Texto publicado por Irene Azuaje

Por qué estos 15 genios murieron completamente arruinados.

Algunos se gastaron lo mucho que ganaron en lujos extravagantes; otros hicieron
obras maestras, pero el mundo no las entendió.

M.E. Torres 11 ENE 2018 - 11:17 CET.

Diario EL PAÍS.

1
Oscar Wilde: acabó dependiendo de la caridad de amigos
Cultivador de un dandismo exquisito, coleccionista de arte, juerguista
empedernido y amante de la buena gastronomía, Oscar Wilde (Dublín, Irlanda,
1854- París, Francia, 1900) nació en el seno de una familia con dinero, llegó
a ser muy rico gracias a su trabajo y relaciones sentimentales, derrochó a
conciencia casi todo lo que había ganado y murió en París completamente
arruinado. En sus últimos días, dependía de la caridad de amigos y conocidos a
los que abordaba en tabernas y cafetines para pedirles unos francos. Al médico
que le atendió en su lecho de muerte le confesó que no podía pagarle por sus
servicios: “Ya ve usted, doctor, voy a morir como he vivido, muy por encima de
mis posibilidades”. En su descargo hay que decir que a Wilde no solo le
arruinaron sus hábitos de vividor y su mala cabeza, el escándalo homófobo en
que se vio envuelto al hacerse pública su relación con el joven aristócrata
lord Alfred Douglas tuvo también mucho que ver con sus problemas financieros.
En la imagen, Oscar Wilde en 1889. Getty

2
Judy Garland: el desahucio de una estrella
“Mis padres me inculcaron la cultura del esfuerzo y del ahorro”, le contaba
Judy Garland (Minnesota, EE UU, 1922- Londres, Reino Unido, 1969) a la revisa
'Variety' en 1939, pocas semanas antes del estreno del que sería su gran éxito
cinematográfico, la legendaria 'El mago de Oz'. La afirmación era falsa, como
gran parte de lo que la actriz de Minnesota, gran seductora y farsante
vocacional, según reconocía ella misma, le contaría a la prensa en años
posteriores. La verdad es que Judy (su verdadero nombre era Frances Ethel
Grumm) en absoluto creía en las virtudes del ahorro. Resultó ser una mujer de
gustos caros y con un instinto natural para el derroche. Con 17 años era ya
una de las actrices más ricas de Estados Unidos, pero apenas rebasados los 40
acumulaba deudas millonarios que la condujeron al desahucio y la obligaron a
embarcarse en una gira alimenticia por teatros de Europa con su por entonces
adolescente hija, Liza Minnelli. Según sus allegados, solo un oportuno
matrimonio con el empresario de New Jersey Mickey Deans impidió que la diva
acabase en la miseria en sus últimos años, marcados por los problemas
financieros y la adicción a los barbitúricos. En la imagen, Judy Garland en
1950. Getty

3
Whitney Houston
Cuando Whitney Houston (Nueva Jersey, 1963- Los Ángeles, 2012) fue encontrada
muerta en la bañera de su hotel de Los Ángeles, en febrero de 2012, tenía
telarañas en su cuenta corriente y deudas por un importe algo superior a los
cuatro millones de dólares (3,3 de euros). En apenas una década, la cantante
había dilapidado una fortuna personal de alrededor de cien millones. Según el
cronista de sociedad neoyorquino Michael Lavelette, “su estilo de vida
extravagante, sus múltiples adicciones (al alcohol, a los calmantes, a la
cocaína...) y su divorcio de Bobby Brown la llevaron a la ruina”. Su último
millón se lo gastó “en un delirante periplo de varios meses por hoteles de
lujo de Sídney, París y Londres en el que no reparó en gastos, a pesar de las
advertencias de sus asesores financieros”. Según publicó Fox News, pocas horas
antes de morir, Houston había llamado a una amiga para pedirle que le prestase
100 dólares que, presumiblemente, pensaba gastarse en crack, la última droga a
la que se había hecho adicta. En la imagen, Whitney Houston en el escenario de
los World Music Awards de 2004 en Las Vegas. Getty

