Texto publicado por Fer

Memorias de un gay: El poemario de Jorge

Llegó a mis manos el primer poemario de Jorge, muy bien encuadernado. Pese a que era un poemario, me llamaron la atención un par de cosas que no encajaban, que rompían ese concepto. El primer texto después del índice era una llamada telefónica transcripta en forma de diálogo, llamada que mantuvo Jorge con una rubia que en realidad era un transexual. El segundo fue un cuento que decía así:

Para aquel viernes a la noche habíamos preparado el cumpleaños de 50 de Ramiro, un cliente de los tantos que tenemos en nuestra agencia. Yo trabajo organizando fiestas, fiestas de lujo, bodas, casamientos y demás. Diseñando detalles, ideas, ultimándolas, planificando y preparando las mismas al gusto del posible cliente. Yo, digamos, estoy en la cima, casi en el liderazgo. Por su parte, Diego, mi pareja, es un gran ayudante y según la ocasión ocupa diferentes roles. Yo también, si es necesario.
Ramiro, además de nuestro cliente era un gran amigo del barrio.
Diego y yo habíamos adoptado un bebé, que en este momento tenía ocho meses, a quién, por supuesto, no íbamos a dejar tirado y llevamos a la fiesta con nosotros. Cada vez que a causa de nuestro trabajo no podíamos cuidarlo, se lo quedaban Estela y Rafael, una pareja vecina. Ellos tenían una amistad en común con el cumpleañero, por lo que también asistieron a la fiesta.
Lo que jamás supe, era cómo cuidaban a nuestro bebé. A casa siempre regresaba lloroso, con ojos asustados buscándome y necesitando de mis abrazos y mimos. Otros vecinos del barrio me han comentado que Estela se quejaba debido a que el bebé no paraba de llorar. Argumentaba que Diego y yo lo malcriábamos tanto y por eso estaba así, llorando constantemente, en todo momento, fuera de la casa incluso, ya porque tuviera hambre, porque necesitara de nuestro cariño, porque sintiera algún dolor, o simplemente por el natural hecho de necesitar llorar y llamar nuestra atención, hecho que para nosotros no era ninguna molestia. Siempre lo hemos amado tanto como si fuera nuestro hijo biológico, ese que una pareja gay no puede permitirse, a menos que se hagan técnicas de reproducción asistida que desde ya, no nos íbamos a permitir. Nuestro niño no llegaba nunca con un moretón, un golpe, un rasguño. No, nada de eso, pero sí una cara de susto… Y me constaba que estela mucho no lo quería, o lo cuidaba más que a regañadientes, porque con solo mirarla a los ojos yo pude saber muy bien que, en realidad, Estela era ese tipo de mujer que tiene tal grado de envidia, que llega al extremo de hacerte maldades. En efecto, Estela y Rafael han probado muchísimas técnicas para tener un hijo y, pese a los avances de la medicina, no lo han logrado. No me extraña, entonces, que Estela sintiera envidia de nosotros, que siendo una pareja Gay hayamos adoptado a este bebé, al menos, mientras vaya a saberse por qué, tal vez por desacuerdo o por falta de plata, ellos no adoptaron a nadie.
La pareja y nosotros asistimos a aquella fiesta, donde Diego y yo debíamos trabajar durante toda la noche.
Sonó una radio, que la usábamos como los policías o los militares para comunicarnos en la agencia.
_ ¿Diga?
- ¡Jorgito!
- ¿Cómo le va, Míster Mowgli? -era nuestro jefe. Le decíamos Míster Mowgli, por su gran parecido físico. Podía ser perfectamente su representación adulta.
-Bien, muy bien. ¿Cómo estamos para la fiesta?
-Muy bien, Mowgli, todo salió según los planes.
-Perfecto. Recuerden que tienen 70 personas y dura aproximadamente hasta las 6 de la mañana.
- ¿No eran 60?
-Son 70, Jorgín. Espero que no se hayan quedado cortos en algo…
-No pasa nada, en todo caso puede haber una persona más, una persona menos.
-De acuerdo. ¿Cáterin y demás?
-Todo en orden, Mowgli, por suerte.
-Buenísimo. Cualquier inconveniente…
-Claro, maestro.
-Mucha suerte, y ¡nada de ponerle los cuernos a Dieguito, que te conozco! -me reí de buena gana, con Míster Mowgli hacemos bromas desde siempre. Al timón de nuestro auto japonés, con todo el material en el baúl y nuestro bebé siendo cuidado por ambos y en turnos, llegamos por fin al salón donde Ramiro festejaría sus 50 primaveras.
Comenzamos a preparar y armar. La música, de lo que Diego se haría cargo esta noche, la comida, y demás. La decoración estaba espléndida, resultó una obra maestra, fruto de nuestra mente.
Comenzó a llegar gente, uno más desconocido que otro, hasta que amigos y familiares de Ramiro fueron apareciendo y entre el montón, Estela, desfilando como una top model, embrujando a los ojos masculinos y heterosexuales que rondaban por allí, luciendo demasiado maquillada y arreglada, de la mano de su flamante pareja. Yo me sentía bastante tenso. Estela y su marido cuidarían al bebé, pues Diego y yo estaríamos sumamente atareados, de manera que no podríamos atenderlo y ellos, que eran las únicas personas que podían concedernos ese pequeño favor, estaban ahí junto a nosotros. Por primera vez vería en persona, con suerte, qué ocurría en manos de aquellos en nuestra ausencia.
