Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 4 años. Antes se titulaba Sin censura..
No hay censura
José Agustín.
No hay censura.
Nunca supe cómo ocurrió, pero de repente mi hermano me llevaba la contraria en todo, yo no siento frío, nadie tiene frío, tú estás loco o qué, me decía.
Debió ser algo gradual porque antes, de plano, no era así, pero después... Muy mal, muy mal, te pusiste exactamente lo que menos te queda, pero qué pendejo
eres, ¿eh?, la camisa, mira, qué riegue tan espectacular, catedralicio. Yo no le decía nada, para qué. Lo toleraba; a veces me permitía dos tres comentarios
sarcásticos, según yo muy inteligentes, pero, eso sí, me desahogaba con los cuates: quién sabe que le pasa a Marcial, no para de estar chingue y chingue,
se ha vuelto hipercrítico de todo lo que hago o digo. Se lo explico y él finge locura, ¿yo?, dice, ¿cuándo?, al contrario, pinche buey, de ahora en adelante
voy a ser más cabroncito para que adviertas tu macrocósmica estupidez. En lo demás mi carnal se portaba a la altura. Era a toda madre, en realidad. Bueno,
no tanto, pero sí era muy alivianado, derecho, divertido y (sobre todo) muy limpo. Desde hacía ya varios años él primero y luego yo vinimos de Durango
a estudiar y vivíamos juntos en un dcptito que conseguimos cuando comenzamos a chambear. Marcial era jefe de redacción de una revista literaria que patrocinaba
una dependencia gubernamental. Cada quien tenía sus ondas, sus chavas, sus amigos, pero también compartíamos muchas ideas, libros, discos, películas (además
de todo Nuestro Origen Común).
Lo único que me friqueaba de Marcial era que desaparecía durante días enteros y no había manera de localizarlo (y vaya si lo intenté muchas veces). Cuando
regresaba, el ojete ignoraba olímpicamente las preguntas que le hacía y, por si fuera poco, me regañaba: óyeme, en vez de tanta pendejada deberías levantar
los tiraderos del departamento, no es posible que norrias me vaya yo unos minutos tú conviertas esto en una pinche periquera, carajo, todo fuera de su
lugar. Yo (la mera verdad) pensaba lo peor: mi carnal reaparecía con mas dinero del que debería, y tampoco aclaraba la procedencia. Pero como de hecho
me estaba manteniendo yo no insistía mucho, ¿verdad?, además, eran sus ondas, a mí qué, ha de ser amante de alguna vieja rica, pensaba. O de un viejo...
¿Será? O anda metido en una onda chuequísima. Pero al rato me olvidaba del Misterio de las Súbitas y Redituables Desapariciones porque otra vez mi hermano
ya estaba con .su espíritu chingativo. Tomaba los cuentitos disfrazados de crónicas urbanonas que yo llevaba al periódico Unomásuno (y que a veces me publicaban),
por el amor de Dios, no presentes esta mierda, me criticaba mi hermano, está escrita con las patas, ni siquiera tienes idea del régimen de los acentos.
Qué más quisieras, replicaba yo (.supuestamente Muy Digno pero en realidad Sumamente Encabronado), tú eres el que no sabe lo que pasa porque todo lo ves
desde el palco, el día que sepas cómo son las cosas acá abajo tendrás autoridad en tus pinches críticas.
¿Ah sí? Pues tú oyes las cosas y te haces pendejo, igualito que el gobierno: te dicen la verdad en todos los tonos y nunca oyes nada. Yo, como buen estúpido
que soy, me ponía a pensar si Marcial no tendría razón, si eran Objetivas y Constructivas las críticas que me hacía o si nada más de plano queria imponer
sus pinches gustos en mí. Llegué a la conclusin de que mi hermano era certero en un sesenta por ciento de veces. Las demás el cabrón sólo se entretenía
jeringándome para no aburrirse, o qué sé yo, y en ocasiones las menos, se trataba de pura insidia, pero, curiosamente el pinche Marcial se las arreglaba
para que hasta su mala leche pareciera deportiva, nada más por ejercitar su capacidad de ojetez. Además, con razón o sin ella, mi carnal argumentaba tan
persuasiva e inteligentemente que era difícil escapar de la suerte de hechizo que creaba. También descubrí (o eso creí) que Marcial comenzaba a criticarme
duro cuando yo estaba cansadón, bajo de batería, o cuando no me hallaba seguro, y por eso muchas veces era devastador lo que me decía, pues yo me quedaba
girando con mis errores, con ganas de darme de topes en la pared. ¿Cómo le hacía para detectar los momentos exactos en que podía chingarme? Ése era el
talento del pinche culero. Todo lo que hiciste hoy estuvo mal (descontaba con las palabras). ¿Hoy? ¿Precisamente hoy?
