Texto publicado por Fer

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 5 años.

Una pequeña heroína.

Camila tenía una apariencia tan tierna, dulce, inocente y angelical que a quien la veía le costaba creer que fuera una niña mala, hasta que esa persona lo viera con sus propios ojos. Ella siempre ha tenido todo lo que quiso. Su mamá, tan dulce y suave, únicamente retándola cuando la tenía que retar, la ha complacido en todo. Ha tenido demasiados juguetes con los que divertirse desde bebé, mayormente electrónicos. Ha tenido muñecas y las rechazó enérgicamente. Ella sabía de alguna forma que era una niña diferente. Mala, lo que se dice mala, ella misma no se definía como tal, pero detrás de esa apariencia de pura dulzura se escondía un carácter endiablado que, si se le intentaba quitar a golpes, aumentaba. Ahora tenía 10 años. En la escuela todos la querían, e incluso quienes no le hablaban o no se le acercaban, sin duda por temor, la admiraban. Yo también, por supuesto. Fue mi compañera y una gran amiga. Ella era tan astuta que, por ejemplo, si todos salíamos al recreo, ella sabía colarse entre la gente, volver al aula, abrir las mochilas de los demás y arrasar con la comida que traíamos. Especialmente con lo más rico, siempre escondiéndose, para no ser descubierta. Se comía los dulces más deliciosos y dejaba a los más chicos únicamente con lo menos rico. Nosotros, resignados, debíamos conformarnos con nuestra mala suerte. Se la ha reñido, se la ha mandado a dirección, se le ha regañado por otros malos comportamientos. Pero nada sirvió. Ella, niña tan tierna a la vista y sin embargo mucho más inteligente y lista que cualquiera de nosotros, los gansos de sus compañeros, sabía salirse con la suya de forma que al final, se ganaba hasta a la directora. No había nada que hacer. Citar a sus padres no era una opción. Llamar a casa tampoco. Si se la mandaba con una nota en el cuaderno, ella era tan lista para tacharla discretamente, y claro, jamás mostrar el cuaderno con tales notas, solo con buenas notas que también tenía. Si se intentaba llamar por teléfono a la casa, nunca daba tono éste, ya que la niña era tan lista para desconectarlo antes de marchar al colegio, y su mami jamás se daba cuenta. Claro, ella regresando del colegio volvía a conectar el teléfono y eliminaba el registro de llamadas. Solo había una persona a la que Camila jamás se ganó. Era alguien a quien detestábamos todos. Era nada más ni nada menos que el profesor Varone, un viejo cascarrabias algo jorobado, incuestionablemente feo y con el deseo de jubilarse de una buena vez esculpido en ese rostro de cara de culo que parecía acompañarlo a todas partes. El viejo Varone era un sabio nato, diciendo palabras a cuál más rebuscada y atropellada, lanzando escupitajos a diestra y siniestra, alguien a quien era mejor no callarle la boca. De lo contrario, si uno se ponía rebelde, le cuestionaba algo o le levantaba la mano en pleno discurso, lo hacía desaparecer. Gritaba, tenía un carácter que daba miedo. Si uno se portaba mal, lo jalaba fuertemente del pelo o de las orejas, se lo llevaba a rastras a una esquina del salón, esparcía maíz en el piso y obligaba al alumno a arrodillarse allí tanto tiempo como a Varone le diera la gana, así pasen horas. El alumno en cuestión no podía siquiera ir al baño así se estuviese meando encima. Los matoncitos de la secundaria algunos días antes de lo que estoy por contarles, se habían reunido y habían acordado pintar grafitis por toda la escuela difamándolo y mandándolo a la concha de su sin duda difunta madre. La reacción de Varone no se hizo esperar, cuando una mañana entró a la escuela, con su cara de perdonavidas, con notorias ganas de comerse vivo a alguien y se encontró la sorpresa de su vida. ¡En qué ataque de cólera montó el hombre! Desde luego, los grafitis eran anónimos, así que, como buen viejo cascarrabias que era, y con la preceptora pisándole los talones con la cabeza gacha cual perrito asustado (porque presumí siempre que la preceptora le tenía un pánico nada reprochable) entraban aula por aula a interrogar uno a uno a los muchachos de cada curso. Camila, niña mala como ella sola, que tenía una gran relación con los matoncitos de la secundaria, había pintado muchos grafitis escribiendo protestas e insultos, siempre con diferente letra, sabiamente, para no ser descubierta. Camila y Varone eran enemigos íntimos, de lejos notábamos todos cómo se detestaban mutuamente. Pero, además, Camila era la única que no se le quedaba callada. Siempre le contestaba y le levantaba la voz sin que le temblara un músculo, más que de la pura rabia. Y si Varone se atrevía