4
Joe Louis: el campeón al que saquearon familiares y amigos
Al que muchos consideran el mejor boxeador de la historia, Joe Louis (Alabama,
1914- Nevada, 1981) le perjudicó el exceso de generosidad y de confianza.
Crecido en un humilde y conflictivo suburbio de Detroit, campeón del mundo de
los pesos pesados entre 1937 y 1949, Louis no se permitió grandes lujos cuando
estaba en la cresta de la ola, pero sí que pagó las considerables deudas de
sus familiares (incluso la de los que no le dirigían la palabra cuando no era
más que un adolescente tartamudo que repartía hielo a cambio de propinas) y
confió en una cohorte de viejos amigos que saquearon sus cuentas corrientes y
le embarcaron en una larga serie de negocios dudosos. Como resultado de todo
ello, llegó a deberle a Hacienda más de un millón de dólares a finales de los
años 50, cuando ya se había retirado del boxeo y carecía de ingresos estables.
Una campaña de solidaridad impulsada por antiguos compañeros sirvió para que a
Louis le concediesen un aplazamiento del pago de la deuda, pero cuando murió,
en 1981, seguía con las cuentas embargadas y al borde de la miseria. En la
imagen, Louis leyendo el periódico 'New York Daily News' en 1938. Getty

5
Sammy Davies Jr.: los lujos excéntricos le dejaron sin un centavo
“Tengo la conciencia tranquila”, solía decirle a sus amigos un francamente
arruinado Sammy Davis Jr. (Nueva York, 1925- California, 1990), “no debo
dinero a nadie que lo necesite, casi todas mis deudas son con el gobierno de
los Estados Unidos”. Esas deudas llegaron a sumar casi 15 millones de dólares,
porque el cantante de Harlem, como muchos otros famosos, cogió la costumbre de
dejar de pagar impuestos en cuanto sintió que eran un lujo que no podía
permitirse. En los mejores años de su carrera, entre finales de los 40 y
mediados de los 60, cuando formaba parte del 'Rat Pack' de Frank Sinatra,
Sammy ganaba más de un millón de dólares anuales con sus giras. En 1989, ya en
bancarrota tras años de pésimas inversiones y lujos excéntricos, decidió no
extirparse un tumor en la garganta porque temía que la operación afectase a
sus cuerdas vocales. “No tengo ni un centavo ahorrado, y si no puedo seguir
cantando, me moriré de hambre”, fue su razonamiento. Muy poco después le mató
el tumor que no había querido operarse. En la imagen, Sammy Davies Jr. en Los
Ángeles, en 1988. Getty

6
Vincent Van Gogh: solo dos escalones por encima de la indigencia
El pintor neerlandés tuvo una vida azarosa. Fue galerista, pastor protestante,
misionero... Incluso convivió en La Haya, en condiciones del todo paupérrimas,
con una joven prostituta alcohólica y madre soltera. No es del todo cierto,
como se ha dicho en alguna ocasión, que Van Gogh (Países Bajos, 1853- Francia,
1890) no vendiese ningún cuadro en vida. Vendió, sin ir más lejos, litografías
de sus primeras obras maestras, como 'Los comedores de patatas'.. Incluso
disfrutó de una muy breve etapa de éxito, mientras residía en París,
apadrinado por camaradas tan ilustres como el pintor bohemio Henri
Toulouse-Lautrec. Pero sí es verdad que murió desorejado, loco de remate y sin
un triste franco en el bolsillo, en la ciudad provenzal de Arlés, sin más
apoyo material que el de su hermano Theo, galerista y marchante, que fue su
único mecenas, el único que le mantuvo hasta el final al menos un par de
peldaños por encima de la indigencia. Murió con 37 años. En noviembre del
pasado año, uno de los óleos que Vincent pintó en Arlés, 'Labourer dans un
champ', fue vendido en subasta por 67 millones de euros. En la imagen,
'Autorretrato', de Vincent van Gogh, de 1888. Getty

