Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El compositor.

Lloyd Biggle, Jr.
 
El compositor.
Todo el mundo lo llama el Centro. Tiene otro nombre, uno largo que se indica en la lista de propiedades del gobierno y puede uno consultarlo en la enciclopedia,
pero nadie lo usa. Desde Bombay a Lima es… el Centro. Uno puede salir vacilando de entre las agitadas nieblas de Venus, abrirse paso hasta un bar, y empezar
a decir: «Cuando yo estuve en el Centro…». Y todos aquéllos a quienes alcance la voz escucharán atentamente. Uno puede mencionar el Centro en las profundidades
de Londres, o en un desierto marciano, o en las solitarias avanzadas de Plutón, y saber que será comprendido.
Nadie explica nunca nada sobre el Centro. No es posible, ni es necesario. Desde el bebé al centenario que pronto se jubilará todo el mundo ha estado allí,
y planea volver el siguiente año, y el año después de ése. Es el lugar de vacaciones del Sistema Solar. Son millas cuadradas de comarca suavemente ondulada,
transfiguradas merced a un ingenioso planeamiento, una empedernida labor y un costo increíble. Es un sumario monumental de las proezas culturales del hombre
y, como un fénix, apareció súbitamente, inexplicablemente, en el final del siglo veinticuatro, de las corroídas cenizas de un asombroso declive cultural.
El Centro es colosal, espectacular y magnífico. Es inspirador, edificante y extraordinario. Es imponente, maravilloso. Lo es… todo.
Y aunque pocos de sus visitantes no lo saben, o no les importa, también está encantado.
Uno se encuentra en la galería de observación del elevado Monumento a Bach. Hacía la izquierda, en la falda de una colina, uno puede ver a los tensos espectadores
que abarrotan el Teatro Griego de Aristófanes. La luz del sol reluce en sus vestidos de vivos colores. Están observando atentamente, contentos de poder
ver en persona lo que otros millones están viendo en visioscopio.
Más allá del teatro, el arbolado Boulevard de Frank Lloyd Wright se curva en la distancia, una vez pasado el Monumento a Dante y el Instituto de Miguel
Ángel. Las torres gemelas de un facsímil de la Catedral de Rheims se alzan sobre el horizonte. Directamente abajo, uno puede ver el curioso terreno de
un jardín francés del siglo dieciocho y, cercano, el Teatro Molière.
Una mano te coge de la manga. Uno se gira repentinamente, irritado, y se encuentra cara a cara con un hombre viejo.
La faz es como el cuero, llena de cicatrices y arrugada. Los escasos cabellos relucen blancos. La mano en tu brazo es una garra retorcida. Lo miras, dándote
cuenta de la quebrada contorsión de un hombro tullido y de la terrible cicatriz donde debería haber una oreja, y retrocedes alarmado.
Los ojos hundidos te siguen. La mano se extiende en un amplio gesto que incluye hasta el lejano horizonte, y adviertes que los dedos están mutilados o
faltan. La voz es un áspero graznido:
—¿Te gusta? —dice; y te mira expectante.
Sorprendido, respondes:
—Sí, claro que sí.
Él avanza un paso, y sus ojos son ansiosos, suplicantes.
—Oye, ¿te gusta?
En tu perplejidad, no puedes hacer otra cosa que afirmar con la cabeza mientras te giras para irte a toda prisa. Pero tu afirmación produce una extraña
respuesta. Una risa estridente, una sonrisa infantil e inocente de placer, un grito triunfante:
—¡Yo lo hice! ¡Yo lo hice todo!
O estás en la resplandeciente Avenida de Platón, entre el Teatro Wagneriano, donde diariamente se ejecuta sin interrupción Der Ring des Nibelungen, y la
reconstrucción del Teatro Globe del siglo dieciséis, donde se representan dramas de Shakespeare, mañana, tarde y noche.
Y una mano te toca.
—¿Te gusta?
Si respondes con un torrentes de alabanzas extáticas, el hombre viejo te mirará impaciente, y sólo esperará hasta que hayas terminado para preguntarte
otra vez:
—Oye, ¿te gusta?
Pero una sonrisa y un gesto afirmativo con la cabeza producirán un orgullo exultante, un gesto, un grito:
—¡Yo lo hice!
En el vestíbulo de uno de los miles de hoteles espaciosos, en el cuarto de espera de la extraordinaria biblioteca donde una copia de cualquier libro que
pidas es reproducida para ti completamente gratis, en la undécima galería del Auditorio Beethoven, un fantasma se te acerca, te coge un brazo, hace una
pregunta.
Y grita altivamente:
—¡Yo lo hice!
Erlin Baque se dio cuenta de la presencia de ella detrás suyo, pero no se volvió. Se inclinó hacia adelante, su mano izquierda arrancando resonantes bajos
de la multicord, mientras su mano derecha producía una melodía solemne. Con un gesto relampagueante de su mano tocó un botón, y los débiles tonos agudos
tomaron cuerpo súbitamente, más resonantes, casi como clarinetes. (Pero, por Dios, ¡cuán diferentes de un clarinete!, pensó).
—¿Hemos de repetir la misma escena otra vez, Val? —dijo.
—El casero estuvo aquí esta mañana.
Vaciló, tocó un botón, tocó varios botones, y tejió extrañas armonías con los profundos tonos de un coro de instrumentos de viento. (¡Pero qué coro más
débil y alterado!).
—¿Qué plazo nos da esta vez?
—Dos días. Y el sintetizador de comida se ha estropeado de nuevo.
—Bien. Baja y compra un poco de carne fresca.
—¿Con qué?
Golpeó el teclado con sus puños, y gritó sobre la quebrada disonancia:
—¡No alquilaré un armonizador! No voy a cambiar lo que tengo. Si aparece una Com con mi nombre en ella, será una que habrá sido compuesta. Puede ser una
idiotez, y puede ser nauseabunda, pero se hará tal y como debe hacerse.. No es mucho, Dios lo sabe, pero es todo lo que tengo.
Se giró con lentitud y miró ferozmente a aquella pálida, decaída, gastada mujer que había sido su esposa durante veinticinco años. Luego apartó la vista,
diciéndose obstinadamente que él no tenía más culpa que ella. Cuando los editores pagaban por buenas Coms lo mismo que pagaban por basura…
—¿Va a venir Hulsey hoy? —preguntó ella.
—Me dijo que vendría.
—Si consiguiéramos algún dinero para el casero…
—Y el sintetizador de comida. Y un nuevo visioscopio. Y nuevos vestidos. Hay un límite para lo que puede hacerse con una Com.
Oyó como ella se apartaba, oyó como abría la puerta, y esperó. No se cerró.
—Walter-Walter llamó —dijo ella—. Serás el compositor que aparecerá hoy en el Desfile Estelar.
—¿Y qué? Eso no da ningún dinero.
—Pensé que no te interesaría verlo, de modo que le dije a la señora Rennik si podría verlo con ella.
—Seguro. Adelante. Que te diviertas.
La puerta se cerró.
Baque se puso en pie y se quedó mirando su mesa de trabajo, que ofrecía un aspecto caótico. Papel para componer, cesiones de Coms líricas, lápices, diagramas,
manuscritos a medio acabar, todo se hallaba amontonado en desorden, cayendo hacia el suelo. Baque se hizo sitio en un rincón y se sentó cansadamente, estirando
sus largas piernas bajo la mesa.
—Maldito Hulsey —murmuró—. Malditos editores. Maldito visioscopio. Malditas Coms.
Componer algo. No eres un palurdo, como los otros compositores. No obtienes las melodías apretando el teclado de un armonizador y dejando que la máquina
las armonice por ti. Eres un músico, no un traficante de melodías. Escribe música. Escribe una… una sonata para multicord. Tómate el tiempo que necesites,
ahora, y compón algo.
Sus ojos se fijaron en las primeras líneas de una cesión Com-lírica: «Si tu volador tiene sus más y sus menos, sus más y sus menos…».
—Malditos caseros —murmuró, cogiendo un lápiz.
El pequeño reloj de pared tintineó la hora, y Baque se inclinó para conectar el visioscopio. Un maestro de ceremonias con faz de querubín le sonrió lisonjeramente.
—Walter-Walter otra vez, señoras y caballeros. Es la hora Com en el Desfile Estelar. Treinta minutos de Comerciales por uno de los más dotados compositores
de hoy en día. Nuestro foco Com se posa en…
Sonó una ruidosa sintonía de trompas, con los corrompidos tonos de una multicord.
—¡Erlin Baque!
La multicord varió hacia una extraña y ondulante melodía que Baque había compuesto cinco años antes, para el Queso Tamper, y se oyó un aplauso distribuido
como fondo. Una voz nasal de soprano mascó las palabras y Baque gruñó, sintiéndose poco feliz.
—«Nosotros preparamos el queso, el queso, el queso, en el viejo estilo…».
Walter-Walter se contorsionó por el escenario, moviéndose al compás de la melodía, y se introdujo entre la audiencia para besar a alguna ama de casa que
hacía fiesta, haciendo reverencias ante las sonoras risas.
La multicord hizo sonar otra sintonía, y Walter-Walter saltó otra vez al escenario, extendiendo ambos brazos por encima de su cabeza.
—Ahora escuchad esto, todos vosotros, hermosa gente. Aquí está Walter-Walter con su exclusiva de Erlin Baque. —Miró furtivamente por encima de su hombro,
caminó de puntillas unos cuantos pasos para acercarse más al público, puso un dedo sobre sus labios y entonces gritó en voz alta—: Hubo una vez otro compositor
llamado Baque, deletreado B-A-C-H, pero que se pronunciaba Baque.. Era realmente un compositor a propulsión atómica, un muchacho con talento, según dicen
los que entienden de eso. Vivió hace cuatrocientos o quinientos o seiscientos años, de modo que no podemos decir si aquel Baque y este Baque se parecían.
Pero no necesitamos a aquel Baque para escuchar a Baque. Nos gusta el Baque que tenemos. ¿Estáis de acuerdo conmigo?
Gritos. Aplausos. Baque se apartó, sus manos temblando, envuelto en una nauseabunda oleada de disgusto.
—Empezaremos nuestras Coms de Baque con aquella pequeña obra maestra que Baque hizo para el Jabón Espumoso. Las ilustraciones son de Bruce Combs. Atended,
mirad y… ¡escuchad!
Baque logró desconectar el visiocopio en el mismo momento en que la primera nota jabonosa aparecía sobre la pantalla. Cogió la Com lírica otra vez, y su
mente empezó a formar el esquema de una melodía.
«Si tu volador tiene sus más y sus menos, sus más y sus menos, sus más y sus menos, ¡es que necesitas un WARING!».
La canturreó en voz baja para sí mismo, trazando una línea musical que se elevaba y saltaba como un volador errático. A esto se le llamaba pintar con palabras,
en el tiempo en que las palabras y los tonos significaban algo. En el tiempo en el que B-A-C-H Baque estaba subrayando conceptos tan grandiosos como el
cielo y el infierno.
Baque trabajó lentamente, comprobando de vez en cuando una progresión armónica en la multicord y rechazándola, esforzando su mente para hallar un aleteante
acompañamiento que pudiera simular el sonido de un volador. Pero… no. La compañía Waring no vería eso muy bien, ya que anunciaba que sus voladores no hacían
ningún ruido.
De repente se dio cuenta del urgente sonido del timbre de la puerta. Atravesó la habitación para conectar el visor, y éste le mostró la regordeta cara
de Hulsey sonriéndole.
—Sube —le dijo Baque. Hulsey asintió y desapareció del visor.
Cinco minutos más tarde se tambaleó a través de la puerta, dejándose caer en una silla que cedió peligrosamente bajo su gruesa figura. Dejó su cartera
de mano en el suelo, y se pasó un pañuelo por la cara.
—¡Puff! Me gustaría que vivieras en un nivel más bajo. O en un edificio con alguna instalación moderna. ¡Esos ascensores me dan unos sustos de muerte!
—Estoy pensando en cambiarme.
—Estupendo. Ya era hora.
