Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Luna de la patria.

Francisco Contreras Valenzuela.
           
 
Luna de la Patria, luna
única, lánguida, grata,
cuya luz bendita es una
polvareda azul de plata.
 
Luna en cuyo faz de armiño
veía mi madre angélica
a la Virgen con el Niño,
sobre la burra evangélica.
Luna que, cual sol magnífico,
más puro tu rayo expandes
que la espuma del Pacífico,
que la nieve de los Andes.
Por fin vuelvo a contemplar
tu fosfórico zafir,
por fin te vuelvo a llorar,
por fin te vuelvo a reír.
Muchos años, muchos años
Vagué por extraños climas,
bajo horizontes extraños,
escalando extrañas cimas.
Soy el mismo sin embargo,
todo ilusión y erotismo;
soy el mismo niño amargo,
soy el mismo, soy el mismo.
El mismo que diera todo
el oro por una rosa,
el mismo niño beodo
tras una azul mariposa.
El polvo de cien países,
de cien soles el destello
no han dejado tonos grises
en mi alma ni en mi cabello.
 
Luna de la Patria, luna
única, lánguida, grata,
cuya luz bendita es una
polvareda azul de plata.
 
Un día te dije adiós,
abracé a mi madre y
hacia otros mundos, en pos
de loco ensueño, partí.
No volví a ver tus fecundos
rayos de argénteo tisú:
la luna de aquellos mundos
no eres tú, no, no eres tú!
Surqué mares, crucé tierras,
fui del Oriente a Tulé;
escalé gigantes sierras,
vibré, padecí, luché…
Y hubo generosas palmas,
que aplaudieron mi locura,
y hubo almas, nobles almas,
que endulzaron mi amargura.
Y hubo corazones tiernos,
bajo el lino y bajo el raso,
que a mis ardores eternos
dieron todo: aroma y vaso.
¡Oh, la dulce niña pía,
(vivió en amorosa crisis)
que el Azar me ofreció
un día y otro me quitó la Tisis!…
¡Oh, la tierna niña amante
de cabello y de alma de oro,
que arrulló mi sueño errante
con su risa y con su lloro!…
 
Luna de la Patria, luna
única, lánguida, grata,
cuya luz bendita es una
polvareda azul de plata.
 
La nostalgia abrazadora
vino mi ensueño a turbar,
y un buen día volví
prora a mí patria y mi solar
Quería ver la serrana
campiña que fué mi cuna,
besar a mi madre anciana
y contemplarte a ti, ¡oh luna!
La ausencia, la lejanía
me encendían de amor patrio:
mi ser todo entero ardía
como incensario en el atrio.
Daré a la patria, pensaba,
el fruto de mi afán loco,
y sólo me acongojaba
darla tan poco, tan poco!
¡Ay, mis anhelos ufanos
en llegando se abatieron!
Me negaron los hermanos,
los mastines me mordieron!
Tan sólo tú, más humana
que los hombres, Luna triste,
con piedad de única hermana
en tus brazos me acogiste.
Y a tu halagüeño cariño,
volvió a mi alma la ternura,
sentí mi candor de niño
y sollocé de dulzura…
 
Luna de la Patria, luna
única, lánguida, grata,
cuya luz bendita es una
polvareda azul de plata.
 
No me amarga el Mal contrario,
en mí no medra el rencor:
mi pecho es un incensario,
que arde y perfuma de amor.
La hostilidad, el sarcasmo
con su exhalación de abismo
podrán secar mi entusiasmo,
pero jamás mi civismo.
Amo a la Patria que, adversa,
me desconoce o me olvida:
para ella será mi fuerza,
por ella daré la vida.
Amo la tierra hosca y rancia
de breñales y de espinos:
en ella mi clara infancia
soñó sus sueños divinos.
Amo la montaña eterna,
que hacia los cielos se exalta:
a su sombra mi alma tierna
aprendió a ser firme y alta.
Amo el cielo de fulgencia
no vista sobre las cimas:
en su azul mi adolescencia
tiñó mis primeras rimas.
Y te amo a tí, Luna angélica,
a quien la flor da su incienso;
a ti, Magdalena célica,
que ungiste mi duelo inmenso!
 
Luna de la Patria, luna
única, lánguida, grata,
cuya luz bendita es una
polvareda azul de plata.
 
 
LUNA DE LA PATRIA
Francisco Contreras Valenzuela.