Sí, pendejo, cuando parecía que todo te salía al pedo fue cuando la regaste peor, ¿Ah te cae? ¿Por qué, a ver? Primero, maestro, la camisa: no te mediste,
parecías obrero gringo que anda de turista, pero el gran riegue fue la chamba, qué trabajo tan culero agarraste. ¡Qué error, manito! Puede ser decisivo
en tu vida. Abusado, ¿eh? Luego no vayas a salir con que no te lo dije. Ese día había conseguido trabajo y hasta un adelanto. Ramiro, uno de mis primos
de los más ojetitos y mamones, riquillo, presumido y tarado, fue el que me lo consiguió. Me lo encontré de casualidad a la salida del cine. Acabábamos
de ver Cómo ves, de Paul Leduc, en un cineclub retacado de chavos que salían con caras de no saber ni qué onda. Mi primo Ramiro comentó que la película
era mala, con ganas, y yo sólo pude decir que las canciones eran lo mejor. Después salió el tema de que yo andaba buscando chamba. Él se ufanó de que era
el jefe del departamento de supervisión de televisión. Precisamente ese habían despedido a uno de los supervisores (”muy liberal”, dijo mi primo) y ahí
estaba el trabajo que buscaba. El sueldo era una caca, pero algo es algo, pensé, y soporté el sermoncito que me endilgó mi pinche primo (no podía desperdiciar
la oportunidad): la responsabilidad del puesto era grande, tenía que estar muy alerta, yo no le debería hacer quedar mal, estaban muy duros los cocolazos
allá arriba y todos andaban delicadísimos, en especial con la tele.
La verdad, la verdad, a mí tampoco me gustó para nada la idea de meterme de censor, pero sería sólo por un tiempo, necesitaba el trabajo de urgencia, le
explicaba yo a quien quisiera escucharme, ya llevaba meses en la chilla, sin dinero para unos buenos pantalones, una chamarnta efectiva, de perdida unos
zapatos, hombre, unos pinches casets y una fayuquienta radiograbadora con ecualizador para oírlos. Por otro lado, la mera verdad me entusiasmaba ver películas
yo sólito, en una sala de proyección de pocamadre, pantalla chica, imagen perfecta, sonido excelente, yo en una rica butaca con mi mesita y la debida lámpara
de trabajo. Por eso fue muy frustrante (qué poca madre) cuando vi que tenía que trabajar en un monitor de la cabina de un estudio de grabación de la estación.
Ni siquiera tenía un operador para la máquina, yo mismo tenía que poner las cintas y manejar la madre esa. Me costó trabajo agarrarle la onda y el primer
día cometí muchos errores. El subdirector de Supervisión de Televisión me dijo que mi primo me mandaba decir que eso era temporal, no había salas en este
momento y de cualquier manera, te jodes pendejo. Mi monitor ni siquiera estaba en el panel del estudio, sino a un lado, más bien cerca de la puerta y frente
al área de sonido. Yo tenía que ver las películas entre un entrar y salir imparable de gente, porque todo el tiempo se trabajaba en el estudio: transmisiones
en vivo, grabaciones de programas, ensayos, de todo; los productores gritaban, los directores de cámaras mentaban madres, los asistentes se peleaban, el
suítcher enloquecía, los de sonido protestaban y todo era un relajo.
