Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuento y fábula.

Cerca de unos prados

Que hay en mi lugar...

Tanto el azar, como la suerte o la casualidad, tienen una fama excelente. Cuando alguien dice haber tenido suerte se da por sentado que algo bueno le ha pasado. Pero lamentablemente hay una realidad que la estadística se encarga de ponernos ante los ojos. Es mucho más probable que algo malo nos pase, que el que tengamos buena suerte.

Las variables que condicionan nuestra vida podemos clasificarlas en propias y externas. De unos hechos somos responsables nosotros mismos. Trabajamos, ahorramos, nos esforzamos, o todo lo contrario y eso de alguna manera guía nuestra vida. De otra parte, también podemos nacer, morenos de piel, en un entorno marginal de Puerto Príncipe, o que seamos la alegría de los lores de Edington, y cuando nuestra madre nos haya traído al mundo, ya tengamos la plaza reservada para asistir a Eton.

Y es que la casualidad va de la mano de la probabilidad. Cuanto más probable es un hecho, menor valor tiene el que se produzca. Hay muchos más morenitos de piel marginales, que lores en Inglaterra.

Que gane Nadal al tenis, tiene indiscutible mérito, pero no podemos definirlo como casualidad. Si yo jugase al tenis con Nadal, ahí la probabilidad de mi triunfo, estaría condicionada por hechos extremos, por ejemplo que le cayese un rayo en la pista y que lo limitase físicamente o cosas similares. Por tanto mi triunfo sí sería una casualidad.

No es suerte ni casualidad que cada día amanezca. Aquí la probabilidad es tan grande que se acerca mucho a la certeza. Y digo que se acerca mucho porque,¿quién sabe lo que ocurrirá mañana?

Todo este preámbulo, que Uds. están leyendo pacientemente, no es más que la introducción a lo improbable, pero que me ha sucedido, y que me tiene altamente preocupado desde hace quince días.

Lo contaré desde su principio. Desde hace varios años, cada dos meses me reúno con mis antiguos compañeros del colegio. Mi colegio era confesional y solo íbamos varones. En la reunión no estamos todos ni mucho menos, los habituales somos como una docena, pero rara vez somos más de ocho.

El jueves pasado fuimos solo seis. Llovía y hacía frío. Eso siempre disuade. Nos reunimos en una cafetería próxima a Plaza de España, ya que allí hay un aparcamiento subterráneo, cavernoso cuando se desciende a las plantas inferiores, en que se suele encontrar hueco casi en cualquier fecha.

La conversación trató como siempre del trabajo, mujeres, política y finalmente se da paso a algunos chistes, casi nunca originales, pero que nos gusta oírlos por enésima vez.

Durante ese rato el tiempo retrocede treinta años, y con eso nos sentimos satisfechos.

Yo ese día me sentía con cierta euforia. Los incentivos de la empresa se habían repartido y por primera vez en varios años, no había salido defraudado. Quizás por esa razón pedí el segundo Whisky JB (sin agua ni hielo, en vaso largo), que contribuyó a que mi euforia inicial se mantuviese intacta, o quizás incrementada, hasta los abrazos de despedida.

Al salir la lluvia aun proseguía. Tapado con el paraguas, y con la bufanda al cuello, regresé hasta el aparcamiento. Pagué en el cajero automático y me fui ticket en mano a los ascensores.

Sótano cuarto. La proximidad de las fiestas de Navidad trae a mucha gente hacia el centro. La iluminación, en esa última planta no debería ser distinta a las otras, pero el mantenimiento de los puntos de luz deja algo que desear, y algunos tubos fluorescentes parpadean o están apagados. Tomé nota de la plaza en que lo aparqué. La 561 de la planta menos cuatro. Fui entre los coches hasta ver mi matrícula en la penumbra. Entre mi coche y la pared de mi izquierda había un mercedes, negro, grande y sucio de polvo. Ese coche llevaría allí varios días.

Las innovaciones se aplican antes en los coches que los domicilios. Desde hace más de diez años los cristales de las ventanillas son automáticos, pero son aun pocas las casas en que las persianas están motorizadas. Con las llaves de coche pasa lo mismo. Raro es el coche que no obedece al mando a distancia de una llave electrónica. Y en el bolsillo cargamos con un racimo de llaves clásicas para el garaje, el portal, y la puerta del piso.

Estas llaves de coche son muy sofisticadas y cada una lleva un código propio de 128 impulsos, que hace que el automóvil tenga un código propio, que en teoría se repetirá cada sextillón (un uno, seguido de 36 ceros) de automóviles. El hecho de que con mi llave se active otro automóvil es tan improbable, como el caso que contábamos antes de mi victoria sobre Nadal.

Pero... el hecho es que cuando pulsé el botoncito de mi llave del coche, que está rotulado con un candado abierto, se oyeron dos “clicks”. El de mi coche, y en el Mercedes.

