Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Bailando en la oscuridad.

José Agustín.
Bailando en la oscuridad.
 
Buenas noches, saludó Ismael, oye, qué oscuro está por aquí. ¿Y Narciso?, preguntó la bella joven rubia que abrió la puerta. Veníamos juntos y ya estábamos
a punto de llegar cuando le hablaron por teléfono. Tuvo que regresarse, pero después nos alcanza, explicó Ismael ya dentro, aspirando con agrado el perfume
de la muchacha ¿Tú crees que sea hoy en la noche?, preguntó ella al tomar estrechamente el brazo de Ismael. Para estas alturas, respondió él, electrizado
por el contacto del seno de la joven, todo es posible. Pero, mira, no hemos parado de hablar de eso en los últimos meses. En la estancia vanas parejas
bailaban y otras conversaban y bebían en los sillones. Ismael saludó a todos y mientras bebía la primera copa informó a los demás lo que había ocurrido
con Narciso. Todos querían saber si esa noche sería el nombramiento. Mientras hablaban, otra de las muchachas abrió un pequeño cofre de oro, lleno hasta
los bordes de cocaína. Tomó una cucharita de plata y la ofreció a Ismael, quien se volvió hacia los demás. Llégale, llégale, le dijeron, nosotros ya estamos
bien servidos. Es excelente, comentó otro. Ismael sabía que las mujeres eran de confianza total; si no, Narciso jamás las habría elegido.
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Tornó la cucharita y aspiró con fuerza varias veces con arribas fosas: esto le irritó las membranas y le humedeció la nariz, pero también le inyectó energía,
brillantez y una euforia incomparable. Todos los demás aspiraban el polvo, Sc hacían bromas y reían. La rubia lo invitó a bailar.. Ismael ardió de placer
al enlazarla; era una delicia insoportable sentir los senos incrustados en el pecho, la delicada dureza del pubis oscilando contra la verga que se erguía.
La pareja que bailaba junto a ellos les pasó un cigarro de mariguana; potentísima, calificó Ismael al fumar con intensidad hasta sentir que el tacto y
la música se encendían. ¿Qué tal si apagamos la luz?, dijo una de las mujeres con aire travieso, y sin esperar respuesta desconectó el apagador general
de las luces. La oscuridad que sobrevino fue fulminante. Sin pensarlo todos se quedaron quietos, alerta durante unos segundos. La música emergió con fuerza.
Un par de cigarros que se encendieron fugazmente formaron luminosos nichos encarnados que flotaban en la negrura. La rubia se removió contra Ismael, le
besó el lado derecho del cuello y lo indujo a seguir bailando. Ismael la estrechó y untuosamente le acarició las nalgas.
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Más tarde, Ismael distinguía contornos y diversos niveles de profundidad en la oscuridad. Casi veía a los hombres, altos políticos todos, y a las muchachas:
eran tan bellas y suculentas que Ismael pensaba que eran hermanas, peligrosas y deliciosas princesas de las mil y una noches. Y después, quizá la borrachera
iluminó la casa, pues Ismael cada vez tropezaba menos y se desplazaba con segundad. Bailaba, bebía, aspiraba coca, conversaba entre carcajadas y acabó
como todos en torno a la mesa; allí compartieron un polvo blancuzco, compacto, casi pasta, que refulgía en la oscuridad; lo lengüetearon primero y se untaron
un poco en la frente, las aletas de la nariz y en el sexo. Ismael se preguntó qué demonios era eso: experimentaba una euforia ilimitada, ardor y ebullición
por dentro, mucha fuerza y deseo, ríos de aceites luminosos que corrían en él. Siguieron las rondas de cocaína, alcohol y mariguana; bailaban en la oscuridad,
se restregaban, se musitaban al oído, se acariciaban vorazmente. Ismael no sabía a quién tocaba, y bailó con todas, con todos los que estaban allí. No
le importaba si Narciso llegaba o no, si era el elegido, si había otra forma de vida más allá de esa oscuridad, más allá de los placeres en que se hallaba
suspendido, siempre a punto de estallar pero a la vez bajo un control finísimo; bebía la oscuridad húmeda, enervante; se perdía en la delicia de los senos,
muslos, nalgas, los pubis insondables como la noche que su verga acometía con un feroz impulso ciego; Ismael no dejaba de reír, de hablar, con pausas sólo
para fortalecerse y extender las sensaciones con tragos de vino espeso, con fumadas lentas y quemantes, con nuevas inhalaciones de cocaína.
