeza. “Haz lo que quieras,” dijo él. “¡Creo que esta es la parte de la película donde abrocho mi cinturón de seguridad y digo una oración antes de que tengamos un accidente automovilístico!”

“¡Eres tan dramático, Nathan!” Gritó ella.

“¡Dramático!” Gritó él, mientras miraba con asombro el velocímetro. “¡Mira quién habla!” Nathan notó que los árboles junto a la carretera ahora pasaban zumbando a su lado en un borrón. “¡Vas a más de cien kilómetros por hora!” Gritó. “¡Lafonda, este tipo no se rendirá!”

Los faros del auto detrás de ellos seguían zigzagueando mientras intentaba pasar por un lado el vehículo de Lafonda.

“¡No lo creo!” Gimió Lafonda, cambiando de velocidad con la palanca de cambios y pisando el acelerador hasta el fondo.

En respuesta, el motor del auto desconocido detrás de ellos rugió y procedió a cambiarse al carril del sentido opuesto de la carretera. Nathan ahora podía observar el auto color plateado metálico conduciendo a su lado, que ahora igualaba la velocidad del auto de Lafonda. “¡Lafonda!” Gritó. “¡Deja que nos pase ya, antes de que venga otro auto!”

“Está bien, está bien,” respondió ella. “Pero, ¿puedes ver quién es?”

“¿Qué? ¡No!” Gritó él, solo haciendo una breve pausa para mirar el vehículo plateado. “Las ventanas están tintadas, y además, ¿qué diferencia haría si morimos?”

“¡Uf!” Resopló Lafonda, y el Ferrari comenzó a desacelerar. “¡Qué maldito idiota!”

Nathan suspiró aliviado. “Sí, es un idiota,” dijo asintiendo. “¡Y tú estás loca!”

De repente, la boca de Nathan se abrió cuando ambos se dieron cuenta de lo que se acercaba desde arriba de la colina frente a ellos. “¡Lafonda!” Gritó él. “¡Un camión se acerca!”

“¡Lo sé, lo sé! Lo veo,” tartamudeó ella, con un indicio de desesperación en su voz. “¡Pero él no me pasa! ¡Se mantiene junto a mí a la misma velocidad!”

El camión se acercaba mientras el auto plateado junto a ellos continuaba igualando la velocidad del auto de Lafonda. Podían oír la bocina del camión que se aproximaba.

“¡¿Estás loco?!” Gritó Lafonda, mientras observaba sorprendida a la persona detrás de los cristales polarizados.

“¡Él no va a parar!” Gritó Nathan, con las palmas de sus manos sudorosas y el corazón acelerado ahora. “Solo frena, ¡Lafonda! ¡Frena!”

“¡Estoy frenando!” Gritó ella.

“¡Entonces oríllate Lafonda!” Se lamentó. “¡Solo hazte a un lado antes de que nos mates!”

“Eso intento,” tartamudeó, “¡pero no hay espacio para orillarme!”

Nathan miró frenéticamente hacia el lado derecho de la carretera, pero ella tenía razón, no había lugar para el Ferrari rojo. Todo el lado derecho de la carretera estaba bordeado por un profundo foso. La bocina del camón que se acercaba se oía más fuerte, así como los latidos de Nathan contra su pecho.

“¿Por qué no te detienes por completo?” Gritó él. Pero antes de que pudiera continuar, se dio cuenta de que algo se movía rápidamente entre los árboles. Parecía como si una sombra se moviera junto a ellos. Él entrecerró los ojos, y la sombra continuó moviéndose rápidamente a través de los árboles, él estaba seguro de que era alguna especie de animal. No fue hasta que la criatura salió de entre los árboles, con lo que parecía una velocidad sobrenatural, que pudo distinguir lo que parecía ser un perro negro desaliñado y delgado. Los brillantes ojos azules de la criatura se conectaron inmediatamente con Nathan mientras avanzaba por la pequeña carretera lateral junto a ellos.

“¡Espera!” Gritó él.

“¡¿Qué?!” Respondió Lafonda en pánico, apretando el volante todavía con sus manos.

“¡No te detengas, sal por ahí!” Dijo Nathan. “Hay una carretera lateral ahí adelante.”

Lafonda miró frenéticamente sobre el tablero. “¿Dónde?”

Los ojos de Nathan se conectaron con los penetrantes ojos azules de la criatura de nuevo. “¡Ahí!” Gritó señalando hacia la carretera lateral.

Ahora, la salida hacia la carretera adyacente estaba cerca, y Lafonda tenía solo unos segundos para reaccionar. Inmediatamente pisó el freno para girar mientras los neumáticos de su Ferrari rojo se detuvieron con un chirrido. El auto plateado que los había atormentado rápidamente cambió de carril junto antes de que el gran camión pasara a su lado.

“¡No hagamos eso nunca, nunca más!” Gritó Nathan respirando tan profundamente que su pecho se expandió.

Lafonda permaneció inmóvil mientras el auto se desplazaba en el camino de tierra de un solo carril. “Espero que no estés pensando en mencionarle esto a Roy o a mi abuela,” dijo.

“Oh, ¿y arruinar tu reputación como la Señorita con asistencia perfecta y del cuadro de honor?” Se burló Nathan con una voz aguda.

“¡No lo harías!” Exclamó Lafonda.

Él le sonrió y se regodeó. Él estaba feliz de que por fin tenía ventaja sobre ella. Lafonda lo observó y frunció el ceño. “¡Como quieras!” Respondió ella, poniendo los ojos en blanco en señal de protesta. “Y ¿A dónde fue ese perro?”

Nathan escaneó la carretera. “No lo sé. Probablemente lo mataste, y está bajo el auto, en algún lugar.”

“No seas ridículo, Nathan,” dijo Lafonda. “A veces puedes ser tan inmaduro.”

Ella negó con la cabeza y comenzó a retroceder el auto hacia la carretera principal. “Bueno, hasta ahora parece que todo está bien,” Nathan se rió, “a no ser que todavía esté atrapado bajo el auto.”

Lafonda se quedó sentada en silencio en el camino a la escuela, y ocasionalmente le fruncía el ceño a Nathan. Nathan pensó que era extraño cómo su mente seguía pensando en el perro de ojos azules y no en su reciente juego de la ruleta rusa con Lafonda. Sin duda, estaba más concentrado en lo que había visto entre los arboles: un perro negro que apareció de la nada y que parecía moverse tan rápido como un guepardo.

Las cosas siguen poniéndose cada vez más y más raras, pensó. Esto suena extraño, pero fue como si el perro hubiera aparecido mágicamente. Su mente seguía meditando mientras centraba su atención fuera del auto. Él apareció en el momento justo. Y se detuvo justo en la carretera que teníamos que ver.

Nathan se volvió para mirar a Lafonda e interpretó su silencio como señal de que todavía estaba molesta por su expresión triunfante sobre su existencia no-tan-perfecta. Trató de sofocar su risa, pero Lafonda la notó de todos modos.

“Realmente me gustaría saber quién era ese idiota,” dijo ella. “Me encantaría decirle lo que pienso.” Ella golpeó el volante. “¡Uf! ¿Por qué no pensé en anotar su número de placas?”

¡Probablemente porque estabas demasiado ocupada tratando de matarnos! Pensó Nathan, mientras Lafonda seguía divagando y quejándose.

Mientras conducían por la calle que llevaba a la IUCF, Nathan pudo ver los edificios y monumentos que distinguían el campus. A pesar de que solo había estado fuera de la escuela por menos de dos meses, aun así estaba sorprendido de que nada había cambiado. La única cosa diferente o extraña era la ausencia de estudiantes, y era por el verano.

En cuanto el Ferrari rojo llegó al estacionamiento de Lawrence Hall – los dormitorios en los que se alojarían – Nathan reconoció al instante el elegante auto plateado con cristales polarizados estacionado. “Bueno, parece que hemos encontrado a nuestro idiota,” dijo él, señalando al tipo alto y delgado que acababa de aparecer junto al maletero del auto plateado.

Lafonda apretaba con fuerza el volante con su mano cuando se estacionó en el lugar de al lado rechinando los neumáticos. Sorprendentemente, el tipo ni se inmutó con el ruidoso chirrido. “¡Ese es el auto!” Dijo Nathan en voz alta. “Es un Chevy Camaro.”

“No me importa qué auto sea,” dijo Lafonda, saliendo rápidamente del Ferrari. “Disculpa,” dijo ella, caminando hacia el tipo. “¿Te das cuenta de que casi nos matas allá atrás?” El tipo no respondió, por lo que Lafonda se enfureció más. “¡Oye!” Gritó ella, con las manos en sus caderas. “¡Te estoy hablando!”

Nathan había visto a Lafonda pararse así antes, y sabía muy bien que aquel tipo no sabía lo que le esperaba. Lentamente, el tipo de cabello negro colocó una de sus maletas en el suelo y miró a Lafonda por encima de sus gafas oscuras. Su solemne y cincelado rostro abrió paso a una sonrisa. Cerró casualmente el maletero de su auto y se acomodó su chaqueta negra de cuero. “Cariño,” dijo él, quitándose las gafas oscuras, “si vas a conducir una máquina tan potente, tal vez tu novio deba enseñarte cómo hacerlo.”

“¿Qué?” Exclamó ella, completamente desconcertada.

“No pongas esa cara de duda con tu lindo rostro,” continuó. “Sé que los autos pueden ser confusos para las damas, pero creo que puedo hacer algo de tiempo en mi ocupado horario de este verano para enseñarte.” Él sonrió. “Quiero decir, todo lo que tienes que hacer es pedírmelo, y veré qué puedo hacer.”

“¿Qué?” Exclamó nuevamente.

“Te diré qué,” continuó, tirando hacia atrás su chaqueta de cuero y revelando la camisa naranja del campamento de liderazgo que Nathan tanto odiaba. “Trabajaré aquí este verano como consejero de campamento, y puedes preguntar por mí en recepción. Mi nombre es Málick.”

“¡Uf!” Se quejó ella. “¡No preguntaré por ti!”

“Pero tu camisa dice Stephen Malick,” interrumpió Nathan.

“Solo Malick,” respondió bruscamente el alto y delgado tipo. Hizo una pausa y le susurro a Nathan, “Por cierto, mis condolencias.”

“¿Qué? ¿Por qué?” Preguntó Nathan, obviamente confundido.

Málico miró por última vez a Lafonda. “Estoy seguro de que estás muy ocupado con ésta,” le dijo a Nathan, alejándose.

“¡Uf!” Gritó ella.

“¿Qué?” Preguntó Nathan, sobresaltado.

“¿Es un consejero de nuestro campamento?” Gritó ella. Nathan dio un paso atrás mientras Lafonda cerraba los puños a sus costados. Él pensó que sus ojos se saldrían de sus órbitas. “¡Uf! ¡Tengo que hablar con mi abuela!”

6

CAMPAMENTO DE LIDERAZGO

Nathan despertó con la luz del sol que penetraba a través de la pequeña grieta entre las cortinas de la ventana de su dormitorio. Cada noche antes de irse a la cama, él hacía todo lo posible para encontrar una nueva manera de evitar que la luz del sol lo despertara por la mañana. Dio varias vueltas en la cama tratando de tapar el sol y de volver a dormirse antes de que su alarma se activara. Después de varios intentos, se rindió y se quedó mirando el techo de la habitación totalmente blanca. Se resistía, sin embargo, a escuchar la alarma del despertador, y temía cada segundo y cada minuto que pasaba, porque sabía que pronto tendría que salir de la cama.

No sé cómo Lafonda vivió en esta residencia durante todo el año pasado, pensó. Alojarse aquí sin duda empieza a sentirse como un castigo.

Era el final de la primera semana en el campamento, y Nathan ya extrañaba su cómoda cama en la casa. Miró las paredes y el techo blancos. “Y pensé que el lugar donde me alojé el año pasado era malo. Comparado con este lugar, Douglas Hall era mucho mejor.” Dejó escapar un bostezo ahogado mientras se sentaba en la cama. “Estoy realmente impresionado de que Lafonda quiera estar aquí.”

Las cosas estuvieron bastante tranquilas en cuanto a sus pesadillas, y tampoco había tenido problema alguno con sus manos. De hecho, no había tenido ninguna pesadilla desde que se había ido de la casa para el campamento, pero eso no le impidió pensar a menudo en Leah. Además de lo extraño de todo esto, frecuentemente se preguntaba si ella estaba bien o si se sentiría sola.

Cada vez se sentía con más ganas de encontrarla, para consolarla, o al menos para hacerle saber que no estaba sola, que a él también le estaban sucediendo cosas extrañas. Pero lo más importante era que él quería decirle que había soñado con ella, y posiblemente había sido testigo de todo lo que le ocurrió aquella noche. Él quería que ella supiera que no estaba loca.

“No puedo dejar que se quede en el hospital. No hay nada malo con ella.” Dijo mientras negaba con la cabeza. “Sé que no estoy loco,” murmuró. “Es simplemente demasiada coincidencia entre lo que le pasó y mi sueño. Ahora, antes de ir corriendo a rescatarla, y para evitar parecer un idiota, tengo que confirmar como es Leah. Necesito ver una foto de ella. Lafonda dijo que había una foto de ella en el anuario de primer año.”

Los pensamientos de Nathan fueron interrumpidos por el sonido de una pelota rebotando fuera de su dormitorio. El sonido se detuvo y fue seguido por un rápido golpe en su puerta.

“Jonás…” Dijo en voz baja. “¿Por qué está ya despierto y rebotando ese estúpido balón?” Él soltó un largo suspiro. “Si tengo que decirle una vez más que deje de jugar con ese balón aquí adentro, voy a tener que quitárselo.”

Nathan saltó de la cama y abrió la puerta para ver a un adolescente alto y de cabello desordenado.

El esbelto cuerpo del chico sobrepasaba a Nathan, mientras ansiosamente miraba hacia abajo a su consejero de campamento. “¿Ya es hora de comer?” Preguntó Jonás. Continuó jugando con su balón. “Estoy hambriento.”

“Jonás,” dijo Nathan, tratando de no sonar molesto. “¿Por qué estás despierto?”

“¿Qué quieres decir?” Respondió con sus ojos inquisitivos asomándose por debajo de su oscuro y rizado cabello. “Tenemos que levantarnos para desayunar.”

“Sí, pero son solo las 6:30,” explicó Nathan. “Ni siquiera comienzan a servir el desayuno hasta las 7:30.”

“Oh,” respondió Jonás desinteresadamente. Hizo una pausa por un momento, pero rápidamente empezó a botar el balón con más entusiasmo.

“¿Puedes parar con eso?” Nathan le exigió. “Vas a despertar a todos los demás.”

Ambos se detuvieron y volvieron la cabeza al sonido de puertas abriéndose y cerrándose. Otros dos integrantes del campamento, Andy Jolie y Hugo Mattingly, caminaron adormilados hacia ellos.

“¿Ya es hora de ir abajo?” Preguntó Andy.

“No,” respondió Jonás mientras pretendía hacer tiros de baloncesto en el aire. “Todavía no es hora.”

“Oh, está bien,” asintió Hugo, sus grandes brazos apenas pasando junto a Nathan y entrando a su habitación.

“¿Qué estás haciendo?” Preguntó Nathan, claramente molesto. “¡Fuera de mi habitación, y aléjate de mi cama!”

Otra puerta en el pasillo se abrió mientras Jonás continuaba rebotando su balón.

“Si sigues así, voy a tener que quitarte ese balón.” Le advirtió Nathan.

“Oh, está bien,” respondió Jonás deteniéndose al instante y dirigiéndose al interior de la habitación de Nathan.

“Eh, ¿A dónde van ustedes dos?” Protestó Nathan cuando Andy siguió a Jonás.

“¿Ya es hora del desayuno?” Preguntó un nuevo integrante de la conversación, con ojos cansados.

“¡No!” Exhaló Nathan, alejándose de su puerta. “¡Vuelvan a la cama!”

“¿Que volvamos a la cama?” Respondió el recién llegado. “¡Pero si son casi las siete!”

Nathan suspiró de nuevo y se volvió para quedar de frente a los tres adolescentes muy crecidos, ahora envueltos en una conversación sobre el baloncesto de IUCF en su dormitorio. “Ignórenme,” se quejó, mientras tomaba una toalla del armario. “Creo que me daré una ducha.”

“Está bien,” asintió Jonás, deteniéndose brevemente para mirarlo. “Te esperamos. Todos podemos bajar a desayunar después.”

“¡Genial!” Respondió Nathan sarcásticamente. Él resopló. “Y es solo la primera semana.”

Más tarde, después de su ducha, Nathan vio a Lafonda abajo, sentada en una de las mesas alargadas junto a los ventanales de la cafetería. Estaba sentada con algunos de los otros consejeros que ella había conocido desde que llegó al campamento. Por extraño que pareciera, además de Jonathan Black, todos eran estudiantes de la IUCF. También era extraño el hecho de que, esa mañana, Jonathan no estuviera en la mesa.

Jonás y los otros integrantes asignados al piso de Nathan ya estaban formados en la fila para el desayuno, y ahora se estaban dispersando entre las mesas de otros integrantes del campamento pertenecientes a otros pisos.

Él no estaba sorprendido en lo más mínimo por la expresión de Lafonda. Era bastante obvio para él lo que seguía, mientras miraba el mar de camisetas naranjas en la mesa.

“¿Dónde está tu camisa del campamento?” Preguntó ella, tratando de atenuar el tono exigente en su voz. “Sabes que mi abuela se enojará contigo si otra vez no usas la camiseta.”

“Lo sé, lo sé,” respondió él, poniendo los ojos en blanco. “Voy a ponérmela después del desayuno.”

Ella lo miró frunciendo el ceño. “Como sea, Nathan.” Dijo ella. “A mí me parece una pérdida de tiempo tener que ir arriba después del desayuno para cambiar de camiseta.”

Nathan negó con la cabeza y se dirigió hacia la fila para buscar el desayuno. Aborrecía vestir la camisa brillante del campamento de liderazgo, y detestaba aún más que su nombre estuviera escrito en ella. “¿Por qué no puedo simplemente usar mi camiseta de la IUCF?” Se dijo a sí mismo. “Ya estaban en el campus de la Universidad de Illinois, y casi todos eran de la escuela o de la zona.”

Caminó de regreso con su bandeja de comida e, intencionalmente, se sentó en el extremo opuesto de la mesa. Miró a Lafonda y le sorprendió que, por el momento, no se habían matado el uno al otro. Nathan volvió a mirar su comida y sacudió la cabeza. No podía entender lo que estaba pensando la abuela de Lafonda cuando los asignó al mismo grupo de integrantes del campamento.

“Buenos días, Nathan,” dijo una voz alegre. “¿Cómo estás esta mañana?”

Él levantó la vista de su plato de panqueques para encontrar a una chica de ojos azules con largos rizos rubios cuidadosamente arreglados mirándolo. Todo en ella parecía perfecto. Ni una sola arruga en la ropa; ni un solo mechón de cabello fuera de lugar. Nathan se sorprendió al ver lo bien que la camiseta del campamento de liderazgo de color naranja brillante se veía en ella. Con sus largas y hermosas pestañas y su piel rosada, concluyó que probablemente cualquier cosa que llevara puesta luciera bien.

“¿Estás disfrutando tus panqueques?” Preguntó ella.

“Son panqueques,” respondió él, mientras tomaba un par de tragos de jugo de naranja.

“Dudo que siquiera recuerde tu nombre,” comentó el chico de cabello rubio con ojos del mismo color parado junto a ella.

“Soy Ángela,” le dijo alegremente. “Ángela Greystone.”

Nathan se llevó un bocado de panqueques a la boca. “Sí, yo me acuerdo,” tartamudeó, mientras cubría su boca.

“Sí, claro,” dijo Lafonda desde el otro lado de la mesa.

Ángela sonrió. “Nos conocimos días atrás.” Continuó. “Y este de aquí es Alan Donovan.”

“De acuerdo,” respondió Nathan asintiendo con la cabeza. Hizo una pausa y miró a los dos antes de continuar. No podía creer cómo parecían la versión masculina y femenina el uno del otro. “¿Ustedes son hermanos gemelos, o algo así?”

“No, no tenemos parentesco, pero nos dicen eso todo el tiempo,” dijo Alan. “Es debido a nuestro innato sentido de la moda.”

Nathan dejó escapar una risita ahogada, apenas evitando escupir su jugo de naranja. “¿Debido a su qué?” Preguntó con una sonrisa.

“Nuestro innato sentido de la moda,” repitió Alan. Tenía una mirada sincera en su rostro. “Simplemente nacimos sabiendo lo que se ve bien. Es un don.”

Nathan se sentó en silencio mientras miraba a Alan y de repente empezó a reír histéricamente. “No hablas en serio, ¿verdad?” Preguntó.

“No le hagan caso a Nathan,” dijo Lafonda. “Ni siquiera puede recordar ponerse su camiseta de liderazgo por la mañana, mucho menos puede saber algo sobre estilo o moda.” Ella hizo una pausa para mirar hacia la mesa y luego hacia él. “¿No es así, Nathan?”

“Sí,” respondió sarcásticamente, “me conoces perfectamente.”

Normalmente él no estaría de acuerdo con ella, pero estaba distraído por la repentina aparición de Jonathan Black. Desde el comienzo el campamento, Jonathan se había visto más y más cansado, y no parecía la misma persona cuidadosamente vestida y puntual que Nathan supuso que era después de conocerlo durante la fiesta de cumpleaños de Lafonda en la Mansión Devaro. Nathan sentía tanta curiosidad en cuanto a por qué Jonathan llegaba tarde a recoger a su grupo del campamento y por qué se veía tan desaliñado, que estaba dispuesto a agitar la bandera blanca hacia Lafonda.

“Bueno, ahí va mi contraparte,” comentó Erin Rosales.

Nathan conocía a Erin porque su padre era el jefe de la policía de Cahokia Falls, y a pesar de que habían asistido a la misma escuela secundaria, en realidad no habían hablado el uno con el otro hasta la clase de Español en el semestre anterior.

“Puede ser que a tu pareja no le guste llevar la camiseta del campamento, Lafonda,” dijo Erin sonriendo, “pero por lo menos él no te deja plantada o esperando. Ayer tuve que acompañar a nuestro grupo de vuelta a los dormitorios yo sola.”

“Buenos días, Erin,” dijo Jonathan, tomando asiento a su lado.

“Qué agradable de tu parte que te nos unas,” respondió ella, empujando su bandeja con comida y cruzando los brazos.

“Lo siento mucho,” dijo Jonathan inmediatamente en respuesta, “prometo que llegaré más temprano la próxima vez.”

“¡La próxima vez!” Resopló Erin, mientras lanzaba su largo y castaño cabello hacia atrás. “Intenta llevar a catorce adolescentes tú solo, y dime si te gusta.”

“Eh, en realidad,” interrumpió Jonathan, mientras reacomodaba sus gafas de montura cuadrada en su nariz, “son dieciséis.”

Erin se quedó mirando inexpresivamente a Jonathan con el rostro tan rojo que todos en la mesa se quedaron esperando a ver si explotaba. Jonathan hizo una pausa por un momento y luego tragó saliva. “Verás, en realidad, este año hay noventa y seis niños en el campamento,” continuó lentamente. “Hay un grupo de ocho niños y ocho niñas para cada pareja de consejeros.”

“De acuerdo,” respondió Erin. “¿Y qué tiene que ver eso con que todo el tiempo estés llegando tarde?”

Nathan escuchó con atención esperando la respuesta a esa pregunta, así como todos los demás en la mesa. Jonathan abrió la boca para empezar a decir algo, pero en cambio se volvió para mirar a Nathan.

Nathan se quedó sorprendido. ¿Qué? ¿Por qué me está mirando?

“Nada,” respondió Jonathan en voz baja, “solo perdí la noción del tiempo mientras leía.”

“¿Mientras leías?” Preguntó Erin. “¿Todo el tiempo estás cansado y llegas tarde por leer?”

“Bueno, eso podría estar cerca de la verdad,” Nathan se rió hacia adentro. Él realmente no podía imaginar a Jonathan Black haciendo cualquier otra cosa que no fuera leer.

Todos en la mesa parecían haber llegado a la misma conclusión, y habían comenzado a perder el interés en la conversación.

“Bueno, y ¿exactamente que estás leyendo?” Preguntó Erin con fuerza. “Los chicos en tu piso dicen que no pueden encontrarte después de la hora de toque de queda en la noche. Dicen que llaman a tu puerta y nunca contestas.”

“Deben estar equivocados,” tartamudeó Jonathan.

“¡Ah, ya déjalo!” Sonó una voz nueva a la conversación.

Todo el mundo en la mesa volvió la cabeza para encontrar a un sonriente Stephen Malick caminando junto a ellos para sentarse en una de las mesas más pequeñas junto a la ventana.

“Él es lindo,” dijo Ángela.

“¿Cómo lo sabes?” Preguntó Lafonda, sonando un poco molesta. “Siempre lleva puestas sus gafas de sol.”

Ángela sonrió. “Me gustan las gafas de sol. Te hace imaginar sus lindos ojos cafés. Además de que le agregan una imagen de chico malo.”

“¿Imagen de chico malo? ¿Ojos marrones lindos? ¡Por favor no me digas que también te gusta su psicosis!”

Ángela sonrió y corrigió su postura. “Alguien debería invitarlo a sentarse con nosotros,” continuó, su alegre voz sonando más optimista y casi melódica.

“¿Para qué?” Dijo Lafonda molesta. “¡Deja que el Señor Maravilla se quede allá!”

“¿Por qué no?” Preguntó Alan, burlonamente. “¿Acaso detecto un poco de aprensión, Lafonda? ¿Tienes miedo de que no le gustes?”

“Eh, no quieres tocar ese tema,” advirtió Nathan. “El primer día del campamento, el Señor Maravilla casi nos saca de la carretera.”

“¿Qué?” Interrumpió Erin. “¿Ese idiota arrogante los sacó de la carretera?”

“Yo sigo pensando que es lindo,” intervino Ángela.

De repente, todos se vieron interrumpidos por el sonido de alguien aclarando su garganta. Miraron hacia arriba para encontrar a LaDonda Devaro de pie allí con una gran sonrisa en su rostro.

En lugar de la camiseta naranja brillante, LaDonda llevaba una dorada. “Buenos días a todos,” dijo.

“¿Por qué ella tiene una camiseta dorada?” Susurró Alan. “Mi bronceado se vería mucho mejor con una camiseta dorada.”

“¡Shhh!” Susurró Ángela.

“Es el final de la semana,” dijo LaDonda, “y como estaba previsto, si el tiempo lo permite, tendremos una hoguera en la playa del lago de Charlestone. Por lo tanto, estoy buscando voluntarios para ayudar a Argus, el director de turismo y recreación del lago, para preparar las hogueras. ¿Algún voluntario?”

Hubo un silencio en la mesa, y Erin, Ángela y Alan apartaron la mirada de LaDonda. Rápidamente, Nathan también miró hacia otro lado. Tenía la esperanza de que no lo eligieran a él.

“Ya le he pedido al grupo de consejeros de la otra mesa que sean voluntarios para llevar las hieleras, sillas de jardín, aperitivos y malvaviscos,” LaDonda continuó con optimismo, antes de detenerse de nuevo. “Está bien, ¿así que no hay voluntarios? Supongo que tendré que elegirlos yo.”

Nathan pensó que podía sentir los ojos de LaDonda observándolo. Era como si sintiera el calor de un láser infrarrojo.

“Nathan,” dijo en voz alta.

“¿Por qué yo?” Murmuró Nathan.

“Nathan, ya que has demostrado un gran liderazgo en el campamento utilizando la camiseta y siguiendo las reglas,” dijo LaDonda, “te nombro responsable de preparar las hogueras durante el resto del campamento.”

Podía sentir otro láser infrarrojo sobre él, pero éste venía de Lafonda. Lentamente se dio vuelta y descubrió que tenía una sonrisa demasiado entusiasta en su rostro.

“¿Qué?” Exclamó Nathan. “¿Durante el resto del campamento? ¡Debes estar bromeando!”

“Es solo los viernes, Nathan,” dijo LaDonda con una sonrisa alentadora.

“¡Pero eso es trabajo suficiente para tres personas!” Se quejó Nathan. “Además, ¿cómo se supone que Lafonda podrá dirigir a dieciséis adolescentes hiperactivos y hormonales sola los viernes por la noche?”

“Aunque estoy más que feliz de ver que Nathan finalmente tenga algo de trabajo,” intervino Lafonda, “él tiene un buen punto.”

“Las hogueras son hasta más tarde por la noche,” explicó LaDonda. “Por lo tanto, él va a tener mucho tiempo para preparar el área después de terminar sus tareas como consejero.”

Sintiéndose derrotado, se quedó cabizbajo en su silla. “Y… ¿tendré alguna ayuda?” Preguntó.

LaDonda sonrió. “Respecto a ayuda adicional…” Dijo, mientras buscaba en la habitación.

Una vez más, las miradas de todos en la mesa se desviaron. “¡Ah, sí! ¡Stephen!” Gritó. “¿Puedes venir aquí un momento?”

Al instante, los ojos de Ángela se encendieron, y le prestó una cuidadosa atención a Stephen.

“Sí, señora Devaro,” él respondió rápidamente al acercarse a ella.

“¡Oh, se me está haciendo tarde! Dijo LaDonda. “Le dije a Argus que lo vería hace cinco minutos.” Ella parecía un poco nerviosa. “De acuerdo, Stephen, necesito que lo ayudes a Nathan a preparar la hoguera de esta noche,” le explicó mientras caminaba alejándose. “Y Nathan, Argus se reunirá con ustedes alrededor de las 6:00, lo que les dará mucho tiempo para cenar antes de salir a preparar la hoguera.”

Dio unos pasos antes de detenerse de nuevo para decir firmemente: “Y Stephen, quítate esas gafas de sol. No creo que tu abuela aprobaría que los usaras aquí dentro.”

“Sí, señora,” él respondió, quitándose rápidamente sus gafas de sol. Dio unos pasos hacia Nathan. “Entonces, supongo que tú eres Nathan.”

“Eh, sí,” gimió Nathan. “Nos conocimos el otro día, ¿recuerdas? Nos hiciste salir de la carretera y casi nos matamos.”

“Oh,” respondió Malick. Tenía la mirada en blanco en su rostro, que pronto se desvaneció en una sonrisa socarrona. “¿Dónde está esa novia tuya?” Su sonrisa se convirtió rápidamente en una sonrisa completa después de que sus ojos se conectaron con una Lafonda que echaba humo. “La oferta sigue sobre la mesa, para darte clases de conducir.”

“¡Ella no es mi novia!” Nathan respondió rápidamente. “Es solo una amiga.” Miró a Lafonda y podría haber jurado que vio humo saliendo de sus oídos. “¿Puedes encontrarme en la entrada norte al Lago Charleston?”

“Claro,” dijo Malick, mientras le sonreía a Lafonda. “¿A qué hora?”

“Bueno, LaDonda dijo que Argus nos estará esperando alrededor de las 6:00,” dijo Nathan, “así que supongo que nos estará esperando en el lugar de la hoguera por el Lago Charleston. ¿Qué tal si nos reunimos a las 5:45, para que nos dé tiempo suficiente para recorrer el camino al lago?”

“No hay problema,” dijo Malick, mientras le lanzaba otra sonrisa a Lafonda antes de alejarse.

“Oh, Lafonda, ¡él es tan lindo!” Chilló Ángela. “Y creo que está enamorado de ti.”

“Oh, por favor, Ángela,” respondió Lafonda, evidentemente molesta. “El tipo es un idiota narcisista y no le importa nadie más que él mismo.”

“Bueno, todo el mundo comete errores,” dijo Ángela encogiéndose de hombros. “Y creo que este idiota narcisista puede merecer una segunda oportunidad.”

“Yo no tengo tiempo para esto,” se quejó Lafonda, levantándose de la mesa. Ella suspiró. “Vamos, Nathan. Es casi la hora para acompañar a nuestro grupo a su clase de liderazgo matutina.”

“No sé, Lafonda,” continuó Ángela, también levantándose. “Tengo un presentimiento especial acerca de esto.”

“Sí,” dijo Alan, siguiéndola. “Estoy seguro de que son solo tus hormonas.”

El resto de la mañana pareció transcurrir lentamente para Nathan y, por la expresión solemne en sus rostros, posiblemente para algunos de los otros integrantes del campamento. Durante la primera clase a la que asistieron, se habló de la comunicación persuasiva y de cómo inspirar a la gente a trabajar juntos y compartir objetivos. A Nathan la clase le pareció algo interesante, y le sorprendió que no tuvo dificultades para mantener los ojos abiertos. La siguiente clase acerca de la exploración de diferentes estilos de liderazgo le pareció adormecedora, y para la tercera clase, Lafonda tuvo que estar sacudiéndolo para impedir que se quedara dormido.

A medida que avanzaba el día, el sol del verano combinado con la notoria humedad de Illinois tenía a todos gritando por agua helada. Para empeorar las cosas, la unidad de aire acondicionado dejó de funcionar durante la última clase del día. Nathan estaba seguro de que nadie estaba prestando atención pero, después de varios intentos de los estudiantes y de Nathan, el instructor se negó a cancelar la clase. No fue sino hasta que Lafonda señaló que estaba más frío afuera y que podría terminar la clase al aire libre, que el instructor estuvo dispuesto a trasladarse.

Nathan pensó que definitivamente estaba más fresco a la sombra de los árboles que en el aula. Agradecía la brisa, y con la noche acercándose, el sol se volvía mucho más tolerable. Mientras el instructor continuaba hablando sobre la importancia de tener integridad y lo que significa ser una persona íntegra, la mente de Nathan empezó a divagar.

Las aves, los árboles y los pocos estudiantes caminando en el campus eran una distracción fácil. No fue sino hasta que todos empezaron a ponerse de pie que Nathan se dio cuenta de que la clase había terminado. Mientras los estudiantes comenzaron a reunirse en fila detrás de Lafonda para ser escoltados de vuelta a Lawrence Hall, una silueta familiar llamó su atención. Pensó que tal vez uno de los estudiantes se había alejado, pero rápidamente se dio cuenta de que la silueta que pasaba rápidamente era la de Jonathan Black.

¿A dónde va con tanta prisa? ¿No debería ayudar a Erin a escoltar su grupo de regreso a Lawrence Hall? Mantuvo un ojo vigilante sobre Jonathan mientras su grupo se dirigía al dormitorio.

Jonathan subió de prisa las escaleras y entró al edificio Katherine Schmidt. Nathan asumió que Jonathan probablemente iría a ver a la Dra. Helmsley, ya que el Departamento de Estudios Arqueológicos se encontraba allí. Nathan lo sabía porque había tenido una clase en la sala de conferencias de ese edificio durante su primer semestre.

“Entonces, ¿estás listo para pasar tiempo con el Sr. Maravilla esta noche?” Preguntó Lafonda, interrumpiendo su concentración.

“¿Te refieres a Malick?”

“El único e inigualable,” suspiró mientras caminaban de regreso a Lawrence Hall. “Espero que no sea más una molestia que una ayuda.”

La mente de Nathan comenzó a divagar de nuevo hacia Jonathan mientras Lafonda seguía quejándose de Malick. “¿Jonathan dijo algo en la mañana acerca de abandonar temprano el campamento?” Preguntó Nathan.

“No,” Lafonda respondió con confianza. Hizo una pausa por un momento y luego se encogió de hombros. “Bueno, al menos no que yo recuerde. ¿Por qué lo preguntas?”

“Tenía curiosidad,” dijo Nathan.

Nathan tenía algo más que curiosidad, pero sin duda no quería involucrar a Lafonda a estas alturas. Ella probablemente haría un gran lío al respecto, pero él quería saber primero qué tramaba Jonathan.

Durante la cena de esa noche, Nathan se sintió un poco más que inquieto. Estaba tan absorto en sus pensamientos acerca de todo lo que había sucedido en las últimas dos semanas que bien podría haber estado sentado en la cafetería solo.

Lafonda, Ángela, Alan y Erin estaban tan concentrados en hablar mal de Jonathan por haber dejado de nuevo a Erin sola que no se dieron cuenta de lo callado que estaba Nathan. Y si no hubiera sido porque Alan le pidió que le pasara la botella de cátsup, habría pensado que no se habían dado cuenta que estaba allí.

Erin siguió quejándose de que Jonathan había dicho, por tercera vez en la semana, que tenía que salir temprano de la clase por la tarde y, que en esta ocasión, había dicho que necesitaba ir a Lawrence Hall para hablar con LaDonda.

Nathan se quedó perplejo al escuchar esto. Aun si Jonathan había cometido un error y había querido decir que iba a ver a LaDonda en Schmidt Hall, él sabía que no había dicho la verdad porque LaDonda estaba esperando a Nathan en el vestíbulo después de haber regresado a Lawrence Hall.

Malick estaba esperando con ella. Ella quería recordarle a ambos que debían reunirse con Argus después de la cena para preparar las hogueras para la noche. A menos que LaDonda pudiera estar en dos lugares a la vez, Jonathan definitivamente estaba ocultando algo.

Nathan notó que Jonathan nunca se presentaba para la cena tampoco, lo cual molestaba aún más a Erin porque ella no podía gritarle. Malick tampoco se presentó para la cena, aunque, de cualquier manera, no se sentaba con el grupo.

Poco después de la cena, de mala gana, Nathan salió para encontrarse con Malick. El recorrido hacia la entrada norte del Lago Charleston no le tomaría mucho tiempo, así que esperó hasta el último minuto posible.

En realidad, la entrada norte se encontraba en la calle Lawrence Road, que pasaba directamente detrás de Lawrence Hall. En el comienzo del primer semestre y hacia el final del segundo, cuando el clima era agradable, Nathan a menudo iba al lago para escaparse de la escuela, a pesar de que podría haber utilizado mejor su tiempo estudiando.

Mientras cruzaba Lawrence Road, sus pensamientos estaban concentrados en los acontecimientos de las últimas dos semanas: sus pesadillas, la posible realidad de Leah, sus quemaduras periódicas, sus manos rojas y con comezón, el perro misterioso de ojos azules, y ahora el extraño comportamiento de Jonathan Black. Se preguntó qué otros sucesos extraños encontraría este verano. ¿Extraterrestres, quizá?

La entrada norte al lago era en realidad un sendero que atravesaba la reserva forestal que rodeaba el lago. El sendero era una caminata de 15 minutos hasta el lago, que también conectaba a otro sendero que conducía al Museo Cahokia y a las cuevas de Cahokia, ubicadas detrás de los acantilados por encima del Lago Charleston. Mientras se acercaba a la entrada, a Nathan le sorprendió encontrar a Malick esperándolo. Él había supuesto que Malick llegaría tarde, o que no se presentaría.

“Esto será interesante,” murmuró para sí mismo.

Malick estaba recargado en el letrero de la reserva forestal. “Hola, hombre, ¡por fin apareces!” Dijo con una sonrisa.

Nathan sacó su teléfono celular al instante. “Apenas son las 5:45,” él dijo.

“Ja, mi reloj decía 5:45 hace dos minutos,” Malick se jactó.

“En fin,” murmuró Nathan. “Acabamos con esto.”

Nathan pasó rápidamente junto a Malick y entró al sendero primero. Nathan había recorrido ese camino muchas veces antes, así que no tenía duda qué dirección tomar, a pesar de que los árboles bloqueaban la luz del sol de la tarde. Nathan empezó a acelerar el paso mientras se adentraban más y más en el bosque. No quería fingir que le caía bien Malick, y esperaba que si caminaba lo suficientemente rápido, no tendría que aguantar cualquier pretensión o tener una conversación falsa con él. Irritantemente, Malick era más alto que él y sus largas piernas le permitían seguirle el paso.

“Entonces,” dijo Malick con entusiasmo en su voz, rompiendo el silencio. “¿Estás listo para encender esa hoguera y tal vez quemar el bosque?”

Nathan se quedó congelado. Se detuvo para girar rápidamente y mirar a Malick. Quería darle la mirada más cabreada posible. Quería darle un mensaje claro sin decir una sola palabra.

Después de un momento, finalmente le respondió a Malick sonriendo, “Mira, no pretendamos que en realidad te importa una mierda las demás personas, y mucho menos este bosque.” Nathan frunció el ceño. “Puedes dejar de fingir. ¡Si se te diera la oportunidad, probablemente te encantaría iniciar un incendio forestal, destruir los árboles y todo lo que hay en él!”

“¡Ay!” Dijo Malick, mientras Nathan continuó su camino hacia el lago.

“¿Qué te tiene tan tenso?” Gritó Malick mientras trotaba detrás de él. “¡Tú y tu novia son tan presumidos!”

Nathan se congeló de nuevo, pero esta vez se detuvo para ver a Malick de cerca. Malick también se detuvo, pero él estaba más preocupado en arreglar su cabello.

Tienes que estar bromeando, pensó Nathan, mientras miraba a la réplica de James Dean frente a él. ¿Este tipo quiere pretender ser un chico malo, o normalmente actúa de esta manera? Nathan negó con la cabeza. Puede ser más alto y un poco mayor que yo, pero definitivamente puedo con él.

Se acercó confiadamente a Malick. “Mira, sé que eres de Planeta Stephen Malick, o algo así,” dijo, “¡pero aquí en la Tierra la gente por lo general no aprecia que jueguen con sus vidas!”

“Oh, eso,” respondió Malick, como si hubiera sido atrapado con la guardia baja. “Pensé que ya lo habías superado; el otro día no te veías muy molesto por eso.”

“Si te refieres al hecho de que nos obligaste a salir de la carretera con tu auto,” gritó Nathan, “entonces sí, ¡estoy absoluta y definitivamente molesto!”

“¡Fue solo una broma!” Tartamudeó Malick. “Juro que – tú y tu novia actúan como si nunca hubieran jugado a la gallinita antes.”

“¡Genial!” Dijo Nathan frunciendo el ceño. “Me alegro de que te hayas divertido a costa de otros. Y por última vez, ¡Lafonda no es mi novia!” Nathan negó con la cabeza e inmediatamente siguió con su recorrido por el camino.

Frustrado, Malick le siguió por detrás. “¡Está bien!” Gritó. “Si eso es lo que ustedes le dicen a la gente – quiero decir, parece que ustedes dos son algo más que amigos.”

7

UN POCO DE COMPETENCIA

A medida que el sol del verano bajaba en el cielo, los acantilados sobre el Lago Charleston creaban una sombra que anunciaba la llegada de la noche. Una fresca brisa rodeó a Nathan y creaba pequeñas ondas que hacían que los reflejos dorados bailaran sobre el agua.

Nathan se quedó allí parado como normalmente lo hacía al ver el agua por primera vez, pero esta vez no fue solo la belleza del agua lo que capturó su atención. Fue algo que Malick dijo en el bosque lo que lo molestaba. No tenía ninguna duda de que Malick era un imbécil y que no debía prestar mucha atención a lo que salía de su boca. Nathan contemplaba lo que Malick había dicho de él y Lafonda, y solo se encogió de hombros. Pero, ¿qué fue lo que dijo que le molestaba tanto?

Otra brisa pasó a través de él, rodeando cada centímetro de su cuerpo, pero no podía relajarse y solo recibir la brisa. “Pero ¿por qué?” Se preguntaba a sí mismo. Hizo una pausa y luego examinó las palmas de sus manos. Estaban tensas, pero normales. Pero, ¿por qué estaban tan normales cuando él estaba tan tenso? ¿Y por qué estaba tan enojado?

Respiró profundamente, suspiró, y pensó que Malick estaba en lo cierto. No estaba tan molesto por el incidente del auto. Por supuesto, no estaba particularmente encantado de haberse visto obligado a que su vida dependiera de las habilidades de conducción de Lafonda, pero no estaba enojado por eso.

Se detuvo por un momento y, luego, de repente, se dio cuenta de por qué estaba tan irritado. Con todo lo que estaba sucediendo ese verano; sus manos, los sucesos extraños, y Leah, sentía que todo se estaba juntando, y ahora que era consejero en el campamento de liderazgo, no tenía tiempo para enfrentar nada.

Nathan suspiró de nuevo y relajó sus hombros. Lo último que quería era construir hogueras con Stephen Malick. Bajó la mirada hacia sus manos, pero la decepción se apoderó de él. La última vez que recodaba haber estado tan frustrado, sus manos se habían sacudido de forma tan incontrolable que había derramado el ponche de frutas en todo el vestido de Lafonda en su fiesta de cumpleaños.

Él creía que ya había descifrado todo el asunto de las manos: que su problema con las manos era sinónimo de cuando se molestaba o se estresaba. Pero en este momento no estaban de color rojo siquiera; no había hormigueo, agitación, nada.

“¿Qué estás esperando?” Lo interrumpió Malick con una ligera sonrisa.

“Nada,” respondió de mala gana. Nathan miró a Malick y temía tener que trabajar con él. En secreto, deseaba que sus manos temblaran incontrolablemente alrededor del cuello de Malick.

Malick se congeló por un segundo y miró fijamente a Nathan como si supiera lo que estaba pensando. Pero, de repente miró hacia otro lado. “¿Es ese el tipo?” Preguntó, señalando a un hombre alto y delgado que se acercaba a ellos.

Nathan puso los ojos en blanco. Le resultaba difícil pensar en algo que no fuera su actual frustración de no poder resolver su problema de la mano o el misterio detrás de sus sueños. “Ah, y no olvidemos el misterioso perro,” murmuró en voz alta.

“¿Qué?” Preguntó Malick, desconcertado. “¿Cuál perro?”

“Nada,” Nathan respondió rápidamente, agitando la cabeza para concentrarse. “Ese debe ser él. ¿Quién más podría estar aquí preparando las hogueras?”

Malick se rió entre dientes mientras pasaba junto a Nathan y se dirigía hacia donde estaba el hombre de cabello plateado.

Nathan pateó algunas de las pequeñas piedras redondas que había en la costa antes de seguir a Malick.

Cuando se acercaron, el hombre de mediana edad levantó la vista hacia ellos, y sus ojos se entrecerraron como si estuvieran enfocando para ver algo. Una vez que sus ojos se encontraron con Nathan, sonrió. “Tú debes ser Nathan,” dijo con una sonrisa, mientras estiraba la mano hacia Nathan.

Los sorprendentes ojos azules del hombre eran cálidos y llenos de juventud, y su piel bronceada y rugosa sugería que había trabajado bajo el sol. Era un hombre de cabello plateado con una larga cola de caballo, y sus manos eran un poco más grandes de lo normal y tenían una fuerte apariencia. Nathan también alcanzó a ver lo que parecía un tatuaje de color rojo en el antebrazo derecho del hombre.

“Sí, sí,” continuó el hombre, mientras agitaba la cabeza. “Permítanme mostrarles a ti y a tu amigo lo que hay que hacer”

“¿Amigo?” Nathan se rió hacia adentro. Él no consideraría a Malick un amigo. Miró hacia Malick para encontrar una sonrisa en su rostro – a él también le pareció exagerado el comentario.

“Entonces, supongo que tú eres Argus.” Dijo Nathan.

“Ja-ja,” se rió Argus. “¡El único e inigualable!” Hizo un gesto con la cabeza. “Ahora vengan: síganme mientras aún tenemos la luz del sol.” Él siguió riéndose. “Estoy seguro de que LaDonda los tiene de arriba para abajo.”

Nathan y Malick se miraron el uno al otro. A Nathan, Argus le pareció divertido y un poco extraño, pero decidió simplemente guardar silencio.

“Probablemente no tiene muchas visitas,” suspiró Malick con una sonrisa. Nathan trató de no reírse con su comentario.

“Muy bien, muchachos,” dijo Argus, manteniendo un ojo vigilante sobre Malick. Se detuvieron cerca de un gran contenedor de madera vieja. “Les hice el favor de rellenar las hogueras, pero es posible que aquellas al final necesiten un poco más de leña.” Puso sus manos en sus caderas y de repente tenía una gran sonrisa en su rostro. “Por desgracia para ustedes, al hacerlo, vacié el contenedor por completo.”

“Entonces, ¿necesitas que llenemos el contenedor de madera?” Preguntó Malick.

“Algo así, pero no exactamente,” dijo Argus. “Hay algunos más pequeños alrededor de la playa, pero necesito que uno de ustedes llene este contenedor mientras el otro enciende las hogueras. Sería mejor que hagan todo esto mientras el sol aún está fuera. Si lo hacen por separado, deberían terminar antes de que oscurezca.”

“Bueno, yo me ofrezco para encender las hogueras,” dijo Malick rápidamente.

“¿Qué?” Se quejó Nathan. “¿Por qué te toca a ti el trabajo fácil?”

“¿Qué?” Respondió Malick con una sonrisa socarrona. “Tu trabajo no es difícil.”

Argus se fue brevemente y volvió con una carretilla. En la carretilla había una pequeña botella blanca. “Y mira, ¡incluso hay una carretilla!”

De mala gana, Nathan tomó la carretilla de Argus. ¿Por qué tengo la sensación de que Argus solo llenó las hogueras para que él no tuviera que rellenar el contenedor de manera?

“Está bien,” dijo Argus. “Ahora, la madera está en el gran contenedor al lado del centro de excursión y el campamento encima de la colina.” Dijo señalando el camino. “Yo estaré ahí terminando algunas facturas, si tienen alguna duda o problema.” Se agachó para recoger la pequeña botella blanca. “Ah, y necesitarán esto.”

“¿Para qué es esto?” Preguntó Malick, mirando con curiosidad la botella.

“Exactamente para lo que dice en la botella,” respondió Argus. “Líquido encendedor.” Él parecía estar escudriñando a Malick. “¿De qué otra forma piensas encender las hogueras?”

Malick se quedó con la pequeña botella en la mano y miró hacia las fogatas. “¡Tiene que ser una broma!” Exclamó. “Hay al menos quince hogueras allá.”

“Bueno, en realidad solo son doce,” replico Argus.

“¿Esta pequeña botella para doce hogueras?” Se burló Malick.

Argus negó con la cabeza mientras levantaba una ceja. “Oh, y necesitarás éstas,” continuó, sacando de su bolsillo una sola caja de cerillas.

Malick se quedó allí con una mirada de incredulidad en su rostro mientras miraba la pequeña botella de líquido encendedor y la caja de cerillas en su mano.

“¿Qué?” Se rió Argus mientras se dirigía al camino que llevaba a la colina del centro de excursión y al campamento. “No esperabas que les diera a dos adolescentes un soplete, ¿o sí?”

“¿Adolescente?” Gritó Malick frustrado, para que Argus lo escuchara. “¡Tengo veintiún años!”

“Creí que eras mayor,” se dijo Nathan a sí mismo. Se volvió para mirar boquiabierto la carretilla. “Mira, Tierra llamando a Planeta Malick,” dijo en un tono exigente. “Con o sin carretilla, estás loco si piensas que yo solo voy a rellenar el contenedor con la madera de allá arriba.”

Nathan esperó impacientemente mientras Malick seguía mirando la caja de cerillas y la botella de líquido encendedor en sus manos. Malick tenía una extraña mirada de frustración en su rostro.

“¿Cuál es el problema?” Malick finalmente respondió, como si de pronto volviera a la vida. Sus ojos ahora tenían un brillo que hicieron a Nathan sentirse nervioso. “Un tipo fuerte como tú no debería tener problemas trayendo la madera desde allá arriba.”

“Sí, probablemente es así,” respondió Nathan con cautela. “Pero la pregunta es, ¿quiero hacerlo?”

“Bueno, antes de que te pongas de gruñón,” dijo Malick con una sonrisa, “hagamos un trato.”

Nathan inclinó la cabeza y miró a Malick sospechosamente. “Está bien, continúa; escuchemos el trato. ¿Qué estás tramando en esa mente tuya?”

“Ahora, eso no es justo,” dijo Malick de una manera poco entusiasta, como si lo hubieran ofendido. “Ni siquiera has escuchado lo que voy a decirte.”

“Créeme, me gustaría no tener que escucharlo.”

“De cualquier manera,” continuó Malick con una sonrisa. Levantó los artículos en sus manos para que Nathan los viera. “¿Cuánto tiempo crees que me llevará encender las doce hogueras?”

“Bueno,” dijo Nathan, haciendo una pausa. “Y diría que por lo menos quince minutos.”

“¡Quince minutos!” Espetó Malick, casi dejando caer los artículos de sus manos. “¡Tan solo mojar la madera con el líquido encendedor, me tomará ese tiempo!”

“Está bien, está bien,” respondió Nathan encogiendo los hombros. “Veinte minutos.”

“Tienes que estar bromeando, ¿no es así?” Preguntó Malick, mientras agitaba la pequeña botella blanca en su mano. “Probablemente voy a utilizar toda la botella en la primera hoguera, y entonces tendré que intentar encender las otras hogueras – ¡sin líquido encendedor!”

“¿Cuál es tu punto?” Gimió Nathan.

Malick hizo una pausa antes de hablar, y sus ojos parpadearon de la misma forma que antes.

El estómago de Nathan empezó a hacerse nudos cuando Malick abrió la boca para hablar.

“¿Estás de acuerdo que el centro de excursión y de campamento están a tan solo cinco minutos de aquí con la carretilla?” Preguntó Malick con una sonrisa.

Nathan miró hacia arriba en la colina y luego asintió. “Yo diría que menos de eso,” respondió con confianza.

“Bueno,” Malick sonrió también con confianza. “Hagamos un trato. Si para cuando regreses con tu primera carga de madera, yo no he encendido las doce hogueras, yo te ayudaré a rellenar el contenedor de madera.”

Nathan miró hacia arriba en la colina de nuevo. Había estado allí muchas veces en los últimos años y estaba bastante seguro de que estaba bien familiarizado con el área. Me debería tomar alrededor de cinco minutos en total llegar ahí, llenar la carretilla, y regresar, pensó. Y aún si me toma más tiempo, de ninguna forma tendrá las doce hogueras encendidas para cuando regrese. Nathan extendió su mano. “¡De acuerdo!”

“Nada como un poco de competencia,” respondió Malick, apretando la mano de Nathan.

Se sonrieron el uno al otro antes de rápidamente salir cada quien por su camino. Nathan tomó la carretilla y la empujó tan rápido como pudo hacia el camino que llevaba al centro de excursión y campamento. El sudor le escurría por su frente cuando llegó a la cima de la colina. Con sus pulmones esforzándose, pensó que probablemente habían sido solo dos minutos.

Desde lo alto de la colina podía ver fácilmente el centro de excursión y el campamento a tan solo unos metros de distancia. Detrás de él, podía ver las hogueras allá abajo, pero una cortina de humo empezó a aparecer por el cielo azul. Guau, eso fue rápido, pensó. Malick debe haber encendido la primera hoguera.

Nathan se acercó al centro de excursión y al campamento y el gran contenedor estaba justo donde Argus había dicho. Cuando llenó la carretilla, rapídamente descendió de regreso por la colina. Todavía no era de noche, por lo que los rayos del sol seguían iluminando su frente sudorosa. El corazón de Nathan golpeaba contra su pecho mientras corría. Estaba seguro de que se había astillado la mano por tomar la madera tan apresuradamente. Subir la colina y llenar la carretilla le tomó un poco más de lo que esperaba, pero pensó que probablemente solo se estaba aproximando a los cinco minutos. No estaba exactamente seguro, pero no quería perder tiempo deteniéndose para sacar su teléfono celular y checar la hora.

“¿Por qué estoy tan preocupado?” Murmuró entre su respiración esforzada. “No hay manera de que Malick pueda encender las doce hogueras en menos de quince minutos, mucho menos en menos de diez.”

A mitad de camino, una ráfaga de aire fresco con el olor a madera quemándose pasó sobre él, dándole alivio. Mientras corría por la colina, algo sobre el cielo llamó su atención. Para sorpresa de Nathan, el cielo azul de la noche ya no era tan azul. Oscureciendo el cielo, se encontraba lo que parecía una masa de humo negro. Al acercarse, doce columnas continuas de humo empezaron a emerger.

No puede haber terminado. Nathan se apresuró más hacia debajo de la colina ahora. No podía creer lo que veía, y quería verlo de cerca con sus propios ojos. “No puede ser,” murmuró.

Al acercarse, pudo distinguir sin duda que el humo se elevaba desde la costa, justo donde estarían las hogueras. Cuando llegó a la parte inferior de la colina, asombrado, abandonó su carretilla. Todas las doce hogueras habían sido encendidas. Solo la primera hoguera había comenzado a hacer carbón de la madera, mientras su flama bailaba hacia adentro y hacia afuera.

“Parece que la primera puede necesitar un poco más de líquido encendedor,” bromeó Malick mientras Nathan se acercaba.

“Eh,” balbuceó Nathan, olvidando sus palabras. “¿Cómo lo – y todavía tienes más líquido encendedor?”

“Sí,” se jactó Malick. “Y con un montón de sobra.” Él tenía una mirada de satisfacción en su rostro, y sacudió lo que sonó como una botella medio vacía. “¿Y cómo te fue?”

“¿Qué quieres decir?” Preguntó Nathan, con una evidente frustración. “No sé cómo lo hiciste, pero obviamente perdí.”

Malick sonrió en grande y sus ojos brillaron.

“¿Y entonces?” Preguntó Nathan mientras se limpiaba el sudor de su frente con su camiseta sucia. No podía dejar de notar lo relajado y limpio que estaba Malick; sin una mancha de polvo o una gota de sudor.

“Y entonces… ¿Qué?” Preguntó Malick.

“Y entonces, ¿cómo lo hiciste?” Preguntó Nathan. “¿Cómo terminaste tan rápido? Quiero decir, te debería haber tomado por lo menos quince o veinte minutos.”

“No, no me tomó tanto tiempo,” dijo Malick sonriendo. “Fueron cinco minutos, máximo.”

“Lo que sea,” respondió Nathan. “Seguramente alguien te ayudó, o algo así.”

“¿Estás insinuando que hice trampa?” Malick respondió sarcásticamente.

“Por favor, deja de actuar. No eres del equipo de los chicos buenos.”

“Bueno, creo que debería dejarte hacer tu trabajo, entonces.”

“No entiendo por qué estás molesto,” dijo Nathan, mientras sin ganas volvía hacia la carretilla. “Quiero decir, yo soy quien perdió.” Él levantó las cejas y con impaciencia esperó una respuesta del tranquilo Stephen Malick.

“Está bien… bien… mm,” tartamudeó Malick. “Supongo que estarás aquí llenando el contenedor de madera por un buen rato, ¿te importaría cuidar las hogueras hasta que todos lleguen?”

“Claro, por supuesto,” respondió Nathan sarcásticamente. “¿Algo más?”

“No,” dijo Malick encogiendo los hombros. “Creo que no hay razón para que me quede aquí esperando sin nada que hacer.”

“¿En serio?” Espetó Nathan. “Bueno, ¡puedes sentarte por allá y cuidar tus hogueras!”

“¡Está bien!” Respondió Malick, mientras se iba.

Nathan suspiró. Decidió simplemente ignorar a Malick y ponerse a trabajar. Tal como lo veía, había perdido la apuesta y no quería ser un mal perdedor, incluso si creía que Malick había hecho trampa.

En su tercer viaje por la colina, se dio cuenta de que el contenedor de madera se estaba llenando ahora más rápidamente que cuando había empezado. Miró hacia arriba después de vaciar otra carga de madera para encontrar a Stephen Malick de pie junto a él con su propia carretilla.

Confundido, Nathan preguntó. “¿Qué estás haciendo?”

Malick descargó su carretilla de madera y tenía una amplia sonrisa en su rostro. Nathan se sorprendió al ver que tenía una mancha de suciedad en la frente.

“Ayudándote, por supuesto.”

“¿Por qué?” Preguntó Nathan, sonando sorprendido y confundido.

“Bueno, no podía quedarme sentado y ver que tú hicieras todo el trabajo, así cuando llegue Lafonda, podrá hablar bien del arduo trabajador que eres,” Malick se rió entre dientes. “Y además, no creo que sentarme en el banquillo me haría ganar muchos puntos con la morenita. Sé que ella ya está planeando mi caída, no quiero agregarle más leña al fuego.”

Nathan sacudió la cabeza y se echó a reír. “Muy bien,” dijo, “te debo una.”

“No, ya estamos a mano,” dijo Malick con una sonrisa.

Nathan y Malick continuaron llenando el gran contenedor de madera mientras el sol de la tarde gradualmente bajó desde el cielo, poniéndose detrás de los acantilados. Las flamas rojizas-anaranjadas de las hogueras proporcionaban suficiente luz a lo largo de la playa mientras ellos terminaban de llenar el contenedor.

“Apenas puedo oler algún rastro de líquido encendedor,” dijo Malick.

“Bueno,” dijo Nathan con una sonrisa. Hizo una pausa para sacudir el polvo y las virutas de madera de su ropa. “Yo lo olí antes, y tenía la esperanza de que se desaparecería con el fuego.”

“¿Crees que tenemos tiempo para volver al dormitorio para ducharnos?” Preguntó Malick.

Nathan se arrodilló en la orilla del agua y echó agua en su cara y brazos antes de responder. “No,” dijo, “todos llegaran en cualquier momento.”

Malick sonrió y se arrodilló junto a él. “Supongo que tendré que hacer lo mismo,” se rió entre dientes, metiendo sus manos al agua para tomar un poco.

“Bueno, buena suerte con eso,” sonrió Nathan, mientras echaba un vistazo al collar de plata ahora visible en el cuello de Malick.

“¿Qué?” Preguntó Malick, con una mirada contusa en su rostro mojado.

Nathan se echó a reír. “No creo que el agua pueda ayudarte,” respondió.

“¿Por qué?” Preguntó Malick, inocentemente.

“Porque hueles mal,” se rio Nathan.

“Ja, ja,” Malick se rió entre dientes, mientras salpicaba agua bajo su brazo. “Tú tampoco hueles muy bien que digamos, amigo.”

Nathan lo miró fijamente y luego sonrió. “Entonces, ¿vas a decirme cómo terminaste tan rápido?” Preguntó.

Malick soltó una gran carcajada. “Ya te lo dije,” dijo. “Realmente no me tomó tanto tiempo.”

“Está bien,” respondió Nathan sarcásticamente. Se detuvo por un segundo antes de hacer su siguiente pregunta.

Malick había respondido a la defensiva la primera vez que lo interrogó sobre su deseo de ser llamado por su apellido, pero Nathan seguía con curiosidad y decidió que valía la pena intentar preguntarle de nuevo.

“Entonces,” continuó cuidadosamente. “¿Por qué Malick, en lugar de Stephen?”

Los ojos de Malick se conectaron con los de Nathan como si él estuviera a punto de decir algo, pero se puso de pie y se acercó a una de las hogueras. Nathan hizo lo mismo mientras Malick se sentaba y se quedaba mirando al fugo.

“¡Porque mi padre es un idiota manipulador y egoísta!” Malick espetó. “Y no quiero tener nada que ver con él, y mucho menos ser llamado como él.”

Hubo un silencio, y los dos se quedaron mirando el fuego. Nathan se sorprendió por la respuesta de Malick, y no quería irritarlo con más preguntas.

“Solo me inscribí para ser un consejero este verano para alejarme de él,” continuó Malick. “Estar en casa siempre empeora las cosas. Y si no fuera por mi abuela, no estaría aquí.”

“¿Qué quieres decir?” Preguntó Nathan, incapaz de luchar contra su impulso por preguntar más.

“Mi abuela y LaDonda se conocen,” dijo Malick. “LaDonda le dijo a mi abuela que estaba buscando más consejeros, y decidí que sería una buena manera de alejarme de mi padre – así como de molestarlo.”

Nathan tenía una expresión de confusión en su rostro. “¿Por qué se molestaría contigo por ser un consejero del campamento?” Preguntó.

Malick resopló. “Él quería que yo tomara interés activo en una de sus organizaciones este verano,” dijo vacilante. “Dijo que sería bueno para mí… y para la tradición familiar. Sí, como si eso me interesara.”

La tranquilidad del lago fue interrumpida por ruido de charla y de risas acercándose desde el bosque. A través de la oscuridad, Nathan vislumbró en el camino a los estudiantes con la luz de sus linternas creaban sombras en los árboles.

“Creo que es hora el espectáculo,” dijo Malick. “Y creo que veo a LaDonda.”

“Sí,” agregó Nathan, “y estoy seguro que escucho a Lafonda.”

Ambos rieron.

8

LOS CAÍDOS

“Así que, ¿cómo le fue, Sr. Nathan?” Preguntó una Lafonda alegre.

Malick sonrió y se pasó la mano por el cabello. “Los dejo para que conversen,” dijo.

Lafonda frunció los labios y miró a Malick antes de volver su atención a Nathan. “Entonces,” dijo ella, suspirando nuevamente. “¿Cómo te fue?”

“No estuvo mal,” sonrió.

“¿Qué es tan gracioso?” Preguntó.

Nathan miró a Malick mientras caminaba sin rumbo entre las hogueras. Él la miró y volvió a sonreír. “Nada,” dijo.

Lafonda puso los ojos en blanco. “Encontré una copia del anuario del año pasado,” dijo con un suspiro. “Lo revisé y la foto de Leah está allí.”

“¿Cómo lo encontraste?”

“Desde que regresamos al campus, he estado pensando más en ella,” continuó ella. “Recordé que querías saber cómo es.”

“Genial. ¿Lo tienes aquí contigo?”

“No,” dijo ella. “De hecho me encontré con Jonathan Black en el vestíbulo después de la cena y él lo tenía.”

“Así que Jonathan por fin apareció, ¿eh?” Nathan preguntó sonriendo.

Ella se rió. “Sí. Erin realmente se desquitó con él.”

Nathan sonrió por un momento y luego se detuvo. “¿Y por qué Jonathan Black cargaría un anuario por el campus?”

Lafonda se quedó en silencio y luego miró rápidamente hacia el lago. “Esa es una buena pregunta,” dijo. “No se me ocurrió preguntarle.”

Nathan miró hacia la orilla y las hogueras. Malick estaba teniendo una conversación con LaDonda, y un chico estaba jugando peligrosamente cerca de una de las hogueras. Jonás, pensó. “No veo a Jonathan,” dijo. “Me pregunto si tiene el anuario.”