a ponerle una mano a dos metros de cualquier parte de ella le demostraba una gran superioridad física, moral y hasta sexual, pues dejaba en claro ante todos que ante los ovarios, los huevitos no eran nada. Y Varone, cagándose en toda la familia y los antepasados de la criatura, no tenía otra opción que continuar la clase con la cola entre las piernas. Si Varone tocaba a algún amigo o amiga de Camila, ella corría en su defensa y (una vez más la intervención de los demás adultos no servía) si lo veía necesario, le metía un hermoso sopetón a puño cerrado. Sí, le pegaba valientemente. Se acercaba, a finales de aquel año, el examen integrador. -Vos vas a dar examen oral. Como no apruebes, te juro que no vivís para contarlo -le gritó Varone a Camila, una clase antes del examen, mirándola con un odio ya nada disimulado. Ella por toda respuesta asintió lanzándole una mirada feroz. Llegó el tan ansiado día. Cuando empezó la clase de ciencias sociales, Varone iba a llamar uno a uno a los chicos a exponer oralmente lo que habían visto durante todo el año, hasta no más de 10 minutos. La primera en tener que pasar, como era de esperarse, fue su peor enemiga del curso. Ella había venido bien preparada. Discretamente, antes de que el profesor entrara y lejos de nuestras miradas, sacó una navaja de bolsillo de su mochila y un spray paralizante. Se había guardado ambas cosas en el bolsillo grande de su buzo para tenerlas preparadas para cuando llegara su turno. Varone la hizo pasar al pizarrón de malos modos. Ella, sabiamente, pasó adelante, simulando la sumisión que aquel viejo esperaba de nosotros, los pendejitos descerebrados y pusilánimes, los que no éramos capaces de aprender. Así, comenzó la tanda de preguntas. Entonces la niña comenzó un discurso que, contra todo pronóstico, tenía muy bien preparado. Por algo incluso ha llegado a sobresalir en los exámenes, mirándonos a todos con una tremenda superioridad intelectual. Varone tenía la mirada más atenta en la hoja en que tomaba nota, mirada perdida, cansada, en todo caso se notaba que el viejo Varone deseaba más sacarse a aquella pequeña diabla de encima. Esto era una gran ventaja para ella. Hablando sobre no sé qué batalla, sorprendiéndonos a todos con su determinación, discretamente y con sigilo recogió el aerosol. Antes de que Varone se percatara, ella lo bañó con una buena ración. Éste dio un grito, súbitamente y cayó de culo al piso, permaneciendo inmóvil, con la cabeza inclinada hacia atrás. Antes de que cualquiera de nosotros pudiera mover un músculo a favor o en contra de cualquiera de los dos, la niña le asestó un gran tajo con la navaja, clavándosela en el cuello con todo el odio contenido hasta entonces. Varone dio su último alarido, alarido atronador que debe haber alarmado a más de la mitad de la escuela. La navaja, el uniforme del profesor y el piso se habían manchado de sangre caliente. Nosotros estábamos impactados, yo personalmente por la inteligencia, rapidez y poder de mi amiga para con el profe. Los chicos aplaudieron, incluso los más obedientes y sumisos. El escándalo posterior no se hizo esperar. La directora (otra mujer cara de culo) la preceptora y otro personal de la escuela, incluyendo los otros profesores no podían creer lo que habían visto. Lamentablemente, la niña no iba a poder salir del crimen con las manos limpias. Yo no decía nada, al revés, de hecho, esperaba para abrazarla y darles mis más sinceras felicitaciones y grandes muestras de admiración y cariño sincero, pues con este acto a nuestro entender heroico, yo la quería cada vez más. Pero los chicos no se quedaron callados, tal vez debidos a la euforia. Juraría, según lo que pude ver, que varios colegas del viejo Varone disfrutaron de aquello, aunque claro, actuaban y debían cumplir el rol contrario. Los papás de Camila se querían morir. Lo que nadie sabía es de dónde ella había sacado el Spray y la navaja. La retaron, la pusieron en penitencia, la expulsaron del colegio. Una lástima. Desde que se fue, sentí que perdí a una amiga. Años más tarde, me la encontré gracias a las redes sociales. ¡Estaba enorme! Se acordaba de mí, me aceptó la solicitud de Facebook y me hablaba con un cariño que yo creía, no sentía ni por mí ni por nadie. Vi sus fotos, era enorme. Hacía deporte. Había terminado la secundaria sin mayores inconvenientes, eso sí, sin aprender nada. Ha sabido engañar siempre a los profesores, quienes creían que ella realmente estudiaba y aprendía. No, no aprendió un carajo. Siempre ha sido una nena mala, orgullosamente mala, astuta, lista, superior a los demás. Ha sabido copiar discretamente, leer a último momento, cosas así.