Texto publicado por JAIME MAURICIO GAITÁN GÓMEZ

ENTRE LO EMPRESARIAL Y LO SOCIAL, EL MONETARISMO Y EL HUMANISMO… Y, ¿LA DISCAPACIDAD EN DÓNDE?

La civilización moderna se está debatiendo entre si el desarrollo se mide a partir de la acumulación de capitales y con base a ello, se puede acceder a los recursos para mejorar las condiciones de vida de todos y todas, o, si el desarrollo se puede medir con la equiparación de posibilidades para acceder a todos aquellos bienes y servicios para garantizar dichas condiciones de manera equitativa.

Esta paradoja nos ha llevado a polarizar ideológicamente al mundo y sus sociedades e incluso, al interior de cada una de esas sociedades en cada uno de los más de doscientos países en los que está dividida la humanidad contemporánea, encontrándonos que las sociedades nacionales, obedecen en sus conformaciones estructurales, a una segmentación socioeconómica perversa que privilegia a los individuos o sectores que de diversas maneras, lícitas o no, acumulan la mayor parte de los capitales y por ende, de los medios por los cuales, son quienes pueden gozar pletóricamente de los limitados recursos ofrecidos por la naturaleza, bien sea de manera elemental como por ejemplo, de los alimentos y materiales destinados a la construcción de edificaciones y otras comodidades conquistadas a través del desarrollo, o, a los innumerables bienes procesados que en la mayoría de los casos, no pertenecen al grupo de elementos vitales pero que al ser exhibidos por quienes los pueden portar, les endilga la imagen de poder, estatus y con ello, dominio social, político y por supuesto, económico.

Sin embargo, esta realidad no es percibida fácilmente por la generalidad de las personas por estar concentradas en la obtención de los medios monetarios, abundantes o no, con los que puedan alimentarse, vestirse, vivir en una edificación que les garantice protección y comodidad, pagar por aquellos servicios por medio de los que puedan evitar el deterioro de sus estados de salud, distraerse o salirse de “sus” realidades consumiendo bebidas alcohólicas o sustancias alucinógenas.

Las personas en general, no se detienen en intentar saber cuál debería ser el objetivo final, o sea, llegar al punto que sus calidades de vida se puedan establecer con el solo hecho de contar con la alimentación adecuada, las piezas de vestir para proteger sus cuerpos, habitar en inmuebles confortables que no demanden más de lo necesario, etc., en síntesis el ser humano no ha podido comprender que no debería abusar de los limitados recursos que ofrece la naturaleza, los que de no mediar el valor que el monetarismo les asigna, serían suficientes para el bienestar de todos y todas administrándolos racionalmente bajo el criterio de que con el uso de ellos, todas y cada una de las personas que conformamos la humanidad civilizada actual y la que las generaciones venideras conformarán, podamos disfrutar de este planeta, nuestro verdadero “paraíso”.

El no ser capaces de adquirir consciencia en cuanto al verdadero objetivo común, nos lleva como civilización, a perder el foco del carácter que los seres humanos desarrollamos con el paso de los acontecimientos que uno tras otro, en el marco de la evolución, se fueron presentando para que seamos lo que somos, o sea, individuos con consciencia, sentimientos, pensamientos, capacidad de discernir, de entender que todos estos factores sic intelectuales nos permiten diferenciarnos de las restantes especies que cohabitan con nosotros y que nos ha enseñado que la convivencia fraterna, colaborativa y racional, son las únicas alternativas “humanizadas” que nos pueden garantizar la permanencia en este paraíso terrenal, situación que sería la ideal, supervivencia basada en la tolerancia y no creer que cada uno de nosotros, tiene más derechos sobre los recursos que quienes nos rodean.

El ser humano no ha podido desprenderse del instinto depredador propio de su naturaleza animal, haciendo que los más débiles estén condenados a la extinción, debilidad determinada por la incapacidad de ciertos sectores o individuos que no pudieron contar con las habilidades con las que pudieran garantizar su supremacía sobre quienes los rodean, conformando el sector socioeconómico más vulnerable, situación a la que llegaron aleatoriamente, sin que para ello hubiese sido determinante la voluntad de querer ser parte de tal sector desfavorecido; tal es el caso de quienes adquirimos una deficiencia funcional, que no nacimos en el seno de una de aquellas familias que acumularon capitales de manera lícita o haciendo gala de la arrogancia propia de quienes no han podido superar sus instintos animales y siguen convencidos que tan solo por la vía de la supremacía, se puede acceder a los recursos que además, consideran para su exclusividad.

El sector poblacional de la discapacidad, que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, somos cerca del once por ciento de la población global, estamos distribuidos en las sociedades de los algo más de dos centenares de naciones en la que la civilización, se empecinó en dividir, incluso clasificándolas en un escalafón que determina tres niveles de países, clasificación definida por la capacidad de dominio que unas sociedades tuvieron sobre las demás, bien por haber sido la cuna de procesos como el de la revolución industrial o, la que tomó su nombre de la nación en dónde se llevó a cabo, la revolución francesa, hechos históricos que marcaron el derrotero de la civilización occidental que por gracia de los resultados de los aberrantes sucesos bélicos de finales del siglo XIX y del siglo XX, dieron como resultado que estos países sean parte de las naciones industrializadas o del primer mundo también conocidas como las potencias por su prevalencia militar y económica, los países desarrollados y los que pertenecen al tercer mundo o en vías de desarrollo.

Esta división fue provocada entre otras cosas, porque las sociedades de los países que pertenecen al tercer mundo, sucumbieron al poder ejercido por la fuerza de aquellas naciones que se encontraron con la posibilidad de dominar el arte de la guerra en virtud que supieron hacer uso de las armas que inventaron y que en muchas ocasiones, usaron a nombre de sus religiones y estilos de vida, estimuladas por la competitividad y la necesidad de dominar territorios que les garantizaran la defensa de sus adversarios o que en otro sentido, pudieran ser utilizados en actividades agropecuarias o de caza, actividades con las que podían supervivir o que al conquistar nuevos territorios de los que se apropiaron en los continentes recién identificados a finales del siglo XV y durante el siglo XVI, lo que ellas creyeron les daba el derecho de ser las sociedades y culturas prevalentes y dominadoras de las sociedades que no tuvieron la fortuna de gozar de los beneficios que la industrialización y los cambios políticos ofrecieron originados en los hechos históricos que ya referencié, dibujando el mapa actual mundial en el que los menos fuertes, están condenados a permanecer en el grupo de naciones del tercer mundo.

Para colmo de males, los individuos más débiles por causa de sus orígenes raciales, sociales, económicos o por vivir alguna condición de vulnerabilidad como es el caso de quienes no podemos desarrollar actividades productivas de acuerdo a los estándares determinados por el monetarismo, nos vemos obligados a permanecer en el nivel más bajo de la estructura social y por ende, estar sometidos a lo que la falta de humanismo, nos deje.

Para concluir, por no ser potencialmente a portantes de la maquinaria productiva sobre la que se mueve la actual civilización, quienes no podemos hacer uso de una plena funcionalidad de nuestros sentidos, nuestra capacidad física, de poseer una plena capacidad de raciocinio o contar con una precaria funcionalidad orgánica, estamos en el ostracismo social y absolutamente anónimos, siendo una apéndice molesta para el monetarismo rampante.