—Pero será probablemente un poco más arriba. El casero me ha dado un plazo de dos días.
Hulsey pestañeó y movió la cabeza tristemente.
—Ya veo. Bien, no te voy a tener pendiente de un hilo. Aquí está el cheque por la Com del Jabón Sano.
Baque cogió el cheque, lo miró y puso mala cara.
—Estabas atrasado en tus pagos al gremio —dijo Hulsey—. Los tuve que deducir.
—Sí. Lo había olvidado.
—Me gusta tener negocios con el Jabón Sano. Dinero al contado. Muchas compañías no pagan hasta el final de mes. El Jabón Sano quiere un par de cambios,
pero aún así pagan. —Abrió la cartera de mano y sacó una carpeta—. Hay varias partes bien amañadas en esto, Erlin, muchacho. Les gusta. Particularmente
ese sonido espumoso en los bajos. Al principio discutieron sobre el número de cantantes, pero dejaron de hacerlo al oírlo. Ahora sólo quieren aquí un espacio
para un anuncio directo.
Baque miró y asintió.
—¿Qué te parece si mantengo el ostinato espumoso como fondo para el anuncio?
—Me parece bien. Suena bien amañado ese… ¿Cómo lo llamaste?
—Ostinato.
—Ah, sí. Me pregunto por qué los otros compositores no hacen cosas como ésa.
—Un armonizador no produce efectos —dijo Baque secamente—. Sólo… armoniza.
—Déjales unos treinta segundos de sonido espumoso como fondo. Pueden reducirlo si no les gusta.
Baque asintió y garabateó una nota en el manuscrito.
—Y el arreglo —continuó Hulsey—. Lo siento, Erlin, pero no podemos conseguir a nadie que toque la trompa francesa. Tendrás que modificar esa parte.
—¿No hay trompa francesa? ¿Qué pasa con Rankin?
—Está en la lista negra. El Gremio de Músicos lo ha puesto en ella. Se fue a tocar a la costa oeste. Lo hizo por nada, y aún pagó sus propios gastos; de
modo que lo pusieron en la lista negra.
—Ya recuerdo —dijo Baque débilmente—. La Sociedad de Monumentos de Arte. Interpretó un concierto de Mozart para ellos. El último concierto, además. Me
hubiera gustado oírlo, aunque fuera con multicord.
—Puede tocar todo lo que quiera ahora, pero ya no cobrará más por hacerlo. Puedes incluir ese trozo de trompa en la línea de la multicord, o tal vez pueda
conseguirte alguien que toque la trompeta. Podría usar un convertidor.
—Eso arruinaría el efecto.
—A todo el mundo le parecería igual excepto a ti, muchacho. Yo no puedo distinguir la diferencia. Tengo los violinistas y un violoncelo. ¿Qué más quieres?
—¿No tiene el Gremio de Londres alguien que toque la trompa?
—¿Y quieres que lo traiga para una Com de tres minutos? ¡Sé razonable, Erlin! ¿Puedo recoger esto mañana?
—Sí. Lo tendré a punto por la mañana.
Hulsey recogió su cartera, la dejó caer otra vez, y se inclinó hacia adelante.
—Erlin, estoy preocupado por ti. Tengo a veintisiete compositores en mi agencia. Tú eres el que menos dinero ganas de todos. El año pasado ganaste dos
mil doscientos. El que te seguía ganó once mil.
—Eso no es nada nuevo para mí —dijo Baque.
—Puede ser. Tienes tantos encargos como los otros. ¿Lo sabías?
—No —dijo Baque—. No, lo sabía.
—Está bien. Tienes los mismos encargos, pero no ganas el mismo dinero. ¿Quieres saber por qué? Dos razones. Pierdes demasiado tiempo en una Com, y la compones
demasiado bien. Los editores y anunciantes puede usar una de tus Coms durante meses… y algunas veces hasta años, como esa del Queso Tamper. A la gente
les gusta oírlas. Si no las compusieras tan bien podrías trabajar más rápido y los anunciantes tendrían que usar más Coms tuyas, y tú podrías producir
más.
—Ya he pensado en eso. Y, aunque no lo hiciera, Val me lo recordaría. Pero no puedo. Ésa es la forma que tengo de trabajar. Si hubiera alguna manera de
que los anunciantes pagaran más por una buena Com…
—No la hay. El gremio no lo permitiría, porque buenas Coms significan menos trabajo, y la mayor parte de los compositores no pueden escribir ninguna Com
buena. No pienses que estoy preocupado por mi agencia. Claro que gano más dinero si tú también ganas más, pero no me va mal con mis otros compositores.
Es que no me gusta ver a mi mejor hombre ganando tan poco dinero. Eres un atavismo, Erlin. Pierdes el tiempo y el dinero coleccionando esas antiguas… ¿cómo
las llamas?
—Grabaciones fonográficas.
—Sí. Y todos esos viejos y enmohecidos libros sobre música. No dudo de que sabes más sobre la música que ningún otro hombre vivo, pero ¿qué consigues con
eso? Nada de dinero, desde luego. Eres el mejor de todos, y aún quieres ser mejor. Y, cuanto más progresas, menos dinero ganas. Tus ingresos van bajando
de un año a otro. ¿No te conformarías con ser mediocre de vez en cuando?
—No —dijo Baque—. No me conformaría.
—Piénsalo otra vez.
—Esos encargos que tengo. Algunos de los anunciantes aprecian realmente mi trabajo. Pagarían más si el gremio lo permitiera. ¿Supongamos que dejo el gremio?
—No puedes, muchacho. No podría hacerme cargo de tu trabajo… y continuar en el negocio. El Gremio de Compositores ejercería su influencia, y los Gremios
de Escritores Líricos y Músicos te pondrían en la lista negra. Jimmy Denton está del lado de los gremios, y excluiría tus obras del visioscopio. Perderías
todos los encargos, rápidamente. Ningún anunciante es lo suficientemente grande como para luchar contra todos esos problemas, y ninguno de ellos se tomaría
la molestia. De modo que trata de ser mediocre de vez en cuando. Piensa sobre lo que te digo.
Baque continuó sentado, mirando hacia el suelo.
—Lo pensaré.
Hulsey se incorporó con esfuerzo, estrechó la mano de Baque brevemente, y se fue. Baque se levantó lentamente, y abrió el cajón donde guardaba su escasa
colección de viejas grabaciones fonográficas. Extraña y maravillosa música.
Tres veces en su carrera, Baque había compuesto Coms que tenían media hora de duración. En raras ocasiones había conseguido encargos de quince minutos.
Normalmente, el límite eran cinco, o menos. Pero compositores como B-A-C-H Baque habían escrito partituras que duraban una hora o más, incluso las escribían
sin canciones.
Y las escribían para instrumentos reales, incluso para algunos instrumentos de sonido asombroso que ya no se tocaban más, como fagots, flautines y pianos.
—Maldito Denton. Maldito visioscopio. Malditos gremios.
Baque buscó cuidadosamente entre los discos hasta que encontró uno que llevaba el nombre de Bach. Magnificat. Entonces, debido a que se sentía demasiado
abatido, lo guardó otra vez.
Seis meses antes el Gremio de Músicos había puesto en la lista negra a su último instrumentista de oboe. Ahora su último instrumentista de trompa, y no
había gente joven que aprendiera a tocar esos instrumentos. ¿Por qué deberían hacerlo, cuando había tantos aparatos maravillosos que producían las Coms
sin ningún esfuerzo por parte del intérprete? Incluso los instrumentistas de multicord estaban desapareciendo, y la multicord podía, si uno lo deseaba,
tocar por sí sola.
Baque se quedó parado, mirando indecisamente alrededor en la habitación, de la multicord a la mesa de trabajo y luego al usado estante que contenía sus
viejos libros de música. La puerta se abrió de golpe y Val entró precipitadamente.
—¿Es que Hulsey…?
Baque le entregó el cheque. Ella lo tomó ansiosamente, lo miró, y le contempló con desmayo.
—Mis pagos al gremio —dijo él—. Me había atrasado.
—Oh. Bien, es una ayuda a pesar de ello.
Su voz no tenía entonación ni emoción, como si un contratiempo más no importara. Se quedaron mirándose mutuamente en forma embarazosa.
—He visto parte de Mañana con Marigold —dijo Val—. Ha hablado de tus Coms.
—Pronto sabré algo sobre esa Com del Tabaco Slo —dijo Baque—. Tal vez podamos persuadir al casero por otra semana. Ahora… voy a salir a dar un paseo.
—Deberías salir más…
Cerró la puerta tras él, cortando limpiamente su sentencia. Sabía lo que seguía. Consigue un trabajo en algún sitio. Es bueno para tu salud el salir del
apartamento durante unas horas al día. Escribe Coms durante tu tiempo libre, puesto que no dan el suficiente dinero como para vivir de ellas. Al menos
hasta que nuestra posición sea mejor. Está bien. Si tú no quieres, yo sí.
Pero ella nunca lo conseguía. Nadie deseaba dar más de una mirada a su delgado cuerpo y a su consumida y áspera cara. Y Baque dudaba de que él mismo pudiera
recibir ningún tratamiento mejor.
Podía conseguir trabajo como intérprete de multicord, y conseguir un buen sueldo. Pero entonces tendría que inscribirse en el Gremio de Músicos, lo que
significaba que tendría que resignar del Gremio de Compositores. Y si hacía eso ya no podría escribir más Coms.
—¡Malditas Coms!
Cuando llegó a la calle se detuvo por un momento, observando a la multitud que pasaba sobre las rápidas cintas rodantes. Unos pocos lo miraron, y vieron
a un hombre alto, desarreglado, un poco calvo. Baque alzó sus hombros, y caminó desmañadamente a lo largo de la acera firme. Lo considerarían como otro
vagabundo de alguna vecindad ruinosa, lo sabía, y apartarían rápidamente la vista hacia otro lado mientras cantaban para sí alguna estrofa de una de sus
Coms.
Entró en un restaurante apiñado de gente, encontró una mesa en un lado y pidió una cerveza. En la parte de atrás del local había una enorme pantalla de
visioscopio, donde las Coms se sucedían unas a otras sin interrupción. Baque escuchó las Coms por unos momentos, al principio por la curiosidad de ver
lo que los otros compositores estaban haciendo, luego disgustado. Alrededor suyo, la gente observaba y escuchaba mientras comía. Algunos de ellos movían
la cabeza rítmicamente al compás de la música. Unas cuantas parejas jóvenes estaban bailando en una pequeña pista, cambiando hábilmente de paso cuando
la música pasaba de una Com a otra.
Baque los observó con tristeza, y pensó en la manera cómo habían cambiado las cosas. En otros tiempos, lo sabía, había habido música especial para bailar,
y grupos de instrumentos especiales para tocar. Y millares de personas habían ido a los conciertos, sentándose en butacas y sin nada más que ver sino los
músicos.
Todo eso había desaparecido. No solamente la música, sino también el arte y la literatura y la poesía. Las obras que había leído en los libros de escuela
de su abuelo habían sido olvidadas.
El Visioscopio Internacional de James Denton decretaba que la gente debía ver y escuchar al mismo tiempo. El Visioscopio Internacional de James Denton
decretaba que la atención del público no toleraba programas largos. Por eso había las Coms.
¡Malditas Coms!
Cuando Val volvió al apartamento una hora más tarde, Baque estaba sentado en el rincón, mirando a los amarillentos volúmenes que había coleccionado desde
los días en que los libros aún se imprimían sobre papel, una mezcla de biografías, libros sobre la historia de la música, libros técnicos sobre la teoría
de la música y la composición. Val miró dos veces por la habitación antes de que se diera cuenta de que estaba allí, y luego lo confrontó ansiosamente,
con la tragedia plasmada en su cara.
—Vendrán a arreglar el sintetizador.
—Bien —dijo Baque.
—Pero el casero no quiere esperar. Si no le pagamos antes de pasado mañana, liquidándole todo, tenemos que irnos.
—De modo que tendremos que irnos.