Repito que mi estado de ánimo estaba alterado y eufórico. Probé a cerrar y ambos coches actuaron igual. Volví a abrir y se volvieron a abrir. Como estaba aun en la parte de atrás, pulsé la apertura del maletero. “Toc”, en ambos maleteros sonó la apertura del cierre y se elevaron unos centímetros. Miré alrededor. Sólo se intuía la presencia de dos humanas con niños a más de cincuenta metros, debían volver de los mercadillos de la Plaza Mayor.

Levanté el capó del Mercedes. Había dos maletas. ¡Qué maletas! Loewe, piel de cocodrilo, tono verdoso oscuro. Solo como las que se ven en las películas de época. Me di cuenta que aun llevaba los guantes puestos. Eso me dio el impulso final. Fueron no más de 15 segundos. Ambos maleteros estaban cerrados, pero las dos maletas estaban ya en mi coche. Volví a mirar alrededor. Con la poca luz no había riesgos de cámaras visibles ni ocultas. Subí al coche, y actué de nuevo la llave. Se cerraron las puertas de mi coche y las del Mercedes. Arranqué e inicié la salida del aparcamiento.

Con la gabardina puesta y la bufanda estaba agobiado. Me resultaba muy incómodo para conducir, pero no quería pararme. Subí las cuatro plantas por la espiral de salida hasta colocarme en la cola de automóviles que esperaban para salir, ¡Que nervioso me sentía!

En la Plaza de España seguía el tráfico semi-parado. Finalmente pude doblar, a la izquierda, hacia la calle de la Princesa.

¿Qué hago con las maletas? A casa no puedo subirlas. A mi mujer hay que prepararla para una cosa así, y mis hijos son unos entrometidos que curiosean todo. Lo mejor sería dejarlas en el coche. En el garaje normalmente no ocurre nada.

Cuando llegué al garaje y aparqué, no pude resistir la tentación de volver a mirar las maletas. Eran dos maletas de buenísima calidad. Hice intención de abrirlas, pero la cerradura estaba cerrada en ambas. Abrirlas sin tener la llave ni, estropear la maleta llevaría tiempo.

Durante dos días estuve paseando las maletas por Madrid, yendo a las oficina y visitando clientes, hasta que el fin de semana mi mujer se fue con los dos niños a casa de mi cuñada a celebrar el cumpleaños de uno de mis sobrinos. Solo en casa podría por fin analizar la maleta y su contenido.

Cogí una de ellas y me subí al piso. De unos 65 cm, debía pesar unos 15 kilos.

Quité el teclado del PC y la puse sobre la mesa. La operación del descerrajado me llevó más de media hora. Alambres, limas, destornilladores quedaron sobre la mesa. Al final las dos cerraduras cedieron.

Por el peso, presuponía que habría documentos o libros, pero no bolsas de azúcar, .. o harina... o ¿qué?.

Ahora sí que me puse nervioso de verdad y preocupado.

Poco sé de drogas, lo que se ve en las películas. Pero todo sobre ese tema es alarmante.

Saqué una muestra pequeña de una bolsa, que volví a cerrar con papel adhesivo. Subí la segunda maleta, del garaje, que pesaba por el estilo, y escondí las dos en el fondo del armario inferior de la biblioteca. Allí estarían seguras de momento.

El resto del tiempo lo pasé entre consultas a internet y haciendo probatinas.

La primera prueba ya fue preocupante:

“En cualquiera de sus variedades, la cocaína se presenta en forma de polvo blanco, cristalino e inodoro, con un sabor bastante amargo”.

No era azúcar, ni harina.

“Un método primitivo de detectar la droga es probándola: al contacto con los labios y la lengua, la cocaína los adormece”.

Efectivamente aquello era lo que yo me temía. Me lavé los dientes varias veces y la boca me seguía pastosa.

Seguí mirando cosas por la red:

Una prueba más efectiva es la que se hace con un vaso de cristal claro y agua fría. Los cristales de cocaína pura se disuelven al echarlos en el agua antes de llegar al fondo del vaso. En el camino se desprenden la mayoría de las impurezas y quedan visibles en el fondo.

Por lo leído en la Red, el precio, tirando a lo bajo está en 50 € el gramo, es decir, las maletas, con 30 kilos de cocaína que parecía pura, podrían valer en torno al MILLON Y MEDIO de euros.

De entrada, lo primero, el riesgo. ¿Me pueden localizar? El aparcamiento de la Plaza de España es grande, y ese día estaba casi lleno, la cola de coches entrando y saliendo se mantenía casi constante. Es probable que alguna cámara detectase la matrícula de los coches que entraban y salían, eso es seguro. Pero también es seguro que el Mercedes negro estaba sucio y seco. Ese día, que había estado lloviendo, no había salido, así pues, el robo se podría haber hecho en un lapso de tiempo de muchas horas.