Si estaban de buen humor se la pasaban carneándose, o la agarraban conmigo (pero me la pelaban); de cualquier manera siempre era un desmadre. Cuando de
milagro la cabina estaba tranquila no fallaba que alguien llegaba y sintonizaba la parabólica en un canal porno, lo cual atraía al instante, quién sabe
cómo, a miles de mirones y al rato ya se había armado la chorcha mientras yo me soplaba las películas, pero qué películas, qué pinches películas, a veces
pasan buenas, le platicaba yo a mi hermano en la noche, pero no tienes idea de los bodrios que me tengo que reventar, ¿quién programa, carajo? Seguramente
algún otro pendejo como tú que se cree muy chicho y es puro pedo con púas, ese tarado ha de creer que elige lo más chingón y que Todo el Mundo debería
estarle agradecido y mostrárselo por medio de alguna donación, aumento de sueldo o de gastos de representación. Ni siquiera tenía butaca: me sentaba en
un pinche banco giratorio incomodísimo. A cada rato tenía que estar parándome y flexionando las piernas. Fui a pedirle a mi primo Ramiro que me vaciaran
las películas en videocasets, así podría verlas mucho mejor en mi propia casa. Mi primo me mandó decir (porque no me recibió) que que me creía yo, que
no se podía utilizar el tiempo de máquinas en pendejadas ni gastar en videocasets para que yo me sintiera muy nalgoncito, había que joderse, y que ademas
cuidara mejor las cintas porque le habían reportado que yo las maltrataba.
Yo tenía, primero, que checar tarjeta, ir a la oficina, en mi escritorio estaba la orden de trabajo, recogía las rintas y después las llevaba a la cabina
del estudio cinco, mismo las colocaba y las controlaba, anotaba los cortes o modificaciones y después presentaba un reporte escrito en la oficina, con
su debido bonche de copias hasta para los barrenderos.
Pedí el reglamento de supervisión (como era lógico) y el subdírec me dijo que en ese momento no había ejemplares, me conseguiría uno lo antes posible (todavía
lo estoy esperando) y que, mientras, ya sabía yo: mucha atención a las malas palabras, albures o cornenteces dizque populares, a los desnudos o escenas
de corte erótico ”atrevido” (whatever that means), nada contra el presidente, el partido y el sistema en general, nada irrespetuoso contra los héroes o
la patria, nada, o lo menos, sobre los partidos de oposición, ni de guerrilleros o comunistas o santones izquierdistas, como el Che Guevara o John Lennon,
ese tipo de gente, nada sobre el o los jipis, nada de roncanrol o chavos marginales, de drogas o narcotraficantes, y mucho cuidado en cosas de la familia
y la religión.
Ay cabrón, me cae que se me heló la sangre cuando este cuate me recitó la neta condensada, le comenté a mi carnal después de una de sus desapariciones
de tres días (pero ahora, como ya tenía trabajo, me valió saber dónde andaba). Y espérate a que veas el reglamento, me dijo Marcial, te vas a guacarear
de risa, es famoso por sus anacronismos y oligofrenias que rayan en lo genial, hay que decir lecho y no cama, no mencionar la palabra adulterio, cosas
así, pero conste que yo te lo dije: fuiste a dar de lleno en la mierda, te chingaste y feo. Ora ya estás metido allí y tienes que seguir las reglas del
juego. Por algo Será. Te chingaste. En un principio pareció lo contrario: yo me ligué a una chavita preciosa que trabajaba en un programa nuevo. Lo hacían
unos muchachos hijos de un político, ricos pero macizos, que tenían poco trabajando y todavía le echaban las ganas. La niña se llamaba Rosina y estaba
muy bien hechecita, a mi medida, era roquera y rumbera, simpática muy inteligente. Se la presenté a mi hermano y él me dijo: te volviste a equivocar mhijo,
y esta vez en serio: no estás a la altura de la situación, esta chava es demasiada buena onda para ti. Ay cabrón, exclamé una vez viendo el monitor; ya
salieron chingaderas, tendré que mandarlas a la verga, le dije a mi hermano Marcial, que de pura casualidad fue a visitarme al trabajo.