—¿Adónde vamos a ir? No podemos ir a ningún sitio sin pagar algo por adelantado.
—Entonces no podemos ir a ningún sitio.
Val se fue sollozando al dormitorio.
A la mañana siguiente, Baque resignó del Gremio de Compositores e ingresó en el Gremio de Músicos. La redonda cara de Hulsey expresó pesar al oír la noticia.
Le prestó a Baque el suficiente dinero como para pagar la cuota de ingreso en el gremio y apaciguar al casero, y expresó su pesadumbre en términos elocuentes
al tiempo que se apresuraba a despedir a Baque fuera de su oficina. Baque sabía que no perdería un momento en asignar a sus otros compositores sus clientes…
a hombres que trabajaban más deprisa y no tan bien.
Baque se fue a la recepción del gremio, donde esperó cinco horas para un encargo de una multicord. Al final fue acompañado a la oficina del secretario,
donde se le indicó bruscamente que se sentara en una silla. El secretario lo miró con recelo.
—Usted perteneció al Gremio de Músicos hace unos veinte años, y lo dejó para convertirse en compositor, ¿no es verdad?
—Lo es —dijo Baque.
—Perdió su antigüedad pasados tres años. Lo sabía, ¿no es verdad?
—No lo sabía, pero no creía que importara. No hay mucha gente que toque bien una multicord.
—Tampoco hay demasiados buenos trabajos. Tendrá que empezar otra vez desde abajo. —Escribió en un pedazo de papel y se lo entregó a Baque—. Este paga bien,
pero es bastante difícil mantener un hombre allí. No es fácil trabajar para Lankey. Si no lo irrita demasiado…
Baque se encontró al otro lado de la puerta, mirando con atención el pedazo de papel.
Utilizó una cinta rodante hasta el Espaciopuerto de New Jersey, se extravió en un área ruinosa que sólo sirvió para confundirlo más sobre la dirección
que buscaba, y al final encontró el lugar, que casi estaba al alcance de las radiaciones del espaciopuerto. El extenso edificio había ardido alguna vez
en el remoto pasado. Trozos de pared se levantaban aún de entre cascotes de ladrillos. Una pared se curvaba desde la calle hasta una cavidad débilmente
iluminada en una esquina del edificio. Unas escaleras descendían en forma incierta al subsuelo. Sobre las mismas, un enorme signo de colores cambiantes
apuntaba en la dirección del espaciopuerto. El Lankey-Pank Out.
Baque atravesó la puerta y se tambaleó bajo el asalto de olores extraterrestres. El humo de tabaco venusiano de color lavanda colgaba como una sábana inerte
a media distancia entre el techo y el suelo. Los penetrantes y repugnantes vapores del whisky marciano lo hicieron vacilar. Tuvo tiempo de ver a un grupo
de astronautas de mal semblante y de peores prostitutas antes de que el portero plantara delante suyo su voluminosa figura y la caricatura de una cara
llena de cicatrices.
—¿Busca a alguien?
—Al señor Lankey.
El portero señaló con el pulgar hacia el bar, y desapareció otra vez entre las sombras. Baque caminó hacia el bar.
No tuvo dificultad en distinguir a Lankey. El propietario estaba sentado sobre un taburete alto detrás del bar, y alargó hacia adelante su cabeza calva,
observándolo fríamente mientras se acercaba. En la luz débil y llena de humo su cara pálida y rígida tenía un aspecto espectral. Puso un codo sobre el
bar y se manoseó una nariz corta y aplastada con los dos dedos que le quedaban en una mano peluda, mirando a Baque con ojos ardientes y sanguinolentos.
—Yo soy Erlin Baque —dijo Baque.
—Sí. El que toca la multicord. ¿Puedes tocar la multicord, muchacho?
—Sí, claro que puedo…
—Eso es lo que dicen todos. Y solamente he tenido dos que realmente supieran tocar en los últimos cinco años. Muchos de ellos vinieron aquí creyendo que
podrían poner la cosa en automático y quedarse sin hacer nada.. Quiero que toques esa multicord, muchacho, y te lo diré ahora… si no sabes tocar más vale
que te propulses a tu casa, porque no hay ningún automático en mi multicord. Lo hice desconectar.
—Puedo tocar —dijo Baque.
—Está bien. Pronto lo sabré. El gremio considera a este lugar como de Clase Cuatro, pero yo pagaré un salario de Clase Uno si puedes tocar. Si realmente
puedes tocar, yo te daré gratificaciones sobre las que el gremio no sabrá nada. El horario es desde las seis de la tarde hasta las seis de la madrugada,
pero tendrás muchos ratos de descanso, y si tienes hambre o sed no tienes más que pedir lo que quieras. Sólo que ten cuidado con las cosas fuertes. No
quiero tener a ningún borracho tocando la multicord, por muy bueno que sea. ¡Rose!
Gritó por segunda vez, y una mujer salió de una puerta situada a un lado de la habitación. Llevaba un traje de noche desteñido, y su cabello enmarañado
y descuidado le llegaba hasta los hombros. Tenía una cara bonita y lo estudió en forma descarada.
—Multicord —dijo Lankey—. Enséñale donde está.
Rose le hizo un gesto y Baque la siguió hacia la parte de atrás de la habitación. De repente se detuvo asombrado.
—¿Qué ocurre? —dijo Rose.
—¡No hay visioscopio!
—No. Lankey dice que los astronautas quieren ver mejores cosas que jabones espumosos y coches volantes. —Se rió tontamente—. Cosas como yo, por ejemplo.
—Nunca había oído de un restaurante sin visioscopio.
—Tampoco yo, hasta que vine aquí. Pero Lankey ha conseguido reunir a tres de nosotras para cantar las Coms, y tú vas a tocar la multicord. Espero que pases
la prueba. Hemos estado durante una semana sin nadie que tocara la multicord, y es difícil cantar sin ella.
—Pasaré la prueba sin dificultad —dijo Baque.
Al final de la habitación había una plataforma estrecha, situada en el lugar donde cualquier otro restaurante tendría una pantalla de visioscopio, según
había visto Baque. Aquí había habido una alguna vez, se dio cuenta. Aún se podían ver las marcas en la pared producidas al haberla arrancado.
—Lankey tenía una taberna en Venus, en los tiempos en que allí no había visioscopios —dijo Rose—. Tiene sus propias ideas acerca de cómo divertir a los
clientes. ¿Quieres ver tu habitación?
 
Baque no contestó. Estaba examinando la multicord. Era un instrumento viejo y medio destrozado, que llevaba además las marcas de varias peleas. Tocó los
botones de los filtros y maldijo para sí mismo. La mayor parte de ellos estaban rotos. Solamente los filtros de flauta y violín funcionaban como era debido.
Tendría que soportar los desafinados tonos de una multicord sin filtros durante doce horas al día.
—¿Quieres ver tu habitación? —dijo Rose otra vez—. Sólo son las cinco. Podrías descansar antes de que empecemos a trabajar.
Rose le mostró un estrecho cubículo detrás del bar. Baque se tendió sobre un duro catre y trató de relajarse, hasta que fueron las seis y Lankey apareció
en la puerta para llamarle.
Se sentó en su lugar de la multicord y se quedó acariciando las teclas. No había nada que no supiera sobre las Coms, y sabía que no tendría ningún problema
con la música. Pero el ambiente del lugar lo tenía intranquilo. La humareda del tabaco era más espesa, y tuvo que parpadear para aclarar su vista. Los
vapores de whisky le asaltaron cuando inhaló profundamente.
Allí continuaba habiendo solamente un puñado de clientes: mecánicos en sucios trajes de faena, pilotos fanfarrones, unos cuantos civiles a quienes les
gustaba el licor fuerte y no les importaba lo que les rodeaba. Y mujeres. Dos mujeres, supuso, por cada hombre en la habitación.
El ambiente sufrió un cambio. Hubo un movimiento de interés, un grito de aprobación y un pateo desenfrenado. Lankey estaba atravesando la plataforma con
Rose y las otras cantantes. La primera impresión de Baque fue de espanto al creer que las chicas estaban desnudas, pero cuando se acercaron pudo observar
que llevaban un minúsculo atavío de plástico. Lankey tenía razón, pensó. Los astronautas preferirían mucho más ver esto que las Coms en la pantalla del
visioscopio.
—Ya conoces a Rose —dijo Lankey—. Éstas son Zanna y Mae. Empezad.
Se retiró, y las chicas se congregaron alrededor de la multicord.
—¿Cuántas Coms sabes? —dijo Rose.
—Todas.
Ella lo miró con aspecto de duda:
—Nosotras cantamos primero juntas, y luego lo hacemos por turno. ¿Estás… seguro de que sabes todas las Coms?
Baque conectó el instrumento e hizo sonar una nota:
—Vosotras cantad y yo me cuidaré de esto.
—Empezaremos con la Com «Cerveza Sabrosa». Es algo así: —canturreó en voz baja—. ¿La conoces?
—Yo la escribí —dijo Baque.
Cantaban mejor de lo que había esperado. Las siguió fácilmente, y así tuvo la oportunidad de observar a los espectadores. Las cabezas empezaron a moverse
al compás de la música, y Baque captó la sensación y empezó a experimentar. Sus dedos moldearon un ritmo sincopado en los graves, haciendo unas tentativas
de ensayo y expandiéndolo luego. Se apartó de la línea melódica, dejando que fueran las muchachas las que la llevaran, mientras seleccionaba por el teclado
el acompañamiento estimulante para el ritmo.
El auditorio empezó a golpear el suelo con los pies. Los cuerpos de las chicas se contorsionaban locamente, y Baque se encontró balanceándose hacia adelante
y hacia atrás mientras la música surgía audazmente. Las muchachas terminaron la canción, pero como él no se paró empezaron otra vez. Los astronautas se
hallaban ahora de pie, dando palmadas y oscilando. Algunos cogieron a las mujeres que estaban con ellos y empezaron a bailar en el reducido espacio que
quedaba entre las mesas. Finalmente, Baque forzó una cadencia y se desplomó hacia adelante, jadeante y secándose la frente. Una de las chicas se desplomó
sobre el estrado y las otras la alzaron. Se retiraron en medio de una tormenta de aplausos.
Baque se apercibió de una mano sobre su hombro. Lankey. Su cara fea y sin expresión contempló a Baque, se giró para mirar a los entusiasmados clientes,
y se volvió otra vez hacia Baque. Asintió con la cabeza y se apartó.
Rose regresó a su lado, sola, respirando aún profundamente.
—¿Qué te parecería la Com «El Perfume de Sally Ann»? —dijo.
—Dime la letra —dijo Baque.
Ella la recitó sin entonación. Una pequeña historia trágica sobre el destrozado romance de una muchacha que no usaba «Sally Ann».
—¿Hay que hacerlos llorar? —dijo Baque—. Está bien, concéntrate en eso. Es una historia triste y haremos que lloren.
Rose se quedó junto a la multicord y cantó con voz dolorida. Baque estructuró un acompañamiento sordo y trémulo, y cuando empezó la segunda estrofa improvisó
su contrapunto lleno de tristeza. Los astronautas se hallaban en tensión silenciosa. Los hombres no lloraron, pero algunas de las mujeres lloriquearon,
y cuando Rose terminó hubo un silencio enervante.
—Rápido —silbó Baque—. Hay que alegrarlos un poco. Canta algo… ¡cualquier cosa!
Rose se lanzó a otra Com y Baque hizo poner de pie a los astronautas con el imperioso ritmo de su acompañamiento.
Las otras muchachas cantaron por turno, y Baque contempló con desapego al auditorio, extrañado del poder que surgía de sus dedos. Los llevó de un extremo
emocional a otro, y lo repitió otra vez, improvisando, experimentando. Y su mente jugueteó con una idea.
—Ha llegado el momento de descansar —dijo Rose finalmente—. Y mejor que consigas algo para comer.
Las siete y treinta. Había estado tocando sin interrupción durante una hora y media. Baque se sentía sin fuerzas ni emoción. Aceptó en forma indiferente
la bandeja con su cena y se la llevó al cubículo que llamaban su habitación. No tenía ni pizca de hambre. Husmeó dudosamente la comida, la probó… y se
la comió vorazmente. ¡Alimentos de verdad, después de estar meses comiendo sintéticos!
