Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez

solo un 19 de septiembre mas...

Un grito angustioso en la oscuridad lo despertó, al doblarse para abrazar con fuerza su almohada se dio cuenta de que era él quien había gritado, lo supo por el ritmo acelerado de su corazón, en los últimos días no podía evitar las pesadillas que lo perseguían cada vez con mas frecuencia ¿hasta cuando iba a poder desterrar de su mente aquellos días?, ¡si al menos pudiera superarlos! pero cada vez que cerraba los ojos volvían a él los tormentos vividos y parecía que en ese instante se repitieran. Y la historia de su vida desfilaba de nuevo frente a él repitiendo las mismas preguntas:

Cuantas veces te has preguntado ¿por qué a mí? Sin poder obtener respuesta alguna. Y cuantas otras has dicho “hubiera sido mejor que…” pero nadie conoce la trama de su destino cuando nace, todos conocemos el lugar, al menos de oídas, donde nacimos, todos elegimos el espacio en el cual crecimos y elegimos donde vivir por un tiempo o quizá para toda la vida. Pero eso sí, nadie sabrá nunca donde o cuando morirá.
Mi vida, como la de muchos otros seres se desarrolló tranquila en los primeros años, con los problemas inherentes a la niñez o a la adolescencia, pero superados sin el mayor esfuerzo. Fue todo lo normal que puede ser una vida dentro de una familia grande, llena de afecto por parte de los padres y hermanos. Una de esas familias provincianas que, siendo muchos miembros, no todos tienen la suerte de estudiar y tener una profesión para mantenerse. Por tal razón tuve la necesidad de empezar a trabajar apenas hube concluido mi secundaria. Trabajos sencillos, pero no por esto dejaron de ser importantes para mí.
El tiempo pasa y los sueños de la adolescencia se vuelven más exigentes y requieren de formas y cuerpos para sentirse bien, así que a mis diecisiete años empecé a formar una familia con la joven que, a mi parecer, era la mas hermosa del mundo, que digo del mundo ¡del universo entero!, sin embargo, dice un dicho: “Cuando el hambre entra por la puerta… el amor se va por la ventana”, así, con el nacimiento de mi único hijo comprendí que no todo era cariño e ilusión, que necesitaba los medios suficientes para sacar adelante a aquellos dos que eran mi adoración, por lo que emigré a la ciudad de México en busca de mejores oportunidades para trabajar, solo contaba con mis fuertes brazos, la honradez que heredé de mi padre y la gran ilusión de hacer fortuna para llevar conmigo a quienes amaba.
Al pasar de los días me dí cuenta que venir a esta ciudad no fue la mejor de las ideas, pues con hambre y frío vagaba por aquellas calles que al principio me parecían hermosas, ahora solo eran una maraña sin salida ¿a quien le parecerá bella una ciudad después de recorrerla a pie durante días y noches? mis sueños estaban rotos y ni siquiera tenía el consuelo de llegar a un hogar en donde me esperara la cara sonriente de mi hijo y el cariño de mi mujer. Pasaron los años y por vergüenza no regresé a mi casa a pesar del gran amor que tenía por mi familia, por fin un día encontré en mi caminar de vagabundo a un hombre que sin conocerme me tendió la mano y me regresó la dignidad de sentirme humano otra vez. Me llevó a trabajar con él a la Secretaría de Educación Pública como un mozo, aunque para mi fue como si me hubiera hecho rey, pues por fin tenía para comer y vivir en forma modesta pero ya era algo, fue entonces que recibí la noticia, mi padre había muerto de tristeza al no saber mas de mi y mi madre estaba en un estado depresivo tan terrible que tuvieron que llevarla de interna a un hospital psiquiátrico, mi mujer vivía con otro hombre creyéndome muerto y mi hijo, quien ya estudiaba la secundaria ni siquiera se acordaba de mí. En esas circunstancias ¿para qué volver a mi tierra? ¿para que desestabilizar lo que el tiempo había acomodado de esa manera?
