Texto publicado por Irene Azuaje

El insulto del día

Zángano.

Parásito, holgazán; individuo que vive del trabajo ajeno, pues no sólo no trabaja sino que intenta vivir mejor que quien lo hace, y a sus expensas. Cervantes, en el Quijote, hace este uso del término: "La gente baldía y perezosa es (...) lo mesmo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen". Y su coetáneo Covarrubias, en el Tesoro de la Lengua, (1611) agrega la siguiente coletilla: "De aquí vino llamar çánganos a los holgaçanes y floxos, que sólo sirven de comerse el sudor de los que trabajan". Tirso de Molina, algo posteriormente, añade a la holgazanería la calidad de mentiroso que tienen estos individuos:
... si la cuenta confías de un zángano entremetido te dirá que te ha servido tres mil y seiscientos días.
Es puesto como ejemplo por los predicadores y moralistas de los siglos de oro, de lo que la sociedad no debe permitirse: la ociosidad. Juan de Mal Lara, en su Filosofía vulgar, (mediados del siglo XVI) escribe: "Sin saber si sus hijos tienen habilidad, los ponen con manto y bonete a que estudien y se anden hechos unos zánganos, comiendo la hacienda de los otros hermanos". La voz se toma en sentido figurado de su acepción principal: la abeja macho, carente de aguijón, que no elabora miel, y cuyo cometido único es fecundar a la reina. En cuanto a su etimología, a pesar de la advertencia razonable de Corominas en su Diccionario Crítico, parece buena la tesis de Covarrubias: "Díxose çángano, quasi çancano, por ser largo de piernas, a diferencia de las abejas, que por tenerlas tan pequeñas se dixeron apes". El lector amable tiene la palabra.