Estuvo sentado un rato en el camastro, preguntándose cuanto tiempo de descanso se tomaban las chicas entre actos. Entonces se fue a buscar a Lankey.
—No me gusta estar sin hacer nada —dijo—. ¿Hay alguna objeción a que toque?
—¿Sin las chicas?
—Sí.
Lankey puso ambos codos sobre la barra, una mano bajo su mandíbula, y se quedó mirando en forma ausente a la pared.
—¿Vas a cantar tú? —dijo finalmente.
—No. Solamente tocar.
—¿Sin ninguna canción?
—Sí.
—¿Qué tocarás?
—Coms. O puede que improvise algo.
Una larga pausa. Luego:
—¿Crees que puedes mantener el ambiente mientras las chicas no están?
—Claro que puedo.
Lankey continuó con la vista fija en la pared más lejana. Sus cejas se contrajeron, se relajaron, se contrajeron otra vez.
—Está bien —dijo—. Sólo me estaba preguntando porqué nunca pensé en ello.
Inadvertido, Baque se sentó otra vez en la multicord. Empezó a tocar quedamente, haciendo que la música se confundiera con el volumen general de las conversaciones
que llenaban la habitación. A medida que fue incrementando el volumen, las cabezas giraron hacia donde estaba.
Se preguntó qué es lo que estaría pensando toda aquella gente, ahora que escuchaban por primera vez música que no era una Com, música sin letra. Observó
atentamente, y tuvo la satisfacción de ver que estaba manteniendo su atención. Ahora… ¿sería capaz de sacarlos de sus asientos sin nada más que los tonos
estériles de una multicord? Introdujo en la melodía un vigoroso ritmo, y el pataleo empezó.
A medida que aumentaba el volumen otra vez, Rose apareció tambaleándose en una puerta y atravesó corriendo el estrado, con la perplejidad mostrándose en
su cara.
—No ocurre nada —le dijo Baque—. Estoy tocando solamente para pasar el rato. No hace falta que vengas hasta que hayas terminado.
Ella afirmó con la cabeza y se retiró. Un astronauta de cara rojiza, situado cerca del estrado, observó la figura de su joven cuerpo al pasar, y la lujuria
relució en su mirada. Fascinado, Baque observó la grosera lujuria de su cara, y buscó en el teclado la expresión de la misma. ¿Ésta? O… ¿ésta? O…
Lo consiguió. Su cuerpo osciló cuando se sintió atrapado en el despiadado ritmo. Su pie apretó el control del sonido y se giró para ver a los asistentes.
Cada par de ojos estaban mirando hipnotizados hacia él. Un camarero estaba medio agachado, con la boca abierta. Había un ambiente de desasosiego, un ruido
apagado de pies moviéndose nerviosos sobre el suelo, un intermitente chirrido de sillas. El pie de Baque apretó aún más el control del volumen.
Aterrorizado, contempló la escena que entraba en erupción delante suyo. La lascivia retorcía todas las caras. Los hombres estaban de pie, asiendo a las
mujeres, manoseándoselas con manos como garras. Una silla se estrelló contra el suelo, y una mesa, pero nadie pareció darse cuenta. Un vestido de mujer
se deslizó grotescamente sobre el suelo, y las perseguidas se convirtieron en atacantes, mientras los dedos de Baque corrían sobre el teclado, sin control.
Con un violento esfuerzo apartó las manos del teclado, y el instante de silencio fue como un trueno en la sala. Con los dedos temblando, empezó a tocar
suavemente, en forma indiferente. Cuando miró otra vez, el orden se había restablecido; la silla y la mesa estaban de pie otra vez, y la gente estaba sentada
con aparente relajamiento… excepto una mujer que trataba de colocarse otra vez el vestido con aspecto avergonzado.
Baque continuó tocando normalmente hasta que las muchachas volvieron.
A las seis de la mañana, con el cuerpo gritando de cansancio, las manos doliendo, las piernas entumecidas, Baque dejó la multicord. Lankey estaba esperándole.
—Sueldo de primera clase —dijo—. Puedes trabajar conmigo todo el tiempo que quieras. Pero ten un poco de cuidado con lo que interpretes.
Baque pensó en Val, constreñida en el lúgubre apartamento, comiendo alimentos sintéticos, y dijo:
—¿Le importaría si le pido algo por anticipado?
—No —respondió Lankey—. De ningún modo. Le he dicho al cajero que te diera cien cuando salieras. Digamos que es una bonificación.
Cansado del largo viaje en la cinta de transporte, Baque caminó lentamente hasta su oscuro apartamento y miró en su interior. No había señales de Val…
seguramente aún estaría durmiendo. Se sentó en su multicord y tocó las teclas.
Increíble. Música sin Coms, sin canción, que podía hacer que la gente riera o llorara, que bailara, que se agitara locamente.
Y que podía transformarlos en animales lascivos.
Asombrado, volvió a tocar la música que había incitado a una abierta lujuria. Tocó más y más fuerte…
Y sintió una mano sobre su hombro, y se giró para encontrarse mirando la cara de Val retorcida de pasión.
Pidió a Hulsey que viniera y lo escuchara aquella noche, y más tarde Hulsey se desplomaba sobre el camastro de su habitación y se estremecía.
—No está bien. Ningún hombre debería tener este poder sobre la gente. ¿Cómo lo haces?
—No lo sé —dijo Baque—. Vi a esa joven pareja sentada allí, y eran felices, y sentí su felicidad. Y mientras tocaba todo el mundo en la sala se sintió
feliz. Y luego llegó otra pareja peleándose, y en el siguiente instante todo el mundo se había vuelto loco.
—Casi empezó una pelea en la mesa más próxima —dijo Hulsey—. Y lo que hiciste después de eso…
—Sí. Pero no tanto como lo que hice la noche anterior. Deberías de haberlo visto.
Hulsey se estremeció otra vez.
—Tengo un libro sobre música helena —dijo Baque—. La Vieja Grecia… hace mucho tiempo. Había algo que llamaban ethos. Creían que las distintas escalas musicales
afectaban a la gente en formas diferentes. La música podía poner a los hombres tristes, o alegres, o entusiasmarlos… o volverlos locos. Incluso pretendían
que un músico llamado Orfeo podía mover árboles y ablandar rocas con su música. Escucha ahora. He tenido una oportunidad para experimentar, y me he dado
cuenta de que mi interpretación es más efectiva cuando no uso los filtros. De todas maneras, solamente hay dos filtros que funcionen en esa multicord,
los de flauta y violín, pero cuando utilizo alguno de ellos la gente no reacciona en forma tan acusada. Me pregunto si no eran los instrumentos helenos,
en vez de las escalas, lo que producía esos efectos. Me pregunto si el tono de una multicord sin filtros no tendrá algo en común con el tono de la antigua
kithara o aulos.
—No creo que sean los instrumentos —gruñó Hulsey— o las escalas. Creo que es Baque, y eso no me gusta nada. Deberías haber continuado como compositor.
—Quiero que me ayudes —dijo Baque—. Quiero encontrar un lugar donde podamos aposentar a un puñado de gente, un millar al menos, pero no para comer o contemplar
las Coms, sino para escuchar a un hombre tocando una multicord.
Hulsey se levantó en forma abrupta.
—Baque —dijo—, eres un hombre peligroso. Y no voy a confiar en ningún hombre que me haya hecho sentir en la forma en que tú lo has hecho esta noche. No
sé lo que estás tratando de hacer, pero yo no quiero tener nada que ver en ello.
Se retiró con la actitud de un hombre que va a dar un portazo al salir. Pero el multicordista del Lankey-Pank Out no disfrutaba del lujo de tener una puerta
en su habitación. Hulsey titubeó en el umbral, y desapareció. Baque lo siguió y se quedó mirándolo mientras se abría camino impacientemente a través de
las mesas hasta la salida.
Desde su lugar tras el bar, Lankey miró a Baque, y señaló hacia el desaparecido Hulsey.
—¿Problemas? —preguntó.
Baque se giró cansadamente.
—He conocido a ese hombre durante veinte años. Nunca pensé que fuera mi amigo. Pero… tampoco pensé que fuera mi enemigo.
—Estas cosas van así, a veces —dijo Lankey.
Baque sacudió su cabeza.
—Me gustaría beber algún whisky marciano. Nunca lo he probado.
En dos semanas Baque se convirtió en una institución en el Lankey-Pank Out, y el lugar siempre estaba abarrotado desde el momento en que entraba hasta
que salía a la mañana siguiente. Cuando actuaba solo, se olvidaba de las Coms y tocaba lo que quería. Incluso había interpretado algunas obras de Bach
para los asistentes, y había sido aplaudido generosamente, aunque no con el tumultuoso entusiasmo que seguía a sus improvisaciones.
Sentado detrás del bar, comiendo su cena y observando a los clientes, Baque se sentía vagamente feliz. Por primera vez durante años tenía abundancia de
dinero. Le gustaba el trabajo que estaba haciendo.
Y había empezado a preguntarse como podría hacer para eliminar completamente a las Coms.
Mientras Baque empujaba a un lado un cenicero, vio a Biff, el portero, que se adelantaba para saludar a una nueva pareja de asistentes. El portero se paró
súbitamente, y retrocedió estupefacto de asombro. No era de extrañar… ¡llevaban vestidos de gala para ir al Lankey-Pank Out!
La pareja entró en la sala, parpadeando bajo la débil luz, y miraron a su alrededor con curiosidad. El hombre era bronceado y apuesto, pero nadie se fijó
en él. La sorprendente belleza de la mujer brillaba como un meteoro en medio del oscuro local. Parecía tener un aura de refulgente encanto. Su fragancia
apartó el olor del tabaco y del whisky. Su cabello resplandecía dorado, y su etérea toga se ajustaba en forma seductora a su voluptuoso cuerpo.
Baque la miró, y súbitamente se dio cuenta de quien era. Marigold, de Mañana con Marigold. Adorada en todo el Sistema Solar por los millones de devotos
a su programa en visioscopio. Se decía que era la amante de James Denton, el zar del visioscopio. Marigold Manning.
La mujer se llevó una mano a la boca en un gesto burlón de horror, y los tonos de su risa se desparramaron en forma tentadora entre los encantados astronautas.
—Vaya un sitio raro —dijo ella—. ¿Quién te dio la dirección de este lugar?
—Necesito un whisky marciano, maldita sea —murmuró el hombre.
—Ya se necesita ser estúpido para quedarse sin whisky en el bar del Astropuerto. Y más con todos esas naves que vienen de Marte. ¿Estás seguro de que regresaremos
a tiempo? Jimmy se enfurecerá si no estamos para recibirlo cuando la nave en que llega aterrice.
—Pasan de las seis —dijo Lankey, tocando el brazo de Baque y sin apartar sus ojos de Marigold Manning—. Vamos, o se impacientarán.
Baque afirmó con la cabeza y se dirigió a la multicord. Tan pronto como los asistentes le vieron, iniciaron un tumulto. Hizo una pausa antes de sentarse,
y vio a Marigold Manning y a su acompañante mirándolo llenos de asombro. El súbito alboroto los había tomado por sorpresa, y desviaron su mirada de los
pataleantes y gritones clientes para examinar a este hombre de aspecto mediocre que inspiraba semejante entusiasmo.
La exclamación de Marigold se oyó claramente por encima del ruido:
—¡Qué demonios!
Baque se encogió de hombros y empezó a tocar. Cuando Marigold, finalmente, se fue, después de tener una breve conversación con Lankey, su acompañante aún
no había conseguido el whisky marciano.
A la tarde siguiente, Lankey saludó a Baque con ambas manos llenas de telemensajes.
—¡En vaya enredo nos hemos metido! ¿Has visto el programa de esa Marigold esta mañana?
—Creo que no he visto el visioscopio desde que empecé a trabajar aquí.
