Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Aviación sin barreras del 15 de abril.

Buenos días estimados amigos:  Adjunto el enlace de Aviación sin barreras, con información de medios de comunicación de Ecuador, Perú, Argentina, Uruguay,
Colombia, Venezuela, Panamá, México, España, Europa, artículos de actualidad sobre aviación, tecnología, cultura, ecología, salud, cinco cuentos a texto
completo y la Guía de aeropuertos del Ecuador accesible para PCD.

Saludos cordiales y les deseo un excelente inicio de semana.

Luis Cueva.

Aviación sin barreras, Lunes 15 de abril de 2019.
https://www.sendspace.com/file/4m0t4u

Lunes, 15 de abril de 2019.

Buenos días estimados amigos:  La imperiosa necesidad de un estudiante por financiar su carrera fue la musa que a Michael Crichton le llenó la cartera
con un gran premio internacional, el “Edgar”, y tal fue su aceptación que abandonó una profesión gratificante y dura por otra creativa y  emocionante como
lo es la literatura.

Tal vez fueron días y noches de arrebato, inspiración, conocimiento o maltrato que lo llevaron a escribir con tal vehemencia hasta llegar a producir la
obra “Un caso de urgencia”. 

Ya en la novela y en el ojo de la tormenta, un médico forense intenta desenredar el hilo de la madeja sobre un tema tabú:  El aborto, y cuando la temida
palabra se cubre de hipocresía, todo el mundo queda absorto provocando sentimientos encontrados   e intentan esconder un secreto a voces donde la falsa
moralidad y hasta ese entonces su evidente ilegalidad, convierten a inocentes en culpables en esa fingida sociedad.  

Título:  Un caso de urgencia.

Autor:  Michael Crichton.

Nota de contraportada:  Quizá no resulte sorprendente afirmar que la medicina en los años sesenta era una profesión que procuraba grandes satisfacciones
personales. Los problemas y los abusos no eran muy frecuentes ni serios. Sólo existían vislumbres muy difusos de las cuestiones éticas que pasarían a un
orden preeminente en años sucesivos.

Una de las cuestiones que la medicina no tenía en cuenta en mis años de estudiante era el problema del aborto. En Estados Unidos, éste se practicaba de
forma ilegal. Cada año, un millón de mujeres estadounidenses volaba fuera del país para abortar legalmente.

Las que no podían permitirse el lujo del viaje solían acabar, sangrando y con infecciones, en las salas de urgencia de los hospitales.

En todas las ciudades había personas que practicaban abortos, trastiendas y direcciones murmuradas a mujeres necesitadas y asustadas; todo ello constituía
una industria siniestra y peligrosa que la profesión médica fingía no conocer.

“Un caso de urgencia” se publicó en 1968. En él no aparecía la foto del autor, Jeffery Hudson, del que sólo se decía que era el «seudónimo de un científico
norteamericano que estudió en Boston y normalmente reside en Londres». (Pensé que esto evitaría al autor posibles entrevistas.)

El libro causó cierta conmoción en los círculos médicos de Boston. Todos los estudiantes lo leyeron y se preguntaban: «¿Quién será este tal Hudson que
tan bien conoce los entresijos de la escuela de medicina?» Yo me unía a sus conversaciones y a mi vez preguntaba: «Sí, ¿quién será?»

Pero no quería que nadie lo supiera. La medicina era un asunto serio, y estaba claro que un estudiante que se dedicaba a escribir thrillers no mostraba
excesiva seriedad.

Algunos meses después, cuando me enteré de que el libro había sido nominado para el Edgar como el mejor libro de misterio del año, me asusté. Mi agente,
Lynn Nesbit, me llamó para decirme que si ganaba tendría que asistir al banquete de celebración y aceptar el premio. La perspectiva me horrorizaba, ya
que tendría que revelar mi identidad. Me consolé con la esperanza de que no ganaría.

Como si la suerte se hubiera confabulado contra mí, gané. Un viernes, a última hora de la tarde, me escapé en secreto del hospital, volé a Nueva York y
recibí el premio. Estaba encantado de recibir un Edgar. Durante las siguientes semanas, viví en estado de pánico temiendo que el premio llegara a oídos
de mis profesores de Boston. Pero nada de eso ocurrió. Incluso cuando el libro fue adaptado al cine, me las arreglé para mantener mi identidad en secreto.

Ahora que había conseguido el éxito como escritor, empecé a pensar seriamente en dejar la medicina una vez acabara la carrera. Y eso fue lo que al final
ocurrió. Es por todo esto que, retrospectivamente, siento un gran afecto por este pequeño libro.

Acerca del autor:  Michael Crichton fue un escritor y guionista americano de gran éxito en todo el mundo, siendo traducido a más de cincuenta idiomas y
vendiendo millones de ejemplares.

Cursó estudios de medicina en la Universidad de Harvard -costeados con sus primeras novelas-, formación que luego le sería de gran utilidad para crear
algunos de sus mejores éxitos, como la reconocida serie de televisión Urgencias.