Claro, continué, es una película de Jorge Fons, pinche lépero: ”Caridad”, una oldie but goodie, carajo, duele meterle recortari a esta peliculita. ¿Qué
dijo? No oí. Dijo pinche, le expliqué. Regresé la cinta y lo oímos clanto: pinche con todos sus fonemas y en correcto lip-sync. Ya lo anotaba yo cuando
mi (pinche) hermano me salió con que no lo quitara. Si lo cortas, me dijo, estarás equivocándote en lo esencial, viendo tranchos con moretes, es un pinche
muy pinche, además no vale la pena, déjalo, hombre, nadie se va a dar cuenta, está dicho con tanta naturalidad que ni se nota, ¿que no?, ¿qué te pasa?,
me corren si dejo el pinche por pinche que sea, Big Brother is watching, que no: no se dan cuenta, es más, si borras el pinche lo subrayas, lo resaltas,
todo mundo se da cuenta clarito de que metiste tijera, que sí hay censura. No hay censura, repliqué repitiendo lo que mi primo me mandó decir con el subdírec:
es supervisión, que es muy distinto, hay que tener mucho cuidado en esos detalles. ¡Fíjate! Ya dijeron un cabrón, no, no, cómo, está durísimo, ni madres,
también se va a la goma, chingue a su madre, qué grueso el Fons, qué poca, en qué líos me anda metiendo.
¿No te digo?, me replicó mi hermano Marcial, ya estás metido hasta el culo en el espíritu de Torquemada, eso es lo malo de los pinches censores, ni siquiera
hay que decirles qué cortar, con unas cuantas alusiones ellos solitos lo hacen de maravilla, pundonorosos ante la vulgaridad, impolutos en la moralidad,
aunque, como ocurre en muchos casos, y no agraviando a los presentes, se trate de gente como cualquiera: miserables, inocentes y diabólicos seres revueltianos
y/o buñuelianos, y no me digas que no, tu ya estás metidísimo, feliz en tu ondita de censor, con qué cara se lo vas a decir a tus hijos, piensa, carajo,
es horrible ser un ejemplo perfecto para los culeros del mundo, bájale de volumen, bájale de volumen, le dije, conteniéndome (ah cómo me encabronaba),
un día de éstos te voy a poner en toda tu pinche madre. Tranquilito, muchacho, me dijo y se fue de la cabina (el muy ojete). Yo paré la máquina y salí
a tomar aire afuera, cargando las cintas para que no se las fueran a robar o a maltratar. En las callecitas de los estudios había mucha gente. Un flormánayer,
bien cuate, flaco, narizón, cacarizo, de pelo chinito, transa y rocanrolero, me invitó a darme un toque. Nos fuimos al fondo de los estudios. La mariguana
era de las que hacían pedorrearse al diablo y a los tres o cuatro toques yo ya no sabía ni qué pedo, todo era un ruidero loco.
Me tomé un café para que se me bajara un poco y regresé a ver el final de ”Caridad”. En la noche le conté a mi hermano que a fin de cuentas no había quitado
ni el pinche, ni el cabrón ni el carajo que después se echaron en la película de Fons, yo creo que nadie lo va a notar, total, ahora ya, ¿no? Mi bróder
no comentó nada, pero vi que lo había impresionado. Vanos días después, me dijo, como quien no quiere la cosa: hoy pasan ”Caridad” , ¿verdad?, ¿por qué
no le echamos un lente? A ver si se notan las tres palabritas, esa película no debió llamarse Fe, esperanza y candad sino Pinche, carajo y cabrón. No mames,
le dije, y vi pasmado cómo en la noche Marcial se ponía con un espléndido coñac XO (¿de dónde lo sacó?) y con botanas ricas: pistaches, nueces de la India,
queso y ostiones ahumados. Nos arranamos frente a la telera y mentamos madres durante ”Fe” y ”Esperanza”, que eran malísimas, hasta que llegó la esperada
”Caridad”. ¿Sabes qué?, me dijo Marcial, con aire grave: la cagaste otra vez, mano. Sí se nota, y gacho, es que en la tele nunca oyes groserías y entonces
hasta un pinche pinche suena como cañonazo. Marcial, cabrón, ojetísimo, hiperculero, tú fuiste el que me convenció de que dejara el pinche pinche, el ojete
cabrón y el puto carajo, ahora no me salgas con que yo me equivoqué, tú te equivocaste, bueno, pues: me equivoqué, concedámoslo al menos por conmiseración,
porque en realidad todo mundo sabe que yo sólo me he equivocado una vez, cuando dije: nadie es perfecto. ¡No mames! Bueno, bueno, qué importa a fin de
cuentas si yo la riego, pero tú eres el que si se equivoca se chinga, tú eres el supervisor, ¿no?, a ti es a quien van a correr mañana a primera hora al
llegar a la chamba. En el mejor de los casos te ponen una cagotiza que olvídate.