—En caso de que te interese, tú eras… ¿cómo lo llama a eso?… una «Exclusiva Marigold» en el visioscopio de esta mañana. Erlin Baque, el famoso compositor,
toca ahora la multicord en un pequeño y raro restaurante que se llama el Lankey-Pank Out. Si desean oír una música asombrosa, vayan por el Espaciopuerto
de New Jersey y escuchen a Baque. No se lo pierdan. Es una experiencia única en la vida. —Lankey maldijo, y agitó los telemensajes—. Raro le dice a esto.
Ahora he recibido diez mil peticiones de reservas, algunas de ellas de tan lejos como Budapest y Shanghai. Y nuestra capacidad es de quinientos, contando
los que puedan haber de pie. ¡Maldita sea esa mujer! Ya teníamos todos los clientes que podíamos atender.
—Necesita un local más grande —dijo Baque.
—Sí. Bien, confidencialmente, le he echado el ojo a un gran almacén. Cabrían mil asientos, como mínimo. Lo arreglaremos. Haremos un contrato para que te
hagas cargo de la música.
Baque meneó la cabeza.
—¿Qué tal si inauguráramos un lugar grande en la ciudad? Atraería a gente que tiene más dinero para gastar. Usted se cuida de ello y yo me encargo de los
clientes.
Lankey se frotó solemnemente su nariz aplastada.
—¿Cómo partimos el negocio?
—Al cincuenta por ciento —dijo Baque.
—No —dijo Lankey pensativamente—. Jugaré limpio, Baque, pero el cincuenta por ciento para cada uno no estaría bien en un asunto como éste. Tendré que ser
yo quien ponga todo el dinero. Te daré un tercio, y tú te cuidarás de la música.
Fueron a un abogado a extender el contrato. El abogado de Baque. Lankey insistió en ello.
En la gris frialdad del amanecer. Baque se trasladaba en la apiñada cinta rodante hacia su apartamento. Era la hora de los empujones, cuando los viajeros
se hallaban apretujados los unos contra los otros y gruñían cuando el vecino movía sus pies. Baque trató de no prestar atención a los codazos y apretones,
y se hundió en sus pensamientos.
Ya era hora de que encontrara un sitio mejor para vivir. No le había importado estar en su lóbrego apartamento cuando no podía aspirar a un lugar mejor,
pero Val se había estado quejando durante años. Y ahora que podían trasladarse, que podían tener un apartamento de lujo o incluso una pequeña casa en Pennsylvania,
Val se negaba a ello. No quería dejar a sus amistades, decía ella.
Baque reflexionaba sobre este problema de contrariedad femenina, y se dio cuenta repentinamente de que estaba llegando a su destino. Empezó a abrirse camino
hacia una cinta de desaceleración… empujó firmemente, trató de deslizarse entre sus compañeros de viaje, apretó con los codos, suavemente al principio,
enconadamente luego. La multitud a su alrededor no cedió.
—Perdón —dijo Baque, haciendo otro intento—. He de bajar aquí.
Esta vez un par de musculosos brazos le cerraron el paso.
—No por esta mañana, Baque. Tiene usted una cita en la parte alta de la ciudad.
Baque dio una mirada al corro de caras a su alrededor. Caras solemnes, serias, algunas sonrientes. En un súbito intento, Baque se arrojó contra un lado,
luchando con toda su fuerza… y le arrastraron hacia atrás violentamente.
—La parte alta de la ciudad, Baque. Si quieres ir muerto, ya es asunto tuyo.
—Está bien —dijo Baque.
En una estación de tránsito aérea dejaron la cinta rodante. Un aparato los estaba esperando, privado y lujoso, exhibiendo una X de alta prioridad en su
número de matrícula. Volaron rápidamente hacia la parte baja de Manhattan, cruzando sin precauciones los diferentes niveles aéreos, y viraron para aterrizar
en el inmenso Edificio Visioscopio Internacional. Baque fue metido sobre una plataforma anti-gravedad que lo trasladó hacia abajo, guiado a través de un
laberinto de corredores, e introducido en forma poco amable dentro de una oficina.
Una oficina enorme. Estaba escasamente amueblada, con una mesa de despacho, algunas sillas, un bar en el rincón más lejano, una enorme pantalla de visioscopio…
y una multicord. El lugar se hallaba abarrotado de gente. La mirada de Baque se deslizó sobre la confusión de caras y encontró una que era familiar. Hulsey.
El gordo agente dio dos pasos hacia adelante y se quedó mirando a Baque con odio.
—Ha llegado la hora de ajustar cuentas, Erlin —dijo fríamente.
Una mano golpeó ásperamente sobre la mesa.
—Soy yo quien me encargo de los ajustes de cuentas aquí, Hulsey. Por favor, Mr. Baque: siéntese.
Baque se sentó incómodamente en la silla que pusieron delante suyo. Esperó, sus ojos fijos en el hombre que se hallaba detrás de la mesa.
—Mi nombre es James Denton. ¿Se extiende mi fama a lugares como ese del Lankey-Pank Out?
—No —dijo Baque—. Pero he oído hablar de usted.
James Denton. El zar de Visioscopio Internacional. El despiadado árbitro del gusto popular. No tendría más de cuarenta años de edad, con una cara agradable,
la tez curtida, ojos brillantes y una sonrisa fácil.
Denton afirmó lentamente con la cabeza, golpeó un cigarro contra el borde de su mesa, y lo puso cuidadosamente en su boca. Los hombres a su lado le acercaron
encendedores. Eligió uno sin mirar hacia arriba, afirmó otra vez con la cabeza, e inhaló hondamente.
—No voy a aburrirle presentándole a todos los que están reunidos aquí, Baque. Algunos de estos hombres se hallan presentes por razones profesionales. Algunos
están aquí porque tienen curiosidad. Oí hablar de usted por primera vez ayer, y lo que escuché me hizo pensar que podía ser un problema. Fíjese bien, he
dicho «podría ser»… eso es lo que intento averiguar.
»Cuando tengo un problema, Baque, o lo resuelvo o lo elimino, y no pierdo el tiempo en ninguna de las dos soluciones. —Rió entre dientes—. Esto lo ha podido
comprobar por la forma en que lo han traído aquí tan pronto como usted estuvo digamos… disponible.
—¡Este hombre es peligroso, Denton! —farfulló Hulsey.
Denton sonrió otra vez:
—Me gustan los hombres peligrosos, Hulsey. Es conveniente tener alguno alrededor. Si puedo utilizar lo que Mr. Baque me pueda ofrecer, le haré una oferta
atractiva. Estoy seguro de que la aceptará agradecido. Si no puedo usarlo, me aseguraré muy bien de que no me moleste. ¿Me explico?
Baque miró al suelo y no dijo nada.
Denton se inclinó hacia adelante. Su sonrisa permaneció inalterada, pero entrecerró los ojos y, de pronto, su voz se hizo helada:
—¿Me explico bien, Baque?
—Sí —murmuró éste sin fuerzas.
Denton señaló con un dedo hacia la puerta y la mitad de los presentes, incluso Hulsey, salieron solemnemente. Los otros esperaron, hablando en susurros,
mientras Denton daba chupadas rítmicas a su cigarro. De repente, el interfono de Denton carraspeó una sola palabra:
—Dispuestos.
Denton señaló a la multicord.
—Estamos impacientes por una demostración de su habilidad, Mr. Baque. Y trate de que sea una buena demostración. Hulsey está escuchando, y puede decirnos
si usted trata de engañarnos.
Baque asintió con la cabeza y se sentó ante la multicord. Se sentó con los dedos extendidos e hizo una mueca al círculo de rostros que lo observaban. Eran,
todos ellos, hombres de negocios, pero nunca en la vida habían escuchado verdadera música. En cuanto a Hulsey… sí, Hulsey estaría escuchando, pero a través
del interfono de Denton. ¡A través de un sistema de comunicación diseñado para transmitir palabras!
Y Hulsey no tenía oído para la música.
Sin dejar de sonreír, Baque ajustó el filtro de los violines, lo ajustó de nuevo, y titubeó.
Denton se rió secamente.
—No le he informado, Mr. Baque, de que siguiendo los consejos de Hulsey hemos hecho desconectar los filtros. Y ahora…
Baque se sintió invadido por la ira. Apretó a fondo el pedal de control del volumen, y comenzó a interpretar con arrogancia una sintonía del visioscopio,
siguiendo con una Com del Queso Tamper. Con la cara enrojecida, Denton se inclinó hacia adelante y gruñó algo. Los hombres que estaban a su lado se movieron
inquietos. Baque cambió a otra Com, improvisó algunas variaciones, y comenzó a observar las caras que lo rodeaban. Hombres de negocios. Sería divertido,
pensó, hacerlos bailar y seguir el ritmo con los pies. Sus dedos crearon un ritmo sugestivo, y los hombres empezaron a balancearse.
Súbitamente se olvidó de toda precaución. Sonriendo silenciosamente para sí mismo, dejó escapar un arrollador torrente de sonido que les obligó a bailar,
dejándolos en ridículas posturas con explosiones de emoción expansiva. Los hizo patalear sin parar, llenó sus ojos de lágrimas, y terminó con la fuerza
demoledora de lo que Lankey llamaba «Música Sexual».
Luego se desplomó sobre el teclado, aterrorizado por lo que había hecho.
Denton estaba de pie, con la faz pálida, abriendo y cerrando los puños.
—¡Dios mío! —murmuró.
Gruñó una pregunta a través del interfono:
—¿Hubo reacción?
—Negativa —respondieron rápidamente.
—Entonces, terminemos con esto.
Denton se sentó, se pasó la mano por la cara y se volvió hacia Baque con una débil sonrisa.
—Una actuación impresionante, Mr. Baque. Dentro de unos momentos sabremos… ah, ya están aquí.
Los que se habían ido antes volvieron a entrar en la habitación, y varias personas hicieron círculo para mantener una conversación en susurros. Denton
se alzó de la mesa y paseó nerviosamente. Los otros hombres de la habitación, incluido Hulsey, se quedaron de pie y esperaron ansiosamente.
Baque siguió frente a la multicord, mirando intranquilo a su alrededor. Al moverse tocó una tecla sin querer, y la solitaria nota perturbó la compostura
de los conferenciantes, haciendo que Denton se girara violentamente y que Hulsey diera un par de pasos hacia la puerta.
—Mr. Baque se está impacientando —dijo Denton—. ¿No podemos acabar con esto?
—Un momento, señor.
Finalmente regresaron, y se colocaron en dos filas frente al escritorio de Denton. El portavoz, un hombre canoso con rostro intelectual, carraspeó y esperó
una seña de Denton.
—Ha quedado establecido —dijo—, que los que estaban en esta habitación fueron afectados fuertemente por la música. Los que escuchaban por el interfono
no experimentaron reacción alguna excepto un ligero aburrimiento.
—Hasta un tonto se podría dar cuenta de eso —interrumpió violentamente Denton—. ¿Cómo lo hace?
—Tan sólo podemos establecer una hipótesis…
—Así que tan sólo están suponiendo. Bueno, escuchémosla.
—Erlin Baque tiene la habilidad de proyectar telepáticamente su experiencia emocional. Cuando la proyección es reforzada sutilmente por los tonos de la
multicord, los que se hallan cerca de él sufren una fuerte impresión. No tiene ningún efecto sobre los que escuchaban esa música a una cierta distancia.
—¿Y… por visioscopio?
—La interpretación de Baque no tendría ningún efecto sobre los visiovidentes.
—De acuerdo —dijo Denton. Frunció el ceño pensativamente—. ¿Y qué me dicen de su posible éxito a largo plazo?
—Es difícil predecir…
—¡Predíganlo, maldita sea!
—La novedad de sus interpretaciones tal vez atraiga la atención al principio. Al cabo de un tiempo, quizá consiga un grupo de seguidores que utilicen la
experiencia emocional de su música como una especie de estupefaciente.
—Gracias, caballeros —dijo Denton—. Eso es todo.
La habitación se vació rápidamente. Hulsey se detuvo por un momento en la puerta, miró con odio a Baque y después salió cabizbajo.