Sus estudios como científico influyeron en la trama de muchos de sus libros, bordeando en muchos momentos la ciencia ficción. Se le considera como uno
de los primeros escritores de Techno-Thriller.

Sus obras literarias se cuentan por éxitos y la mayoría de ellas fueron adaptadas al cine. A destacar Devoradores de cadáveres (1973), Parque Jurásico
(1990) o Twister (1996).

Además, dirigió varias películas que lograron una buena aceptación, como Almas de metal (1973) Coma (1978) o Runaway (1984).

Tras su muerte en 2008, la editorial Harper Collins anunció la publicación póstuma de Pirate Latitudes y la posible redacción de otra novela más basada
en las notas dejadas por Crichton.

Cita 1.

“Prescribiré el régimen que sea bueno para mis pacientes, según mi juicio y mi habilidad, y nunca perjudicaré a ninguno. Ni para complacer a nadie recetaré
una droga mortal, ni daré consejo alguno que pueda causar la muerte. Ni tampoco proporcionaré a ninguna mujer los medios para que aborte. Antes bien, preservaré
la pureza de mi vida y de mi arte...» Del juramento de Hipócrates, que se exige de todos los médicos antes de entrar en la práctica de su profesión”.

Cita 2.

“Estúpidos, malditos bastardos — decía Conway; dio un puntapié a un cubo de desperdicios, que se deslizó ruidosamente rodando por el suelo —. Les aplastaría
los sesos; sus malditos sesos — decía Conway, gesticulando y mirando hacia el techo como si se dirigiera a Dios. Dios, como todos los demás, lo había oído
ya otras veces. El mismo enojo, los mismos dientes apretados y los mismos gestos. Conway siempre daba el mismo espectáculo; era como pasar una y otra vez
la misma película. A veces su ira iba dirigida contra el especialista torácico, a veces contra las enfermeras, a veces contra los anestesistas. Pero lo
raro es que nunca se volvía contra sí mismo”.

Cita 3.

“Jesús — dijo Conway—. Debí dedicarme a la dermatología. Nadie muere en dermatología. Abrió la puerta de un puntapié, y abandonó el laboratorio. Cuando
nos quedamos solos, uno de los internos de primer año, muy pálido, me preguntó: ¿Siempre hace lo mismo? Sí — dije—. Siempre. Me volví, y me quedé mirando
el denso tránsito que circulaba lentamente bajo la llovizna de octubre. Habría sido más fácil sentir compasión por Conway si no hubiera sabido que su actuación
era algo que hacía para sí mismo, una especie de ritual para desahogar su enojo cada vez que perdía un paciente”.

Cita 4.

“Había intentado dejar de fumar durante la semana anterior, y esta biopsia me alentó: era una protuberancia blanca en un pedazo de pulmón. La tarjeta rosa
que lo acompañaba llevaba el nombre del paciente, quien ahora se encontraba en el quirófano con el pecho abierto. Los cirujanos esperaban el diagnóstico
patológico antes de seguir adelante con la operación. Si se trataba de un tumor benigno, extraerían simplemente un lóbulo del pulmón. Si era maligno, extirparían
todo el pulmón y los ganglios linfáticos”.

Cita 5.

“Sonó el teléfono. Sabía que sería Scanlon abajo en el quirófano, meándose de impaciencia porque no le habíamos dado la respuesta en treinta segundos.
Scanlon es como todos los cirujanos.. Si no corta no es feliz. Odia tener que esperar, con el boquete que ha abierto en el individuo delante, el resultado
del laboratorio patológico. Nunca se para a pensar que después de haber seccionado el tejido para una biopsia y haberlo puesto en un recipiente de acero,
un ordenanza tiene que traerlo desde el ala quirúrgica del hospital hasta los laboratorios patológicos, antes de que nosotros podamos echarle una mirada.
Scanlon tampoco piensa que hay once quirófanos más en el hospital que trabajan incesantemente desde las siete hasta las once de la mañana. Hay cuatro internos
y patólogos trabajando durante estas horas, pero las biopsias nos desbordan. No podemos ir más deprisa”.

Cita 6.

“John, acaba de llamar Arthur Lee. Art Lee era un obstetra amigo nuestro; había sido padrino de nuestra boda. ¿Ocurre algo? Ha llamado preguntando por
ti. Se encuentra en un apuro. ¿Qué clase de apuro? Mientras hablaba hice una señal con la mano a un interno para que ocupara mi lugar. No podíamos detener
el trabajo. No lo sé — dijo Judith —. Pero está en la cárcel. Mi primer pensamiento fue que había algún error.

—¿Estás segura? Sí. Acaba de llamar, John. ¿Se trata de algo relacionado...?

—No lo sé — dije —. No sé más de lo que tú sabes. — Apoyé el receptor en el hombro y me saqué el otro guante; los tiré en un cubo —. Iré a verlo ahora
mismo; tú tranquilízate, y no te preocupes”.

Cita 7.