Para que aprendas, además, a confiar en tus propias decisiones y a no dejarte seducir por las pinches opiniones de otros. No pude mentarle la parte de
madre que le correspondía porque en ese momento sonó el teléfono. Era el subdírec, quien me dijo que Ramiro, mi primo, me mandaba decir que lo había regañado
su jefe, quien recibió una llamada del mero director, porque éste a su vez la recibió del subsecretario, quien fue notificado por el señor secretario mismo
que, como se ve, está en todo (aunque en este caso más bien se debió a que una de las amigas de la esposa del ministro, muy delicada en cuestiones de moralidad,
vio la película, oyó las tres palabritas y se horrorizó: le habló a la esposa del secretario, ésta a su marido, él al subse, el subse al director general,
él al jefe de dependencia, este a mi primo Ramiro el Mamón, quien llamó al subdírcc y él me echó la aburridora a mí). Bueno, sólo por esa vex, me la pasarían,
pero otro error de ese tipo me costaría el puesto. Me suspenderían tres días y el caso se consignaba a la Comisión, eso no se podía evitar. ¿Ves, pendejo?
fe lo dije, me restregó Marcial. No lo estrangulé porque aún no me reponía del susto. Volví a la chamba y me puse muy listo para no pifiar otra vez. Le
conté todo a mi novia Rosina, y ella y sus amigos se pusieron muy contentos, ¡bravo!, me dijeron, estamos contigo, que chingue a su madre la censura.
Corrió la voz del chisme. Me detenían en la cafetería (mejor conocida como el Ródex), cuando me aprovisionaba de cacahuates, gansitos, flippys, café o
refrescos, y me decían: no, mano, ten cuidado, no te pongas con Sansón a las patadas, si no te gusta lo que haces pues renuncia, agarra la onda. En fin,
al poco rato todo se normalizó: mi hermano Marcial desapareció cuando correspondía y regresó máscargado de lana que nunca, yo pasé días enteros con Rosina
y sus cuates, que en realidad eran buena onda. Todos ellos estaban felices porque habían hecho un reportaje a toda madre sobre la película Cómo ves, que
les fascinaba. Entrevistaron a los rocanroleros, Cecilia y Lora se pusieron gruesísimos, a ver si no tenemos problemas, me decía Rosina después de coger
bonito y sabroso, y yo daba gracias al cielo silenciosamente porque censuraba películas y no programas, a ver si nos das una manita si llega a haber pedo,
me pidió. A huevo, contesté. Un día Marcial volvió a los estudios. Yo estaba que me cargaba el carajo porque ese día, sin avisarme ni nada, me pasaron
un programa y no una película para supervisar.. Y claro, era precisamente el reportaje-chingonométrico sobre Cómo ves que había hecho Rosina y su grupo.
Vi el programa y sí, se notaba el entusiasmo, las ganas de lograr algo fuera de lo trillado, había talento, además, y (para lo que se hacía) estaba muy
bien, nada más que a mí me partía toda la madre porque allí estaba todo junto: los chavos marginales, las groserías, los desnudos, la droga y el rock:
Cecilia Toussamt cantando metidísima con el grupo Arpía ”La primera calle de la Soledad” de Jaime López, el Tri con las tripas al aire y el gran Rockdngo
González con su cotorreo (sensacional) del asalto chido y los batos muy ojetes. Yo estaba paranoiquísimo y no sabía qué hacer pensaba que era una trampa,
¿cómo, de buenas a primeras me ponían a censurar programas, y especialmente el que hacía mi chava? Alguien me quería joder y hacer carambola con esos chavos
que trataban de decir algo. Le conté la bronca a Marcial, se me hace, le dije, que voy a reportar que casi todo el material no debería exhibirse, pero
que yo sugiero que sí se pase al aire porque está muy bien hecho y la chingada, si acaso con unos cuantos cortecitos, ¿cómo la ves?, pues muy mal, cómo
quieres que la vea, pendejo, si la censuras chíngatela sin piedad, y si la pasas hazlo por completo, no seas marica. Pensé que sin duda eso le encantaría
a Rosina y a sus compas del programa, pero a mí me iban a romper toda la madre.