“Oh, yo lo tengo,” dijo Lafonda tranquilizadoramente. “Se lo tomé prestado. Está arriba en mi habitación. Puedo mostrarte su foto esta noche cuando volvamos.”

“Suena bien,” dijo Nathan sonriendo. Miró hacia la orilla e nuevo. “Aún no veo a Jonathan por ningún lado.”

Ella también miró a su alrededor. “Yo tampoco lo veo. Pero sé que lo vi con su grupo antes de que viniéramos.” Ella suspiró. “De todos modos,” dijo encogiendo los hombros, “será mejor que vuelva con las niñas. Y por favor haz algo con Jonás antes de que se queme.”

Nathan asintió. “Créeme,” se rio. “Lo sé.”

Ella sonrió y luego se dirigió hacia un grupo de chicas que estaban hablando y riendo alrededor de una de las hogueras.

Jonás vio a Nathan y lo saludó con entusiasmo. Nathan negó con la cabeza. “Jonás,” gruñó.

“¡Oye!” Gritó Lafonda. “Por cierto, buen trabajo con los preparativos para esta noche.”

Nathan sonrió.

“Estoy de acuerdo,” añadió LaDonda mientras caminaba hacia Nathan.

Malick venía detrás de ella.

“Estaba hablando con Stephen y me encantaría si ustedes dos encendieran las hogueras la próxima semana.” LaDonda hizo una pausa y luego puso una mano en la espalda de Malick. “Hablé con Argus por teléfono y me dijo que era fácil trabajar con ustedes dos. Y Stephen ya está de acuerdo.”

“Argus,” Nathan se quejó. Se quedó mirando fijamente a Lafonda, pensando que Argus obviamente estaba contento con ellos porque habían hecho todo el trabajo.

“Entonces, ¿qué te parece?” Preguntó LaDonda.

Nathan cruzó los brazos y desvió su mirada hacia los árboles. “¿Qué cosa?” Dijo poniendo mala cara. “Pensé que ya me habías asignado para el resto del campamento.”

LaDonda puso sus manos sobre los hombros de Nathan y sonrió.

“Oh, está bien,” aceptó de mala gana. “Claro.”

“Gracias, Nathan,” ella respondió alegremente. “Estoy segura de que Roy estará orgulloso de todo el trabajo que has realizado.” Ella aclaró su garganta. “¿Lo has llamado por teléfono desde que llegaste al campamento?”

“Eh, no, todavía no,” dijo Nathan balbuceando

“Bueno, supongo que le puedes contar todo cuando le llames esta noche,” dijo.

“¡Jonás!” Gritó LaDonda y se fue rápidamente en su dirección. “¡Aléjate de allí, estás demasiado cerca del fuego!”

Nathan y Malick se miraron el uno al otro y ambos se rieron a carcajadas.

“Entonces, ¿quién es Roy?” Preguntó Malick.

“Oh,” sonrió Nathan. “Roy es mi abuelo. Él trabaja para LaDonda y cuida los terrenos de la finca Devaro.”

“Está bien,” Malick asintió. “Así que tu abuelo es el cuidador.”

“Sí,” dijo Nathan. “Nosotros dormimos en la pequeña cabaña detrás de la casa principal.”

“Genial,” dijo Malick asintiendo. “Ahora sé dónde encontrarte cuando acabe el campamento.”

“Ja, de acuerdo,” se rió sarcásticamente Nathan.

LaDonda le dio una buena reprimenda a Jonás por estar lanzando hacia el fuego rocas, latas y cualquier otra cosa que encontrara en la playa. Entonces lo reclutó y a algunos de sus amigos para ayudarla a preparar los refrigerios, mesas y sillas y traerlas por el sendero.

Lafonda se sentó junto a una de las hogueras con algunas de las chicas de su piso; Erin, Ángela y Alan estaban sentados con ellas. Nathan consideró unirse a ellos pero cambió de opinión porque dudaba que Malick quisiera pasar el rato con Lafonda y los demás. Casi había caminado más allá del grupo cuando vio a Jonathan Black. Tres chicas estaban sentadas a su alrededor, y parecía como si él fuera el centro de atención.

“¿Qué está pasando?” Preguntó Nathan.

Lafonda detuvo su conversación con Erin y miró a Nathan. “Oh,” dijo ella haciendo una pausa. “Jonathan está compartiendo algunas de las leyendas de Cahokia con los estudiantes.”

“Oh, hola Malick,” dijo Ángela con un tono optimista. Rápidamente hizo un espacio entre ella y Alan. “¿Vas a sentarte con nosotros?”

Malick se quedó mirándola fijamente durante un momento antes de que finalmente mirara a Nathan. Casi parecía avergonzado.

Nathan aclaró su garganta mientras le daba un ligero empujón. A continuación, tomó el asiento que estaba más cerca de Jonathan.

Malick pasó la mano por su cabello antes de sentarse junto a Ángela. “Mmm – claro,” dijo Malick con los labios fruncidos.

“Entonces,” dijo Nathan tan fuerte que Jonathan se dio vuelta.

“Oh, Nathan,” respondió sorprendido. “¿Cuánto tiempo llevas allí sentado?”

“No mucho,” dijo, con una mirada escrutadora.

Jonathan se frotó los ojos por debajo de sus gafas de montura cuadrada. Parecían estar irritados e hinchados. “Bueno, me alegra verte,” dijo con cansancio.

Un par de chicas sentadas junto a él se rieron mientras hablaba.

“Estaba compartiendo algunas de las leyendas de Cahokia con Samantha, Christina y Eva Marie.”

“Hola, soy Eva Marie Evans,” dijo la chica del cabello ondulado corto. “Y ellas son Samantha Darding y Christina Williams.”

Samantha pasó sus dedos por su largo y rizado cabello café, colocando un mechón detrás de su oreja. Ella sonrió. “Mis amigos me dicen Sam,” dijo ella.

“Y déjame adivinar,” dijo Nathan con una sonrisa. “¿Chris?”

“No, solo Christina,” ella se rió.

Jonathan abrió un cuaderno de espiral negro y verde que estaba en su regazo. “Les estaba explicando cómo los indios Cahokia –”

“Espera,” interrumpió Nathan. “¿Dijiste Samantha Darding? ¿Cómo Patricia y Jim Darding?”

Ella puso un rizo de su cabello detrás de su oreja y respondió. “Sí,” asintiendo rápidamente. “Patricia y Jim son mis padres.”

“Sabía que Jim tenía una hermana pequeña,” dijo Nathan, sorprendido. “Pero cuando dijo pequeña, creí que se refería a pequeña.”

“No, no tan pequeña,” se rió. “Tengo dieciséis años.”

Jonathan aclaró su garganta. “Bueno, Nathan probablemente ya lo sabe, pero los indios Cahokia tenían varias historias que eran parte de sus tradiciones o de su religión,” dijo con una sonrisa. “Conocemos muchas de estas historias porque han aparecido con bastante frecuencia en sus pinturas y en sus escritos.” Hizo una pausa para reacomodar sus gafas. “Yo diría que la historia más conocida es la leyenda de los caídos. ¿No estás de acuerdo, Nathan?”

Nathan alzó las cejas y se encogió de hombros. Ni siquiera estaba seguro de conocer la historia, y mucho menos la conocían los demás. “Probablemente,” contestó lentamente.

De repente, Jonathan se animó, sus cansados ojos azules se llenaron con un poco de vida. “Nathan tiene ascendencia Cahokia,” dijo sonriendo y asintiendo con la cabeza. “La tribu de su madre eran descendiente de los indios americanos Cahokia.”

Jonathan hizo una pausa, como si estuviera esperando que Nathan dijera algo.

Nathan parecía avergonzado mientras Samantha, Christina y Eva Marie se quedaron mirándolo. Más allá de las llamas de la hoguera, Nathan podía ver que Malick también lo observaba, pero Nathan no estaba seguro si él había escuchado bien lo que Jonathan había dicho. La mayoría de las personas alrededor de la hoguera, incluyendo a Lafonda, estaban teniendo sus propias conversaciones.

Christina echó hacia atrás su largo cabello castaño y se inclinó hacia Nathan. “¿Es cierto?” Preguntó.

Nathan respondió lentamente. No estaba muy contento con la repentina atención dirigida hacia él. “Sí,” dijo.

Tanto Christina como Eva Marie se sonrieron la una a la otra y luego le sonrieron a él. “Eso es impresionante,” ambas rieron.

“De hecho, es increíble,” agregó Jonathan emocionado. “Verán, hace años, cuando comenzaron a excavar las cuevas en esta área, encontraron que casi todas las paredes tenían los mismos símbolos escritos en ellas. Cuando los símbolos fueron finalmente descifrados, resultó que todos ellos incluían algún aspecto de la historia de los caídos.”

Hizo una pausa para acomodar sus gafas nuevamente. “La mayoría de los estudiosos coinciden en que la leyenda de los caídos es una parte de la mitología Cahokia sobre cómo comenzó el mundo – ya saben, su historia de la creación.”

“¡Esto es emocionante!” Chilló Eva Marie. “Cuéntanos la historia – o la leyenda.”

“¿Hay algún chico guapo?” Preguntó Christina con entusiasmo.

Samantha, Christina y Eva Marie se miraron y se rieron.

“¿Chicos guapos?” Gritó Ángela sobre el fuego. “Tengo que escuchar esta historia.”

Jonathan sonrió mientras todos alrededor de la hoguera, incluyendo a Lafonda, Erin, Alan y Malick, escuchaban con atención.

“En realidad no existe ningún símbolo Cahokia para guapo,” dijo Jonathan. “Pero los símbolos relatan una historia acerca de cinco ángeles que se crearon de los cielos desde el principio, y que compartían el poder con el creador de los cielos como dadores de luz.”

“Lindos ángeles masculinos,” dijo Ángela. “¡Me encanta!”

Jonathan se rió. “Bueno, yo no sé qué tan lindos les parecerán al final de la historia,” dijo sonriendo. “Verán, según la leyenda y los jeroglíficos encontrados en las paredes de las cuevas, uno de los cinco Ángeles de Luz – como son llamados a veces – tenía una sed de poder y quería dominar todos los cielos.” Él levantó una página en su cuaderno de espiral verde y negro. “Los indios Cahokia utilizaban este símbolo con bastante frecuencia cuando se hablaba de este ángel.”

Nathan entrecerró los ojos y ladeó un poco la cabeza. Él estaba intentando entender el boceto en el cuaderno de Jonathan. Después de unos segundos, pudo ver que estaba mirando el dibujo de un ala rota que estaba envuelta en llamas y rodeada por una serpiente.

“Algunas otras culturas cuentan una historia similar,” dijo Jonathan, colocando el cuaderno de vuelta en su regazo.

Se hizo un silencio alrededor de la hoguera, y Nathan se sorprendió al ver que Jonathan todavía tenía la atención de todos.

“Entonces, ¿la leyenda es la misma historia que los origines del diablo en la Biblia?” Preguntó Nathan.

“No del todo,” sonrió Jonathan. “La creencia popular de que Satanás, también conocido por su nombre angelical Lucifer, fue una vez un ángel orgulloso que se rebeló contra Dios se basa principalmente en inferencias. No está explícitamente escrito en la Biblia. Es evidente, sin embargo, que Lucifer no era el reflejo de sus hermanos angelicales Miguel, Rafael, Uriel y Gabriel.” Hizo una pausa. “Pero encontró refugio y lealtad en sus otros hermanos Luke, Lucius, Laban y Lucas.”

“¿Quiénes son?” Preguntó Nathan. “Nunca he oído hablar de ellos.”

Malick se rió entre dientes y Jonathan frunció el ceño. Malick lo miró severamente sobre sus gafas antes de continuar.

“Verás, la Biblia cuenta acerca de la caída de un ángel,” dijo Jonathan, “pero según la leyenda Cahokia, la historia no termina ahí.”

Nathan frunció el ceño. “Pero la Biblia –”

“Sí,” continuó Jonathan, “la Biblia si hace referencia a otros ángeles caídos, tal como en el libro de Judas, por ejemplo, pero quiénes eran y cuáles eran sus nombres, la Biblia no lo dice.”

“Así que, según la leyenda,” dijo Nathan, “estos otros tipos Luke, Lucius, Laban y…”

“Y Lucas,” dijo Jonathan.

Nathan sonrió. “Y Lucas, ¿son los otros ángeles caídos?”

“U otros Ángeles de Luz,” dijo Jonathan.

Lafonda movió su pierna impacientemente mientras su largo y sedoso cabello negro se movió hacia un lado. “Bueno, creo que Nathan finalmente entiende,” dijo. “¿Podemos continuar con el resto de la historia?”

Nathan puso los ojos en blanco y frunció los labios en señal de protesta, y Lafonda le respondió con una sonrisa.

Jonathan sonrió rápidamente y cambió a otra página en su cuaderno. “Verán, los otros cuatro ángeles caídos tenían cada uno un símbolo similar al de Lucifer,” dijo. “Excepto que sin la serpiente – pero cada uno de ellos también envuelto en llamas.”

“Eso es intenso,” dijo Alan.

“La leyenda dice que después de que Lucifer y los Ángeles de Luz no pudieron adueñarse de los cielos, fueron olvidados y lanzados al vacío,” dijo Jonathan.

“¿Qué es el vacío?” Preguntó Alan con el ceño fruncido.

Jonathan hizo una pausa y volvió a sonreír.

Nathan pudo ver que Jonathan estaba disfrutando de la atención de todos.

“La mayoría de los estudiosos coinciden en que el vacío estaba sobre la superficie de la Tierra, o en el plano físico,” explicó Jonathan, “antes de la creación del hombre, antes de la creación del sol, el agua y la tierra.”

Jonathan hizo otra pausa y se dio cuenta de que Lafonda se veía de nuevo molesta. “Y entonces, continuando con la historia,” dijo, “desde hace miles de años, los caídos fueron desterrados al vacío y la oscuridad. La historia dice que allí se dieron cuenta de su debilidad, porque ni siquiera juntando sus poderes podían perforar la oscuridad con su luz.”

Samantha llevó sus manos a su boca. “¿Fueron condenados a la oscuridad para siempre?” Preguntó. “Eso es muy triste.”

Christina y Eva Marie ambas soltaron una enorme carcajada. “Samantha es la única capaz de sentir simpatía incluso por el diablo,” dijo Eva Marie sonriendo.

“Es que me parece tan triste estar en la oscuridad para siempre,” dijo Samantha, sonrojándose. “Pero espero que se queden ahí, porque yo no soy como Ángela, y no quiero conocerlos jamás – y mucho menos salir con ellos.”

Rápidamente, Ángela se enderezó, y su cabello rubio cayó sobre sus hombros. “¡Oye!” Espetó.

Jonathan cerró su cuaderno haciendo un ruido sordo. Tenía una mirada sombría en su rostro. “No somos tan afortunados,” dijo. “Verán, para su sorpresa, la luz eventualmente penetró la oscuridad, y como dice la leyenda y también la Biblia, se regocijaron y clamaron a los cielos.”

Detrás de sus gafas de montura oscura, los azules ojos de Jonathan se abrieron muy grande, y su voz se suavizó. “Pero habían sido reemplazados,” dijo. “Para su desaliento, otros cuerpos celestes los habían reemplazado, y de igual forma muchas estrellas habían poblado los cielos. Había una nueva criatura sobre la faz de la Tierra: el hombre. Es decir, nosotros. Verán, todavía están confinados al vacío, al mismo plano en el que vivimos nosotros,” explicó. “Y ellos están enojados porque todo esto – las estrellas, los mares, la tierra – todo fue creado para nosotros. Según la leyenda, al hombre se le dio dominio sobre la faz de la Tierra y, aun con nuestras debilidades, fuimos hechos amos sobre los ángeles.”

“¡Ja! Estoy seguro que estaban muy contentos por eso,” dijo Alan sarcásticamente.

“Según la leyenda,” dijo Jonathan, volviendo su voz a la normalidad, “se comprometieron a destruirnos, para condenarnos al mismo destino que les esperaba.”

“Y por el mismo destino quieres decir…” Dijo Nathan.

“La condenación eterna,” dijo Jonathan.

“Esta es una historia alegre,” dijo Alan.

“Pero si estamos en el mismo plano que los ángeles caídos,” dijo Lafonda con una expresión de curiosidad en su rostro, “¿cómo es que nadie los ve?”

“Según mi investigación,” dijo Jonathan, “los indios Cahokia creían que a Lucifer se le dio dominio sobre el mundo terrenal, y a sus hermanos, los otros ángeles caídos, se les dio dominio sobre el plano espiritual, que es una dimensión paralela que coexiste con nuestro mundo.” Nuevamente, Hizo una pausa para acomodar sus gafas sobre su nariz angulada. “En su mitología, se habla a menudo de Lucifer como la raíz o la fuente de todo mal, y el mal está representado por la serpiente en el símbolo.”

“Es solo un mito,” dijo Malick. Tenía una expresión fría y la mirada en blanco.

Lafonda lo miró y colocó sus brazos sobre su pecho. “Jonathan,” dijo ella, mientras mantenía un ojo vigilante sobre Malick. “En realidad… no crees estas cosas, ¿cierto?”

Malick miró con severidad a Lafonda. “Es un mito,” se quejó.

Ella apartó su mirada de él y se quedó mirando el fuego.

Nathan parecía incomodo mientras miraba a Lafonda y luego a Malick. Alan suspiró mientras acomodaba su camiseta de liderazgo dorada que le había solicitado a LaDonda, y Erin sacudió la tierra de sus zapatos. Un cepillo de cabello morado brillante de repente apareció en la mano de Ángela, y Jonathan hojeó las páginas de su cuaderno negro y verde.

“Y lo más emocionante,” dijo Jonathan, rompiendo el silencio incomodo, “¡hemos encontrado un nuevo símbolo!”

Nathan desvió su atención de Malick y Lafonda y se centró en Jonathan de nuevo. “¿Un nuevo símbolo?” Preguntó.

“¡Sí!” Dijo Jonathan, mientras sostenía su cuaderno en alto, en otra página. “Es otro símbolo que muestra el fuego, pero, ¿pueden ver la diferencia?”

Nathan se inclinó hacia adelante. Frunció el ceño mientras miraba el boceto del símbolo de Jonathan. Pensó que era peculiar, de alguna manera le resultaba familiar. “¿Es lo que creo que es?” Preguntó.

Malick negó con la cabeza y puso su mano ligeramente sobre su boca.

“Sí,” respondió Jonathan con un brillo en su mirada de ojos azules. “¡Es un hombre!”

Lafonda cruzó las piernas de nuevo y se inclinó hacia el dibujo. “¿Qué significa?” Preguntó.

Jonathan cerró el cuaderno y sonrió. “Todavía no estamos seguros,” dijo. “La Dra. Helmsley y yo lo descubrimos apenas ayer.” Hizo una pausa para aclarar su garganta. “Desde entonces, he estado estudiando minuciosamente todos los libros y documentos archivados en el Museo Cahokia y no he podido encontrar ese símbolo o alguna referencia a él en ningún lugar. La Dra. Helmsley cree que podremos determinar lo que significa después de que descubramos lo que hay detrás de la pared de la caverna.”

Malick tenía una mirada de perplejidad en su rostro. “¿La pared de la caverna?” Preguntó. “¿Y quién es la Dra. Helmsley?”

Los ojos de Jonathan brillaban. “Oh, lo siento,” dijo emocionado. “¡Olvidaba la mejor parte!” Se inclinó y guardó su cuaderno en su mochila. “He estado ayudando a la Dra. Janet Helmsley, una profesora de arqueología en la universidad, con la excavación de una de las cuevas Cahokia,” dijo, señalando hacia los acantilados sobre el lago. “La he estado ayudando desde que llegué a la ciudad.”

Hizo una pausa, acomodando su mochila junto a él. “La Dra. Helmsley es también directora de Estudios Arqueológicos de la universidad,” continuó. “Supe de la nueva excavación después de leer un artículo que ella había publicado en el diario de mi padre.” Dijo sonriendo, ligeramente riendo para sí mismo. “Bueno, técnicamente no es su diario. Mi papá es el editor del Diario Mundial de Arqueología de Oxford.”

Con su dedo índice, deslizó sus gafas hacia arriba. “La Dra. Helmsley cree que detrás de la pared hay una cámara oculta que podría proporcionar más información acerca de la cultura de la tribu,” dijo. “Es verdaderamente emocionante. Realmente no sabemos qué vamos a encontrar. La Dra. Helmsley dijo que definitivamente compartirá el crédito del descubrimiento conmigo y será increíble – ¡incluso podría aparecer como autor del artículo!”

“¡Eso es realmente genial!” Dijo Nathan con una sonrisa. “Mmm, felicidades – por tu descubrimiento.” Miró a Malick y no pudo evitar notar que parecía estar distraído o reflexionando profundamente.

“Sí, felicidades,” añadió Malick, finalmente volviendo a la vida. “Así que, ¿cuándo esperas poder echar un vistazo a lo que hay detrás de la pared?”

Jonathan se detuvo un segundo y miró al fuego antes de hablar. “Bueno, es probable que sea por lo menos en un par de semanas,” dijo. “Estaba pensando que Nathan podría querer acompañarnos cuando entremos por primera vez a la cámara oculta.”

Ángela dejó de arreglar su rubio cabello rizado y le dio el cepillo a Alan. “Eso es aún más emocionante,” dijo ella. “¡Vamos todos!”

Alan se quedó mirando el cepillo brillante púrpura en su mano y lo puso en el regazo de Ángela. “Yo no sostendré este cepillo,” dijo, poniendo sus ojos en blanco. “¿Y por qué diablos iba a querer entrar a una cueva sucia?”

“¡Vamos, Alan!” Se quejó ella, sacudiendo su cabello. “Podría ser divertido. ¿Dónde está tu espíritu aventurero? ¿Tu gusto por la historia?”

“Sí,” comentó Erin. “Dios sabe que nunca pasa nada emocionante por aquí.”

Lafonda se rió. “¿Su espíritu aventurero?” Preguntó en broma. “¿Su gusto por la historia? ¿De dónde sacas eso, Ángela?”

Alan miró ansiosamente y se cruzó de brazos. “De cualquier manera, Ángela,” protestó Alan. “No me convencerás.”

Abruptamente, Erin se enderezó y miró a Jonathan. “¿Así que un par de semanas?” Dijo. “¿Eso significa que podemos esperar más ausencias inexplicables y tardanzas del distraído Jonathan Black?”

Todos se echaron a reír.

Las mejillas de Jonathan se enrojecieron. “Lo siento,” dijo, sonando avergonzado. “Prometo que me comunicaré mejor con ustedes. Es solo que me siento tan emocionado. Pero, no es una excusa.”

Erin sonrió. “Está bien, Señor Indiana Jones,” dijo. “Solo no olvides a los pequeños individuos como nosotros cuando te vuelvas famoso por todos tus descubrimientos.”

Jonathan sonrió. “Gracias,” dijo.

“Pero espera,” dijo Erin. “Más tarde, hablaremos sobre algunas cosas.”

“Entendido,” asintió Jonathan con una sonrisa.

Ángela aclaró su garganta. Sus ojos estaban más brillantes y su voz estaba llena de emoción. “Oye,” dijo ella. “¿Has intentado buscar en internet, ya sabes, ese símbolo?”

Jonathan se quedó mirándola fijamente. Y Alan trató de contener su risa.

“¿Qué?” Preguntó ella encogiendo los hombros. “Vale la pena intentarlo.”

9

PREMONICIÓN

Nathan abrió los ojos lentamente mientras se ajustaban a la oscuridad. Vio lo que parecía ser el cielo nocturno. Su cabeza estaba nublada y se sentía un poco confundido. Continuó parpadeando mientras su mente trataba de concentrarse. Podía ver claramente lo que parecían ser las estrellas y la luna. Pero brillaban mucho más intensamente de lo habitual. Parecían casi animadas. Las estrellas y la luna parecían parpadear juguetonamente entre ellas.

“¿Estoy soñando?” Se preguntó.

Sus pensamientos comenzaron a aclararse, y fue tomando conciencia de su cuerpo. Se dio cuenta de que estaba acostado sobre su espalda, pero en una superficie poco familiar. Había pequeñas espinas de algo debajo de él. Estiró sus brazos para sentarse y de inmediato notó que algo suave y flexible pasaba entre sus dedos. Se sentía casi como plástico.

Nathan miró hacia abajo para examinar lo que había entre sus dedos e hizo una pausa antes de mirar a su alrededor. “¿Dónde diablos estoy?” Se preguntó. “No puede ser pasto.” Estaba sentado en un campo abierto rodeado de árboles pequeños y grandes. Había un camino de piedra a su izquierda que corría a lo largo de una serie de pequeñas colinas.

Nathan parpadeó varias veces y llevó su mano a su cabeza. “Puede ser que esté bajo el efecto de algún medicamento, o algo así. Tal vez estoy drogado, porque todo se ve gris. No hay color.”

Bajó la mirada a sus manos de nuevo y luego hacia su ropa. Menos mal, pensó. Puedo ver el color en mi piel y en mi ropa. Por un segundo pensé que me había vuelto daltónico.

Esperó que alguno de los estudiantes no hubiera puesto algo en su bebida. “Esto no es gracioso. Más vale que no haya sido Jonás,” se dijo.

Nathan volvió su atención de nuevo a la hierba de aspecto gris que estaba a su alrededor. Es como si – como si estuviera congelada, pensó. Y se siente extraña – como plástico.

Se puso de pie y siguió mirando a su alrededor. Los árboles estaban inmóviles, y el aire era húmedo y parecía estar estancado – no había ni una brisa, ni rastro de animales o personas, ni sonido.

Rápidamente, aplaudió con sus manos para probar su teoría y sintió alivio al oír el sonido. Fue sorprendido con la guardia baja cuando una pequeña rama bajo su pie se rompió sin hacer sonido alguno.

Con cautela, tomó la rama y la examinó. Después, tomó una piedra del camino y la lanzó, pero nuevamente no hubo sonido. “Esto es definitivamente extraño,” murmuró. Se sintió aliviado de que podía oírse a sí mismo. “Todo parece congelado, sin vida, en silencio.”

Nathan miró hacia arriba, a lo que él pensaba que era el cielo de la noche, y se sorprendió de lo fuerte que brillaban las estrellas y la luna, teniendo en cuenta que todo lo que él veía, aparte de él, parecía estar envuelto en gris.

Cruzó sobre el camino de piedra y subió a una de las colinas de mayor tamaño. Casi en la parte superior, se quedó paralizado. Un escalofrío recorrió su espalda. El silencio que se había apoderado de toda la zona fue abruptamente interrumpido. El sonido le era muy familiar – todo lo era, el cielo y los árboles sin vida.

Escuchó el sonido de nuevo; esta vez venía de entre los árboles. “De alguna manera sé que he estado antes aquí,” murmuró para sí mismo. “Y eso sin duda fue un grito, y estoy bastante seguro de que fue Leah.”

Todo inundó la mente de Nathan a la vez: sus sueños sobre Leah, su rostro mientras ella luchaba desesperadamente contra un atacante desconocido, las manchas de sangre en su piel blanca y los rasguños en sus brazos y piernas.

El corazón de Nathan golpeaba contra su pecho. Sin duda temía por Leah como siempre, pero esta vez era diferente. Esta vez, en realidad se sentía como él si estuviera allí. No era un espectador viendo como todo sucedía; esta vez, fuera o no un sueño, él planeaba hacer algo al respecto. En cuestión de segundos, Nathan fue cuesta abajo. Frenéticamente, se dirigió en la dirección de los gritos de Leah. Si no fuera por el súbito hormigueo en sus manos, probablemente habría seguido corriendo temerariamente hacia los gritos.

“Está bien, Nathan, cálmate y piensa. Si esto es como los otros sueños, entonces Leah está en problemas y la están atacando.”

Sus manos se sentían calientes, como en el cumpleaños de Lafonda. Miró hacia abajo y vio que estaban de color rojo. Él apretó los puños. “¡No tengo tiempo para pensar en mis manos ahora!”

Con cautela, continuó por el camino de piedra. Necesito un plan, pensó. Tengo que encontrar algo con qué luchar. Pensó en detenerse a buscar algo, pero cada vez que lo hacía, su estómago se retorcía en nudos. No podía soportar la idea de perder el tiempo buscando algo cuando la vida de Leah estaba en peligro.

Consideró recoger una rama de un árbol que vio en el camino, pero se encontró con un gran roble al final del camino. “He visto este árbol antes,” se dijo a sí mismo.

Sus ojos rápidamente captaron la primera línea de las palabra, que ya conocía, talladas en la base del árbol. “De mortuis nil nisi bonum,” dijo Nathan, “no hables mal de los muertos.”

Casi todos en la ciudad conocían el refrán, ya que había sido tallado en el gran árbol que se encontraba justo afuera del Cementerio Grimm. “Debo haber despertado en el Campo Lynn. Pero, ¿cómo rayos llegué hasta ahí?”

Frotó su cabeza y miró de nuevo las palabras que le parecían familiares, tratando de distinguir la segunda línea, pero no pudo porque alguien habían tallado el árbol a través de ellas. Nadie en la ciudad podía distinguir la segunda línea, y nadie sabía quién había tallado encima.

Nathan miró hacia arriba, y luego de nuevo al gran roble. Alcanzó a ver la luna deslumbrante antes de que desapareciera detrás de un grupo de nubes grises.

“¿Cómo puede ser posible? Además de mi visión gris y el cielo psicodélico, todo parece tan real.” Miró hacia las ramas grises y las hojas del gran roble y negó con la cabeza. “Tiene que ser un sueño.”

Se quedó paralizado. Un escalofrío le recorrió la espalda de nuevo y otro grito llenó el aire. Sí, pensó, y se supone que Leah debe estar en un hospital en este momento. Y sin embargo, aquí estoy, corriendo hacia ella afuera del Cementerio Grimm.

De nuevo cerró sus manos como puños, pero temblaba sin control y se sentía como si estuvieran ardiendo. “Sea o no un sueño, tengo que salvar a Leah,” dijo.

El Cementerio Grimm se veía igual que siempre. La única diferencia notable es que todo estaba en un tono gris. Era casi como mirar una foto en blanco y negro. Nathan se acercó a la valla de piedra y hierro del cementerio y se detuvo. Estaba sorprendido de que incluso las plantas alrededor de la puerta de hierro negro, eran de color gris.

La puerta estaba apoyada en dos columnas de piedra, una a cada lado. Tallado en la piedra de una de las columnas se encontraba la palabra Cementerio, y en la otra columna la palabra Grimm. Nathan conocía la leyenda urbana acerca del Cementerio Grimm, pero la consideraba simplemente una leyenda, y no quería perder el tiempo siquiera pensando en ello. Quería que sus pensamientos se concentraran en buscar a Leah.

Respiró profundamente y exhaló lentamente. “No tengo ni idea de lo que me espera allí,” se dijo a sí mismo.

La hoja de una de las plantas que rodeaba la puerta le rozó el cuello, lo que le hizo girar rápidamente. Sorprendido, se tropezó con una piedra suelta y se golpeó la cabeza contra la puerta. La puerta se abrió violentamente y se estrelló contra uno de los pilares de piedra.

Nathan limpió su frente. “Menos mal,” dijo. Se sintió aliviado de que la puerta de hierro tampoco hizo ruido. “En realidad, podría usar esta ausencia de sonido a mi favor.”

El terreno donde se encontraba el Cementerio Grimm se elevaba gradualmente en tres niveles. Tan pronto como Nathan entró por las puertas, vio la parte superior del gran obelisco que destacaba en el tercer nivel. Rápidamente, corrió más allá de las filas y filas de viejas lápidas y cruces maltratadas, escondiéndose detrás de algunas de las lápidas y los monumentos más altos esparcidos por el lugar. Cuidadosamente, se dirigió a las escaleras de piedra que estaban al final del camino. Su corazón latía con tanta fuerza contra su pecho que juró que era probablemente el único sonido que se oía a kilómetros a la redonda.

Los escalones de piedra, como las piedras que formaban la puerta de hierro negro, estaban seriamente degradadas. Pedazos de piedra se derrumbaban bajo sus pies con cada paso que daba. Antes de llegar a la cima, se detuvo. Podía oír el sonido de voces en la distancia. Casi sonaba como si alguien estuviera llevando a cabo un ritual o una especie de canto. Nathan continuó con cuidado por los escalones de piedra hasta el segundo nivel. Ahora, podía ver la gran variedad de mausoleos que decoraban el paisaje. Nunca antes se había aventurado tan lejos en el cementerio, y en el pasado solo lo había visitado para jugar con sus amigos.

Como lo había hecho en el primer nivel, con cautela se dirigió a las escaleras de piedra al final del camino. Nathan comparó los mausoleos a los cementerios de Nueva Orleans. Había visitado Nueva Orleans una vez con LaDonda y Lafonda durante uno de los viajes de LaDonda para visitar a la familia. Al igual que en Nueva Orleans, realmente parecía una ciudad de los muertos.

Poco a poco, Nathan se acercó a los escalones de piedra que conducían hasta el tercer nivel. Las voces se hicieron más fuertes y definitivamente podía distinguir varias voces. Sonaba como un canto, pero Nathan no podía descifrar lo que era. Él esforzó su oído para escuchar, preguntándose qué lengua era. Sonaba como Latín.

Al pie de los escalones de piedra hacia el tercer nivel, estaba lo suficientemente cerca para ver gran parte del alto obelisco blanco situado en el centro de lo que parecía una plaza conmemorativa. Se arrastró por las escaleras, tratando de echar un vistazo a quien estaba cantando.

Allí estaba el débil sonido del llanto por debajo de las voces que cantaban, y alguien susurraba en voz baja, casi en paz. Se atrevió a acercarse un poco más a la parte superior de los escalones, y ahí fue cuando los vio: tres figuras encapuchadas, vestidas con largas capas rojas.

Rápidamente dio un paso hacia atrás y se agachó de nuevo, con su corazón latiendo frenéticamente contra su pecho. “¿Qué demonios está pasando?” Murmuró.

Se acercó de nuevo a echar otro vistazo. No están en tono gris, pensó. ¡Están a color! Hizo una pausa para secarse el sudor de la frente. “Parece que están realizando un ritual. Pero ¿para qué?” Las figuras con capuchas rojas estaban de pie con la espalda hacia él, y con las manos extendidas en el aire. Parecía que estaban orando o adorando algo. Alrededor de la cintura de cada una de ellas había una cuerda dorada decorativa con borlas que colgaba desde sus caderas hasta el suelo.

Nathan siguió el rastro dorado con sus ojos. La dorada curda con borlas brillaba contra las capas del color rojo profundo. “¿Qué es eso en el suelo?” Se preguntó, mientras esforzaba la mirada.

Se quedó sin aliento. Al pie de cada figura encapuchada había varios cuerpos esparcidos por el suelo de ladrillo y mortero.

Una sensación de malestar se apoderó de su estómago. Hasta entonces había pasado desapercibido, y no quería arriesgarse a ser visto, pero tenía que ver sus rostros. Nathan tragó saliva y luego se atrevió a acercarse un par de centímetros más. “¡Leah!” Dijo sin aliento.

Apretó los puños de nuevo. “¿Qué están haciendo con ella?” Murmuró. “Y los otros, ¿quiénes son los otros?”

Nathan observaba mientras Leah continuaba tendida sobre su espalda. Parecía que le estaba diciendo algo a la persona tendida junto a ella. Su pálido rostro de alguna manera parecía tranquilo, pero sus ropas estaban gastadas y andrajosas. Su camisa blanca estaba manchada con sangre, y mechones de su cabello castaño cubrían su rostro. Poco a poco, ella alcanzó la mano de la otra persona.

Nathan se quedó sin aliento de nuevo, esta vez estaba a punto de perder el equilibrio. “¡Jonás!” Dijo en voz baja apretando los dientes. “P-pero, ¿cómo?” Sintió como si todo su cuerpo temblara. “¿Cómo atraparon a Jonás, y qué es lo que quieren de él, o de Leah?”

De repente, los pensamientos de Nathan fueron interrumpidos por el sonido de risas. Pensó que la voz le era familiar; sin duda era una voz femenina. Miró hacia el centro de lo alto y fue entonces cuando la vio, de pie en el blanco y alto obelisco.

Estaba de espaldas a él, así que no podía ver su rostro. Su largo vestido blanco flotaba sin problemas mientras se reía en los brazos de una alta figura con capucha roja. Poco a poco, los dedos de ella recorrieron el rostro de su compañero, haciendo que sus mangas colgaran delicadamente de sus brazos.

Nathan se dio cuenta de que esta figura de capucha roja y capa en particular era diferente a las demás. La capucha de la figura alta estaba intrínsecamente adornada con oro, y la cuerda dorada con borlas que colgaba de su cintura era más gruesa y larga. Su piel era luminosa, como los largos mechones de cabello rubio claro que colgaban por debajo de su capucha hacia la cresta de su capa. De pronto, la mujer dejó de acariciar su barbilla cincelada, y él la soltó. Nathan observó mientras él parecía desvanecerse a través de uno de los blancos arcos que rodeaban la plaza.

La mujer vestida de blanco pasó junto a los cuerpos tendidos en el suelo.

Los ojos de Nathan la siguieron atentamente. “¿Qué planea hacer?” Murmuró.

La mujer parecía deslizarse por el suelo, con la larga cola de su vestido fluyendo detrás de ella. En cada arco que pasaba, ella asentía. Había más figuras encapuchadas, pero estaban vestidas de negro, no rojo. Había una figura encapuchada de negro en las sombras de cada arco. Las figuras encapuchadas de negro se mezclaban tan bien con las sombras que Nathan casi no los podía ver.

La mujer se detuvo delante de Jonás y Leah. Los ojos de Nathan estaban intensamente clavados en el rostro de Leah. Para su sorpresa, Leah todavía parecía tranquila. No veía en ella una pizca de miedo. La mujer se arrodilló, con su rubio cabello largo cayendo delante de ella, por lo que a Nathan le fue imposible ver su rostro. Ella estaba muy cerca de Leah ahora, y su cabello parecía acariciar su rostro.

Nathan movió los hombros. Sus manos aún temblaban y estaban muy cálidas. “¿Qué está haciendo?” Dijo en un susurro frustrado.

De repente, la mujer tomó a Leah del brazo, y la mano de Jonás cayó al suelo. Leah no se inmutó, pero Nathan vio el miedo en sus ojos. Una figura encapuchada de negro emergió de las sombras del arco más cercano y se puso al lado de la mujer que sostenía el brazo de Leah.

Desesperadamente, Nathan se esforzó por ver su rostro, pero no pudo. Miró alrededor de la plaza hacia los rostros de las otras figuras encapuchadas, pero no podía verlos bien. La mujer casualmente extendió su mano, y la figura encapuchada de negro le dio una pequeña daga de plata. Rápidamente, hundió la punta de la daga en el brazo de Leah, perforando violentamente su carne. Leah gritó cuando su atacante lentamente procedió a presionar la hoja de la navaja hacia abajo. Nathan se puso de pie y, sin dudarlo, se lanzó por encima de los restantes escalones de piedra. Su corazón latía con fuerza contra su pecho, y sus manos latían rápidamente, como si estuvieran a punto de estallar en llamas. “¡No!” Gritó.

Corrió tan rápido como pudo, pero todo a su alrededor parecía estar en cámara lenta. Sintió que el suelo se deshacía bajo sus pies mientras los escalones viejos y desgastados se desmoronaban. Cayó al suelo, pero no antes de poder ver las figuras de capucha roja que ahora lo observaban. Nathan yacía inmóvil sobre el suelo del segundo nivel. A través de la nube de polvo que ahora llenaba el aire de los escalones que se desmoronaron, pudo ver que una de las figuras de capucha roja se acercaba a él.

Poco a poco trató de levantarse, mientras escuchaba susurros y siseos por encima de él. Las figuras de capucha roja y negra estaban ahora mirándolo. “¿Qué diablos es todo ese siseo?” Murmuró. “¿Estas cosas son serpientes?”

“¡Ah, mi cabeza!” Se quejó, antes de caer inmediatamente de nuevo.

La figura de capucha roja estaba ahora más cerca, y Nathan podía ver el medallón de oro y plata en forma de media luna alrededor de su cuello.

Nathan puso su mano sobre su cabeza y gimió. Sus manos se encendieron en un rojo brillante, pero seguían frías al tacto. “Tengo que levantarme,” clamó. “¡Tengo que salvar a Leah!”

Nathan trató de levantarse de nuevo, pero esta vez cayó de rodillas. Miró hacia la escalera que se desmoronaba y vio que la figura de capucha roja estaba casi encima de él. La figura estiró las palmas de sus manos hacia Nathan, y el medallón de oro y plata en su cuello irradió un tono azulado.

Los ojos de Nathan se abrieron con asombro. “Eh, esto no se ve bien.” Tartamudeó.

Finalmente se las arregló para ponerse de pie tropezando, pero una bola de luz azul se dirigía directamente hacia él. Se lanzó a un lado y la evadió por centímetros. La bola de luz azul golpeó una de las paredes del mausoleo detrás de él, pulverizándola. Se agachó cuando pedazos de la pared salieron volando por todas partes.

Nathan estaba en el suelo otra vez, y la cabeza le palpitaba con dolor. Echó un vistazo a la pared y examinó las partes de ella que ahora yacían a su alrededor. “Sí,” dijo, “como había dicho, esto no es, para nada, algo bueno.” Pensó en levantarse, pero su cabeza continuó palpitando. Otra bola de luz fue lanzada hacia él, pero no podía moverse. Cerró los ojos y esperó lo peor.

Hubo un breve momento de silencio seguido de un sonido sordo. Lentamente abrió los ojos, y delante de él había un par de zapatillas de color rosa y gris.

“¿Lafonda?” Dijo confundido. “¿Q-qué estás haciendo aquí?”

“Salvando tu trasero, por supuesto,” respondió ella, ayudándole a ponerse de pie.

Nathan sonrió, miró por encima de su hombro, donde la figura de capucha roja con el medallón de oro y plata en su cuello ahora yacía desplomado sobre un montón de escombros de la escalera.

“P-pero, ¿cómo?” Nathan tartamudeó.

La sonrisa de Lafonda se desvaneció rápidamente. “Yo–”

Una figura de capucha negra de repente apareció detrás de ella. Ella se quedó boquiabierta, y sus ojos marrones se abrieron muy grande. Nathan vio como un pequeño hilo de sangre caía de la boca de Lafonda. La figura encapuchada sin rostro retiró su espada de dos filos de su espalda y las piernas de Lafonda cedieron debajo de ella.

Nathan se acercó a agarrarla, y ambos se desplomaron en el suelo.

Otras figuras encapuchadas de negro aparecieron, sosteniendo verticalmente sus espadas contra sus pechos. Nathan agarró con fuerza el cuerpo sin vida de Lafonda mientras intentaba contener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. “No,” exclamó. “¡No!”

De repente, algo comenzó a arder en lo profundo de su estómago. No era ira lo que revolvía su interior; era algo pacífico. Sus manos dejaron de temblar y de quemar, pero su cuerpo entero se sentía como si irradiara energía.

Aparecieron más figuras de capucha negra, y el corazón de Nathan golpeaba sin descanso contra su pecho. Él podía ver su reflejo en las hojas de sus espadas mientras se preparaban para atacar, y la brillante llama azul de fuego en la palma de su mano.

10

FLAMA AZUL

Nathan dejó escapar un gran suspiro mientras se levantaba instantáneamente sobre su cama. Su respiración era entrecortada, y estaba empapado en sudor. “¿Cómo llegué aquí?” Se preguntó frenéticamente.

Miró alrededor en la habitación, pero su corazón continuaba latiendo con fuerza contra su pecho. Debo haberme quedado dormido después de la hoguera de anoche, se dijo a sí mismo mientras miraba el reloj en su habitación.

Recordó haber caminado de regreso a Lawrence Hall con Lafonda y el resto de los estudiantes, pero lo que pasó después de regresar a su habitación era todo un borrón.

Nathan secó el sudor de su frente. Eran casi las 07:00 de la mañana. Debo haber estado tan cansado que caí dormido una vez que llegué a la cama. Pero si eso fue un sueño, se sentía muy real.

Sus pensamientos corrían deprisa mientras intentaba recordar todos los detalles sobre el sueño. “Espera, ¿qué es eso?” Murmuró. “¿Qué es esa luz azul?”

Entrecerró los ojos para ajustar su visión a la habitación oscura. Nathan se acercó poco a poco para investigar, y de pronto le pareció ver una chispa azul volar desde su mano.

“¡Aaah!” Gritó, saltando de la cama.

Nathan examinó su mano histéricamente, pero a través de la oscuridad vio una parpadeante luz azul al pie de su cama.

“¡Fuego!” Gritó.

Desesperadamente, Nathan miró a su alrededor buscando algo para apagar el fuego. Agarró una toalla que colgaba de la perilla de la puerta del armario, y rápidamente golpeó la toalla sobre la cama hasta que la última llama se había extinguido.

Nathan se sentó sobre el escritorio de su habitación y se echó a reír. “No sé por qué simplemente no lancé la toalla sobre las llamas,” se rió. “Supongo que quería golpear las llamas hasta la muerte.”

Miró las sabanas quemadas, y su rostro se quedó en blanco. “Esas llamas eran azules,” dijo. Nathan miró sus manos. “En mi sueño una llama azul salió de mi mano. P-pero no puede ser algo real.”

Nathan siguió examinando sus manos. “Pero si era solo un sueño, ¿de dónde vino el fuego? ¿Y la chispa?”

Rápidamente, él saltó del escritorio y buscó por toda la habitación para encontrar cualquier cosa que pudiera haber encendido aquel fuego. Examinó sus manos de nuevo. “Si yo causé ese fuego,” murmuró, “entonces, ¿qué otras cosas del sueño también son reales?”

Las imágenes de su sueño inundaron su mente, y su estómago se le hizo un nudo. En primer lugar, recordó haber recorrido el cementerio Grimm. Después, recordó haber visto las misteriosas figuras con capuchas rojas y negras, y a la extraña mujer vestida de blanco. “¡Jonás y Leah!” Exclamó. “¡Y Lafonda!”

Se sentó en el borde de su cama. Los recuerdos de Leah siendo apuñalada en el brazo por la dama de blanco lo atormentaban. Recordó sus gritos, y su estómago se enredó más. El recuerdo de la figura de capucha negra sin rostro vino a la vida en su mente, al igual que la espada de plata que hundió en la espalda de Lafonda. Una sensación de temor se apoderó de Nathan, y sintió como si la estuviera sosteniendo nuevamente.

Los pensamientos de Nathan fueron súbitamente interrumpidos por el sonido de una pelota que se acercaba rebotando, seguido de un rápido golpe en la puerta de su dormitorio. Él respiró profundamente y suspiró con alivio. Rápidamente, lanzó la toalla sobre las marcas de quemaduras y abrió la puerta. “¡Jonás!” Dijo sonriendo.

El desordenado y rizado cabello negro de Jonás parecía mojado, y la camiseta que llevaba puesta parecía estar húmeda.

Nathan sacudió la cabeza y se echó a reír. “Jonás, ¿acabas de salir de la ducha?” Preguntó.

El ceño de Jonás se frunció ligeramente bajo sus rizos mojados. “Eh, no exactamente apenas,” dijo él.

Nathan sonrió y juguetonamente tomó el balón de las manos de Jonás. “Sabes, existen unas cosas llamadas toallas de baño,” dijo, “con las que te puedes secar.”

Jonás frunció el ceño de nuevo, se veía un poco confundido.

Nathan sonrió y señaló hacia el agua que goteaba desde el cabello de Jonás hacia sus hombros.

“Oh, eso,” dijo, con su rostro iluminándose. “No quería llegar tarde al desayuno.”

Nathan le dio a Jonás una mirada suspicaz pero juguetona.

“Jonás, nunca llegas tarde al desayuno,” dijo él.

“Oh, está bien,” dijo Jonás, alcanzando su balón. “Pero son casi las 07:30.”

Nathan no soltó el balón, y Jonás frunció el ceño. “Todavía no,” dijo Nathan, mirando el reloj en su habitación.

La campana del ascensor sonó, y los dos se dieron vuelta para ver las puertas abrirse.

Nathan le devolvió el balón a Jonás y rápidamente se dirigió al ascensor. Apenas eran las 07:00, pero tenía una buena idea de quién podía estar en el ascensor.

Lafonda salió del ascensor, y Nathan rápidamente la abrazó.

“¡Vaya! Está bien,” dijo ella. “¡Buenos días a ti también!”

“¡Estás bien!” Gritó Nathan mientras la sostenía en sus brazos.

Lafonda parecía confundida. “Por supuesto que estoy bien,” sonrió débilmente. “¿Por qué no habría de estarlo?”

Nathan la soltó rápidamente. Estaba un poco avergonzado. “Eh, sí,” dijo. “Lo siento.”

Ella echó su largo cabello negro hacia atrás de sus hombros, y trató de arreglar su camiseta de liderazgo de color naranja. “¿Qué fue todo eso?” Preguntó.

Nathan se dirigió de vuelta a su habitación, y Lafonda lo siguió detrás. Jonás estaba sentado en la cama de Nathan. Nathan negó con la cabeza y Jonás sonrió. Lafonda arqueó sus cejas y miró a Nathan.

Él sonrió tímidamente. “No fue nada,” dijo, “estaba sorprendido de verte.”

Ella parecía confundida de nuevo. “Te dije anoche que vendría a darte el anuario hoy por la mañana,” dijo. “¿Lo olvidaste?”

Rápidamente miró para asegurarse de que la toalla todavía estuviera cubriendo las marcas de quemaduras en su cama. Luego se dio vuelta hacia Lafonda de nuevo. “N-no,” tartamudeó. “Por supuesto que no. No lo olvidé.”

Ella lo miró con escepticismo, con los ojos entrecerrados, y luego pasó junto a él hacia la habitación. Se detuvo al pie de su cama. “Hola, Jonás,” dijo ella. “Es bueno ver que alguien lleva puesta una camiseta.”

Nathan miró su pecho desnudo y luego rápidamente se puso su camiseta de IUCF. “Oh,” dijo.

Lafonda sonrió sarcásticamente. “¿Sabes?” Dijo ella, “realmente espero que laves esa camiseta, por la frecuencia con que la usas.”

Nathan frunció el ceño. “Claro que la lavo,” se quejó. “Y tengo más que una de estas camisetas, ¿sabes?”

Ella echó un vistazo a su cama y luego se quedó mirando la toalla que cubría las sábanas quemadas. “¿Hueles eso?” Preguntó.

Nathan siguió la mirada de Lafonda y luego rápidamente se encogió de hombros. “Eh – ¿oler qué?” Preguntó.

“Yo no huelo nada,” dijo Jonás, con una mirada en blanco en su rostro.

Lafonda levantó las cejas hacia Jonás. Entonces comenzó a buscar por la habitación. “Huele como – como si algo se estuviera quemando,” dijo.

Nathan le hizo un gesto a Jonás para que se bajara de su cama.

Lafonda caminó hacia el escritorio de Nathan y olfateó el aire. “Juro que algo se está quemando,” dijo ella.

Rápidamente, mientras ella inspeccionaba el escritorio, Nathan tomó las sábanas y el edredón que yacían en el suelo y tendió su cama.

“Nathan,” dijo ella, dándose la vuelta. “Te das cuenta de que acabas de tender tu cama con la toalla todavía en ella, ¿cierto?”

“Oh,” dijo él. Le dio unas palmadas a sus almohadas y las colocó en la cabecera de la cama. “Así está bien.” Él la tomó por el brazo y sacó la silla de debajo de su escritorio. “Toma asiento,” dijo con una sonrisa forzada. “Y echemos un vistazo a ese anuario.”

Ella lo miró y luego se sentó de mala gana. Colocó el anuario de IUCF sobre el escritorio y se dio vuelta para mirarlo. “En fin,” dijo ella. “Por tu bien, espero que esa toalla no esté mojada.”

“Está bien,” dijo mientras hojeaba el anuario. “¿En qué página está?”

Ella sonrió y luego deslizó el anuario junto a ella. “Creo que las fotos de los de primer año están casi al principio del anuario,” dijo.

Jonás rodó su balón, y los dos se dieron vuelta para mirarlo boquiabiertos.

“Eh, Jonás,” dijo Nathan mientras se rascaba la cabeza, “¿te importaría hacer eso afuera en el pasillo?”

Jonás se detuvo y miró a Nathan con una expresión de sorpresa en su rostro. “Pero dijiste que no debía jugar con la pelota en el pasillo,” dijo.

Nathan hizo una pausa para mirar el reloj. “Todos deben estar ya despiertos preparándose para el desayuno,” dijo. “Adelante, puedes hacerlo afuera.”

“Oh, está bien,” dijo Jonás sonriendo. Salió con alegría de la habitación, y Nathan se acercó a cerrar la puerta detrás de él.

Nathan respiró apresuradamente y luego se dirigió de nuevo hacia Lafonda. “Está bien,” dijo. “Hagamos esto rápido. No quiero darles a los chicos una impresión equivocada. Ya sabes, puedan pensar que está bien tener a mujeres en este piso.”

Lafonda sacudió la cabeza y se rió ligeramente entre dientes.

“¿Qué?” Preguntó él, con el ceño fruncido. “Sabes que a las mujeres no se les permite estar en el piso de los hombres.”

Ella se echó a reír. “Nada, Nathan,” dijo.

“Eh, Lafonda,” protestó él mientras la miraba con una expresión de confusión. “¿Qué pasa?”

Lafonda rió fuertemente. “En realidad nada, Nathan,” dijo ella. “Es solo que... no puedo imaginar que alguien pudiera pensar que hay algo entre nosotros.”

Él se encogió de hombros y asintió lentamente. “Supongo que tienes un buen punto,” dijo.

Ella sonrió y siguió mirando el anuario.

“¡Pero espera!” Espetó Nathan protestando. “¿Por qué no?”

Lafonda puso los ojos en blanco y luego le entregó el anuario abierto. “Está bien, ¿te podrías concentrar?” Dijo. “Ahí está ella, en la parte inferior de la página.”

Nathan tomó el anuario en sus manos y al instante su estómago se retorció en nudos. “Está bien, aquí va,” murmuró. “O estoy loco, o no estoy loco.”

“¿Qué?” Murmuró Lafonda, pareciendo un poco confundida.

Nathan estaba sumido en sus pensamientos. Después de todo este tiempo, estaba nervioso por ver que la imagen de Leah en algo tangible, algo que sabía con certeza que era real. ¿Y qué si no es ella? Pensó. ¿Qué pasa si la persona con la que he estado soñando no es real?

Nathan observó cada fotografía en la última fila y en la penúltima, pero no la vio. Miró cuidadosamente de nuevo, haciendo una pausa en cada imagen para observarla bien. Pero ella tiene que ser real, porque la llama azul fue real y sé que de alguna manera ocasioné aquel fuego en mi habitación, pensó.

Entonces, de repente, ahí estaba ella. Él casi no la reconoció. Ella tenía una sonrisa en su rostro, como si hubiera sido fotografiada mientras se reía. Su cabello café estaba cuidadosamente peinado, y sus mejillas rosadas rebozaban vívidamente. Se veía feliz. Era como si estuviera viendo a una persona diferente, pero era Leah. Sin duda era ella.

Lafonda se reclinó en su silla y pasó su mano por su cabello antes de aclararse suavemente la garganta. “Entonces, ¿la conocías?” Preguntó.

Nathan no se movió. Se dio cuenta de que Lafonda había dicho algo, pero su mente estaba iba de prisa de nuevo. “Ella es real,” se dijo a sí mismo. “Leah es una persona real.”

Nathan cerró el anuario y lo colocó suavemente sobre su escritorio. Poco a poco, caminó hacia el pie de su cama. Sin pensarlo, se dejó caer en ella, casi revelando las sábanas quemadas. Se quedó mirando en silencio las paredes blancas de su dormitorio. ¿Esto significa que soy como un psíquico, o algo así? Pensó. Entonces examinó las palmas de sus manos. Si no soy psíquico, entonces se podría suponer que tengo algún tipo de poder. Tenía una expresión solemne en su rostro. ¡Esto es genial! ¡Me moría por encontrar una manera de ser aún más diferente! ¡Yupi! Estoy tan emocionado por poder agregar más puntos de rareza a mi factor de paria.

Lafonda se enderezó en su silla y luego cruzó los brazos. “Eh, Nathan,” dijo ella, “Tierra llamando a Nathan.”

“¿Qué?” Dijo él, mientras parpadeaba.

“¿Te molestan de nuevo tus manos, o algo así?”

“No,” dijo. Se dio la vuelta para mirar a Lafonda. “Mis manos están bien.”

“Bueno, definitivamente estás actuando de manera extraña,” dijo ella, relajándose en su silla.

Nathan dejó escapar una leve risa. Extraño, ¿eh? Pensó. No tiene la menor idea.

Él juntó las manos y las puso sobre su boca. Con o sin poderes, lo único que sabía con certeza era que Leah era real, así como la llama azul que había quemado su cama. Así que eso significaba que aquellos tipos de capucha roja que parecían salidos de Crepúsculo: Luna Nueva eran reales también, así como sus amigos de negro.

Con sus manos todavía contra su boca, Nathan respiró profundo y sacudió la cabeza. Ni siquiera quería empezar a pensar en la extraña dama vestida de blanco, y mucho menos en su brillante daga de plata. Negó con la cabeza de nuevo. Sí, definitivamente corremos peligro, pensó. Todos.

Lafonda se enderezó en su silla de nuevo, esta vez aplaudiendo antes de colocar sus manos en su regazo. “Está bien,” dijo. “Entonces, ¿me vas a decir si conocías a Leah?”

Él siguió mirando a la pared. “¿Por qué Jonathan Black tenía el anuario?” Preguntó.

Ella frunció el ceño. “¡No lo sé!” Dijo. “Mencionó algo acerca de una investigación. Nathan, ¿me estás escuchando? O bien, ¿puedes oírme?”

“¿Qué?” Dijo arrastrando su voz, sacudiendo la cabeza y volviéndose hacia ella. “¿De qué te quejas?”

Ella abrió el anuario nuevamente. “¡Uf!” Gruño mientras señalaba la foto de Leah. “Solo te lo he preguntado como un millón de veces. ¿La co-no-ces?”

Nathan podía ver que la frustración se acumulaba en el rostro de Lafonda. Quería contarle todo acerca de sus manos, de Leah y del misterioso perro negro que había visto en el bosque el día que Malick casi los hace salir de la carretera. Pero entonces recordó sus sueños. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Recordó lo impotente que se había sentido cuando la figura encapuchada de negro retiró su espada del cuerpo de Lafonda, y el dolor que sintió mientras se aferraba a su cuerpo sin vida.

Nathan se quedó mirando fijamente la foto de Leah. Solo para asegurarse, leyó el nombre que estaba escrito bajo la imagen: Leah Davenport.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. “No,” dijo mientras desviaba la mirada. “No la conozco.”

Lafonda se puso de pie, dejando el anuario sobre el escritorio. “Por Dios,” dijo ella, “actuabas como si estuviera hablando en otro idioma, o algo así.” Ella hizo una pausa para arreglar su camiseta de liderazgo naranja y luego puso un pie sobre la silla de madera para atar los cordones. “Bueno, entonces te dejaré solo,” dijo ella. “Será mejor que me vaya antes de que mi grupo se dé cuenta de que me he ido y decidan actuar como locos.”

“Espera, espera,” dijo Nathan mirando sus zapatos. No eran aquellos de color rosa y gris que ella estaba usando en su sueño; eran blancos.

Lafonda se detuvo a medio paso y se dio la vuelta para mirarlo. “¿Qué?” Dijo.

La frente de Nathan se arrugó, y él llevó nerviosamente su mano hacia la parte posterior de su cuello. “¿Esos son tus únicas zapatillas deportivas?” Preguntó.

Casualmente, ella miró hacia abajo y luego lo miró de nuevo a él. “Sí, son las únicas que tengo aquí en el campamento,” dijo. “¿Qué? ¿No te gustan las zapatillas blancas?”

Él respiró profundamente y sonrió. “No, no,” dijo. “Están bien.”

Lafonda sonrió y miró hacia abajo de nuevo. “Sí, son un poco simples, ¿no?”

Nathan casi se cae del borde de su cama. “No, no,” dijo. “De hecho, están mejor que bien. ¡Son perfectas!”

“Bueno, está bien entonces,” dijo ella riendo. “Gracias, Nathan. Te veré en la planta baja.”

La cafetería de Lawrence Hall estaba particularmente brillante. La luz del sol de la mañana entraba por los ventanales de vidrio que iban del piso al techo y rodeaban la mitad de la habitación en el área del comedor.

Nathan casi alcanzaba a ver la calle Lawrence Road, a pesar de los tantos árboles de pino alineados en la parte trasera del edificio.

Nathan notó que la mayoría del grupo ya estaba sentado en la mesa de siempre. Pero, ¿dónde está Jonathan Black? Se preguntó. Supongo que no hablaba en serio cuando anoche le prometió a Erin que cambiaría su comportamiento. “Erin va a matarlo,” se rió.

Con cuidado, se alejó del mostrador de la cafetería y trató de no derramar su gran vaso de jugo de naranja que estaba lleno hasta el borde. Tomó asiento junto a Lafonda. Ángela, Alan, Lafonda y Erin estaban absortos en una conversación, y él esperaba que nadie notara su presencia. Echó un vistazo a la cafetería y alcanzó a ver a Jonás bromeando con Eva Marie Evans, Samantha Darding y Christina Williams.

Un cardenal rojo aterrizó en la rama del árbol afuera de la ventana frente a él, pero Nathan apenas lo notó. Sus pensamientos estaban en otra parte. No podía evitar que su mente regresara a su reciente sueño en el cementerio Grimm. “Uf,” murmuró. Había una expresión en blanco en su rostro. Lo único que sé con certeza es que eventualmente sucederá, pensó. Todos mis sueños acerca de Leah sucedieron en la realidad, así que, ¿por qué habría de ser diferente este sueño?

El estómago de Nathan se retorció en nudos mientras recordaba cuando escuchó a Lafonda y Amanda hablando de Leah en el cumpleaños de Lafonda. Él parpadeó, dándose cuenta de que ese fue el momento en el que su vida había cambiado para siempre. Revisar el anuario para confirmar que Leah era la persona en sus sueños había descartado su última oportunidad para negarlo.

Respiró profundamente y luego suspiró largo, finalmente notando al cardenal rojo en el árbol afuera de la ventana mientras saltaba de rama en rama. El cardenal finalmente se detuvo a revolotear sus alas antes de decidir anidar en el lado del árbol que recibía más luz del sol.

Todo está cambiando, pensó Nathan.

Nathan no podía recordar la última vez que había estado sentado sin hacer nada. Claro, este no era su primer año en el campamento, y esperaba tener actividades día y noche, pero este año era diferente. Ni siquiera podía recordar la última vez que realmente había tenido una noche de sueño reparador sin despertarse sobresaltado por alguna pesadilla. Y cuando estaba dormido, sus pensamientos eran abrumados por extrañas cosas que parecían sucederle constantemente.

Tomó un sorbo de jugo de naranja y luego se quedó mirando fijamente sus manos. Y ahora, al parecer, hay llamas azules que pueden salir de mis manos. Esto se está poniendo demasiado raro.

La mirada en blanco de Nathan se volvió triste mientras él deseaba poder saber cuándo sucedería todo. Una horrible sensación se deslizó en su estómago. Me gustaría saber cómo terminaremos todos en un cementerio.

El sonido de risa proveniente de otra mesa interrumpió sus pensamientos. Nathan reconoció la voz de Jonás y se dio cuenta para ver una enorme sonrisa en el rostro del joven. Christina Williams tenía el balón de Jonás y bromeaba con él diciéndole que no se lo regresaría.

“¿Tierra llamando a Nathan?” Dijo una voz familiar. Nathan se dio la vuelta para encontrar a Lafonda mirándolo. Levantó las cejas en respuesta a su mirada. “¿Qué?”

“¿No me escuchaste que te hablé?” Dijo ella, escrutándolo con sus ojos marrones.

Nathan pudo ver que Lafonda no era la única en la mesa esperando una respuesta. Abrió la boca para hablar y pensó en responder con sarcasmo, pero entonces vio la expresión de su rostro. “¿Por qué me miras así?” Preguntó.

Lafonda inclinó la cabeza y arrugó la frente con una mirada de preocupación. “Realmente has estado actuando muy extraño últimamente. ¿Seguro que estás bien?”

“Ah, déjalo en paz,” dijo Alan. “Deja que disfrute sus panqueques y su jugo de naranja.”

“¿Siempre desayunas panqueques y jugo de naranja?” Preguntó Ángela.

A Nathan le sorprendió la pregunta, y miró hacia su plato a medio comer. No se había dado cuenta de la frecuencia con la que elegía panqueques para el desayuno. “Sí,” dijo. “Panqueques con nueces y jugo de naranja – es mi favorito.”

Lafonda alejó su bandeja vacía frente a ella y golpeó la palma de su mano contra la mesa. “Lo que sea,” gimió. “Sé que algo está pasando. Incluso se tomó la molestia de recordar usar su camiseta de liderazgo esta mañana.”

Alan soltó una enorme carcajada. “Creo que ella tiene razón,” dijo. “¿Qué te pasa?”

Nathan se tomó un momento para mirar la camiseta naranja de liderazgo que llevaba puesta y se encogió de hombros. “No lo sé,” dijo. “Es solo una camiseta.”

Lafonda puso los ojos en blanco antes de inclinarse hacia adelante. “Pero nunca la usas,” explicó ella. “Bueno, al menos no sin coerción.”

Ángela pasó su mano por su rubia cabellera cuidadosamente arreglada y sonrió. “Bueno, el amor está en el aire,” dijo. “¿Tal vez está enamorado?”

“¿Amor?” Se rió Lafonda. “Eso lo dudo.”

Ángela apoyó su barbilla en el dorso de su mano y parpadeó sus largas pestañas juguetonamente. “¿Por qué no?” Preguntó. “El verano es la estación del amor, y creo que el insecto del amor del verano ha mordido a nuestro pequeño Jonás.”