Me levanté del sillón y volví a revisar la primera maleta, y abrí la segunda. Levantar la cerradura me llevó solo unos minutos.

Vacié las bolsas y las volví a llenar. Andaba buscando algún dispositivo de seguimiento electrónico, pero allí únicamente se encontraba el polvo blanco.

Me lavé las manos de nuevo y volví a mi sillón.

¿Qué puedo hacer? Evidentemente las maletas en la biblioteca son como un barril de dinamita. Me pueden matar, a mí y a mi familia por ellas, o en el mejor de los casos llevarme a la cárcel por una larga temporada.

- Los niños han comido de más en la fiesta y yo también, ¿qué querrás cenar?

- Hazme un sandwich mixto y un vaso de leche. Quiero acostarme pronto.

- Eso está hecho. Pero... te veo raro, ¿Te pasa algo?

- Es que tengo un problema con las medidas que han tomado en el proyecto del segundo puente. Parece que algo no concuerda. Mañana quiero levantarme temprano y repasar los datos.

"El asesino vuelve siempre al lugar del crimen”, lo he leído en mil novelas policíacas.

Ahora lo he entendido. La verdad, es que me moría de ganas de ir de nuevo al aparcamiento de la Plaza Mayor para ver si el Mercedes seguía allí. Pero he logrado

dominarme, y hacer una vida casi normal, auque con insomnios y pesadillas. Ya han pasado dos semanas de aquello.

Y ahora, con cierta calma me estoy analizando mi situación:

Parece que he tenido la suerte de cara. Por alguna razón una "entrega" de traficantes, que se iba a realizar en aquel Mercedes, se retrasó. Y en ese día y momento aparecí yo, con mi llave, que la casualidad hizo que coincidiese con la clave de ambos coches, y la euforia de los dos Whisky JB (sin agua ni hielo, en vaso largo).

Llevaba los guantes puestos, por lo que no dejé huellas que pudieran llegar a identificarme. Las tomas de las cámaras del interior del aparcamiento, si es que las hubiera, con la poca luz que había en ese entorno, no podían registrar más que sombras, y las que hay a la salida, junto a la caja, solo registrarían, uno tras otro, los cientos de matrículas de los coches saliendo del garaje.

Es más que probable que pensasen que el robo era cosa de ellos mismos, y estarían con los habituales "Ajustes de cuentas", y también, a la espera de que la droga se pusiese en circulación, para ir a por el vendedor.

Así pues, aquí estoy, con mis 30 kilos de cocaína, escondidos detrás del mueble de la biblioteca, y analizando alternativas.

La primera:

Que ya la he desechado: Ir a la policía.

Porque, .... ¿qué les digo?

- Señores he robado un coche, (del que sólo me acuerdo que era un Mercedes), porque me había bebido dos Whisky JB (sin agua ni hielo, en vaso largo). Se abría con mi llave y me gustaron las maletas. Y miren Vds. por donde, estaban llenas de cocaína.

¿Verdad que lo más probable es que, sin preguntar más, me encierren?

La segunda:

Buscar a los legítimos propietarios y devolvérsela, diciendo que "Ha sido un pronto irresponsable" y Uds. perdonen.

Mas absurdo todavía. Ni sé por donde buscarlos, y lo más seguro es que termine como

se termina en las películas.

La tercera:

Tirar los 30 kilos, poco a poco, por el inodoro.

No es mala opción. Y la he considerado mucho. Pero si por casualidad algún día los

capos me localizan, no tengo nada para negociar, ¿Y... quién tira 250 millones, de las

antiguas pesetas, por el inodoro?

La cuarta, que de momento es en la que estoy, ... dejarlo todo como está.

- Puede que algún día legalicen la droga y ahí tendría unos ahorros.

- Puede que mi empresa quiebre. Eso no se sabe hasta que ya ha ocurrido. Y, en tal caso, podría dedicarme al "business", para sacar adelante a la familia.

Y si me hago viejo, y las cosas siguen así, lo dejaré en la herencia. Me perderé la cara

que pondrán mi mujer, mis hijos y mis nietos cuando sepan que el abuelo les deja dos

excelentes maletas; con las cerraduras rotas, conteniendo 30 kilos de cocaína.

Manuel Santos Greve

Navidad 2010.

El burro flautista

Esta fabulilla,

salga bien o mal,

me ha ocurrido ahora

por casualidad.

Cerca de unos prados

que hay en mi lugar,

pasaba un borrico

por casualidad.

Una flauta en ellos

halló, que un zagal

se dejó olvidada

por casualidad.

Acercose a olerla

el dicho animal;

y dio un resoplido

por casualidad.

En la flauta el aire

se hubo de colar,

y sonó la flauta

por casualidad.

¡Oh! dijo el borrico:

¡Qué bien sé tocar!

¿Y dirán que es mala

la música asnal?

Sin reglas del arte

borriquitos hay,

que una vez aciertan

por casualidad

D. Tomás de Iriarte.