Texto publicado por Manuel Emilio Ballista Caro

Devoción, matutina.

Lectura Cristiana
5 mayo, 2019
O
Ten misericordia de mi, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen.
Salmo 6:2.
Jamás la angustia se expreso en palabras y lágrimas como lo hizo en este salmo.
Escarnecido por sus enemigos, perseguido por su propio hijo Absalón, al borde de la muerte, abatido y cansado, David ruega indefenso por la misericordia divina. La oración de David es el latido agudo de un tormento espiritual que repercute en su cuerpo como caja de resonancia. “Estoy enfermo”, confiesa. Es Jesús en el Getsemaní, cuya agonía la expresó en gruesas gotas de sangre que bañaron su rostro.
La oración fue el recurso más preciado de este soldado de Dios debilitado en la lucha. Su clamor nos muestra el grado de compromiso que tuvo con la oración en medio de su dolor: “Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho” (Sal. 6:6). David necesitaba alivio físico y consuelo espiritual. Su angustia lo había enfermado. Pero no dejó de orar.
El sufrimiento nos culpabiliza; por eso, en la prueba del dolor jamás per¬mitamos que la culpa nos venza. ¡Bendita oración, que nos consuela y alivia!
Pablo nos dice que aún no hemos sido probados “hasta la sangre”, como
Cristo en el Getsemaní, o los mártires en el Coliseo romano. Y nos insta a sacarle el secreto al dolor (Heb. 12:4-6). Es lo mismo que dice Pedro: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Ped. 1:3-7). ¡La oración y el dolor maduran el fruto de la fe!
La disciplina divina nada tiene que ver con castigos por pecados que Jesús no pueda perdonarte. Puedes padecer las consecuencias de tus propios errores, de tus malos hábitos de vida, puedes sufrir por enfermedades de las que no eres responsable, ¡pero jamás padecerás la lejanía de Dios!
En medio de tu dolor, hay algo que te sostiene: la fe. Hay algo que te impulsa: la esperanza. Hay algo que te llena, y que no tiene fin: el amor de Dios. La oración consuela tu alma afligida y tu cuerpo dolorido.
Oración: Señor, escucha mi ruego y calma mi dolor.