Todos se dieron vuelta para ver a Jonás riendo y bromeando con Christina Williams. Ambos tenían enormes sonrisas en sus rostros.

“Y hablando de amor,” dijo Ángela con una enorme sonrisa en su rostro. “Lafonda, ¿cómo te va con tu dulce Jim Darding?”

Nathan se sentó en su silla y se rió. No podía esperar a escuchar la respuesta a esa pregunta.

Lafonda le dirigió una mirada de desaprobación y echó su largo cabello negro sobre sus hombros. “Bueno,” dijo ella. “Si quieres saberlo, Jim y yo hemos decidido tomar un descanso.”

“¿Un descanso?” Espetó Alan, al instante enderezándose en su silla. “¿Desde cuándo? ¿Jim sabe que están en un descanso? ¿Cuándo sucedió esto?”

“Durante su fiesta de cumpleaños, hace un par de semanas,” respondió Nathan, antes de que Lafonda pudiera responder.

“¡Nathan!” Dijo Lafonda furiosa.

“¿Qué?” Preguntó Nathan encogiéndose de hombros y levantando las cecas. “Es la verdad.”

Alan sonrió. “Así que, por eso Jim se fue temprano la noche de tu fiesta de cumpleaños.”

“Alan, no es asunto tuyo,” dijo Ángela. “¿Y cómo sabes que Jim se fue temprano? Ni siquiera estabas en la fiesta.”

Él sonrió y levantó su teléfono celular. “Mensajes de texto, cariño, mensajes de texto.” Respondió. “Tengo amigos que estaban en la fiesta.”

Alan de repente tenía una mirada de disculpa en su rostro. “Y siento mucho lo de tu vestido, Lafonda. Supe que fue bastante trágico.”

“Sí, yo también lo siento,” dijo Ángela haciendo una mueca. “Me enteré de lo que pasó.”

“Está bien, chicos,” dijo Erin, después de golpear su vaso de jugo de manzana sobre la mesa. “Estoy segura de que Lafonda preferiría no recordar esa noche. ¿No es así, Nathan?”

Nathan parecía avergonzado, y le respondió con una sonrisa forzada.

“Está bien, chicos,” dijo Lafonda. Respiró profundamente y luego sonrió. “En verdad, está bien.”

Ángela rápidamente se acercó más a la mesa. “Bueno, ya que estamos en el tema de los guapos,” dijo sonriendo, “me pregunto dónde estará Stephen Malick.”

Alan resopló y puso los ojos en blanco.

“Sí,” agregó Erin, “y yo me pregunto dónde estará Jonathan Black. Dijo que esta mañana llegaría temprano.”

Lafonda suspiró. “¿Realmente necesitamos mencionarlo durante el desayuno?” Preguntó.

Erin parecía confundida. “¿Mencionar a quién?” Preguntó.

“¿Acaso no es obvio?” Preguntó Alan. “¿De quién más habla Ángela todas las mañanas?”

Ángela frunció el ceño y luego, de repente, tenía una gran sonrisa en su rostro. “¡Ahí está!” Dijo. Sus mejillas rosadas se coloraron de un tono más profundo. “Chicos, viene para acá.”

“Esta conversación se está volviendo vieja,” se quejó Alan. “Será mejor que me vaya, antes de que mi ropa pase de moda.”

Ángela agarró a Alan por el brazo y tiró de él hacia atrás en su silla. “Siéntate, Alan,” murmuró ella, sonando molesta. “Todavía no es hora de irnos.”

Rápidamente pasó los dedos por su cabello y sonrió. “Hola, Stephen,” dijo. “¿Cómo estás esta mañana?”

Stephen Malick llevaba gafas de sol y traía una bandeja con su desayuno. Varias chicas en una mesa cercana se rieron y sonrieron cuando él pasó junto a ellas. “Buenos días, señoritas,” dijo, “y caballeros.”

Ángela sonrió, y sus largas pestañas revolotearon un par de veces. “Buenos días, Malick,” dijo.

“Oh, hermano,” dijeron Alan y Lafonda al unísono suspirando.

Malick sonrió. “Hola, Lafonda,” dijo. “¿Cómo estás esta mañana?”

Lafonda giró completamente sobre su silla para mirarlo. Ella tenía una sonrisa en su rostro. “Bien,” respondió, cruzando sus piernas y los brazos. “¿Sigues usando tus gafas de sol en el interior?”

Malick sonrió y luego rápidamente se quitó las gafas. “Gracias por preocuparte por mí,” dijo con un guiño. “Me encontré con LaDonda en el pasillo. Debemos asegurarnos de darle un buen ejemplo a los niños.”

Lafonda puso los ojos en blanco.

“Por lo tanto, Nathan,” dijo Malick, “LaDonda me pidió que te recordara que debemos ayudarle a Argus con las hogueras este viernes. Así que, ¿nos vemos en la entrada norte de nuevo, quince minutos antes de las seis?”

Nathan se reclinó en su silla y levantó las cejas. “Claro,” dijo. “Lo espero con ansias.”

Malick se rió y se dirigió hacia las mesas que estaban contra los ventanales de cristal. “Sé que es así.”

Rápidamente, Ángela se dio vuelta. “¡Lafonda!” Exclamó. “¡No es de extrañar que Malick no quiera sentarse con nosotros!” Ella cruzó los brazos y apretó los labios. “¿Por qué tienes que ser tan mala con él?”

“¿Mala?” Dijo Lafonda resoplando. Arqueó las cejas. “¿Con él? Lo dudo. Él es el que es malo.”

Ángela se hizo hacia adelante en su silla. “¿Qué quieres decir?” Preguntó. “Ahora no ha sido sino agradable contigo.”

“¡Ja!” Respondió Lafonda. “Sí, en este momento, pero no anoche.”

La frente de Ángela se arrugó. “¿Anoche?” Preguntó. “¿Qué pasó anoche?”

Lafonda puso las manos en su regazo y se inclinó hacia Ángela. “¿No recuerdas lo grosero que fue conmigo anoche?” Dijo. “¿Cuando yo estaba hablando con Jonathan? Yo estaba tratando de entender todo el asunto de la leyenda Cahokia, y él lo hizo parecer como si yo tuviera cinco años, o algo así.”

“Oh,” dijo Ángela. “¿Te refieres a la historia de Los Caídos?”

Lafonda se cruzó de brazos y se inclinó hacia atrás en su silla. “Sí,” dijo. “Casi todas las preguntas que le hice a Jonathan, Malick las respondía con 'es solo un mito,' como si estuviera perdiendo el tiempo haciendo preguntas estúpidas.”

Alan se pasó la mano por su cabello rubio para arreglar un mechón suelto y se rió. “No sé qué es más gracioso,” dijo, “si Ángela hipnotizada por Malick, como una niña de catorce años de edad, o Lafonda alegando que él, todo el tiempo, le está haciendo algo malo.”

Ángela y Lafonda se dieron vuelta para mirar a Alan boquiabiertas en señal de protesta. “Lo que sea, Alan,” resopló Ángela, mientras ponía los ojos en blanco.

Alan se echó a reír. “Ahora, Lafonda, antes de que me grites,” dijo, “yo no creo que estuvieras perdiendo el tiempo haciendo preguntas estúpidas. Creo que toda la conversación era estúpida, para empezar. Solo estabas tratando de encontrarle sentido a la ridícula historia de Jonathan.”

“¡Alan!” Exclamó Ángela.

“¿Qué?” Preguntó él. “Sabes que toda la historia parecía una locura; todas esas tonterías acerca de los ángeles enojados y las dimensiones paralelas. Ahora, eso sí que era una pérdida de tiempo. Y Ángela, no creas que me olvidé de que querías ir con Jonathan a una cueva toda sucia.” Miró a su alrededor y luego hacia las puertas de la cafetería. “¿Dónde está el loco ese, de todas maneras?”

“Jonathan no está loco, Alan,” dijo Ángela firmemente. “Jonathan no inventó la historia de Los Caídos. Él simplemente estaba interpretando los símbolos.”

“Lo que sea,” gruñó Alan. “Con o sin símbolos, si él cree en esa historia, está loco.”

“Está bien,” dijo Erin. “Aunque nuestro arqueólogo hace que me duelan mis propios huesos, dejemos ya de llamarlo loco. Puede que Jonathan sea un poco excéntrico y que no sea puntual, pero no está loco.”

Alan negó con la cabeza. “Bueno, es hora de irnos, de todas maneras,” dijo. “Parece que Lady D ya está reuniendo a las tropas.”

“¿Lady D?” Preguntó Ángela. “¿Quién es Lady D?”

“LaDonda,” respondió Alan con confianza.

“¿Mi abuela?” Preguntó Lafonda riendo.

“Sí,” dijo Alan, “Lady D.”

Ángela se rió. “¿De dónde sacaste eso?” Preguntó.

“Es abreviación de LaDonda,” explicó Alan. “El nombre de Lafonda y su abuela son demasiado parecidos. Puede ser un poco confuso.”

“Vamos, Lafonda,” dijo Ángela poniéndose de pie y tomando su bandeja. “Vamos a compartir con tu abuela el nuevo nombre que Alan tiene para ella.”

“Lo que sea,” dijo él burlonamente. “Ustedes quisieran que se les hubiera ocurrido primero.”

Nathan observó mientras los demás se alejaban, pero se quedó sentado en la mesa. Quería terminar su jugo de naranja antes de lidiar con los chicos de su piso.

“¡Vamos, Nathan!” Le llamó Lafonda. “Mi abuela quiere que nos reunamos todos y que la encontremos en el vestíbulo principal.”

“Está bien, ya voy,” dijo él, rápidamente terminando el último sorbo de su jugo de naranja mientras engullía otro bocado de panqueques. No quería levantar su bandeja, y deseó tener un momento más para relajarse y terminar su comida y no salir corriendo y tener que lidiar con Lafonda y los demás. Nathan miró por la ventana y vio al cardenal rojo todavía descansando en la rama del árbol. Pensó en su sueño y en la llama azul que surgió de su mano. También pensó en la llama azul que misteriosamente apareció al pie de su cama. “¿Realmente esa flama azul provino de mis manos?” Se preguntó. “Esto es demasiado.”

Se volvió para mirar a Lafonda y todavía se sentía aliviado de ver que ella llevaba zapatillas blancas. Desearía saber cuándo sucederá todo, pensó de nuevo. Nathan suspiró. Tomó su bandeja y se detuvo a mirar el cardenal por última vez, pero ya no estaba allí.

11

DOS COSAS CON CERTEZA

Era viernes: el final del día y el final de la segunda semana en el campamento. Nathan esperaba a Malick en la entrada norte al Lago Charleston. Había llegado un poco temprano en esta ocasión, pero no le importó. Ansiaba descansar de los chicos de su piso. No ansiaba, sin embargo, tener que preparar con Stephen Malick las hogueras para la noche. Pero pensó que aunque tenía que pasar el rato con Malick y realizar trabajo manual, al menos estaría al aire libre.

Una ráfaga de viento lo rodeó, y Nathan dejó que su mente vagara sin rumbo. Miró fijamente los grandes y pequeños árboles que se alineaban en la entrada norte y en la calle Lawrence Road. Apoyado contra un señalamiento de la reserva forestal, trató de bloquear el sonido de los autos que pasaban y de concentrarse en el silencio del bosque. Intentó sumergirse en el silencio, pero no pudo. Los mismos pensamientos que lo habían atormentado durante toda la semana comenzaron a reproducirse como un disco rayado de nuevo en su mente.

Nathan había pasado la mayor parte de la semana pensando en Lafonda y los demás, y en cómo podría evitar que su reciente pesadilla protagonizada por la misteriosa mujer de blanco se volviera realidad. Lo único que podía hacer era mantener un ojo vigilante sobre las zapatillas que llevaba Lafonda. Con la esperanza de disuadirla de adquirir un nuevo par, ocasionalmente, elogiaba los zapatos que Lafonda había elegido. Pensaba que, conociendo a Lafonda y su gusto y amor por la ropa, la moda y lo elegante, sería solo una cuestión de tiempo antes de que obtuviera otras zapatillas. Para evitar que las zapatillas de color rosa y gris aparecieran en sus pies, intentaría todo lo posible para convencerla de que las blancas eran las ideales.

Aunque él se estremecía ante la idea, Nathan quería volver a visitar en sus sueños el cementerio Grimm. Pensó que si tenía otra vez el mismo sueño, tal vez podría aprender algo que no había visto la primera vez. Tal vez le había faltado observar algo que le ayudaría a prevenir que el sueño se volviera realidad. A diferencia de los muchos sueños que había tenido antes sobre Leah, nada sucedía. De hecho, toda la semana Nathan no podía recordar haber soñado algo. Sus sueños eran tan inexistentes como la solución al misterio de su sueño.

Comenzó a dudar si, para empezar, había sido siquiera un sueño porque todo había parecido tan real. A diferencia de antes con sus sueños sobre Leah, ahora Nathan había sentido como si realmente estuviera allí. Lo único que sabía con certeza, la única conclusión a la que llegaba una y otra vez, era que la llama azul en su habitación había sido real, y Leah también lo era.

Todo lo que sucedía se sentía tan real, particularmente con Leah; tan real que estuvo dispuesta a ingresar a un hospital psiquiátrico por ello. Cuando él no estaba pensando en su sueño en el cementerio Grimm y en cómo prevenirlo, estaba pensando en Leah. Se preguntaba cómo se encontraría.

Nathan frecuentemente deseaba tener al menos una persona de confianza con quien hablar al respecto, una persona a quien pudiera contarle todo. Deseaba tener a alguien con quien compartir la carga de lo que estaba sucediendo y de lo que sabía, pero entonces recordaba a Leah. Ella no tenía a nadie con quien hablar, a nadie en quien confiar porque nadie le creía.

“¡Oye!” Gritó una voz familiar.

Nathan se enderezó rápidamente y se dio vuelta justo a tiempo para ver a Stephen Malick cruzando la calle Lawrence Road.

“Alguien ha llegado temprano,” dijo Malick sonriendo.

Nathan estaba tan absorto en sus pensamientos que el comentario de Malick lo sorprendió.

Ambos se quedaron en silencio, y luego Malick pasó su mano por su cabello haciéndolo hacia atrás. “¿Todo bien?”

“¿Todo bien de qué?” Preguntó Nathan.

Malick negó con la cabeza y luego procedió por el camino. “Nada, señor,” se rió de nuevo.

“Está bien,” dijo Nathan suspirando, siguiéndolo detrás. “En fin.”

El camino que llevaba al lago Charleston estaba todavía un poco húmedo de la lluvia de la noche anterior. Nathan se alegró de llevar puestas sus botas de montaña, en lugar de sus zapatillas deportivas. La última vez que llevó sus zapatillas deportivas al lago, se habían ensuciado tanto que había considerado tirarlas a la basura.

Independientemente de la razón por la cual estaba allí, Nathan disfrutaba estar afuera y en el bosque.

Malick siguió caminando delante de él, de vez en cuando se daba la vuelta y reía.

“¿Qué?” Preguntó Nathan.

“Nada,” se burló Malick.

Nathan frunció el ceño. Hoy no estoy de humor para esto. La próxima vez, me ofreceré para encender las hogueras yo solo.

Malick se rió de nuevo, esta vez volviéndose hacia Nathan para negar con la cabeza.

“Muy bien,” se quejó Nathan, “¿qué diablos sucede?”

Malick dejó de caminar por el sendero y se dio vuelta para mirarlo. Se habían detenido en una bifurcación en el camino que conducía hacia el Museo Tribal del Norte de Cahokia y a los acantilados con vistas al lago de Charleston. Malick sonrió. “No sé de qué estás hablando.”

Nathan pudo sentir que sus ojos se enrojecían. “¿Qué? ¿Por qué diablos te sigues riendo y mirándome?”

Malick se rió de buena gana.

“Está bien,” dijo Nathan molesto, mientras pasaba junto a Malick. Malick sonrió y lo tomó del hombro, deteniéndolo.

“Está bien, está bien,” dijo Malick. “De verdad necesitas relajarte.”

Nathan se dio la vuelta para mirarlo. “¿Relajarme?” Preguntó enojado. “¿Quieres que me relaje?” Sus pensamientos comenzaron a divagar en su cabeza. Este chico no tiene ni idea de con lo que estoy lidiando ahora.

Malick sonrió en grande. “Sí,” dijo. “Para variar, pásala bien y no te tomes todo tan en serio.”

Molesto, Nathan sacudió la cabeza. “Sí,” dijo. “Divertirse y ser buena onda como Stephen Malick. No hay necesidad de preocuparse de nada porque no tengo ninguna preocupación en el mundo.”

Malick respondió con una risa, y las orejas y el rostro de Nathan se calentaron más. Nathan apretó los dientes.

“Está bien, está bien,” dijo Malick, tomándolo por el brazo de nuevo. “Cálmate por un segundo. Te pido una disculpa por burlarme de ti.”

Nathan respiró profundamente. “¿Qué quieres?”

Malick sonrió. “Es obvio que, además de tu consternación, algo más te molesta.”

La mandíbula de Nathan se abrió. “¿Mi consternación?” Preguntó en protesta. “Yo no estoy consternado. Podré ser muy sarcástico, pero nunca estoy consternado.”

“Está bien, está bien.” Malick se rió entre dientes. “¿Estamos de acuerdo al menos en que, definitivamente, algo te molesta?”

Nathan volvió a suspirar. “¿A dónde quieres llegar con todo esto?” Preguntó.

La sonrisa de Malick se desvaneció. Tenía una expresión de preocupación en su rostro. “En las últimas dos semanas, me he dado cuenta de que te has vuelto más y más callado,” dijo.

“¿Qué quieres decir?”

“No me estoy quejando,” dijo Malick, “pero definitivamente ha habido una disminución en tu repertorio de observaciones cínicas.”

Nathan se sorprendió y trató de ocultar su sonrisa. “¿Y?” Preguntó, manteniendo su cara de póquer.

“Y,” continuó Malick, “definitivamente estás preocupado por algo, pensando en algo más de lo normal.”

Nathan miró fijamente a Malick y parpadeó. Tiene razón, pensó.

Definitivamente, estaba preocupado por algo, y probablemente, había estado actuando un poco diferente, pero ¿quién no se comportaría diferente considerando todo lo que le estaba sucediendo? Más que nada, estaba sorprendido de que Stephen Malick, de todas las personas, era quien se había dado cuenta.

Malick agitó el brazo e hizo un gesto con la cabeza en dirección al sendero que conducía al lado opuesto al lago de Charleston. “Vamos,” dijo.

Nathan estaba confundido. “¿Vamos qué?”

“Ven, sígueme,” dijo.

“¿Seguirte? No tenemos tiempo para esto. Además, hasta donde yo sé, Argus nos está esperando.”

“Vamos,” se quejó Malick. “Tenemos tiempo.”

Nathan miró la hora en su teléfono celular. “Apenas tenemos tiempo,” dijo.

Malick sonrió y lo empujó hacia el sendero.

El camino al Museo Tribal del Norte de Cahokia era estrecho. El museo se encontraba cerca de la base de los acantilados, así que el camino conducía hacia arriba. Nathan no estaba tan familiarizado con esta parte del camino. Estaba mucho más familiarizado con la parte que llevaba al Lago Charleston. Él siguió a Malick de cerca y de nuevo pensó en Leah y en Lafonda. Se estremeció cuando la figura con capucha negra y la espada plateada aparecieron en su mente de nuevo. Más adelante, los árboles que rodeaban el camino se fueron desvaneciendo y vio el pavimento del estacionamiento del museo.

Una vez fuera del bosque, Nathan trató de limpiar el lodo de la suela de sus botas. Había estado en el museo muchas veces antes, en excursiones escolares, pero no podía recordar haber usado ese camino para llegar allí. La mayoría de la gente llegaba al museo por Lawrence Road.

Observó cómo Malick caminaba alegremente hacia el museo.

Hacía años, LaDonda había donado una gran contribución para la construcción del museo, y Nathan pensaba que eso explicaba por qué el exterior parecía una versión reducida de la Mansión Devaro. El edificio de dos pisos, aunque pequeño, albergaba muchos artefactos nativos Cahokia raros, e información sobre la tribu del Norte de Cahokia, que una vez había poblado la zona.

“¿Qué estamos haciendo aquí?” Preguntó.

Los ojos de Malick estaban muy abiertos, y sus brazos estirados. “¡Mira esta vista!” Gritó. “Se puede ver lo increíble que son los acantilados ahora que estamos más cerca. No puedo esperar a estar en la cima.”

La boca de Nathan se abrió. “¿La cima?” Espetó, sin dejar de mirar a través del estacionamiento hacia el camino que conectaba. “No dijiste nada acerca de ir hasta la cima.” Ahora que lo pienso, pensó, no dijo nada, para empezar. ¿Por qué lo estoy siguiendo, de todos modos?

“Vamos,” sonrió Malick.

Nathan miró su teléfono celular de nuevo. “¡No tenemos tiempo!”

Malick miró por encima de su hombro y sonrió por última vez antes de desaparecer en el bosque.

Los árboles crujían y una ligera brisa de aire los atravesaba, enfriando el rostro de Nathan. Dado que era de noche, el museo estaba cerrado y el estacionamiento estaba completamente vacío. Nathan miró de nuevo la hora en su teléfono celular y consideró regresar sin Malick. “¡Tenemos cosas que hacer!” Se protestó a sí mismo. Se quedó mirando la entrada a los acantilados y otra brisa de aire lo golpeó.

“¡Esas brisas se sienten mejor en la cima!” Gritó Malick desde el bosque.

Nathan miró hacia lo alto de los acantilados. “Uf,” se quedó. “Sé que me arrepentiré de esto, pero... ¡ya voy!”

El sendero que llevaba del estacionamiento hacia la cima de los acantilados era mucho más amplio y con pedazos de madera, así que el camino era mucho menos fangoso. Nathan pensó que probablemente se debía a que el museo organizaba visitas guiadas a la cima y a las Cuevas Cahokia.

Malick continuó rápidamente por el sendero y de vez en cuando se daba vuelta para sonreír. A Nathan no le importó la distancia y, después de unos minutos, pudo ver adelante algo de color amarillo soplando en el viento. Al acercarse, vio que dos árboles próximos a la entrada del sendero que llevaba hacia abajo a las cuevas detrás de los acantilados tenían cintas amarillas atadas a su alrededor. En el suelo, bloqueando la entrada al sendero, había dos postes de metal, uno a cada lado, con una gruesa cadena de metal oxidado entre ellos.

En el medio de la cadena colgaba un gran letrero rojo y blanco que decía:

Cerrado

Favor de No Molestar

Investigación Arqueológica en Progreso Hasta Agosto

Los Intrusos Serán Castigados

Nathan miró por el camino entre los dos árboles con cintas amarillas y luego miró hacia arriba para ver si Malick se había dado cuenta de que se había detenido. “Así que aquí es donde Jonathan pasa todo el tiempo,” se rió.

Nathan solo había visitado las cuevas durante las excursiones escolares al museo cuando era más pequeño. No recordaba mucho de ellas, solo que se encontraban por el camino y detrás de los acantilados. Ahora que era mayor, no tenía deseo alguno de adentrarse tanto en el bosque o de visitar la cima de los acantilados. Él habría preferido evitar la caminata por completo y solo pasar el rato en el lago.

Nathan leyó el letrero de nuevo y luego se paró sobre la punta de sus dedos de los pies para ver más lejos por el camino. “No veo nada emocionante, particularmente nada que merezca un cartel de no molestar.” Se paró de manera normal nuevamente. “Jonathan dijo que todo el alboroto era por los nuevos símbolos de la cueva.”

“¡Oye!” Dijo Malick, acercándose desde atrás. “¿Vas a quedarte mirando ese letrero todo el día?”

Nathan saltó. “Amigo,” le gritó, “¡me asustaste!”

“Lo siento. No quise hacerlo,” Malick se rió entre dientes mientras señalaba hacia el letrero. Lo miró y se rió. “Estoy seguro de que eso mantendrá fuera a los estudiantes universitarios.” Hizo un gesto con la cabeza y señaló con el dedo pulgar en dirección hacia los acantilados. “¿Vienes, o qué?” Preguntó. “Estoy seguro de que no encontrarás nada emocionante por allá.”

Un poco después, el camino hacia la cima de los acantilados se convertía en un camino recto hacia arriba, y los árboles a ambos lados del camino comenzaban a escasear. Nathan siguió a Malick hacia afuera del bosque y llegaron a la cima de los acantilados. Una suave brisa de aire fresco les dio la bienvenida mientras el sol de la tarde se metía detrás de ellos. Nathan miró hacia abajo al lago y a las hogueras sin encender, y se dio cuenta que la orilla al lago formaba un medio circulo. Frente a él, más allá de la orilla y de la gran colina, pudo ver el techo del Centro de Excursiones y de Campamento. Más allá, lo único que se podía ver eran las cimas de los muchos árboles que parecían extenderse hasta el horizonte. Ansioso, se paró en la punta de los dedos de sus pies, tratando de echar un vistazo a las Cascadas Cahokia, las cuales estaba seguro que se encontraban en algún lugar en aquella dirección. Una suave brisa lo golpeó de nuevo. A su derecha, más allá de los árboles, se encontraba Lawrence Hall, y en el horizonte se revelaba solo una vista parcial del campus de IUCF.

“¿Ese es el museo Cahokia?” Preguntó Malick, de pie cerca del borde del acantilado.

Lentamente, Nathan se acercó a él. “Sí,” dijo mientras miraba vacilante por el acantilado. “Es ese.” Levantó las cejas y luego rápidamente dio unos pasos hacia atrás. “Y probablemente no quieras estar tan cerca de la orilla.”

Malick se dio vuelta para encontrar a Nathan sonriendo mientras señalaba al letrero blanco con rojo que decía “Peligro: Borde de Acantilado” escrito en él. Malick negó con la cabeza y luego fingió prepararse para saltar desde el acantilado.

“Ja-ja,” se rio Nathan y suspiró. “Eso es divertido.”

Malick sonrió. “Oye,” dijo, “¿ese que está allá abajo es Argus?” Pasó su mano por su cabello mientras entrecerraba los ojos. “¿Por qué camina así de ida y vuelta?”

Rápidamente, Nathan se acercó a su lado. “¿Argus?” Preguntó mientras miraba cuidadosamente por el acantilado. Sacó su teléfono celular de su bolsillo. “¡Probablemente camina así porque nos está esperando!”

Malick respiró profundamente y miró hacia el cielo antes de colocar una mano sobre el hombro de Nathan. “Oh, relájate,” dijo. “Va a estar bien. Solo disfruta la vista.”

Nathan dio un rápido vistazo al cielo azul que oscurecía y miró su teléfono celular antes de ponerlo en su bolsillo. “Pero es tar–”

“¡Disfruta de la vista, ya!” Lo interrumpió Malick con un suspiro.

Nathan miró a Malick y resopló. Respiró profundamente y trató de no pensar en Argus, cerrando los ojos por un momento antes de mirar lentamente de nuevo hacia el cielo de la tarde. Los árboles estaban en calma, solo ocasionalmente perturbada por la brisa de verano. Las luces en el campus y de Lawrence Hall eran cada vez más visibles a medida que el cielo se oscurecía. Abajo, una luz dorada apareció y, después de inspeccionarla, Nathan pudo ver que se trataba de una farola que iluminaba el asfalto negro del estacionamiento del Museo Cahokia. “La vista es muy agradable,” dijo Nathan encogiendo los hombros. “Pero es tarde, y deberíamos irnos.”

Malick negó con la cabeza y miró hacia sus pies antes de darse vuelta para alejarse.

Nathan suspiró. “¿Y ahora qué?” Preguntó.

Una ráfaga de viento barrió los acantilados, desacomodando mechones del cabello de Malick. Abruptamente, Malick se detuvo y se dio vuelta para mirarlo.

Nathan tenía una expresión de sorpresa en su rostro. Él pensó que sería algo serio, ya que Malick no se había molestado en arreglar su cabello.

“¿Sólo agradable?” Preguntó Malick. Una gran arruga se pronunció en su frente al fruncir el ceño. “¡La vista es increíble, no solo agradable!”

Nathan desvió su mirada de él y la dirigió hacia la entrada del bosque detrás de ellos. No podía creer que Malick estuviera haciendo tanto alboroto acerca de la vista. “Está bien, está bien,” dijo. “La vista es increíble.” Dio unos cuantos pasos hacia la entrada del bosque. “¿Podemos irnos ya?”

La arruga en la frente de Malick se pronunció aún más. “Claro,” se quejó. “No sé por qué me molesté en ayudarte de todos modos.”

“¿Ayudarme?” Gritó Nathan. Tenía una mirada confundida en su rostro. “¿Cómo me estás ayudando?”

“Nunca vives el momento,” se quejó Malick. “¡Te preocupas demasiado!”

Las orejas de Nathan hirvieron. “¿Qué?”

Malick hizo una pausa y respiró profundamente. Sus ojos se encontraron con Nathan y la arruga en su frente se relajó. “No te das cuenta de lo grandiosa que es la vista porque no dejas que la vida ocurra,” dijo. “Debes vivir el ahora. No el pasado, ni el futuro.”

Nathan sacudió la cabeza y resopló. “Mira,” dijo, “tú no sabes nada acerca de mi vida y no necesito ningún tipo de ayuda. Especialmente no de ti.”

Malick levantó las cejas de nuevo, las arrugas se formaron nuevamente en su frente. “¿Y qué quieres decir con eso?” Preguntó.

Nathan suspiró. “Mira,” dijo, “no espero que alguien como tú entienda algo acerca de quién soy.”

Malick lo observaba. “Y... ¿exactamente qué quieres decir con eso?”

Nathan resopló. “No te ofendas, pero, ¿cómo podrías entenderlo? Nunca has sido pobre en tu vida. No tienes ni idea de cómo es ser yo. Tal vez tú puedes ir por la vida sin que te importe el mundo, pero yo no tengo ese lujo. Solo soy el pobre chico moreno que vive detrás de la Mansión Devaro.”

“¡Ahí es donde te equivocas!” Explicó Malick. “Eso puede ser tu pasado o tu situación actual, pero no tiene por qué ser tu futuro.” Señaló hacia el suelo. “Debes estar viviendo el día de hoy,” dijo, “viviendo este momento, porque lo que haces hoy determina tu mañana.”

“¡Estoy viviendo en el momento, Dr. Phil!” Nathan replicó. “Y en este momento, ya estamos llegando tarde y Argus nos espera.”

Malick asintió y ahora las arrugas de su frente se desaparecieron. “Está bien,” dijo.

Nathan y Malick regresaron en silencio. El sol se había puesto, por lo que ahora estaba oscuro y los árboles del bosque casi no se veían. El viento aumentó y ocasionalmente aullaba entre los árboles, frecuentemente golpeaba en el sendero. Nathan sabía que estaban a mitad de camino al estacionamiento del Museo Cahokia después de ver las cintas amarillas flotando en el viento.

Nathan cruzó los brazos sobre su pecho y miró hacia abajo, tratando de crear un poco de distancia entre él y Malick. Así que, ¿cuál fue el punto de venir hasta acá arriba? Pensó. ¿De verdad creía que me estaba ayudando a relajarme y a no preocuparme tanto?

Nathan miró a Malick y luego dejó que su mirada vagara por el bosque. Malick había tenido razón en una cosa: últimamente su mente había estado definitivamente llena de preocupaciones.

Nathan sabía exactamente qué era lo que le estaba pasando. Estaba realmente preocupado por el sueño que había tenido del cementerio Grimm, sobre todo la parte de su sueño con las figuras encapuchadas sin rostro y la extraña mujer de blanco que lastimó a Leah y a sus amigos. Pero, ¿qué se suponía que debía decirle a Malick? Quería decírselo a alguien, pero ¿a Malick?

Lo observó. ¿Pero por qué no Malick? A pesar de su fallido intento de animar a Nathan, él había sido el único que, además de Lafonda, se había preocupado por decirle algo acerca de su cambio de comportamiento. Pero ¿qué podría decirle Nathan de todos modos? Ya fuera que le dijera a él o a alguna otra persona.

Nathan pensó en cómo sería la conversación. Sí, eh... creo que estoy teniendo sueños sobre el futuro y estoy bastante seguro de que soñé que esta chica Leah era atacada la noche en que ingresó al hospital. Y ahora creo que Lafonda puede morir. Y hay llamas azules que salen de mis manos. Se rió entre dientes. Ah, y si no fuera suficiente, y todavía no crees que estoy loco, me pude comunicar con un perro el otro día. Lo vi corriendo en el bosque, y creo que me salvó la vida.

Sonaba ridículo. Sin embargo, pensó que al menos le diría algo a Malick cuando entraran al camino de regreso al lago. “Entonces,” dijo, rompiendo en silencio. “¿Crees que tendremos tiempo suficiente para encender las hogueras antes de que lleguen los demás?”

Malick lo miró por encima del hombro y sonrió. “Oh,” dijo. “¿Me estás hablando a mí?”

Nathan sonrió. “Ja-ja,” dijo. “Muy gracioso.”

Malick sonrió de nuevo. “Confía en mí. Tendremos tiempo.”

“No sé si me gusta cómo suena eso,” respondió Nathan. Nathan y Malick salieron del bosque hacia la orilla del Lago Charleston. La brisa fresca que se respiraba en la cima de los acantilados todavía los acompañaba y siguió proporcionándoles un alivio. Nathan no se quedó mirando al lago, como normalmente lo hacía cuando lo veía por primera vez.

“¿Dónde está Argus?” Dijo con un toque de pánico. “Tenemos que encender las hogueras enseguida.”

“Relájate,” dijo Malick. “Todavía tenemos tiempo. Estoy seguro de que Argus solo subió al Centro de Excursión y al Campamento.”

“Eso espero,” respondió Nathan. “¿Cómo se supone que encenderemos las hogueras sin líquido encendedor?” Sacó su teléfono celular y la luz de la pantalla LCD iluminó su rostro. “Llegarán en cualquier momento.”

“Está bien, está bien,” dijo Malick. “Estoy seguro de que tiene que haber algo de líquido encendedor por aquí.”

“No lo creo,” dijo Nathan. “Después de la reacción de Argus la última vez, no esperaría encontrar algo inflamable, y mucho menos líquido encendedor, simplemente botado por aquí.”

Malick dejó de buscar alrededor de las hogueras y se detuvo para mirar a Nathan. “Buen punto,” dijo. Nathan miró su teléfono celular para ver nuevamente la hora y luego lo guardó en su bolsillo. “Está bien,” dijo. “Entonces, ¿qué haremos?”

“¿Por qué no revisas en el Centro de Excursión y de Campamento?” Dijo Malick señalando la cima de la colina. “Mira,” le dijo, “hay una luz encendida. Argus tiene que estar allá arriba, y estoy seguro de que él podrá darnos algo de líquido encendedor.”

Nathan frunció el ceño pensando que era típico que Malick dejara a alguien más que hiciera el trabajo sucio. Comenzó a dirigirse hacia la colina. “Claro, claro,” dijo.

Para cuando Nathan había llegado a la colina, el sol ya se había puesto, por lo que era difícil ver por el camino. No se había dado cuenta de lo oscuro que estaba. Aunque la Mansión Devaro se encontraba en la parte rural de la ciudad, Nathan siempre había tenido por lo menos una linterna para iluminarse.

Después de varios intentos, finalmente encontró el camino y se dirigió hacia arriba de la colina. La caminata no era tan elevada, pero a Nathan no le gustó la pronunciada inclinación de la subida. “¡Ay!” Gritó. Se había golpeado con algo en la oscuridad. “¿Qué rayos?” Refunfuñó, estirando la mano para sentir lo que estaba delante de él. “¿Qué es eso?” Se quejó. “¿Es eso una asa?”

Se frotó la rodilla. “Eso va a dejar un moretón. ¿Quién dejaría algo así aquí?” Utilizó la luz de su teléfono celular y vio una carretilla oxidada roja en el medio del camino frente a él. “Argus,” dijo. “Lo juro, ese tipo está tan mal como Jonás.”

Nathan agarró las asas de la carretilla y procedió por el sendero. Notó que en el barril había una botella de líquido encendedor. “Las cosas con las que tengo que lidiar,” dijo quejándose. “Si no es con el feliz y despreocupado Jonás, o con el chico malo Malick, entonces es con el bienvenido-a-hippielandia Argus.”

Nathan no había avanzado mucho hacia abajo en la colina cuando observó un resplandor en el lago. “¿Qué?” Dijo sorprendido. Percibió el olor a madera fresca quemando. “Hablando de déjà vu,” dijo. Frente a él había doce hogueras, todas encendidas con llamas fulgurantes.

Nathan dejó la carretilla allí mismo y agarró la botella de líquido encendedor. Metió la pequeña botella en el bolsillo de la parte trasera de sus pantalones y se dirigió hacia un sonriente Stephen Malick.

“¡Ta-da!” Gritó Malick. “Te dije que tendríamos tiempo.”

Las cejas de Nathan se arquearon. “Está bien,” dijo. “Y solo voy a fingir que no me enviaste lejos para poder mágicamente encender las doce hogueras.”

Malick tenía una expresión en blanco en su rostro. “No sé de qué estás hablando,” dijo. “Después de que te fuiste, encontré la botella de líquido encendedor que Argus debió haber dejado para nosotros y abra kadabra, doce hogueras.”

Nathan sacudió la cabeza y frunció el ceño. “¿Te refieres a esta botella?”

“¿Eh? ¿De dónde sacaste esa?” Tartamudeó Malick. Tenía una sonrisa nerviosa en su rostro.

“De la carretilla que Argus dejó para nosotros,” dijo, cruzando los brazos sobre su pecho.

“¡Oye, Nathan!” Llamó una voz conocida.

Se dio vuelta para ver a Lafonda, a Jonás y a los demás estudiantes de su piso aproximándose por detrás de él. “De nuevo, buen trabajo con las hogueras,” dijo. Hizo una pausa y miró a Malick. “Oh, y tú también.”

Malick vaciló. “Gracias,” dijo con otra sonrisa nerviosa.

“¡Hola Nathan!” Dijo otra voz conocida.

Esta vez, se dio vuelta para encontrar a un grupo con demasiada energía: Ángela y Alan con su grupo de estudiantes.

“Estoy de acuerdo. Buen trabajo,” dijo Ángela. Echó su largo y rubio cabello brillante sobre sus hombros y le guiñó a Malick. “Y tú también, guapo.”

“¿Tienes que coquetear con él todos los días?” Refunfuñó Alan, poniendo los ojos en blanco en señal de protesta. “Dios mío.”

Ángela, Alan, Lafonda y los demás siguieron caminando más allá de Nathan y Malick, hacia las hogueras.

“Cállate, Alan,” susurró Ángela.

Nathan siguió mirando a Malick, quien tenía los ojos bien abiertos.

“Entonces, ¿me lo dirás, o qué?” Nathan exigió. “Y no te molestes en decir que no sabes de qué estoy hablando.”

La expresión en el rostro de Malick se suavizó y Nathan alcanzó a ver a alguien saludando desde la esquina de su visión. Era LaDonda. Ella venía caminando con varios campistas que llevaban una mesa.

“¡Yuju! ¡Stephen!” Gritó. “¿Puedes ayudarnos aquí?”

“¡Oye, Malick!” Gritó Alan. Estaba sentado con los demás por una de las hogueras. “Creo que Lady D intenta atraer tu atención.”

“No seas malo con él,” se quejó Ángela.

Malick la saludó. “Ya voy, Sra. Devaro,” dijo. Abrió la boca para hablar, pero vaciló. “Nathan – No puedo.”

“¿Por qué diablos no?” Espetó Nathan.

Malick se encogió de hombros. “Lo siento, hermano,” dijo mientras se alejaba. Tenía una expresión de simpatía en su rostro. “Simplemente no puedo. Es complicado.”

Nathan lanzó la botella de líquido encendedor en la carretilla y la empujó a un lado. De mala gana, se dirigió hacia los demás. Tomó asiento junto a Lafonda, que estaba teniendo una conversación con Erin, y se quedó mirando el fuego. Se preguntó cómo Malick podría haber encendido las hogueras tan rápido.

Miró a Malick. Parecía que LaDonda le estaba dando instrucciones sobre cómo preparar la mesa que llevaba. “Sé que no había líquido encendedor por aquí tirado tampoco,” murmuró Nathan. “¿Sería posible? Sí, pero muy poco probable.”

Continuó observando el fuego. Las voces de los otros se estaban volviendo indistinguibles de sus pensamientos. ¿Y dónde encontró los cerillos? Tendría que revisar, pero no creo que Argus hubiera dejado cerillos.

Nathan escuchó su nombre y se volvió para encontrar a Lafonda sonriéndole. “¿Qué pasa?” Dijo. “Has estado muy callado últimamente.”

Nathan sonrió a medias, a pesar de que tenía una expresión sombría en su rostro. “Nada,” dijo. “Todo está bien.”

Los ojos de Lafonda escrutaron los de él. “Está bien,” dijo ella. “No me digas.”

Él dejó escapar una ligera risa. “No es nada,” dijo, “de verdad.”

“Entonces, sí hay algo,” dijo Lafonda.

Nathan suspiró. “Entonces, ¿alguna noticia sobre tu amiga?”

Lafonda parecía confundida.

“Ya sabes,” dijo él, “tu amiga en el hospital, Leah.”

Lafonda negó con la cabeza. “Supongo que debo fingir de que no estás cambiando el tema,” dijo ella. Hizo una pausa por un momento antes de continuar. “No he sabido nada, de verdad. Intenté llamarla a su celular, pero la llamada se va directo al buzón de voz.” Lafonda tenía una mirada triste. “Si no logro localizarla pronto, intentaré localizar a sus padres.”

“Espero que ella esté bien,” dijo Nathan.

Lafonda frunció el ceño. Cruzó los brazos sobre su pecho y cruzó las piernas. Nathan pudo ver que su pierna derecha se movía impacientemente. Oh, cielos, pensó, aquí vamos.

“Está bien,” espetó Lafonda. “Definitivamente algo te pasa.”

Él se quedó mirándola fijamente.

“¡Y no me mires así! Definitivamente estás actuando en forma diferente.” Comenzó a contar con los dedos de su mano. “En primer lugar,” dijo ella, “como por arte de magia, decidiste empezar a usar tu camiseta de liderazgo, que sé que odias.” Lafonda hizo una pausa con una mirada de asombro. “Y en segundo lugar, estás siendo agradable. ¿Desde cuándo eres tan atento y cariñoso?”

Nathan sonrió con modestia. En realidad no estaba tratando de ser diferente o agradable o cariñoso. La única cosa que era diferente era que él sabía que sus vidas estaban en peligro, y por eso, cada segundo era valioso. Dudó. “Supongo,” dijo, “supongo que es solo eso. Ahora aprecio más las cosas.”

Lafonda se quedó boquiabierta y sin habla.

Él suspiró. “Está bien, puedes ya cerrar la boca. Tengo un corazón y soy humano – a veces.”

Ella felizmente puso su brazo sobre el hombro de Nathan y sonrió. “Sí,” dijo ella, “algunas veces.”

Nathan le devolvió la sonrisa.

“Hablando de corazones,” susurró Ángela, con sus ojos azules bien abiertos y llenos de vida, “creo que Sam está enamorada de ti.”

“¿Quién? ¿Qué?” Tartamudeó Nathan, sintiendo que su rostro se enrojecía. “¿Samantha?”

Miró hacia arriba y pudo ver a Samantha Darding mirándolo desde el otro extremo de la hoguera. Ella rápidamente desvió la mirada, y Christina y Eva Marie dejaron escapar risitas ahogadas. Samantha parecía avergonzada, pero después volvió a mirarlo y le sonrió.

“Sí,” dijo Ángela. “Las escuché esta mañana durante el desayuno.” Ángela hizo una pausa para mirar con nostalgia a través del fuego. “¿No es maravilloso?” Dijo. “Amor joven.”

“Oh, hermano,” resopló Alan. “Suenas ridícula.”

De repente, ella se enderezó y recorrió sus dedos por su cabello. “Hablando de amor,” dijo mientras ponía su mirada en Alan. “Hola, Malick, reservé un asiento para ti.”

Malick levantó las cejas y sonrió renuente antes de sentarse. Le lanzó una rápida mirada a Nathan, pero Nathan desvió la mirada. Lafonda siguió su ejemplo y también miró hacia otro lado.

“Todos estamos contentos de que puedas unirte a nosotros,” dijo Ángela. Miró alrededor de la hoguera y se dio cuenta de los rostros desconcertados. “¿No es así, Nathan?”

“Claro, claro,” respondió él, apenas mirando hacia arriba.

Parecía que Ángela iba a decir algo, pero después de ver los rostros de Lafonda y de Alan, mejor, decidió suspirar derrotada.

“¡Bueno, miren quién decidió aparecer!” Gritó Erin. Tenía una expresión de enojo en su rostro. Todos se volvieron para seguir la mirada de Erin, y allí estaba Jonathan Black caminando hacia ellos.

“Creí que ustedes habían hablado,” dijo Lafonda.

Erin cruzó los brazos sobre su pecho y puso mala cara. “Sí,” dijo ella. “Eso fue todo: habladuría y nada más.” Ella puso los ojos en blanco. “Obviamente, el Señor Indiana no tiene reloj, o es demasiado inteligente como para comprender el concepto del tiempo.”

“Oh,” dijo Lafonda, desviando la mirada.

“Hola a todos,” dijo Jonathan. Bostezó y talló sus ojos. “Siento llegar tarde,” dijo mirando directamente a Erin. Tenía una expresión de disculpa en su rostro. “Como de costumbre, me quedé ocupado con mi investigación y perdí la noción del tiempo.”

Ángela se reanimó y sus ojos azules brillaron. “Oye,” dijo ella, “tal vez Erin podría llamarte o enviarte un mensaje de texto, para que no llegues tarde.”

Erin aclaró su garganta para que pudieran oírla y le dirigió a Ángela una mirada fría. Ángela bajó la cabeza rápidamente y le dijo lo siento sin hacer sonido.

Erin cruzó los brazos. “Muy bien,” dijo, “sé que te mueres por decirnos. ¿Qué has encontrado?”

Jonathan se sentó junto a Erin y luego miró a Malick con recelo. “Sí,” dijo. “Seguí el consejo de Ángela e hice un poco de investigación en internet.”

Ángela se animó de nuevo. “¿Lo ves?” Dijo ella, volviéndose a mirar a Alan boquiabierta. Luego se volvió de nuevo hacia Jonathan. “¿Encontraste algo interesante acerca de esos apuestos ángeles masculinos?” De repente miró hacia abajo, sonrojada. “Me refiero a los buenos, por supuesto.”

Jonathan hizo una pausa por un momento, como si estuviera pensando en algo, y luego le respondió. “Buenos o malos,” dijo, “en la Biblia, una unión entre un ángel y una mujer mortal era un pecado imperdonable, y eso causó la gran inundación.”

“Oh,” respondió ella. Ángela parecía avergonzada de nuevo.

Alan se rió de buena gana. “No vayas a causar inundaciones, Ángela,” se rió entre dientes, “¡porque no llevo la ropa adecuada para la ocasión!”

“¡Oh, cállate Alan!” Ella gritó con frustración.

“¿Y qué hay con la pared de la cueva?” Preguntó Lafonda. “¿Y con la cámara secreta?”

Jonathan miró a Malick de nuevo. “Todavía no hay nada,” dijo. “Acabamos de empezar a excavar con el nuevo equipo que la Dra. Helmsley tomó prestado de una universidad vecina. Pero mientras tanto, estoy encontrando información realmente interesante en internet.”

“Bueno,” dijo Malick, interrumpiendo a Jonathan, “estoy seguro de que no nos molestarás con información que no sea definitiva.”

“No te preocupes,” dijo Jonathan, “cuando haya terminado, no habrá paparruchas.”

“¿Paparruchas?” Preguntó Ángela.

“Oh, lo siento.” Respondió Jonathan. “En otras palabras, no habrá tonterías.”

12

EL ESPACIO DE EN MEDIO

La puerta del ascensor en el octavo piso se abrió, y Nathan salió de prisa. Respiró profundamente y movió su mano un par de veces frente a su nariz. “¡Vaya!” Dijo. “Ustedes definitivamente necesitan ducharse antes de ir a la cama.”

Jonás salió del ascensor primero, seguido por Andy y Hugo. Andy trató de tomar el balón de Jonás antes de saltar sobre la mesa de la sala común. La mesa casi se vino abajo, pero por suerte para él, Hugo se había sentado sobre ella en el extremo opuesto.

Andy se rió. Hizo una pausa para respirar una bocanada de su axila. “Amigo,” dijo, “no olemos tan mal.”

Nathan se dio la vuelta para mirarlo y se rió. El rostro de Andy estaba cubierto de sudor, y su cabello rojo estaba mojado y parado de puntas. Su nariz también estaba de un color rojo brillante.

“Te ves como un payaso,” Nathan dijo riéndose entre dientes. “Y debes ser un comediante, si esperas que me crea eso.”

Hugo se inclinó para respirar una bocanada del olor de Andy. “¡Amigo!” Gritó. “¡Sí que hueles mal!”

Andy se rió. “No me importa, hombre,” dijo. “Te olí en el ascensor, y no fue agradable.”

Hugo golpeó juguetonamente a Andy y casi lo tiró de la mesa.

“¡Oye!” Gimió Hugo. “Ese no era yo, era Jonás,” dijo sonriendo, revelando sus grandes dientes como los de un caballo. “A diferencia de él, yo sí uso desodorante.”

Jonás frunció el ceño y puso su balón bajo el brazo. Su desordenado cabello rizado estaba empapado de sudor. Jonás sonrió en grande. “¡Oye!” Dijo. “A Christina no le molesta para nada.”

Andy saltó rápidamente de la mesa, y Hugo apenas pudo impedir caerse de la mesa.

“Oye, oye, oye,” gritó Andy. “Él tiene un buen punto, amigo.” Andy hizo una pausa para apoyarse en la pared para rascar su espalda. “Y a menos que Jonás meta la pata a lo grande,” dijo, “ya tiene una pareja segura para el banquete.”

Jonás siguió rodando su balón, pero tenía una mirada confusa en su rostro. “¿Banquete?” Preguntó.

“Ya sabes,” dijo Andy, mientras levantaba las cejas. “El banquete en el último día del campamento.”

“Oh,” dijo antes de empezar a rodar su balón. Andy sacudió la cabeza y rió de buena gana.

“¿Cómo piensan llevar parejas al banquete si sus padres estarán allí?” Preguntó Nathan.

Andy levantó las cejas de nuevo, y sus ojos se abrieron grandes. “Duh,” dijo. “Tienes que bailar con alguien.” Le dio un codazo juguetonamente a Hugo en el estómago. “Y en el caso de Hugo, con nadie.”

“¡Grrr!” Gruñó Hugo. “¿A quién llevaras tú, entonces?”

Andy hizo una pausa antes de hablar. Parecía orgulloso de sí mismo. “Es un hecho,” dijo. “Llevaré a Samantha Darding.”

Nathan sonrió y trató de contener su risa.

El rostro de Hugo se contorsionó, y Jonás dejó de rodar su balón al instante.

“¡En tus sueños!” Rio Hugo. “Si Sam va a bailar con alguien, será conmigo.”

De repente, el timbre del ascensor sonó, y para sorpresa de todos – excepto de Nathan – Lafonda salió de él.

“Muy bien, chicos,” dijo Nathan. “Basta de juegos. A las duchas.”

“Salvado por la campana,” se burló Hugo. Se fue por el pasillo hasta su habitación y gritó, “¡Niña en el piso!”

“Hola Lafonda,” dijo Andy con una enorme sonrisa.

Lafonda respondió, “Hola, Andy.”

“De acuerdo,” dijo Nathan. “Buenas noches, Andy.” Le dio a Andy un leve codazo. “Ve a darte una ducha, y tú también, Jonás.”

Andy le sonrió de nuevo a Lafonda, y, mientras se alejaba, Nathan notó que el color de las mejillas de Andy hacía juego con el color de su cabello.

“Ese tipo,” murmuró ella.

Nathan se echó a reír. “Entonces, ¿qué hay de nuevo? ¿Qué te trae por aquí esta noche?”

“Nathan,” dijo sonriendo. “Vengo prácticamente casi todas las noches.”

Él se echó a reír. “Sí, me di cuenta.”

Lafonda protestó con entusiasmo y sonrió. “¿Preferirías que regrese después de que te hayas duchado?” Preguntó.

“¿Estás insinuando que huelo mal?” Dijo Nathan riendo entre dientes.

Lafonda sonrió. “No exactamente, pero sí acabas de pasar la noche en el exterior, sin mencionar que preparaste las hogueras.”

“En fin,” dijo, mientras olfateaba su axila. Él sonrió y luego le dio una mirada de desagrado. “De cualquier forma, esta noche no estarás aquí por mucho tiempo.”

Lafonda sonrió. “Tienes razón,” dijo. “No puedo estar lejos de las chicas por mucho tiempo.” Ella se sentó sobre una de las mesas de la sala común. “A diferencia de los chicos, las chicas de mi piso pueden ducharse sin que se los tenga que decir.”

Él sonrió y se sentó en la silla que estaba más cerca de la mesa.

Lafonda respiró profundamente y miró alrededor de la habitación.

“¿Sabes?” Dijo ella. “Siempre es extraño para mí verte por aquí.”

Nathan parecía confundido. “¿Por qué? ¿Qué quieres decir?”

Lafonda miró hacia abajo y gentilmente hizo girar su medallón de oro entre sus dedos. “No es nada, de verdad,” dijo. “Es solo que estoy acostumbrada a ver a Leah y a Amanda cuando vengo por aquí.”

“¿Qué?” Preguntó bruscamente. “¿Por qué estarían ellas aquí?”

Ella levantó la mirada y parpadeó un par de veces antes de hablar. “¿Qué?” Preguntó ella, pareciendo un poco confundida. “Sé que nunca viniste a visitarme, pero sabes que me alojé en Lawrence Hall el año pasado.”

Nathan levantó lentamente las cejas. “Sí,” dijo. “Y…”

“Y,” continuó ella. “Leah, Amanda y yo vivíamos en este piso.”

Nathan se quedó boquiabierto. “Nunca me dijiste que vivías en este piso, Lafonda.”

“Oh,” dijo ella, haciendo una pausa para reclinarse sobre la mesa. “No es gran cosa. Pensé que lo sabías.”

“Bueno, es una gran cosa para mí,” dijo él.

Ella se enderezó de nuevo y se encogió de hombros. “No entiendo por qué sería gran cosa para ti.”

No lo sé. Tal vez tenga algo que ver con el hecho de que solo he estado soñando y pensando en Leah constantemente durante casi dos meses, pensó.

Había confusión en el rostro de Lafonda, y él sabía que el único remedio era confesarlo todo, pero decidió no hacerlo. “Tienes razón, Lafonda,” dijo. “No es gran cosa.”

Ella hizo una pausa y lo miró a los ojos. “¿De nuevo me está ocultando algo, Señor Nathan?” Preguntó.

Él trató de parecer inocente. “¿Qué quieres decir?”

Lafonda echó su largo cabello negro detrás de sus hombros. “Te seguiré la corriente en esta ocasión,” dijo. “Pero en todos estos años, jamás te he escuchado decir que yo tengo la razón en algo sin primero discutir.”

Nathan sonrió con cansancio y se encogió de hombros. “Supongo que hay una primera vez para todo,” se rió entre dientes.

“Sí,” añadió ella, señalándolo. “Tal como cuando decidiste usar la camiseta naranja de liderazgo.”

Él se rio nerviosamente. “Supongo que sí…”

“En fin,” dijo ella riendo, “en realidad te estas quedando en la antigua habitación de Amanda, Jonás se hospeda en la de Leah, y Andy en la mía.”

“¿La antigua habitación de Amanda?” Preguntó él.

Lafonda miró hacia abajo e hizo girar de nuevo su medallón. “Sí,” dijo solemnemente. “Amanda se convirtió en compañera de habitación de Leah después de que Jamie murió.”

“Oh,” Nathan parecía confundido. “¿Quién es Jamie?”

Ella rápidamente miró hacia arriba con una expresión de sorpresa en su rostro. “¿No lo sabes?” Preguntó. “Se supo en todo el campus, y se habló de ello en las noticias.”

Nathan levantó las cejas y se encogió de hombros.

“Incluso se mencionó una historia sobre eso en nuestro anuario,” continuó ella, aún sonando sorprendida. “Fue un artículo conmemorativo.”

“Lo siento,” dijo él, con la mirada llena de remordimiento.

Lafonda negó con la cabeza. “Sabes,” dijo ella, “realmente encuentras la forma de vivir dentro de tu propia burbuja.”

“¿Puedes continuar con la historia?”

Ella puso los ojos en blanco antes de continuar. “El cuerpo de Jamie fue encontrado afuera del cementerio Grimm al final de nuestro primer semestre, el año pasado,” dijo.

Andy salió de su habitación, y Lafonda bajó la voz. Andy tenía una toalla en la mano y parecía que se dirigía a la ducha.

“Por lo que recuerdo,” dijo ella, “Leah y Jamie fueron a una fiesta, y Leah se fue de la fiesta antes, sin Jamie. Leah dijo que regresó a la habitación de la residencia y se quedó dormida – y no se dio cuenta de que Jamie estaba desaparecida hasta la mañana siguiente.”

Ella se inclinó hacia Nathan y suspiró. “Creo que le pidieron a Leah que identificara el cuerpo.” Su voz se hizo más delgada y parecía triste. “Leah dijo que había heridas profundas y rasguños en sus brazos y piernas. Ella estaba realmente conmocionada al respecto, y creo que en parte se culpaba – probablemente por eso ella estaba teniendo pesadillas.”

“¿Pesadillas?” Preguntó él.

“Prácticamente todos en el piso lo sabían. A menudo escuchábamos a Leah gritando en medio de la noche.” Lafonda apretó su pecho. “Algunas noches sus gritos eran muy espeluznantes…”

“¡Eso es horrible!” Dijo él.

“Sí. Y por desgracia, a veces las chicas de nuestro piso se burlaban de ella.”

“Eso está muy mal,” dijo Nathan. “¿Por qué se burlarían de alguien que pasó por algo así?”

Lafonda negó con la cabeza. “No lo sé, Nathan. Yo quería ayudar a Leah tanto como podía, pero rara vez hablaba de ello.”

¡Bam, bam, bam!

Nathan y Lafonda miraron hacia arriba para encontrar a Jonás jugando con su balón con solo una toalla alrededor de su cintura.

Nathan sacudió la cabeza y se levantó de su silla.

“Jonás,” dijo, “ya es tarde, ¿podrías ya dejar eso?”

Jonás miró hacia arriba, colocó su balón bajo el brazo, y rápidamente aseguró su toalla que le iba a caer.

Lafonda desvió la mirada y salto de la mesa. “Después de esto,” dijo ella, “creo que ya me voy.”

Nathan se echó a reír.

Lafonda se paró delante del ascensor y apretó el botón para bajar. “Buenas noches, Nathan,” dijo ella, alegremente. “¡Nos vemos por la mañana!”

Las puertas se abrieron y ella entró al ascensor. “Ah, y buenas noches, Jonás,” agregó. Le dio un guiño rápido y un pulgar hacia arriba. “Buena atrapada, tomando la toalla antes de que cayera.”

Jonás levantó la mano para despedirse, pero rápidamente tuvo que asegurar su toalla de nuevo.

Nathan miró el charco de agua que se acumulaba bajo los pies de Jonás. “Eres un desastre,” le dijo. Tomó el balón de por debajo del brazo de Jonás. “¿Puedes hacerme un favor?”

“Claro,” dijo Jonás.

Nathan sonrió y dijo lentamente, “Ve-a-la-cama.”

“Oh, está bien,” dijo Jonás.

Nathan suspiró pesadamente y se dirigió a su habitación.

Más tarde, después de ducharse, Nathan se acostó en la cama mirando el techo. Pensó en lo que Lafonda había dicho sobre Leah y su compañera de habitación Jamie. Debió haber sido duro lidiar con todo eso. Y encima de todo, ella estaba teniendo pesadillas y tenía que defenderse de esos monstruos, pensó.

Se acostó de costado y se quedó mirando el reloj. Se estaba haciendo tarde y no podía conciliar el sueño. “Todavía no sé qué eran esas criaturas que vi atacándola. Y no estaban presentes por ningún lado en mi último sueño en el cementerio Grimm,” dijo.

Nathan se estremeció. Solo pensar en ir al cementerio Grimm y lo que podría ocurrir lo asustó. Se escuchó un golpe en la puerta y él dio un salto y miró de nuevo el reloj. ¿Quién podría ser? Se preguntó. Luego, al oír a alguien decir su nombre susurrando, Nathan negó con la cabeza. “Jonás,” se dijo. Se puso sus zapatos y abrió la puerta. “Jonás,” espetó en voz baja, “¿sabes qué hora es?”

Jonás desvió su mirada de Nathan y bajó la cabeza.

Nathan respiró profundo y relajó sus hombros. “¿Qué pasa? ¿Por qué sigues despierto?”

“No puedo dormir,” dijo Jonás. “Iba al baño y vi que tu luz estaba encendida, así que pensé que tú tampoco podías dormir.”

Contra su buen juicio, Nathan asintió. “Sí, estoy teniendo dificultades para conciliar el sueño también.”

Jonás sonrió y rápidamente se deslizó por delante de él, tomando asiento en la cama de Nathan.

“Oh, no, no,” le advirtió Nathan. Sus ojos estaban muy abiertos. “Es hora de que vayas a la cama, y no nos quedaremos despiertos hablando hasta tarde.”

Jonás bajó la cabeza de nuevo. Parecía decepcionado. “Pero dijiste que tampoco puedes dormir,” protestó.

Nathan levantó las cejas. Tenía una mirada severa en su rostro. “Sí, pero eso no significa que no lo vaya a intentar.” Señaló hacia la puerta. “De regreso a la cama, Señor Riley.”

“Está bien, está bien,” dijo Jonás, levantándose y dirigiéndose a la puerta. Se detuvo y miró el balón color naranja que estaba sobre la esquina trasera del escritorio de Nathan.

Nathan se estremeció. “No lo rebotes,” dijo. “Es demasiado tarde para eso, vas a despertar a todos los demás.”

“Lo siento, lo olvidé.”

Nathan suspiró. “Solo promete que no lo harás de nuevo.”

Jonás tenía una gran sonrisa en su rostro. “Oh, está bien,” dijo. “Quiero decir, lo prometo.”

Nathan abrió la puerta y le susurró, “Buenas noches, Jonás.”

“Buenas noches, Nathan,” respondió.

* * *

¡Bam, bam, bam!

Nathan intentó ajustar sus ojos a la oscuridad. “¿Qué fue eso?”

¡Bam, bam, bam!

Nathan se sentó en la cama. Eran las primeras horas de la mañana, y todavía estaba oscuro afuera. Eso suena como un balón de baloncesto, pensó.

Se levantó de la cama y abrió la puerta de su dormitorio. Había voces y charla que venía del pasillo, así que poco a poco sacó su cabeza por la puerta. “¿Qué está pasando aquí?” Preguntó.

Andy sacó la cabeza por la puerta de su habitación para mirar a Nathan. “No tengo idea,” dijo encogiéndose de hombros. “Estaba durmiendo cuando oí un fuerte ruido que sonaba como una pelota de baloncesto.”

“Era Jonás,” gritó Hugo, sacando la cabeza por la puerta.

Nathan comenzó a caminar en dirección a Hugo cuando se dio cuenta de que la puerta del cuarto de Jonás estaba abierta y las luces estaban apagadas.

“¿Dónde está?” Dijo. “¿Y cómo lo sabes?”

Hugo bostezó, sus ojos parecían pesados. “Tan pronto como escuché el sonido me levanté,” dijo. “Fue entonces cuando vi a Jonás con su balón.” Bostezó nuevamente, esta vez cubriendo su boca. “Él estaba actuando raro. Lo llamé, y fue como si él ni siquiera me estuviera escuchando.”

Nathan volvió la cabeza para mirar hacia ambos extremos del pasillo. “Entonces, ¿a dónde se fue?” Preguntó.

“Se fue por allá,” señaló Hugo. “Hacia el final del pasillo.”

Nathan pasó junto a Hugo y rápidamente se asomó al área de duchas.

“Se fue por allá,” dijo otro estudiante del mismo piso. “Dio la vuelta por la esquina al final del pasillo.”

Nathan continuó más allá de varios estudiantes que ahora estaban fuera de sus habitaciones. Al final del pasillo estaba el balón de Jonás en el piso, en una esquina. Nathan pudo escuchar el sonido de pasos que se aproximaban por detrás de él. “Ustedes vuelvan a sus habitaciones,” dijo con severidad. “Voy a buscar a Jonás.”

Andy puso mala cara, pero siguió a Hugo y a los demás de regreso a los dormitorios.

Nathan decidió dejar allí el balón de Jonás y dobló la esquina al final del pasillo.

“Jonás,” suspiró.

Jonás estaba de pie en la puerta que daba a la escalera.

“¡Jonás!” Dijo Nathan.

Abruptamente, Jonás recorrió el perímetro de la puerta con su dedo índice antes de detenerse, con las palmas de sus manos hacia afuera, hacia el centro de la puerta.

Nathan entrecerró los ojos y lentamente continuó avanzando hacia Jonás. “¿Qué estás haciendo?” Refunfuñó. De repente, sus ojos se agrandaron y su boca se abrió. Una luz azul se deslizó desde la mano de Jonás y engulló la puerta.

“¡Jonás!” Gritó.

Jonás desapareció por la puerta como si esta no fuera sólida, y Nathan comenzó a seguirlo. Se detuvo al pie de la puerta iluminada, cerró sus ojos, y entró.

Lentamente abrió los ojos y vio que todo estaba envuelto en gris. El aire era húmedo, y se sentía como si hubiera entrado en un vacío silencioso.

“Jonás, ¿dónde estás?”