No lo estés pensando, zoquete, apruébalo y ya, no seas puto, me decía Marcial (tragándose las papas fritas que yo acababa de comprar), y yo ya no pude
contenerme, ¡lárgate!, le grité, encabronado (todos se volvieron a verme), bórrate de aquí o cierra tu hocicóte, agregué, en voz más baja; se están poniendo
muy duros, Marcial, hace unos días nos pasaron un memorándum muy culero, es la nueva política, dicen que ya estuvo bueno de tanta, permisividad y libertinaje,
que se debe velar por los altosvaloresdelapatna, asi es que si yo vuelvo a meter la pata, otra vez por tu cuíp^, ahora sí me corren, entiende, carajo.
¿Ah sí?, y mientras que se cargue la chingada al poquísimo trabajo fresco, imaginativo, lo unico bueno que se puede hacer, y que lo hace, precisamente,
esa novia tuya que me cae no mereces, nada más te preocupas por tu pinche sueldito, te vendes por una feria muy jodida, eres lo que se dice una puta barata,
ya valiste verga feamente, acuérdate de que yo mismo te lo advertí desde que dejaste que el tarado de Mamilo te agarrara de su pendejo. Ya ni podía ver
de tanto coraje, y la mención de mi primo Mamilo me cayó como bomba. Sin más solté un descontón preciso que tambaleó a mi hermano y después le metí un
derechazo tremendo en la panza; el pobre Marcial se dobló, nomás vi que se le nublaban los ojos mientras gemía, con una expresión vaciadísima de pasmo
y furia, me quedé viéndolo y ése fue mi error, pues con una velocidad increíble mi carnal de pronto me lanzó un golpazo en la cara que me partió todo,
me hizo ver estrellitas y me cimbró; cuando menos lo pensaba ya lo tenía encima dándome golpes durísimos por todas partes, qué soberana madriza me dio,
entre los fogonazos de conciencia que rebasaban el dolor me daba cuenta de que mi carnal estaba furioso como nunca y que me iba a hacer cagada, pero, por
suerte, al fin intervinieron los mensos que estaban allí y que desde hacía rato cotorreaban nuestro show.
Yo seguía pendejísimo de los golpes, asombrado de que pudiera sentir tanto dolor, cuando oí que mi hermano me decía: esta madriza que te di fue por puto,
para que entiendas, animal, y óyeme bien esto, pinche culero: si censuras ese programa me cae que te mato. Por no dejar, el cabrón todavía me dio otro
moquete de despedida y adiós otro díente, ya ya, no pasa nada, tranquilos, les dijo a los demás y se fue arreglándose el pelo y la ropa. Ay ay, me quejaba
yo, tratando de asimilar los golpes y lo que había pasado. Todos me miraban en silencio, y hasta entonces me di cuenta de que estaba lleno de sangre con
raspones gruesos por todas partes, y el dolor era tan intenso que no podía ni pensar ni darme cuenta bien de lo que pasaba. Para colmo de males, llegaron
los de seguridad (claro, alguien había rajado) y a empujones me llevaron con su jefe.
Resultó que había dañado las instalaciones, eché a perder una grabación, era un irresponsable y quién sabe qué más, pues yo no oía bien de lo apaleado
que estaba. Tenía que reportarme en mi oficina, y recorrí otra vez, la estación, dando El Espectáculo. Esa vez sí me recibió mi primo, y verlo con su aire
impaciente y disgustado me encendió, saqué fuerzas de alguna reserva increíble, ni chance le di de abrir la boca: le solté un patadón asesino en los huevos;
él se dobló bizqueando, conmocionado, ni hablar podía, y se fue al suelo. ¡Renuncio a tu pinche trabajo!, le dije, jadeando. El subdírec y algunos supervisores
me veían con el rabillo del ojo y no intentaron nada cuando pasé frente a ellos. Como pude, me largué de los estudios antes de que aparecieran los de seguridad.
Cuando disminuí el paso, ya afuera, los dolores me desgarraban el cuerpo pero a mí me estaba dando mucha risa. Mientras más me reía más intenso era el
dolor.
No hay censura.
José Agustín.