Me aferré a mi trabajo como tabla de salvación pues era lo único que me quedaba. Mi jefe, el hombre que me ayudó antes, nunca me dejó solo y de vez en cuando me llevaba a cenar a su casa, tenía una bonita familia, su mujer muy guapa pero modesta en sus acciones y la adoración de su vida era su niña a quien llamaba “mi chinita”, haciendo honor a sus ojos jaladitos y su cabello rizado, quien tan solo a sus tres años ya había conquistado el corazón de varias personas que laboraban en la oficina de su padre, ya que con frecuencia iba de visita con su madre a quien daba tremendos sustos, pues cuando menos acordaban ya andaba por los archivos saludando a unos y otros trabajadores, ver a esa niña era como ver salir el sol y con su risa de cascabel me hacía olvidar mi soledad y mis penas.
Transcurrió el tiempo para unos muy de prisa, para mi muy lento, mi única alegría eran los jueves de cada semana en que la señora Gilda llegaba a las oficinas llevando de la mano a su pequeña chinita, esos días eran los mas livianos para mi, ya que generalmente se me hacían pesados pues mis labores iniciaban a las cinco y media de la mañana.
Corría el año de 1985 y como en el mes de septiembre el día 17 para ser exacto, era mi cumpleaños y yo me había propuesto hacerme ese año un regalo muy especial para el que estaba ahorrando desde hacía tiempo, era un pequeño televisor a blanco y negro que me había gustado desde el primer instante en que lo miré en la tienda. Pero el destino quiso que el regalo llegara hasta un día después y con mucha ilusión llegué a mi modesto departamento para prender la televisión y mirar alguna película o lo que fuera. Empezó entonces una película de guerra con aviones y me emocioné tanto que esperé hasta el final para saber si en algún momento entraban realmente en acción, pero todo pasó, dicha película fue un fraude para mi y sin darme cuenta ya era demasiado noche así que me fui a dormir casi en la madrugada…
Algo sucedía en mi alrededor, sentí como si el piso se moviera, sin embargo solo abracé fuerte mi almohada y seguí durmiendo pero a la siguiente vez que tuve la misma sensación me levanté para checar la hora ¡dios mío!, ¡pero si son casi las ocho de la mañana! Entré de prisa en el baño y me di una ducha lo mas rápido posible, pero algo ocurría y no podía dejar de tener esa sensación…Abrí la puerta de mi vivienda y fue muy raro no encontrar a nadie en los pasillos. Al llegar a la puerta que conducía a la calle y abrirla me quedé atónito, una nube de polvo invadía la ciudad pero lo más asombroso fue ver a tanta gente en la calle corriendo de un lado a otro, unos lloraban, otros gritaban… aún así, sin comprender que era lo que estaba pasando me abrí paso entre la gente y caminé rumbo a mi trabajo que estaba a solo dos cuadras. En esos momentos en los que contemplé tanta desesperación y congoja en la gente, mi cerebro se bloqueó y solo sabía que tenía que llegar a mi oficina. Saqué un pañuelo para amarrarlo en mi nariz y boca pues con tanto polvo no se podía respirar. Doblé la esquina y ahí estaban dos compañeras secretarias en las oficinas, lloraban histéricas y al verme me decían “Abelito, vaya por la otra calle para que llegue al estacionamiento a ver a quien puede usted ayudar”, sin poder pensar ni aclarar mi mente eché a correr para luego parar en seco… ¡ahí, frente a mí, estaba el edificio de la Secretaría derrumbado por la mitad. Corrí lo mas aprisa que pude hasta el estacionamiento y brincando una grieta que se había abierto en la calle llegué hasta él, estaba lleno de escombros, pedazos de muebles y papeles, muchos papeles. Ahí estaba mi jefe llorando como un niño y al verme solo decía: “mi chinita abuelito… mi chinita” .Por fin salí del shock para entrar en otro mas grande, la niña y