Inmediatamente, Nathan notó que sus manos se sentían cálidas y que estaban rojas de nuevo. Desde abajo podía escuchar ruidos. “¿Déjà vu?” Se preguntó. “¿Esto es una repetición del cementerio Grimm, edición escalera?”

Con cautela, miró por encima de la barandilla. “¡Jonás!” Gritó.

Jonás estaba abajo. Sus hombros estaban extrañamente detenidos hacia atrás, y él estaba caminando de manera extraña.

Nathan bajó por las escaleras y lo alcanzó. El sonido que normalmente escucharía mientras caminaba por la escalera de metal era inaudible.

“¡Jonás!” Gritó, pero Jonás siguió caminando, sin siquiera parpadear.

Los ruidos que venían de abajo se escuchaban cada vez más cerca. Sonaba como un ejército de pequeños pies. De repente, hubo un gemido suave y agudo que procedía de abajo. Sonaba como metal frotando contra metal.

Las manos de Nathan comenzaron a temblar, y sus ojos se abrieron como platos. Miró por encima de la barandilla. “He escuchado ese sonido antes,” dijo. “En mis sueños de Leah.”

Él vio lo que parecían pequeñas criaturas negras o grises subiendo corriendo por la escalera. Pudo observar que tenían dientes muy afilados, porque varias de ellas se habían detenido a roer la barandilla.

“¡Jonás!” Gritó, pero Jonás siguió caminando por la escalera.

Nathan tomó a Jonás por el brazo. El sonido agudo chillaba más fuerte a medida que las criaturas se acercaban cada vez más.

“Jonás,” le gritó, “¡despierta!”

Jonás no intentó resistirse al tirón de Nathan, pero sus piernas siguieron hacia adelante. Nathan intentó ponerse de pie frente a él y sacudirlo por los hombros.

“Jonás,” gritó de nuevo, “¡despierta ya!”

Las manos de Nathan temblaban El golpeteo de los pequeños pies sonaba como si las pequeñas criaturas estuvieran justo detrás de él.

Los ojos de Jonás estaban vidriosos. Nathan hizo una pausa y le dio una bofetada a Jonás en la cara.

“¡Despierta!” Exclamó.

Jonás movió la cabeza y parpadeó un par de veces antes de enfocar su vista en el rostro de Nathan.

“Nathan,” murmuró. Parecía confundido. “¿Qué está pasando? ¿Y qué estamos haciendo en la escalera?”

“No hay tiempo para explicar,” dijo Nathan, mirando por encima de su hombro. “¡Tenemos que irnos!”

“¿Por qué?” Preguntó Jonás arrastrando las palabras. “Quiero sentarme por un segundo.” Puso su mano a un costado de su cabeza. “Estoy mareado, y creo que algo está mal con mis ojos.”

De repente hizo más frío en la escalera y un chirriante sonido metálico llenó el aire. Jonás se estremeció.

“¿Qué fue eso?” Preguntó apresurado.

Los ruidos de rasguños aumentaron, y Jonás abrió más los ojos.

Nathan lo miró atentamente. “Mira,” dijo, “no tienes nada malo en los ojos.”

Jonás parecía confundido otra vez, y Nathan suspiró. “Se supone que debes ver todo de color gris,” dijo Nathan.

Jonás sacudió su cabeza. “Oh, está bien,” dijo. “Pero ¿Por qué?”

Nathan señaló por encima de la barandilla. “Es por eso.”

“Qué demonios,” tartamudeó Jonás. “¿Qué diablos es eso?”

“¿Ves esos dientes?” Preguntó Nathan. “¡Corre!”

Subieron la escalera tropezando, con las criaturas grises y negras no muy lejos detrás de ellos. Nathan sentía como que no podían moverse lo suficientemente rápido. Las criaturas estaban ahora en el mismo nivel que ellos. Intentaban rodear a Nathan y a Jonás subiendo por las paredes y por el techo.

“Están por todas partes,” gritó Jonás en pánico. “¡Como cucarachas!”

“¡Corre a la puerta!” Gritó Nathan.

Jonás se apresuró hacia la puerta y Nathan le siguió.

Una de las criaturas saltó hacia ellos desde el techo, aterrizando en los talones de los pies de Nathan.

“¡Aaah!” Gritó.

Los peludos y pequeños brazos y manos de la criatura repetidamente golpearon las piernas y los pies de Nathan. Nathan la pateó furioso, tratando de evitar sus dientes afilados y sus uñas largas. Finalmente, pudo patear a la criatura en la cabeza, enviándola a volar por encima de las demás hacia debajo de las escaleras.

“¡La puerta no abre!” Dijo Jonás.

“¿Qué?” Gritó Nathan, empujándolo hacia un lado.

“Esta puerta no debería estar aquí. ¡Aquí había una puerta azul!”

Jonás intentó abrir la puerta de nuevo. “¿Qué puerta azul?” Gritó. “No hay una puerta azul.” Repetidamente golpeó la puerta, pero cada golpe resultaba en silencio. “¡Ayuda!” Gritó. “¡Alguien ayúdennos!”

Las criaturas del techo caían delante de ellos y encima de las demás criaturas, y los empezaron a rodear alrededor de la puerta. Algunas de ellas gruñían fuertemente y otras chillaban agudo. La mayoría de las criaturas parecía estar cubierta por sombras, lo cual hacía difícil distinguir sus movimientos. Jonás puso su espalda contra la puerta y tapó sus oídos. “¿Por qué están haciendo ese ruido?” Se quejó.

Nathan podía verlos de cerca. Eran justo como los recordaba de sus sueños sobre Leah, especialmente sus dientes afilados y sus uñas largas. Recordó cómo habían rasguñado su cuerpo, encajando sus uñas y garras, y mordiéndolo. Nathan pensó que las criaturas parecían jerbos peludos del tamaño de un gato pequeño, pero con rostros planos y sin colas. Se sintió perturbado tanto por sus ojos maníacos como por sus garras y dientes.

Nathan sintió a Jonás encogido detrás de él mientras varias de las criaturas parecían estar a punto de saltar. Nathan respiraba con dificultad. Su corazón latía fuertemente contra su pecho. “¡Quédate detrás de mí!” Le advirtió a Jonás.

Sigilosamente, varias de las criaturas se lanzaron en el aire, con sus garras apuntando a ellos y con saliva cayendo de su boca. Nathan se puso en cuclillas, y su mano temblaba incontrolablemente cuando la levantó para proteger su rostro.

Sin previo aviso, una enorme bola de energía surgió de la mano de Nathan, golpeando a varias de las criaturas, las que quedaron inconscientes, dejando un rastro de luz azul. La fuerza de la descarga de energía lanzó a Nathan y a Jonás hacia atrás, forzando la puerta a abrirse, y haciéndolos caer del otro lado.

Nathan sacudió con la cabeza y se levantó.

Jonás puso su mano sobre su cabeza, y Nathan le ayudó a ponerse de pie.

“¿Cómo hiciste eso?” Preguntó Jonás.

Nathan miró sus manos. Todavía estaban rojas y temblando. “No lo sé,” dijo. “Pero mis manos todavía están temblando, así que no creo que todavía estemos a salvo.”

“Pero yo no los veo,” dijo Jonás, mientras cautelosamente miraba a su alrededor.

De repente, un chirrido metálico reverberó a través del aire.

“¿Ah, sí?” Dijo Nathan. “Entonces, ¿qué diablos fue eso?” Señaló la pared. “Y mira – ¡todo a nuestro alrededor aún es gris!”

Jonás estaba temblando en pánico. “¿Qué haremos?”

“Vamos,” dijo Nathan, haciendo un gesto con la mano. “Tenemos que encontrar otra puerta.”

Nathan y Jonás doblaron la esquina hacia el pasillo que llevaba a los dormitorios y a la zona de duchas. Jonás se dio cuenta de que su balón ahora era gris, y de que estaba arrinconado.

“¡Está como congelado!” Dijo.

Nathan se detuvo abruptamente. “¿Qué está congelado?” Preguntó.

Jonás tenía una mirada en blanco en su rostro. “Mi balón,” dijo. Se agachó y trató de recogerlo. “¿Ves? Está como congelado, y se siente como si una pared o algún tipo de barrera me impidiera recogerlo.”

Nathan arqueó las cejas y le dio una mirada severa. “Jonás, vámonos,” dijo. Se apresuró hacia la puerta más cercana, pero estaba cerrada.

“¿Por qué estamos intentando abrir puertas de nuevo?” Preguntó Jonás.

“Bueno,” dijo Nathan, sin dejar de intentar abrir cada puerta. “Supongo que dado que llegamos a través de una puerta – la cual tú activaste, por cierto – entonces necesitamos regresar por alguna otra puerta.”

“¿Yo?” Preguntó Jonás frunciendo el ceño. “¿Yo la activé?” Jonás se envolvió en sus propios brazos y se estremeció. “Está haciendo frío otra vez,” tartamudeó.

Un sonido agudo llenó el pasillo de nuevo, seguido por el sonido de garras contra el piso y gruñidos.

“¿Qué haremos?” Preguntó Jonás.

Nathan puso sus manos en su cadera. Sus manos habían empezado a temblar más. “Tenemos que hacer algo rápido.”

“¿No puedes hacer esa cosa con tu mano de nuevo?” Preguntó Jonás.

Nathan miró sus temblorosas manos rojas. “No lo sé,” dijo. “No sé si puedo.”

“¡Mira!” Gritó Jonás. “¡Está abierta!”

Rápidamente Jonás se hizo a un lado y Nathan abrió la puerta. Nathan intentó encender el apagador de la luz, pero estaba atascado en la posición de apagado.

“¿Es seguro aquí?” Preguntó Jonás, intentando entrar a la habitación. “¿Nos podemos ir?”

Solemnemente, Nathan sacudió la cabeza y cerró la puerta.

“Todo esta todavía en gris,” dijo Nathan. Tomó a Jonás por el brazo. “Jonás, necesito que intentes activar esta puerta.”

Jonás levantó las cejas por debajo de su desordenado cabello rizado. “¿Qué?” Exclamó.

“Necesito que intentes conectar esta puerta al otro lado,” dijo Nathan.

“¿Qué lado?” Dijo Jonás, con pánico en su voz.

“De vuelta a nuestro piso,” dijo Nathan. “De vuelta a Lawrence Hall. ¡De vuelta al mundo de color!”

Jonás tragó saliva. “Pero, ¿qué pasa si no puedo?” Tartamudeó. “¿Cómo se supone que lo haré?”

“Puedes hacerlo, Jonás,” lo alentó Nathan. “Te he visto hacerlo antes.”

“Pero no lo recuerdo,” tartamudeó Jonás. “Ni siquiera sé cómo hemos llegado aquí.”

“Necesito que lo intentes, Jonás,” dijo Nathan.

Los ojos de Jonás parecían los de un ciervo frente a los faros de luz de un automóvil.

“Mira,” dijo Nathan, estirando el brazo hacia la puerta. “Primero, recorriste el contorno de la puerta con tu dedo y luego pusiste las palmas de tus manos hacia la puerta.”

Un sonido metálico muy fuerte resonó desde el cuarto de baño, y varias de las criaturas negras saltaron hacia el pasillo.

Jonás jadeó con horror. “¡Están aquí!” Gritó. “¿Qué vamos a hacer?”

Nathan tomó a Jonás por los hombros. “Relájate,” dijo. “Necesito que te concentres en la puerta.”

“P-pero, ¿qué con ellos?” Preguntó, señalando a las pequeñas pero aterradoras criaturas que salían del cuarto del baño.

“No te preocupes por ellos,” dijo Nathan. “Como dijiste, yo me encargaré de ellos.”

“Pero, ¿cómo?” Preguntó Jonás en pánico. “Dijiste que no sabes –”

Nathan lo interrumpió. “Ya sé cómo hacerlo,” dijo. Jonás se quedó mirando a Nathan con su rostro en blanco.

“Solo concéntrate en la puerta,” dijo Nathan tranquilizándolo.

Jonás asintió. “Está bien.”

Nathan se dio vuelta para quedar de frente a las criaturas. Estaban tan cerca que podía ver la saliva escurriendo de sus bocas. Me alegro de que al menos uno de nosotros me creyó. No tengo ni idea de cómo hacer eso de nuevo.

Un gruñido profundo llenó el pasillo y retumbó en las paredes.

“Eh, ¿Nathan?” Dijo Jonás.

“La puerta, Jonás,” Nathan reiteró con firmeza.

Nathan podía escuchar el ruido de los rasguños proveniendo del otro extremo del pasillo. Las criaturas ahora aparecían desbordándose desde una de las demás habitaciones. Nathan extendió su mano hacia el grupo de criaturas más cercanas a ellos.

“No está funcionando,” dijo protestando a sí mismo.

Nathan lo intentó de nuevo. Esta vez, sus manos empezaron a temblar incontrolablemente. Se preguntó si él y Jonás morirían. Los músculos de su brazo se tensaron, y sin previo aviso, un rayo de luz azul salió disparado de su mano, lanzando varias criaturas hacia atrás como si fueran bolos de boliche.

Nathan se detuvo para mirar sus manos. Jonás tenía una expresión de sorpresa en su rostro.

Nathan gritó, “¡Jonás!”

“Lo sé, lo sé,” dijo Jonás. “La puerta.”

Varias criaturas ahora habían escalado por la pared y se estaban acercando a Jonás. Nathan levantó la mano y otro rayo de luz azul salió disparado, noqueando a las criaturas.

Un chirrido agudo seguido de profundos gruñidos sonaba a su alrededor. Nathan y Jonás cubrieron sus oídos mientras más y más criaturas llenaban ambos extremos del pasillo.

Jonás se quedó escondido detrás de Nathan. “¿Qué vamos a hacer?” Exclamó. “¡Mis manos no están funcionando!”

Ambos se quedaron en silencio mientras las criaturas los rodeaban, pero entonces Nathan notó sus manos temblorosas.

“¡Eso es!” Gritó. “¡Ese tiene que ser el disparador! Inténtalo de nuevo,” le dijo a Jonás. “Quiero que pienses en Lawrence Hall. Quiero que pienses en tu habitación. ¡Piensa que estás sosteniendo de nuevo tu balón!”

“Lo estoy haciendo, lo estoy haciendo,” dijo Jonás, lanzando sus manos en el aire. “¡Pero no pasa nada!”

Nathan tomó a Jonás por los brazos y lo miró a los ojos. “¡Jonás!” Dijo con severidad, “¡si no lo haces, vamos a morir!”

El cuerpo de Jonás se puso rígido y una gota de sudor escurrió por un lado de su rostro. Pronto, sus manos empezaron a temblar y una luz azul brillante emanó de la palma de su mano.

13

LOS LAZOS DE UNIÓN

Nathan y Jonás golpearon el suelo. Los ojos de Nathan se ajustaron a la oscuridad, y vio un edredón rojo colgando del pie de la cama.

“Lo hiciste, Jonás,” dijo. Puso un brazo sobre los hombros de Jonás. “¡Lo hiciste!”

Jonás sonrió débilmente. “¿Estás seguro? ¿Estamos de vuelta?” Se sentó y miró a su alrededor en la habitación. “¿Lo logramos?”

Nathan señaló el edredón rojo y los carteles de colores en la pared, que se podían ver con la luz de la luna. “Mira,” dijo. “Lo logramos.”

Jonás estiró el brazo y tomó la colcha de la cama. “Sólo quería estar seguro,” dijo. “Ya sabes, asegurarme de que no está congelado.”

Nathan se echó a reír.

Hubo un sonido de clic, y la luz de una lámpara de escritorio iluminó la habitación. Frente a ellos estaba un Hugo con una expresión atontada y vestido con su pijama. “¿Qué hacen en mi habitación?” Murmuró.

Nathan se dio vuelta para examinar la puerta. Era sólida de nuevo, y la luz azul que la había engullido ya no estaba. Se dio cuenta de que la puerta sin seguro debió ser la de la habitación de Hugo.

Nathan se paró y ayudó a Jonás a también ponerse de pie. “Eh…” tartamudeó Nathan, mirando a Jonás. Ambos tenían una expresión de confusión en sus rostros.

“Verás, Jonás estaba enfermo y, y –” dijo Nathan.

“Y Nathan me estaba llevando de vuelta a mi habitación,” dijo Jonás.

Nathan le sonrió a Jonás. “Cierto,” dijo. “Y pensamos que esta era su habitación.”

Hugo arrugó el rostro. Él parecía confundido.

“Las luces del pasillo estaban apagadas,” explicó Nathan encogiendo los hombros.

“Sí,” agregó Jonás con una risita nerviosa. “Alguien probablemente nos estaba jugando una broma.”

Nathan asintió y sonrió nerviosamente. “Sí,” dijo. “No podíamos ver nada.”

El rostro de Hugo seguía arrugado, y sus ojos estaban de color rojo. “¿Puedo volver a la cama ahora?” Preguntó.

“S-sí,” tartamudeó Nathan. “Probablemente deberíamos salir de aquí para que puedas volver a dormir.”

Jonás asintió y rápidamente siguió a Nathan.

Nathan cerró la puerta, y Jonás recorrió el pasillo para recoger su balón.

“Fue mucho más fácil levantarlo ahora,” dijo. “Dondequiera que estuviéramos antes, estaba como congelado.” Puso el balón bajo su brazo. “¿Dónde estábamos, Nathan?”

Nathan susurró en voz baja, “Shh,” y le hizo un gesto para que lo siguiera.

La puerta de la habitación de Jonás seguía abierta, y Nathan entró para revisar las luces. “Parece que todo ha vuelto a la normalidad,” dijo. Hizo una pausa. Aunque la habitación no tenía un aspecto muy diferente a la suya, ahora le parecía muy familiar. Era la habitación de Leah. Se sentía extraño mirar las paredes blancas vacías que en sus sueños habían estado llenas de carteles. Se preguntó si la habitación de Leah sería la conexión, y si esa era la razón por la que estaban atacando a Jonás.

Jonás puso su balón en el suelo y miró debajo de su cama. “No, no hay monstruos,” dijo. Se quitó los zapatos y se sentó sobre la cama.

Nathan miró sus manos y luego miró a Jonás. Pero Jonás también tiene un poder, pensó. ¿Será esa la conexión? Cerró la puerta de la habitación y se sentó en la cama opuesta, preguntándose si eso significaba que Leah tenía algún poder también.

Nathan siguió mirándolo y frunció los labios. No tengo ni idea. Fue como si estuviéramos aquí, en Lawrence Hall, pero no aquí mismo.

Su mente continuó corriendo mientras miraba sin rumbo alrededor de la habitación. Fue como si estuviéramos aquí, pero no podíamos ver a la gente, pensó. Cuando Jonás abrió la puerta de regreso a Lawrence Hall, fue como si en realidad no hubiéramos ido a ninguna parte; pudimos ver todo de nuevo, mover las cosas, ver a las personas. Fue como si estuviéramos en un espacio dentro del espacio.

Nuevamente, Nathan se centró en Jonás mientras estaba tendido en la cama. Los ojos de Jonás estaban rojos, y se veía cansado.

Un espacio dentro del espacio, pensó para sí mismo. Recordó que Jonathan había dicho algo acerca de un espacio dentro del espacio durante una de las hogueras de las noches de los viernes. ¿Será eso real? Pensó. ¿Habrá algo de verdad en lo que Jonathan estaba contando?

“Nathan,” dijo Jonás. Su voz temblaba. “¿Crees que volverán? Esos monstruos.”

Nathan pudo notar la preocupación en el rostro de Jonás. “No,” dijo para tranquilizarlo. “Estamos a salvo y todo está bien.”

Jonás suspiró. Comenzaba a verse inquieto.

“¿Cómo hiciste eso?” Preguntó. “¿Cómo hice yo lo que hice?” Jonás se sentó sobre la cama. “¿Tenemos algún tipo de poder?”

Nathan sonrió de nuevo buscando tranquilizarlo. Recordó cómo se sentía al principio, cuando todo esto le estaba sucediendo a él. “Todavía estoy tratando de entenderlo yo mismo,” dijo.

Jonás parecía decepcionado. “Entonces supongo que no sabes por qué no recuerdo cómo llegamos allí.”

Nathan negó con la cabeza. “Lo siento, no la tengo. Pero sí sé lo que hiciste allá, y que tienes una habilidad que es asombrosa.”

Jonás sonrió. “¿Fue esta la primera vez que utilizaste tu poder?”

“No, no exactamente.”

Jonás tenía una mirada de confusión en su rostro. “¿Qué quieres decir?”

Nathan pensó en su sueño en el cementerio Grimm, y en cómo en lugar de una luz azul o una bola de energía, una llama azul había salido de su mano. Miró el reloj en el escritorio de Jonás y suspiró. “Se está haciendo tarde,” dijo. “Deberías descansar. Hablaremos más en la mañana.”

Jonás desvió la mirada hacia abajo y asintió. “Está bien,” dijo, y apoyó la cabeza en la almohada.

Nathan se levantó y apagó la luz. “Buenas noches, Jonás.”

Jonás se sentó de nuevo. “Espera,” dijo. Parecía reacio a hablar. “¿Puedes quedarte un poco más, hasta que me duerma?”

“Claro,” dijo Nathan lentamente. “Está bien.” Se sentó de nuevo en la cama de enfrente y Jonás volvió a acostarse.

“¿Nathan?” Dijo.

“¿Sí?” Respondió Nathan mientras se quitaba los zapatos.

“¿Cómo sabías que iba a funcionar?” Preguntó mientras acomodaba la almohada. “Quiero decir, ¿cómo sabías cómo encender mi habilidad, mi poder?”

Nathan se recostó en la cama y se puso de costado para quedar frente a Jonás. “Me di cuenta de que mis manos solo se ponían de color rojo y comenzaban a temblar cuando había peligro o cuando estaba en problemas,” dijo. “Antes de esta noche, pensaba que tal vez el estrés o al enojarme lo desencadenaba.”

“Oh, está bien,” dijo Jonás. “¿Es por eso que me dijiste que íbamos a morir?”

La voz de Nathan se hizo más suave. “Sí. Lo siento,” dijo. “Pensé que si esa era la forma en la que funciona para mí, funcionaría para ti también.”

Jonás bostezó. “Está bien,” dijo. “Entiendo. Podríamos todavía estar allí – o algo peor – si no lo hubieras descifrado.”

* * *

La brillante luz del sol iluminaba la cafetería desde las ventanas, y Nathan trató de protegerse los ojos, pero no pudo mientras cargaba su bandeja. Entrecerró los ojos y mantuvo la cabeza baja, pero la luz se reflejaba en su plato de panqueques de pacana y en su vaso de jugo de naranja.

“¡Buenos días, Nathan!” Dijo Ángela energéticamente.

Nathan levantó las cejas. “Buenos días, Ángela,” contestó.

Se sentó en el otro lado de la mesa para que su espalda quedara hacia la ventana de la cafetería.

“Sí,” comentó Alan. “Ella siempre está así de alegre. Todas las mañanas.”

Ángela puso los ojos en blanco. “Ese lado de la mesa no es tu lado habitual,” dijo.

Nathan dejó el tenedor y señaló a sus espaldas. Trató de hablar sin mostrar la comida en su boca. “La luz del sol,” murmuró.

Ella sonrió.

Alan dejó de mirar su teléfono celular para mirar alrededor de la habitación. “Aún no llega Lafonda,” dijo. “Esto no es normal. Ella suele ser la primera en llegar.”

Nathan hizo una pausa en su desayuno para mirar alrededor de la mesa. Él también estaba sorprendido.

Ángela metió la mano en su bolsillo y sacó su teléfono celular. Era de color púrpura brillante y tenía estrellas de oro y plata en la parte posterior. “Le enviaré un mensaje de texto,” dijo sonriendo. “Listo, está hecho.”

“¡Vaya, eso es nuevo!” Exclamó Alan. Tenía los ojos abiertos grandes como platos. “Erin y Jonathan realmente vienen juntos.”

Ángela miró su teléfono celular. “Aún no hay respuesta,” dijo sonando un poco decepcionada. Ella dio un rápido vistazo a Erin y Jonathan. “Erin debe haber tomado mi consejo y debe haber comenzado a recogerlo.”

“¡Rápido!” Susurró Alan, dándose vuelta para quedar de frente a la mesa. “Antes de que Erin y Jonathan lleguen aquí,” se inclinó y bajó la voz aún más, “¿se dieron cuenta anoche de algo extraño entre Jonathan y Malick?”

“Sí,” respondió Nathan mientras masticaba su comida.

Ángela asintió y se inclinó hacia adelante. “Sí,” susurró. “Me di cuenta de que había algo de tensión cuando se habló de las cuevas.” Se echó hacia atrás y los miró. “Pero,” añadió, “también me di cuenta de que Jonathan no es la única persona que tiene un problema con Malick.”

Alan resopló y Ángela continuó mirándolos.

“Me pregunto por qué Malick tendría un problema con las cuevas,” Alan dijo sonriendo. “Probablemente se siente como yo, y se cansa de oír a Jonathan hablar y hablar de ello.”

“¡Ay, Ángela!” Exclamó Alan. “¿Por qué hiciste eso?” Se estremeció de nuevo. “¡Ay!” Gritó. “¡Deja de golpearme! ¡No te estoy ignorando!”

Ángela cruzó los brazos sobre su pecho. “¡Sí me estás ignorando!” Se quejó.

“¿Cuál es tu problema, Ángela?” Se quejó Alan, poniendo los ojos en blanco. “Malick solo está obteniendo su merecido.”

“Siento que nadie en este grupo le está dando a Malick la oportunidad de encajar,” dijo ella, sonando un poco decepcionada.

Frunció el ceño. “Sabes, hay otros consejeros en este campamento, Ángela,” replicó Alan.

Nathan miró hacia arriba y Ángela suspiró.

“Bueno, sí los hay,” dijo Alan sonriendo.

“Buenos días, chicos,” dijo Erin acercándose hacia la mesa.

Erin y Jonathan llevaban bandejas con comida.

“¿Dónde está Lafonda?” Preguntó Erin.

“El sol está brillante esta mañana,” se quejó Jonathan a través de sus ojos entrecerrados. “¿Te importa si me siento en el otro lado, junto a Nathan?”

Erin se encogió de hombros. “Por mí está bien, Señor Indiana,” dijo. “Solo me alegra que hayas llegado a tiempo para el desayuno. Una chica puede cansarse de reunir ella sola a las tropas, ¿sabes?”

Jonathan sonrió.

“¡Ya casi llega!” Gritó Ángela mientras colocaba su teléfono celular en su bolsillo.

“¿Quién ya casi llega?” Preguntó Erin.

“Lafonda,” respondió Ángela alegremente. “Le envié un mensaje y me acaba de responder que pronto llegará, ¡como en cinco minutos!”

Erin asintió.

“Oh, y ahí viene Malick,” continuó Ángela con una sonrisa. “Y no parece traer sus gafas de sol esta mañana.”

Alan negó con la cabeza.

Nathan miró hacia arriba después de terminar su vaso de jugo de naranja y alcanzó a ver a Malick. También vio a Jonás hablando con Christina Williams.

“Parece que Lafonda perderá su oportunidad de ver eso,” agregó Erin.

“No, no lo hará,” dijo Alan. “Aquí viene ella.”

“Hola,” dijo Malick, haciendo una pausa para pasar su mano por su cabello. “¿Cómo les va?”

Ángela ajustó su camiseta y jugueteó con su rizado cabello rubio para que cayera cuidadosamente sobre sus hombros. “Hola,” dijo con una sonrisa.

“¡Hola chicos!” Dijo Lafonda mientras se acercaba a la mesa. Sonaba casi sin aliento. “Siento llegar tarde.”

“Eh, Lafonda,” dijo Ángela con un guiño. “¿Te diste cuenta de que Malick no lleva sus gafas de sol esta mañana?”

Lafonda le dio a Malick una rápida mirada. “Bien por él,” dijo suspirando.

Malick sonrió y luego se dirigió a su mesa habitual junto a la ventana.

“¡Disfruta tu desayuno!” Gritó Ángela alegremente.

Lafonda prosiguió alrededor de la mesa e hizo espacio para ella entre Jonathan y Nathan.

“Lafonda,” dijo Ángela abruptamente. “¿No vas a desayunar?”

“No tengo hambre,” sonrió. “Pero ¿sabes qué? ¡Tengo buenas noticias!”

“¿Qué es?” Preguntó Alan entusiasmado. “¿Hay ofertas en Burberry?”

Lafonda se rió. “No, no exactamente,” dijo mientras reía. “¡Leah volverá a casa!”

Nathan rápidamente se dio la vuelta. “¿Qué?” Dijo casi derramando la comida de su boca.

“Acabo de hablar por teléfono con Leah,” continuó con entusiasmo. “¡Ella será dada de alta el lunes!”

“¿Mañana?” Preguntó Nathan.

“Sí,” dijo Lafonda. “Leah irá a casa mañana, y tengo la intención de visitarla en unas dos semanas.”

“¿Cuándo?” Preguntó Ángela. “¿Qué el campamento no termina hasta dentro de dos semanas más?”

“Lo sé,” dijo Lafonda. “Estaba pensando en visitarla el viernes antes de la ceremonia de clausura del sábado. Leah mencionó que no quería estar atrapada con sus padres durante todo el verano, así que pensé que tal vez podría traerla aquí a tiempo para la ceremonia y el banquete de cierre.”

“Eso es una gran idea,” dijo Ángela. “¡Sobre todo porque el banquete es el Cuatro de Julio!”

“Esperaba que te pareciera buena idea,” dijo Lafonda. “¿Crees que podrías cubrirme por un día? Me iría por la tarde y regresaría en algún momento durante la tarde del día siguiente. Ya lo he hablado con mi abuela. Solo necesito a alguien que ese día ayude a Nathan con las chicas.”

Ángela iba a decir algo, pero luego hizo una pausa para mirar a Alan. Él estaba ocupado enviando mensajes de texto en su teléfono celular. “Eso suena como una gran idea,” dijo ella finalmente. “¡Por supuesto que te ayudo!”

“¡Gracias!” Dijo Lafonda felizmente.

Ángela hizo una pausa para mirar a Alan de nuevo. “¿Qué estás haciendo, Alan?”

“Enviando mensajes de texto,” dijo.

“¿Enviando mensajes de texto a quién?” Preguntó Ángela.

“Oh, solo a algunas personas,” respondió Alan. Tenía una enorme sonrisa en su rostro. “¡Esa es una gran noticia!”

Rápidamente Ángela tomó el teléfono celular de Alan de sus manos. “¡Dame eso!”

“¡Oye!” Protestó Alan molesto. “¡Devuélveme mi celular!”

Ángela y Lafonda rieron.

“¡Más tarde!” Dijo Ángela riendo entre dientes, mientras guardaba el celular en su bolsillo.

“¿Cuál es el gran lío?” Dijo Alan con mala cara. “Es una gran noticia, y otras personas querrán saberlo.”

“¿Sí?” Respondió Ángela. “Pero, ¿qué tipo de personas?” Ella cruzó los brazos sobre su pecho. “Probablemente alguien que se preocupe por Leah.”

“Ya dáselo de vuelta,” dijo Lafonda suspirando, mientras ponía sus ojos en blanco.

Ángela frunció el ceño y le dio a Alan su teléfono.

“¡Gracias!” Se regocijó Alan.

“Así que, ¿está todo bien?” Preguntó Erin. “Quiero decir, yo no la conocía, pero… me enteré de lo que pasó.”

“Sí,” dijo Lafonda en voz baja, mientras asentía. “Todo está bien. Leah me dijo que los médicos le aconsejaron que se relajara y le dieron un certificado de buena salud mental. Llamaron su condición alucinaciones inducidas por el estrés.”

“¿Y qué piensa Leah al respecto?” Preguntó Nathan. “¿Crees que solo era estrés?”

Lafonda hizo una pausa y luego miró su teléfono celular. “Ella no dijo nada,” respondió. “Pero su mamá dice que se quedará en su casa por un semestre.”

“¡Es horrible!” Comentó Erin. “Bueno, al menos ella está bien y ya volvió a casa.”

“Estoy de acuerdo,” dijo Lafonda asintiendo con la cabeza. “Creo que Leah está alegre de salir, por fin, de ese lugar. Está lista para dejar todo eso atrás.”

“Oh,” dijo Ángela, “y si viene a la ceremonia de clausura, podrá relajarse y pasar el rato con nosotros. ¿La ceremonia será al aire libre y en la noche? ¡También podrá ver los fuegos artificiales!”

“Lo sé,” dijo Lafonda. “Dijimos de ir de compras en el centro comercial para elegir algunos vestidos.”

“¿Compras también?” Exclamó Ángela con una sonrisa. “Dios, me gustaría acompañarlas. No he ido de compras desde que comenzó el campamento.”

Alan detuvo sus mensajes de texto abruptamente y le sonrió a Ángela.

“¿Qué? Dije que no he ido de compras,” dijo. “Las compras por internet no cuentan.”

Ángela puso los ojos en blanco, pero de repente se vió preocupada después de mirar a Lafonda de nuevo. “¿Qué pasa?” Preguntó. “Sé que no estaré allí, pero ¿podrías enviarme fotografías de los vestidos para verlos?”

Lafonda respondió con una leve sonrisa. “No es eso,” dijo ella, pareciendo un poco sombría. Forzó una pequeña risa seguida de un rápido guiño. “Ah, y no te preocupes, sí te enviaré fotos.”

“Entonces... ¿qué pasa?” Preguntó Ángela. “De repente, te pusiste triste.”

La sonrisa de Lafonda desapareció y entonces ella parecía renuente a hablar. “Se trata de algo que Leah mencionó por teléfono,” dijo. Ella bajó la voz y se acercó más a la mesa. “Dijo que no había hablado con Amanda desde la noche en que ingresó al hospital, y que Amanda no ha devuelto ninguna de sus llamadas.”

“¡Oh, es eso!” Espetó Alan, haciendo un gesto desdeñoso con el teléfono celular en la mano. “Tal vez no ha tenido tiempo para devolver sus llamadas.”

“No, hay algo más,” explicó Lafonda. “He intentado llamar a Amanda también, y no he podido localizarla. La última vez que la vi fue en mi fiesta de cumpleaños.” Ella comenzó a susurrar. “Y aquí es donde se pone raro; Leah dijo que los padres de Steve llamaron buscándolo. Dijeron que él ha estado ausente durante más de una semana, y no pueden localizar a Amanda ni a sus padres.”

Ángela se acercó para tomar el celular de Alan de nuevo, pero él lo alejó de ella.

“¡Alan!” Se quejó. “Este no es el momento.”

“¿Qué?” Protestó. “Esta es una noticia. Y nunca se sabe, alguien podría saber dónde está Steve, o dónde encontrar a Amanda.” Sostuvo su teléfono en el aire de forma que estaba fuera del alcance de Ángela. “¡Debemos dejar que la gente lo sepa, Ángela!”

Lafonda echó su largo cabello negro por encima de su hombro y suspiró. “Déjalo,” dijo. “Tal vez alguien sepa algo.”

Las mejillas de Alan se sonrojaron y sonrió grande. Una chispa de pasión emanó de sus ojos. “¡Estoy en ello!” Dijo.

“De cualquier manera, Alan,” protestó Ángela. “Eres el rey de los chismes.”

“¡Gracias!” Dijo Alan, rápidamente moviendo sus pulgares sobre su teléfono. “Lo tomaré como un cumplido.”

Nathan observaba y se reía mientras Alan continuaba enviando mensajes de texto como un loco. También pensó en Leah y en lo genial que era que finalmente regresara a casa. Me pregunto cómo será finalmente conocerla, pensó. Me pregunto si siquiera le agradaré. Las palmas de sus manos comenzaron a sudar. Se siente raro que la ceremonia de clausura será la primera vez que la vea. Siento que ya sé muchísimo de ella.

Por encima de sus pensamientos, podía oír a Lafonda discutiendo nuevamente acerca de las desapariciones de Amanda y de Steve.

“Es extraño que ellos hayan desaparecido,” murmuró Nathan. “Sus desapariciones deben estar relacionadas entre sí.”

“¡Oye, Nathan!” Llamó una voz a través de la charla de la cafetería. Nathan alcanzó a ver a alguien agitando el brazo. Miró hacia arriba para encontrar a Jonás detrás de Ángela y Alan. “¡Oye, Nathan!” Jonás dijo de nuevo. “¿Puedo hablar contigo un segundo?”

“Claro,” respondió Nathan, sintiéndose un poco avergonzado. “¿Qué pasa?”

Jonás jugó con su balón un poco antes de asegurarlo debajo de su brazo. “Se trata de anoche,” dijo.

Nathan saltó de la mesa y tomó su bandeja. “Espera un momento,” dijo. Podía sentir la mirada de Lafonda y de todos los demás en la mesa. Para su sorpresa, incluso Alan dejó de enviar mensajes de texto un segundo para mirarlo. “¿Cómo es que algunos días puedo pasar desapercibido pero no cuando yo quiero?” Murmuró.

Nathan se dirigió a un rincón de la cafetería que rara vez era utilizada, y Jonás lo siguió. Nathan miró por encima de su hombro para asegurarse de que él y Jonás estuvieran lejos y no pudieran escucharlos. Estaba seguro de que Alan intentaría leer sus labios. Nathan aclaró su garganta. “Respecto a anoche,” dijo. “¿Le has contado algo a alguien?”

“No,” respondió Jonás, sin dejar de jugar con su balón. “Ni si quiera estaría seguro qué decir.”

“Bueno,” susurró Nathan. “Definitivamente debemos mantenerlo en secreto, por ahora.”

Jonás asintió, pero de repente parecía confundido. “¿Por qué?”

“Es probablemente más seguro así,” dijo Nathan. “Hasta que sepamos lo que está pasando y qué pasa con las criaturas esas, probablemente no deberíamos decirle nada a nadie.”

“Oh, está bien.” Jonás hizo una pausa para mirar hacia atrás a una de las mesas de la cafetería. Christina Williams le sonrió. “¿Le has contado tú a alguien?”

“No, no lo he hecho,” dijo Nathan, sonriendo para tranquilizar a Jonás. “Sé que esto es demasiado para manejarlo, y créeme, entiendo por lo que estás pasando.” Él sonrió. “Sabes, Jonás, ahora que lo pienso, eres la primera persona que realmente sabe acerca de mi habilidad.”

Jonás sonrió y Nathan se inclinó. “De hecho, me siento aliviado de finalmente poder hablar de esto con alguien,” susurró Nathan. “Y no con cualquier persona, sino con alguien que tiene una habilidad, también.”

Jonás relajó sus hombros. “Sí, entiendo cómo eso puede ser un alivio. No puedo imaginar pasar por todo esto yo solo. Esos pequeños monstruos peludos no dejan de girar en mi cabeza.”

“Sí, sé lo que quieres decir,” dijo Nathan.

Jonás de repente tenía una mirada emocionada en su rostro. “¿Y qué tipo de habilidad tengo? Definitivamente no es tan genial como la tuya. ¡Todavía puedo recordar como mandaste volando por el aire a esas pequeñas criaturas!”

Nathan miró rápidamente por encima del hombro de Jonás para ver si alguien lo había oído.

“Habla en voz baja,” dijo Nathan riendo.

Jonás se estremeció un poco. “Bien,” dijo, bajando la voz, “pienso que lo que puedes hacer es increíble.”

“Tu habilidad tampoco está nada mal,” dijo Nathan con una sonrisa.

“Supongo que no,” Jonás respondió encogiendo los hombros. “Todavía no estoy muy seguro de qué fue lo que hice.” Él parecía confundido. “¿Dónde diablos estábamos, Nathan?”

Nathan miró de nuevo a la mesa donde los demás estaban sentados mientras reflexionaba sobre la respuesta a la pregunta de Jonás. Jonathan parecía estar teniendo una profunda conversación con Erin.

“No estoy muy seguro,” dijo Nathan, “pero creo que sé dónde podemos averiguarlo.”

Jonás se quedó mirándolo con curiosidad, pero asintió con la cabeza. “Ayer por la noche mencionaste algo acerca de que esta no fue la primera vez que utilizabas tus poderes. ¿Qué quisiste decir con eso?”

Nathan miró hacia abajo y jugueteó con sus manos. “Me imaginé que eventualmente tendría que contarte,” dijo. “Simplemente no pensé que sería hoy.”

“Oh, está bien. Está bien si no quieres.”

“No, no, está bien,” dijo Nathan tragando en seco. “Verás, de alguna manera puedo ver el futuro o el pasado a través de mis sueños.”

“¡Vaya, eso es genial!” Dijo Jonás maravillado. Tenía una enorme sonrisa en su rostro. “¿De verdad?”

“Supongo que es bueno,” dijo Nathan. “Probablemente depende de lo que esté soñando, o lo que vea. En uno de mis sueños en cierto modo utilicé mis poderes.”

“Bueno, creo que es genial,” dijo Jonás asintiendo.

“Bueno,” continuó Nathan, mientras escaneaba la habitación, “parece que todos se están preparando para salir de la cafetería.”

Jonás se dio vuelta. Los estudiantes se estaban formando en sus grupos.

“Además,” agregó Nathan, “ya me cansé de sostener esta bandeja.”

Jonás se rió.

“¿No tienen ustedes programado trabajar en el laboratorio de computación hoy?” Preguntó Nathan.

La frente de Jonás se arrugó bajo sus largos rizos negros. “Creo que sí,” dijo. “Creo que empezaremos a trabajar en nuestros proyectos finales el día de hoy.”

“Suena bien,” dijo Nathan.

“Nathan, espera,” dijo Jonás. Empezó a jugar con su balón de nuevo. “Hay otra cosa.”

Nathan se dio la vuelta. Él parecía confundido, pero sonrió de modo tranquilizador. “¿Sí?”

“No dije nada en ese momento,” tartamudeó Jonás, “y probablemente te parecerá una tontería, pero anoche tuve una extraña sensación, como si mi hermano estuviera allí, o algo así.”

“¿Tu hermano?” Preguntó Nathan.

“Sí, mi hermano pequeño,” dijo Jonás. “Al principio pensé que era solo mi imaginación, pero esta semana seguía sintiendo lo mismo. De alguna manera siento que mi hermano pequeño estaba allí, en ese lugar.”

“¿Estás seguro?” Preguntó Nathan. “Quiero decir, ¿lo viste?”

Jonás negó con la cabeza y miró hacia abajo. “No,” dijo. “Sé que parece una locura. Es solo una sensación que sigo teniendo, y estoy empezando a preocuparme por él.”

“¿Has intentado llamar a casa? Para ver si él está bien.”

Jonás negó con la cabeza de nuevo. “No,” dijo. “Me dio miedo de lo que podría enterarme.”

Nathan sonrió de nuevo para tranquilizarlo. “Probablemente no es nada,” dijo. “Solo tienes que llamar a casa y saber cómo está tu hermano pequeño. Estoy seguro de que todo está bien.”

“De acuerdo,” dijo Jonás. “Llamaré antes de entrar al laboratorio de computación.”

Nathan le guiñó el ojo. “Genial. Yo te cubriré para que Lafonda no te grite por llegar tarde o por salir para hablar por teléfono.”

Jonás sonrió y de nuevo pareció alegre. “Oh, y Nathan, gracias por quedarte en mi habitación anoche. Me sentí más seguro contigo allí, ya sabes, por los monstruos y esas cosas.”

Nathan se echó a reír. “No hay problema,” dijo.

14

SUSPENDIDO POR LA LLUVIA

Con su teléfono celular en su oreja, Nathan estaba mirando hacia afuera por la gran ventana. Había llovido todo el día, y la niebla rodeaba la base de los grandes ventanales que iban del piso al techo en el vestíbulo de Lawrence Hall. Había llovido prácticamente toda la semana, y Nathan y los estudiantes habían pasado la mayor parte del tiempo en el interior, solo desafiando a la lluvia para asistir a las clases de liderazgo. Muchos de los estudiantes estaban emocionados de que la semana ya casi había terminado, y no les importaba pasar el tiempo en el interior para trabajar en sus proyectos finales de liderazgo. Nathan no podía creer que el campamento estaba llegando a su fin, y que solo quedaba una semana antes de que todo terminara.

“Hola,” dijo una voz familiar en el teléfono.

“¿Cómo te va, viejo?” Dijo Nathan.

“¡Nathan! ¿Cuántas veces tengo que decirte que podré ser tu abuelo, pero que no soy viejo?”

Nathan se echó a reír. “Lo siento abuelo, me olvido de lo joven que eres.”

“Sabes que preferiría que me llames Roy,” dijo riendo. “Supongo que debería estar feliz de que mi nieto finalmente recordó llamarme.”

Nathan hizo una pausa. “Sí... acerca de eso,” dijo. “Siento haber esperado tanto tiempo para llamar. Había planeado hacerlo, pero seguían ocurriendo muchas cosas inesperadas.”

“¿Ah, sí?” Se rió Roy. “¿Tiene algo que ver con alguna chica?”

Nathan se echó a reír y luego negó con la cabeza.

“No, abuelo,” dijo. “¿De dónde sacaste eso?”

Hubo un breve silencio en el teléfono. “De ninguna parte. Solo estoy tratando de averiguar qué es lo que toma toda la atención de mi nieto.”

Nathan se paseaba frente a los grandes ventanales. Levantó la vista cuando Lafonda entró al vestíbulo. “Lafonda,” dijo en voz baja.

“¿Qué?” Preguntó Roy. “¿Lafonda está allí?”

“No te hagas el inocente,” dijo Nathan con el ceño fruncido. “Ya debes haber sabido algo de Lafonda.”

Lafonda miró a Nathan y sonrió.

“¡Grr!” Gimió Nathan, mientras rápidamente desvió su mirada.

Roy se rió entre dientes. “Eso es verdad,” dijo. “He hablado con ella. De hecho, creo que ella llama al menos dos veces por semana para conversar.”

“Qué bien. ¿Qué ha dicho esta vez?”

“Nada que recuerde,” contestó Roy. “Pero nuevamente, hablamos muy a menudo, y con mi vejez es difícil recordar todo.”

Nathan puso los ojos en blanco. “Está bien, abuelo.”

“Entonces,” dijo Roy, “¿cómo te ha ido con las hogueras?”

“¿Q-qué?” Tartamudeó Nathan. “¿Qué quieres decir?”

Roy hizo una pausa para aclarar su garganta.

“LaDonda mencionó que estabas a cargo de preparar las hogueras en el Lago Charleston los viernes por la noche, y tenía curiosidad sobre cómo te iba con eso.”

“Oh,” respondió Nathan. “Todo va bien, supongo.” De repente dejó de hablar. “¿Qué? ¿LaDonda dijo algo?”

“Relájate, hijo,” dijo Roy riendo. “No todo el mundo te está vigilando.”

Nathan se detuvo. Alcanzó a ver a Lafonda, Alan y a Ángela acomodando sillas adicionales a la sala. “Bueno,” dijo, “porque a veces definitivamente pareciera que es así.”

Roy continuó riendo. “¿Así que te las estás arreglando para encender las hogueras por ti mismo?” Preguntó.

“¿Por mí mismo?” Respondió Nathan. “No, otro consejero del campamento me está ayudando.”

“Oh,” respondió Roy. “¿Y cómo te va con eso?”

Nathan sonrió. “Bien, en su mayor parte,” dijo. “A veces puede ser una verdadera molestia, pero está bien. A final de cuentas, creo que es un buen tipo.”

“Bien. Suena como si estuvieras haciendo un nuevo amigo en el campamento.”

Nathan se echó a reír. “No iría tan lejos como para decir eso. Habrá que esperar hasta el final de la próxima semana. El campamento aún no ha terminado.”

Roy se rió. “Hablando de la próxima semana,” dijo, “¿cuáles son tus planes para después de que el campamento haya terminado? Tendrás todo un mes antes de que la escuela comience de nuevo.”

“No estoy seguro,” Nathan tartamudeó. “No he pensado en ello.”

“Una vez que termine el campamento, ¿deberíamos hacer una cita para revisar tus manos? ¿Cómo va ese sarpullido?”

Nathan sintió que se sonrojaba. “¡Sarpullido!” Gimió. “¿Cuál sarpullido? Mis manos están bien.”

“¿Así que has estado usando el ungüento?”

Nathan se detuvo. “Eh, sí,” murmuró.

“Así que el ungüento está funcionando,” continuó Roy. “¿Y por qué lo estoy viendo en este momento sobre tu cómoda?”

Nathan se sintió avergonzado. “¡Todo está bien! Simplemente no quiero que te preocupes. En serio, abuelo, mis manos están muy bien.”

“Ajá,” dijo Roy. “No olvides que estarás en casa en una semana, y lo comprobaré por mí mismo.”

Nathan observó a Jonás y Christina llegar desde la cafetería y se unían a Lafonda y a los demás. Samantha y Eva Marie se les unieron poco después. “Está bien, abuelo,” dijo. “Te veré en una semana.”

“O antes,” comentó Roy.

Nathan continuó observando a Lafonda y a los demás. Sintió curiosidad por qué estaban preparando tantas sillas en la sala. “Hablaremos pronto,” dijo.

Roy se rió. “Seguramente te veré antes de que vuelvas a llamar.”

Nathan se echó a reír. “Que tengas una buena noche.”

“Tú también,” dijo Roy. “Y cuídate.”

Nathan cerró su teléfono celular y lo puso en su bolsillo. ¿Qué quiso decir con 'o antes´? Pensó.

“Bueno, ya era hora de que dejaras el teléfono,” se quejó Alan. Tenía una expresión de disgusto en su rostro. “Necesitamos tu ayuda para preparar todo para la maravillosa actividad de esta noche.”

Nathan escaneó la habitación. “¿De qué está hablando?”

Lafonda detuvo la preparación de las sillas y se rió. Limpió el sudor de su frente e hizo una cola de caballo con su cabello. “¡Uf!” Dijo. “Mi abuela nos mostrará un video esta noche aquí, y nos pidió que la ayudáramos a traer más sillas y mesas.”

“Oh, está bien,” dijo Nathan. Hizo una pausa para mirar de nuevo alrededor de la sala. “Pero ¿por qué?”

Lafonda negó con la cabeza. “En serio, Nathan,” dijo ella, “necesitas tener más amigos. Empiezas a sonar como Jonás.”

Alan soltó una gran carcajada.

Lafonda puso sus manos en sus caderas. “Debido a la lluvia, veremos un video que mi abuela quiere que veamos,” dijo. “Ella dijo que el video tiene algo que ver con la inspiración de liderazgo.”

Alan se rió. “¿No te das cuenta de que todavía está lloviendo?” Preguntó. “Quiero decir, ha estado lloviendo prácticamente toda la semana. ¿Honestamente creías que aun con toda esta lluvia tendríamos las hogueras?”

Ángela le dio a Alan una mirada de regaño. “Ya basta, Alan,” dijo ella. “Deja de ponerte el sombrero de gruñón cuando realmente tienes que trabajar.”

Alan miró sus pantalones y los sacudió con sus manos. “¡No sabía que hoy LaDonda nos tomaría como voluntarios para preparar estas sucias sillas!” Se quejó.

“¿Y por qué no?” Preguntó Nathan en un tono juguetón. “Ha estado lloviendo casi todo el día.” ¿No sabías que hoy no debías usar tus pantalones buenos?”

Alan puso los ojos en blanco, y su labio superior se curveó. “Ja, ja. Muy gracioso.”

Ángela rio.

Nathan se dio vuelta para mirar a Lafonda. “Me imaginé que hoy a causa de la lluvia no pasaríamos el día en el exterior,” dijo. Habló en voz alta para que Alan pudiera oírlo. “¡Pero no sabía qué haríamos!”

Alan miró a Nathan brevemente, pero volvió su atención a sus pantalones. “¡Uf! ¡Mira, Ángela!” Se quejó. “Esta mancha negra no está saliendo. ¡Voy al baño para tratar de limpiar esto!”

“¡Espera!” dijo Ángela. “¿No deberías esperar hasta que hayamos terminado de preparar las sillas? ¿Qué pasa si vuelves a ensuciar tus pantalones?”

“Si vuelvo a ensuciar una vez más mis pantalones,” protestó, “¡me iré arriba, y pueden decirle a LaDonda que me enfermé!”

Nathan negó con la cabeza mientras Alan trotó al baño de hombres. “Entonces, ¿dónde quieres que esté? ¿Qué quieres que haga?”

Lafonda se puso de pie de nuevo y señaló hacia donde Christina, Eva Marie y Samantha estaban colocando sillas. “¿Puedes ayudarles?” Preguntó. Ella entrecerró los ojos y luego se rascó la cabeza. “Y no sé qué es lo que está haciendo Jonás a solas por allá.”

Nathan asintió con la cabeza. “Está bien, veré si puedo ayudar a las chicas.” Se detuvo a medio paso y sonrió. “Y voy a ver qué está haciendo Jonás.”

Nathan se acercó a Christina, Eva Marie y Samantha desde atrás y se detuvo. Se imaginó por el tono de su voz y por la expresión de sus rostros, que sería mejor no interrumpir su conversación.

“Y no sé qué es lo que pasa con él,” murmuró Christina. Nathan podía ver la preocupación en su rostro. “Ha estado actuando de una manera extraña durante toda la semana.”

“Yo tampoco lo sé,” dijo encogiéndose de hombros Eva Marie. “Deberías preguntarle qué es lo que le pasa en lugar de solo estar hablando con nosotras al respecto.”

Christina miró a Jonás mientras trataba de preparar una mesa. “¿Qué opinas, Sam?” Preguntó.

“Lo siento,” dijo Samantha. “Estoy de acuerdo con Christina. No vas a saber qué hacer hasta que no sepas qué le está pasando. Podrías estar exagerando.”

“¡Exagerando!” Aulló. “¡Uf!” Christina levantó la vista y se sintió avergonzada cuando se dio cuenta de que Nathan estaba allí. “Oh – eh – hola Nathan,” dijo.

Nathan sonrió. “Hola, Christina.” Trató de sonreír para tranquilizarla. “Así que, Lafonda me dijo que ustedes podrían necesitar mi ayuda.”

Christina vaciló, y su voz temblaba. “Eh – claro,” dijo.

Eva Marie sonrió amablemente y se puso delante de ella. “Disculpa a Christina,” dijo mientras le echaba un rápido vistazo a ella. “Se siente un poco mal el día de hoy.”

La boca de Christina se abrió.

Eva Marie la miró, levantó las cejas, y luego continuó hablando con Nathan. “¿Podrías traer más sillas del armario?” Preguntó.

“Claro,” dijo Nathan.

Samantha se rió. “Hola, Nathan,” dijo ella.

“Hola, Sam,” dijo Nathan sonriendo.

Eva Marie hizo un gesto con la cabeza hacia Jonás. “Verás, Jonás nos estaba ayudando al principio, pero parece estar ocupado ahora.

Nathan y las otras miraron hacia arriba para encontrar a Jonás teniendo dificultades para preparar la mesa.

Eva Marie señaló, “El armario está allá,” dijo.

“Está bien,” dijo Nathan asintiendo. “Volveré con más sillas.”

Antes de dirigirse al armario, Nathan decidió conversar con Jonás, quien estaba encorvado y tratando de equilibrar la mesa con una mano mientras intentaba abrir una de sus patas con la otra. Nathan se acercó y lo ayudó a equilibrar la mesa. Jonás lo miró y sonrió. Luego, procedió a bajar todas las patas de la mesa.

“Gracias Nathan,” dijo sonriendo, sonando aliviado.

Nathan sonrió. “No hay problema.”

Jonás procedió a acomodar las sillas que ahora estaban en el suelo junto a la mesa. Nathan podía ver en su mirada que algo le molestada – ni siquiera tenía su balón con él.

Nathan tomó una silla y la acomodó. “¿Y?” Dijo. “¿Cómo te va?”

Jonás continuó trabajando. “Bien,” respondió. Nathan podía decir qué era lo que le molestaba. Por extraño que pareciera, no creía que tuviera algo que ver con que Jonás hubiera visto la habilidad de Nathan, o con que hubiera descubierto que él mismo tenía una habilidad. No creía que Jonás estuviera preocupado por las criaturas en la cuasi-escalera, tampoco. Sabía que era acerca de su hermano.

“Entonces,” dijo. “¿Qué hay de nuevo con tu hermano? ¿Pudiste hablar con él hoy?”

Los ojos de Jonás se iluminaron, pero había un dejo de tristeza en su vos. “Sí,” dijo. “Mi mamá me llamó después de recoger a Bobby de casa de la tía Carol, después de su trabajo.”

Nathan asintió. “Muy bien,” dijo. “Mencionaste antes que tu tía cuida de él mientras tu madre trabaja.”

“Sí, y también está en la escuela de verano,” dijo Jonás. “No le fue muy bien el año pasado, y por eso ahora tiene que asistir a clases de verano para ponerse al día.” Tenía una mirada sombría en su rostro. “Pero es solo temporal.”

Nathan hizo una pausa para acomodar otra silla. “¿Que lo cuide tu tía Carol?” Preguntó.

Jonás sonrió. “Sí,” dijo, “porque pronto estaré de nuevo en casa.”

“¡Esperen, esperen, esperen!” Gritó una voz familiar. “Lo siento, pero las mesas y sillas se encuentran en la dirección equivocada.”

Todos dejaron de trabajar para encontrar a LaDonda Devaro en medio de la sala. Lleevaba un poncho azul oscuro, del cual goteaba agua hacia el suelo.

“¡Lo siento chicos!” Dijo ella con voz alegre. “Necesito que todas las mesas y sillas estén de frente hacia el otro lado.”

Lafonda se puso de pie y limpió el sudor de su rostro. Hizo una pausa para mirar las filas de sillas. “Pero ¿por qué, abuela?” Protestó. “¿Por qué no podemos dejarlas tal como están?”

LaDonda levantó un DVD de color rojo, blanco y azul que estaba en su mano. “Porque ustedes verán esto esta noche,” dijo, “y la pantalla y el proyector se encuentran de aquel lado.”

La frente de Lafonda se arrugó. “Oh,” dijo ella. Pronto la expresión de su rostro se transformó a una de disculpa. “Lo siento chicos, fue mi error. Tenemos que voltear las mesas y sillas hacia el otro lado.”

“Uf,” suspiró Christina.

Eva Marie murmuró palabras de protesta bajo su aliento, mientras que Samantha ayudaba a Ángela a girar algunas de las mesas.

“¿Qué están haciendo?” Espetó Alan.

Lafonda miró hacia arriba, para encontrar a Alan de pie afuera de los baños.

Su boca estaba abierta. “¿Tenemos que voltear todas las mesas y sillas?”

La pierna del pantalón de Alan estaba mojada, y tenía una expresión de angustia en su rostro. “¿Por qué?” Dijo. “¿Para qué? Pensé que estábamos a punto de terminar.”

Lafonda señaló el proyector y luego la pantalla retráctil. “Es mi culpa,” dijo. “No sabía que utilizaríamos el proyector para ver la película.”

“¿Quién dijo que utilizaremos el proyector?” Gruñó Alan.

Lafonda miró más allá de Alan. “Mi abuela.”

Alan se dio vuelta para encontrar a LaDonda indicándoles a Nathan y a Jonás hacia donde mover una de las mesas.

“¡Malditamente increíble!” Dijo.

Eva Marie dejó de voltear las sillas y se acercó a Lafonda. “Casi han terminado de cenar,” le susurró, señalando hacia las puertas de la cafetería. “Y es probable que todavía no tengamos suficientes sillas. ¿Quieres que vaya a buscar más personas para que nos ayuden a preparar la sala?”

Lafonda escaneó la habitación. “Probablemente tengas razón,” le dijo a Eva Marie. Lafonda se volvió hacia LaDonda. “Abuela, casi han terminado de cenar. ¿Quieres que busquemos a más gente para que nos ayude a preparar la sala?”

LaDonda se dirigió a la parte frontal de la sala y se paró junto a Alan y a Lafonda. “Tenemos suficientes sillas,” dijo ella. “Si nos quedamos sin asientos, la gente puede sentarse en el suelo.”

Alan miró al suelo y frunció el ceño. “Increíble,” murmuró. “Yo no pienso sentarme en el suelo.”

“¿Por qué no?” Preguntó Ángela.

Alan se quedó mirándola boquiabierto, y señaló al agua que goteaba del poncho de LaDonda. “Porque está mojado.”

La expresión en el rostro de Ángela se agrió. “Oh.”

Alan respiró profundamente. “Entonces, ¿qué película veremos?” Preguntó suspirando.

“Abuela,” dijo Lafonda, “¿puedo ver el DVD?”

LaDonda le entregó el DVD y ella lo miró antes de pasárselo a Alan.

Alan frunció el ceño y se inclinó hacia Ángela para susurrarle. “¿Eso veremos?” Murmuró. “¿Qué tiene que ver la última toma de posesión presidencial con un liderazgo inspirador?”

“¡Oh, no!” Dijo LaDonda con voz preocupada.

El fuerte estruendo de un relámpago llenó la habitación, y las luces parpadearon y se apagaron. “Espero que no perdamos la energía por esta tormenta,” dijo. “¿Qué haríamos entonces?”

“No quedarnos aquí,” dijo Alan riendo.

Ángela y Lafonda rieron.

La puerta de la cafetería se abrió y el vestíbulo se llenó de sonidos de charlas y risas. Erin, Jonathan y los demás consejeros y estudiantes de deslizaron lentamente hacia la zona del vestíbulo.

Lafonda miró alrededor de la habitación. “Bueno,” dijo con un tono de voz de agotada. “Chicos, ¡creo que hemos terminado!”

Eva Marie y Christina se miraron con alivio y se sentaron.

“¡Genial!” Exclamó Alan. “¡Por fin!” Él miró hacia abajo a sus pantalones y luego a sus manos. “¡Uf!” Suspiró. “Voy a lavarme las manos.”

“¡Yo también!” Dijo Ángela, corriendo para alcanzarlo.

Nathan miró desde la parte posterior de la sala cómo todo el mundo entraba y tomaba asiento. Se sorprendió de que, aunque había todavía asientos disponibles, algunos se sentaron en el suelo. Cuando se dio vuelta, Jonás ya no estaba junto a él. ¿A dónde se habrá ido? Se preguntó.

Nathan buscó por la habitación para ver si podía encontrar a Jonás. Se paró sobre la punta de sus pies y trató de ver más allá sobre la multitud. Mientras examinaba los rostros de la gente buscando el de Jonás, vio una cara familiar mirándolo. Malick sonrió y se dirigió hacia él.

“Mira nada más quién encontró la manera de escaparse del trabajo el día de hoy,” dijo riendo Malick.

Nathan sonrió. “Ja, ja,” dijo. “Las hogueras de esta noche fueron canceladas debido a la lluvia, y no por mí.”

“Lo sé, lo sé,” dijo Malick levantando las manos. “Solo estaba bromeando.” Se pasó la mano por el cabello. “Entonces, ¿qué te pasó?” Preguntó. “Si cancelaron las hogueras esta noche, ¿por qué no estabas en la cena?”

Los ojos de Nathan rápidamente se lanzaron por encima del hombro de Malick. Continuó buscando a Jonás. “Oh,” dijo, “comí rápido y me fui temprano.”

Malick tenía una expresión de confusión en su rostro.

“Sabía que LaDonda tendría algo más planeado para nosotros, así que quería llamar a mi abuelo antes de que empezara lo que fuera que ella tenía planeado,” dijo. “Ya sabes, antes de que se me olvidara.”

“Entiendo,” dijo Malick.

Los ojos de Nathan se animaron. Él pudo ver a Jonás dirigiéndose a las puertas de la cafetería. “Disculpa, Malick, pero necesito ir a hablar con Jonás.”

Intentó atravesar rápidamente entre la multitud de consejeros y estudiantes, manteniendo un ojo vigilante sobre Jonás.

“¡Jonás!” Gritó. Jonás se quedó inmóvil, como si hubiera sido atrapado robando de un tarro de galletas. Se dio vuelta lentamente, pero de repente pareció aliviado.

“Oh,” murmuró, pareciendo tener dificultades al respirar. “Eres tú, Nathan.”

Nathan estaba un poco desconcertado. “Sí,” respondió. “¿Esperabas a alguien más?”

“Oh, no,” dijo Jonás, sonriendo cansadamente. “Solo me atrapaste por sorpresa.”

Nathan tenía una mirada escéptica en su rostro. “¿Por qué te atrapé por sorpresa?” Preguntó.

“Oh, no es nada,” respondió Jonás. “Iba a la cafetería para recoger algo que olvidé.”

“Espera,” dijo Nathan, tomando a Jonás por el brazo. “¿Cómo estás?”

Jonás levantó las cejas, parecía confundido.

Nathan se acercó más y luego hablo en voz baja, “Sabes,” dijo “¿cómo estás lidiando con todo aquello? Ya sabes, con tu capacidad y –”

“Oh, ¿te refieres a los monstruos y a no recordar como llegué allí? Simplemente no pienso en ello,” dijo encogiéndose de hombros. “Solo me concentro en cualquier otra cosa.”

¿Como en tu hermano? Nathan pensó.

Jonás respiró profundo. “Bueno, parece que LaDonda empezará pronto,” dijo. “Mejor voy por mis cosas.”

“Espera,” dijo Nathan.

Jonás se dio vuelta, y Nathan se dio cuenta de que esta vez parecía nervioso.

“Iré contigo,” dijo Nathan.

“¡No!” Respondió Jonás abruptamente.

Nathan se sorprendió por la reacción de Jonás y frunció el ceño.

“Quiero decir, está bien,” dijo Jonás inmediatamente. “Yo puedo solo.”

Nathan cruzó los brazos sobre su pecho y sus ojos se entrecerraron. “Un momento,” dijo. “Algo no anda bien; definitivamente estás tramando algo.”

“Todo está bien,” dijo Jonás.

Nathan puso los ojos en blanco. “Ajá, claro,” dijo. “Algo no anda bien. Ni siquiera tienes tu balón contigo.”

Jonás miró hacia abajo y empezó a sonrojarse. “¡Voy a ver a mi hermano!” Exclamó.

“¿Qué?” Dijo Nathan rápidamente tomando a Jonás por el brazo y tirando de él hacia un lado. “¿De qué estás hablando?”

