Texto publicado por Nahir Bonet

Porque sí

Porque sí

Por
ALENA KH
“Con todo lo que hice yo por él…”, me decía Laura buscando desesperadamente mi apoyo.
Pero empecemos por el principio.
Laura y Pablo acaban de separarse. La decisión la tomó Pablo, aunque a nadie nos pilló por sorpresa. A Laura tampoco, a pesar de que lo esté negando en ese momento. Llevaban dos años y medio de relación, de los cuales apenas han estado bien durante unos meses. Siempre me ha fascinado su constante lucha por algo que, visto desde fuera, estaba destinado al fracaso. Pero claro, cuando las dos personas se quieren, confían en que tarde o temprano su amor podrá con las dificultades y los malentendidos. No sirve de nada opinar. Además, ¿a quién no le parecen bonitas la ilusión y las ganas de intentarlo una y otra vez?
Lo importante es tener fe, solemos decir. Ojalá con la fe bastara. Ojalá.
En su caso no ha podido ser. La fe se esfumó, vestida de vaqueros y unas zapatillas desgastadas, dejando las llaves en la mesa y a Laura hecha una mierda.
- No quiso intentarlo más. Me dijo cosas que jamás había pensado que algún día escucharía de su boca. Lo miraba, y ni siquiera parecía él: tan distante, tan indiferente, tan brusco. Me di cuenta que, quizás, no lo conocía tanto como pensaba.
Ni tú, ni nadie, querida Laura. Hace tiempo que llegué a la conclusión de que las relaciones son las películas románticas que se miran desde el final hacia el principio: primero están enamorados, luego se conocen y al final son unos completos desconocidos.
“Con todo lo que hice yo por él, pedazo de desagradecido…”, seguía Laura con su bucle de hace unas horas.
¡Qué frase ésta! No tiene desperdicio. La llevo escuchando pareja tras pareja, ruptura tras ruptura, enfado tras enfado, decepción tras decepción. ¿Pero qué creéis que es el amor? ¿Un negocio? ¿Un trato? ¿Un interés?
Cada vez que oigo algo por el estilo, me puede la rabia. En cuanto entramos en el terreno de las deudas emocionales, favores a devolver y regalos a reclamar, me quedo si recursos. Me pregunto en qué momento alguien se dedica a ser un contable sentimental. A hipotecar el bienestar, a proporcionar los créditos de alegrías, estableciendo los intereses para el resto de sus vidas.
Por ejemplo, mi otro conocido, Carlos. Lleva un año con su novia, adorándola como a nadie. Desde el punto de vista ajeno, Carlos es el novio con el que toda mujer soñaría: atento, cariñoso, detallista a todos los niveles. Pero los que lo conocemos, sabemos perfectamente que todo lo que hace lo hace para su propio bien. “¿Y qué importa?”, diréis. Importa, queridos, importa mucho. Importa, porque el amor consiste en dar y recibir, pero jamás en dar para recibir o para sentirse mejor. Por alguna extraña razón, no profundizamos en el objetivo de los hechos, pero deberíamos. Carlos, si envía flores, las envía a la oficina de su novia. Las compañeras del trabajo de Ana están completamente enamoradas de él. Cuando hace un regalo sorpresa, posteriormente lo publica en todas las redes sociales posibles. Casi todo lo que hace, según dice, lo hace para hacerla feliz. Pero pocas cosas quedan de incógnito. Todo es anunciado y publicitado.
Cuando alguien hace algo por ti, sólo para sentirse bien, corre: se trata de egoísmo. Se trata de acumular puntos para poder restártelos a la hora de la verdad que, curiosamente, llega con la separación o una discusión de pareja.
¿Qué importa lo que has hecho por alguien si lo has hecho porque has querido y salía de ti? Si lo único que deseabas era ver sonreír a tu pareja…
Los auténticos regalos, la auténtica atención, el auténtico aprecio son los que se muestran en la intimidad. Sin las flores enviadas a la oficina, ni declaraciones por Facebook. Con tanta tecnología, tanto postureo y tanto egoísmo, hemos dejado de ser el objetivo, convirtiéndonos en el medio.
“Con todo lo que hice yo por él” es una frase llena de frustración y despecho que nos enciegan de tal manera que ni siquiera somos capaces de valorar la relación en sí. Partiendo de esa base, todos estamos en deuda con todos, pero es mucho más fácil echar en cara lo tuyo que recibir una bofetada cargada de favores que te hizo alguien. Pero en realidad, no hay que hablar de las deudas. Las deudas emocionales no existen. Si amas a alguien, das sin pedir y no para recibir. Todavía menos por sentirse mejor. Simplemente das porque quieres. Nadie te pone una pistola en la cabeza.
Es triste. Triste porque tras cada regalo reclamado, tras cada rencor guardado, tras cada acción de cariño con pago aplazado, cada día somos menos espontáneos y más desconfiados. Las relaciones cada vez son menos de relacionarse y más de hacer negocios. Los regalos son menos íntimos y las caricias son más públicas.
Todo tiene su porqué.
Y yo cada día me acuerdo más de aquél dibujo soviético que se llamaba “Prosto tak” (“Porque sí”, 1976) en el que un niño le regala flores a un burrito y ese le pregunta:
- ¿Es para mí?
- Sí, para ti-  le responde el niño.
- ¿Y por qué?
- Por nada. Porque sí.
Lo vuelvo a ver y me pongo nostálgica. Se lo enseño a Laura. Se ríe y me dice: “Eso sólo pasa en los dibujos soviéticos. La vida real funciona diferente.”
¡Maldita sea nuestra “vida real”! No sé vosotros, pero yo, a veces, preferiría ser ese niño o ese burrito, con sus flores y sus alegrías animadas de pantalla.  Porque ese nuestro mundo, esa nuestra “vida real” sólo vale la pena si las cosas se hacen desinteresadamente.
Menos mostrar lo buenos que somos y más hacer feliz a nuestra gente querida. Dándoles lo que verdaderamente necesitan. Y sin nada a cambio.
Porque sí.
Esa debería ser la norma.

Fuente
intersexciones.com/porque-si/