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En el delirio de las cogidas interminables oía carcajadas, botellas que se estrellaban en el piso, golpes y gritos, música estridente, ráfagas de voces,
quejidos, suspiros, oleadas de perfumes, semen, alcohol, humo; y de súbito, cuando movía el pubis con brío, Ismael pensó que en esa fiesta había mucha
gente, era un orgión, por todas partes tropezaba con trozos de carne húmeda y caliente, y tocaba, acariciaba con toda la mano y el cuerpo entero, pensaba
que nunca antes había llegado a semejante exaltación, éxtasis y delirio; todo se estremecía en torno a él, la oscuridad no existía o no lo afectaba para
nada, nunca supo en qué momento pudo ver, veía la sala con nitidez, si acaso con algunos altos contrastes y estremecimientos porque estaba bizco, tenía
los ojos definitivamente estrábicos, veía doble pero con una nitidez incomparable, pero eso no le interesaba, sólo quería despeñarse en ese placer que
le extinguía el pensamiento, que borraba su identidad; no dejaba de hablar y hablar, de perorar escandalosamente, en relámpagos pensaba que en cualquier
momento saldría desnudo a la calle y le aullaría a la luna.
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Tenía que hacer algo. Sacó el miembro del ano en que se había alojado, un impulso invencible lo llevó a salir ue la sala. El piso se movía bajo sus pies
e Ismael tuvo que sostenerse en la pared del pasillo, donde advirtió una ráfaga helada que a él le pareció fresca. Todo se había oscurecido nuevamente
pero no le importaba. Sin darse cuenta de que trastabillaba y de que tenía que avanzar sosteniéndose en la pared, caminó tentaleando, hasta que encontró
una puerta; la abrió y se descubrió en un baño. ¿Y yo qué diablos vine a hacer aquí?, se preguntó con una sonrisa congelada, espumosa. De pronto cayó de
rodillas junto a la taza del inodoro, lo abrazó y procedió a vomitar una evacuación que le pareció riquísima, orgásmica, interminable, nunca imaginó que
el vómito pudiera ser tan placentero, qué maravilla, pensaba. Despertó. Se había quedado dormido en ese baño oscuro y helado. Se levantó dificultosamente.
La oscuridad era total e Ismael no veía nada. Cada vez hacía más frío. La música se había detenido y de hecho no escuchaba nada. Ignoraba cuánto tiempo
había transcurrido mientras él yacía abrazado al inodoro, impregnado de su vómito, ahora insoportable. Silencio total. Ismael cada vez veía menos; la cabeza
le dolía pero aún conservaba mucha energía.
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Había que ir a la sala y seguir la fiesta. Pero ahora todo se hallaba en silencio, no parecía haber nadie. Con las manos bien pegadas a la pared avanzó
por el pasillo, que le pareció más largo de lo normal, ¿cómo no lo advirtió antes? Tropezó con un bulto y tuvo un sobresalto fulminante. Lo que semejaba
bulto se hallaba junto a una especie de ventana. Se acercó, advirtiendo que su cuerpo, ahora horrorizado, se había contraído y se rehusaba a moverse. Pero
de cualquier manera se acercó. No tenía miedo. Y sí: era una ventana, pero tras ella no había nada, la oscuridad era tan cerrada afuera como adentro, y
el frío sobrecogía. Vagos perfiles querían formarse a lo lejos. De pronto una presencia se hizo tangible y el cuerpo de Ismael de nuevo se paralizó. Él
no tenía miedo, pero su cuerpo sí. Afiló la vista, estiró las manos. No había nada, ni siquiera el bulto que creyó percibir desde un principio. Pero Ismael
temblaba. no pensaba en el frío y por eso casi no lo sentía, pero allí estaba, cada vez más fuerte. Era el momento de tomar varios coñacs. Se fue de allí
lo más rápido que pudo, con las piernas tiesas y las manos en la pared para no chocar. A tientas llegó a la mesa y tomó la primera botella que encontró;
bebió un largo trago para calentarse. Aún era muy fuerte el olor de alcohol, tabaco y sexo. Pero no había nadie.