Jonás hizo una mueca. “Pensé que como se canceló la hoguera, iría a casa hoy,” dijo.

Nathan negó con la cabeza. “No puedes ir a ver a tu hermano,” dijo. “Nadie puede abandonar Lawrence Hall a solas, ¡y mucho menos el campus!”

“Pero yo no vivo lejos de aquí,” dijo Jonás. “Estaríamos de vuelta antes de que alguien siquiera se diera cuenta de que nos fuimos.”

“¿Nos?” Espetó Nathan.

“Sí,” explicó Jonás, “dijiste que nadie puede abandonar el campus a solas; tú podrías ir conmigo.”

“¿Ir a dónde?” Preguntó Malick, repentinamente uniéndose a la conversación.

Nathan puso los ojos en blanco.

“A casa,” dijo Jonás. “Quiero decir, a casa de mis padres, a ver a mi hermano.”

Los ojos de Malick se iluminaron. “¿A qué distancia está?” Preguntó.

“No está muy lejos,” dijo Jonás. “No nos tomaría tanto tiempo llegar a pie.”

Malick colgó en sus dedos las llaves que salieron de su bolsillo y sonrió. “¿Por qué caminar, cuando se puede conducir?” Dijo.

“No iremos a ninguna parte,” susurró Nathan protestando. “Nadie debe abandonar Lawrence Hall, y además tengo cosas que hacer.” Dijo frunciendo el ceño hacia Malick. “Y tú tienes responsabilidades también. Ambos debemos estar aquí en el campamento.”

Jonás tenía una mirada triste.

Malick miró a Jonás, y luego puso su brazo alrededor del hombro de Nathan.

“Mira,” dijo Malick, “el chico realmente necesita ver a su hermano. ¿Quiénes somos nosotros para interponernos en su camino?” Él se inclinó hacia Jonás y habló en voz baja. “¿Por qué queremos ir a ver a tu hermano?” Preguntó.

Jonás vaciló. “Eh, él está en la escuela de verano,” dijo. “Y mi mamá dijo que ha estado durmiendo en clases. Estoy preocupado por él.”

“¿Ves?” Dijo Malick. “Es importante.”

Nathan negó con la cabeza. “Sabes que nadie debe salir del campus,” dijo. “¿Qué le diremos a LaDonda y a los demás?”

Malick hizo una breve pausa, y luego una enorme sonrisa se formó en su rostro. El estómago de Nathan se torció en nudos; no se había sentido así desde que Malick lo había desafiado a una competencia por encender las hogueras, semanas antes. Aquí vamos, pensó. Recordó cómo Malick había encendido misteriosamente las doce hogueras en tiempo récord; tenía que haber hecho trampa.

“No tendremos que decir nada,” dijo Malick. “Solo nos iremos por la cocina cuando empiece la película y cuando LaDonda haya apagado las luces. Volveremos antes de que nadie lo note.”

Nathan alcanzó a ver a Lafonda mirando hacia donde estaban ellos. “No cuentes con ello,” dijo en voz baja.

“Muy bien, todo el mundo,” gritó LaDonda. “Silencio. Estoy a punto de empezar la película. Por favor, ¡tomen sus asientos!”

Malick se acercó al interruptor de luz que estaba más cerca de las puertas de la cafetería. “¡Yo apago las luces, señora Devaro!” Dijo.

LaDonda sonrió. “¡Gracias, Stephen!” Respondió.

Malick miró a Nathan. Él estaba esperando su señal.

Nathan alcanzó a ver a Lafonda mirándolo de nuevo antes de sentarse. Escuchó a Malick aclarar su garganta.

“Jonás,” dijo Nathan, dejando escapar un gran suspiro, “¿todavía sientes que tu hermano estaba en la escalera de aquella noche?”

Jonás respondió ansiosamente, “Sí.”

Nathan asintió lentamente, y Malick apagó las luces.

15

TREN DE MEDIA NOCHE

La puerta trasera de la cocina de Lawrence Hall se abrió. Nathan parpadeó furiosamente. Estaba haciendo su mejor esfuerzo por ver a través de la lluvia, pero muy apenas pudo evitar chocar con el contenedor de basura. La lluvia golpeaba contra Malick, Nathan y Jonás mientras corrían hacia el coche plateado. Antes de que Nathan pudiera tomar la manija de la puerta, el vehículo de apariencia pulida con llantas de aluminio ronroneó para tomar vida mientras parpadeaban sus luces rojas. Nathan oyó el sonido de las cerraduras de las puertas abriéndose.

“Vaya,” dijo a Jonás. “¡Es una locura aquí afuera!”

Moviéndose rápidamente, Nathan plegó el asiento delantero para que Jonás pudiera entrar.

“Sí, claro,” Nathan le dijo a Jonás, “¿y tú pensabas caminar?”

Nathan limpió la lluvia de su frente, sintiendo el frescor de los asientos de piel debajo de su ropa húmeda. El Camaro estaba relativamente limpio, y todavía tenía ese olor a auto nuevo. Miró de reojo para encontrar a un reluciente Stephen Malick sonriéndole desde el asiento del conductor.

“¿Por qué estás tan contento?” Preguntó Nathan.

“Estoy seguro de que jamás imaginaste que algún día vendrías de copiloto en este auto,” dijo Malick riendo.

Nathan frunció el ceño mientras seguía limpiando la lluvia de su frente y de sus brazos. “No exactamente,” dijo. “No después de lo que nos hiciste el primer día del campamento.”

Nathan encendió los limpiaparabrisas y la calefacción para desempañar los cristales. “¿Alguna vez me disculpé por eso?” Preguntó.

“No.”

Malick sonrió. “Oh, bueno. Lo acabo de hacer.”

Nathan miró hacia el techo del coche y negó con la cabeza. Lo habían atrapado con la guardia baja y entonces sintió una vibración dentro de su bolsillo. Era un mensaje de texto de Lafonda. “¿Dónde estás?” Decía.

El rostro de Nathan inmediatamente se puso rojo. “Lafonda sabe que me he ido,” dijo. Puso su teléfono de vuelta en su bolsillo. “Es solo cuestión de tiempo antes de que se dé cuenta de que tú y Jonás se han ido también.”

Las ventanas delanteras del auto ahora estaban desempañadas, y las gotas de lluvia golpeaban sobre el capó del auto. Malick sonrió cuando puso el auto en marcha. “Es ahora, o nunca,” dijo.

Nathan miró a Jonás por el espejo retrovisor. Su cabello estaba mojado y, aparte del hecho de que llevaba ropa puesta, se veía como si hubiera acabado de salir de la ducha.

Jonás se dio cuenta de que Nathan lo estaba mirando, y sonrió.

“Solo arranca,” Nathan le dijo a Malick.

Malick pisó el acelerador con fuerza. Los neumáticos chirriaron mientras el auto atravesaba la lluvia a través del estacionamiento. Malick continuó avanzando velozmente mientras giraba en la esquina. “¿Hacia dónde?” Preguntó con una sonrisa.

“Bueeeeno,” dijo Nathan, mientras abrochaba su cinturón de seguridad. Oyó el sonido de clic de otro cinturón de seguridad en el asiento trasero. “Está lloviendo, ¿podrías intentar no matarnos?”

“Eh, sí, él tiene un buen punto,” dijo Jonás.

Malick sonrió y luego encendió la radio.

“¿Podrías no estar tan entusiasmado por romper las reglas?” Preguntó Nathan

Malick tenía una mirada pícara en su rostro. “¿Podrías no estar tan angustiado por romperlas?”

Nathan sonrió ligeramente.

Jonás se quitó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia el asiento del conductor, para darle direcciones a Malick. Nathan miró por la ventana cómo el auto pasaba filas y filas de casas a toda velocidad. Sintió otra vibración en su pierna, y sabía quién estaba enviándole mensajes de texto o llamándole.

Jonás señaló hacia el lado de Nathan. “Gira a la derecha después de las vías del tren,” dijo. “Nuestra casa es la penúltima de la cuadra.”

El auto plateado se detuvo abruptamente, lanzando a Nathan y a Jonás hacia adelante. Jonás se sostuvo tan fuerte como pudo con sus manos en los asientos del conductor y del copiloto, pero aun así terminó aterrizando en la parte delantera del auto.

“¡Ay!” Dijo, frotando su brazo. “Podrías habernos advertido.”

De repente se escuchó una fuerte bocina, y Nathan vio una luz roja intermitente.

Malick señaló por encima del tablero del auto. “Lo siento,” dijo, “pero venía un tren.” Tenía una expresión de disculpa en su rostro. “No lo vi hasta el último segundo.”

Nathan se ajustó el cinturón de seguridad y miró a Jonás. “Es por eso que debes usar el cinturón de seguridad,” dijo. Luego señaló a Malick y continuó, “Sobre todo si su realeza viene conduciendo.”

Jonás regresó al asiento trasero y se ajustó el cinturón de seguridad. “¡Odio ese maldito tren!” Se quejó.

Nathan entrecerró los ojos mientras miraba a través del parabrisas delantero. “¿Dónde está el guarda del cruce de ferrocarril?” Preguntó. Era difícil de ver debido a la lluvia torrencial. “¿Solamente hay una luz roja intermitente?”

“No lo sé,” dijo Jonás. “Y el estúpido tren pasa justo detrás de nuestra casa.”

“¡Eso apesta!” Comentó Malick.

“Sí,” dijo Jonás. “Intenta dormir a media noche con el ruido chirriante de un tren aproximándose.”

Lentamente, el coche color plateado se detuvo en el camino de entrada a la penúltima casa al final de la cuadra. Malick apagó el motor, la radio, y los limpiaparabrisas. Entrecerró los ojos mientras trataba de mirar a través de las gotas de lluvia que se acumulaban rápidamente sobre el parabrisas. “Tienes razón,” dijo. “Se pueden ver las vías del tren justo detrás de la cerca.”

“Sí,” respondió Jonás. “Realmente apesta.”

Nathan se bajó del auto. La cuadra en la que vivía Jonás estaba llena de árboles. Junto con la lluvia, eso le daba a la calle un aspecto siniestro.

Malick apoyó una mano contra el auto mojado, y Jonás caminó a través del césped hacia el camino de concreto que llevaba a la puerta principal de la casa.

Nathan movió su mano a través del aire. La fuerte lluvia era ahora una ligera niebla. “Al menos la lluvia finalmente paró,” dijo.

“Lo sé,” comentó Malick, aliviado. “Realmente estaba cansando de estar encerrado,”

Nathan observó a Jonás correr por los escalones hacia la puerta roja de la pequeña casa de una planta. La modesta casa con techo inclinado y borde blanco tenía un aspecto alegre, y las macetas rojas con flores que colgaban del porche y adornaban los escalones grises sobresalían en ese día lluvioso.

Jonás pareció emocionado cuando llamó a la puerta. “¡Vamos, chicos!” Gritó. “¿Por qué se quedan ahí parados?”

Nathan y Malick cuidadosamente atravesaron el césped. Malick hizo un esfuerzo por no ensuciar sus zapatos con lodo.

“Nunca te había visto tener tanto cuidado caminando en el lodo,” dijo Nathan.

Malick miró hacia arriba. “Es de mala educación entrar a la casa de alguien con lodo en los zapatos,” dijo.

“Oh,” dijo Nathan, mientras frotaba la suela de sus zapatos contra el tapete amarillo frente a la puerta roja. “Jonás,” dijo. “¿No crees que a tus padres les parecerá extraño que vengas así a la casa? Quiero decir, técnicamente, en realidad deberías estar en el campamento.”

“No, está bien,” dijo. “Mi mamá me está esperando.”

Nathan parecía confundido. “¿Qué?” Preguntó. “¿Por qué?”

Jonás sonrió. “Iba a escabullirme sin importar si venías o no,” dijo. “¿Recuerdas? Le dije a mi mamá ayer que vendría a la casa.”

Nathan asintió lentamente. “Oh, sí. Es cierto,” dijo. Entonces, de repente parecía confundido de nuevo. “¿Y ella estuvo de acuerdo?”

La roja puerta principal de la casa se abrió rápidamente.

“¡Jonás Bartolomé Riley!” Gritó la mujer en la puerta. “¡Ven a darle un abrazo a tu madre!”

Jonás sonrió en grande y abrazó a la mujer con el rizado cabello rubio. Era baja de estatura en comparación con Jonás, y los brazos de él probablemente podrían rodear dos veces su pequeña cintura.

“Te quiero, mamá,” dijo, mientras todavía la tenía abrazada.

“Oh,” pronunció, “¡yo también te quiero, cariño!” Ella trató de consolar a Jonás frotando su espalda. “Estas tres semanas lejos de casa realmente deben haberte pesado.”

“¡Jonás!” Gritó otra voz.

Jonás rápidamente soltó a su madre. “¡Bobby!” Gritó con entusiasmo. Jonás despeinó juguetonamente el oscuro cabello rizado del niño frente a él. “¿Extrañaste a tu hermano mayor?” Preguntó.

Bobby hizo una mueca juguetona. “Eh, un poco,” dijo, y luego sonrió. “¿Cómo podría extrañarte si esta semana has llamado prácticamente todas las noches?”

Juguetonamente, Jonás le hizo a Bobby una llave alrededor de su cabeza y siguió despeinando su cabello. “¡Tomaré eso como un sí!”

La Madre de Jonás se dio vuelta para mirar a Nathan y a Malick. “Oh, Dios mío, qué grosera soy,” dijo. “¿Y todavía está lloviendo?” Ella hizo una breve pausa para sacar la cabeza por la puerta. “Entren, entren,” dijo ella, haciendo un gesto con su mano, “antes de que comience a llover de nuevo.”

Cerró la puerta y se paró frente a ellos, mirando por encima de sus gafas que descansaban extrañamente torcidas sobre su nariz. “Ah,” dijo. “Déjame adivinar – tú debes ser Nathan.”

Nathan hizo una pausa. Estaba un poco sorprendido por que hubiera adivinado. “Sí,” dijo él. “Soy yo.”

La madre de Jonás aplaudió y sonrió. “¡Oh!” Dijo, arrastrando la palabra. “Estoy tan emocionada de conocerte.”

Nathan arqueó las cejas y le dio un rápido vistazo antes de responderle con una incómoda sonrisa.

Linda puso sus manos en sus caderas y se echó a reír tan fuerte que Malick saltó hacia atrás.

Ella sonrió y agitó sus pestañas. “No actúen tan sorprendidos,” dijo. “¡Jonás habla de ti todo el tiempo!”

Ella extendió su mano hacia Malick y luego hacia Nathan.

“Como probablemente ya lo adivinaron,” dijo, “yo soy la madre de Jonás, Linda Ann Riley.”

Nathan todavía tenía una mirada de sorpresa y de incomodidad. “Encantado de conocerla, señora Riley,” dijo, apretando su mano.

“Ah,” dijo ella, “solo llámenme Linda.” Ella agitó sus pestañas detrás de sus gafas de nuevo y le sonrió a Malick. “Disculpa, ¿cuál es tu nombre?”

Malick sonrió cínicamente. Parecía como si estuviera tratando de no reírse. “Stephen,” dijo, “Stephen Malick, pero puede llamarme Malick.”

Linda miró a Malick. Ella levantó una ceja y torció el labio. “Malick,” dijo. Ella vaciló antes de hablar nuevamente. “Oh, está bien. Bueno, entonces toma asiento, Malick. Y tú también, Nathan.”

Nathan se sentó junto a Malick en un sofá con tapiz de flores de color amarillo y blanco, y Linda se sentó en el sillón que hacía juego con él. La sala estaba limpia y ordenada, y escasamente decorada. En la esquina, junto a una lámpara de pie de bronce, un gato siamés estaba tirado sobre el piso de madera. Nathan pensó que los brillantes ojos azules del gato eran hipnotizadores.

“¡Jonás!” Dijo Bobby. Tenía una expresión de emoción en su rostro. “Adivina qué,” dijo. “¡finalmente completé el último juego de Magos y Guerreros!” Bobby tomó a Jonás de la mano. “Vamos,” dijo, “¿quieres ver?”

Jonás sonrió. “Oh, de acuerdo,” dijo. “Pero primero saluda a Nathan y a Malick.”

Bobby rápidamente miró a Nathan y a Malick. Era como si los hubiera notado por primera vez.

“Oh, hola,” dijo. Lentamente se acercó a Nathan y extendió su mano. “Encantado de conocerte,” dijo. “Soy Bobby. ¿Juegas videojuegos?”

Bobby parecía cansado, y en su antebrazo tenía lo que parecían rasguños leves. Nathan notó que los rasguños estaban rojos, por lo que supuso que probablemente eran recientes. “Un poco,” le respondió con una sonrisa. “Pero hace mucho tiempo no he jugado.”

Bobby se volvió hacia Malick. “¿Tú juegas?” Preguntó.

Malick pasó su mano por su cabello. “He jugado lo que me corresponde,” respondió arrogantemente.

Jonás volvió a mirar a Nathan. “No tardaré,” dijo.

Nathan asintió y Jonás se apresuró girando en la esquina con su hermano pequeño.

“Jonás es realmente bueno con su hermano pequeño,” dijo Linda. “Realmente lo cuida. Ha hecho un gran trabajo fomentando en Bobby la escuela y sus estudios.”

“Jonás mencionó que Bobby ha estado teniendo problemas en la escuela,” dijo Nathan.

El gato siamés que había estado tendido sobre el suelo junto a la lámpara ahora estaba junto a la pierna de Linda. El gato ronroneaba mientras Linda frotaba su dorso.

“Esta es Lacey,” dijo Linda. “Ella me hace compañía.”

Linda hizo una pausa. De repente pareció que se sentía incómoda. “Es aun pequeño,” dijo ella. “Teniendo en cuenta todo lo que pasó, creo que lo está haciendo bien.” Ella se veía triste, pero aun así intentó sonreír. “Él todavía hace las cosas normales que hacen la mayoría de los chicos de su edad,” dijo. “Jugar videojuegos, jugar brusco con su hermano – ya saben, las cosas normales.”

Nathan estaba un poco confundido. No sabía lo que quería decir con “teniendo en cuenta todo lo que pasó.”

“Así que, ¿las cosas están mejor ahora?” Preguntó. “Quiero decir, ¿sucedió algo en la escuela?”

“Bueno,” dijo ella, “las cosas han mejorado un poco. Su maestra dijo que está entregando las tareas a tiempo, pero sigue siendo un problema que se quede dormido durante clase. Creo que juega sus videojuegos durante la noche a escondidas, pero no quiero ser demasiado dura con él.”

Lacey intentó sentarse al lado de Malick, pero él la espantó. Ella maulló y Nathan se inclinó para acariciarla.

“Estoy puede sonar extraño,” dijo Nathan, “pero me di cuenta de que había algunos rasguños en el antebrazo de Bobby. ¿Se cayó recientemente?”

“Oh,” dijo Linda, pareciendo un poco sorprendida, “probablemente se hizo algunos moretones y rasguños trepando a los árboles.” Ella sonrió. “Ya sabes, es un típico niño de nueve años. Su padre era tan bueno manteniéndolo en orden y cuidándolo cuando jugaba fuera. Simplemente ha sido tan difícil para Bobby, y para Jonás también, estoy segura.”

“Espera,” dijo Nathan, “sé que Jonás está muy cercano a su hermano, pero, ¿por qué ha sido tan difícil para él?”

Linda parecía confundida. “Espera, ¿qué?” Preguntó. Hizo una pausa por un segundo, y luego de repente puso su mano sobre su boca. “No lo saben, ¿cierto?” Preguntó. “Pensé que Jonás se los había dicho.”

Nathan se sintió desorientado. Se volvió hacia Malick, quien se encogió de hombros.

“¿Que nos había dicho qué?” Preguntó Nathan.

Parecía que Linda estaba luchando por contener sus lágrimas. “Ellos perdieron a su padre no hace mucho tiempo,” dijo. Su nariz comenzó a escurrir y ella empezó a sollozar.

Malick agarró un pañuelo de papel de la mesa más cercana y se lo entregó.

“La policía cree que pudo haber sido asesinado,” dijo ella.

“Jonás no dijo nada,” dijo Nathan en un tono sombrío. “Lo siento mucho. Yo no lo sabía.”

“Está bien,” dijo ella. “Es por eso que no quiero ser tan dura con Bobby. Estoy segura de que subir a los árboles y jugar videojuegos es su manera de lidiar con la pérdida de su padre.” Linda se sonó la nariz en el pañuelo. “Necesitan tiempo. Quiero que puedan llevar el duelo a su manera.”

Nathan sintió su teléfono celular vibrar en su bolsillo. Rápidamente, puso su mano en el bolsillo para apagarlo. “Perdón por preguntar esto,” dijo. “¿Podría contarnos lo que paso?”

Una lágrima rodó por su rostro y ella se sonó la nariz.

“Verás, Bart –” dijo ella.

“¿Bart?” Interrumpió Nathan.

“Sí. Bart, mi esposo, solía trabajar hasta tarde.” Ella hizo una pausa y luego sonrió. “De hecho, le gustaba trabajar hasta tarde. Verás, Bart era un poco insomne. Bobby me recuerda a él. Creo que funciona mejor en la noche, también.” La sonrisa de Linda se desvaneció y su rostro se volvió sombrío. “Solía trabajar en proyectos cuando no podía dormir, a veces incluso conducía a la oficina a altas horas de la noche,” dijo. “Yo no lo noté al principio, pero las ausencias nocturnas de Bart realmente empezaron a afectar a Jonás.”

Nathan pareció confundido de nuevo. “¿Por qué afectaban a Jonás?”

“Jonás tiene el sueño ligero, a diferencia de mí,” dijo ella. “Y a menudo despertaba con el sonido del auto de Bart saliendo de la casa. Jonás sabía que esto era típico de su padre, pero, de todos modos, intentaba mantenerse despierto hasta que él regresara.”

Nathan parecía preocupado. “¿Esto afectó a Jonás en la escuela?”

“No,” dijo Linda. “Bart llegaba a casa y encontraba a Jonás dormido en el sofá. Y de nuevo, Jonás tiene el sueño ligero, así que a veces, después de que Jonás despertaba, terminaban charlando por horas, sobre todo sobre baloncesto.” Las lágrimas se acumulaban en sus ojos. “Pero eso fue antes de que las cosas se pusieran peor,” dijo. Se sonó la nariz nuevamente, y se secó las lágrimas. “Bart regresaba a casa muy cansado, y a veces hasta desorientado o confundido. Llegó al punto en el que le rogué que viera a alguien, a algún médico, pero él no me quiso escuchar.”

“¿Que viera a un médico por su insomnio?” Preguntó Nathan.

Linda asintió y sus gafas torcidas con montura dorada empezaron a deslizarse por su nariz. “Insistía en que era solo el estrés del trabajo, que las cosas mejorarían. Pero las cosas no mejoraron. Verás, una noche Jonás despertó a lo que decía sonaba como un tren; creo que dijo que fue durante la medianoche. Jonás caminó por la casa como normalmente lo hace cuando despierta, y se dio cuenta de que su padre se había ido, pero el auto de Bart estaba todavía en el camino de entrada.”

Nathan arqueó su ceja, ocasionando pliegues en su frente. “¿A dónde había ido?” Preguntó.

Hubo angustia en su voz. “No sabemos,” dijo. “Buscamos por todas partes, pero no lo pudimos encontrar. Linda hizo una pausa para mirar hacia abajo a sus manos. “Había nevado ese día. Las manos y los pies de Jonás estaban tan azules por buscar durante todo el día y la noche. Recibimos una llamada de la policía alrededor de una semana después; encontraron el cuerpo de Bart en algún lugar en la Ruta 7.”

Ella sollozó y Malick le entregó otro pañuelo de papel.

“Sé que extrañan a su padre,” dijo sollozando. “El último regalo que Bart le dio a Jonás fue un balón autografiado por su jugador favorito de baloncesto. Jonás aun lo lleva con él a todos lados.”

“Siento mucho lo de su esposo,” dijo Nathan. “¿Hace cuánto que sucedió esto?”

“En diciembre,” sollozó Linda. “El año pasado.” Se quitó las gafas y frotó sus ojos. “La policía no tiene pistas, pero el caso sigue abierto.”

De repente, la habitación se llenó con risas cuando Jonás y Bobby entraron.

“¡Te gané por completo!” Gritó Jonás.

“¿Qué tal una revancha?” Preguntó Bobby. “¡Sé que mis guerreros vencerán a tus magos!”

Jonás trató de agarrar a su hermano y hacerle cosquillas. “Te daré tu revancha,” dijo.

Nathan observó a Jonás jugar con su hermano pequeño. Todavía estaba asombrado por lo que acababa de escuchar.

Malick se puso de pie y se estiró, y Lacey de repente salió corriendo.

“Probablemente ya deberíamos regresar,” dijo él.

Nathan miró el reloj con bordes amarillos y plateados de la pared. “Tienes razón,” dijo. “Probablemente deberíamos irnos.”

Las gafas de Linda yacían torcidas de nuevo sobre su nariz mientras ella sonreía. “De acuerdo,” dijo. “Me da mucho gusto que hayas tenido la oportunidad de visitarnos, Nathan. Fue muy lindo finalmente conocerte. Y a ti también, Malick.”

Malick sonrió. “Igualmente, Señora Riley,” dijo mientras asentía con la cabeza.

Linda tomó a Nathan de la mano. “Gracias por traer a Jonás a casa,” dijo.

“No hay problema,” respondió Nathan.

“Muy bien, hermano,” dijo Jonás. “Te veré en una semana, y ya veremos sobre esa revancha.” Bobby sonrió.

Linda abrió la puerta principal, y Lacey salió corriendo por ella. Nathan rápidamente levantó su pierna para evitar pisarla.

“¿Irás a la ceremonia de clausura el sábado?” Linda le preguntó a Nathan.

“Sí,” respondió sonriendo. “Allí estaré.”

“¿Y qué hay de Bobby?” Preguntó Jonás.

Bobby esperaba atentamente una respuesta.

Linda miró hacia abajo por encima de sus gafas. “Tendremos que ver,” dijo. “Depende de si Bobby va a continuar entregando sus tareas a tiempo.”

“Entiendo,” dijo Bobby con confianza. “¡Hecho!”

Jonás lo miró con incredulidad.

Bobby se echó a reír. “Lo digo en serio,” dijo.

“Genial,” dijo Jonás, abrazando a su hermano.

Malick encendió el Camaro plateado una vez más, y Jonás les dijo adiós a su hermano y a su madre. Nathan metió su mano en el bolsillo para encender su teléfono celular; estaba vibrando furiosamente.

“Mira todos estos mensajes de texto,” dijo nerviosamente. “¡Lafonda me va a matar!”

16

PNEUMA NOVO

Nathan pasó la mayor parte del día solo. Era sábado y casi finales de junio, por lo que a pesar de que había llovido mucho, durante prácticamente toda la semana anterior, seguía siendo verano. Y no cualquier verano, sino un verano caliente y húmedo de Illinois, lo cual significaba que no había rastro de agua por ningún lado. La humedad y el suelo fangoso bajo los pies de Nathan ya habían comenzado a formarse en grietas secas.

Nathan salió del bosque hacia la pequeña orilla de piedras y rocas que rodeaba el lago de Charleston. El sendero con muchos árboles que llevaba al lago proporcionaba una sombra muy bienvenida, pero cuando caminaba cerca de la orilla del lago. Ya no tuvo el resguardo del sol de la tarde.

Nathan miró algunas de las hogueras; algunas estaban secas, pero otras seguían húmedas. No sabía cómo LaDonda esperaba que pudieran encender las hogueras tan solo un día después de que había dejado de llover. Metió la mano en los bolsillos de sus pantaloncillos cortos para sacar su teléfono celular. “Ni una sola llamada o mensaje de texto,” murmuró. “Lafonda definitivamente está molesta conmigo.”

Lafonda estaba molesta con él por haber abandonado el campamento la noche anterior. No le sorprendió que ella lo hubiera mantenido en secreto y no le hubiera dicho a LaDonda. Desde que eran niños, tenían una regla no escrita para cubrirse el uno al otro si ello significaba ahorrarle grandes problemas a la otra persona. Ella se había dado cuenta de que se había ido con Malick y con Jonás, pero quería saber a dónde habían ido. Nathan sabía que él había empeorado las cosas cuando repetidamente esquivó sus preguntas.

Nathan suspiró. Tan solo pensar en tener que ocultarle más cosas empezaba a pesarle, pero estaba convencido que mientras menos supiera ella, era mejor. Estaba decidido a evitar que el sueño del cementerio Grimm se hiciera realidad, incluso si ello significaba tener a Lafonda molesta con él por guardar secretos.

Observó el movimiento del agua que hacía pequeñas olas alrededor del lago. Además de los ocasionales sonidos de aves y del agua ocasionados por los peces, estaba en silencio. Nathan encontró un lugar seco en el suelo y se sentó. Tenía un poco de tiempo antes de que Malick llegara para encender las hogueras, y pensó que faltaba un rato antes de que Argus llegara con su carretilla y sus chistes malos. Nathan miró sus manos. Había transcurrido una semana desde que siguiera a Jonás a la escalera y descubriera que él también tenía un poder. Pero Nathan aún no tenía respuestas a por qué Jonás estaba en aquel trance, por qué sentía que su hermano estaba allí con ellos, y quién o qué eran esas criaturas.

Nathan cogió una piedra y la lanzó al otro lado del lago. Pero esas mismas criaturas estaban allí al principio, pensó. Estaban allí en mis sueños sobre Leah.

“¿Qué quieren?” Murmuró. “¿Qué quieren con Jonás y Leah?”

Dejó de buscar piedras y se detuvo para mirar sus manos.

“¿Cómo fue que Leah terminó todas esas veces en la cuasi-realidad?” Se preguntó. “¿Tiene Leah también un poder?” Miró sus manos de nuevo; estaban un poco sucias, pero se veían normales. No quería admitirlo, pero se sentía aprensivo acerca de usar de nuevo sus poderes. Miró por encima de su hombro y luego alrededor del lago y se rió entre dientes. “Me pregunto si pudiera hacerlo sin poner mi vida en peligro.”

Nathan se paró frente a una de las hogueras. “¿Cómo hice que saliera esa chispa azul de mis manos? Sé que encendí mi cama en llamas. No sé cómo lo hice.”

Miró a su alrededor una vez más, para ver si alguien se acercaba, y puso su mano encima de la hoguera. Se concentró en los pedazos de madera carbonizada y endureció su mano, pero no pasó nada. “¡Uf!” Se quejó. “¿Por qué este regalo no viene con instrucciones?”

Volvió a respirar profundamente y estiró su mano sobre el pozo de fuego. Esta vez, pensó en su sueño del cementerio Grimm. Imágenes de la mujer vestida de blanco y la daga de plata inundaron su mente. De repente, los músculos de su mano temblaron y sintió de nuevo cómo los escalones del cementerio se desmoronaban bajo sus pies. En su cabeza sonaban ruidos de silbidos mientras imaginaba la figura de la capucha roja acercarse a él. Las fibras musculares de su mano temblaron de nuevo, y los dedos y las palmas de sus manos se pusieron rojas. Su brazo se puso rígido y los músculos de su mano apretaron, dejando escapar a la fuerza una bola brillante de luz azul.

Nathan rápidamente se agachó cuando piezas de madera salieron volando sobre su cabeza. Se oyó el ruido del agua salpicando cuando varias de esas piezas cayeron en ella. Con cuidado miró hacia adentro de la hoguera para examinar las piezas restantes. “Todavía no hay ninguna llama azul,” se quejó. “Pero supongo que esto es un buen comienzo.”

Nathan siguió concentrándose y, con la mano extendida sobre la hoguera de nuevo, lanzó otra bola de luz azul. Esta vez, protegió rápidamente sus ojos cuando los pedazos de madera salieron volando desde la hoguera. Él sonrió, pero de pronto fue distraído por algo que reflejaba el brillo de la luz del sol: una lata de aluminio color rojo y gris que estaba sobre uno de los contenedores de madera más pequeños. Levantó su mano y un rayo de luz atravesó el aire, pulverizando la parte superior del contenedor de madera y enviando la lata hacia el aire.

“No quise hacer eso,” dijo riendo. “Pero fue genial.”

“¿Qué demonios estás haciendo?” Gritó alguien.

Nathan saltó. Él había pensado que estaba solo. Dejo caer su mano y se dio vuelta justo a tiempo para ver a Argus dirigiéndose hacia él.

“Yo lo puedo explicar,” dijo nerviosamente. Señaló al contenedor de madera destrozado. “No es tan malo como parece.”

Argus hizo a un lado la carretilla que venía empujando. “¿Estás loco?” Preguntó.

“Está bien,” dijo Nathan. “Probablemente sea fácil de arreglar... de verdad.” Nathan intentó demostrar cómo podría arreglarlo, pero las piezas de madera se derrumbaron en su mano.

Los ojos de Argus se encendieron con ira. “Esto no es acerca de un estúpido contenedor de madera,” dijo.

“¿Qué?” Preguntó Nathan.

“¿Qué estás haciendo utilizando tus poderes tan descuidadamente?” Argus exclamó. “¡Mi hermano debe haber perdido la cabeza! ¿Sabes lo que sucederá si te descubren? ¿Se pondrían en peligro todas las vidas que y todo lo se perdería?”

“¡Espera!” Dijo Nathan. “¿Mis poderes? ¿Tu hermano? ¿Tú sabes de mis poderes? Pero, ¿cómo?”

Argus agitó los brazos en el aire. “¡Por supuesto que sé de tus poderes! Los he estado vigilando a los dos.”

“¿A los dos?” Preguntó Nathan.

Argus volvió la cabeza, y Nathan vio apresuradamente dirigiéndose hacia ellos.

“¿Por qué crees que dejé de proporcionarles cerillos y casi no les di líquido encendedor?” Continuó Argus. “Quería estar seguro, pero ¿atraparte haciéndolo a la intemperie?”

Malick ahora estaba detrás de Argus.

“Y te he estado observando a ti también,” dijo Argus, dándose la vuelta. “He tenido mis ojos sobre ti desde que llegaste. Yo sé quién eres.”

Argus tomó las manijas de la carretilla y la movió al lado de una de las hogueras. Lanzó una botella de líquido encendedor y una caja de cerillas de su bolsillo trasero. Luego se inclinó y le susurró con enojo a Malick, “Si intentas cualquier cosa, te lo juro, ¡te vas a arrepentir!”

El ojo derecho de Argus tembló y miró por última vez a Nathan y luego a Malick antes de irse apresuradamente por el sendero hacia el Centro de Campamento y Excursión.

“¿Qué diablos fue eso?” Preguntó Nathan. “¿Por qué te amenazó? ¿Y a que se refería cuando dijo que sabe quién eres?”

Malick tomó a Nathan por el brazo, empujándolo hacia atrás. “¿Quién eres?” Preguntó. “¿Quién es tu familia?” Apretó su agarre. “¿Son parte de La Orden?”

La frente de Nathan se arrugó. “¿La Orden? Solo somos mi abuelo y yo.” Luchó por liberar su brazo del agarre de Malick. “¿De qué estás hablando? ¿Qué diablos está pasando?”

Los ojos de Malick se abrieron y se clavaron en los de Nathan por un largo tiempo. Finalmente, él bajó la mirada y se dio vuelta. “¿Has visto el tatuaje en el brazo de Argus?” Preguntó. “¿Te parece familiar?”

Nathan arrugó la frente de nuevo. “Lo he visto antes. Pero ¿qué tiene eso que ver?”

Nathan se sentó sobre uno de los troncos que rodeaban las hogueras. “Es el símbolo de La Orden,” dijo. “Es parte de su escudo.”

“Espera un minuto,” dijo Nathan. “Sé que he visto ese símbolo en otro lugar. Durante la primera hoguera. Jonathan dijo que era uno de los símbolos Cahokia que le estaba dando problemas para descifrar.”

“Mira,” dijo Malick, “todo lo que necesitas saber es que debes dejar de usar tus poderes en público, o en cualquier lugar que no sea seguro.”

“¿Qué?” Dijo Nathan. “¿Cómo lo sabes? ¿Me has estado espiando, o algo así?” Las líneas de expresión en el rostro de Nathan se profundizaron. “Y Argus dijo que tiene un hermano, ¿él me ha estado observando también?”

El rostro de Malick tenía una expresión un poco arrogante mientras levantaba las cejas. “No sé si te han estado observando,” dijo. “Pero lo más probable es que ambos sean parte de La Orden.” Malick resopló. “Y no, yo no te he estado espiando. Sin embargo, sí te vi utilizar tu Pneuma para destruir ese contenedor de madera.”

Los ojos de Nathan se abrieron en grande pero parecía escéptico. “¿Pneuma?” Preguntó. Cruzó los brazos sobre su pecho. “Y para que conste, yo no apuntaba al contenedor de madera. Quería golpear la lata de refresco.”

Malick dio un rápido vistazo al contenedor de madera destruido. “Está bien,” se rió entre dientes. “Lo que tú digas.”

Nathan puso los ojos en blanco en señal de protesta.

“Pneuma es tu fuerza de vida, o tu energía espiritual,” dijo Malick finalmente a través de risas sofocadas.

“¿Fuerza de vida? ¿Energía espiritual? ¿Es en serio?”

“Eh, ¿son reales tus poderes?” Preguntó Malick.

Nathan torció los labios hacia un lado de su rostro y asintió. “Buen punto,” dijo. “Entonces, ¿qué tiene que ver esta Pneuma conmigo? ¿Por qué puedo hacer estas cosas?”

“Todo el mundo tiene Pneuma, Nathan, no solo tú,” dijo Malick sonriendo. “Pneuma está en todas partes: en los árboles, en el aire, el agua, en los animales; incluso la Tierra tiene Pneuma.”

Nathan tenía una expresión de amargura en el rostro. “Está bien, entiendo,” dijo. “Pero ¿podrías responder la pregunta sin ser condescendiente?”

Malick bajó la voz. De repente, tenía una expresión seria en su rostro. “Lo que acabas de hacer se llama Pneuma Novo,” dijo. “Y tener la habilidad de manipular tu Pneuma es un regalo raro, y no debe tomarse a la ligera.”

Nathan se sentó junto a él.

“La manipulación de la energía espiritual puede tomar muchas formas,” continuó Malick. “Y tú solo acabas de lograr una de ellas.”

“¿Qué quieres decir?”

“Cuanto utilizaste Pneuma para golpear la lata de refresco, manipulaste tu energía espiritual para formar un proyectil de energía; algo así como un arma.”

Nathan parecía impaciente. “¿Y por qué yo? ¿Por qué puedo hacer estas cosas?”

“No lo sé. Por lo general es hereditario,” dijo. “¿Estás seguro de que nadie en tu familia es parte de La Orden?”

Nathan hizo una pausa. “No que yo sepa,” dijo. “Somos solo mi abuelo y yo.”

“¿Qué hay de tus padres?” Preguntó Malick. “¿Tu madre o tu padre?”

La expresión en el rostro de Nathan se suavizó. “No lo sé,” dijo. “Por lo menos, yo no lo creo. Mis padres murieron poco después de que nací.”

Malick se quedó en silencio mientras miraba hacia el lago.

“Entonces, ¿qué tiene que ver todo esto contigo?” Interrumpió Nathan. “¿Por qué te amenazó Argus?”

Malick tenía una expresión seria en su rostro. “Mira,” dijo, “no deberías preocuparte por mí. Hay fuerzas oscuras y poderosas allá afuera en busca de personas como tú y yo.”

Los ojos de Nathan se agrandaron y su boca se abrió. “¿Tú y yo?” Preguntó. “¿Fuerzas oscuras y poderosas? ¿De qué estás hablando?” Frotaba nerviosamente la parte posterior de su cuello. “¿Estás hablando de La Orden? ¿Qué quieren de mí?”

Malick tenía un tono tenso. “Como he dicho antes, todo lo que necesitas saber es que debes dejar de utilizar tus poderes. Cuanto menos sepas, mejor, Nathan.” La expresión de Malick se tranquilizó y trató de calmarlo. “Solo sé discreto y no utilices tus poderes,” dijo. “Si no los usas, no tendrás nada de qué preocuparte.”

Se puso de pie y se acercó a la carretilla que Argus había dejado. Nathan miró cómo Malick llenaba las hogueras.

¿Fuerzas oscuras y poderosas? Pensó Nathan. Su mente se empezó a inundar con imágenes del cementerio Grimm, la espada plateada, Lafonda.

“¡Espera!” Exclamó, saltando para ponerse de pie.

Malick dio un brinco, dejando caer bruscamente la madera de nuevo en la carretilla. Sus cejas se arquearon mientras giraba lentamente para mirar a Nathan.

“¿Qué sabes acerca de los sueños?” Preguntó Nathan, sonando casi sin aliento. “¿Puede la Pneuma ser utilizada para ver el futuro?”

Malick hizo una pausa, pero luego continuó llenando las hogueras. “Sí,” respondió lentamente. “Supongo que me preguntas porque estás teniendo sueños que se vuelven realidad.”

“¡Bueno, sí!”

Malick parecía sorprendido. “Estoy impresionado,” dijo. “Tu lista de habilidades comienza a acumularse, y estás aprendiendo acerca de ellas por tu cuenta.”

Una mirada de tristeza se apoderó del rostro de Nathan. “Bueno, no ha sido tan genial hasta ahora,” dijo encogiéndose de hombros. “Y yo no diría que ser diferente es necesariamente algo bueno.”

Malick sonrió. “Utilizar la Pneuma para ver el pasado o el futuro a través de sueños o premoniciones es otra forma de manipular el espíritu, o Pneuma Novo,” dijo. “No es tan común como algunas de las otras formas de manipulación del espíritu, pero también es una de ellas. Muchos Caminantes de Sueños tienen dificultades para dominarlo.”

“¿Caminantes de Sueños?”

“Sí,” dijo asintiendo. “Algunas culturas, incluyendo a los indios Cahokia, se referían afectuosamente a los que podían ver el pasado o el futuro como Caminantes de Sueños, y me imagino que esa manera de llamarlos prevaleció.”

Nathan se inclinó para ayudar a Malick a llenar la carretilla con más madera de los contenedores más pequeños que estaban alrededor de la orilla del lago.

“¿Por qué es tan difícil de controlarlo?” Preguntó Nathan.

“El control de la energía espiritual para ver el pasado o el futuro es difícil de lograr,” dijo Malick con un encogimiento de hombros. “Y muchos Caminantes de Sueños nunca logran dominarlo.”

Nathan se quedó inmóvil por un momento antes de torcer el labio y asentir con la cabeza. “Por lo tanto, creo que es seguro asumir que tú también puedes hacer Pneuma Novo.”

Malick sonrió. “Sí,” dijo. “Supongo que sí.” De repente se puso serio de nuevo. “Pero tienes que prometer que mantendrás esto en secreto,” dijo. “No está bien decirle a la gente acerca de tu habilidad, como ya te dije.”

“Lo sé,” interrumpió Nathan mientras ponía los ojos en blanco. “Fuerzas oscuras y poderosas.”

Malick asintió fervientemente. “¡Sí!” Exclamó.

Nathan ayudó a Malick a apilar madera en las hogueras, hasta que se astilló la mano. “Entonces,” dijo, tratando de quitar la astilla sin colocar sus dedos sucios en la boca. “¿Todos aquellos que pueden hacer Pneuma Novo pueden liberar energía como un arma? ¿O tener visiones?”

“No. En su mayor parte, tu habilidad o las formas que puede tomar la energía son innatas. Es raro que alguien pueda aprender una nueva habilidad que no fue hereditaria.”

“Así que básicamente las maneras en las que puedes realizar Pneuma Novo o las diferentes formas en las que puedes manipular la energía espiritual están determinadas por tus padres.”

Malick sonrió. “O por los padres de tus padres. Pneuma Novo puede saltarse una generación. El hecho de que tú puedas Caminar en Sueños no quiere decir que uno de tus padres podía hacer; pudo haber sido un tátara-tátara-abuelo, o tu abuela.”

Las cejas de Nathan se levantaron. “Entonces, ¿cuándo me dirás qué es lo que puedes hacer tú?” Nathan se rió e hizo un gesto de comillas con sus dedos en el aire. “Y no me vengas con que 'es complicado' o 'es peligroso' o algo así.”

Malick sonrió y luego se echó a reír. “Haré algo mejor que eso: te lo mostraré. Pero primero...” metió la mano en su camisa y sacó una cadena de plata; un colgante brillante plateado colgaba de ella. “Es una punta de flecha,” dijo Malick, cuidadosamente examinándola con su mano. “Está encantada con oraciones y cosas así para mantener mis poderes en secreto, pero aun así tengo que tener cuidado de no ser visto en público; me mantiene escondido de –”

“De las fuerzas oscuras y poderosas,” interrumpió Nathan. Levantó una ceja en señal de protesta. “Lo cual no me has contado aún, por cierto,” dijo sarcásticamente.

Malick sonrió, y de repente se puso serio. Levantó su mano y echó la mirada sobre la superficie del lago. Una luz azul empezó a brillar en su mano. Luego, salió disparada de su mano como un cohete, estrellándose en el medio del lago. Una enorme cantidad de agua fue violentamente arrojada al aire, solo para regresar lentamente a la Tierra.

Nathan miró hacia el cielo. Gotas de agua cayeron sobre sus hombros y su rostro, refrescándolo. “Necesitaba eso,” dijo con una sonrisa.

“Sé a lo que te refieres,” respondió Malick con entusiasmo. “He querido hacer eso desde la primera hoguera. Este verano me está matando, ¡y esa es una manera sencilla para refrescarse!” Él continuó llenando las hogueras. “Solo mantén tus poderes en secreto por ahora, y yo buscaré algo para esconder tus poderes.”

“¡Pero espera!” Exclamó Nathan. “¡Hay más!”

Malick se enderezó y frotó su espalda baja. “¿No puede esperar?” Preguntó. “Se está haciendo realmente tarde, y ni siquiera hemos encendido las hogueras.”

En la frente de Nathan aparecieron arrugas por fruncir el ceño de nuevo. “Se trata de Lafonda,” dijo.

“No te preocupes,” interrumpió Malick. “Podrás decirle todo acerca de tus habilidades con el tiempo.”

“No,” dijo Nathan, “no es eso.” La mirada de Nathan parecía cansada. “Tiene que ver con mis sueños, ¡y realmente no sé qué hacer al respecto!”

“¿Recuerdas lo que dije el otro día?” Preguntó Malick. “¿Acerca de vivir el presente y no en el futuro?”

Nathan asintió de mala gana. “Sí, pero –”

“Bueno, en este caso también aplica. No se puede vivir en el futuro, Nathan.”

“¡No!” Exclamó Nathan. “¡Esto es grave y necesito tu ayuda!” Sus manos temblaban. “En mi sueño Lafonda murió, y no me refiero a que lo vi desde lejos, ¡murió en mis brazos!”

Malick se quedó en silencio. Su mirada estaba en blanco, pero había un dejo de tristeza en sus ojos.

“Mira Nathan,” dijo, poniendo una mano sobre su hombro. “Sé que esto será difícil de escuchar, pero no se puede prevenir el futuro. Tienes que vivir para el ahora. Además, los sueños o premoniciones nunca son certeras; se basan en las elecciones actuales de las personas, y ellas pueden cambiar de parecer todos los días.”

“Pero, ¿qué hay de Lafonda?” Nathan protestó. “¿Me estás diciendo que simplemente la deje morir?”

Malick bajó la mirada. “Lo único que he aprendido viviendo en nuestro mundo y con nuestras habilidades, es que tienes que vivir en el presente, Nathan,” dijo. “No en el pasado ni en algún futuro posible. Tienes que escribir tu propio destino, vivir tu propia realidad – no lo que la gente, el pasado, o el futuro digan que debe ser.”

Nathan parecía estar frenético. “¡Tiene que haber algo que pueda hacer!” Suplicó.

“Lo siento, Nathan. Lo mejor que puedes hacer es no dejar que el miedo al futuro dicte tus elecciones. Vive el presente y que la vida siga su curso natural, independientemente de lo que piensas que ya sabes.”

“Pero –”

Malick lo interrumpió rápidamente. “Lo que hagas el día de hoy o lo que Lafonda decida hacer, determinará el futuro, no es solo una premonición o un sueño.”

Nathan se quedó con los brazos cruzados mientras veía a Malick con el líquido encendedor en sus manos.

Ocasionalmente Malick levantaba la mirada, y Nathan volvía la suya hacia otro lado.

¿Lo mejor que puedo hacer es hacer nada? Pensó Nathan. ¿Cómo es que no puedo hacer nada y dejar que Lafonda muera? ¿Cuál es el punto de las premoniciones y los sueños proféticos si no se puede hacer nada al respecto?

Nathan limpió el agua de su oreja. Tenía el cabello todavía húmedo por las gotas de agua. Se dio vuelta para mirar a Malick, esta vez observó sus manos. Vió cómo Malick seguía teniendo dificultades para encender la hoguera con el líquido encendedor y las cerillas.

“Hace una semanas, eras un experto,” dijo Nathan riendo.

Malick sonrió. “Bueno, eso fue hace una semana,” dijo, dándole la botella a Nathan.

Nathan sonrió nerviosamente. Echó un vistazo a las manos de Malick de nuevo. Recordó con cuánto control pudo lanzar la bola de energía hacia el lago. Nathan se quedó mirando la botella de líquido encendedor en sus manos.

“¿Y qué hay del fuego?” Espetó Nathan.

“Sí,” dijo Malick riendo entre dientes. “Pensé que ese era nuestro objetivo aquí.”

“¡No, no me refiero a eso!” Dijo Nathan con frustración. “¿El fuego también es una habilidad de Pneuma Novo?”

Los ojos de Malick cuidadosamente estudiaron el rostro de Nathan. “Esa es una pregunta interesante,” dijo. “¿Por qué lo preguntas?”

Nathan vaciló. “En mi sueño,” dijo, “después de que Lafonda murió... sucedió algo más.”

Malick lo observó con curiosidad. “¿Qué?”

“En mi sueño,” dijo Nathan, “una llama azul salió de mi mano, y estoy seguro de que no fue solo un sueño, porque cuando desperté, mi cama estaba en llamas.”

Malick tenía la mirada en blanco. Lentamente se sentó de nuevo sobre uno de los troncos. “¿Estás diciendo que encendiste tu cama en llamas con una caja de cerillos?”

Nathan puso los ojos en blanco. “¡No!” Dijo protestando.

Malick siguió mirándolo con escepticismo.

“Admito que no estaba seguro en un comienzo, pero sé que el fuego provino de mi mano,” dijo Nathan.

“Tal vez no recuerdas haberla encendido con las cerillos,” dijo Malick.

“¡El fuego era azul!”

Malick bajó la cabeza. “Esto no puede ser verdad,” dijo en voz baja. “Quiero decir, ¿cuáles son las probabilidades? ¡Esto tiene que ser casi imposible!” Observó el rostro inquisitivo de Nathan. “Pero si lo que dices es cierto...” Se sentó y se quedó contemplando un momento. Después, suavemente mordió su labio antes de dar abruptamente un salto. “¡Esto se pone cada vez peor!” Se quejó.

“¿Qué?” Preguntó Nathan ansiosamente. “¿Qué es? Quiero decir, ¿por qué es imposible?”

Malick negó con la cabeza. Parecía un poco sombrío. “Le estás agregando mucho a tu caja de habilidades,” dijo él.

“Entonces, ¿el fuego es una forma de Pneuma Novo?” Preguntó Nathan.

“Sí,” respondió Malick. “No solo es una forma de Pneuma Novo, sino es la más rara que existe.” Malick comenzó a pasearse alrededor de la hoguera. “Solo se ha conocido a una persona capaz de manipular su Pneuma para hacer fuego, Nathan,” dijo. “Y la historia de esa persona suena más parecida a algo que se contaría alrededor de una fogata, o que se leería en un cuento de hadas.”

“Entonces, ¿qué significa esto? ¿Estoy en peligro?”

Malick fingió una risa. “¿Más que en el que ya estás?”

Nathan no pareció divertido por su comentario.

Malick asintió lentamente. “Sí,” dijo, “corres más peligro que lo que primero creí.”

Nathan se quedó en silencio. Su mente estaba acelerada y se sintió abrumado. Él no sabía por dónde empezar, o qué hacer. Primero Leah estaba en peligro, y luego sus amigos, y ahora él también.

“¿Has utilizado tu habilidad desde tu sueño?” Preguntó Malick.

“No,” respondió Nathan lentamente. Hizo una pausa. “Pero, bueno – técnicamente, sí.”

Malick parecía confundido. “¿Te refieres a hoy, cuando lanzaste una bola de energía para golpear el contenedor de madera?”

“Sí, pero no exactamente eso,” dijo Nathan. “El otro día utilicé mi habilidad para lanzar una bola de energía para protegernos a Jonás y a mí de unas criaturas.”

Malick frunció los labios. “¿Criaturas pequeñas, negras y grises peludas, con colmillos afilados que cortan como hormigas de fuego en un día de campo?”

Nathan asintió. “Sí.”

Malick comenzó a pasearse de un lado a otro de nuevo. “Esto se pone cada vez mejor,” respondió con sarcasmo. “Sabes,” le dijo, “siéntete con la libertad de dejar de hablar en cualquier momento.”

“¡Lo siento!” Se disculpó Nathan. “Pero, ¿qué significa todo esto?”

Malick hizo una pausa para limpiar el sudor de su frente. “Vaya, esto es intenso,” dijo. “¿Y Jonás está involucrado en esto también?” Se quedó mirando fijamente por un momento antes de lentamente pasar sus manos por su cabello. “Bueno, se puede suponer con bastante seguridad que saben quién eres, si están enviando Criaturas de la Sombra por ti.”

“¿Criaturas de la Sombra?” Preguntó Nathan.

“Sí. Se llaman Criaturas de la Sombra porque normalmente están cubiertas de sombra.” Malick tenía una mirada desagradable en su rostro. “Las lindas criaturas pequeñas, negras y grises, peludas y con afiladas garras y dientes se llaman Necrocritters.”

“Eso explica cómo pueden estar aquí en un instante y desaparecer al siguiente,” respondió Nathan.

“Sí,” dijo Malick. “Cuando están cubiertas de sombra es muy difícil defenderte de ellas porque son muy difíciles de ver.”

Nathan asintió. “Pero, ¿sabes qué?” Dijo. “Yo no creo que me estuvieran buscandoí.”

La frente de Malick se arrugó. “¿Qué quieres decir?” Preguntó.

“No creo para nada que me buscaran a mí. Creo que buscaban a Jonás.”

“¿A Jonás?” Preguntó Malick con incredulidad. “¿Por qué buscarían a Jonás?”

“La semana pasada,” dijo Nathan, “en la noche de la hoguera, desperté y encontré a Jonás en un trance, y cuando lo seguí,” Nathan hizo una pausa para acercarse a Malick, “de alguna manera él creó una puerta hacia algún tipo de dimensión paralela. No sé cómo describirlo de otra forma. Era como una versión en blanco y negro de nuestro mundo, pero con otras personas. Sé que he estado antes allí, en mis sueños de Leah y en mi sueño en el cementerio Grimm. Es como si todo allí estuviera congelado.”

“Espera,” dijo Malick. “¿Quién es Leah? ¿Es otra persona en el campamento?”

“No,” dijo Nathan. “Es una larga historia, pero creo que Leah estaba siendo atacada por las mismas Criaturas de la Sombra.”

Malick parecía confundida de nuevo. “¿Y ella cómo llegó al Reino Espiritual?”

“¿El Reino Espiritual?” Preguntó Nathan.

“El Reino Espiritual, o El Lugar de En Medio,” dijo Malick. “Si Leah fue atacada por las mismas Criaturas de la Sombra, tenía que haber estado en el Reino Espiritual.”

“¿Por qué es eso?” Preguntó Nathan.

“Algunas Criaturas de la Sombra son sensibles a la luz natural, y tienen miedo a cruzar a nuestro reino,” explicó Malick. “Confía en mí, si Leah fue atacada por los Necrocritters, ella no estaba aquí.”

Nathan se quedó en silencio mientras Malick intentaba avivar el fuego de la hoguera que Nathan había encendido.

“Ha pasado ya una semana desde que los viste, ¿cierto?” Preguntó Malick.

Nathan asintió.

“Y tu amiga Leah, ella está bien, y también Jonás y Lafonda, ¿cierto?” Preguntó.

Nathan asintió de nuevo. “Sí.”

“Entonces, parece que por ahora están a salvo,” dijo Malick. “Y debemos concentrarnos en encontrar una manera de ocultar tus poderes.”

“Pero, ¿por qué?” Preguntó Nathan. “Dijiste que mientras no los utilice, debería estar a salvo.”

Malick hizo una pausa. “Sí, no serán capaces de detectarte si no utilizas tus poderes. Sin embargo, esto no funcionará si te ves obligado a utilizar tus poderes para protegerte,” dijo él. “Tampoco será útil si los utilizas inconscientemente en tus sueños,” dijo Malick riendo entre dientes. “Supongo que es solo otro reto de ser un Caminante de Sueños.”

Nathan negó con la cabeza. “Ni que lo digas,” dijo. “Esto se está volviendo más como una maldición. Tener la habilidad de ver el futuro suena bien, pero no ha sido útil para mí.” Miró hacia sus manos de nuevo antes de fijar su mirada en el fuego. “Y para colmo, probablemente hará que me maten.”

“Ya se nos ocurrirá algo,” dijo Malick. “Asegúrate de que Jonás tampoco utilice su habilidad.”

“Eso no debería ser un problema, porque no creo que ni siquiera sepa cómo usarla.”

Malick dejó escapar una ligera risa. “Bueno,” dijo.

“Pero espera,” dijo Nathan. “Si todo este tiempo supiste del Lugar de En Medio, y de los Símbolos Cahokia, ¿por qué querías convencer a Jonathan de que nada de eso era real?”

Malick frunció el ceño. “Porque Jonathan no sabe en lo que se está metiendo,” dijo fríamente. “Y cuanto menos sepan él y todo el mundo, mejor.” Su tono de voz de repente se suavizó. “Por su bien, es mejor que sepa lo menos posible. Saber estas cosas cambia tu vida, Nathan. He visto cómo destruye a la gente.”

“¿Cómo? ¿A qué te refieres?”

Malick parecía compasivo. “Algunas personas entran en pánico y se vuelven solitarias después de enterarse del mundo que está más allá de su alcance. Otros se obsesionan,” dijo. “Se obsesionan por saber más para convertirse en parte de algo nuevo, y cuando lo hacen, o bien desaparecen, los matan o se vuelven parte de los muertos vivientes.”

“Bueno, parece que yo no tengo elección,” dijo Nathan.

Malick se puso de rodillas y respiró profundo. Lentamente sopló aire en la madera encendida y el humo para avivar las flamas de la última hoguera. “Esto es realmente extraño,” dijo. “Tanto tú como Jonás pueden hacer Pneuma Novo, pero ninguna de sus familias son parte de La Orden. Me pregunto qué más sucederá en este campamento.”

17

HÉROES

Nathan estaba sentado en silencio en el pequeño laboratorio de computación en el sótano de Lawrence Hall. No le gustaba estar encerrado en su blanca habitación cuadrada mientras los estudiantes trabajaban en sus proyectos finales de liderazgo. Deseó que LaDonda hubiera programado el laboratorio de computación en el salón mucho más grande de al lado, en Fisher Hall. El laboratorio de computación de Fisher Hall estaba en el primer piso y tenía una bonita vista del exterior.

Nathan se quedó mirando fijamente a la pantalla negra del ordenador. Por encima del suave zumbido del aire acondicionado y de los sonidos de clic de los teclados, su mente divagaba. En ocasiones, sus pensamientos fueron interrumpidos por las conversaciones sobre el fin del campamento y la ceremonia de clausura y el banquete del sábado. Habían estado en el campamento durante tres semanas, y la mayoría de los estudiantes estaban tristes por dejar a sus nuevos amigos. Pero aun así, en su mayor parte, todos estaban emocionados de finalmente volver a ver a sus familias y a sus seres queridos. Nathan estaba emocionado también. Había transcurrido una semana completa sin un ataque de las Criaturas de la Sombra, y sus sueños no habían experimentado ningún peligro inminente. De hecho, la mayor parte de sus sueños había sido acerca de comida. En su sueño más reciente, sin importar cuánto comía, su plato se rellenaba automáticamente con una alta pila de su comida favorita: panqueques de pagana.

Nathan también se sentía aliviado. Él había seguido el consejo de Malick y había dejado de utilizar sus poderes, y sabía que pronto el Campamento de Liderazgo habría terminado. Todos los días desde su primer sueño sobre Leah y desde el sueño en el cementerio Grimm, se había sentido responsable por Leah, Lafonda y Jonás.

Él tenía una abrumadora sensación de responsabilidad de ayudar a Leah y de mantener a sus amigos a salvo, pero Leah estaba ahora de vuelta en casa, y pronto Jonás lo estaría, también; y él y Lafonda estarían de vuelta en la Mansión Devaro. Nathan no podía esperar a que todo esto terminara. De hecho, frecuentemente se sorprendía a sí mismo soñando con estar sentado fuera de la piscina detrás de la Mansión Devaro.

Solo unos días más.

No quería pensar en otra cosa que no fuera en lo que iba a hacer durante el resto del verano, pero su estómago seguía torciéndose en nudos. Trató de no pensar en todas las preguntas sin respuesta que le atormentaban después de haber sido descubierto por Malick.

Nathan se reclinó en su silla y suspiró. Tenía tantas preguntas sin respuestas. ¿Y cuánto tiempo esperaba Malick que se mantuviera en secreto?

Nathan golpeteó el apoyabrazos de la silla con los dedos. “¿Quién es el hermano de Argus?” Se preguntó. “¿Y por qué Argus amenazó a Malick?” Inclinó la cabeza a un lado mientras una gran cantidad de preguntas siguieron desbordando su mente. “¿Qué quiso decir con 'no intentes nada'? ¿Qué temía que fuera a hacer Malick?”

Un par de estudiantes estaban conversando, intercambiando números telefónicos, y Nathan intentó ignorarlos. ¿Quiénes son estas fuerzas oscuras y terribles? Reflexionó.

Recordó lo firme que había sido Malick al decirle que se mantuviera él mismo y a los demás en secreto. ¿Era realmente por nuestra seguridad? Pensó. ¿Y por qué Malick sabe tanto acerca de las Criaturas de la Sombra, y de La Orden?

Nathan se enderezó en su silla. Vio su reflejo en la pantalla oscura del ordenador. Hizo una pausa por un momento, deteniendo su tamborileo sobre el apoyabrazos, y luego decidió encender el ordenador. “Criaturas de la Sombra,” murmuró.

La oscura pantalla se encendió e hizo clic en el navegador web para poner utilizar el buscador. Nathan escribió Criaturas de la Sombra y pulsó enter. “Criaturas de la Sombra,” leyó. “También conocidas como Hombres de Sombra, Fantasmas de Sombra o Gente de Sombra.” Levantó las cejas y resopló, examinando las marcas de las garras todavía visibles en sus zapatos. “Yo sé una cosa,” se dijo a sí mismo, “estos rasguños no fueron hechos por fantasmas, o por personas.”

Se inclinó hacia la pantalla e hizo clic en otro sitio web. “Entidades paranormales,” leyó, “que son vistas sobre todo con la visión periférica.” Se rió entre dientes. “Suenan como Necrocritters, para mí.”

Se dio vuelta para ver si alguien lo estaba observando o escuchando. Hugo y Andy habían levantado la mirada, pero enterraron de nuevo sus cabezas en sus computadoras. Dos estudiantes cercanos estaban charlando sobre el envío de solicitudes de amistad a través de una red social y le no estaban prestando atención.

“Veamos,” dijo Nathan. Escribió la palabra Necrocritters. “Supongo que así es como se deletrea,” dijo en voz baja. Los resultados de búsqueda no arrojaron ningún resultado con esa palabra, sino solo palabras alternativas que él estaba bastante seguro de que estaban fuera de lugar.

Escribió las frases Espacio en el Medio y Pneuma Novo y el buscador arrojó varios resultados, pero nada relevante para lo que estaba buscando. Luego intentó con las palabras Caminante de Sueños, y el buscador lo llevó a un sitio web que los describía como una persona que navegaba a través de los sueños para entender a los demás, para guiarles y enseñarles.

“No estoy seguro de eso,” se dijo a sí mismo. “No entiendo la mitad de lo que me ha sucedido, y lo poco que sé es por Malick. ¿Cómo diablos sería capaz de guiar o enseñar a alguien?”

Se tomó un momento para estirar su cuello y luego la espalda, y luego buscó las palabras Reino Espiritual y obtuvo 30,000,000 resultados. El primer sitio web en el que hizo clic relacionaba el Reino Espiritual con el reino de los Ángeles, el cual era similar a lo que Jonathan había contado acerca de Los Caídos durante la primera hoguera.

“Espera,” dijo él, “¿son reales también?” Nathan recordó que Malick dijo algo acerca de que Los Caídos eran solo un mito, pero considerando el “complejo de héroe” de Malick y su deseo de ocultar cosas para proteger a la gente, decidió buscarlo de todos modos.

Los resultados de la búsqueda de Los Caídos no arrojaron nada nuevo acerca de la leyenda Cahokia, pero encontró un sitio web que hablaba de Nephilim, el descendiente de los Ángeles caídos con seres humanos, pero nada específico acerca de que Los Caídos fueran ángeles caídos.

Bostezó e intentó ver qué pasaría si buscaba la frase Fuerzas Oscuras y Poderosas, pero resultó en una lista de sitios web que trataban más acerca de Star Wars que de otra cosa.

Nathan estaba frustrado. Tenía la esperanza de que buscando en internet encontraría respuestas. Por diversión, buscó con las palabras Capuchas Negras, Capuchas Rojas e incluso con Capuchas Oscuras, pero muy a su pesar, solo encontró imágenes de capas y varios enlaces a sitios web donde podía comprarlas.