la señora Gilda no habían podido salir del edificio… Se escuchó una voz pidiendo ayuda, los que ahí estábamos fuimos a levantar unos escombros y debajo encontramos una chica casi destrozada pero viva…Mi jefe nos organizó para entrar en diferentes puntos, quizá con la esperanza de encontrar a su familia con vida. Fue el día de mas terror en mi existencia y como un autómata me dediqué a sacar escombro para entrar en las oficinas que aún no se derrumbaban, gritos desesperados, llanto y maldiciones se oían por todas partes y debajo de aquellas vigas encontramos a muchos conocidos apachurrados o hechos pedazos, no sentía cansancio pues mi cerebro solo registraba la imagen de la niña a la que con toda mi alma quería encontrar con vida. No se cuánto tiempo pasó, solo sé que al descender en uno de los niveles se sintió otro movimiento de la tierra y todo se nos vino encima, por fortuna en el espacio donde estaba parado en ese momento, era firme, vi como mi jefe caía a mi lado y tomándolo por un brazo lo pude detener, no así a otros compañeros que desaparecieron en el alud negro y sombrío que los dejaría sin vida. Ahí en aquel rincón pasaron las horas no sabíamos si era día o noche y cuando el cansancio nos ganaba recargábamos las fuerzas de uno en el otro y dormíamos quizá por largo tiempo. En uno de esos momentos en que mi jefe dormía pedí fuerzas al cielo para no desfallecer y salir de ahí para salvar la vida de aquel hombre que un día me había salvado a mi… tales eran mis pensamientos cuando escuché a través de las piedras un ladrido…
-señor ¿oye usted ese ladrido?
-no, Abelito, no escucho nada
Me pareció que el ladrido se alejaba y con desesperación empecé a quitar algunas piedras de mi lado provocando el terror de mi jefe quien desesperado me pedía calma, mas yo en la total desesperación quité algunas mas y empecé a gritar, estaba al borde de la histeria cuando una voz que no era la de mi jefe me habló calmada y sosegada pidiéndome tranquilidad, diciendo que ya tenían localizado el sitio en el que estaba, que no me moviera mas para no provocar otro derrumbe… He apretado mis ojos con fuerza para que al abrirlos ya estén acostumbrados a esta oscuridad aterradora, fue como si de pronto la vida se parara en el tiempo y hasta los ruidos callaran, solo el bombeo de mi corazón interrumpe mis pensamientos de vez en cuando, no se si en algún lugar del mundo haya calabozos parecidos a este espacio en el que estamos, no hay ruidos, ni luz y pareciera que el aire se terminará también en cualquier momento… solo mi compañero, que no se si duerme o delira, sin embargo sus palabras me atemorizan mucho y cuando pronuncia el nombre de su esposa o de su chinita se me parte el alma y me dan deseos de seguir quitando piedras…
Mas, sin embargo, me sigue relatando Abel, pronto llegaron a ellos los topos humanos que, guiados por los perros especiales encontraban a la gente viva o muerta. Los sacaron con mucho cuidado y envueltos en mantas fueron llevados hasta uno de los lugares que habían sido improvisados como hospitales debido al número tan grande de personas que necesitaban ayuda. Cuando se sintió con fuerzas dejó el lugar y se incorporó a sus labores en lo que quedaba de las oficinas. Unos días después regresó su jefe quien en un gesto de agradecimiento lo subió de puesto y le ayudó para que fuese cambiado a las oficinas que había en su ciudad natal, ahora con añoranza me dice: ay, joven, la vida me llevó por muchos caminos y me hizo conocer el valor de la amistad. Ahora estoy aquí y tengo la fortuna de vivir con uno de mis nietos en el que he volcado todo el amor de padre que un día frustré por mi terquedad. Aún no puedo superar los días que estuve enterrado pero espero que un día Dios me ayude a olvidar… fin marilupis