“Conduje mi Volkswagen fuera del aparcamiento reservado para los médicos, pasando entre brillantes Cadillacs. Los coches grandes eran propiedad de los
médicos con consulta privada; los patólogos reciben el sueldo exclusivamente del hospital y no pueden permitirse tales lujos”.

Cita 8.

“Art es amigo mío, y lo ha sido desde que iniciamos los estudios juntos en la escuela de medicina. Es un muchacho brillante y un médico hábil, y tiene
fe en lo que hace. Como la mayoría de los médicos con consulta privada, tiende a ser demasiado autoritario, demasiado autocrático. Siempre cree saber lo
que es mejor, y eso no lo sabe nadie en todos los momentos de la vida. Quizá se pasa algo de la raya, pero no puedo acusarle. Cumple una misión importante.
Después de todo, alguien tiene que llevar a cabo los abortos”.

Cita 9.

“No sé exactamente cuándo empezó. Creo que fue al terminar su período de interno en el servicio de ginecología. No es ninguna operación especialmente difícil;
una enfermera con un buen adiestramiento puede llevarla a cabo sin dificultades. Sólo existe un pequeño problema.

Es ilegal”.

Cita 10.

“Estuvo un rato tartamudeando indecisa, y al final estalló y me pidió un aborto. Yo me quedé horrorizado. Acababa de terminar mi período de residencia,
y todavía conservaba mi idealismo íntegro. Ella estaba obsesionada; se encontraba deshecha y actuaba como si se le hubiera hundido el mundo. Supongo que
en cierto modo así era. Todo lo que podía pensar era en su problema como mujer expulsada de la universidad, y madre soltera de un niño posiblemente deforme.
Era una joven bastante agradable y me dio pena, pero dije que no. Sentía compasión por ella, me sentí destrozado, pero le expliqué que tenía las manos
atadas. Entonces me preguntó si era una operación peligrosa, el aborto. Al principio pensé que tenía la intención de provocárselo ella misma, y le dije
que sí. Entonces ella dijo que conocía un hombre en North End que se lo haría por doscientos dólares. Había sido ordenanza en la marina, o algo así. Y
ella me dijo que si yo no quería hacerlo, le pediría a ese hombre que lo hiciera. Y se marchó de mi oficina”.

Cita 11.

“Estuve pensando en los abortos producidos por aficionados que había visto siendo interno, cuando nos llegaban muchachas desangrándose a las tres de la
madrugada. Y también pensé, sinceramente, en el temor que había sentido tantas veces en la universidad. Una vez con Betty estuvimos esperando durante seis
semanas que tuviera la menstruación. Sé perfectamente que nadie queda embarazado accidentalmente. No es difícil, y no tendría que considerarse un crimen”.

Cita 12.

“A menudo me pregunto — dijo— qué sería la medicina si la religión predominante en este país fuera la Ciencia Cristiana. Para la mayor parte de la historia,
desde luego, no hubiera tenido importancia. La medicina era algo muy primitivo e ineficaz. Pero supón que los «científicos cristianos» fueran los fuertes
en la época de la penicilina y los antibióticos. Supón que hubiera habido grupos influyentes que presionaran en contra de la administración de estos medicamentos.
Supón que hubiera gente enferma en una sociedad semejante que supiera perfectamente que no tenía por qué morir de su enfermedad, pues existía una medicina
sencilla que podía curarles. ¿No crees que habría también un mercado negro para tales medicamentos? ¿No moriría también gente por la administración de
dosis excesivas de ellos, o por productos impuros o adulterados? ¿No sería, en conjunto, un asunto feo y sucio?”

Cita 13.

“Escucha — dijo —. La moralidad debe seguir a la tecnología, porque si una persona se encara con el dilema de ser moral y estar muerto, o inmoral y estar
vivo, siempre escogerá la vida. Hoy en día la gente sabe que los abortos son una cosa fácil y sencilla. Sabe que no se trata de una operación larga ni
fastidiosa. Sabe que se trata de algo simple, y desea la felicidad que puede obtener de ella. Si la mujer es rica se irá a Japón o a Puerto Rico; si es
pobre, acudirá a un ordenanza de la marina. Pero, de una forma u otra, provocará el aborto”.

Cita 14.

“A medida que pasó el tiempo, me encontré personalmente con algunos casos en los que el aborto era, obviamente, la respuesta más humana. Art los hacía.
Yo me uní al doctor Sanderson en su trabajo en el departamento patológico. Arreglamos las cosas para que nadie pudiera averiguarlo jamás. Esto era necesario
porque los encargados de controlar los tejidos en el Lincoln eran los jefes de servicio, al mismo tiempo que un grupo variable de seis médicos. La edad
media de los hombres que formaban parte de esta comisión era de sesenta y un años, y a veces se daba la coincidencia de que al menos una tercera parte
eran católicos”.

Muy atentamente.

Luis Eduardo Cueva Serrano.

Aviación sin barreras.

Quito, Ecuador, Sudamérica.