Nathan respiró profundamente y suspiró. Decidió que su mejor opción para encontrar respuestas era Malick, pero estaba seguro de que no lograría conseguir nada de él. Tal vez Argus podría ayudarlo, pero Nathan estaba casi seguro de que si Malick no le decía nada, entonces Argus tampoco lo haría, sobre todo si él era parte de La Orden. “La Orden,” dijo en voz alta.

Nathan miró a su alrededor para ver si alguien lo había escuchado. Hugo y Andy habían levantado la mirada de nuevo, y Eva Marie Evans, que caminaba junto a él en ese momento, siguió caminando y se sentó en su lugar.

Nathan escribió las palabras La Orden y presionó enter. El buscador encontró más de 520,000,000 de resultados relevantes. Echó un vistazo a las primeras páginas y rápidamente leyó las descripciones, pero ninguna de ellas realmente parecía encajar. Casi se dio por vencido, pero encontró un enlace a un artículo escrito por el Dr. C.W. Colvers, titulado Hermandades, Sociedades Secretas y Organizaciones Secretas Financiadas por el Gobierno. En el artículo, La Orden era mencionada en una lista de cerca de 200 organizaciones secretas, justo entre La Orden Secreta del Trono y La Orden de la Esfinge.

Nathan se echó a reír. “La Orden de la Esfinge,” dijo. “¿No es eso como en el libro de Harry Potter?” De nuevo echó un vistazo a la larga lista de organizaciones. “¿Este tipo habla en serio? Esas son demasiadas organizaciones supuestamente secretas.” Suspiró. “Bueno, esto es lo mejor que tengo. Tal vez este tipo sabe algo.” Escribió Dr. C.W. Colvers en el buscador, y aparecieron un montón de artículos. Por lo que Nathan pudo observar, la mayoría eran auto-publicaciones en el boletín en línea de Colvers, llamado “Ahora Es el Momento de Saber.”

“¿Es en serio?” Murmuró. “Eso no suena muy creíble.” Nathan torció el labio en derrota, se reclinó en su silla, y golpeó los dedos con un patrón rítmico en el apoyabrazos de su silla. “No quiero perder el tiempo tratando de encontrar a este tipo solo para escucharle divagar sobre teorías de conspiración,” se dijo a sí mismo. “Tiene que haber otra manera de comprobar a este tipo sin que tenga que leer un montón de sus artículos o que llamarlo.”

Ahora podía escuchar el sonido de voces masculinas y femeninas conocidas detrás de él. Sonaba como si hubiera una discusión sobre si había o no tiempo suficiente para revisar la investigación. El rostro de Nathan se iluminó. “Jonathan,” dijo. Se dio vuelta y vio a Erin Rosales y a Jonathan Black en la puerta al laboratorio de computación.

“No tomará mucho tiempo,” dijo Jonathan. “Sólo quiero revisar unos cuantos sitios web y mi correo electrónico.”

“Solo, lo que sea,” dijo ella, agitando su mano. “Solo alcánzanos en el laboratorio de computación de Fisher Hall.”

“¡Gracias, Erin!” Respondió Jonathan felizmente.

“¿Tienes que estar tan feliz por eso?” Preguntó ella burlonamente.

Jonathan hizo una pausa, aseguró su mochila sobre su hombro y sonrió.

Erin levantó las cejas. “Estoy tan agradecida de que esto ya casi termina,” murmuró mientras se alejaba.

Nathan saltó a sus pies. Quería alcanzar a Jonathan antes de que pasara. Rápidamente se inclinó sobre su silla y miró la pantalla de su ordenador para ver si el artículo y el boletín de noticias de Colvers aún estaban abiertos. “Está bien,” dijo, “ahora solo necesito que Jonathan eche un vistazo a esto, sin que tenga que explicarle por qué.”

“¿Y a dónde vas?” Preguntó Lafonda.

Nathan se sorprendió al encontrar a Lafonda de pie frente a él. Ellos no habían hablado desde el día en que Malick, Jonás y él habían escapado a casa de Jonás. Podía darse cuenta por la expresión del rostro de ella que aún estaba molesta. También podía ver que estaba perdiendo su oportunidad de detener a Jonathan.

Por costumbre, revisó si ella aún llevaba sus zapatillas blancas. Todavía las llevaba.

“Eh, hola a ti también Lafonda,” dijo sonriendo.

Lafonda lo miró molesta. “En caso de que estuvieras pensando salir,” dijo, “no debemos salir de aquí hasta dentro de unas cuantas horas.”

Nathan miró a Jonathan mientras se acercaba a ellos.

“No me iré, Lafonda,” dijo. Sonrió sarcásticamente y luego pasó a un lado de ella. “Hola, Jonathan,” dijo.

Jonathan se detuvo abruptamente. Fue como si hubiera estado sorprendido de verlos. Sus ojos estaban muy abiertos y parecían irritados, como si se los hubiera estado frotando.

“Hola, Nathan,” dijo, “y Lafonda.”

Lafonda se quedó allí parada con la cabeza inclinada hacia un lado y cruzó los brazos. “Hola, Jonathan,” dijo. “¿No deberías estar en el otro laboratorio de computación?”

Jonathan vaciló. “Eh, sí,” dijo, “iré para allá después de esto.”

Lafonda lanzó un largo mechón de su oscuro cabello por encima de su hombro. “¿Y por qué no puedes usar el otro laboratorio?” Preguntó.

Jonathan estornudó y luego hizo una pausa para acomodar sus gafas de montura cuadrada.

“Salud,” dijo Nathan, mirando a Jonathan sospechosamente. “¿Tienes un resfriado o algo así?”

“No,” respondió Jonathan. “Es alergia.”

Nathan lo seguía mirando con suspicacia. “Oh.”

Jonathan frunció los labios. “Necesito usar este laboratorio porque anoche convencí al tipo de informática que me permitiera descargar un archivo grande de un colega mío de Londres,” dijo. Levantó el delgado dispositivo negro que tenía en su mano. “No tengo un dispositivo de almacenamiento lo suficientemente grande para extraerlo de la computadora. El tipo de informática fue muy amable al mostrarme cómo guardarlo en el servidor público Lawrence Hall.”

Lafonda se hizo a un lado para que Jonathan pudiera pasar.

“¡Espera!” Espetó Nathan.

Jonathan dio un salto, parecía sorprendido.

Tanto Lafonda como Jonathan esperaban una explicación. “Lo que quise decir,” dijo Nathan, “es que puedes utilizar mi computadora.”

Jonathan parecía perplejo. “Pero puedo utilizar cualquier otra computadora. Mira, hay un montón libres.”

“Sí. ¿Cuál es el problema?” Preguntó Lafonda. “¿Estás tratando de irte, o algo así?”

Nathan le dio a Lafonda una mirada de desaprobación. “No,” dijo. Tomó la mochila de Jonathan de su hombro y la colocó al lado del ordenador.

Jonathan parecía confundido, pero opuso poca resistencia. “Siéntate Jonathan,” dijo Nathan. Jonathan se sentó y acomodó la silla acercándola a la computadora. Hizo una pausa y luego se inclinó hacia la pantalla. Nathan podía ver que estaba leyendo el artículo.

“¿Ves algo interesante?” Dijo Nathan. “¿Es un verdadero doctor? Quiero decir, ¿parece de fiar?”

“¿Verdadero doctor?” Preguntó Lafonda sospechosamente.

Jonathan tartamudeó, “Y-yo no lo sé. ¿Hay alguna razón por la que estés leyendo esto?”

Tanto Jonathan como Lafonda se quedaron mirando a Nathan, esperando una respuesta. Nathan podía oír a Malick en su mente, advirtiéndole que mantuviera todo en secreto.

“Oh, lo encontré por casualidad,” dijo. “Pensé que era interesante, su investigación sobre las sociedades secretas y esas cosas. El boletín dice que él tiene un doctorado. ¿Crees que él sea un profesor en una universidad o algo así?” Hizo una pausa. “Ah, y si ayuda, también encontré que tiene varios videos en YouTube.”

Jonathan volvió a vacilar. “Yo-yo no sé,” dijo. “No creo que pueda ayudarte.”

Lafonda y Nathan parecían sorprendidos por la respuesta de Jonathan.

“Déjame ver,” dijo ella. “Tal vez yo pueda ayudar.”

“¡No!” Gritaron Nathan y Jonathan al unísono.

Jonathan cerró la ventana del navegador y procedió a colocar su dispositivo de almacenamiento en la unidad USB. “Disculpen,” dijo, “pero le prometí a Erin que no tardaría.”

Nathan parecía confundido, se preguntó por qué Jonathan no quería que Lafonda viera el artículo.

Lafonda puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. “En fin,” dijo. “¿Están listos para el banquete del sábado?”

Jonathan continuó copiando el archivo a su unidad desde el servidor público.

“Hola. ¿Nathan?” Dijo Lafonda, obviamente molesta. Nathan se sobresaltó ligeramente. Había estado tan absorto en lo que Jonathan estaba haciendo que se olvidó de responderle.

“Oh – eh, lo siento,” balbuceó. Hizo una pausa para rascar su cabeza. “Sí, estoy definitivamente listo.”

Lafonda puso los ojos en blanco de nuevo. “Lo más probable es que no me veas el viernes, porque me iré temprano para conducir a San Luis para recoger a Leah.”

Nathan sonrió. Él estaba emocionado por finalmente poder conocer a Leah, pero estaba aún más entusiasmado con el cierre del campamento. Sentía que una vez que el campamento terminara, las cosas volverían a la normalidad.

“Y no te preocupes por las chicas,” dijo ella. “LaDonda me cubrirá, y lo más probable es que ni siquiera haya noche de hoguera el viernes, porque se supone que ese día lloverá.”

“¡Yuju!” Gritó Nathan. “¡No más hogueras!”

Lafonda se rió ligeramente, pero luego frunció los labios. “No te emociones demasiado,” dijo ella. “Dije que se supone que lloverá; no dije que fuera seguro.”

“Pero espera,” dijo. “¿Qué hay de los fuegos artificiales del sábado?”

“Hay una posibilidad de que llueva el sábado también,” dijo. “Pero creo que solo trasladaríamos el banquete al interior.”

Nathan miró de reojo a Jonathan. Su archivo estaba casi completamente descargado. Nathan estiró su cuello para ver si podía leer el nombre del archivo.

“Entonces, ¿cómo ha estado tu amigo en estos días?” Lafonda preguntó en un tono sarcástico.

“¿Mi amigo? ¿Quién? ¿Jonás?”

Al escuchar a Nathan decir su nombre, Jonás levantó la mirada y sonrió. Estaba sentado junto a Christina Williams.

“Él está bien,” dijo Nathan.

Lafonda sonrió. “Me refería a tu amigo Malick.”

Nathan se sonrojó cuando se dio cuenta de que ella hablaba en serio. Él difícilmente consideraba a Malick su amigo. “Ja-ja, muy graciosa,” dijo él. “¿Y cómo está tu amiga?”

La frente de Lafonda se arrugó. “¿Mi amiga?” Preguntó.

“Ya sabes,” bromeó él, “Leah.”

Lafonda fijó su mirada en Nathan y luego echó su cabello hacia atrás. “Ella está bien,” respondió con confianza. “De hecho, recibí un mensaje de texto de ella esta mañana.”

Nathan asintió. “Está bien,” dijo. “Eso es bueno, pero no te molestes en preguntar de nuevo por Malick, porque no tengo una respuesta.”

Lafonda sonrió. “Leah dijo que ansiaba ver el campus de nuevo. También dijo que estaba emocionada por finalmente tener la oportunidad de conocerte.”

“¿Qué? ¿En serio?” Nathan se sonrojó. “Quiero decir, ¿por qué estaría emocionada por conocerme?

“Le hablé de ti,” dijo Lafonda. “Y no te preocupes, solo le hablé del Nathan sincero y cariñoso; no del Nathan rebelde sin causa que nos abandonó hace una semana.”

Nathan frunció el ceño. “Ja-ja. Muy graciosa, Lafonda. No me estoy convirtiendo en Stephen Malick.”

“Ya lo veremos,” dijo ella.

Nathan frunció el ceño.

“Lafonda,” dijo Eva Marie. “¿Puedes ayudarme por favor?” Ella tenía un dejo de desesperación en su voz. “¡Mi computadora se congeló!” Ella estaba pulsando frenéticamente varios botones en el teclado. “Espero haber salvado mi trabajo.”

“Estaré allí en un segundo,” respondió Lafonda.

Jonás se dirigió a ayudar a Eva Marie. El técnico del laboratorio de computación también iba en camino a ayudarla.

“Bueno, está bien, ya sabes cómo estarán las cosas el viernes y el sábado,” dijo Lafonda. “Y por suerte para ti, mi abuela hizo que todos se prepararan para el banquete, hasta su vestimenta.”

“¿Qué se supone que significa eso?”

Lafonda sonrió. “Ahora no tienes que preocuparte sobre qué vestir para impresionar a Leah.”

Nathan se sonrojó de nuevo. Recordó el mal rato que Roy le había hecho pasar cuando le dijo que empacara los pantalones y mocasines que LaDonda recomendaba en aquella carta de papel dorado.

“¡Lafonda!” Exclamó Eva Marie de nuevo.

“Ya voy,” dijo Lafonda. Le sonrió por última vez a Nathan y se alejó.

Jonathan de repente echó hacia atrás su silla y se levantó. Nathan dio unos pasos hacia atrás para evitar ser golpeado por la silla.

“¿Terminaste?” Preguntó.

Jonathan miró por encima de su hombro antes de volver su atención de nuevo a la pantalla. “Mis disculpas, Nathan,” dijo. “Tengo un poco de prisa.”

“¿Conseguiste lo que necesitabas?” Preguntó Nathan.

Jonathan rápidamente eliminó el archivo del ordenador, cerró el navegador de internet, y colocó el delgado dispositivo negro de almacenamiento en su bolsillo.

Nathan frunció el ceño. “Oye,” dijo, “estaba mirando eso.”

“Lo siento,” dijo Jonathan. Puso su mochila sobre su hombro. “Un día de estos, deberías venir a las cuevas Cahokia,” continuó. “Entraremos a la cámara secreta en cualquier momento, y hay un par de cosas que me gustaría mostrarte.” Jonathan miró alrededor de la habitación cautelosamente antes de susurrar. “Y creo que te parecerá muy interesante.”

Nathan levantó las cejas. No sabía de qué estaba hablando Jonathan, o por qué pensaba que le parecería interesante. “Está bien,” respondió lentamente.

Jonathan le dio una palmada en el hombro y empezó a alejarse.

“Espera,” dijo Nathan. Hizo una pausa y Jonathan lo miró inquisitivamente. “Te tengo una pregunta,” dijo. “Es acerca de tu investigación.”

Jonathan ajustó la mochila sobre su hombro y volvió a acomodar sus gafas. “¿Sí?” Dijo.

Nathan tomó aire. “En tu investigación,” dijo, “¿has encontrado algo acerca de... fuerzas oscuras y poderosas?”

Jonathan se quedó allí por un momento y luego se inclinó hacia adelante. “Esa es una muy buena pregunta,” dijo en voz baja. “Hay muchas criaturas oscuras mencionadas en la mitología Cahokia, pero hay una historia en particular que se repite con frecuencia y que destaca; es la leyenda de Los Caídos.”

“Pero eso es solo un mito, ¿cierto?” Preguntó Nathan.

Hubo un sonido de vibración y Jonathan sacó su teléfono celular de su bolsillo. Se quedó en silencio mientras leía el texto. Por la expresión de su rostro, parecía ser grave. “Por favor discúlpame,” dijo, “pero realmente tengo que irme.”

“¿Qué pasa?” Preguntó Nathan

Jonathan torpemente colocó su teléfono en su bolsillo. Jugueteó con su mochila nerviosamente. “Todo está bien. Solo tengo que ver a la Dra. Helmsley inmediatamente.”

“¡Pero espera!” Dijo Nathan.

“Todo estará bien,” dijo Jonathan tranquilizándolo. “La oscuridad podrá tener sus soldados, Nathan, pero los justos tienen sus héroes.”

18

UNA LUZ EN LA OSCURIDAD

Nathan estaba sentado en silencio, observando el fuego. La oscuridad lo rodeaba y una fresca brisa empujaba suavemente las llamas del fuego hacia el lago. Pensó en la noche, y en cómo Malick había esquivado repetidamente sus preguntas sobre La Orden. Había tenido la esperanza de que para el momento en el que hubieran terminado de llenar las hogueras, Malick habría al menos contestado una de sus preguntas. Pero no lo hizo. Lo único que Nathan pudo conseguir de él fue una leve reacción cuando mencionó su teoría de que La Orden era parte de alguna organización secreta. Basado en la reacción de Malick, particularmente en sus repetidos intentos por averiguar cómo Nathan había llegado a esa teoría, llegó a la conclusión de que probablemente iba en el camino correcto.

Sin embargo, todavía no tenía ni idea, y Malick aparentemente quería que quedara así. Había insistido en que era mejor que Nathan no supiera, y le dijo que dejara de hacer preguntas. Nathan recordó que sus palabras exactas fueron “mantenerse sin saber nada.” Para el momento en el que habían encendido las hogueras, Nathan estaba tan frustrado que se sintió aliviado cuando Malick se ofreció para ayudar a LaDonda a escoltar a un estudiante que estaba enfermo, Drew Waters, de regreso a Lawrence Hall.

Nathan continuó observando el fuego, pero lo interrumpió el sonido de una risa seguido de un repentino trueno. Un rayo cruzó violentamente el cielo y una nube gris de tormenta lentamente se aproximó al Lago Charleston y al área de las hogueras.

“¡Yuju!” Gritó Hugo. “Llegamos a la última hoguera antes de que lloviera.”

Jonás y Christina Williams se sentaron en el otro lado de la hoguera, mientras que Andy chocaba la palma de su mano con la de Hugo, detrás de ellos. “¡Sí!” Gritó. “El campamento oficialmente ha terminado.”

“Vamos,” dijo Alan, que estaba sentado al lado de Christina. “El campamento no fue tan malo, ¿o sí?”

“Técnicamente,” intervino Ángela, “el campamento no ha terminado. Todavía tenemos la ceremonia de clausura de mañana.”

“Sí,” dijo Hugo. “¡Pero las clases de liderazgo han terminado, y ya no habrá más proyectos!”

“Sabes, Andy,” dijo Eva Marie, con un vaso de agua en su mano, “nunca vi tu último proyecto.” Ella lo miró con escepticismo. “¿Estás seguro de que siquiera lo completaste?”

Andy se sonrojó, casi igualando el color de su cabello. “Sí, sí lo completé,” dijo sonando bastante molesto.

Hugo se rió. “Sí, supongo que puedes decir que lo que entregaste estaba completo,” dijo.

El rostro de Andy pasó de color rojo, a una expresión agria. “Pues tú como veas,” murmuró. “Yo lo completé.”

Eva Marie se rió. “Quizás no pude verlo porque probablemente lo entregaste tarde.”

“¡Te voy a dar tu tarde!” Gritó Andy. Agarró a Eva Marie por la cintura y la lanzó sobre su hombro.

“¡Aaah!” Gritó ella, con los pies en el aire.

Andy tenía una gran sonrisa. “¿Qué tal un poco de agua para refrescarte?” Preguntó.

Andy se dirigió hacia el lago y Hugo soltó una enorme carcajada. Eva Marie agitaba sus manos y pies en un intento por bajar. “¡No te atrevas, Andy! ¡Déjame bajar!” Gritó. El vaso con agua de Eva Marie salió volando de su mano y cayó en el regazo de Jonás, mojando sus pantalones y salpicando agua en el rostro de Cristina.

“¡Oye!” Gritó Christina.

Ángela rápidamente se puso de pie. Tenía su cepillo púrpura para el cabello en su mano, y apuntó hacia Andy con él. “Está bien, Andy, ya es suficiente,” lo regaño. “¡Déjala bajar!”

Andy suspiró y soltó a Eva Marie.

Eva Marie pasó sus dedos por su cabello y acomodó sus pantaloncillos. “A veces puedes ser un verdadero idiota,” dijo antes de irse apresuradamente.

Ángela se sentó. “Dios,” dijo ella, “nunca son así de ruidosos.”

Alan se río con fuerza.

“¿De qué te ríes, Alan?” Preguntó ella, un poco molesta.

“¡De ti!” Dijo él, con sus manos sobre su panza. “¿Qué ibas a hacer? ¿Cepillar su cabello hasta la muerte?”

Nathan se echó a reír, y Erin intentó contener su risa.

Ángela miró el cepillo púrpura en su mano y lo puso en su bolsillo trasero. “Cállate, Alan,” dijo ella.

Alan dijo, “Estás haciendo que me duela el estómago de tanto reír.”

Ángela puso los ojos en blanco. “¡Uf!” Dijo ella. “Me alegraré cuando Lafonda regrese.” Frotó su cuello. “Cuidar a mis alumnas y a las suyas es demasiado para una sola persona.”

“Dímelo a mí,” protestó Erin. “¡He estado prácticamente sola durante cuatro semanas!”

“Lo siento, Erin,” dijo Ángela con empatía. “¿Y dónde está Jonathan?”

Nathan interrumpió su observación del fuego para mirar a su alrededor buscando a Jonathan.

Erin puso su cabello detrás de sus orejas y suspiró. “No lo sé,” dijo. “Ha estado fuera casi toda la semana y no me ha dicho nada.”

“¿No sabes dónde está?” Preguntó Nathan sorprendido.

Erin se rió. “No,” dijo ella. “En realidad no he hablado con él desde el lunes. Supongo que pensó que el campamento había terminado, así que, ¿para qué molestarse?”

“Eso realmente apesta,” dijo Ángela. Ella tenía una expresión de tristeza en su rostro. “Deberías decirle algo a LaDonda.”

“Ya he tenido suficiente del Señor Indiana,” añadió Erin. Estiró las piernas frente a ella, haciendo que se iluminaran con la luz del fuego. “Sólo estoy feliz de que el campamento ya terminó y que no tendré que lidiar más con él.”

Alan lanzó una pequeña rama en la hoguera, pero falló y no cayó en el fuego. “Oh, bueno,” dijo bromeando. “Eventualmente aparecerá. Es probable que esté perdido en una cueva en algún lugar.”

Erin se rio.

Alan hizo una pausa para lanzar otra rama en la hoguera. “Entonces, ¿cuándo volverá Lafonda con Leah?”

“Se supone que volverán mañana por la mañana,” dijo Ángela alegremente. “No puedo esperar a conocer a Leah y a ver la ropa que compraron.” De repente, se quedó en silencio, pero luego abruptamente revisó su teléfono celular de colores plateado y dorado y con estrellas. “Sin embargo, estoy, sorprendida de que no haya recibido ni un solo mensaje de texto pidiendo mi opinión sobre los vestidos.”

Alan se encogió de hombros. “Probablemente están entretenidas con las compras,” dijo. “Eso me pasa a mí.”

“Es cierto,” dijo Ángela, moviendo su largo cabello rubio y rizado hacia un lado. “Creo que tendré que esperar hasta mañana.”

Alan se inclinó hacia ella y le susurro. “Me pregunto cómo será conocer a Leah,” le dijo.

Nathan pareció sorprendido, porque él se preguntaba lo mismo. Frecuentemente especulaba acerca de su personalidad y se preguntaba cómo sería su risa. Él ya sabía cómo era por sus sueños, pero gracias al anuario que Lafonda tomó prestado de Jonathan, podía tener una imagen de ella que no fuera un recuerdo aterrador. La mirada de Nathan lentamente flotó hacia el resplandor rojo del fuego. Recordó cómo se sintió cuando la vio finalmente en el anuario, y vio por primera vez su brillante sonrisa.

“Me pregunto si estará loca,” dijo Alan abruptamente. Tenía una extraña, pero seria expresión en su rostro.

Nathan no podía creer lo que había escuchado.

“¿Es en serio, Alan?” Preguntó Ángela.

“¿Qué?” Preguntó Alan. “Sé que todo mundo lo está pensando, ¡simplemente ustedes no lo dicen en voz alta!”

“Difícilmente,” dijo Nathan. “Después de todo por lo que ella ha pasado, no puedo creer que aun así pienses que está loca.”

Alan parecía como si estuviera intentando no reírse.

“No estoy diciendo que lo esté,” dijo Alan. “Sólo es un comentario. Escuché que actuaba como loca cuando la encontraron, ¡tanto que tuvieron que llamar a la policía!”

“Ese rumor fue iniciado por Steve y Amanda,” protestó Nathan, “y Amanda es conocida por ser un poco dramática.”

“Bueno, la parte de la policía no fue invento,” respondió Alan.

“Fue el equipo de seguridad del campus,” dijo Nathan, escéptico de lo que decía Alan.

“Es la misma cosa,” dijo Alan con confianza. “Tuvieron que llamar a la policía para controlarla.”

Nathan se puso de pie y pateó una piedra hacia el agua. “En fin,” dijo, “ya me cansé de esta conversación.”

Ángela golpeó a Alan en el brazo.

“¡Ay!” Gritó. “¿Por qué hiciste eso?”

“Porque hiciste que Nathan se fuera, por eso,” dijo. “¿Por qué dijiste todas esas cosas de Leah?”

El sonido de las voces se desvaneció a medida que Nathan se alejaba. Lo último que escuchó fue Ángela diciendo algo acerca de que Steve y Amanda aún estaban desaparecidos. Se paró frente a la mesa de refrigerios y tomó uno de los vasos que habían sido tirados por el viento y que ahora rodaban sobre la mesa. Quería un poco de agua, pero el contenedor estaba vacío, así como las botellas de jugo de fruta y las bolsas de papas fritas.

Nathan suspiró. No estaba de humor para regresar con el grupo, por lo que decidió limpiar la mesa. Encontró una bolsa de basura negra y comenzó a poner en ella los utensilios que ya habían sido utilizados.

“Vaya, esta mesa parece una zona de guerra,” dijo una voz alegre detrás de él.

Nathan volvió a suspirar. ¿Y ahora quién es? Se dio vuelta y se sorprendió al ver a Samantha Darding de pie frente a él. Nathan aclaró su garganta.

“Oh, hola Sam,” dijo.

Ella sonrió. Llevaba el cabello relajadamente recogido con un moño, y un largo mechón de cabello castaño rizado colgaba libremente a un costado de su rostro. “Entonces, ¿ya no queda nada?” Preguntó ella, mirando hacia la mesa.

“No,” dijo Nathan. “Cuando se trata de comida, estos chicos son como buitres.”

Samanta se rio. “Mira,” dijo ella, colocando su vaso vacío en la bolsa, “yo te ayudaré.” Ella miró hacia el siniestro cielo. “Supongo que nos iremos pronto, de todos modos.”

“Sí, sospecho que en cuanto LaDonda y Malick regresen, ella nos hará irnos de aquí.” Nathan se detuvo para mirar hacia el cielo. Se dio cuenta de que las hojas y ramas de los árboles habían comenzado a columpiarse, y el aire se sentía más fresco. “Me sorprende que todavía ella no haya enviado un mensaje de texto a alguno de los consejeros, para decirnos que volvamos a Lawrence Hall.”

“Sí, definitivamente parece que una tormenta se dirige hacia nosotros,” dijo ella. “Espero que no afecte el banquete o los fuegos artificiales de mañana.”

Nathan se echó a reír. “No te preocupes,” dijo. “LaDonda ya tiene eso cubierto. Me dijo que si llueve, solo tendremos el banquete en el interior.” Hizo una pausa para comenzar a doblar el mantel. “Y en el pasado, si llovía el Cuatro de Julio, por lo general solo lanzaban los fuegos artificiales al día siguiente.”

Samantha tomó el otro extremo del mantel para ayudarlo. “Lo sé,” dijo ella con una sonrisa, “yo también vivo aquí, ¿recuerdas?”

Él sonrió, puso el mantel doblado en una bolsa marrón que tenía vasos de plástico en ella, y asintió con la cabeza. “Sí. Es cierto,” dijo, sintiéndose un poco avergonzado.

“Mis padres estarán aquí mañana para la ceremonia y el banquete de cierre,” continuó ella. “Jim también. Sospecho que solo viene por Lafonda.”

Nathan asintió e intentó plegar la mesa. Un relámpago iluminó el cielo y un trueno sonó en la distancia.

“Estoy seguro de que Lafonda estará emocionada,” dijo con una sonrisa.

Samantha sonrió y luego se quedó en silencio por un momento. “¿Cómo es que no te he visto en ninguna de las fiestas de Jim, o cuando Lafonda viene a visitarnos?” Preguntó.

Nathan pudo sentir que se sonrojaba. “¿Quieres decir, en tu casa?” Tartamudeó.

“Bueno, técnicamente es la casa de mis padres,” respondió, “pero sí.”

Nathan sintió sus orejas hirviendo, así que sabía que su rostro debía estar de color rojo brillante. La verdad era que él no creía que fuera a encajar. Se encogió de hombros. “Eh, no tengo razón alguna,” dijo.

“Bueno,” dijo ella con entusiasmo. “Porque tendré mi fiesta de cumpleaños decimoséptimo el mes que viene, ¡y quiero que vengas!”

Los ojos de Nathan se abrieron grandes. “¿Yo?” Preguntó, sorprendido. Él no quería que ella supiera que estaba sorprendido, así que intentó relajarse y habló con una voz que sonaba con más confianza. “Quiero decir, ¿quieres que vaya?”

Samantha asintió y trató de no reírse. “Sí,” dijo, “puedes ir con Lafonda. Será divertido; y también he invitado a algunas personas del campamento.”

“¿Hay algo que no sepa?” Preguntó él. “¿Están de nuevo juntos ellos dos?”

Las cejas de Samantha se arquearon. “Yo no sé nada,” dijo con una sonrisa. “Dejaré que ellos te digan.”

Nathan frunció el ceño. “Tomaré eso como un sí.”

Un rayo cruzó el cielo, iluminando las nubes que estaban directamente sobre ellos. Siguió el sonido de un retumbante trueno y Samantha dio un brinco. Nathan miró hacia abajo y vio que Samantha estaba sosteniendo su brazo.

“Eso fue fuerte,” dijo Nathan.

Nerviosa, Samantha soltó el brazo de Nathan y jugueteó con su propia ropa y su cabello. “Sí,” dijo ella. “Sí lo fue.”

Él miró hacia abajo de nuevo. Esta vez fue porque su teléfono celular estaba vibrando en su bolsillo. “Apuesto a que esa es LaDonda llamándome,” dijo él.

Nathan habló por teléfono durante un momento y luego terminó la llamada. “Sí,” dijo. “Era LaDonda. Dijo que ya casi está aquí, pero quería que limpiara y que guardara la mesa.”

“Hecho,” dijo Samantha mientras miraba la mesa plegada y la bolsa de basura cerrada. “Vas muy adelantado.”

Por encima de ellos, otro relámpago iluminó el cielo, seguido de un leve trueno. LaDonda y Malick caminaban rápidamente desde el bosque, y Nathan se sorprendió al ver a Argus muy cerca, detrás de ellos.

“¡Escuchen todos!” Dijo LaDonda en voz alta. “Como pueden ver, se avecina una tormenta, así que vamos a empacar y regresar a Lawrence Hall.”

Nathan pudo escuchar a algunos de los estudiantes quejarse. Escuchó a Hugo y a Andy quejándose por tener que irse temprano.

“Oigan,” les dijo con firmeza, “ya basta, o se meterán en problemas.”

“Todavía no ha empezado a llover,” protestó Hugo.

Andy gimió. “Uf, ¿por qué tenemos que irnos temprano?” Preguntó. Empezó a sentarse de nuevo. “¿Y qué si no queremos irnos?”

“¿Qué?” Preguntó Nathan. “¿Están ustedes borrachos, o algo así?” Hizo una pausa para mirar en dirección a LaDonda. “Sigan así, y LaDonda los matará.”

Hugo ligeramente agitó su mano en dirección a LaDonda. “No me importa,” dijo. “Ella no es mi jefa.”

“¡Oigan, tranquilícense!” Exclamó LaDonda, con sus brazos aleteando en el aire. “No lo diré nuevamente. Ahora, muévanse todos, ¡o lo lamentarán!”

Andy y Hugo rápidamente se pusieron de pie en posición de firmes.

Nathan se rió de buena gana. “Ven, se los dije,” dijo.

“Oye,” dijo Malick, “LaDonda quiere que apaguemos las hogueras deprisa, antes de que llegue la tormenta.”

Nathan trató de no fruncir el ceño. Después de hoy, estar atrapado con Malick era lo último que quería. Respiró profundamente e intentó relajarse. “Intenta ser agradecido,” se dijo a sí mismo. “A pesar de que está actuando como si fuera la Reserva Federal o la CIA cuando se trata de cierta información, no tendría ni una pista si no fuera por Malick.”

“¡Nathan!” Le llamó Jonás, acercándose desde su izquierda. “¿Podemos hablar un segundo?”

Nathan podía decir con certeza de lo que Jonás quería hablar, pero él realmente no sabía qué decirle. Nathan quería mantener a Jonas a salvo a cualquier precio, incluso si eso significaba mantener los secretos por más tiempo.

“Sí, claro,” respondió vacilante. “Pero ahora en realidad no es un buen momento.”

Jonás pareció entristecerse.

“Pero hablaremos más tarde, esta noche,” continuó Nathan. “Una vez que regrese a Lawrence Hall.”

“Vamos, chicos,” dijo Samantha. “Vámonos para que Malick y Nathan puedan apagar las hogueras antes de que llueva.”

Nathan sonrió.

Ella estaba sosteniendo un extremo de la mesa plegada. “¿Podría alguien ayudar a una dama a cargar esta mesa?”

“Yo te ayudo,” respondió Andy rápidamente.

Al fruncir el ceño, se formaron unas líneas en la frente de Hugo. “No, yo lo haré,” dijo. “Mira, la puedo cargar yo solo.”

“Bueno,” dijo Samantha, antes de que Andy pudiera decir una palabra. “Entonces Andy puede llevar la bolsa de basura, y tú puedes cargar esta,” le dijo a Jonás mientras le entregaba la bolsa de color marrón.

“No hay problema,” respondió Andy alegremente, con los ojos bien abiertos.

Ella sonrió. “Nos vemos en el banquete de mañana, Nathan,” dijo ella. “Buenas noches, Malick.”

Nathan sonrió. “Buenas noches, Sam.”

Malick asintió.

“¡No olviden empacar, chicos!” Gritó Nathan. “Quiero verlos empacando cuando vaya arriba.”

“¡Sí, sí!” Gritó Hugo.

“Lo digo en serio, chicos,” dijo. “A sus padres no les gustará si no han empacado mañana.”

“¡Ya entendimos!” Gritó Andy, antes de entrar al bosque.

Malick miró a Nathan y sonrió.

“¿Qué?” Preguntó Nathan a la defensiva.

Malick sonrió. “Nada.”

“Ella tiene apenas dieciséis años,” protestó Nathan.

Malick se rio. “Ajá,” murmuró juguetonamente.

Nathan puso los ojos en blanco. Un fuerte crujido llenó el aire, seguido de un largo y profundo estruendo. “En fin,” dijo. “Apresurémonos antes de que llueva, o peor, que acabemos electrocutados.”

Quedaban solo unas pocas hogueras encendidas. Nathan se arrodilló y llenó la cubeta con agua de nuevo. La superficie del lago estaba completamente negra ahora, y él no podía ver su reflejo. La hoguera crepitó cuando él la llenó con agua.

“Entonces, ¿cómo terminaron LaDonda y tú con Argus?” Preguntó Nathan.

Malick arrojó más agua en la hoguera. “No lo sé,” dijo. “Ellos estaban en el vestíbulo juntos después de que llevé a Drew arriba. Estaban teniendo una conversación, pero se detuvieron cuando me vieron.”

Nathan se dio vuelta. Había una luz encendida en el Centro de Campamento y Excursión. “¿Te ha dicho algo desde...?”

“No, ni una sola palabra.” Malick tenía una sonrisa en su rostro. “Solo nuestra comunicación habitual; una botella de líquido encendedor y algunos cerillos en la carretilla.”

Nathan miró hacia abajo. Su teléfono estaba vibrando en su bolsillo. Vio que era Lafonda y decidió dejar que la llamada pasara al correo de voz. “¿Y qué hay de un colgante?” Le preguntó bruscamente. “¿Has encontrado alguna forma de encubrir mis poderes?”

Malick hizo una pausa. “Todavía no,” dijo. “Pero estoy trabajando en ello. Hay un tipo en Londres de quien oí hablar. Se especializa en este tipo de cosas – en encantamientos protectores y cosas así.”

“¿En Londres?” Preguntó Nathan. Tenía una expresión de sorpresa en su rostro.

“Sí, en Londres,” respondió Malick. De pronto se puso serio, y había pánico en su voz. “¿Has estado usando tus poderes? ¿Tuviste otro sueño? ¿Qué hay de Jonás?”

“No,” respondió Nathan. “No he utilizado mis poderes, y no he tenido sueños tampoco.” Una gota de lluvia cayó sobre su cuello. “Y no creo que Jonás los haya usado, tampoco,” dijo. “Quiero decir, al menos yo no lo creo. Me lo habría dicho.”

Malick tenía una mirada de alivio. “¡Gracias a Dios! Casi me da un ataque de pánico.” Pasó su mano por su cabello hacia atrás. “Estoy esperando saber de una buena amiga mía para contarle lo que ha sucedido aquí en el campamento,” dijo. “Ya sabes, acerca de las Criaturas de la Sombra, de tu amiga Leah, Jonás, el sueño en el Cementerio Grimm, y todo lo demás. Ella sabe más de estas cosas que yo. Realmente creo que hay una conexión aquí, solo que todavía no la hemos visto.”

Nathan estaba detrás de Malick mientras llenaba su cubeta con más agua.

“Yo también creo que hay una conexión,” dijo Nathan. Metió la mano en su bolsillo y vio que había perdido otra llamada de Lafonda. “Tal vez este sería un buen momento para decirte qué más vi en el sueño.”

Malick rápidamente se puso de pie, haciendo que el agua desbordara por encima de la cubeta. “¿Qué quieres decir?” Preguntó. “¿Hubo otros?”

Nathan se quedó parado por un momento. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras recordaba cada detalle que llevó a la muerte de Lafonda. “Sí,” tartamudeó, recordando la espada plateada de doble filo. “Definitivamente había otros.” Nathan tragó saliva mientras Malick lo observaba atentamente. “Había unas figuras vestidas de negro con espadas, estaban encapuchadas,” continuó lentamente. “Y también había otras figuras iguales, pero con capuchas rojas. Parecía que estaban realizando algún tipo de ritual.”

“Los tipos con las espadas son llamados Guardias de la Sombra,” Malick interrumpió. Nathan se dio cuenta de que tenía una mirada seria en su rostro. “Y las figuras con capucha roja son llamadas Sacerdotes Escarlata.”

Malick se acercó a una de las hogueras restantes que ahora parpadeaban con el viento.

“También había una mujer vestida de blanco,” dijo Nathan.

“¿Una mujer?”

“Sí, y uno de esos tipos con capucha roja – quiero decir, uno de esos Sacerdotes Escarlata, tenía un medallón en el cuello.”

Malick arrojó el agua en el pozo y se quedó paralizado. “¿Qué clase de medallón? Es decir, ¿cómo era?”

“Era un medallón en forma de media luna de oro y plata.”

Malick se quedó quieto.

Nathan podría haber jurado que por un segundo vio miedo en los ojos de Malick, pero se desvaneció rápidamente cuando sonrió. Nathan miró hacia abajo; el teléfono en su bolsillo vibraba de nuevo. “Es Lafonda. Es la tercera vez que llama. Probablemente debería devolver su llamada.”

Malick parpadeó un par de veces y asintió. Era como si estuviera volviendo lentamente a la vida. “Sí,” murmuró. “Adelántate, devuelve su llamada.”

Una ráfaga de viento se abrió paso entre los árboles, seguida de un ruido sordo. Nathan sintió unas gotas de lluvia sobre su cuello. “No entra la llamada,” dijo. “Nunca antes he tenido este problema aquí.”

“Es probablemente la tormenta,” dijo Malick. Tenía una mirada tranquilizadora en su rostro. “Adelántate a regresar, y ve si hay buena señal allá. Yo terminaré aquí.”

“¿Estás seguro?” Preguntó Nathan.

Malick arrojó una cubeta de agua en la última hoguera. “Sí,” dijo. “Ya hemos terminado. Solo quiero caminar y asegurarme de que todas las hogueras estén completamente apagadas. Iré después de ti.”

Nathan hizo una pausa. Un rayo púrpura atravesó el cielo, revelando un remolino de oscuras nubes grises sobre el lago. “Está bien,” dijo. “Pero date prisa. Se está poniendo feo aquí afuera.”

Nathan entró al sendero de regreso a Lawrence Hall y casi tropezó. Las oscuras nubes que circundaban por encima bloqueaban la luz de la luna que pudiera entrar en el bosque. El viento había aumentado, haciendo que las hojas y ramas de los árboles se columpiaran como las corrientes de un mar sacudido. Se detuvo para intentar llamar a Lafonda de nuevo.

“Todavía no hay señal.” Entrecerró los ojos, intentando ajustar su vista a la oscuridad del bosque. “¿Por qué no traje una linterna?”

Siguió el camino, escuchando el sonido de las gotas de lluvia a su alrededor. Una gota de agua lentamente alcanzó su espalda. “Uf,” se quejó, “me voy a mojar.” El camino frente a él parecía hacerse gradualmente más amplio, por lo que supuso que estaba a punto de llegar a la división en el sendero que conducía hacia el este al Museo Cahokia. “Casi estoy a mitad del camino. Solo espero poder llegar antes de que comience el aguacero.”

Justo en ese momento, aumentó el sonido de las gotas de agua, haciendo intermitentes sonidos de chisporroteo. Nathan trató de correr, pero pronto ya no podía ver nada. Sus ojos parpadearon profusamente bajo la lluvia torrencial. “Si tan solo pudiera llegar bajo un árbol,” murmuró. Con sus pestañas revoloteando, trató de llegar a un gran roble, pero tropezó con una raíz de árbol que sobresalía y cayó de cabeza sobre el suelo. La lluvia había cesado, y se limpió el agua de los ojos. Nathan se sentó para inspeccionar los daños. Había utilizado su mano derecha para protegerse de la caída, y le pulsaba con dolor.

Poco a poco, sus ojos se acostumbraron y se ajustaron a la oscuridad. Podía oír el sonido intermitente de nuevo. Genial, está a punto de llover de nuevo, pensó. Intentó levantarse, pero se paralizó; le pareció ver un movimiento por el sendero. El sonido intermitente se acercaba, y rápidamente se dio cuenta de que no era la lluvia, sino algo que se aproximaba.

Nathan se agachó y trató de ocultarse detrás del gran roble. Esperaba que no fuera aquellas cosas, esas Criaturas de la Sombra. Malick había dicho que esas Necrocritters odiaban la luz natural, y sin duda allí no había ninguna luz.

Pronto el sonido que se acercaba desaceleró y se detuvo por completo. Allí estaba la silueta de alguien parado en el camino, un par de metros delante de él. ¿Quién es ese? ¿Quién iba a estar en este sendero tan tarde por la noche y durante una tormenta?

Los ojos de Nathan se esforzaron por intentar distinguir el rostro de la oscura silueta. Una pequeña luz verde atravesó la oscuridad, dejando al descubierto un par de gafas de montura cuadrada. “¡Jonathan!” Exclamó Nathan. No sabía por qué Jonathan no estaba en Lawrence Hall con Erin y los otros.

Jonathan parecía estar distraído, y no oyó a Nathan decir su nombre. El resplandor verde de su teléfono celular continuó iluminando su rostro. Nathan se puso de pie cuando Jonathan tomó la ruta de acceso al Museo Tribal del Norte de Cahokia. “¿A dónde va?” Dijo en voz baja.

Nathan trató de limpiar la suciedad de sus pantalones y rápidamente se fue detrás de Jonathan. Sus ojos estaban entrecerrados mientras él intentaba alcanzar la luz verde. El camino parecía hacerse más y más oscuro cuanto más se adentraban en él. Ya debería haberlo alcanzado. ¿Acaso está corriendo?

Nathan aceleró el paso, siguiendo la luz verde que esporádicamente rebotaba sobre los árboles. La luz parecía aumentar a medida que Nathan se acercaba, y entonces pareció detenerse en un punto. Debe de haberse detenido.

Nathan dejó de correr; pudo distinguir la silueta de Jonathan de nuevo. “Para un tipo que se pasa todo el tiempo haciendo investigaciones, sí que puede correr rápido,” dijo jadeando. Estaba sin aliento. “¡Jonathan!”

Jonathan seguía mirando su teléfono. Parecía que todavía no escuchaba a Nathan. Nathan avanzó hacia adelante. “¡Jonathan!” Le llamó de nuevo, pero con una voz entrecortada.

Jonathan frenéticamente cerró su teléfono, casi dejándolo caer, y la luz verde desapareció. Nathan aún podía distinguir su silueta en la oscuridad. Jonathan parecía mirar rápidamente a su alrededor, y luego una nube de luces azules y blancas lo rodeó iluminándolo de nuevo. Los ojos de Nathan se abrieron grandes ante la brillante luz, pero esta se desvaneció tan rápidamente como había aparecido, junto con Jonathan. Nathan dio unos pasos hacia adelante, pero de pronto se paralizó. Pensó que sus ojos debían estarlo engañando. Miró hacia la oscuridad, tratando de distinguir la nueva figura que se estaba formando. Donde una vez estuvo parado Jonathan, se encontraba ahora la silueta de un pequeño animal.

19

ALGUIEN QUE VENDRÁ

Nathan no podía creer lo que acababa de presenciar. Jonathan Black se había convertido en lo que parecía un pequeño animal, justo frente a sus ojos. Trató de distinguir la silueta del animal en la oscuridad. Un rayo brillante cruzó el cielo, revelando en una fracción de segundo los árboles a su alrededor y el peludo rostro negro con penetrantes ojos azules que lo miraban.

“El desaliñado perro negro,” murmuró Nathan. “El día que nos dirigíamos hacia el campamento – aquel perro en el bosque, ¿eras tú?”

Nathan avanzó lentamente hacia él, y un fuerte y prolongado estruendo del rayo llenó el aire. Un momento después, el bosque se iluminó de nuevo y Jonathan se fue.

“¡Espera!” Gritó Nathan, corriendo detrás de él.

Su corazón latía rápidamente mientras trataba de mantener su ritmo. Cuando salió del sendero, estaba respirando con dificultad. Levantó la mirada justo a tiempo para ver a Jonathan atravesar el estacionamiento del museo bien iluminado hacia el sendero que llevaba a la cima de los acantilados.

Los árboles a ambos lados del estacionamiento se mecían con el viento, y las oscuras nubes grises se acumulaban en el cielo. Nathan hizo una pausa para secar las gotas de lluvia de su frente y las gotas de sudor de su nariz, y luego continuó corriendo detrás de Jonathan, preguntándose si él se dirigía a las cuevas.

Nathan entró al sendero, y pronto se oscureció de nuevo. Apenas podía ver delante de él, y no podía distinguir si Jonathan estaba lejos o cerca. Otro rayo iluminó el bosque, revelando dos árboles con cintas amarillas. Tiene que haberse dirigido a las Cuevas Cahokia.

Una plateada cadena gruesa cubría la entrada al sendero y Nathan pasó por encima de ella. “Buena advertencia, esa de no entrar,” murmuró.

Continuó con cuidado por el sendero que conducía a la serie de cuevas detrás de los acantilados. Este camino no estaba tan bien cuidado como los otros, y el lodo se acumulaba en la suela de sus zapatos. El camino a las cuevas se abría hacia un prado rodeado de altos árboles en un lado, y la pared del acantilado en el otro. El prado se extendía hacia abajo varios metros antes de nivelarse y llegar a la pared de la cueva. Nathan cuidadosamente maniobró entre los sitios de excavación que estaban delimitados con cuerdas y banderas amarillas.

Captó una luz parpadeante en el interior de una de las cuevas, y siguió adelante pensando que probablemente Jonathan estaba dentro de ella.

Nathan se detuvo afuera de la cueva. Ahora podía ver una antorcha colgando del extremo derecho de la pared de la cueva. Miró hacia adentro, pero de repente se echó hacia atrás ante un ruido de forcejeo. Hubo un grito de una mujer, seguido de un gruñido y luego de un leve gemido. “Ese debió ser Jonathan,” dijo Nathan, avanzando. “¿Pero quién más está allí?”

Corrió hacia el lugar de donde vinieron los sonidos dentro de la cueva. Cada pocos metros había una antorcha que iluminaba las lisas piedras de caliza color marrón claro. De vez en cuando, las antorchas creaban sombras inusuales con las grandes estalactitas que colgaban del techo.

Nathan oyó lo que parecían ser enormes rocas golpeando el suelo. Algunos pedazos de roca volaron hacia él, pasando justo junto a su cabeza. Se escondió detrás de dos grandes rocas. Cerca del fondo de la cueva estaban el perro negro y una delgada mujer vestida de negro. Jonathan el perro gruñó; parecía que estaba evitando que ella entrara a otra cámara. En el suelo, apoyada contra una pila de escombros, estaba una mujer mayor con gafas. Esa debe ser la Dra. Helmsley, pensó Nathan.

La mujer de negro cruzó sus brazos sobre su pecho y se burló. “Realmente deberías salir de mi camino,” dijo. “Sé que eres un simple Caminante de Espíritu, pero si sigues atravesándote en mi camino, te enviaré de vuelta al Reino Espiritual – para siempre.”

Jonathan gruño, esta vez mostrando sus afilados dientes.

Ella suspiró y lanzó varias bolas de energía, apenas fallando porque Jonathan había desaparecido. Jonathan apareció de nuevo detrás de ella y trató de morderla en la pierna. Antes de que pudiera encajar sus dientes, ella se dio vuelta y trató de darle una patada en la cabeza, pero Jonathan se había ido de nuevo.

Nathan se quedó boquiabierto. Se sorprendió por la rapidez con la que Jonathan cambiaba de lugar. Se mueve como una Criatura de la Sombra.

Jonathan reapareció encima de una roca y saltó hacia la mujer con sus garras y dientes apuntando a la garganta de ella. Ella rápidamente lo esquivó, pero alcanzó a rasgar un agujero en su larga gabardina de cuero negro. Todavía agachada, ella respondió golpeándolo con una bola de energía azul, enviándolo con fuerza en el aire y haciéndolo chocar contra la pared de la cueva.

Jonathan dejó escapar un ligero gemido y trató de ponerse de pie. Ella ajustó su abrigo sobre sus hombros y caminó hacia él. Sonrió y levantó la ceja derecha con confianza por encima de sus gafas de sol con montura plateada. “Te di una oportunidad,” dijo. “Ahora es momento de que cumplas tu destino, igual que tu amiga.”

Nathan respiró profundamente. Sus manos temblaban incontrolablemente. “Es ahora o nunca,” susurró, antes de saltar para ponerse de pie.

Ella estiró su brazo hacia Jonathan y sus brillantes ojos azules se estremecieron bajo su peludo rostro negro.

“Ciao,” dijo ella.

“No si pueda evitarlo,” gritó Nathan, lanzando una brillante bola de energía azul directamente contra su espalda.

La mujer cayó al suelo con tanta fuerza que Nathan hizo una pausa para mirar sus manos. “Vaya,” dijo, “eso es impresionante.”

“Ya lo creo,” dijo ella, mientras lentamente se ponía de pie. “¿Quién eres tú? ¿Y quién te invitó a la fiesta?”

Nathan frunció el ceño. “Hmm,” dijo, “me gustaría hacerte las mismas preguntas, pero algo me dice que no estás de humor para bailar tango.”

“No,” dijo ella.

Pero antes de que ella pudiera moverse, Nathan le lanzó rápidamente otra bola de energía.

Al instante, ella se lanzó hacia el aire realizando una voltereta hacia adelante, esquivando la bola de energía por completo, y pateando a Nathan fuerte en el pecho.

Nathan se estrelló violentamente contra el suelo de la otra cámara de la cueva. “Nadie me dijo que la agilidad era una habilidad propia de Pneuma Novo,” gimió mientras llevaba sus manos a su pecho.

Ella echó su largo cabello rubio hacia atrás y se rió. “Eso es porque no lo es,” dijo.

Él trató de levantarse, pero no pudo. Se tambaleó hacia atrás hasta que finalmente quedó recargado contra la pared de la cámara trasera. Lentamente, ella se fue acercando, con una ceja levantada sobre sus gafas de sol, y una mano estirada hacia él.

Nathan dio un brinco cuando Jonathan apareció a su lado – ahora de nuevo en su forma humana.

“Jonathan. Encantado de verte de nuevo.”

Jonathan se quedó a su lado e intentó sonreír. “Hola, Nathan,” dijo susurrando. “Tienes una habilidad impresionante.”

Nathan miró a la mujer rubia que se acercaba y se esforzó por ayudar a Jonathan a ponerse de pie.

“Algo así,” dijo Nathan. “Pero tú pones un buen espectáculo transformándote en perro. ¿Por qué no haces ese truco en el que desapareces y nos sacas de aquí?”

Jonathan hizo una mueca. “Lo haría si pudiera,” dijo. “Pero no creo que mi habilidad funcione de esa manera. Además, solo he sido capaz de transportarme entre reinos cuando estoy en mi forma animal, y ya se me acabó el jugo. No puedo cambiar de nuevo.”

“¿Y por qué no te fuiste?” Preguntó Nathan.

La frente de Jonathan estaba empapada en sudor y sus gafas se deslizaron por su nariz. “No te iba a dejar aquí solo para que te valieras por ti mismo.”

“Está bien,” gruñó la mujer. “Odio tener que interrumpir esta sesión de corazón a corazón, pero este pequeño pueblo colegial está arruinando mi estilo. Y francamente, me gustaría volver a casa a tiempo para tomar el té.”

Nathan intentó mantener el equilibrio mientras sostenía a Jonathan para liberar su mano. “Bueno, lamento ocasionarte la inconveniencia,” respondió.

Ella sonrió. “¡Ciao, muchachos!” Ella levantó ambas manos y disparó una ráfaga de bolas de energía directamente hacia ellos.

Nathan y Jonathan se lanzaron hacia adelante, con pedazos de rocas cayendo detrás de ellos. Nathan puso sus manos sobre su cabeza y se quedó cerca del suelo. Después de un momento de silencio, lentamente abrió los ojos. La pequeña cámara estaba llena de una nube de polvo y trozos de escombros yacían a su alrededor.

“¡Jonathan!” Gritó.

“Estoy aquí,” respondió Jonathan, tosiendo.

Nathan se dio vuelta para encontrar a Jonathan poniéndose lentamente de pie. Rápidamente, examinó la habitación, en busca de la misteriosa visitante, pero no pudo encontrarla. Luego cojeó hacia la entrada de la cámara de la cueva. “Creo que ella se ha ido,” dijo.

“¿Estás seguro?” Preguntó Jonathan, llevando su mano a su hombro. Su rostro de repente palideció. “¡Dra. Helmsley!”

El cuerpo de la Dra. Helmsley todavía yacía desplomado fuera de la cámara contra un montón de escombros. Jonathan se arrodilló a su lado y revisó su pulso. Se quedó sin aliento. “¡Gracias a Dios!” Gritó. “Está viva, y creo que está bien. Creo que solo está inconsciente.”

Nathan estaba de pie junto a Jonathan mientras examinaba a la Dra. Helmsley. Miraba alrededor de la cueva cuando un objeto brillante llamó su atención. Tomó el collar de oro que vio y se dirigió a la pequeña cámara. La antorcha de la habitación aún estaba encendida, así que sostuvo el collar contra su luz. El colgante producía una sombra junto al símbolo en la pared.

“Es el símbolo del Maestro del Fuego,” dijo Jonathan, poniéndose de pie junto a él. “Es el mismo símbolo utilizado en –”

“Como la cresta de La Orden,” dijo Nathan.

Jonathan asintió. “Sí, estás en lo correcto.” Se acercó a la pared con el símbolo e inspeccionó el daño. Había una mirada triste en su rostro mientras pasaba sus dedos sobre los símbolos restantes. “Lo que no entiendo,” dijo, “es por qué nuestra visitante quería matarnos.”

Nathan se acercó a la pared y limpió el polvo de los jeroglíficos. Luego dio un paso hacia atrás. “No creo que ella intentara matarnos,” dijo. “A la Dra. Helmsley, tal vez, pero no a nosotros.”

Jonathan levantó las cejas y luego inspeccionó los escombros y los daños en la cueva. “¿Y por qué supones eso?” Preguntó.

“Porque pudo haberlo hecho,” dijo. “Ella pudo habernos matado si hubiera querido, pero no lo hizo.” Nathan colocó el collar dorado en su bolsillo. “Creo que ni siquiera nos estaba apuntando,” dijo. “Me parece que ella estaba tratando de destruir la pared.”

“Eso es bastante plausible,” dijo Jonathan. “Esta noche recibí un mensaje de texto de la Dra. Helmsley diciendo que sentía como si alguien la estuviera siguiendo, y por eso vine aquí. Hace una semana, ella me dijo que desde que había contactado al Dr. Colvers para contarle de su descubrimiento, sentía como si alguien estuviera detrás de ella; como si su vida estuviera en peligro.”

“Pero es tan solo un símbolo,” dijo Nathan. “Quiero decir, ¿qué podría ser tan amenazante que querría alguien matar a alguien más? ¿Qué fue exactamente lo que descubrió la Dra. Helmsley?”

Jonathan acomodó sus gafas sobre su nariz y señaló hacia los símbolos. “Mira, no se trata solo de un símbolo,” dijo. “Quiero decir, es uno muy importante, pero se trata de lo que todos los símbolos juntos dicen acerca del Maestro del Fuego, es lo que los hace tan especiales.”

Jonathan pasó el dedo índice por la pared. “Mira estos símbolos,” empezó a decir, pero se detuvo cuando más pedazos de la pared se derrumbaron bajo su dedo. “Bueno, lo que queda de ellos. Ellos cuentan una historia, una nueva leyenda para agregar a la mitología Cahokia. Juntos, estos símbolos nos dicen la leyenda del Maestro del Fuego.”

“¿Toda esta locura solo por otra historia?”

“No, no es cualquier otra historia. Esta es diferente; es de naturaleza profética. Habla de alguien que vendrá.”

Nathan parecía confundido.

Jonathan suspiró. “Mira,” señaló, “en base a lo que hemos podido descifrar, la leyenda dice...” Hizo una pausa, tratando de leer los símbolos y completando las partes que faltaban. “En el momento antes de la última batalla, él aparecerá, encendiendo el espíritu desde adentro, removiendo el manto que separa al Espíritu y a la Tierra, restaurando el equilibrio en el espíritu del hombre. Y él ejercerá el poder de los tres; Tierra –”

Jonathan hizo una pausa.

“¿Qué sucede?” Preguntó Nathan.

Jonathan señaló de nuevo. “Eso es extraño,” dijo.

“La Dra. Helmsley no lo tenía así en sus notas, pero los símbolos para la Tierra y el Espíritu aparecen uno encima del otro, como si debiera leerse como Tierra, Espíritu y Fuego.”

“Entonces, ¿qué quiere decir eso?”

“No estoy seguro,” dijo Jonathan. “Probablemente nada.” Dio un paso hacia atrás alejándose de la pared y reacomodó sus gafas. “Todavía hay partes de la leyenda que no hemos descubierto, y es ahí donde entra el Dr. Colvers. Nosotros esperábamos que él pudiera ayudarnos a descifrar el resto.”

“No parece importar ahora,” dijo Nathan, señalando la pared dañada. “Hay partes que faltan, y la parte inferior ha desaparecido por completo.”

“No exactamente. Aunque lamento profundamente que no hayamos podido preservar un hallazgo tan raro, no todo está perdido,” dijo Jonathan sonriendo. “La primera vez que entramos a esta cámara de la cueva, tomé fotografías de toda la pared con mi teléfono celular.”

Nathan se encogió de hombros. “Bueno, yo todavía no entiendo por qué una persona estaría dispuesta a asesinar a alguien por esto,” dijo. “Independientemente de que sea una profecía Cahokia de la cual nunca se había sabido nada. Es solo una historia...”

“Es exactamente eso, Nathan,” dijo Jonathan. “¿Y si no es solo una historia?” Detrás de sus lentes, los ojos de Jonathan estaban abiertos grandes como platos. “¿Qué pasa si la Dra. Helmsley estaba a punto de descubrir algo más grande, algo que podría afectarnos profundamente a todos?” Bajó su voz. “Alguien estaba dispuesto a hacer un gran esfuerzo por mantener esto oculto; por mantener oculto todo lo que estaba en esa pared.”

“Sí,” dijo Nathan, “y que ahora está en tu teléfono. ¿Crees que el Dr. Colvers esté detrás de esto?”

“No. La única razón por la que el Dr. Colvers participa es por su investigación. Y sospecho que debido a lo expresivo que es en cuanto a sus teorías de conspiración sobre La Orden, probablemente lo están vigilando; y así fue como supieron en lo que la Dra. Helmsley está trabajando.”

“Y es por eso que me querías mantener al margen del Dr. Colvers.”

“Precisamente,” dijo Jonathan. “No quería correr el riesgo de que La Orden también fuera detrás de ti. Y gracias al pequeño recuerdo dorado dejado por nuestra peligrosa mujer fatal, estoy casi seguro de que están detrás de nuestra pequeña visita de hoy. Creo que estábamos cerca de aprender algo que no quieren que sepamos, y estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para evitar que eso sucediera.”

La cara de Nathan se iluminó. “¿Y qué hay de Argus?”

Jonathan parecía confundido.

Nathan continuó. “Él tiene un tatuaje del símbolo del Maestro del Fuego en su brazo. Malick dijo que probablemente es un miembro de La Orden.”

“¿Argus?” Preguntó Jonathan. “Bueno, él lo sabría.”

Nathan se encogió de hombros. “¿Qué quieres decir?”

Jonathan miró a Nathan con incredulidad por un segundo antes de continuar. “No me sorprende que no te lo haya dicho,” dijo. “De acuerdo a mi investigación, el padre de Malick es un miembro de La Orden.”

“¿Qué?” Preguntó Nathan con incredulidad.

Jonathan asintió. “Sí, el padre de Stephen Malick es un miembro de La Orden. No tenía idea de que Argus estuviera involucrado, pero si lleva un tatuaje del símbolo, es muy probable que también sea un miembro.”

“¿Y qué hay de Malick?” Preguntó Nathan. “¿Es un miembro de La Orden?”

Jonathan había empezado a caminar de ida y vuelta. “Todavía no estoy seguro,” dijo. “Es difícil tratar de descubrir algo sobre La Orden. Incluso las cosas más básicas, como quiénes son sus miembros, cuál es su propósito, y dónde se encuentran.” Dejó de caminar. “Pero por ahora, debes ser muy cauteloso. Después de esta noche, parece que La Orden no ignora quienes tienen habilidades y, hasta que aprendamos acerca de cuál es su participación, no confíes en Malick.”

Hubo un fuerte gemido, y se dieron vuelta para encontrar a la Dra. Helmsley parpadeando; se estaba despertando.

“Deberíamos llevarla de vuelta a la escuela,” dijo Jonathan.

Nathan asintió. “Entonces,” dijo, haciendo una pausa por un momento, “el perro negro en el bosque. La primera noche en el campamento –”

Jonathan se había puesto de rodillas para revisar los signos vitales de la Dra. Helmsley. “Sí,” lo interrumpió con una sonrisa. “Pero es más como un zorro negro, no un perro.”

“¿No crees que eres un poco grande para ser un zorro?”

Jonathan frunció el ceño, mirando a Nathan con sus ojos azules por encima de sus gafas.

Nathan pensó que acababa de recibir la mirada de la muerte. “Muy bien,” dijo Nathan, levantando las manos como si se rindiera. “Como tú digas, zorro negro.”

Jonathan acomodó sus gafas sobre su nariz y una sonrisa apareció de nuevo en su rostro. “¿Podrías echarme una mano?” Preguntó.

Nathan se agachó y juntos lentamente ayudaron a la Dra. Helmsley a levantarse.

“Solo quiero agradecerte,” dijo Nathan. “Nos salvaste aquel día. No sé cómo lo supe, pero entendí que querías que saliéramos por ese camino.”

Jonathan siguió sonriendo, pero de repente pareció incómodo.

“¿Cómo supiste dónde encontrarnos?” Preguntó Nathan. “¿Y por qué un perro – quiero decir, un zorro?”

Jonathan respiró profundamente y miró hacia la pared exterior de la cámara secreta de la cueva. “Él será reconocido por aquellos a su alrededor,” dijo.

“¿Qué?” Nathan estaba confundido, pero siguió la mirada de Jonathan hacia la pared.

“La primera noche en el campamento,” continuó Jonathan, “descubrimos el símbolo del Maestro del Fuego en la pared junto con otros símbolos. Habíamos planeado esperar hasta la mañana siguiente para tratar de descifrarlos, pero yo estaba tan emocionado que no podía esperar.”

Nathan entrecerró los ojos. Podía ver el símbolo del Maestro del Fuego en la pared exterior de la cámara secreta junto con algunos otros símbolos.

“Pensé que, dado que tenía unas cuantas horas antes de que cayera la noche, volvería para descifrar los símbolos,” dijo Jonathan. Señaló con su mano libre. “Cuando toqué ese, el símbolo Cahokia, fue cuando me convertí en el zorro negro.”

Nathan miró hacia donde Jonathan estaba señalando. Alrededor del símbolo del Maestro del Fuego había varios símbolos más pequeños.

“Entonces, ¿cómo acabaste en la carretera?” Preguntó Nathan.

“No estoy seguro. Tengo una corazonada, pero es solo una teoría en este momento.” Se detuvo un momento, como si estuviera a punto de decir algo, pero luego miró hacia otro lado. “Pero lo que sí sé con certeza es que fui atraído hacia ese lugar. Antes de darme cuenta, estaba en ese lugar del que les estaba hablando durante la noche de la primera hoguera.”

“Oh,” respondió Nathan. “¿Te refieres al Espacio de En Medio, o al Reino Espiritual?”