—Así que no puedo usarlo, Baque —dijo Denton—. Pero no parece que sea usted un problema. Sé lo que usted y Lankey quieren hacer. Con una palabra mía, ni
en toda una vida lograrían encontrar un lugar para su nuevo restaurante. Podría hacer cerrar esta misma noche el Lankey-Pank Out. Pero no merece la pena.
Ni siquiera insistiré en que tenga una pantalla de visioscopio en su nuevo restaurante. Si logra usted desarrollar un culto alrededor de su persona… bien,
tal vez aparte a los miembros del mismo de peores cosas. Puede ver que esta mañana me siento generoso, Baque. Y ahora váyase antes de que cambie de idea.
Baque asintió y se puso en pie. En este momento Marigold Manning se deslizó en la habitación, irradiando belleza, exóticamente perfumada, con su brillante
cabello dorado peinado según la última moda marciana.
—Jimmy, querido… ¡oh!
Miró a Baque, luego a la multicord, y tartamudeó:
—Pero, usted es… usted es… ¡Erlin Baque! Jimmy, ¿por qué no me lo dijiste?
—Mr. Baque se ha dignado ofrecerme una interpretación privada —dijo bruscamente Denton—. Creo que nos comprendemos mutuamente, Baque. ¡Buenos días!
—¡Vas a contratarlo para el visioscopio! —exclamó Miss Manning—. Jimmy, eso es maravilloso. ¿Puedo ser la primera? ¡Lo podríamos hacer esta mañana!
Denton negó lentamente con la cabeza.
—Lo siento, querida. Hemos decidido que el talento de Mr. Baque no es… demasiado apto para el visioscopio.
—Por lo menos será mi invitado. ¿No es así, Mr. Baque? No hay nada en contra de que lo presentemos como invitado en mi programa. ¿No es verdad, Jimmy?
—No. Después de toda la polvareda que levantaste con este asunto, sería una buena idea que lo invitases. Te servirá de lección cuando fracase..
—No fracasará. Será maravilloso en el visioscopio. ¿Vendrá esta mañana, Mr. Baque?
—Bueno… —empezó Baque. Denton asintió enfáticamente con la cabeza—. Pronto abriremos un nuevo restaurante —prosiguió Baque—. No me molestaría ser su invitado
el día de la apertura.
—¿Un nuevo restaurante? ¡Es maravilloso! ¿Lo sabe alguien? ¡Lo comentaré esta mañana en exclusiva!
—No está aún todo arreglado —dijo Baque excusándose—. Todavía no hemos hallado el lugar…
—Lankey encontró ayer un sitio —dijo Denton—. Firmará el contrato esta mañana. Preocúpese de comunicarle a Miss Manning la fecha de apertura y le invitará
a su programa en ese día. Y ahora, si no le importa…
Baque tardó media hora en encontrar el camino de salida del edificio, pero insistió en recorrer los corredores decidido a no preguntarle a nadie el camino.
Canturreaba alegremente para sí mismo, y de vez en cuando estallaba en una carcajada.
Los amos del mundo de las finanzas, y sus científicos, no sabían nada sobre las armonías.
—Así es como están las cosas —dijo Lankey—. Creo que hemos tenido suerte, Baque. Denton debería haber actuado cuando tuvo la oportunidad… cuando yo no
estaba preparado para ello. Cuando se dé cuenta, ya me habré preocupado para que sea demasiado tarde.
—¿Qué es lo que en realidad podemos hacer si decide acabar con nosotros?
—Yo también tengo mis amigos, Baque. No son de la alta sociedad, como los de Denton, pero son tan deshonestos como ellos. Y Denton tiene un puñado de enemigos
a los que les agradaría apoyarnos. Así que dijo que nos podía cerrar esta misma noche, ¿eh? Muy gracioso. No podemos hacer gran cosa en contra de Denton,
pero sí para evitar que él nos perjudique a nosotros.
—Creo que le vamos a hacer daño —dijo Baque.
Lankey se llegó al bar, y volvió con un vaso alto de líquido rosado y espumoso.
—Bébetelo —le dijo—. Has tenido un día difícil y comienzas a delirar. ¿Cómo podríamos hacerle daño a Denton?
—Con las Coms. El visioscopio depende de las Coms. Le demostraremos a la gente que puede divertirse sin ellas. Nuestro lema será: ¡NO HAY COMS EN EL LANKEY!
—Maravilloso —dijo Lankey lentamente—. Me gastaré un capital en trajes vistosos para las chicas… no pueden seguir usando esas cositas de plástico en nuestro
nuevo local… y tú decidirás si quieres que canten..
—Claro que van a cantar.
Lankey se inclinó hacia adelante, frotándose la nariz.
—Y sin Coms… ¿qué es lo que van a cantar?
—He sacado algunas letras de un viejo libro de escuela que tenía mi abuelo. Se las llamaba poesías, y estoy poniéndoles música. Las iba a estrenar aquí,
pero Denton se enteraría, y no vale la pena tener problemas antes de lo necesario.
—No. Guárdalas para el nuevo local. Y además estarás en Mañana con Marigold el día de la apertura. ¿Estás seguro con eso de las armonías, Baque? Quizá
realmente estés proyectando emociones. En el restaurante nos da lo mismo, pero en el visioscopio…
—Estoy seguro. ¿Cuándo podremos abrir?
—Tengo a tres turnos de trabajadores redecorando el lugar. Tendrá una capacidad para mil doscientas personas, y sobrará sitio para que bailen. Debería
estar terminado en dos semanas. Pero de lo que no estoy seguro es de la oportunidad de tu presentación en el visioscopio.
—Quiero hacerlo.
Lankey volvió a ir al bar y se sirvió una bebida.
—De acuerdo. Hazlo. Si eso tuyo funciona, se va a organizar un buen lío, y lo mejor será que me vaya preparando para eso. —Sonrió—. ¡Lo bien que nos iría
para nuestro negocio!
Marigold Manning había cambiado su peinado al último estilo de Zann de Hong Kong, y pasó diez minutos preguntándose que lado de su perfil había de presentar
a las cámaras. Baque esperó pacientemente, un poco incómodo dentro del traje de ceremonias más caro que jamás hubiese tenido. Se preguntaba si realmente
proyectaba emociones.
—Lo quiero así —dijo finalmente Miss Manning, situándose frente a una pantalla piloto para darse una última mirada de inspección—. ¿Y usted, Mr. Baque?
¿Qué hacemos con usted?
—Simplemente ponerme en la multicord —dijo Baque.
—Pero va a hacer algo más que tocar. Tendrá que decir algo. He estado haciendo propaganda de este día durante una semana, vamos a tener más auditores que
nunca, y usted tendrá que decir algo.
—Con mucho placer —dijo Baque—. Si puedo hablar del Lankey.
—Desde luego. Para eso está aquí. Usted habla del Lankey, y yo hablo de Erlin Baque.
—Cinco minutos —anunció claramente una voz.
—Oh —dijo ella—. Siempre me pongo tan nerviosa antes de empezar.
—Alégrese de no estarlo durante el programa —dijo Baque.
—Tiene razón. Jimmy siempre se burla de mí, pero un artista puede comprender a otro artista. ¿Usted también se pone nervioso?
—Cuando toco ya no estoy para nada más.
—Eso es lo que me pasa a mí. Una vez que mi programa comienza, ya estoy demasiado ocupada…
—Cuatro minutos.
Marigold se contempló otra vez en la pantalla piloto.
—Tal vez hubiera sido mejor de esta otra manera —dijo ella.
—Es usted perfecta de cualquier manera —dijo Baque, sentándose a la multicord.
—¿Lo dice de verdad? Bien, de todas maneras, es una galantería. Me pregunto si Jimmy se tomará la molestia de contemplarnos.
—Estoy seguro de que lo hará.
—Tres minutos…
Baque conectó el instrumento e hizo sonar un acorde. Ahora sí que estaba nervioso. No tenía idea de lo que iba a tocar. Se había abstenido intencionadamente
de preparar algo, porque eran sus improvisaciones las que afectaban a la gente en forma tan extraña. Sólo había una cosa segura… no habría Música Sexual.
Lankey le había advertido al respecto.
Estaba tan abstraído en sus pensamientos que no oyó el aviso final, y miró sobresaltado a Miss Manning cuando ésta dijo alegremente:
—Buenos días a todo el mundo. ¡Éste es el programa Mañana con Marigold!
Continuó hablando con su brillante voz. Erlin Baque. Su carrera como compositor. El asombroso descubrimiento de oírlo tocar en el Lankey-Pank Out. Sonó
la Com del Queso Tamper. Finalmente, terminó sus observaciones y se arriesgó a torcer su bello perfil para dar una mirada en su dirección.
—Señoras y caballeros, con admiración, con orgullo, con satisfacción, les ofrezco una Exclusiva Marigold: ¡Erlin Baque!
Baque sonrió nerviosamente, y modestamente recorrió con un dedo la escala musical.
 
—Éste es mi primer discurso —dijo—. Probablemente también será el último. El nuevo restaurante se inaugura esta noche. El Lankey, en Broadway. Desgraciadamente,
no puedo invitarlos a ustedes a reunirse con nosotros debido a que los generosos comentarios que Miss Manning ha efectuado durante la semana pasada han
ocasionado la reserva de todas las plazas para los dos próximos meses. Después de ese período procuraremos guardar un limitado número de reservas para
los visitantes que lleguen de lugares lejanos.
»Encontrarán algo diferente en el Lankey. No hay pantalla de visioscopio. Tal vez ya hayan oído algo sobre esto. Tenemos a unas chicas atractivas que cantan.
Yo toco la multicord. Sabemos que les gustará nuestra música. Sabemos que les gustará porque no oirán Coms en el Lankey. Recuerden esto: No hay Coms en
el Lankey. Nada de jabón en su sopa. Nada de coches voladores con sus bistecs. Nada de camisas con su postre. ¡No hay Coms! Solamente buena música interpretada
para su diversión… como ésta.
Puso sus manos sobre el teclado.
Fue una experiencia extraña, estar tocando sin auditorio, o prácticamente sin él. Solamente estaba Miss Manning, y los técnicos del visioscopio, y súbitamente
Baque tuvo la sensación de que el público era el responsable de sus éxitos. Siempre había tenido una multitud de caras para observar, y había acomodado
sus interpretaciones de acuerdo con sus reacciones. Lo estaba escuchando gente de todo el hemisferio occidental. Y después sería toda la Tierra y todo
el sistema solar. ¿Se pondrían a dar palmadas y a seguir el ritmo con los pies? ¿O estarían asombrados pensando «De modo que así es como suena la música
sin letra, sin Coms»? ¿O estarían escuchando un tanto aburridos?
Baque dio una ojeada a su alrededor y vio la pálida faz de Miss Manning, a los técnicos mirándole con la boca abierta, y pensó que tal vez todo fuera bien.
Se dejó perder en la música, y tocó fervientemente.
Continuó tocando incluso después de haberse dado cuenta de que algo no iba bien. Miss Manning corría hacia él, los técnicos se movían desconcertados, y
la lejana pantalla piloto estaba apagada. Baque tocó más lentamente y al final se paró.
—Han cortado el programa —dijo Miss Manning lloriqueando—. ¿Quién me habrá hecho una cosa así? Nunca, nunca, en todo el tiempo que llevo en visioscopio…
George, ¿quién cortó el programa?
—Órdenes.
—¿Órdenes de quién?
—¡Las mías! —James Denton se dirigía hacia ellos, y no estaba sonriendo. Sus labios estaban apretados, su cara pálida, sus ojos chispeaban de violencia
e intentos asesinos—. Un chico listo, ¿no es verdad? —dijo a Baque—. No sé como logró hacer ese truco, pero ningún hombre engaña más de una vez a James
Denton. Ahora es usted un problema, y no me voy a molestar en resolverlo. Considérese eliminado.
—¡Jimmy! —sollozó Miss Manning—. Mi programa… lo cortaste. ¿Cómo pudiste hacerme eso?