7
Gracita Morales: una cómica a la que se le agrió el carácter
Según contaba en sus memorias su compañero de profesión, José Luis
López-Vázquez, a Gracita Morales (Madrid, 1928- Madrid, 1995) “se le fue
agriando el carácter”. Empezó a comportarse, en palabras de Alfredo Landa, de
manera “caprichosa, despótica e intratable”, y trabajar con ella se convirtió
en “un martirio”. Por esas razones, los productores dejaron de ofrecerle
papeles en el cine a finales de los 70. La que había sido una actriz de
comedia castiza con una vis cómica irresistible, basada en su expresividad
natural y su voz atiplada, se quedó sin trabajo y cayó en una profunda
depresión de la que ya nunca conseguiría recuperarse por completo. Murió en
Madrid, en abril de 1995, sola, sedada con pastillas y sin un duro, tras años
tirando de ahorros para mantenerse a flote mientras esperaba que pasase de una
vez su mala racha. En la imagen, Gracita Morales junto a José Luis
López-Vázquez.

8
Anita Ekberg: del 'glamour' a vivir en una mansión desvencijada y acosada por
los bancos
Fue Miss Suecia en 1951 y enamoró al mundo en 1960 con su presencia en un par
de icónicas escenas de 'La dolce vita', el clásico de Federico Fellini. Bob
Dylan habló de ella como el perfecto antídoto contra los problemas del mundo
en su canción 'I shall be free'. Sin embargo, el segundo acto de la vida de la
modelo y actriz sueca Anita Ekberg (Malmo, Suecia, 1931- Roma, Italia, 2015)
fue una calamidad, sobre todo si lo comparamos con el éxtasis de éxito y
'glamour' que fueron sus primeros años. Tras su prematura retirada del cine y
de las pasarelas a finales de los 60, desapareció del mapa y solo se volvió a
hablar de ella ya en 2011, cuando su residencia fue asaltada por ladrones y
ella sufrió graves quemaduras por todo el cuerpo. La prensa publicó por
entonces que llevaba años sola, postrada en una silla de ruedas, en una
desvencijada mansión de la que los bancos estaban a punto de echarla y sin
propiedades ni cuentas corrientes a su nombre. Murió cuatro años después, con
83 años. En la imagen, Anita Ekberg en 1955. Getty

9
Nikolas Tesla: genio científico, nefasto empresario
El gran inventor estadounidense de origen balcánico Nikolas Tesla (Smiljan,
Croacia, 1856- Nueva York, EE UU, 1943) fue un genio en lo suyo, pero careció
sin duda del instinto comercial que sí tuvieron competidores como Thomas Alva
Edison, para el que trabajó en su juventud. Personaje clave en el desarrollo
de la industria eléctrica, Tesla es el padre de múltiples inventos, pero
vendió la mayoría de esas patentes a Westinghouse Electrics por cantidades a
menudo irrisorias, muy por debajo de su valor real. Su principal prioridad fue
siempre invertir todo lo que ganaba en nuevos inventos más que asegurar la
solidez empresarial de su propia empresa, Tesla Electric & Light
Manufacturing, fundada en 1886. En 1907, una auditoría independiente aseguraba
que las patentes que Tesla había vendido a Westinghouse por poco más de
200.000 dólares tenían un valor real de mercado superior a los 12 millones,
que vendrían a ser 300 millones de dólares de ahora. Con semejante talento
para los negocios, no es extraño que el científico se arruinase
definitivamente poco antes de morir, en 1943. En la imagen, Nikolas Tesla en
1896. Getty