Jonathan parecía sorprendido. “¿Cómo–”

“Tú sabes,” dijo Nathan, con una risita nerviosa, “he estado investigando.”

Por un momento, Jonathan lo miró con escepticismo, pero luego asintió. “Bueno, desde aquella noche,” dijo, “he estado haciendo mi propia investigación. He estado tratando de averiguar lo que me pasó y lo que tiene que ver con el símbolo del Maestro del Fuego y con La Orden. Fue entonces cuando descubrí los otros extraños sucesos en la ciudad y que probablemente había otros como yo.”

Nathan parecía confundido. “No estoy seguro de estar entendiendo.”

La Dra. Helmsley gimió. Ella estaba inconsciente, pero sorprendentemente se mantenía de pie. Jonathan parecía cansado de dejar que el peso del cuerpo de ella descansara sobre su hombro. “Lo siento,” dijo después de reposicionarse. “Mira, encontré un artículo en el periódico de la IUCF sobre un estudiante que afirmaba ser atacada por varias criaturas pequeñas.”

“Leah,” dijo Nathan.

“Sí, estás en lo correcto,” dijo Jonathan sorprendido. “En base a su relato de lo que le sucedió, sonaba como si hubiera estado en el Espacio de En Medio.”

“Y es por eso que tú tenías una copia del anuario de IUCF,” respondió Nathan con confianza.

“Sí,” dijo Jonathan. “En la fiesta de Lafonda, me enteré de una chica llamada Leah que fue atacada en el campus. Después de que obtuve su apellido con Alan, la investigué, y fue cuando descubrí que ella vivía en Lawrence Hall, en la misma habitación en la que –”

“En la que Jonás se está quedando este verano,” terminó Nathan.

“Sí,” respondió Jonathan, todavía sorprendido. “Y fue entonces cuando me enteré de algo aún más interesante, pero igualmente preocupante. Descubrí que la compañera de habitación de Leah fue encontrada muerta no muy lejos de donde encontraron el cuerpo de Bartolomé Riley.”

“El padre de Jonás,” murmuró Nathan.

Jonathan asintió. “Sus cuerpos fueron encontrados en la Ruta 7,” continuó, “que está justo afuera de –”

“El cementerio Grimm,” dijo Nathan.

“Sí,” dijo Jonathan. “Y creo que todo está conectado. Después de leer en el periódico acerca de lo que Leah dijo que le sucedió, estoy seguro de que lo que haya sido, tuvo lugar en el Espacio de En Medio. Y si Leah estaba allí, entonces es muy posible que ella también tuviera un poder. Sospecho que lo que fuera que estaba detrás de Leah, probablemente también fue por su compañera de habitación, y tal vez incluso –”

“Por el padre de Jonás,” dijo Nathan.

“Ahora bien, si resultó que Jonás tenía una habilidad,” dijo Jonathan, “entonces sin duda sabemos que estamos en lo cierto. Pero por ahora, estoy casi seguro de que después de descifrar el resto de la Leyenda del Maestro del Fuego, estaremos más cerca de descubrir cómo está conectado todo: nuestros poderes, los símbolos, La Orden, y los extraños sucesos.”

“Tenemos que irnos,” dijo Nathan, con un atisbo de pánico en su voz. “¡Ahora mismo!”

Jonathan estaba confundido por la urgencia repentina pero asintió con la cabeza, y poco a poco empezaron a ayudar a la Dra. Helmsley a salir de la cueva. “Nathan,” dijo, “¿cuándo te enteraste de que tenías una habilidad?”

Nathan se rió. “Es una larga historia,” dijo. “Pero no fue tan mágico como tocar un símbolo en una pared.”

Jonathan sonrió. “Digamos que en cierto modo tuve una premonición sobre ello y luego me vi obligado a usarlo,” dijo. “No salió como yo esperaba, pero más o menos era 'comer o ser comido'.”

Jonathan frunció el ceño por debajo de sus gafas. Él parecía confundido de nuevo. “¿Hace cuánto tiempo fue esto? ¿Y cómo supiste cómo utilizarlo?” Sus pupilas estaban dilatadas, y de pronto parecía extremadamente curioso. “¿Y qué te trajo a las cuevas esta noche?”

“Realmente es una larga historia,” dijo Nathan, sintiéndose un poco incómodo. “Casualmente estaba en el sendero esta noche, cuando vi que te transformabas en un zorro. Después de eso, básicamente decidí seguirte.”

“Normalmente no hago eso tan al descubierto,” dijo Jonathan con una risa. “Suelo ser más discreto.”

Nathan sonrió y asintió. “Prometo que te lo explicaré más tarde.”

“Bueno, ahora sabes por qué insistía en que vinieras aquí. Después del incidente del auto, sabía que, de alguna manera, debías estar conectado.”

Las antorchas que conducían a la entrada de la cueva habían sido apagadas, pero como había luna llena, Nathan y Jonathan pudieron encontrar la salida. La Dra. Helmsley estaba semiinconsciente y en silencio casi todo el camino hasta la entrada de la cueva, por lo que ambos se sorprendieron cuando ella finalmente dijo algo.

“¿Qué está pasando?” Tartamudeó ella, un poco en estado de pánico. “¿Dónde está ella?”

“Se ha ido,” respondió Jonathan, levantando su mano libre para calmarla. “Todo está bien.”

Sus ojos todavía se veían aturdidos cuando ella miró a Nathan. “¿Quién eres tú?” Preguntó.

Jonathan y Nathan se miraron el uno al otro, y Nathan le quitó a la Dra. Helmsley sus gafas rotas.

“Solo soy un amigo de Jonathan, Dra. Helmsley,” respondió Nathan. “Estoy aquí para ayudarlos.”

Ella abrió los ojos grandes, y su cabeza cayó y se movió lentamente de un lado a otro hasta que se detuvo fijamente mirándolo.

“Qué joven tan agradable,” dijo atontada. “Puedes llamarme Janet.”

Ella levantó los brazos de los hombros de ellos e intentó caminar, pero rápidamente se desmayó.

Jonathan se acercó para agarrarla, pero no fue lo suficientemente rápido. Ella cayó al suelo, haciendo un ruido sordo al golpear el piso. “Ay,” dijo Jonathan haciendo una mueca, “eso debió doler.”

Nathan y Jonathan se inclinaron para levantar a la Dra. Helmsley y recargarla contra la entrada de la cueva. Un hilo de sangre corría desde la cresta de su cabeza, y Jonathan intentó detener la hemorragia con la parte inferior de su camisa.

Nathan se puso de pie y limpió su frente con su antebrazo. “A este ritmo, nos tomará una eternidad volver a la escuela,” dijo.

“Estoy de acuerdo,” dijo Jonathan. “Y parece que la Dra. Helmsley necesita atención médica inmediata. Me temo que pudiera estar sufriendo una ligera conmoción cerebral.”

“Rayos,” dijo Nathan. “Revisa tu teléfono celular. Mi teléfono sigue sin señal.”

Jonathan abrió su teléfono celular, revelando de nuevo la luz verde que Nathan vio antes, mientras lo seguía en el bosque. “El mío tampoco funciona,” dijo.

Nathan notó que el suelo bajo sus pies era suave. Miró hacia arriba y unas cuantas gotas de agua cayeron sobre su frente. A lo lejos, más allá del prado, un profundo ruido sordo hizo eco en algún lugar por encima de los árboles. Miró a Jonathan y vio que la parte inferior de su camisa estaba empapada de sangre de la Dra. Helmsley. Pensó en lo que Jonathan había dicho acerca de la compañera de habitación de Leah y del padre de Jonás, y cómo cualquier cosa que haya atacado a Leah podría ser la causa de sus muertes. También pensó en lo que Jonathan no sabía: que Jonás tenía una habilidad, y que las mismas criaturas que atacaron a Leah habían atacado a Jonás.

“Sería más rápido si te quedaras aquí con la Dra. Helmsley y yo fuera en busca de ayuda,” dijo.

Jonathan se puso de pie y miró hacia el cielo. “Sí,” dijo. “Estoy de acuerdo contigo. No parece que la tormenta haya terminado, sin embargo; debes apresurarte antes de que empiece a llover de nuevo.”

Nathan asintió y comenzó a trotar. “Pediré ayuda en cuanto pueda,” dijo. “Probablemente mi teléfono recibirá señal cuando esté cerca del campus.”

“Nathan,” dijo Jonathan. “Me alegro de que estuvieras aquí esta noche.”

Nathan sonrió y corrió tan rápido como pudo hasta el prado. El pasto estaba húmedo, y casi se cayó un par de veces, pero pronto ya estaba dentro del bosque. Pensó en lo que Jonathan había dicho acerca de su transformación mientras cruzaba los dos árboles con cintas amarillas. Malick dijo que nuestros poderes eran hereditarios. ¿Acaso Jonathan realmente se convirtió en un zorro negro simplemente porque tocó un símbolo? pensó.

Llegó al asfalto negro justo a tiempo para ver la última lámpara del estacionamiento parpadear y apagarse.

“Genial,” murmuró. “Y todavía no tengo señal en mi celular.”

Se sintió aliviado porque no tenía que preocuparse de tropezar con nada, porque el estacionamiento estaba vacío. Podía sentir el barro pegado debajo de sus zapatos, y trató de limpiarlos en la hierba antes de continuar por el sendero. El camino que conducía fuera del bosque y hacia la calle Lawrence Road estaba más oscuro de lo normal porque las lámparas estaban apagadas. Antes de cruzar la carretera pudo ver que la mayoría del campus todavía tenía electricidad, incluyendo Lawrence Hall.

Pudo ver desde la acera que el vestíbulo de Lawrence Hall estaba vacío. Mientras recorría el sendero, pensó que lo mejor sería solo decirle a todos que había sucedido un accidente y que parte de la cueva se había derrumbado, hiriendo a la Dra. Helmsley. Tenía la intención de contar esa historia a los recepcionistas para que pudieran llamar y pedir asistencia médica de emergencia, pero tampoco había gente en recepción. Nathan pensó que era extraño, pero procedió hacia los ascensores y sacó su teléfono celular.

Las puertas del ascensor se abrieron y presionó el botón para el octavo piso. Se sorprendió de que finalmente su celular obtuviera señal, considerando que se encontraba dentro de un ascensor. Su teléfono celular vibró, informándole que tenía seis llamadas perdidas y cuatro mensajes de voz no escuchados. “Dios mío, Lafonda,” murmuró mientras marcaba 911.

Nathan se sintió un poco extraño marcando ese número, porque nunca antes había tenido una razón para hacerlo. Esperó mientras el teléfono sonaba, y la campana del ascensor sonaba entre los pisos. Observó con paciencia cómo cada número de piso se iluminaba en el ascensor, pero el ascensor se volvió más lento a medida que se acercaba al séptimo piso.

Estaba un poco sorprendido porque el séptimo piso era en el que estaba Lafonda, y todo mundo normalmente estaría en sus habitaciones por la noche.

Nathan dio un brinco: un grito agudo penetró el ascensor. Las puertas del ascensor se abrieron y Samantha Darding entró corriendo, con su camisón rasgado y sus manos manchadas de sangre.

“¡Nathan!” Gritó ella. “¡Se la llevaron! ¡Se llevaron a Eva Marie, y no puedo encontrar a Christina!” Sus manos temblaban mientras se aferraba a la camisa de Nathan, con sus ojos llenos de horror. “Eran como sombras,” continuó frenéticamente. “¡Y Ángela! ¡Dios mío! ¡Se llevaron a Ángela!”

20

911

“911,” dijo la voz en el teléfono. “Por favor, diga cuál es su emergencia.”

Un escalofrío recorrió la espalda de Nathan, y de pronto su mente se inundó con imágenes de Leah intentando defenderse de un atacante invisible. Rápidamente cerró su teléfono celular y lo puso en su bolsillo. “¿Qué pasó?” Preguntó. “¿Quién se las llevó?”

Intentó salir del ascensor, pero Samantha lo empujó hacia atrás. “No podemos,” dijo ella con ansiedad. “Tenemos que salir de aquí. ¡Se mueven tan rápido! ¡Están por todas partes!”

“¿Quién está en todas partes?” Preguntó Nathan, mirando hacia afuera del elevador.

La zona común estaba desordenada; las mesas circulares estaban dadas vuelta. Por lo que pudo observar, había varias marcas de rasguños en las paredes.

“Yo no veo a nadie,” dijo.

Se volvió para mirar a Samantha. Ella se aferraba a su brazo, y su cuerpo entero estaba temblando. Nathan notó las rasgaduras en su camisón, y sus manos ensangrentadas. Instantáneamente, nuevamente recordó a Leah.

“¿Estás herida?” Preguntó.

Samantha se apoyó contra la pared del ascensor y levantó la manga de su camisón, revelando un profundo corte en su hombro. Ella puso su mano en la herida e hizo una mueca de dolor. “No creo que sea tan malo,” dijo. “Probablemente hubiera sido peor, si no hubiera sido por Ángela.”

“¿Ángela?” Preguntó mientras inspeccionaba la herida.

Un mechón de cabello suelto colgaba sobre el rostro de Samantha. Intentó quitarlo del camino con la mano, pero terminó con manchas de sangre en su frente y rostro.

“Estaban a todo mi alrededor,” dijo. “No sabía hacia dónde correr.” Hizo una pausa para secar las lágrimas en sus ojos. “En un instante estaban delante de mí, y en el otro ya no estaban. Después de que me cortaron, caí al suelo; ahí fue cuando Ángela apareció. Ella me salvó, pero luego se la llevaron.”

Se tomó un momento para observar las rasgaduras en las paredes de nuevo. “¿De dónde vinieron las criaturas?” Preguntó. “¿Salieron de la escalera? ¿De los baños?”

“¿Las criaturas?” Murmuró ella.

“Sí,” respondió Nathan, mirando hacia afuera del ascensor de nuevo. “¿Cuántas criaturas había?”

Samantha negó con la cabeza. Ella parecía confundida.

“Ya sabes,” dijo él señalando la herida en el hombro de Samantha, “esas cosas negras y grises, peludas con largas garras y dientes afilados.”

El cuerpo de ella tembló de nuevo, y esta vez sus ojos se estremecieron.

“¡No, no, no!” Gritó. “No había garras o criaturas peludas; ¡solo rostros negros y vacíos, y espadas plateadas brillantes!”

El corazón de Nathan instantáneamente se aceleró a toda marcha, como si estuviera intentando saltar fuera de su pecho. “Los Guardias de La Sombra,” murmuró. “¡Jonás!”

Salió del ascensor a la defensiva, con su mano lista para disparar.

“Quédate aquí,” dijo.

Samantha asintió.

Lentamente, avanzó por el pasillo con su mano extendida delante de él. Pudo ver que las marcas en las paredes no eran rasguños, sino cuchilladas profundas hechas por un gran cuchillo o por una espada.

Se dio la vuelta hacia el ascensor y se empezó a llenar de tristeza. Se dio cuenta de que esas mismas marcas eran las que estaban en Samantha.

“Sam,” dijo él, deslizando su teléfono celular hacia ella. “Llama a la policía. Diles que necesitas atención médica inmediata.” Entonces se acordó de Jonathan y de la Dra. Helmsley. “También diles que hubo un accidente en las cuevas detrás de los acantilados con vistas al Lago Charleston,” dijo. “Es la cueva más cercana al lugar de la excavación arqueológica.”

Samantha se quedó entre las puertas del ascensor para evitar que se cerrara, y tomó el teléfono celular. Nathan no estaba seguro de que ella hubiera entendido, porque su rostro parecía estar todavía en estado de shock.

Él recordó lo que había sucedido la ocasión anterior con los Necrocritters y cuidadosamente se asomó al cuarto de baño. Parecía estar vacío, por lo que poco a poco avanzó hacia adelante. Rápidamente se paralizó después de oír crujidos bajo sus pies. Miró hacia abajo e inspeccionó los pedazos de vidrio roto. “Por lo menos ahora sé lo que pasó con las luces,” se dijo.

Era de noche, por lo que el pasillo estaba muy oscuro. Su corazón seguía palpitando fuertemente; esperaba que alguien saltara encima de él o que le tendieran una emboscada en cualquier segundo. Un leve crujido llegó de algún lugar frente a él, seguido por un leve sonido de algo moviéndose. Prácticamente, Nathan estaba caminando en puntas de pie. Sonidos de voces bajas emanaban de una de las habitaciones a su derecha. Con la mano abierta y el brazo estirado hacia abajo, estaba preparado para lanzar una bola de energía. La energía pulsaba en su brazo mientras lentamente giraba la perilla de la puerta.

La puerta se abrió y oyó un grito ahogado. De pie frente a él con una silla de madera sobre su cabeza, se encontraba Hugo. Agachados detrás de él estaban Christina Williams y otros estudiantes.

“¡Nathan!” Gritó. “¡Gracias a Dios que eres tú!”

Nathan bajó su mano y la puso detrás de él. “Hugo,” dijo con su corazón todavía acelerado. “¿Qué estás haciendo aquí, en el piso de las chicas?”

“Oh, Dios mío, Nathan,” respondió. “Había unos tipos, ¡unos rufianes! Pensé que era una broma al principio, pero luego se llevaron a Jonás.”

“Jonás,” interrumpió Nathan, “¿dónde está? ¿A dónde se lo llevaron?”

Cuando se abrieron otras puertas, Nathan se dio vuelta. Otras estudiantes empezaron a salir de sus habitaciones.

“¿Christina?” Preguntó una voz familiar.

Se volvió para encontrar a Samantha de pie junto a él.

Christina apresuradamente abrazó a Samantha. “Pensé que te habían llevado,” dijo.

Samantha retrocedió, rápidamente poniendo su mano sobre su hombro.

“¡Estás herida!” Gritó Christina. “¡Sam, estás sangrando!”

“No lo sé,” dijo Hugo, su voz sonando más ronca de lo habitual. “Estaba oscuro y no pude ver sus rostros. Se movían tan rápido, y tenían armas, ¡tenían espadas! Los seguimos por la escalera, pero no pudimos mantener su ritmo, y fue entonces cuando escuchamos los gritos.” Hizo una pausa para ver mirar unas cortadas en sus manos. “En medio de todo esto, perdí de vista a Andy,” continuó. “Estaban por todas partes, ¡y seguían llegando más!”

“Se lo llevaron,” dijo Christina mientras ayudaba a Samantha. “Vi que se llevaban a Andy por la escalera.”

“Hugo,” dijo Nathan, “cuida a Sam y lleva a todos los que estén heridos al vestíbulo de abajo; manténganse lejos de la escalera y utilicen el ascensor. Iré a revisar las escaleras.” La mirada de Nathan se suavizó cuando volvió su atención a Samantha. “¿Estás bien?” Preguntó.

Ella asintió con la cabeza y trató de sonreír. “El operador del 911 dijo que la policía ya estaba en camino, y que enviarían a una ambulancia,” dijo mientras le entregaba a Nathan su teléfono. “Traté de no ensuciarlo con sangre. Oh, y les dije que había ocurrido un accidente en las cuevas.”

Él sonrió tranquilizándola. “Gracias,” dijo.

Nathan se dirigió hacia las escaleras rápido, pero en base a lo que Hugo le había dicho, pensó que probablemente ya era demasiado tarde. Pensó que Jonás tal vez había logrado huir de ellos o que podría estar en las escaleras, herido.

Las escaleras hacían eco con el sonido de cada paso rápido que Nathan daba sobre los escalones metálicos. Cuando Nathan se acercó al siguiente piso, vio algo de color púrpura con estrellas doradas en el suelo. “El teléfono celular de Ángela,” dijo. Su estómago empezó a retorcerse.

Escuchó pasos acercándose rápidamente desde el piso debajo de él. Miró por encima de la barandilla, y alcanzó a ver a Alan subiendo las escaleras. De inmediato, tomó el celular de Ángela y lo puso en su bolsillo de atrás.

Alan frunció el ceño cuando vio a Nathan y alejó su teléfono celular de su oreja. “¿Qué diablos está pasando allá arriba?” Preguntó. “¿Por qué hay tanto ruido? Mis chicos dijeron que escucharon gritos.”

Nathan trató de no parecer molesto.

“¿Qué?” Preguntó Alan, hablando por su teléfono. Intentó pasar a Nathan por la escalera.

“¿Y dónde está Ángela?” Le preguntó a Nathan.

Nathan agarró a Alan por el brazo. Tenía una mirada triste en su rostro. “Ella no está allí,” dijo, casi susurrando. Aclaró su garganta. “Solo ven conmigo.”

“¿Qué quieres decir?” Protestó Alan. “Acabo de venir de allá hace tan solo quince minutos.”

Nathan sostuvo el brazo de Alan y siguió bajando las escaleras.

“Oye,” gimió Alan, “¿qué diablos estás haciendo? ¿Y dónde está Ángela?”

Alan ahora hablaba por su celular. “No sé qué está haciendo,” dijo. “No suelta mi brazo.” De mala gana, bajó por las escaleras. “Una vez más,” dijo hablando por teléfono, “dije que no lo sé.”

Nathan solo sacudió la cabeza y siguió caminando.

“¡Bueno, está bien!” Espetó Alan, después de tirar de su brazo para soltarse del agarre de Nathan. “¡Toma!”

Nathan levantó las cejas y frunció el ceño. “No quiero tu teléfono celular,” dijo. “Te estoy llevando conmigo en caso de que necesite ayuda.”

“¿Ayuda?” Preguntó Alan. “¿Para qué?” Alan puso los ojos en blanco y puso su celular en la mano de Nathan. “Es mejor que contestes,” dijo, “es Lafonda.”

Nathan hizo una pausa para respirar profundamente y suspiró. Solo podía imaginar lo molesta que estaría ella porque no había regresado ninguna de sus llamadas. Puso el teléfono de Alan en su oreja y se estremeció.

“¿Hola?” Dijo lentamente.

“¡Nathan Urye!” Respondió ella molesta. “Te he llamado varias veces, y dejé varios mensajes. ¿Por qué no has regresado mis llamadas?”

“Eh,” tartamudeó él mientras recordaba los acontecimientos del día en su mente. “He estado un poco ocupado.”

“Lo que sea, Nathan. Podrías al menos haberme enviado un mensaje de texto. ¿Y qué está pasando ahí? Alan dijo que los chicos escucharon gritos en mi piso. Traté de llamar a Ángela, pero su teléfono me envía directo al buzón de mensajes de voz.”

Escuchó que una puerta se abría y se cerraba en las escaleras, y empezó a bajar, tratando de mantener la calma. “Lafonda, no podía llamar a nadie. Había una tormenta y no tenía señal.”

“Oye,” protestó Alan mientras le seguía de cerca. “¿A dónde vas con mi teléfono celular?”

Nathan simplemente lo ignoró y siguió caminando. “Además,” continuó, “no puedes imaginar la noche que he tenido. Jonathan y la Dra. Helmsley estaban –”

“Leah ha desaparecido,” interrumpió Lafonda.

Nathan se quedó inmóvil y Alan casi tropezó con él.

“¿Qué?” Preguntó. “¿Qué quieres decir? ¿Qué pasó?”

Hubo un breve silencio en el otro extremo del teléfono. “Acabábamos de regresar a casa de los padres de Leah después de ir de compras de zapatos,” dijo. “Leah quería cambiarse de ropa antes de ir a cenar.”

“¿De compras de zapatos?” Preguntó él.

Los ojos de Alan se iluminaron. “¿De compras de zapatos?”

“Sí,” continuó ella. “Esperé por ella con su madre en la cocina. No hacía tanto tiempo que se había ido. Su madre acababa de sacar la tarta del horno, y fue entonces cuando oímos un fuerte ruido chirriante.”

Un escalofrío recorrió la espalda de Nathan. “¿Dijiste un fuerte ruido chirriante?”

“Sí,” dijo ella. “Sonaba como si fueran dos metales frotándose.”

Nathan recordó el sonido que los Necrocritters hacían cuando estaba en la escalera con Jonás. También recordó los rasguños en el brazo de Bobby, y el comentario que Jonás había hecho sobre el tren detrás de su casa. “¿Igual que el ruido de un tren?” Preguntó, procediendo a seguir bajando las escaleras.

“Sí,” respondió ella. “¿Cómo lo sabes?” Lafonda esperaba una respuesta, pero después de un momento de silencio, continuó. “Seguimos el sonido a la habitación de Leah, y como ella no respondió, su madre abrió la puerta. La habitación era un desastre, Nathan – había plumas por todas partes y su colcha estaba hecha trizas. Me recordó a su dormitorio la noche que la llevaron al hospital.”

Se hizo el silencio de nuevo en el teléfono.

“¿Qué clase de zapatos compraste?” Preguntó Nathan finalmente.

Alan asintió, ansioso por escuchar la respuesta.

“¿Qué zapatos?” Preguntó Lafonda, sonando un poco confundida. “Compré un par de zapatillas deportivas.”

“¿Las llevas puestas ahora?” Nathan preguntó. “¿De qué color son?”

“Sí. Son de color rosa y gris,” respondió ella, molesta. “¿Y por qué rayos me estás preguntando acerca de mis zapatos, cuando Leah está desaparecida?”

“¿Dónde estás ahora?” Preguntó.

Lafonda resopló. “En mi auto,” dijo. “Voy de regreso a la escuela.”

“¡No!” Exclamó Nathan. “Quiero decir, deberías quedarte allí.”

“Necesito un descanso,” dijo Lafonda. “Pasamos horas buscándola Leah, y hablando con la policía. Estoy cansada y solo quiero ir a casa. Le dije a su madre que me llamara si había alguna noticia.”

“Por eso debes permanecer allí,” dijo Nathan. “No deberías conducir; estás cansada. ¿Y si Leah llega a la casa?”

Ella suspiró. “Ya vengo en camino, Nathan. Y además, ya casi llego. ¿Vas a decirme qué está pasando?”

Se acercaba al nivel inferior de la escalera cuando alcanzó a ver a Erin de pie con un balón en la mano. “Todo está bien,” dijo.

“Quiero hablar con Ángela,” Lafonda exigió.

Nathan puso los ojos en blanco. “Todo está bien,” dijo, “nos veremos cuando llegues aquí.”

“Uf,” se quejó ella.

Nathan parecía angustiado. “Adiós,” dijo antes de colgar el teléfono.

“¿Qué diablos fue todo eso?” Preguntó Alan. “¿Por qué dijiste sí Leah vuelve a casa? ¿Dónde está ella?”

“¿Qué está pasando?” Preguntó Erin. “¿Por qué todo el alboroto en la escalera? Las chicas de mi piso se quejaron de unos fuertes ruidos. Dijeron que sonaba como una pelea en la escalera. Vine aquí y fue entonces cuando vi la cosa más rara.” Señaló hacia la salida al final de la escalera. “Vi a dos tipos vestidos de negro caminando directamente a través de la puerta, pero la puerta estaba como envuelta en una luz azul. Y cuando llegué a investigar, la luz se había ido y los dos tipos también. Revisé el vestíbulo también. A menos que mis ojos me hayan engañado, prometo que esos dos tipos desaparecieron.”

Alan extendió su mano hacia Nathan. “Devuélveme mi celular,” exigió. “¿Vas a decirme lo que está pasando? ¿O debo llamar a Lafonda?”

Nathan respiró profundamente. Erin tenía el balón de Jonás en la mano.

“Ángela ha desaparecido,” dijo Nathan.

“¿Qué?” Espetó Alan.

Nathan asintió y frunció el ceño con simpatía. “Sí,” dijo. “Jonás, Andy y Eva Marie también están desaparecidos.”

Alan se quedó boquiabierto. “Debes estar bromeando,” dijo. “¿Es esto una broma?”

Nathan negó con la cabeza y le regresó a Alan su teléfono. “No estoy bromeando,” dijo. “Y Leah también ha desaparecido. Es por eso que Lafonda llamó; para contarme de Leah.”

“¡Eso es una locura!” Gimió Alan. “Tenemos que llamar a la policía.”

“La policía ya está en camino, pero créeme,” respondió Nathan, “no nos pueden ayudar.”

Alan parecía confundido. “¿De qué estás hablando?” Preguntó.

Erin señaló con el dedo pulgar hacia la salida de nuevo. “¿Tiene esto algo que ver con esos tipos vestidos de negro?” Se preguntó. “¿Y quiénes son ellos?”

Nathan asintió. “Sí. Pero no puedo explicarles en este momento.”

Ella tenía una mirada de incredulidad en su rostro. “¿Son algún tipo de pandilla?”

“¿Pandilla?” Espetó Alan.

“No, no son parte de una pandilla, pero algunos de los estudiantes pueden pensar que lo son,” respondió. “Y por ahora, creo que deberíamos mantener esa versión.”

La frustración se acumulaba en los ojos de Alan. “¡Debemos ir tras ellos!”

“Eso es lo que planeo hacer,” respondió Nathan. “Y creo que sé hacia dónde se dirigen.”

“Entonces iré contigo,” dijo Alan.

Nathan metió la mano en su bolsillo trasero. “No puedes,” dijo. “Necesito que te quedes aquí con los demás.” Le dio el celular de Ángela y de pronto una tristeza se apoderó de su rostro. “Sam y algunos de los otros estudiantes han resultado heridos y los paramédicos están en camino. Con Lafonda fuera y ahora Ángela, necesito que ustedes se queden y se aseguren de que todo está bien aquí.”

Erin asintió. “Está bien,” dijo.

Alan puso los ojos en blanco en señal de protesta, pero procedió a subir las escaleras.

“Erin,” dijo Nathan. Tartamudeó un poco antes de hablar. “Necesito un favor – es muy importante.”

Ella dio unos pasos hacia él y lo miró fijamente. “¿Qué?” Preguntó.

“Cuando Lafonda llegue,” dijo, “bajo ninguna circunstancia puedes permitirle que abandone Lawrence Hall.”

Ella se veía confundida. “Pero –”

Nathan la tomó por el brazo. “Por favor,” dijo, “es realmente importante. Es cuestión de vida o muerte.”

“Está bien, está bien,” dijo ella. “Relájate. Vigilaré a Lafonda.”

Nathan se dirigió hacia la salida pero se dio la vuelta. “¿Qué hora es?” Preguntó.

“Casi medianoche,” respondió ella.

“Espero que todavía tenga tiempo.”

“Nathan,” dijo ella en voz alta.

Nathan se dio vuelta de nuevo y por primera vez en la noche se dio cuenta de que Erin estaba preocupada.

“De verdad espero que sepas lo que estás haciendo,” dijo Erin.

“Yo también lo espero,” murmuró Nathan.

Nathan salió de la escalera hacia el vestíbulo de Lawrence Hall. Fue bienvenido por una ráfaga de aire fresco, así como por las deslumbrantes luces rojas y azules de la ambulancia que estaba enfrente. Bien, ya están aquí.

Alcanzó a ver a Samantha que un paramédico la estaba revisando mientras que un Hugo vigilante estaba de pie junto a ellos. Un grupo de estudiantes y consejeros comenzó a llenar el vestíbulo.

Pronto llegaría la policía, y también LaDonda. Pensó que ahora era un buen momento para escabullirse pasando desapercibido. Tuvo una desgarradora sensación en su interior mientras salía por la cocina. La puerta se cerró de golpe detrás de él, y de pronto estaba solo en el estacionamiento. “Espero que Sam esté bien,” dijo. Recordó haber visto el corte en su brazo, y lo aliviada que pareció ella al verlo. Frustrado, le dio un puñetazo al contenedor de basura. “¡Siento que los estoy abandonando!”

Miró a su alrededor para ver si había alguien, y luego partió hacia casa de Jonás. Nathan corrió tan rápido como pudo, atravesando patios sin cercas y un par de callejones. Dobló en una esquina, y un par de metros delante de él estaban las vías del ferrocarril que pasaban detrás de la casa de Jonás. Recordó la modesta casa con techo inclinado y bordes blancos, y se dirigió hacia la entrada, a la parte posterior. Todas las luces estaban apagadas, excepto una, en el porche delantero. Era un poco pasada la medianoche y, como él lo esperaba, no había tren.

“Espero que no sea demasiado tarde,” se murmuró a sí mismo.

La parte trasera de la casa estaba completamente a oscuras, pero había un resplandor de luz en una de las ventanas traseras. “Espero que él todavía esté allí,” dijo. “Espero que no hayan venido por él.” Nathan se paró encima de un ladrillo junto a la casa, para alcanzar a ver mejor del otro lado de la ventana. “Si él se ha ido, ¿cómo diablos voy a entrar?”

Por la ventana, pudo ver a Bobby jugando videojuegos en la oscuridad, con la luz de la televisión iluminando su rostro. Nathan golpeó ligeramente la ventana, y Bobby instantáneamente apagó el televisor y se metió a la cama.

Nathan se echó a reír. “Bobby,” susurró mientras volvía a golpear la ventana.

Bobby abrió lentamente los ojos y, por un momento, miró hacia la ventana, antes de levantarse la cama. “¿Jonás?” Preguntó.

Nathan sonrió. “No,” dijo, “soy yo, Nathan.”

“¿Qué estás haciendo ahí afuera?” Preguntó Bobby, mientras abría la ventana. “¿Está mi hermano ahí también?”

“No,” dijo. “¿Lo has visto esta noche?”

Bobby negó con la cabeza.

Nathan miró alrededor de la habitación. La caja del videojuego de Magos y Guerreros de Bobby estaba sobre el piso, y había un cartel de Magos y Guerreros en la pared. “Necesito hablar contigo,” dijo.

“¿Estoy en problemas?” Preguntó Bobby. “Por favor, no le digas a mi madre. Si me meto en problemas otra vez, mañana no podré ir a la ceremonia de clausura de mi hermano.”

Nathan se echó a reír. “Un extraño se asoma por la ventana en medio de la noche, ¿y tú piensas que estás en problemas?”

Bobby inclinó la cabeza y cruzó los brazos sobre su pecho. “Tú no eres un extraño, Nathan,” dijo. “Ya nos conocemos, y además, yo no soy un niño. Tengo casi diez años.”

“Está bien, de acuerdo,” dijo Nathan. “Quiero mostrarte algo, pero primero tienes que prometerme que esta noche no le abrirás la ventana a nadie más.”

“Está bien,” dijo Bobby, haciendo una pausa para sentarse en el estante de la ventana.

Nathan dio un rápido vistazo al cartel en la pared otra vez y dio un paso hacia atrás. “Eh, Bobby,” dijo.

Bobby lo miró.

“¿Has visto algo extraño últimamente? ¿Alguna criatura o persona extraña, como en Magos y Guerreros?”

El rostro de Bobby, de repente, se tornó peculiar, como si estuviera tratando de recordar algo. “Una vez, había un gato negro en el árbol,” dijo. “Era muy peludo, no como Lacey. Gruñía mucho y tenía dientes afilados.”

“¿Cómo era su gruñido?”

El niño torció el labio y su mirada se perdió en algún lugar por encima del hombro de Nathan. De repente, sus ojos se iluminaron y volvió a hablar. “Como el de Lacey, pero cuando alguien la pisa por accidente, creo.”

Nathan asintió. “Entiendo,” dijo. Dio unos pasos más hacia atrás, acercándose a los árboles. “Deben haber borrado su memoria, tal como lo hicieron con Jonás,” pensó. “Y probablemente hicieron lo mismo a su padre.”

Nathan extendió el brazo con su palma extendida hacia el cielo. Podía sentir que la energía se acumulaba en los músculos de su mano. Desde la esquina de su ojo, pudo ver que el rostro de Bobby se llenaba de expectativa, y él sonrió. Poco a poco liberó la energía, y una corriente de luces blancas y azules comenzó a flotar sobre su mano, fusionándose en una bola de energía arremolinándose.

“¡Vaya!” Dijo Bobby, tratando de saltar por la ventana.

“Espera,” dijo Nathan riendo, rápidamente cerrando la mano y acercándose a Bobby. “Es demasiado tarde, y tú debes quedarte adentro.”

Los ojos de Bobby se abrieron grandes. “¿Eres un mago?”

Nathan sonrió. “No,” dijo. “No soy un mago.”

“¡Entonces debes ser un guerrero!” Dijo Bobby. Nathan frunció los labios alegremente y asintió. “No exactamente,” dijo, “pero te agradezco el cumplido.”

“¿Cómo hiciste eso?” Preguntó Bobby.

“Un segundo,” dijo Nathan. Se asomó hacia adentro por la ventana y se metió. “Es por eso que estoy aquí, necesito tu ayuda.”

Bobby frunció el ceño de la misma manera que Jonás lo hacía cuando no entendía algo.

“No te preocupes,” dijo Nathan, “tú puedes hacerlo también.”

“¿Yo?” Preguntó Bobby, abriendo los ojos con asombro.

“Sí” dijo Nathan. “Y Jonás también puede hacerlo. También tu papá podía hacerlo.”

El rostro de Bobby irradiaba. “¿Qué es lo que necesitas que haga?” Preguntó.

“De acuerdo, necesito que cierres los ojos y te concentres,” dijo Nathan. “Escucha con atención y sigue mis instrucciones. Esto es como el nivel 99 de Magos y Guerreros.”

Los ojos de Bobby se cerraron con fuerza. Todo su cuerpo parecía rígido, y sus manos se cerraron para formar puños.

Nathan sonrió. “¿Estás listo?” Preguntó. “¿Listo para el juego?”

Bobby asintió.

“Está bien,” dijo Nathan. “Voy a decirte exactamente cómo lo hace Jonás. Da dos pasos hacia atrás de la ventana, y levanta tu mano hacia adelante. Ahora, quiero que pienses en Jonás y en tu padre. Piensa en todos los buenos momentos que tuvieron juntos. ¡Imagina que ese sentimiento crece, cada vez más fuerte!”

Pasó un momento y se quedaron en silencio. Nathan estaba a punto de rendirse, pero el brazo de Bobby lentamente comenzó a temblar.

“Ahora,” dijo Nathan, “¡déjalo salir a través de tu mano!”

Una pequeña luz blanca y azulada surgió lentamente de la mano de Bobby, mientras instintivamente trazaba la ventana.

“¡Lo hiciste!” Dijo Nathan.

Bobby abrió los ojos para encontrar una ventana azul que brillaba intensamente. “¡Increíble!” Dijo. Se volvió hacia Nathan. “¿Yo hice eso?”

“Sí,” dijo Nathan mientras inspeccionaba la ventana. “¡Tú lo hiciste, igual que Jonás!”

Bobby sonrió. “¿Igual que Jonás?”

Nathan asintió y sonrió. “Sí,” dijo, “¡exactamente igual que Jonás!”

“¿Y mi papá?”

“También igual que tu papá.”

Cautelosamente, Nathan paso la mano por la ventana, y luego la cabeza. Como era de esperarse, todo en el otro lado parecía congelado, y estaba en tono gris – los árboles, el pasto y las casas. Todo era como en sus sueños acerca de Leah, y en el sueño sobre el cementerio Grimm.

“Está bien,” dijo Nathan mientras seguía en la habitación, “ya es muy más tarde y es tu hora de dormir.”

“Sabía que dirías eso,” dijo Bobby, mientras se metía en la cama.

Nathan sonrió. “Ahora recuerda,” dijo, sentándose junto a él en la cama, “ya no le abras la ventana a ninguna otra persona, aunque tú creas que lo conoces, ¡y no más videojuegos!” Se dirigió hacia la ventana. “Ah, y no uses tus poderes – al menos hasta mañana,” le dijo guiñando el ojo.

“Nathan,” dijo Bobby. “¿Mi hermano está en problemas?”

“Todo va a estar bien,” dijo, “todo gracias a ti. Ahora a dormir. Nos vemos mañana.”

El Espacio de En Medio era tal y como Nathan lo recordaba. La luna y las estrellas eran excepcionalmente brillantes, y para su consternación, Nathan estaba al otro lado de la ciudad, lejos del cementerio Grimm. Se dio cuenta que el portal que Bobby había abierto ahora estaba cerrado, y no tendría sentido intentar regresar.

Continuó trotando por las calles sin movimiento y a oscuras, deteniéndose aquí y allá para recuperar el aliento, a veces deteniéndose impresionado con las calles y casas vacías. “Ciertamente espero que Jonás pueda sacarnos de aquí,” dijo.

Recordó su sueño del cementerio Grimm, las figuras con capuchas negras y rojas, sus espadas y a la maliciosa mujer rubia vestida de blanco. Nathan resopló. “Sí, eso si puedo encontrar una manera de salvarlos.”

Para el momento en el que llegó a Lawrence Hall y comenzó a caminar por la calle Lawrence Road que conectaba con la calle Ruta 7, Nathan se sentía desesperanzado. Hasta ahora, nunca se había dado cuenta de lo lejos que estaba el cementerio Grimm. “A este ritmo,” gruñó, “nunca voy a llegar a tiempo.” Cuando era niño, solía ir con sus amigos en bicicleta al cementerio desde el campus, pero estando en el Reino Espiritual, estaba casi seguro de que cualquier bicicleta que pudiera encontrar sería inútil y estaría prácticamente congelada.

No fue sino hasta que llegó a la calle que llevaba al estacionamiento del Museo Cahokia que el dolor en su costado lo obligó a tomar un descanso. Concluyó que tanto correr finalmente lo había cansado y, puesto que sabía con certeza que no habría tráfico, decidió sentarse en el medio de la calle.

Aunque todo estaba en blanco y negro, el camino que se extendía frente a él parecía perfecto, con árboles inmóviles y un cielo iluminado. Pensó que la escena haría una perfecta fotografía, con él siendo lo único en color y siendo el punto central de foco y de atención. En este momento, sin embargo, lo último que quería era llamar la atención. Esperaba poder seguir pasando desapercibido hasta el último momento, hasta que no tuviera más remedio que revelarse a sí mismo para salvar a sus amigos.

Se puso de pie y, antes de que pudiera dar un paso adelante, sintió una ráfaga de aire caliente en el cuello y en la espalda. Un destello de luz brillante pronto apareció, y Nathan cubrió sus ojos. “¿Qué fue eso?” Murmuró. Trató de abrir los ojos, pero había algo grande y brillante delante de él. Entrecerró los ojos y pudo ver que la luz disminuía gradualmente, revelando lo que parecía la silueta de dos enormes manos colocadas una junto a la otra. Pronto pudo ver lo que parecía una pluma, y luego otra pluma, y luego una gran cantidad de ellas.

Nathan estiró la mano para tocar una, y el muro de plumas abruptamente se abrió. Al instante, dio un paso atrás, estaba dispuesto a defenderse. La luz se hizo más y más pequeña, y pronto se había ido. Nathan se quedó boquiabierto y parpadeó furiosamente. No podía creer lo que estaba delante de él. “Eh,” tartamudeó. Nathan se quedó sin habla. “Eres... eh... ¿alas?” Preguntó.

El alto hombre que estaba de pie frente a él sonrió, y Nathan pronto se dio cuenta de que la luz brillante que lo cegaba había emanado de él.

“¿Quién eres?” Preguntó Nathan apresuradamente.

“Un amigo,” dijo el hombre alto, mientras extendía su mano.

Nathan vaciló, mirando con incredulidad la mano de color bronce frente a él. Podía verse reflejado en la armadura dorada cuando se acercó a darle la mano, y en el instante en el que sus manos se tocaron, se sumergieron en un destello enceguecedor.

21

LOS MITOS SE VUELVEN REALIDAD

Nathan parpadeó un par de veces, tratando de enfocar la mirada. Pensó que era extraño que estuviera en el suelo, cuando tan solo unos momentos antes había estado de pie. El hombre que se había declarado un amigo estaba de pie frente a él. Desde el punto de vista actual de Nathan, el hombre alto lo empequeñecía por completo, Nathan estaba asombrado con su estatura. Su armadura dorada sobre el pecho le quedaba a la perfección, y las correas individuales con botones de oro que colgaban de su cinturón de cuero café parecían dignas de un rey. Su piel de bronce hacía un bonito contraste con sus alas blancas como la nieve, ahora ubicadas detrás de él. Aunque no tenía una espada, le pareció a Nathan una réplica gigante de un guerrero griego, listo para la batalla.

Nathan miró la funda de espada vacía, con joyas rojas, colgando de su cinturón.

“¿Dónde estamos?” Preguntó Nathan cautelosamente.

“¿No lo reconoces?” Respondió el hombre con una voz clara y agradable.

Nathan se puso de pie. Las hojas del pasto bajo sus manos se sentían como plástico. Miró a su alrededor y de inmediato notó los árboles que rodeaban el prado en el que estaban. “Bueno, definitivamente todavía estamos en El Espacio de En Medio,” dijo. Siguió mirando a su alrededor, y finalmente, a lo lejos, alcanzó a ver el antiguo monasterio de la Ruta 7. “Estamos en el Campo Lynn,” dijo sorprendido.

El alto hombre le sonrió con sus acogedores ojos color ámbar y asintió.

“¿Estoy aún a tiempo para salvar a mis amigos?”

El hombre de apariencia misteriosa comenzó a alejarse, y en frente de él apareció lo que parecía ser una puerta blanca de luz. Nathan lo siguió rápidamente, el fondo de su interior se volvió cálido y relajado mientras se acercaba. La luz de la puerta lo envolvió, junto con una sensación de paz.

“Espera,” gritó Nathan, y el hombre se dio vuelta hacia él. “¿Qué hay de mis amigos? ¿No vas a ayudarme?”

“Como todos los momentos en el tiempo, esto también pasará. Pero las opciones y los resultados del día de hoy darán forma a tu futuro y al de tus amigos.”

Nathan lo observó, desconcertado. “¿Qué estás diciendo?”

Su piel de bronce y sus ojos de ámbar parecían brillar en la luz. “Después de que se han hecho todas las elecciones, después de todos los momentos felices, contratiempos, dificultades y fracasos,” dijo, “ten seguridad de que tu vida, tu historia será una luz que guiará a muchas personas.”

“Espera,” exclamó Nathan. “¿Por qué estás diciendo todo esto?”

Continuó siguiéndolo, pero el hombre se dio vuelta rápidamente, mostrándole su mano firme. “Tú no estás muerto, ni eres un espíritu inmortal, por lo tanto no puedes entrar.”

A Nathan lo sorprendió esta orden, y se quedó paralizado. Vio cómo el hombre de bronce con alas siguió hacia adelante, desapareciendo en una nube de luz blanca.

Se quedó solo de nuevo, pensando en lo que acababa de suceder y mirando al espacio vacío que había sido una puerta de luz. “¿Podría esto ser más extraño?” Murmuró mientras lanzaba sus manos al aire.

No pudo evitar sentirse enojado mientras seguía el sendero de piedra al Cementerio Grimm. Estaba lo suficientemente cerca y pudo leer las palabras en Latín talladas en la base del gran roble. “No hables mal de los muertos. Qué irónico, me siento como si estuviera refiriéndose a mí, ahora que he sido abandonado aquí para morir. ¿Por qué me ayudaría a recorrer el camino, para después abandonarme?”

Se encogió de hombros en señal de protesta, y luego volvió a suspirar. Se sintió un poco extraño mientras se acercó a la puerta de hierro negro del cementerio. Todo parecía igual que en su sueño, pero había algo diferente. En su sueño, había tenido una sensación de urgencia: había oído a Leah gritar, pero ahora todo estaba tranquilo.

Alcanzó a ver una piedra suelta en sendero y al instante se acordó de que había tropezado con ella en su sueño y que cayó contra la puerta. “Bueno, eso está igual,” murmuró, mientras cuidadosamente atravesaba la puerta. “Vamos a intentar de no repetir eso.” También se dio cuenta de las diversas plantas entrelazadas alrededor de la puerta y recordó que en su sueño lo habían sorprendido.

Tan pronto como Nathan entró por las puertas, recordó sentirse vulnerable en su sueño cuando llegó al primer nivel. Rápidamente, pasó corriendo junto a las filas de pequeñas lápidas y cruces para refugiarse en el segundo nivel. No se molestó en detenerse a esconderse detrás de alguno de los monumentos más altos porque no creyó que podrían proporcionarle mucha protección.

Sintió una sensación de déjà vu mientras corría por las escaleras de piedra en ruinas hacia el mausoleo más cercano. La respiración de Nathan se aceleraba mientras lentamente se asomaba por la desgastada pared de ladrillo. “No repetiré esa parte del sueño,” murmuró mientras miraba hacia atrás a los frágiles escalones de piedra. Miró más allá de la pared de nuevo, evaluando el cementerio. “Tiene que haber otro camino hacia la plaza de arriba.”

Nathan cuidadosamente se trasladó hacia otra cripta, manteniéndose agachado para no ser descubierto. Desde su punto de vista, tenía una vista clara de los arcos blancos alrededor, y del alto obelisco blanco en el tercer nivel. Se dio cuenta de que las cosas eran mucho más tranquilas que en su sueño; no podía oír conversación o canto alguno.

Se atrevió a acercarse un poco más, moviéndose hacia otro mausoleo. Sin embargo, éste mausoleo le pareció familiar; había estado en su sueño. Esta es la cripta que fue golpeada por la bola de energía que el sacerdote lanzó con el medallón en forma de media luna, pensó.

Nathan miró por encima de la pared, y fue casi doloroso para él mirar los escalones de piedra que conducían al tercer nivel. “No iré por las escaleras,” murmuró mientras recordaba lo que había pasado después en su sueño. Un escalofrío recorrió su espalda. “¡Tiene que haber otra manera!” Nathan escaneó el nivel superior de nuevo. Todavía estaba asombrado por la ausencia de actividad. “¿Acaso llegué demasiado tarde? ¿Se los llevaron a otro lugar?”

De repente, desde la esquina de su ojo, vio que algo se movía. Se agachó al instante. “Criaturas de la Sombra,” murmuró, mientras se escondía detrás de una pared. Una a una, fueron apareciendo, lanzándose por encima de los ladrillos y a través del piso de cemento. El miedo se apoderó de su pecho, y su estómago comenzó a retorcerse en nudos. “Relájate, Nathan,” se dijo a sí mismo.

Los Necrocritters avanzaron hacia uno de los arcos y parecieron desaparecer cuando lo atravesaban, haciendo que Nathan se preguntara hacia dónde iban. Relajó sus hombros, pero su alivio duró poco. Algo más se movió. Lentamente aparecieron en cada arco oscuro. “Guardias de la Sombra,” susurró.

Poco después, dos Sacerdotes Escarlata también aparecieron, ambos llevando túnicas de color rojo con capucha. Atado a sus cinturas llevaban cuerdas doradas decorativas que llegaban al suelo. “Parece que, después de todo, no llegué tarde,” dijo en voz baja.

Los dos sacerdotes se hicieron a un lado, y otra figura surgió del arco. “¡Jonás!” Exclamó Nathan.

Rápidamente, Nathan se agachó detrás de la pared de la cripta de nuevo, esperando que no lo hubieran oído. Cuando salió, parecía que nadie lo había notado. Podía ver que las manos de Jonás estaban atadas, y que su ropa estaba muy maltratada. Detrás de Jonás había un hombre alto, de aspecto musculoso que parecía estarlo escoltando. “¿Quién es? ¿De dónde sacaron a ese tipo? Pareciera que acaba de salir de la cancha de fútbol.”

El tipo fornido empujó a Jonás hacia adelante y luego lo detuvo frente a los dos sacerdotes. Intentó forzarlo a arrodillarse, pero Jonás se negó. Parecía que se estaban preparando para llevar a cabo algún tipo de ritual. Jonás trató de luchar, pero el hombre fuerte lo dominó y lo lanzó al suelo con un violento golpe en la cabeza.

Nathan cerró los puños y apretó los dientes. Se enfureció, y pudo sentir que algo más crecía y le quemaba por dentro. “Voy a matar a ese tipo,” juró.

Con las manos aún atadas Jonás yacía agonizante sobre el suelo. Los dos sacerdotes permanecieron inmutables a lo que acababa de suceder, y después sisearon ruidosamente. El tipo fornido rápidamente se agachó y jaló a Jonás del brazo, llevándolo a sus rodillas.

Desde el interior de su capucha color rojo rubí, uno de los sacerdotes levantó su mano, revelando un vial de vidrio en su decaída mano delgada. El otro sacerdote sacó una brillante daga de plata, similar a la utilizada para apuñalar a Leah en el sueño de Nathan. En un abrir y cerrar de ojos, su oscura mano en estado de descomposición envolvió el brazo de Jonás mientras se preparaba para perforarlo con la daga de plata. Pero antes de que pudiera acuchillarlo, Jonás se tiró hacia atrás y se liberó de su agarre. En el mismo instante, el corpulento hombre abofeteó a Jonás con fuerza en la cara, haciendo escapar de su rostro un hilo de sangre.

Las manos de Nathan temblaban incontrolablemente, y el calor en su interior se intensificaba. “Todavía no, Nathan,” se dijo a sí mismo. “Todavía no.” Respiró profundamente varias veces, tratando de aliviar esa sensación en su pecho. Se dio cuenta de que sus manos estaban de color rojo brillante, como habían estado durante la noche de la fiesta de cumpleaños de Lafonda.

Unos fuertes sonidos de siseo hicieron eco en la plaza. El sacerdote con la daga de plata agarró un puñado del oscuro cabello de Jonás y tiró con fuerza de su cabeza hacia la izquierda, dejando por completo al descubierto la sangre que salía de su boca. El otro sacerdote cuidadosamente colocó el largo vial de vidrio debajo de la barbilla de Jonás y recogió su sangre. Una vez que se llenó, lo sacudió como si lo estuviera mezclando con algo, y pronto el vial lleno con sangre brilló con un color azul intenso.

El sacerdote soltó a Jonás y su cabeza cayó hacia adelante, mientras los dos sacerdotes caminaron a través del oscuro arco. No mucho tiempo después de que se fueron, los Guardias de la Sombra también desaparecieron.

Todo estaba tranquilo ahora y, a excepción de Jonás y del tipo fornido, la plaza parecía estar vacía. Nathan no podía soportar ver a Jonás sufriendo un segundo más, y pensó que ahora sería su oportunidad de salvarlo. Pero antes de que pudiera decidir cómo atacaría al tipo musculoso, Jonás se puso de pie, haciendo que su captor perdiera el equilibrio.

Nathan se echó a correr. Tenía tan solo unos segundos para llegar a la cima antes de que el tipo se recuperara. Sabía que Jonás no tenía oportunidad alguna mientras sus manos siguieran atadas. Nathan decidió ignorar lo que sabía sobre los escalones de piedra y corrió hacia ellos de todos modos, evitando cuidadosamente los pedazos que se estaban desmoronando. El tipo fornido recuperó el equilibrio y levantó la mano para golpear a Jonás. Nathan también levantó su mano, enviando una gran bola de energía directamente a su espalda. El tipo musculoso se desplomó en el suelo, y una gran expresión de alivio se apoderó del rostro de Jonás.

“¡Nathan!” Gritó con alegría. “¡Sabía que vendrías! Pero, ¿cómo diablos cruzaste?”

Nathan desató la cuerda de las muñecas de Jonás y le ayudó a ponerse de pie. “A mí también me sorprende haberlo hecho,” dijo con una leve sonrisa.

Los ojos de Jonás siguieron a Nathan inquisitivamente.

“Digamos que tuve un poco de ayuda en el camino.” Examinó el golpe en el rostro de Jonás y luego escaneó la plaza. “Ahora, rápido,” dijo, “¿dónde están los demás?”

Jonás comenzó a responderle, pero fue interrumpido por sonidos de siseos que venían de cada arco.

Uno por uno, los Guardias de la Sombra aparecieron, cada uno con una espada de plata que sostenían hacia arriba contra sus pechos.

“Quédate cerca de mí,” dijo Nathan. Trató de retroceder, pero no pudo; estaban a todo su alrededor. Nathan abrió la mano y formó una bola de energía. Estaba dispuesto a luchar por sus vidas. Unos momentos pasaron, y el Guardia de la Sombra en el arco a la derecha de ellos se hizo a un lado. Dos Sacerdotes Escarlata aparecieron, seguidos de un tercero. Nathan se quedó sin aliento.

“Es el sacerdote con el medallón en forma de media luna,” murmuró.

Poco después, otra figura con capucha roja apareció, pero esta era diferente: era más alto y corpulento. Nathan alcanzó a ver su barbilla cincelada y su cabello rubio blancuzco, y lo reconoció de su sueño.

La figura rubia se quitó la capucha, revelando sus ojos azules como el océano y su piel luminosa. Su largo cabello era brillante. Miró a Nathan y suspiró pesadamente, como si su presencia lo agobiara.

“¿Quieres morir?” Preguntó con una sonrisa diabólica. Sus ojos hipnóticos recorrieron la plaza. “Ríndete, o te mataré yo mismo.”

El corazón de Nathan golpeaba fuerte contra su pecho, y podía sentir cómo el sudor se acumulaba en su frente. Estaba a punto de cerrar su mano, pero recordó lo valiente que había sido Jonás.

“No,” dijo mientras acumulaba valor. “No me rendiré. ¡Devuélveme a mis amigos!”

El hombre de la barbilla cincelada gruñó, mostrando sus dientes blancos y perfectos. “Humanos estúpidos,” dijo.

En un abrir y cerrar de ojos, una ráfaga de lo que parecían relámpagos rojos surgió de la punta de sus dedos.

Nathan trató de lanzar la bola de energía que tenía en su mano, pero el dolor lo obligó a arrodillarse. Jonás trató de golpear al tipo, pero fue derribado al suelo por otro de los rayos rojos.

El ataque cesó, y Nathan sentía que acababa de ser electrocutado. El humo se elevaba desde el piso de la plaza y de la ropa sobre su cuerpo.

El hombre se echó a reír. “Humanos. Obtienen un poco de poder, y piensan que son invencibles,” dijo. “Ven, querida. Por favor, dime, ¿dónde lo encontraste?”

De las sombras de uno de los arcos se acercó la dama de blanco, con la larga cola blanca de su vestido detrás de ella.

Nathan se puso de pie y rápidamente parpadeó. No podía creer quién estaba de pie frente a él.

“¿Amanda?” Gritó.

Ella besó juguetonamente al hombre rubio en su oreja, y gentilmente recorrió el costado de su rostro con su dedo. Luego, centró su atención en Nathan, mirándolo con sus brillantes ojos verdes.

“Él no es nadie,” dijo. “Es solo un chico con el que pensé que podríamos jugar mientras encontramos a quien realmente buscamos.”

“¿Así como jugaste con aquel?” Dijo, señalando al tipo musculoso, que se había recuperado de la bola de energía de Nathan y se estaba poniendo de pie.

“¿Quién? ¿Steve?” Se rió. “Él tiene un propósito.”

El hombre rubio señaló a Nathan. “Pensé que en esta ocasión solo habías traído cinco de ellos,” continuó. “¿De dónde salió este?”

De repente, ella pareció nerviosa. “No lo sé,” dijo, dándose vuelta para mirar boquiabierta al sacerdote con el medallón de oro y plata. “¿Por qué no estaba él con los demás?” Gritó. “¿Estás tratando de hacerme quedar como una tonta?”

El sacerdote rápidamente bajó la cabeza. “Mis disculpas,” respondió con un siseo. “No sabíamos de él. Mi magia ha detectado al que buscan, pero a menos que utilicen su habilidad, es difícil saber quién es.”

“Entonces tendremos que ponerlos a todos a prueba,” dijo ella. “¡Tráiganlos!”

El sacerdote con el medallón en forma de media luna se desvaneció a través del arco.

Steve tropezó hacia el pilar de uno de los arcos. Puso su mano en su cabeza, y pareció confundido. “¿D-dónde estoy?” Tartamudeó.

El hombre de la barbilla cincelada suspiró. “El tiempo es un valor muy preciado en estos días, querida,” le dijo con arrogancia a Amanda. Tenía una expresión petulante en su rostro. “¡Y tú lo estás desperdiciando!”

Ella echó hacia atrás su largo cabello rubio con ligereza, para mostrar desaprobación.

Él puso los ojos en blanco en señal de protesta y señaló a Steve. “Y por favor, dime, ¿por qué rayos decidiste mantener a esa cosa tan lamentable?” Preguntó con disgusto. “Hazle un favor y mátalo ya. Sácalo de su miseria.”

Ella se dirigió hacia Steve, cuyo cuerpo musculoso estaba desplomado.

“¿Deshacerme de él?” Se rió. “¿De mi mascota? Pero si es tan útil.”

Steve la miró, con la confusión llenando sus ojos desvanecidos.

“¿Amanda?” Preguntó. “¿Qué pasó? ¿Qué estamos haciendo aquí?”

Ella se inclinó y acarició suavemente su rostro con el dorso de su mano. “Ya, ya,” dijo con una voz maternal.

La confusión en el rostro de Steve desapareció de repente. Se puso de pie y pareció vacío nuevamente.

“¿Ya ves, querido?” Gritó ella alegremente. “Tan bueno como nuevo, y tan obediente y leal como un perro, ¡igual que todos los hombres mortales que sienten mis caricias!”

De repente, Nathan se dio cuenta de por qué se sintió atraído a bailar con Amanda la noche de la fiesta de cumpleaños de Lafonda. “Ella tocó mi brazo,” murmuró. “Yo sabía que algo estaba pasando. ¡Nunca me ofrecería voluntariamente a la humillación pública de bailar!”

“¡Tú!” Exclamó ella. Sus ojos verdes de repente se llenaron de ira. “¡Cállate!” Le hizo un gesto a Steve. “Y tú,” le ordenó histéricamente, “¿qué estás esperando? ¡Átalos!”

Hubo un sonido silbante, y el sacerdote con el medallón en forma de media luna subió a la plaza de nuevo, seguido por Andy y los demás.

“Ah,” dijo ella, aplaudiendo con entusiasmo. “Pius, has regresado.”

“Sí,” respondió él con un siseo. Se inclinó gentilmente, haciendo que los metales en su medallón brillaran con la luz de la luna. “Y he traído a los demás.”

Nathan observó cómo dos Guardias de la Sombra alinearon a sus amigos delante del alto obelisco blanco. Andy estaba primero en la fila, seguido por Eva Marie, y luego por Ángela. Tenían las manos atadas y su ropa parecía sucia y desordenada. Leah fue la última en unírseles. Su rostro esbozó una pequeña sonrisa cuando sus ojos se encontraron con los de Nathan. Él estaba contento por conocerla por fin, aun en las circunstancias en las que se encontraban. Leah siguió mirándolo, y Nathan se concentró en sus ojos marrones. Quería grabar en su mente una imagen de ella que no fuera la de sus sueños o de su fotografía del anuario.

“Verás, Lucas, amor mío,” coqueteó Amanda mientras jugueteaba con sus dedos por el largo cabello rubio de él. “Tengo todo bajo control.”

“No juegues conmigo, Lauren,” explotó, agarrando su mano. Su voz retumbó y los Sacerdotes y los Guardias parecieron encogerse. “¡Yo no soy uno de tus perros humanos!”

Amanda recuperó su mano y frunció el ceño ferozmente. “¡Tú sabes que nunca haría algo así!”

Sus ojos azules como el océano parecían tornarse de un color rojo fuego, y Amanda rápidamente se inclinó con gracia. “Mi amor,” murmuró. “Sabes que mis poderes no funcionan en los espíritus inmortales.” Con cautela se acercó a él, e intentó acariciar su mejilla. “Además, debemos estar juntos – y tú sabes lo mucho que me encanta cuando me llamas Lauren.”

“Ya he terminado aquí,” gritó él.

Amanda parecía confundida.

“Y tú, averigua cómo él llegó,” exigió mientras miraba a Nathan.

“Pero mi amor,” tartamudeó ella.

“¡Él sabe cómo utilizar Pneuma, Lauren!” Gritó él. “Así que esto es responsabilidad de alguien, ¡y yo quiero saber de quién!”

“¡Pius!” Gritó él.

“¿Sí, mi Señor?” Respondió con voz temblorosa.

“¿Crees que todavía estamos cerca de encontrar al que buscamos?” Preguntó.

“Sí, mi Señor,” respondió nuevamente, pero haciendo una pausa para desviar su mirada. “Estoy casi seguro.”

Lucas puso su capucha roja encima de su cabeza y se dirigió hacia el arco oscuro. “Quiero resultados, Lauren,” gritó, antes de atravesar el arco. “Y tu éxito o tu fracaso no será determinado por mí.”

“¡Aaaah!” Gritó ella. El sonido reverberó en toda la plaza.

Los tres sacerdotes lentamente se alejaron de ella, anticipando su ira.

“¡Pius!” Gritó. “¡Vengan aquí, ustedes tres!”

Se dio vuelta y levantó la mano como si fuera a golpear el centro del alto obelisco blanco. Los ojos de Ángela y de Eva Marie se abrieron grandes porque se dirigía directamente hacia ellas. Ángela y Eva Marie se agacharon mientras el puño de Lauren golpeaba la pared. No hubo ruido, pero toda la plaza vibró.

“¡Aaaah!” Gritó ella de nuevo. “¿Dónde está la sangre que probaron antes?” Gritó. “¡Tráiganmela!”

Rápidamente, el sacerdote que estaba más cerca de Pius le entregó el brillante vial azul que contenía la sangre de Jonás. Pius colocó la pequeña botella en la mano de ella e hizo una reverencia. Lauren rápidamente lo levantó contra la luz de la luna y luego aulló.

“¡Uf!” Gimió ella, lanzando un golpe a Pius. “¡¿Por qué te molestas en darme esto, cuando claramente no es a quien buscamos?!”

“Mis disculpas, Amanda,” dijo él.

“¡No me llames así!” Le amenazó ella. “Llámame Lauren.”

“Sí, Lauren,” respondió él, haciendo una profunda reverencia y retrocediendo.

Ella lo miró fijamente por un momento, pero rápidamente frunció los labios y esbozó una sonrisa maníaca. “Contrario a lo que mi amor puede pensar, no es una total pérdida de tiempo,” dijo mientras hacía girar el brillante vial entre sus dedos. Puso sus manos en sus caderas y examinó a sus prisioneros. Miró a cada uno de ellos a la cara y se echó a reír. “¡Saca tu cuchillo, Pius!” Exigió ella.