—¡Cállate, maldita seas! Le apuesto lo que quiera, Baque, a que Lankey no inaugura el local esta noche. No es que ello signifique ninguna diferencia para
usted.
—Creo que ha perdido, Denton —dijo Baque sonriendo—. Creo que se emitió lo suficiente como para derrotarlo. Le apuesto lo que quiera a que mañana tendrá
varios miles de reclamaciones. Y también el gobierno. Y entonces sabremos realmente quién manda en Visioscopio Internacional.
—Yo mando en Visioscopio Internacional.
—No, Denton. Pertenece al público. Le han dejado hacer por un largo tiempo, y se han tragado todo lo que les ha dado. Pero si saben lo que quieren, lo
conseguirán. Sé que al menos les ofrecí tres minutos de lo que quieren. Es más de lo que esperaba.
—¿Cómo consiguió engañarnos en mi oficina?
—Fue usted mismo quien se engañó, Denton… porque usted no sabía nada sobre armónicos. Su interfono no estaba hecho para transmitir música. No transmitía
las frecuencias superiores, por lo que la multicord sonaba sin vida para los hombres que estaban en la otra habitación. Pero el visioscopio transmite todas
las frecuencias.
—Muy listo —dijo Denton—. Ya les arreglaré las cuentas a esos científicos. Y a usted también, Baque.
Se retiró y, mientras la puerta automática se cerraba tras él, Marigold Manning asió un brazo de Baque.
—¡Rápido! ¡Sígame! —Al ver que Baque titubeaba, le gritó—: ¡No se quede ahí como un idiota! ¡Denton lo matará!
Lo condujo a través del cuarto de control, y de allí a un pequeño corredor. Corrieron hacia el final, atravesando una sala de espera y sobresaltando a
una secretaria, y salieron por otra puerta a otro corredor. Ella lo hizo seguir hacia un ascensor antigrav, y subieron hacia la parte superior del edificio..
Una vez allí lo impelió hacia la pista de aterrizaje de los coches voladores, y lo dejó dentro de una puerta.
—Salga cuando le haga una señal —dijo Marigold—. No corra, solamente camine.
Marigold salió andando con calma, y Baque oyó el saludo de sorpresa que le dio un asistente:
—Muy pronto ha terminado esta mañana, Miss Manning.
—Están pasando un puñado de Coms —dijo ella—. Quiero el Waring grande.
—Ahora mismo vendrá.
Asomándose un poco por la esquina, Baque la vio entrar en el coche volador. Tan pronto como el asistente les dio la espalda, ella le hizo señas frenéticamente.
Baque caminó cuidadosamente hacia el aparato, cuidando de que éste quedara entre el asistente y él. Instantes después se remontaban en el aire, mientras
bajo ellos se oía débilmente una sirena de alarma.
—¡Lo conseguimos! —dijo ella, jadeante—. Si no hubiera salido antes que esa sirena sonara, lo habrían cogido a usted.
Baque aspiró profundamente y miró hacia atrás, al Edificio de Visioscopio Internacional.
—Bien, gracias —dijo—. Pero seguramente no era necesario. Éste es un planeta civilizado.
—¡Visioscopio Internacional no es civilizado! —respondió ella.
Baque la miró con asombro. Su cara estaba enrojecida, sus ojos mostraban miedo, y por primera vez Baque la vio como un ser humano, una mujer, una adorable
mujer. Mientras la miraba, ella se apartó y empezó a llorar.
—Ahora Jimmy también querrá matarme. ¿Y dónde vamos a ir?
—Al Lankey —dijo Baque—. Mire… desde aquí se puede ver.
Marigold dirigió el coche hacia el letrero recién pintado sobre la pista situada en el nuevo restaurante, y Baque, mirando hacia atrás, vio que se estaba
formando una multitud en la calle donde estaba Visioscopio Internacional.
Lankey apartó su escritorio hacia la pared y se arrellanó hacia atrás, confortablemente, en su asiento. Iba vestido elegantemente, y se había arreglado
con gran cuidado para su papel de anfitrión jovial, pero en su oficina era el mismo Lankey desmañado que Baque había visto por primera vez inclinado sobre
un bar.
—Ya te dije que esto se convertiría en algo infernal —dijo fríamente—. Hay unas cinco mil personas en Visioscopio Internacional, gritando a favor de Erlin
Baque. Y la multitud aumenta.
—No toqué más de tres minutos —dijo Baque—. Pensé que un cierto número de gente podría escribir para quejarse de que hubieran cortado mi exhibición, pero
no esperaba nada parecido a esto.
—¿No, eh? Cinco mil personas. Probablemente diez mil en estos momentos, y quién sabe cuántas más. Y Miss Manning, aquí, arriesga su cuello para sacarte
de ese sitio… pregúntale por qué, Baque.
—Sí —dijo Baque—. ¿Por qué tomarse todas esas molestias por mí?
Ella se estremeció y dijo:
—Su música me produce una maravillosa sensación.
—No me extraña —dijo Lankey—. Baque, estúpido, ¡le diste tres minutos de Música Sexual a una cuarta parte de la población de la Tierra!
Lankey inauguró el local a la hora prevista, con una multitud abarrotando la calle y luchando por entrar mientras hubo sitio para estar de pie. El astuto
Lankey había establecido un precio de admisión. Los que estaban de pie no cenarían, y Lankey no veía la razón de suministrar música gratis, aún cuando
la gente estuviera dispuesta a estar de pie para oírla.
En el último minuto se efectuó un cambio. Lankey decidió que los clientes preferirían que el anfitrión fuera una bella muchacha y no un individuo viejo
y con la nariz chata, así que contrató a Marigold Manning. La muchacha actuó con elegancia, el profundo azul de su vestido flotante contrastando con su
cabello dorado.
Cuando Baque se sentó a la multicord, recibió una ovación que duró veinte minutos.
Más tarde en la noche, Baque buscó a Lankey.
—¿Ha intentado algo Denton? —le preguntó Baque.
—Nada. Todo va estupendamente.
—Me parece extraño. Juró que no inauguraríamos el local esta noche.
—Ha tenido bastantes problemas propios de los que preocuparse —dijo Lankey sonriendo—. Las autoridades están encima de él por el tumulto de esta tarde.
Me temía que te echaran las culpas, pero no lo han hecho. Denton te hizo aparecer en el programa y luego lo cortó, por lo que se figuran que él es el responsable.
Y, según mi última información, Visioscopio Internacional ha tenido diez millones de quejas. No te preocupes, Baque. Sabremos pronto de Denton… y también
de los Gremios.
—¿Los Gremios? ¿Por qué los Gremios?
—El Gremio de Compositores estará terriblemente furioso por tus declaraciones sobre las Coms. El Gremio de Escritores Líricos coincidirá con ellos, debido
a las Coms, y debido a utilizar música sin letra. El Gremio de Músicos no te encontrará simpático porque muy pocos de sus miembros saben tocar en forma
que valga la pena. Mañana por la mañana, Baque, serás el hombre más popular en el Sistema Solar, y los anunciantes, la gente de Visioscopio y los Gremios
te van a odiar a muerte. Te voy a poner guardaespaldas las veinticuatro horas del día, y a Miss Manning también. Quiero que salgas vivo de esto.
—¿Realmente crees que Denton querrá…?
—Sí, lo creo.
A la siguiente mañana, el Gremio de Músicos puso al Lankey en la lista negra, y ordenó a todos los músicos, incluyendo a Baque, romper sus relaciones.
Los músicos rehusaron respetuosamente, y fueron puestos en la lista negra antes del mediodía. Lankey llamó a un abogado, el individuo más siniestro, furtivo
y de aspecto deshonroso que Baque hubiera visto nunca.
—Se supone que nos han de avisar con una semana de anticipación —dijo Lankey—, y otra semana si decidimos recurrir. Los demandaré por cinco millones.
El Comisario de Seguridad Pública se presentó y, un poco más tarde, el Comisario de Licores. Ambos conferenciaron brevemente con Lankey, y se fueron con
unas caras muy largas.
—Denton está actuando demasiado tarde —dijo Lankey alegremente—. Hablé con esos dos hace una semana, y grabé nuestra conversación. No se atreverán a hacer
nada.
Aquella noche se organizó un tumulto frente al Lankey. Lankey tenía su propia escuadra lista para la acción, y los clientes nunca se enteraron del desorden.
Los informantes de Lankey calcularon que Visioscopio Internacional había recibido cincuenta millones de quejas. Una manifestación anti-Coms hizo erupción
espontáneamente, y quinientas pantallas de visioscopio fueron destrozadas en varios restaurantes de Manhattan.
La primera semana transcurrió sin problemas en el Lankey, abarrotado de gente diariamente. Las reservas llegaban de lugares tan lejanos como Venus y Marte.
Baque pidió a un intérprete de multicord en Berlín que viniera para actuar con él, y Lankey esperaba que, a final de mes, podría tener el restaurante abierto
las veinticuatro horas del día.
Al principio de la segunda semana, Lankey le dijo a Baque:
—Hemos vencido a Denton. He contrarrestado todas las medidas que ha tomado, y ahora vamos a ser nosotros los que hagamos algunas cosas. Vas a aparecer
de nuevo en el visioscopio. Efectuaré hoy mismo la solicitud. Tenemos un negocio legal, y por tanto los mismos derechos que cualquier otro para comprar
un espacio en la programación. Si no nos lo quiere dar, lo demandaré.. No se atreverá a rehusárnoslo.
—¿De dónde saca el dinero para todo esto? —dijo Baque.
Lankey sonrió.
—Lo ahorré. Y he tenido alguna ayudita de personas que no aprecian demasiado a Denton.
Denton no rehusó. Baque apareció en un programa a escala mundial, transmitido en directo desde el Lankey, con Marigold Manning presentándole. Tan sólo
omitió la Música Sexual.
Era ya la hora de cerrar en el Lankey. Baque estaba en su camerino, cambiándose cansinamente de ropa. Lankey se había ido ya para tener una conversación,
a primera hora de la mañana, con su abogado. Estaban especulando sobre el próximo movimiento de Denton.
Baque estaba intranquilo. Se decía a sí mismo que tan sólo era un músico tonto. No comprendía nada de los problemas legales, o de la enrevesada maraña
de conexiones e influencias entre las que tan fácilmente se movía Lankey. Sabía que James Denton era la maldad encarnada. También sabía que Denton tenía
el suficiente dinero como para acabar con Lankey una y mil veces. O para pagar por el asesinato de cualquiera que se interpusiese en su camino. ¿Qué es
lo que estaba esperando? Si tenía bastante tiempo, quizá Baque podría acabar con todo el sistema de las Coms. Denton debía de saber esto.
Entonces, ¿qué es lo que estaba esperando?
La puerta se abrió violentamente y Marigold Manning entró tambaleándose, medio desnuda, con su tez de una palidez que igualaba a la blancura de su sujetador
de plástico. Cerró la puerta de un golpe y se abrazó a él, mientras los sollozos estremecían su cuerpo.
—Jimmy —jadeó—. He recibido una nota de Carol… su secretaria. En otro tiempo fue una buena amiga mía. Dice que Jimmy ha sobornado a nuestros guardaespaldas,
y que éstos nos van a asesinar cuando volvamos a casa esta mañana. O que dejarán que los hombres de Jimmy lo hagan.
—Llamaré a Lankey —dijo Baque—. No tenemos por qué preocuparnos.
—¡No! Si sospechan algo no esperarán. No tenemos salida.
—Entonces esperaremos hasta que regrese Lankey.
—¿Crees que estaremos seguros esperando? Saben que estábamos a punto de salir.
Baque se desplomó en una silla. Era la jugada que esperaba de Denton. Lankey escogía cuidadosamente a sus hombres… pero Denton tenía el suficiente dinero
como para comprar a cualquiera de ellos. Y sin embargo…
—Tal vez sea una trampa —dijo—. Tal vez esa nota sea falsa.
—No. Vi a ese hombrecillo gordo, Hulsey, hablando con uno de nuestros guardaespaldas anoche, y comprendí que Jimmy estaba tramando algo.