10
Veronica Lake: del lujo de Hollywood a trabajar de camarera
Vivir deprisa siempre fue una de las principales prioridades de la actriz
Veronica Lake (Nueva York, 1922- Vermont, 1973). Su talento y su ambición ya
habían convertido a esta belleza castaña de clase obrera en una gran estrella
del celuloide con poco más de 20 años, cuando protagonizó varios clásicos del
cine negro junto a Alan Ladd, pero su reputación de díscola y difícil hizo que
apenas una década después dejasen de ofrecerle papeles. En 1951, ella y su
marido, el director André De Toth, se declararon en bancarrota: se habían
gastado en tiempo récord la gran cantidad de dinero que habían conseguido
acumular con sus respectivas carreras. Para Lake, que se divorció de Toth poco
después, empezó una segunda vida en la que trabajó de camarera, fue detenida
varias veces por embriaguez y escándalo público y residió en moteles baratos
de la periferia de Nueva York. Su etapa tardía como presentadora de un
programa de televisión local en Baltimore, cuando era ya una mujer de mediana
edad prematuramente envejecida por el alcohol y las penurias, tampoco le
permitió resolver del todo unos problemas económicos que la acompañarían hasta
el final. Murió con 50 años. Getty

11
Billie Holiday: la gran voz del jazz se fue con 70 centavos en el bolsillo
Murió de cirrosis en un hospital de Harlem (Nueva York), en primavera de 1959,
a los 44 años (había nacido en Filadelfia en 1915). Llevaba unos días en
arresto domiciliario por posesión de narcóticos (era adicta a la heroína) y al
morir tenía 70 centavos en su cuenta corriente y 750 dólares en efectivo, que
fueron heredados por su marido. A la mujer también conocida como Lady Day,
todo un mito de la música popular (jazz, sobre todo) del siglo XX, la
arruinaron las adicciones, un estilo de vida bohemio y las malas compañías. En
especial, una estafa de la que fue objeto poco antes de morir y que consumió
sus últimos ahorros y los derechos de autor generados por su último par de
discos y su autobiografía, 'Lady sings the blues', publicada en 1956. Lily
Rothman, redactora de 'Time', escribía en el aniversario de su muerte que
Billie “hubiese preferido gastarse esos 750 dólares antes de morir, en
alcohol, en heroína o en una última juerga con sus amigos, porque su filosofía
era no guardar nada para mañana y apurar la vida hasta las heces”. Nunca quiso
ser la más rica del cementerio. En la imagen, Billie Holiday en 1950. Getty

12
George Best: el maestro del balón que se ahogó en juergas y alcohol
Se le atribuye una frase que es toda una apología del hedonismo y el feliz
derroche: “Gasté la mayor parte de mi fortuna en mujeres y alcohol. El resto
lo desperdicié”. Futbolista prodigioso, del que Pelé llegó a decir que era el
mayor talento de su generación, George Best (Belfast, 1946- Londres, 2005)
llegó a ser conocido como ‘el Quinto Beatle’ por su atractivo físico, su
carisma y su estilo de vida salvaje y disoluto. Aseguraba que se había
acostado con tres Miss Universo (“no con siete, como dicen mis detractores”),
que Paul Gascoigne no le llegaba “a las cuerdas de la botella” y que cuando su
médico de cabecera le dijo que estaba a solo una pinta de cerveza de la muerte
decidió cambiar de vida y empezar a pedirse medias pintas. Todo el dinero que
acumuló en sus diez años jugando en la élite, como extremo izquierdo del
Manchester United, lo dilapidó entre los 30 y los 50, una larga etapa de
juergas y excesos inconcebibles en la que llegó a decirse que “si una noche de
fiesta tenías la suerte de estar a menos de diez kilómetros a la redonda de
George Best, él te pagaba todas las rondas”. En la imagen, Best junto a su
pareja, la sueca Siv Hederby, en 1970. Getty