Minutos después, tras saludarnos y cerciorarme de que en efecto Estela era una mujer de cuidado, me preparé para sufrir, si acaso. Se quedaron con el bebé, quien me miraba con ojos suplicantes y asustados y lloraba desconsoladamente. No vi ningún signo de agresión en ninguno de sus dos cuidadores. Sí vi que el rostro de Estela no era el mejor, y Rafael lucía muy sereno, diría que impasible. Diego ya estaba en la cabina pasando música, y yo con otras compañeras de la agencia sirviendo entrantes y bebidas.
Al cabo de un rato vi lo que nunca he querido ver. Nuestro niño estaba en brazos de Estela. No lloraba, pero sin duda no se encontraba bien. De repente, mientras la concurrencia cenaba el segundo plato, consistente en pollo al champiñón con papas españolas, el bebé comenzó a removerse inquieto y llorar a todo pulmón. Vi a Estela con una cara de odio notable levantándole la voz, sujetándole fuertemente de la cabeza en un gesto que no me gustó nada. Me sentí mal, pero en ese momento debía continuar mi trabajo, por lo que solo atiné a lanzar una mirada de advertencia hacia allí, con la esperanza de que Estela entendiera que la vi sujetando de malos modos al pequeño.
Más tarde, en pleno bailongo, momento en que Diego no podía salir de la Cabina para nada y donde yo debía continuar una ronda interminable junto a mis compañeras, fui testigo de algo peor. El bebé comenzó a chillar en brazos de Estela. Rafael chalaba junto a otros señores indiferentes a todo. Estela le dio sin dudar un segundo una bofetada que juraría que resonó por el salón. Con las manos ocupadas, como ante este gesto no pude permanecer impasible, me acerqué a la cabina.
- ¡Amor! -le hice una seña a Diego para que viera lo que estaba ocurriendo. Y en ese momento, una nueva bofetada en la carita de nuestra criatura. Diego empalideció. No dudé de que se debió sentir tan mal como yo. ¿así que lo hacían sufrir a nuestro pobre niño, que era el hijo que no podíamos tener? ¿Cómo se nos ocurrió confiar en esa malvada mujer? -y mientras, como podíamos nos acercábamos a la mesa donde ahora Estela golpeaba repetidas veces al bebé sin piedad, realmente indignados.
-Estela, ¿qué hacés? -exclamó Diego sin ocultar que estaba enojado.
-Preguntáselo a tu bebé de mierda, que no deja de llorar. Aprendan a criarlo, porque ustedes solo lo miman. -respondió ella tan tranquila, dándole un puñetazo en la cabeza y provocando así un llanto más fuerte.
- ¿Cómo querés que deje de llorar? ¡Le hacés daño! ¿No te das cuenta? -gritó Diego, intentando sacarle el bebé a aquella mujer y tomándolo en brazos tras algunos intentos. Sonó la radio, que por suerte la llevaba conmigo. Era Míster Mowgli.
- ¡Hey, a trabajar! - ¿me estaba espiando?
-Esperá, -le dije, -que están maltratando al bebé.
- ¡Bueno, dale, que tus compañeros también tienen cosas que hacer -sentenció y se cortó la comunicación! Volví la vista, y Diego regresaba a la Cabina con una furia sin intenciones de ocultar, y una de mis compañeras ya estaba con el bebé en sus brazos mientras otra se liaba a golpes con Estela. Yo quise intervenir, pero entonces dos copas cayeron al suelo, despedazándose en mil cristales por el piso. Ahora se habían complicado las cosas. Una persona debía tener al bebé, nunca aquella maldita mujer por supuesto, no vaya a terminar matándolo, mientras otros debían limpiar el estropicio y los restantes atender a la concurrencia.
Fue un momento de agonía general, en el que, sin embargo, intentamos dar lo mejor de nosotros como la agencia profesional que éramos, y que la fiesta continuara sin mayores contratiempos.
Eran las 4 de la mañana. El cuerpo sin vida del bebé yacía sobre una de las mesas, entre copas, ceniceros y contenedores. La fiesta, que duraría hasta las 6 de la mañana, se ha suspendido. Los invitados se comenzaron a marchar apresuradamente. Nos hemos tenido que quedar limpiando, ordenando y desarmando, mi amor y yo con el corazón en la boca. El caso de nuestro bebé será resuelto en un futuro.

¡Esperá, esperá!
¿Qué pasó? ¿Cómo murió el bebé? ¿Qué le hizo Estela? ¿Qué sucedió luego? Son interrogantes. Intenté buscar estas respuestas en siguientes páginas, a ver si había alguna segunda parte. Creí ver algo que indicaba una posible continuación, pero no, no era. El resto del libro resultaron ser poemas a cuál más cursi, sin duda de Jorge para Diego, de una sensibilidad gay que no me atreví a leer. Mucho me temo que el lector, entonces, tendrá que contarme qué sucedió en aquella fiesta, según su imaginación.