Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

La soledad del viejo: autor desconocido.

Sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda, sugorra marrón ya gastada, su bigote blanco y sus arrugadas manos
 
sosteniendo un bastón viejo de madera, cuyo mango estaba envuelto con un trapo blanco lleno de las marcas propias del uso de años; sus pantalones, que
 
arremangados dejaban libres sus pantorrillas, y una camisa blanca con flecos del tiempo, mal abotonada, y un chaleco de lana, tejido seguramente a mano;
 
miraba la nada, desde la precisa y envidiable perspectiva que da la experiencia.
 
El viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme, preguntarle, o siquiera consolarlo.
 
Por enfrente de su casa pasé mirándolo y al cambiar su mirada fijándola en mi, le sonreí y lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle, es que no
me
 
animé, pues no lo conocía y si bien entendí, que en la mirada de aquella lágrima demostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin lograr convencerme
 
que hacía lo correcto.
 
En mi camino guardé esa imagen fundida en mis recuerdos; su mirada que encontró la mía en el infinito de la nada, ese lugar donde no se encuentran mas
que
 
decepciones, ya que inmediata e imperdonablemente le había negado aquellas imperiosas respuestas.
 
Traté de olvidarme. Caminé rápido, como escapándome. Compré un libro y ni bien llegué a mi casa comencé a leerlo, esperando que el tiempo borrara esa presencia....
 
pero esa lágrima no se borraba...
 
Los viejos no lloran así por nada, me dije.
 
Esa noche me costó dormir, pues la conciencia no entiende de horarios, y decidí que a la mañana del día siguiente volvería a la casa, y conversaría con
 
él, tal como entendí me lo había pedido; y luego de vencer mi pena, logré dormirme.
 
Muy temprano desperté aquel día y como si fuera hoy, recuerdo, preparé un termo con café, compré facturas y muy deprisa fui a la casa, convencido que tendríamos
 
mucho para conversar.
 
Golpeé la puerta, y una voz muy rasposa me indicaba que en segundos sería atendido.
 
Luego de abrir, con el necesario esfuerzo para que las rechinantes bisagras cedieran. Salió otro hombre.
 
- ¿Qué desea? - Preguntó, mirándome con un gesto adusto.
 
- Busco al anciano que vive en esta casa. - Contesté.
 
- Mi padre murió ayer por la tarde - Dijo entre lágrimas.
 
- ¡Murió!- Dije decepcionado.
 
Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.
 
- ¿Usted quien es? - Volvió a preguntar.
 
- En realidad nadie - Contesté, y agregué - Ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y a pesar de que lo saludé no
 
me detuve a preguntarle que le sucedía pero hoy volví para hablar con él, aunque veo que es tarde.
 
- Usted es la persona de quien hablaba en su diario. - Dijo.
 
Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole me explicara.
 
- Por favor, Pase - Me dijo aún sin contestarme.
 
Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario, y en la ultima hoja, solo rezaba:
 
"hoy me regalaron una sonrisa plena, y un saludo amable... hoy es un día bello".
 
Tuve que sentarme, fue difícil de digerir aquello. Me dolió el alma de solo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo cruzara aquella
 
calle.
 
Me levanté lentamente y al mirar al hombre, le dije:
 
- Si hubiera cruzado de vereda y hubiera conversado unos instantes con su padre...
 
Pero me interrumpió y con los ojos humedecidos de llanto dijo:
 
- Si yo hubiera venido a visitarlo al menos una vez este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto.
 
Desconozco el autor...
 
Existen tanto escritos que nos hacen reflexionar , para poder valorar lo mas importante que nos rodea nuestros seres queridos , no necesitas perderlo ,
 
para llamarles , para amarlos , para respetarlos , nuestros viejos necesitan tanto como nosotros y ellos vuelven a ser niños , necesitan de nuestro calor
 
y amor .
 
Nunca olvides lo que sembramos recogemos ...