13
Barbara Hutton: la pobre niña rica
Si en algo fue genial la riquísima heredera Barbara Hutton (Nueva York, 1912-
California, 1979) es en su capacidad para gastar dinero a espuertas. Su tercer
marido, el actor Cary Grant, dijo de ella que “cuando tus posibilidades son
casi infinitas, para vivir por encima de ellas hace falta verdadero talento”.
El caso es que Hutton, heredera de gran parte de la fortuna del fundador de
los grandes almacenes Woolworth, recibió al nacer lo que parecía un pozo de
riquezas sin fondo y consiguió vaciarlo. Tras el suicidio de su madre, la
prensa empezó a referirse a ella, con una mezcla de compasión y sorna, como
“la pobre niña rica”. La fiesta de su 21 cumpleaños, celebrada en plena Gran
Depresión, en 1933, fue un acto de ostentación tan pornográfico que le granjeó
una antipatía casi universal y obligó a su padre a enviarla a Europa para
librarla del acoso de la prensa. A partir de ahí, la heredera siguió embarcada
en una creciente espiral de derroche que incluyó la construcción de un
palacete de estilo japonés en pleno desierto de Cuernavaca, en México. En
total, esta predecesora de Paris Hilton consiguió gastarse más de cien
millones de dólares en cuatro décadas. Toda una vida dedicada al despilfarro
entendido como una de las bellas artes que acabó en 1979, cuando el pozo ya
estaba seco. En la imagen, Barbara Hutton en Palm Beach, Florida, en 1940.
Getty

14
Thomas Jefferson: un presidente rodeado de acreedores
“La dignidad de mi cargo me obliga, ciertamente, a incurrir en gastos que no
puedo permitirme”, escribía Thomas Jefferson (Virginia, EE UU 1743- Virginia,
EE UU, 1826), tercer presidente de los Estados Unidos, a su buen amigo James
Madison en 1802. El inquilino de la Casa Blanca intentaba justificar así
dispendios tan extravagantes como los casi 10.000 dólares anuales (lo que
vendría a ser alrededor de un millón y medio de euros al cambio actual) que se
gastaba por entonces en vinos franceses, españoles e italianos con los que
nutrir su bodega y agasajar a sus huéspedes. Jefferson, además, creía
firmemente que los cargos electos no debían percibir un sueldo (“si no puedes
permitirte el esfuerzo económico que supone servir a tu país, mejor no lo
hagas”, dejó escrito) y predicaba la austeridad en el gasto público (“ninguna
generación debe verse obligada a pagar las deudas de sus padres”), pero nunca
se planteó practicarla en privado. Murió en Monticello, su inmensa mansión
sureña, acosado por los acreedores, entre vajillas de oro y plata oxidadas y
lujosos tapices versallescos cubiertos de polvo y roídos por los ratones. En
la imagen, retrato de Thomas Jefferson en 1800. Getty

15
Edgar Allan Poe: solo siete personas en su entierro
Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) se enroló en el ejército
siendo aún menor de edad. Le destinaron al cuerpo de artilleros, no le gustó
aquello y pidió que le licenciasen. Al final, los cinco dólares mensuales que
cobró durante esa breve etapa en los cuarteles acabarían siendo el único
sueldo estable que percibió en su vida. Poe quiso dedicarse profesionalmente a
la literatura, un oficio ejercido entonces por aristócratas ociosos y demás
gente con posibles, y le fue peor que mal. Nunca consiguió mantener a su
familia. Escribió a destajo (incluso después de muerto: una médium tuvo la
suprema desvergüenza de publicar en 1860 una colección de poemas ‘dictados’
por el fantasma de Poe, fallecido 11 años antes), pero lo hizo casi siempre
para revistas y editoriales de segunda que le pagaron sus trabajos de forma
cicatera y miserable, regateándole hasta el último centavo. Ni siquiera los
éxitos de su poema 'El cuervo' o de su relato 'El escarabajo de oro' le dieron
lo suficiente para dejar de pasar apuros una temporada. Su desangelado
entierro, en Baltimore, ante siete testigos, es la prueba más elocuente del
fracaso en vida de este gran genio maldito, esforzado jornalero de la pluma.
En la imagen, Edgar Allan Poe en 1849.