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¿A dónde se habían ido las hermanitas? ¿Y sus amigos? Ismael pensó que quizás estuvo dormido mucho tiempo en el baño y todos se fueron. O le jugaban una
broma. ¿O era una prueba? Volvió a beber. El cuerpo desanudó la tensión, pero no del todo. Como no veía nada, avanzó a tientas en busca del apagador general
de la luz. Una pesadez metálica le aplastaba la cabeza, a la altura de las sienes, y su frente ardía, se consumía. Quería encontrar la puerta y largarse
de allí lo más pronto posible. La oscuridad lo desquiciaba. Sin embargo, con una lentitud exasperante, llegó de nuevo al pasillo. Por aquí debe de estar
la salida, pensó...Caminaba muy despacio por el pasillo; le sudaban las manos, las axilas. Iba con mucho cuidado, paso a paso. El frío era insoportable
nuevamente. Gotas de sudor resbalaban por sus costados con una consistencia helada, quemante, que le erizó la piel. Siguió hasta lo que supuso la mitad
del pasillo. Ahora veía menos, era como si con el paso del tiempo cayeran nuevas capas de oscuridad que adensaban las ya existentes. De pronto la adrenalina
del cuerpo se desplomó de golpe cuando Ismael percibió una protuberancia aún más negra que resaltaba en la oscuridad, Chocó con algo y pegó un salto, alarmado.
Estaba junto a la ventana. Afuera y adentro: la misma oscuridad cerrada, irrespirable, que crujía como rama vieja; el aire se había vuelto fina arena seca
que se desmoronaba incesantemente en silenciosos deslaves.
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Quiso ver hacia afuera. Concentró la vista y después de unos instantes le pareció distinguir un débilísimo fulgor blanquecino, quizás el primer, delicado,
atisbo del alba. Todo su espíritu se agitó, se llenó de dolorosas añoranzas del amanecer, del día, y creyó ver siluetas desdibujadas de copas de árboles
a lo lejos, pero, cuando parpadeaba, todo volvía a una negrura de planos imprecisables. La oscuridad lo enloquecía, no comprendía cómo, momentos antes,
había podido desplazarse en ella sin dificultad. Contuvo la respiración. Junto a él se hallaba algo poderoso, y sin pensarlo retrocedió unos pasos, con
los ojos febriles perdidos en la negrura. Allí estaba el bulto otra vez. Lo sintió con toda su contundencia. Se concentró un poco más y sí, la pudo ver:
era otra mujer, o quizás una de las hermanas, ¿cómo saberlo?: estaba sentada, inmóvil, en una silla junto a la ventana. Un destello mínimo, apenas perceptible,
apareció en el rostro: era una mujer bellísima, severa; lo quemó la emoción de poder ver, después de horas interminables, un rostro, y tan hermoso además.
La inmovilidad era total: tenía los ojos abiertos, duros, fijos en él, esa mirada transmitía la inmovilidad, lo hacía sentir cada vez más pesado, quería
moverse pero no podía, quedó paralizado con las manos adheridas a la pared, suspendido en el pasillo negro, la piel se endurecía, las facciones le dolían
al solidificarse, pero lo peor era el frío mortal que entraba a través de los ojos de la mujer, Ismael le ordenaba a su cuerpo que rompiera la inmovilidad,
tenía que vencer el sojuzgamiento de esa mirada, pero ningún músculo obedecía, su cuerpo se congelaba progresivamente; de súbito Ismael sintió un latigazo
de sed y comprendió quc luchaba por su propia vida.
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Se hallaba a punto de morir, de la muerte eran esos paisajes desoladores, ¿quién, si no, podía ser esa bellísima, terrible mujer? Gritó con toda su desesperación,
y tardó en advertir que su voz no salía y que en su interior las palabras resonaban como chasquido: ¡Alguien tiene que ayudarme! ¡Alguien tiene que convencerla
de que ya no me mire más! ¡Me está matando! ¡Me muero! ¡Me muero! Despertó. El chofer de Narciso, excitadísimo, lo zarandeaba y le gritaba. Estaba en la
sala de la fiesta y no había nadie aparte de ellos dos. Ismael tenía frío, un dolor de cabeza reseco lo aplastaba y la sed le devastaba la garganta. Se
estiró hacia una de las botellas y bebió desesperadamente. Hasta entonces escuchó lo que el chofer repetía y repetía: habían nombrado a Narciso, sin lugar
a dudas sería el próximo presidente de la República. ¿De veras?, casi rugió Ismael, ¡ya la hicimos! ¡Y lo mandaba llamar! Ahora todo se le abriría, podía
aspirar a lo más alto, a lo más alto. Ismael casi gritó de júbilo cuando vio sobre la mesa el cofrecito lleno de cocaína. Justo lo que necesitaba para
estar a la altura de las circunstancias.
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Con la cucharita de plata aspiró repetidas veces. Así. Exacto. Otro poco. Más. Más. Aspiró hasta que los ojos literalmente se le abrieron y la vida le
entró con furia a través de la mirada. Ah. Perfecto. La sangre corría de nuevo por su cuerpo e Ismael comprendió que tenía que bañarse, afeitarse, felicitar
a su jefe y disponerse a administrar la riqueza.
 
 
Bailando en la oscuridad.
José Agustín.