Así que era eso. Hulsey.
—¿Qué quieres que hagamos? —dijo Baque.
—¿Podríamos salir por la puerta de atrás?
—No lo sé. De todas maneras tendremos que pasar por delante de un guardaespaldas.
—¿No podríamos intentarlo?
Baque dudó. Estaba asustado. Tenía un miedo mortal. Pero ella sabía mucho más de estas cosas que él. Y además conocía a James Denton. Nunca habría salido
de Visioscopio Internacional sin su ayuda.
—Si crees que eso es lo que debemos hacer, lo intentaremos.
—Tengo que terminar de vestirme.
—Entonces hazlo. Avísame cuando hayas terminado.
Abrió la puerta y miró cautelosamente, y luego se giró. Su miedo se sobreponía a su pudor.
—No, ven conmigo.
Baque y Miss Manning caminaron tranquilamente a lo largo del corredor que estaba situado en la parte de atrás del edificio, hicieron un saludo a los dos
guardaespaldas que estaban sentados allí, y con un movimiento súbito traspusieron la puerta. Corrieron. Tras ellos se oyó un grito de sorpresa, y nada
más. Atravesaron frenéticamente el callejón, giraron una esquina, llegaron a otra, y titubearon.
—La cinta rodante está en esa dirección —jadeó ella—. Si podemos llegar hasta allí…
—¡Vamos!
Corrieron, con las manos entrelazadas. Frente a ellos, a lo lejos, el callejón daba a una calle. Baque miró ansiosamente hacia arriba, buscando coches
voladores, y no vio ninguno. No sabía exactamente donde se hallaban.
—¿Nos… siguen?
—No lo creo. No se ve ningún coche volador, y no vi a nadie que nos siguiese cuando nos detuvimos.
—¡Entonces, hemos escapado!
A diez metros por delante de ellos surgió bruscamente, de entre las sombras, un hombre. Mientras se detenían, helados por el terror, se dirigió hacia ellos.
Su rostro estaba oculto por un sombrero calado, pero su sonrisa lo identificaba como James Denton.
—Buenos días, belleza —dijo—. Visioscopio Internacional no ha sido el mismo desde que nos falta tu agradable presencia. Y buenos días a usted, Mr. Baque.
Permanecieron silenciosos. La mano de Miss Manning atenazaba el brazo de Baque, sus uñas atravesaban la camisa y se hundían en la carne. Sin embargo, él
no se movió.
—Supuse que caerías en esa bromita, belleza. Suponía que, a estas alturas, estarías lo suficientemente asustada como para caer en ella. Tengo bloqueadas
todas las salidas, pero me agrada que hayáis elegido ésta. Me gusta mucho. Me encanta castigar personalmente las traiciones.
De repente se giró hacia Baque, con su voz transformada en un rugido airado:
—Lárgate, Baque. Todavía no es tu turno. Tengo otros planes para ti.
Baque permaneció clavado al húmedo suelo.
—Muévete, Baque, antes de que cambie de idea.
Miss Manning soltó su brazo. Su voz era un suspiro ahogado:
—¡Vete! —dijo.
—¡Baque!
—Vete, pronto —suspiró ella de nuevo.
Baque dio dos pasos, indeciso.
—¡Corre! —gritó Denton.
Baque corrió. Tras él se oyó el chasquido de una pistola, un chillido, y después silencio. Baque titubeó, vio que Denton lo miraba, y siguió corriendo.
—Así que soy un cobarde —dijo Baque.
—No, Baque. —Lankey negó lentamente con la cabeza—. Eres un hombre valiente, o no te habrías metido en este lío. No habría sido valor el intentar algo,
sino locura. La culpa es mía, por pensar que actuaría primero contra el restaurante. Denton me debe algo por esto, Baque, y soy un hombre que se cobra
sus deudas.
Una mueca de preocupación alteró el feo rostro de Lankey. Miró en forma extraña a Baque y se rascó la calva.
—Era una chica valiente y hermosa, Baque. Pero me pregunto por qué te dejó escapar Denton.
El aire de tragedia que pesaba sobre el Lankey aquella noche no afectó a los clientes. Recibieron a Baque con una atronadora ovación mientras se dirigía
hacia la multicord. Mientras hacía una pausa para saludar, lo rodearon tres policías.
—¿Erlin Baque?
—En efecto.
Baque sonrió tristemente. Denton no se demoraba en sus jugadas.
—¿De qué se me acusa? —dijo.
—De asesinato.
El asesinato de Marigold Manning.
Lankey apretó su triste rostro contra los barrotes y habló sin prisas:
—Tienen algunos testigos —dijo—. Testigos honestos que te vieron salir corriendo del callejón. Y otros deshonestos que te vieron disparar. Uno de éstos
es tu amigo Hulsey, que casualmente estaba dando un paseo matutino por ese callejón… o al menos eso es lo que atestiguará. Posiblemente Denton se gastaría
un millón en lograr tu condena, pero no tendrá necesidad de hacerlo. Ni siquiera tendrá que comprar al jurado. Así de sólidos son los cargos contra ti.
—¿Qué hay de la pistola? —dijo Baque.
—La encontraron. Naturalmente, no hay huellas dactilares, pero alguien asegurará que llevabas guantes, o alguien te habrá visto limpiarla.
Baque asintió con la cabeza. Las cosas habían escapado ya de su control. Había estado luchando por una causa que nadie comprendía… tal vez ni siquiera
él mismo. Y había perdido.
—¿Y qué sucederá después?
Lankey agitó la cabeza.
—No me gusta ocultar las malas noticias. Será cadena perpetua. Te enviarán a los pozos de Ganímedes para toda la vida.
—Ya veo —dijo Baque. Luego añadió ansiosamente—: ¿Vas a seguir con esto?
—¿Qué es lo que estabas tratando de conseguir, Baque? No estabas trabajando únicamente por el Lankey. No lo acababa de entender, pero te seguí porque me
caes bien. Y me gusta tu música. ¿Qué perseguías?
—No lo sé. —¿Un concierto? ¿Un millar de personas reunidas para escuchar música? ¿Era eso lo que quería?—. Supongo que era la música —dijo al fin—. Acabar
con las Coms… o al menos con algunas.
—Sí. Sí, creo que te entiendo. El Lankey continuará, Baque, mientras me quede vida. Ese nuevo intérprete de multicord es bastante bueno. No te llega ni
a la suela de los zapatos, pero… nunca habrá otro igual que tú eras. Todavía tenemos que rechazar peticiones de mesas. Muchos otros restaurantes están
quitando los visioscopios y tratando de imitarnos, pero les llevamos mucha ventaja. Seguiremos con las cosas tal y como tú las organizaste, y tu tercio
de los beneficios sigue en vigor. Te he abierto una cuenta. Cuando regreses serás un hombre rico.
—¡Cuando regrese!
—Bueno… una cadena perpetua no quiere decir toda la vida. Pórtate bien.
—¿Val?
—Me ocuparé de ella. Le daré un trabajo u otro, para tenerla ocupada.
—Tal vez pueda enviarte música para el restaurante —dijo Baque—. Supongo que me sobrará tiempo.
—Me temo que no. Precisamente lo que quieren es tenerte apartado de la música. Por tanto… no escribirás música. Y no te dejarán acercarte a una multicord.
Creen que podrías hipnotizar a los guardias y dejar sueltos a los presos.
—¿Me dejarán… me dejarán conservar mi colección de discos?
—Me temo que no.
—Ya veo. Bueno, si tiene que ser así…
—En efecto. Ahora Denton me debe dos cosas.
El impasible Lankey lloraba cuando se retiró.
El jurado deliberó durante ocho minutos, y pronunció un veredicto de culpabilidad. Baque fue sentenciado a cadena perpetua. Hubo algunas críticas en el
visioscopio, porque la vida en los pozos de Ganímedes acostumbraba a ser muy breve.
Y entre las masas corrieron innumerables rumores que decían que el veredicto había sido pagado por los anunciantes, por el visioscopio. Se decía que se
le había tendido una trampa a Erlin Baque, porque daba música al pueblo.
Y el día antes de que enviasen a Baque a Ganímedes se anunció un espectáculo público, en el que actuarían H. Vail, multicordista, y B. Johson, violinista.
La entrada costaba un dólar.
 
Lankey recogió pruebas con todo cuidado, volvió a sobornar a uno de los testigos sobornados, y solicitó una revisión de la causa. El recurso fue denegado,
y los largos años se arrastraron lentamente.
Se organizó la Orquesta Sinfónica de Nueva York, con veinte maestros. Uno de los lujosos coches aéreos de James Denton se estrelló, y éste murió instantáneamente.
Fue un desgraciado accidente. Un millonario que en una ocasión escuchó a Erlin Baque tocar por el visioscopio patrocinó una docena de conservatorios de
música. Serían llamados los Conservatorios Baque, pero un historiador de la música, que nunca había oído hablar de Baque, hizo que se cambiase el nombre
por el de Bach.
Lankey murió, y un yerno suyo continuó administrando el negocio familiar. Se inició una suscripción para edificar una nueva sala de conciertos para la
Sinfónica de Nueva York, que contaba ya con cuarenta maestros. El interés crecía como una avalancha y, finalmente, se eligió para su localización un lugar
de Ohio, para que hubiese buenas comunicaciones desde todo el continente norteamericano. Se erigió el Auditorio Beethoven, con una capacidad de cuarenta
mil personas. Las entradas para la primera serie de conciertos se agotaron cuarenta y ocho horas después de ponerse a la venta.
Por primera vez en doscientos años se transmitió una ópera por visioscopio. En el mismo sitio de Ohio se construyó un teatro de la ópera, y luego una academia
musical. El Centro creció, primero por aportaciones privadas, luego bajo el patrocinio del gobierno. El yerno de Lankey murió, y un sobrino se hizo cargo
de la dirección del Lankey… y de la campaña para liberar a Erlin Baque. Pasaron treinta años, y luego cuarenta. Y a los cuarenta y nueve años, siete meses
y diecinueve días de recibir su condena a cadena perpetua, se puso en libertad a Erlin Baque. Todavía poseía un tercio del más próspero restaurante de
Manhattan, y los intereses acumulados durante todos aquellos años lo convertía en un hombre rico. Tenía noventa y seis años de edad.
Otro lleno completo en el Auditorio Beethoven. Turistas de todos los confines del Sistema Solar, amantes de la música que llegan para los conciertos, ancianos
que viven jubilados en el Centro. Son cuarenta mil personas, que se mueven inquietas y solicitan la presencia del director de la orquesta. Los aplausos
retumban desde los catorce pisos cuando éste se adelanta a saludar.
Erlin Baque está sentado en su asiento reservado, en la parte de atrás de la platea. Ajusta sus binoculares y contempla la orquesta, preguntándose una
vez más cómo debe sonar un contrabajo. Ha dejado su amargura allá en Ganímedes. Su vida en el Centro es una incesante revelación de milagros.
Naturalmente, nadie recuerda a Erlin Baque, compositor y asesino. Hay generaciones enteras de gentes que ni siquiera recuerdan las Coms. Y, no obstante,
Baque siente que él es el que ha conseguido todo esto, con tanta certeza como si hubiera edificado este edificio… edificado el Centro… con sus propias
manos. Las extiende ante él. Son manos deformadas por los años en los pozos, con dedos y yemas aplastados. Todo su cuerpo ha sido herido por desprendimientos
de rocas. No siente tristeza. Ha cumplido con su misión.
Dos acomodadores se hallan en el pasillo, tras de él. Uno lo señala con el dedo y murmura:
—Ahí tienes a un tipo raro. Viene a todos los conciertos. No se pierde ni uno. Y únicamente está ahí detrás, sentado, mirando a la gente. Dicen que fue
unos de los antiguos compositores, hace muchos años.
—Tal vez le guste la música —observa el otro.
—¡Qué va! Esos antiguos compositores no sabían absolutamente nada de música. Además… es sordo.
 
 
El compositor.
Lloyd Biggle, Jr.
 
Traducción de M. Trevänner