Hizo una pausa para mirar el frasco en su mano. Sonrió, y luego se volvió hacia Jonás y le sonrió. “Puede que no seas quien buscamos,” dijo con una sonrisa. “Pero tu sangre nos permitirá seguir abriendo puertas hacia tu mundo.”

Jonás frunció el ceño y Lauren se rió de su frustración.

“No te preocupes,” dijo ella, con sus verdes ojos brillando con superioridad. “No estarás solo mucho tiempo. Tal vez tu hermano tenga lo que necesitamos.”

“¡Aléjate de él!” Gritó, tratando de ponerse de pie.

“Ja-ja-ja,” se rió ella. “A tu padre tampoco le gustaba la idea, pero tú sigue así, ¡y terminarás justo igual que él!”

Jonás se dejó caer mientras se le llenaban de lágrimas los ojos.

“Pregúntale a Leah,” continuó, volviéndose para mirarla. “Ella sabe lo que les sucede a quienes se interponen en mi camino.” Ella continuó girando el vial en su mano. “Verás, nosotros creímos que Leah era la elegida. ¿Y qué mejor manera de averiguarlo, que convirtiéndome en su compañera de habitación?” Se echó a reír.

Pius sacó su pequeña daga de plata, y Andy y los otros empezaron a retorcerse con una mirada de inquietud en sus rostros.

“Pobrecita Jamie,” dijo con una voz sarcástica y quejumbrosa. Rápidamente se dio vuelta para mirar a Jonás. “Imagina mi sorpresa, después de pasar por todo ese trabajo de matar a su compañera de habitación, para descubrir que Leah es igual que tú: completamente inútil.”

Las manos de Nathan temblaban mientras Lauren caminaba con pasos firmes hacia Leah.

Lauren se inclinó, acercándose al rostro de Leah. “Y tú no hiciste las cosas precisamente fáciles para nosotros, ¿cierto Leah?” Preguntó con una voz suave pero descorazonada. “Pobre Leah no puede dormir por la noche. Ella está deprimida por haber perdido a su compañera de habitación, Jamie. ¡Bla, bla, bla!”

Leah parecía tranquila. Miró a Nathan y una lágrima rodó por su rostro.

De repente, Nathan recordó su sueño. Las imágenes de los cuerpos en el piso en la plaza y la mujer de blanco mientras caminaba junto a ellos se reprodujeron en su mente. “Va a apuñalar a Leah,” murmuró.

Jonás miró hacia arriba, tratando de comprender lo que Nathan había dicho.

“¡Va a apuñalar a Leah!” Dijo de nuevo.

Nathan luchó por liberar sus manos, pero no pudo.

Lauren extendió su mano, y Pius le entregó la daga. Ella violentamente jaló a Leah por el cabello y acercó su rostro al de ella.

Leah gritó.

“Y entonces,” continuó Lauren histéricamente, mientras agitaba la daga frente al rostro de Leah, “debido a todo tu lloriqueo, ¡lograste que te internaran en un manicomio!”

“¡Suéltala, Amanda!” Gritó Nathan furiosamente. Miró hacia abajo y vio que sus manos estaban de un color rojo brillante.

Lauren se detuvo a mirarlo, se veía confundida.

“Lauren, Amanda – cualquiera que sea tu nombre – ¡dije que la sueltes!”

Soltó dramáticamente el cabello de Leah y luego se dirigió hacia Nathan. “¡Mi nombre no es Amanda!” Gritó. Ella le entregó el vial con sangre a Pius y acercó la punta de la data a la garganta de Nathan. “No he terminado contigo todavía,” dijo. Miró a Steve y luego le sonrió a Nathan diabólicamente. “Me voy a divertir mucho contigo.”

Ella se rió y miró hacia arriba como si hubiera recordado algo. “He sido llamada de muchas maneras a lo largo de la historia,” dijo. “Los superfluos seres humanos de la Antigua Roma solían adorarme como Volupia. ¡Odiaba ese nombre!” Ella parpadeó juguetonamente y agitó la daga descuidadamente en su mano. “Como ya he encontrado a mi amor, ahora prefiero ser llamada Lauren. Lucas y Lauren. Suena lindo, ¿no te parece?”

Ella sonrió y dio un paso hacia atrás, y abofeteó a Nathan en el rostro. Nathan cayó al suelo y toda su cabeza resonó. Sintió como si un millón de pequeñas picaduras hubieran alcanzado su rostro. Podía saborear la sangre acumulándose en su boca.

“¡Ahora, guarda silencio!” Gritó ella y su voz resonó en la plaza.

Nathan levantó la vista desde el piso de la plaza. Su cabeza palpitaba y su visión era borrosa. Entrecerró los ojos, tratando de distinguir las formas delante de él, pero entonces escuchó a Leah gritar. “No puedo creer que esté sucediendo esto,” se protestó a sí mismo. Escuchó a Leah gritar una vez más, y un escalofrío recorrió su espalda. “¡Tengo que salvarla!”

Él estaba enfadado, pero podía sentir que algo más se acumulaba en su interior. En la boca de su estómago, algo ardía. Nathan continuó intentando desatar la cuerda alrededor de sus muñecas, y apretó los dientes en frustración. Parpadeó furiosamente, tratando de recuperar su visión. Poco a poco, pudo ver nuevamente, y por un breve instante le pareció ver una pequeña figura oscura atravesar rápidamente detrás de una tumba en el segundo nivel.

“Debería drenar toda tu sangre antes de deshacerme de ti,” grito Lauren, cortando las cuerdas de Leah y levantando el cuchillo en el aire.

Tomó a Leah por la muñeca, y Leah cerró los ojos antes de voltear la mirada. Rápidamente, Lauren hundió la daga en su brazo. Leah gritó en agonía.

“¡No!” Gritó Nathan. Inmediatamente sus manos dejaron de temblar, y la sensación de ardor en sus manos se extendió a lo largo de su cuerpo. Nathan estaba enfurecido, pero la energía que se intensificaba en su interior se sentía pacífica. Cedió a la sensación, a la energía que consumía cada centímetro de su ser. Pensó que iba a explotar; sentía como si estuviera en llamas.

La cuerda alrededor de las muñecas de Nathan se consumió en una llama azul. Nathan miró las cenizas de la cuerda y se levantó. Sin vacilar, abrió la palma de su mano y lanzó una bola de energía a Lauren, seguida de otra.

La primera bola de energía golpeó a Lauren en la espalda, lo que la hizo tambalearse. Ella se dio vuelta y desvió la segunda bola de energía con la mano. Tomó a Leah y la arrojó al suelo. Uno de los Guardias de la Sombra, que ahora estaban alrededor de ellas, se agachó y tomó a Leah por el cuello, poniéndola de pie. El Guardia de la Sombra sacó su larga espada de doble filo y Ángela gritó.

Nathan sintió de nuevo el ardor en todo su cuerpo. Suspiró profundamente mientras miraba a Lauren, luego a los sacerdotes, y luego a los Guardias de la Sombra.

“¿Cómo hiciste eso?” Protestó Lauren, mirando fijamente los restos de cuerda y cenizas bajo los pies de Nathan. “¿Cómo lograste desatarte?”

“¡Así!” Gritó Nathan al lanzar la energía que ardía dentro de él.

De su mano surgió una llama azul, y él apuntó al Guardia de la Sombra. El Guardia gritó con un chirrido de dolor hasta que se disolvió en una pizca de ceniza blanca. Su espada cayó al suelo junto a Leah.

Lauren se quedó sin aliento. “¡Eso es imposible!”

Nathan tomó la cuerda que estaba alrededor de las muñecas de Jonás y vio cómo se quemaba con una llama azul brillante, convirtiéndose en ceniza.

“¡Cuidado! ¡Detrás de ti!” Gritó Jonás.

Nathan se dio vuelta justo a tiempo para lanzar una bola de energía directamente en el pecho de Steve, lanzándolo contra uno de los pilares de uno de los arcos y dejándolo inconsciente. Se dio vuelta para encontrar a Jonás sonriéndole.

“Haz lo que sabes hacer,” dijo Nathan, dándole a Jonás una palmada en la espalda. “Y trata de liberar a los demás.”

“¡Nathan!” Gritó Ángela. Se dio vuelta para encontrar a dos Guardias de la Sombra, con sus espadas desenvainadas, acercándose a él. Nathan se agachó cuando uno de ellos intentó golpearlo con su espada en la cabeza. Mantuvo un ojo en Jonás mientras dos de los sacerdotes trataban de someterlo. Nathan levantó la mano para lanzarles una bola de energía, pero de repente estaba colgando en el aire.

“¡Tú!” Gritó Lauren, mientras lo sostenía por la camisa. Su rostro amenazante rápidamente se transformó en uno de determinación mortal. “Ya me he cansado de ti. ¡Tu vida termina aquí!”

Ella lo lanzó por el aire como si fuera un muñeco de trapo. Nathan golpeó duro contra el suelo, aterrizando en el cementerio en el nivel inferior. Su cabeza pulsaba de nuevo cuando abrió los ojos para ver claramente los escalones de piedra que conducían a la plaza conmemorativa. La sangre escurría desde la parte superior de su cabeza, y trató de limpiarla de sus ojos con su mano. Los dos Guardias de la Sombra que lo habían atacado lo miraban desde lo alto de las escaleras, y bajando rápidamente por las escaleras venía el Sacerdote Escarlata con el medallón en forma de media luna.

Nathan tuvo una sensación de déjà vu e intentó levantarse, pero cayó nuevamente al suelo. Estaba mareado y no podía mantener el equilibrio. Recordó lo que había sucedido después en su sueño, y comenzó a entrar en pánico. Esperaba que Lafonda apareciera en cualquier momento, seguida por los Guardias de la Sombra con sus espadas. “Tengo que evitarlo,” murmuró.

La mente de Nathan corría deprisa. Se dio vuelta sobre su costado y, en un último esfuerzo, lanzó una bola de energía al sacerdote que se acercaba. Pius sonrió mientras la bola de energía pasó junto a él, a varios centímetros de distancia. El medallón alrededor del cuello de Pius resplandecía.

Nathan intentó ponerse de pie nuevamente, y fue entonces cuando la vio. Ella salió de detrás de la misma tumba donde antes pensaba que había visto una pequeña figura oscura.

“¡No!” Gritó él, frenéticamente extendiendo la mano y agitándola para que ella se fuera.

Desde la esquina de su ojo, vio una serie de bolas de energía azules avanzando rápidamente hacia él. Lafonda rápidamente se lanzó al suelo e intentó moverlo. Cuando se dio cuenta de que era demasiado tarde, ella lo protegió con su propio cuerpo.

Lafonda se dio vuelta sobre el suelo, y Nathan pudo ver claramente sus zapatillas deportivas de color rosa y gris en sus pies, y el brillante medallón de oro alrededor de su cuello. También alcanzó a ver el escudo de energía color púrpura que los rodeaba disipándose. Lafonda intentó ayudar a Nathan a ponerse de pie. Ella parecía asombrada.

“¿Eso salió de mí?” Preguntó.

Nathan rápidamente miró a su alrededor, y al igual que en su sueño, Pius yacía desplomado contra la escalera, derribado por una bola de energía que había rebotado. Nathan se quedó sin aliento. Levantó la mirada hacia la plaza y los dos Guardias de la Sombra se habían ido. “¡Lafonda!” Gritó mientras trataba de empujarla fuera del camino. “¡Tenemos que salir de aquí!”

Lafonda parecía confundida, pero continuó ayudándolo. Detrás de ella, un Guardia de la Sombra apareció, revelando su larga espada plateada. Nathan pudo quitarla del camino, pero entonces apareció otro guardia. Los dos Guardias levantaron sus espadas, y desaparecieron con un destello azul, quedando nada más que sus espadas, humo y cenizas.

“¿Están bien?” Preguntó una voz familiar.

Nathan se dio vuelta para ver a Malick de pie con ambas manos extendidas. Todavía podía sentir el calor de las cenizas. Lafonda y Nathan asintieron, y Malick los apresuró a irse detrás del mausoleo más cercano.

Nathan miró a Malick intensamente, y él respondió levantando las cejas.

“¿Qué?” Preguntó Malick defensivamente y sin aliento.

“Sabes que esto significa que eres un tramposo, ¿verdad?” Preguntó Nathan, mirando las manos de Malick.

Una bola de energía paso justo por encima de la cabeza de Malick, lo que lo hizo agacharse encogiendo los hombros. “Eh, ¿podemos hablar después de esto?” Dijo.

Lafonda inspeccionó el golpe en el lado del rostro de Nathan, y el corte sangrante cerca de su línea del cabello.

“¿Estás bien?” Preguntó.

“Sí.”

“¿Estás seguro?”

“Sí,” dijo. “Estoy bien, Lafonda.”

“Bueno,” respondió ella, golpeándolo en la parte posterior de la cabeza.

“¡Ay!” Gritó.

Lafonda frunció los labios. “¡Si alguien tiene que hablar, eres tú, Nathan Urye!” Protestó. “Tienes mucho que explicar.”

Malick se asomó a la plaza y se agachó de nuevo para esquivar otra bola de energía. “¡Chicos!” Exclamó. “Ahora no es el momento.”

Nathan miró desde detrás de la pared del mausoleo y vio que Jonás tenía una espada en la mano, y estaba tratando de mantener alejados a los dos sacerdotes. Leah estaba avanzando hacia las escaleras, y Lauren la seguía deprisa. Los Guardias de la Sombra restantes estaban distribuidos a lo largo de la parte superior de la plaza, mientras que Pius continuaba lanzándoles bolas de energía desde la escalera.

“El sacerdote con el medallón es el que nos está atacando,” dijo Nathan. “Está impidiendo que Leah escape, y Lauren está justo detrás de ella.”

“¿Está de pie de nuevo?” Preguntó Lafonda. “Creí que estaba noqueado.”

“Parece ser que no,” comentó Malick, mientras miraba desde detrás de la pared. Nathan miró rápidamente de nuevo. “¡Tenemos que hacer algo para ayudar a Leah!” Exclamó.

De repente, los tres oyeron ladridos, y se miraron entre ellos con desconcierto.

Malick sonrió. “Lo sé,” dijo. “Y parece que ahora es nuestra oportunidad.”

Malick se asomó y luego salió de detrás de la pared. Nathan lo siguió con aprensión hasta que vio al zorro negro gruñendo en la base de la escalera de piedra, atrayendo la atención de Pius.

“Jonathan,” dijo Nathan sonriendo.

Malick no vaciló. Tenían solo unos segundos antes de que Lauren alcanzara a Leah y a Pius en las escaleras. Formó una bola de fuego azul en la palma de su mano y la lanzó directamente hacia Pius. Lo golpeó justo en el pecho, y Pius gritó en agonía, quedando solo su medallón de oro y plata y un montón de polvo carbonizado.

Leah se apresuró a bajar las escaleras, pero se detuvo por un momento cuando pasó junto a los restos de Pius.

Rápidamente, Malick se dirigió hacia la mitad de las escaleras de piedra. Trató de no pisar la pila de polvo, y observó que el medallón había desaparecido mientras pasaba junto a Leah. Levantó la mano y una llama azul apareció. Movió su mano en el aire, y pronto la llama azul sobre su cabeza formó un enorme anillo de fuego, el cuál lanzó hacia Lauren para paralizarla.

Un sonido silbante hizo eco a través de la plaza y el cementerio. Varios rayos de energía rojos salieron desde uno de los arcos de la plaza, destruyendo parte de los escalones de piedra, y casi golpeando a Malick. Desde la oscuridad, apareció Lucas, con sus ojos brillando bajo su capucha roja.

Nathan y Malick alcanzaron a Leah y a Lafonda detrás de la pared del mausoleo mientras que rayos rojos y restos de tumbas volaban a su alrededor.

“¿Qué vamos a hacer?” Preguntó Nathan. “Tenemos que salvar a los demás.”

Leah levantó sus brazos. Había sangre en sus manos y en su camisa. Ella se estremecía un poco por el dolor, pero asintió con la cabeza para tranquilizar a Nathan. “Tiene razón,” dijo ella. “No podemos dejarlos.”

Malick intentó mirar desde detrás de la pared del mausoleo. “Tenemos un plan,” dijo.

“¿Tenemos?” Preguntó Nathan.

Lafonda también parecía confundida.

Todos brincaron después de que Jonathan de repente se materializara junto a ellos en un remolino de luces azules y blancas. Él era humano nuevamente.

“Mis disculpas,” dijo Jonathan. “Todavía no he encontrado la manera de aparecer sin asustar a nadie.”

“Justo a tiempo,” comentó Malick. “Estaba a punto de explicarles nuestro plan.”

Nathan parecía sorprendido. “Eh,” murmuró, “¿tú y Jonathan tienen un plan?” Levantó las cejas y los señaló con su dedo. “¿Tú y Jonathan?”

“¿Cuándo hicieron este plan?” Preguntó Lafonda cruzando sus brazos en señal de protesta. “¿Y cuándo iban a decirme algo al respecto?”

Malick les respondió a ambos sacudiendo la cabeza.

“Ya sabes qué hacer,” dijo dirigiéndose a Jonathan. “Nathan y yo los distraeremos y les dispararemos mientras tú rescatas a los otros.”

“Espera, ¿qué?” Preguntó Nathan, todavía sorprendido. “¿Les dispararemos?”

Malick se asomó por la pared del mausoleo de nuevo, volviendo rápidamente para evitar los disparos continuos. “Los guardias de la derecha aún están inconscientes, así que tú deberías ir por ahí,” dijo.

Jonathan jugueteaba nerviosamente con sus gafas. “Eh, ¿estás seguro de que esto funcionará?” Preguntó. “Nunca lo he hecho antes.”

“Confía en mí,” dijo Malick. “Todos los Caminantes Espirituales pueden hacerlo. Ahora, por favor llévalos de regreso al monasterio.”

Nathan recordó la conversación que había tenido con Jonathan en las cuevas mientras luchaban contra la misteriosa atacante, y se dio cuenta de lo que planeaban.

“No te olvides de Steve,” dijo Nathan.

Jonathan asintió.

“Espera, ¿qué? ¡Espera!” Protestó Lafonda.

Jonathan cerró los ojos, puso una mano sobre los hombros de Leah y de Lafonda, y se fueron.

“¿Caminantes Espirituales?” Preguntó Nathan, volviéndose hacia Malick.

“Este no es el momento para otra lección de Pneuma Novo,” respondió. “Tenemos que distraerlos lo suficiente para darle tiempo a Jonathan.”

Malick asomó su cabeza por la pared y rápidamente la escondió de nuevo a tiempo para evitar una lluvia de piedras provocada por los rayos de energía de Lucas.

Nathan hizo lo mismo asomándose por el otro lado. Con un solo movimiento de su mano, Lucas quitó de Lauren el anillo de fuego.

“¡Está distraído!” Gritó Nathan, y él y Malick le lanzaron bolas de energía a Lucas y a Lauren.

Lauren se tambaleó hacia atrás después de desviar con su mano las bolas de energía lanzadas por Nathan. Lucas hizo lo mismo, pero rápidamente devolvió los disparos, y Nathan y Malick se zambulleron para cubrirse nuevamente.

“Si seguimos así,” comentó Nathan mientras miraba los escombros a su alrededor, “pronto no habrá ninguna pared donde escondernos.”

“Solo tenemos que hacerlo el tiempo suficiente para ayudar a Jonathan,” dijo Malick.

Nathan asintió y luego abruptamente devolvió los disparos. “Vi a Jonathan,” dijo tratando de recuperar el aliento. “Tiene a Ángela y a Eva Marie. Jonás y Andy están distrayendo a dos de los sacerdotes.”

“¡Intentemos movernos hacia otra tumba!”

“¿Qué?” Preguntó Nathan, y antes de que pudieran moverse, una ráfaga de rayos de energía rojos cayó sobre ellos, haciendo que ambos se detuvieran.

Nathan alcanzó a ver a Lucas de pie en la cima de uno de los mausoleos en el cementerio. Corrió detrás de Malick y devolvió el fuego.

“¿Cómo llegó hasta allí?” Gritó.

Casi habían llegado a un lugar donde resguardarse, pero de repente Nathan sintió un dolor paralizante en su espalda que lo lanzó hacia adelante. Golpeó el suelo con fuerza y apenas podía mantener los ojos abiertos. Sintió que alguien tiraba de su cuerpo, y fue entonces cuando vio a Malick.

“Espera,” dijo Malick. “Ya te tengo.”

“¿Q-qué hay de los demás?” Nathan tartamudeó.

Malick lo apoyó contra la pared y se quedó mirando la sangre que corría por la mano de Nathan.

“Jonathan los tiene,” dijo. “Debería estar aquí en cualquier momento.”

Nathan trató de enfocar su mirada en el rostro de Malick, pero su visión era borrosa. Un dolor agudo recorría su brazo, seguido de una prolongada sensación de ardor en su mano. “¿Quiénes son?” Murmuró.

Sobre ellos volaban rayos rojos de energía, y Malick cubría a Nathan de los escombros que volaban por el aire.

“¿Recuerdas cuando te dije acerca de las fuerzas oscuras y poderosas?” Dijo Malick. Nathan asintió y luchó por mantener los ojos abiertos.

“Bueno, son ellos,” dijo. “Y él es uno de Los Caídos.”

Nathan intentó fruncir el ceño, pero la herida en su frente palpitaba. “Pero tú le dijiste a Jonathan que eso era solo un mito,” dijo con esfuerzo.

“Bueno, creo que el mito se volvió realidad,” dijo Malick.

Malick se dio vuelta como si estuviera hablando con alguien, pero Nathan no podía entender lo que estaba diciendo, ni mantener los ojos abiertos. Intentó hablar, pero no pudo.

“Aguanta, Nathan,” dijo una voz familiar.

Los ojos de Nathan se cerraron, y él se sumergió en la oscuridad.

22

CABOS SUELTOS

Nathan abrió lentamente los ojos y parpadeó un par de veces, permitiendo que su visión se ajustara. Se dio cuenta de que estaba acostado. Esperó un segundo para que su mente se volviera a conectar con su cuerpo. Sus pensamientos también empezaron a volver a él. Pronto, su corazón empezó a latir aceleradamente y abruptamente se sentó sobre la cama.

“Mira quién decidió unirse a la tierra de los vivos,” dijo Lafonda.

Parpadeó un par de veces mientras la miraba y luego rápidamente escaneó la habitación. “¿Qué estamos haciendo de vuelta en Lawrence Hall?” Tartamudeó. “¿Y dónde están los demás? ¿Están todos a salvo?”

Lanzó la colcha que le cubría y trató de levantarse de la cama.

“Está bien,” dijo Lafonda, haciendo una pausa para colocar una mano sobre su brazo. “Nosotros estamos bien; todos están a salvo.”

Él se quedó mirándola por un momento y luego lentamente se hundió en la cama. La parte posterior de su cabeza le palpitaba ligeramente. Levantó la mano para masajear su cabeza, pero se dio cuenta de que tenía unas vendas blancas alrededor de su mano.

“Jonathan y yo la limpiamos,” dijo con una sonrisa. “Y también la herida en tu frente.”

Levantó la mano vendada para tocar su frente. “Gracias,” dijo. Se echó hacia atrás para relajarse, pero se estremeció un poco cuando su espalda tocó la almohada.

“Tu espalda y el costado de tu rostro todavía están heridos,” dijo ella. “Pero aparentemente, al menos un poco de la hinchazón ha disminuido.”

Nathan miró hacia abajo y se dio cuenta de que no llevaba una camisa puesta, y que su abdomen y espalda estaban envueltos en un vendaje blanco. Con las cejas levantadas, le dio a Lafonda una mirada de perplejidad.

Lafonda sonrió. “Fue idea de Jonathan,” dijo ella. “Dijo que teníamos que revisar tu cuerpo para ver si había lesiones.”

Las mejillas de Nathan comenzaron a enrojecer.

“No te preocupes,” dijo ella poniéndose de pie y dirigiéndose hacia el escritorio de madera y trayendo un vaso de agua. “Yo no me quedé cuando lo hicieron; salí de la habitación.”

Tomó un sorbo de agua y ella le dio dos pastillas. “Para la hinchazón,” dijo.

“¿Cómo es que, de repente, Jonathan es todo un doctor?” Preguntó, haciendo una pausa para tomar un trago de agua para tragar las pastillas.

Ella se sentó junto a él en el borde de la cama de nuevo. “Yo le pregunté lo mismo,” dijo sonriendo. “Él dijo que por estar en el campo tanto con su padre, ambos se certificaron en RCP y primeros auxilios. Por supuesto, Jonathan fue más allá y se volvió un Médico Técnico de Emergencias.”

Hubo un suave golpe en la puerta, y Malick entró. “Oye, ya despertaste,” dijo. “¿Cómo te sientes?”

“Bien,” dijo Nathan, aun sonando aturdido. “Aparte de haber sido abofeteado, lanzado por todas partes y electrocutado, estoy bien.”

“Bueno, suena como si ya hubieras vuelto a ser el antiguo tú,” dijo Malick con una sonrisa.

Nathan tomó otro trago de agua y asintió. “Entonces, ¿cómo fue que terminé en mi habitación?” Preguntó mientras masajeaba suavemente la parte posterior de su cabeza. “¿Cómo llegamos aquí?”

Lafonda miró a Malick.

“Bobby,” dijo Malick.

“¿Bobby?” Preguntó Nathan, casi derramando su bebida. “¿El hermano pequeño de Jonás?”

Malick se rio. “Sí,” respondió.

“Pero, ¿cómo?” Preguntó. “¿Cómo supiste de Bobby? ¿De su habilidad? ¿Y cómo supieron dónde encontrarme?”

Lafonda descruzó las piernas y se inclinó hacia él para tomar el vaso de su mano. “Bueno,” dijo ella, volviéndose para mirar a Nathan. “Cuando regresé a Lawrence Hall, después de finalmente haber hablado contigo por teléfono, me sorprendí al encontrar a la policía y a los paramédicos aquí, sobre todo porque alguien se había negado a decirme lo que estaba sucediendo.” Ella hizo una pausa para colocar el vaso en el suelo. “Yo sabía que algo estaba terriblemente mal después de que Alan me dijo que Ángela, Jonás, Eva Marie y Andy estaban desaparecidos y que tú habías ido a buscarlos. Lo que no podía entender era simplemente por qué no habías ido a la policía. No fue sino hasta que Erin intentó detenerme de ir a buscarte, que supe que estabas en problemas.”

“Bueno, obviamente hizo un excelente trabajo deteniéndote,” dijo Nathan sarcásticamente.

Lafonda puso los ojos en blanco y dramáticamente puso su mano sobre la cama. “Estábamos todos preocupados por ti y por los demás, Nathan,” dijo.

“Lo único que sabía era que alguna pandilla, o posiblemente algunos muchachos de la fraternidad, se los habían llevado.”

Se quedó en silencio por un momento y luego asintió lentamente. “¿Qué historia le contaron a la policía y a LaDonda?” Preguntó. “¿Y qué hay de mis lesiones? Ella las va a notar.”

“No te preocupes,” Lafonda respondió con confianza. “He modificado la historia de la pandilla un poco y le dije que era una broma que la fraternidad le estaba jugando a Ángela, lo cual es más creíble, porque ella es parte de una hermandad de mujeres. Así que, tan pronto como le informamos a la policía, parecieron menos interesados. Además, estoy segura de que nos ayudó el hecho de que el padre de Erin es jefe de la policía.”

Lafonda hizo una pausa para cruzar las piernas de nuevo. “Y en cuanto a tus lesiones,” dijo ella, “se me ocurrió que podríamos decirle a mi abuela que estuviste con Jonathan y la Dra. Helmsley durante el accidente de la cueva.”

“¿Así que LaDonda todavía no sabe?” Preguntó sorprendido.

“No, todavía no,” respondió Lafonda, sonando un poco más preocupada. “Tendremos que ver qué tan bien nos resulta esa historia. Ayer por la noche, Jonathan y tú debieron estar en Lawrence Hall, y no en las cuevas.”

“¿Y qué hay de Ángela, Andy, Eva Marie y Jonás?” Preguntó. “¿Cómo están ellos? ¿Están de acuerdo con esa historia?”

Ella desvió la mirada por un segundo, pero luego miró a Nathan de nuevo. “Creo que cada quien está lidiando con lo que sucedió a su manera,” dijo. “Verás, después de que Jonathan nos llevó de regreso al monasterio – bueno, el monasterio en El Espacio de En Medio – Bobby fue quien nos llevó de regreso al monasterio en nuestro mundo.”

“¿Bobby?” Interrumpió Nathan.

“Sí, Bobby,” dijo ella. “Jonathan vino hacia nuestro lado para encontrar a Bobby para decirle que hiciera otra puerta para que pudiéramos atravesarla.”

Nathan frunció el ceño y se estremeció un poco por el dolor de su corte en la frente. “Espera,” dijo. “¿Dónde estaba Bobby?”

“En el monasterio de al lado, esperándonos,” dijo ella. “Así fue como cruzamos hacia el otro lado.”

“¡Llevaste a Bobby a un monasterio abandonado y lo dejaste ahí en medio de la nada!” Exclamó.

“No,” dijo ella. “Bueno, sí, pero él estaba bien. Alan estaba con él.”

Nathan relajó un poco su frente y luego negó con la cabeza. “Le dije a Bobby que no le abriera más la ventana a los extraños,” protestó.

“No lo hizo,” interrumpió Malick con una risa. “Él nos dijo que no podía abrir la ventana a extraños, así que abrió la puerta de la casa.”

Nathan sacudió de nuevo la cabeza y sonrió.

“Bueno, como iba diciendo,” continuó Lafonda, un poco molesta, “después de regresar al monasterio de nuestro lado, decidimos ir en auto de vuelta a la casa – después de que Jonathan nos dijo que estabas bien, por supuesto – y que esa sería nuestra historia.”

Nathan asintió lentamente. “Pero todavía no me has dicho cómo supieron dónde encontrarme. O lo de Bobby.”

Lafonda sonrió. “A eso iba,” dijo. “Después de que Erin y Alan me dijeron lo que estaba sucediendo, Jonathan confirmó mis sospechas de que algo andaba mal.”

“¿Jonathan?” Preguntó sorprendido. “Creí que él estaba en las cuevas con la Dra. Helmsley.”

“Supongo que después de que recogieron a la Dra. Helmsley, los paramédicos lo dejaron aquí,” dijo ella encogiéndose de hombros. “Él se acercó a mí poco después de que llegué, y dijo que necesitabas que todos te ayudáramos.”

“¿Y él cómo lo sabía?”

“Y después de eso,” comentó Malick, “ahí fue donde entré yo.” Se acercó al pie de la cama. “Me enteré de lo que le había sucedido a Ángela y a los demás, y fui al vestíbulo a buscarte. No sabía que te habías ido a rescatarlos hasta después de que los escuché hablando.”

Lafonda cruzó los brazos sobre su pecho. “Claro,” dijo. “Más bien hasta que nos espiaste.”

Malick hizo una mueca y resopló en señal de protesta. “Entonces escuché a Lafonda decir algo acerca de que su amiga Leah estaba desaparecida también,” continuó. “Después escuché lo que Jonathan dijo al respecto y su teoría acerca de Leah y lo que tú me habías contado acerca de Jonás y sus habilidades. Todo hizo sentido entonces.”

Malick se sentó en el borde de la cama. “Después de que le insinué a Jonathan lo de Jonás, también le encontró sentido,” dijo. “Ambos llegamos a la conclusión de que, como Jonás, Bobby también debía tener una habilidad, y entonces ahí era a donde tú debías haber ido.”

Lafonda parecía confundida. “¿Cuál sueño?” Preguntó. “Nunca mencionaste nada acerca de soñar con Leah. ¿Cómo es posible? Ni siquiera la conocías.”

Malick levantó las manos como entregándose. “Dejaré que tú expliques eso,” dijo.

Lafonda se quedó boquiabierta mirando a Malick, y luego a Nathan. “De acuerdo,” dijo con sarcasmo, “no hablen todos al mismo tiempo.”

“Es complicado,” dijo Nathan finalmente.

Ella puso los ojos en blanco.

“Pero,” dijo él antes de que Lafonda pudiera hablar, “para no hacer el cuento largo, yo no quería decirle a nadie acerca de mis poderes o mis sueños hasta que tuviera una mejor idea de lo que me estaba pasando. Además, no quería poner a nadie en peligro.”

Ella se quedó pensando por un segundo. “Entonces, ¿cómo supiste que era Leah, si no la conocías?” Preguntó. Los ojos de Lafonda se iluminaron. “¡Espera!” Exclamó. “¡El anuario!”

Nathan sonrió y Lafonda lo golpeó en el brazo.

“¡Ay!” Gritó Nathan mientras trataba de frotar su brazo con la mano vendada.

“¡Es por eso que estabas actuando tan extraño!” Exclamó Lafonda. “Podrías haberme dicho, Nathan. No tenías que pasar por todo esto tú solo.”

Nathan inspeccionó la pequeña marca roja que se formaba en su brazo. “No estaba completamente solo,” dijo mientras le sonreía a Malick. “Obtuve un poco de ayuda en el camino.”

Malick le devolvió la sonrisa, y Lafonda frunció el ceño y los labios.

“También sospeché que era Leah quien estaba en mis sueños cuando te escuché hablar con Amanda – quiero decir, con Lauren, acerca de lo que le había sucedido a Leah la noche de su fiesta de cumpleaños.”

Lafonda asintió. “Hablando de Amanda, también conocida como Lauren, y su pandilla de amigos espeluznantes,” dijo, “¿quiénes son ellos?”

Nathan se volvió para mirar a Malick y Lafonda respondió poniendo los ojos en blanco.

Malick respiró profundamente y exhaló lentamente antes de hablar. “Ellos son Los Caídos,” dijo finalmente. “Bueno, al menos uno de ellos lo es. No sé quién es Lauren, nunca había oído hablar de ella.”

“Espera un minuto,” respondió Lafonda con entusiasmo, “¿como en la leyenda de Los Caídos? ¿Es la que Jonathan mencionaba?”

Malick asintió. “Sí,” dijo, “ellos mismos.”

“¡Tienes que estar bromeando!” Dijo, mirando a Nathan esperando su confirmación.

Nathan negó con la cabeza. “No,” dijo, “él no está bromeando.”

“Entonces, ¿qué es lo que quieren?” Preguntó ella.

Nathan miró a Malick.

“No estoy seguro,” dijo Malick encogiendo los hombros, “pero los escuché decir que estaban buscando a alguien, y pensaron que esa persona podría ser Jonás o Leah. Pero, ¿por qué tenían también a los demás? No lo sé. ¿Esto significa que ellos tienen poderes también?”

“Yo les pregunté,” dijo Lafonda, “y ninguno de ellos lo sabe.”

Malick se puso de pie. “Independientemente de si tienen poderes o no,” espetó, “todos deben mantenerse discretos y abstenerse de utilizarlos. Y eso te incluye a ti, Lafonda.”

“¿Yo?” Dijo ella, perpleja.

Malick asintió y se apoyó sobre el escritorio. “Sí, tú también,” suspiró. “He visto a la gente usar Pneuma como escudo para reflejar las bolas de energía, por ejemplo. Pero, ¿un escudo sobre todo el cuerpo? Nunca había escuchado mencionarlo.”

“Entonces, ¿qué quiere decir?” Preguntó ella, viéndose preocupada. “Ni siquiera sabía que podía hacer eso.”

Malick se enderezó. “Bueno, alguien lo sabía,” dijo. “La capacidad de Pneuma Novo es hereditaria, y me parece difícil de creer que haya tantas personas en un solo lugar con la capacidad de utilizar Pneuma sin saberlo.” Hizo una pausa para respirar profundo nuevamente y suspiró. “Sé que mi abuela era miembro de La Orden, y dado que nuestras abuelas son buenas amigas, yo empezaría por ahí.”

Lafonda se dio vuelta y las líneas de expresión en su frente se profundizaron. “¿Estás insinuando que alguien de mi familia, en especial mi abuela, me está escondiendo algo?” Preguntó a la defensiva.

“No lo sé,” dijo Malick encogiéndose de hombros. “Pero alguien en tu familia o en la familia de Nathan tienen que saber algo.”

Lafonda se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.

Nathan tenía una mirada de perplejidad en su rostro.

“Lafonda,” dijo Nathan, “¿estás bien?”

Ella se detuvo a echarle un vistazo a Malick antes de abrir la puerta del dormitorio. “Sí, estoy bien,” dijo. “Simplemente he llegado a mi límite con esta conversación.” Miró hacia la habitación de nuevo antes de cerrar la puerta. “Entonces, supongo que te veré por la noche,” dijo ella.

“¿Por la noche?”

“Sí,” dijo, “en la ceremonia de clausura.”

Nathan asintió. Todavía estaba sorprendido por su salida repentina.

“Sí,” dijo levantando su mano vendada, “pero no puedo prometer que me vea bien.”

Ella forzó una sonrisa y luego cerró la puerta.

“¿Qué está pasando?” Preguntó Nathan. “Lo hace todo el tiempo. Ella dice que está bien, ¿pero realmente lo está?”

Malick se rió. “Parecía estar en su estado normal, para mí,” dijo. Él sonrió, pero de repente se quedó en silencio. “Pero anoche estaba bastante conmocionada, cuando Jonathan y yo te trajimos al monasterio,” dijo. “Estoy seguro de que fue porque nunca te había visto así.”

Nathan suspiró mientras bajaba la cabeza y torcía el labio.

“En fin,” dijo Malick, tratando de aligerar el ambiente, “me alegro de que estés bien, pero será mejor que ya me vaya. Steve está descansando en mi habitación. Está un poco deshidratado y todavía un poco confundido, pero estará bien. Aún no hemos decidido qué decirle a sus padres.”

“Tenemos que hablar,” dijo Nathan. Malick frunció el ceño y su expresión cambió a una de sorpresa.

Nathan se acercó más y le susurró. “Ya sabes, acerca de esta extraña capacidad que ambos tenemos de hacer fuego.”

Malick se quedó en silencio.

“Y de tu abuela,” continuó Nathan cuando recordó lo que Jonathan había dicho sobre su padre. “¿Ella es la única que es miembro de La Orden?”

El rostro de Malick se quedó en blanco por un momento, pero luego suspiró pesadamente. “Dije que ella era parte de La Orden,” respondió, finalmente rompiendo en silencio. Hizo una pausa para respirar profundamente de nuevo. “Hablaremos de esto más tarde, ¿de acuerdo?”

Malick se dirigió hacia la puerta mientras un desconcertado Nathan lo observaba.

“Por cierto, creo que hay una cierta dama que ansía verte esta noche,” dijo Malick.

Nathan se puso nervioso con el repentino cambio de tema en la conversación, y se limitó a asentir.

Unas horas más tarde, Nathan estaba en la puerta de cristal que daba al corredor que conectaba a los edificios Lawrence Hall y Fisher Hall. Observaba cómo los consejeros, los padres y los estudiantes convivían en el prístino jardín que se extendía en el campus. Era el atardecer, y el sol que se estaba poniendo creaba tonalidades graduales de rosa a púrpura a lo ancho del cielo.

Nathan salió al jardín recién podado. Se sorprendió al ver lo bien vestidos y comportados que estaban los chicos de su piso. La mayoría de ellos estaba contento por volver a sus casas, y quería impresionar a sus padres o a alguien especial durante el baile.

Nathan se sintió un poco avergonzado y fuera de lugar con la venda blanca alrededor de su mano, y con la tirita color crema en su frente. Examinó los pantalones color caqui y los zapatos de cuero marrón que LaDonda le había recomendado llevar. Se negó a llevar la camisa, corbata y chaqueta que también le había recomendado, y mejor decidió usar una camisa tipo polo de color azul marino.

Nathan vio a Jonathan Black sentado solo en una de las muchas mesas redondas con manteles blancos, y se dirigió hacia él. Con cuidado, atravesó entre la multitud, sonriendo de forma esporádica cuando sus ojos se encontraban con algunas personas. Casi había llegado hasta Jonathan cuando alguien lo agarró del brazo.

“¡Ja!” Gritó una voz femenina.

Se dio vuelta para encontrar a una pequeña mujer vestida con una blusa floja que lo miraba por encima de sus gafas de montura dorada. Sus rubios rizos parecían un poco salvajes, y su blusa estaba estampada con rosas rosadas y rojas.

“No es una coincidencia encontrarte aquí ahora, ¿verdad?” Exclamó.

“Hola, señora Riley,” dijo con una sonrisa, mientras trataba de luchar contra la extrañeza del encuentro. “No, no lo es.”

Abruptamente, ella juntó sus manos aplaudiendo, causando que Nathan y algunas otras personas saltaran. “Oh, solo llámame Linda,” dijo con una gran sonrisa. Ella señaló la mano vendada de Nathan. “Supe que tuvieron una mala noche.”

“Sí,” dijo él, tratando de ocultar su incomodidad. “Supongo que sí.”

“Sabes,” continuó ella alegremente, “lidiar con las fraternidades es solo una parte más de estar en una universidad.”

Nathan sonrió débilmente y asintió.

Ella miró por encima de sus gafas y felizmente saludó a alguien.

Poco después, Jonás y Bobby se unieron a ellos.

“Miren a quién encontré,” dijo ella mientras ponía un brazo alrededor de Nathan. Luego inclinó la barbilla de Jonás para examinar su rostro. “Y ustedes dos tienen moretones que parecen hacer juego.”

“Eh,” tartamudeó Nathan.

“Es solo una coincidencia,” dijo Jonás con una risa falsa.

“Eh, sí,” dijo Nathan. “Probablemente, me hice el mío mientras estaba en las cuevas. Hubo un pequeño accidente. Y Jonás, tu moretón…”

“Jugando baloncesto,” intervino con nerviosismo, pero sonriendo. “Sí, fue jugando baloncesto.”

Bobby asintió tranquilizadoramente.

Linda agitó sus pestañas detrás de sus gafas y miró a los tres con suspicacia.

“Mira mamá,” dijo Jonás, rompiendo el silencio. “Allí está LaDonda. ¿No querías ir a hablar con ella?”

LaDonda estaba de pie junto a las escaleras y al pequeño escenario que habían montado para la ceremonia de clausura.

Linda se quedó en silencio por un momento y luego finalmente giró para mirar a LaDonda. “Sí,” dijo lentamente. “Estaba revisando algunas cosas de tu padre y encontré una fotografía de la cuál quisiera preguntarle.”

“¿Una fotografía?” Preguntó Nathan.

Ella asintió con la cabeza. “Sí,” dijo. “La foto fue tomada cuando Bart era más joven, probablemente tenía cerca de la edad de Jonás.” Ella miró a LaDonda. “Ni siquiera sabía que ella lo conocía.”

“Bueno, ahora es tu oportunidad para hablar con ella,” dijo Jonás. “Antes de que se ocupe, o que suba al escenario.”

“Cierto,” dijo. “¡Yuju, LaDonda!” Gritó, rápidamente dirigiéndose hacia ella.

Jonás tenía una gran sonrisa en su rostro. “Te ves bien,” le dijo a Nathan. “Excepto por los vendajes, claro.”

Nathan se echó a reír. “No tienes que ser bueno conmigo,” dijo riendo. “El campamento oficialmente ha terminado.”

Jonás sonrió, pero parecía un poco triste. “Eh, Bobby,” dijo, “¿por qué no vas por un poco de ponche de frutas y te alcanzo allá, por donde está Christina?”

Bobby se paró sobre la punta de sus pies y sonrió cuando vio a Christina.

“Oh, está bien,” respondió con entusiasmo.

Abrazó a Nathan por la cintura, y Nathan alborotó su cabello.

“¿Cuándo vienes a visitarme de nuevo?” Preguntó Bobby.

“Pronto,” dijo Nathan, y Bobby sonrió de nuevo antes de irse.

Jonás se quedó en silencio mientras Nathan miraba a Bobby irse entre la multitud.

“Nathan,” dijo finalmente. Hizo otra pausa y pareció como si le fuera difícil hablar. “Gracias por venir a salvarnos.”

“No hay problema,” dijo Nathan con una sonrisa. Le dio una rápida palmada a Jonás en un costado de su hombro. “Tú habrías hecho lo mismo por mí.”

Jonás asintió. “Así que, supongo que es cierto,” dijo antes de hacer una pausa. Vaciló y luego tragó saliva antes de hablar de nuevo. “¿Lo que la mujer de blanco dijo sobre mi padre?”

Hubo un breve momento de silencio, y luego Nathan asintió lentamente. “Sí,” dijo suavemente, colocando una mano sobre su hombro. “Lo siento.”

Nathan trató de no darse cuenta, pero había lágrimas acumulándose en los ojos de su amigo. Jonás trató de forzar una sonrisa.

“Entonces, ¿prometes que vendrás a visitarnos?”

“Lo prometo,” dijo Nathan. “Y no lo olvides, tú también puedes visitarme.”

Jonás sonrió. “Bueno, será mejor que vaya con Bobby y Christina,” dijo, “antes de que la vuelva loca.”

“Está bien,” dijo Nathan, dándole una palmadita en la espalda mientras se alejaba.

Nathan miró alrededor del patio y alcanzó a ver a Jonathan. Todavía estaba sentado a solas en una de las mesas cerca del escenario.

“Oye, te ves bien,” dijo.

Jonathan respondió dándose vuelta. Parecía feliz de ver a Nathan.

“¿No llevas ropa de lobo hoy?”

El rostro de Jonathan se sonrojó. “Es un zorro,” dijo. Miró a su alrededor. “Y baja la voz, ¿qué pasa si alguien te escucha?”

Nathan tomó una de las sillas plegables de madera y se sentó. “Relájate, Jonathan,” dijo. “Incluso si alguien nos hubiera escuchado, no tendría ni idea de lo que estamos hablando.”

Jonathan acomodó sus gafas y acercó su silla a Nathan. “Te ves bien,” dijo. “¿Cómo está tu mano?”

Nathan levantó su mano para examinarla. “Está bien,” dijo. “Y gracias por todo lo que hicieron anoche. Ya sabes, salvando nuestros traseros y curándome.”

Jonathan sonrió.

“Por cierto,” dijo Nathan, “¿cómo está la Dra. Helmsley?”

“Todavía está en el hospital,” respondió Jonathan, sonando un poco triste. “La mantendrán en observación una noche más.”

“Oh, ¿estará bien?”

Jonathan hizo una pausa para acomodar sus gafas. “Creo que sí,” dijo. “Creo que es más una medida de precaución que otra cosa.”

Pasaron unos minutos mientras Nathan jugueteaba con los vendajes en su mano. “Jonathan,” dijo rompiendo el silencio. “¿Cómo supiste dónde encontrarme ayer? ¿Cómo sabías que estaba en problemas?”

Jonathan aclaró su garganta. “Quería hablar contigo sobre eso. No estaba seguro de la mejor manera de empezar la conversación.”

Nathan parecía confundido. “¿Qué quieres decir?”

“¡Hola!” Gritó Alan. Parecía un afiche andante de Ralph Lauren con sus colores pastel y su chaqueta.

“¿Sabes qué, Alan? Definitivamente me haces sudar llevando esa chaqueta,” respondió Nathan con el sueño fruncido. “Hace demasiado calor para vestir una chaqueta.”

Alan se rió entre dientes. “No de acuerdo a la moda,” dijo. “Sabes, tienes que saber cómo hacerlo bien.”

Nathan negó con la cabeza. “Ve a tomar un vaso de agua,” dijo. “Estás sudando por todos lados.”

“Ángela me traerá agua,” dijo con una sonrisa. “Todos se están dirigiendo hacia acá.”

“¿Qué?” Preguntó repentinamente. “¿Por qué?”

Alan señaló hacia el escenario. “Por eso,” dijo. “LaDonda pronto iniciará la ceremonia de clausura.”

Nathan miró hacia arriba para encontrar a LaDonda avanzando poco a poco hacia el micrófono. “Oh,” dijo.

“Eh, Nathan,” dijo Jonathan poniéndose de pie, “¿puedo hablar contigo en privado por un momento?”

“Claro,” dijo Nathan poniéndose de pie.

“Disculpa, Alan.” Dijo Jonathan.

Alan puso los ojos en blanco. “En fin,” dijo clavando la mirada en su teléfono celular.

Jonathan lentamente avanzó a través de la multitud, y Nathan lo siguió. Levantó la mirada justo a tiempo para ver a Ángela.

“¡Hola, Nathan!” dijo. El vestido de seda sin mangas que llevaba hacía que sus ojos azules se vieran aún más cautivantes bajo las luces del patio. Ella sonrió. “¡Me alegro de que te sientas lo suficientemente bien como para estar aquí!”

Nathan se detuvo por un momento mientras mantenía un ojo vigilante sobre Jonathan. “Gracias,” dijo. Sus ojos se desviaron hacia los dos vasos de agua que ella llevaba en sus manos. “¿Cómo te sientes?”

“Tan bien como podría sentirme,” dijo ella, tratando de sonreír. “Lafonda me contó algunos de los detalles, pero me alegra que todo haya terminado.” Ella intentó enrular un mechón de cabello rizado de su rostro y luego miró a Nathan de nuevo. “Gracias por venir por nosotros,” dijo susurrando.

Nathan no podía evitar sentir lástima por ella. Solo podía imaginar el estrés que ella había experimentado lidiando con todo lo que había sucedido. “No hay problema,” dijo, tratando de sonar tranquilizador.

“¿Vienes con nosotros?” Preguntó Leah, uniéndoseles por detrás.

Su marrón cabello rizado lucía alaciado y caía cerca de sus hombros desnudos. Nathan no entendía por qué pero su sonrisa contagiosa hacía que las cosas parecieran normales de nuevo.

“Escuché que LaDonda pronto dará su discurso de cierre,” dijo ella.

“Eh, sí, en un segundo,” dijo él, recordando a Jonathan. “Las veré allí.”

Ambas sonrieron y él se fue hacia donde había visto a Jonathan por última vez.

LaDonda comenzó su discurso.

Jonathan estaba parado cerca de la parte posterior de Lawrence Hall, jugueteando con su camisa blanca de manga larga. Parecía estar teniendo dificultades arremangándosela.

“Ey,” gritó Nathan. “Lo siento. Me encontré con Leah y Ángela.”

Jonathan dejó lo que estaba haciendo y asintió con la cabeza. “Lo vi,” dijo. “¿Cómo están ellas? ¿Está bien el brazo de Leah?”

Los ojos de Nathan se agrandaron. Había notado la venda blanca alrededor del brazo de Leah, pero se olvidó de preguntarle al respecto. “Yo creo que están bien,” dijo, sintiéndose un poco avergonzado.

“Nathan,” dijo Jonathan, después de aclarar su garganta, “¿recuerdas la inscripción en la pared exterior de la cámara secreta? Aquella que decía ‘Él será reconocido por los que le rodean’?”

La frente de Nathan se arrugó. “Creo que sí.”

“¿Recuerdas lo que pasó después de que toqué el símbolo del profesor?” Preguntó.

“Sí,” dijo Nathan. “Te convertiste en un zorro negro y te sentiste atraído hacia el camino por el que conducíamos.”

Jonathan asintió. “Bueno, lo mismo sucedió anoche.”

Nathan negó con la cabeza. Sus cejas se arrugaron y parecía confundido. “¿Qué quieres decir?” Preguntó.

“Ayer por la noche, después de que los paramédicos me trajeron de vuelta a Lawrence Hall, tuve esa sensación de nuevo,” dijo, “pero esta vez no me sentí atraído hacia la carretera, sino al cementerio Grimm. Fue entonces cuando te vi a ti y a los demás.”

“Espera, cuando estaba sobre el suelo en la plaza conmemorativa,” dijo Nathan, “por un segundo me pareció ver algo que se movía en el cementerio de abajo. Una pequeña forma oscura. ¿Eras tú?”

Jonathan asintió.

“Pero no entiendo,” respondió Nathan. Pasaron unos momentos pasaron en los que se quedó en silencio. Miró a Jonathan, y luego lentamente sus ojos se abrieron grandes como platos. “Espera, ¿estás diciendo que te sientes atraído hacia donde estoy yo? ¿Por qué rayos te sentirías atraído hacia mí?”

Jonathan aclaró su garganta de nuevo. “Eh, no sé de qué otra manera decirlo, pero creo que… tú eres el elegido.”

“¿El elegido para qué?” Preguntó Nathan, viéndose confundido.

“El que tus antepasados estaban buscando,” dijo Jonathan. “El que vendrá, según la leyenda.” Jonathan se acercó y con entusiasmo susurró, “¡Tú eres el Maestro del Fuego!”

“¿Qué?” Exclamó Nathan. “¿Estás loco? ¿Te golpeaste la cabeza?”

Jonathan sonrió. “Tiene sentido,” dijo. “La inscripción en la pared exterior de la cámara secreta decía, ‘será reconocido por aquellos que lo rodean.’”

“Sí, sí, entendí esa parte,” interrumpió Nathan, “explica la parte de que yo soy el Maestro del Fuego.”

“Correcto,” continuó Jonathan emocionado. “En la misma pared, alrededor del símbolo de Maestro del Fuego, hay cinco símbolos más pequeños. El símbolo Cahokia para profesor o Caminante Espiritual es uno de ellos, así como el símbolo para protector, sanador, viajero y guía.”

Los penetrantes ojos azules de Jonathan detrás de sus gafas de montura oscura brillaban, y Nathan se sorprendió porque no los había visto tan descansados en semanas.

“Y teniendo en cuenta lo que me sucedió después de que toqué el símbolo, debo ser el maestro,” Jonathan continuó. “Y si yo soy el maestro, entonces después de anoche, claramente el protector es Lafonda.”

Nathan arqueó una ceja y miró a Jonathan con incredulidad. Nathan casi tenía una sonrisa en su rostro. “Entonces, yo soy el Maestro del Fuego. Y Jonathan Black es mi maestro. Y Lafonda Devaro es mi protectora.”

“¡Precisamente!” Exclamó Jonathan.

“Puede parecer que ya hayas descansado,” respondió Nathan, “pero creo que necesitas dormir más.”

“No, no. Lo digo en serio,” continuó Jonathan. “Tiene sentido; incluso la parte de la leyenda que dice que él podrá ejercer el poder de los tres: Tierra, Espíritu y Fuego.” Se inclinó nuevamente para acercarse. “Eres tú, Nathan,” susurró emocionado. “¡Tú tienes el don del fuego!”

Nathan negó con la cabeza y resopló. “Sí, pero también lo tiene Malick,” dijo. “Y además, dijiste que habría cinco a su alrededor, y solo has mencionado a Lafonda y a ti. ¿Quiénes son y dónde están los demás?”

Jonathan apartó la mirada y jugueteó con sus mangas un poco. “No he descubierto esa parte del todo, todavía,” dijo. Hizo una pausa. “Pero tengo una teoría.”

Nathan miró hacia el escenario y vio como LaDonda hablaba. “Ajá,” dijo. “Y también hay partes de la leyenda que aún no has descifrado.”

Ambos se quedaron en silencio.

El micrófono del escenario resonó con fuerza, sorprendiendo a todos, incluyendo a LaDonda.

“Lo siento,” dijo LaDonda con una sonrisa. “Ahora, como estaba diciendo, el Premio al Consejero Sobresaliente va para aquel consejero que demostró trabajo en equipo, integridad, responsabilidad y liderazgo. El ganador de este premio fue nominado por sus compañeros.”

LaDonda hizo una pausa para echar un vistazo al papel en su mano. “Tuvimos un empate este año, y no estoy sorprendida, porque ambos fueron muy serviciales durante este verano,” dijo. “El premio de este año es para Nathan Urye y para Stephen Malick.”

Nathan se sorprendió y se sintió avergonzado por los aplausos.

Jonathan le dio un codazo empujándolo hacia adelante. “Ve, Nathan,” dijo mientras aplaudía.

Nathan se dirigió de mala gana hacia el escenario, sonriendo débilmente hacia los sonrientes rostros de la multitud.

Andy chocó su mano con la de él justo antes de que se encontrara con Malick en las escaleras.

“¿Estás tan sorprendido como yo?” Susurró Nathan.

LaDonda sonrió y les dio a ambos una placa de cristal con forma de diamante que tenía sus nombres grabados.

“Y con esto concluye la ceremonia de este año,” dijo. “Por favor disfruten de la comida, la música y el espectáculo de fuegos artificiales de esta noche.” Ella hizo un gesto con la mano hacia la multitud. “¡Feliz Cuatro de Julio para todos!” Gritó. “Y espero verlos el próximo verano.”

Nathan y Malick bajaron por las escaleras del escenario.

Malick celebró juguetonamente con su placa en el aire, tratando de reflejar la luz. “Te vi con Jonathan en el rincón de allá,” dijo. “¿Qué pasa?”

Nathan miró hacia arriba porque escuchó la música tocando. Alcanzó a ver al DJ en el escenario y se dio cuenta de que la gente empezó a bailar.

“Oh, no fue nada,” dijo mirando a Malick. “Era solo Jonathan siendo Jonathan.”

Malick levantó una ceja y lo miró con suspicacia. “Bueno, la mujer de quien te hablé, concuerda,” dijo. “Y deberíamos poder conseguir en Londres un amuleto o algo para protegernos. Ella tiene una tienda allí. Deberíamos ir a verla.”

Unas líneas de expresión aparecieron de repente en la frente de Nathan. “¿Ir a verla?” Preguntó. “¿A Londres?”

“Sí,” continuó Malick. “Y mi amiga de quien te hable, la que sabe más de esto, ella vive allá, también.”

Nathan se quedó en silencio por un momento. Pensó en preguntarle cuándo hablarían de La Orden y de sus poderes, pero decidió simplemente asentir.

“Hay algo más,” dijo Malick. “No dejo de pensar en ello y no he podido entenderlo. Si tú tenías sueños acerca de Leah antes de venir al campamento, cuando estabas en tu casa, ¿por qué no te detectaron allí?”

“¡Felicidades, Señor Urye!” Dijo una voz familiar.

Nathan miró hacia arriba para encontrar a Lafonda de pie delante de él. A pesar de que se veía diferente con su cabello rizado, la reconoció de inmediato.

“Gracias,” dijo con una sonrisa. “Y, por cierto, te ves muy bien.”

Ella sonrió y luego pasó la mano por el borde de su vestido. Su vestido era de color lila brillante y era de tela ligera. La misma tela estaba alrededor de su cintura en forma de un cinturón, y el relicario de oro caía sobre su piel, brillando bajo las luces del patio.

“¿De verdad lo crees?” Preguntó sorprendida. “Lo compré en St. Louis, cuando Leah y yo fuimos de compras.”

“Sí,” dijo Malick entrando a la conversación. “Nathan tiene razón. Te ves bien.”

Ella echó un vistazo lleno de sospecha a Malick, pero finalmente sonrió. “Gracias,” dijo. “Y felicidades a ti también por tu premio.”

Malick asintió con una sonrisa.

“Me alegra que no haya llovido hoy,” continuó. “De lo contrario habríamos estado obligados a tener el banquete en el interior.”

“Sí, y nuestro Cuatro de Julio habría sido un aguacero,” dijo Ángela uniéndoseles.

Leah estaba a su lado.

Nathan se dio cuenta de que la música había cambiado y varias personas a su alrededor comenzaban a bailar lentamente.

“Eh, Leah,” dijo, sonando un poco nervioso.

“¿Quieres bailar… conmigo?”

Leah y Ángela sonrieron.

“Claro,” dijo, “me encantaría.”

Ella se dirigió hacia él pero, de repente, él empezó a mirar a su alrededor. Nathan levantó la placa en su mano y sonrió.

“Tal vez debería poner esto en alguna parte, o llevarla a mi habitación primero,” dijo.

“Tonterías,” dijo Ángela, con su cabello rubio y rizado rebotando sobre sus hombros. “Yo la sostendré. Ustedes vayan a bailar antes de que termine la canción.”

Malick jugueteó con las gafas de sol en el cuello de su camisa antes de finalmente pasar sus dedos por su perfectamente peinado cabello.

“Lafonda,” dijo, “quisieras –”

“Espero que no me estés invitando a bailar,” dijo.

Malick sonrió. “¿Por qué no?” Preguntó con una sonrisa. “¿Quieres?”

Lafonda parecía muy agitada. “Creo que no,” respondió ella.

“¡Lafonda!” Exclamó Ángela. Se inclinó hacia ella y le susurró, “¿Es esa la manera de tratar a la persona que te salvó la vida?”

Lafonda cruzó los brazos sobre su pecho. “Me gustaría pensar que ahora estamos a mano,” dijo ella, “¡considerando cómo tu manera de conducir pudo habernos matado antes de llegar al campamento!”

Malick sonrió tímidamente. “Solo un baile,” dijo.

Lafonda frunció el ceño.

Ángela tomó rápidamente la placa de sus manos y empujó a Lafonda hacia los brazos de Malick.

“Adelante,” dijo Ángela. “Un baile nunca mató a nadie.”

Nathan negó con la cabeza y le dio su placa a Ángela. “¿Vamos?” Preguntó extendiendo su brazo hacia Leah.

“Sí, vamos,” respondió Leah, sosteniendo su brazo.

Nathan condujo a Leah hacia el medio del patio. Él puso su mano sobre la cintura de ella y comenzaron a bailar.

“¿Crees que Lafonda se enfurecerá con Ángela por hacerla bailar con Malick?” Preguntó.

Leah inclinó su cabeza por encima del hombro de Nathan para tener una mejor visión de Malick y Lafonda. “Es lo más probable,” dijo con una risita. “Pero hasta ahora, todo va bien, porque todavía están bailando, e incluso puede ser que estén charlando.

Nathan siguió bailando. Cuando los vio, dijo, “Sí, parece que están conversando. Sin duda están hablando de algo.” Nathan se rió. “Pero en base a la expresión en el rostro de Lafonda, no sé si sea algo bueno.”

Nathan miró hacia abajo mientras se reía y observó el vendaje blanco en el brazo de Leah. “Entonces, ¿cómo sigues?” Preguntó en un tono más sombrío.

“Oh,” respondió ella después de seguir su mirada. “Bien.” Ella le devolvió la mirada, examinando su mano vendada. “¿Y tú?” Preguntó. “¿Estás bien?”

“Estoy bien,” dijo él. “Podría estar mejor, pero créeme, no me quejo.”

Hubo un breve silencio y la cabeza de Leah se inclinó un poco mientras lo miraba a los ojos. “Gracias,” dijo ella, “por ir por nosotros. Eso fue muy valiente de tu parte.”

Nathan se sonrojó y trató de ocultar su vergüenza. “No hay problema,” dijo.

Rápidamente miró hacia otro lado y se sorprendió al ver a Roy de pie junto a Argos y a LaDonda. Parecía que estaban teniendo una intensa discusión, pero Roy rápidamente sonrió cuando vio que Nathan lo estaba mirando. Levantó una botella de ungüento de lana y lo saludó.

“Oh no,” dijo Nathan, rápidamente desviando la mirada. “Hablando de vergüenza.”

Leah se rió. “¿Qué?” Preguntó. “¿Qué pasa?”

“Oh, no es nada,” respondió Nathan rápidamente. Bajó la mirada y trató de no mirar a su abuelo de nuevo. “Entonces,” dijo él, tratando de pensar en algo para cambiar el tema. “¿Cómo lidias con ello? Quiero decir, ¿esto es nuevo para ti? ¿Siempre supiste acerca de tus poderes?”

“No,” dijo ella. “De hecho, no fue sino hasta que Amanda – espera, Lauren, o como se llame – me secuestró, que pude saber lo que estaba pasando.” Hizo una pausa. “Sabía que no estaba loca, sin embargo. Quiero decir, después del ataque en la escuela, supe que las cosas que me sucedían eran reales, independientemente de lo que pensaran los demás.”

Nathan sonrió tranquilizadoramente.

“Al parecer, en un principio,” continuó ella, “Lauren intentó secuestrarme llevándome al Espacio de En Medio a través de mis sueños. Cuando eso no funcionó, decidió enviar a las Criaturas de la Sombra por mí.”

“¿Alguna vez te dijo lo que quería?” Preguntó Nathan.

Leah negó con la cabeza. “No,” dijo. “Solo que estaba buscando a alguien especial – a alguien con un poder en particular.”

Pensó en lo que Leah había dicho acerca de no estar loca, y pensó en ella estando sola en el hospital y eso lo entristeció de nuevo. Miró por encima del hombro de ella, hacia la mesa de refrigerios, y alcanzó a ver a Samantha Darding de pie junto a su hermano Jim, a Eva Marie Evans y a Hugo. Nathan suspiró. Le complacía ver que Samantha estuviera bien de nuevo.

Leah se apartó un poco para poder ver bien el rostro de Nathan. Ella sonrió y dijo, “Está bien, no estoy más en el hospital Y al menos ahora hay gente en mi vida que me cree y que sabe que no estoy loca.”

Nathan sonrió.

“Entonces,” dijo ella alegremente sonriendo. “Lafonda me ha dicho que estabas teniendo sueños de mí.”

Nathan se sonrojó. Estaba avergonzado de nuevo. “Sí, algo así,” dijo, “y me disculpo si eso suena raro o extraño.” Intentó tragar saliva, pero tenía la boca seca. “Es otra de mis habilidades,” dijo. “A través de mis sueños puedo ver el pasado o el futuro.”

“Está bien,” dijo ella con una risa. “Eso probablemente explica por qué nunca me sentí del todo sola en todo esto. Incluso cuando estaba en el hospital, siempre sentí como si alguien estuviera conmigo.”

De repente, se escuchó una serie de fuertes explosiones seguidas de pequeños sonidos y silbidos. Nathan y Leah ambos se agacharon cuando las luces del patio se apagaron y unos brillantes destellos deslumbrantes rojos, blancos y azules llenaron el cielo.

Ambos se enderezaron de nuevo y se rieron. Leah pasó las manos por su cabello y arregló su vestido. “Son solo fuegos artificiales,” dijo entre risitas ahogadas. Ella levantó la mirada para mirar el cielo y luego volvió a mirar a Nathan. “¿Qué?” Preguntó ella sonriendo. “¿Por qué me sonríes?”

Él sonrió con gusto mientras la luz de los fuegos artificiales revelaba su mirada llena de felicidad. “Porque tu risa es como siempre la imaginé.”