Texto publicado por JAIME MAURICIO GAITÁN GÓMEZ

MITOS SOCIALES CON RELACIÓN A LA CEGUERA

Cuando soy abordado en la calle, siempre me es manifestado un desbordado sentimiento de admiración que raya en la consideración relacionada con mis virtudes de “superhéroe”, o, por el contrario, de desgarradora lástima, en ambos casos, por “atreverme” a caminar solo por el espacio público.

Es comprensible ser objeto de tales consideraciones cuando en la mayoría de los casos, provienen de personas que jamás se han detenido a pensar en el mundo sin que éste sea percibido a través de los encantadores colores y formas que de manera pletórica, están presentes en nuestra material existencia.

Yo mismo, antes de perder totalmente hace cerca de catorce años la poca visión con la que viví desde que nací con el glaucoma congénito que logró su cometido de arrebatarme ese gusto de disfrutar de tal escenario cromático y de múltiples figuras que son la esencia de la vida para la gran mayoría de personas que van por ahí sin tomar consciencia de la belleza que desprecian por ser cotidiana y permanente, experimenté ese regalo que la vida le ha dado a la mayoría de personas, con las lógicas limitaciones de la baja visión enmarcada en la máxima agudeza visual que tuve de 20/80, la que con el tiempo, fue de tan solo de 20/400, y, de un precario campo visual de tan solo el 10% por el ojo izquierdo, pues por el derecho, jamás recibí estímulo lumínico alguno, razón por la que entiendo las reacciones callejeras de quienes me abordan y debido a la novedad, posiblemente los motivo con mi inesperada y efímera presencia, que piensen así sea por un instante, en ese regalo inadvertido que en forma de visión, la vida les ha dado.

Sin embargo, no me sustraigo de mi realidad y sé que no ver, me implica tomar consciencia de las innumerables limitaciones para llevar a cabo actividades que me seducen y me envuelven con inusual pasión, como por ejemplo, materializar el sueño de hacerle entender a la sociedad en general, que quienes vivimos con alguna insuficiencia orgánica, física o sensorial adquirida en el vientre de nuestras progenitoras por haberla heredado, habernos enfermado o sufrido un accidente, podemos aportar en la construcción de una sociedad en donde quepamos todos, en la que tengamos la posibilidad cierta de ofrecer experiencias y conocimientos, y, en general, ser parte protagónica de ese propósito común, propósito que parece no estar en un sitial prioritario en la mayoría de las consciencias de quienes como nosotros y no teniendo una condición de discapacidad, debemos convivir y compartir escenarios públicos y privados para que podamos conformar un colectivo social y así, ser el país que nos mereceríamos si tuviésemos objetivos comunes.

Pero adicionalmente, como cualquier otro ser humano que creció en ambientes idóneos creados por padres responsables y amorosos, con sus deficiencias derivadas de las ignorancias de asuntos generales como es obvio en la medida que ningún ser humano puede acceder a toda la información existente, y por supuesto, de los particulares como fue específicamente tener que lidiar con la enfermedad inesperada de uno de sus hijos y que por las condiciones de esos tiempos en cuanto al acceso a la información, prejuicios o consciencia en cuanto a derechos de personas con discapacidad, de quienes ni siquiera había una preocupación cierta por ser tan solo consideradas como “enfermas” y por ende, solo merecedoras de conmiseración y cuidados que dependían en su calidad de las condiciones económicas vividas por cada uno de los núcleos familiares, me he convencido de poder hacer cosas productivas, casi que de manera contestataria, porque con el paso del tiempo, he sido objeto de la discriminación que de manera soterrada, se ha enquistado en la consciencia colectiva de las sociedades modernas que a pesar del énfasis que internacionalmente se ha hecho alrededor del tema de la defensa de los derechos humanos luego de la caída del Muro de Berlín, la discapacidad sigue siendo un tema marginal, probablemente porque con el auge de los medios de comunicación en la segunda mitad del siglo XX, los estándares de belleza, salud y bienestar creados en las sociedades en los que dichos medios fueron creados, no permitían la divulgación de “anormalidades” o íconos que no estuvieran relacionados con las características de la raza “aria”, anglosajona o, en el peor de los casos, de cualquiera de las etnias europeas, incluidas las mediterráneas, estándares en los que las personas ciegas, sordas, deficiencias físicas notorias o cuya apariencia denotara alguna dificultad cognitiva, mental o que le impidiera una sana adaptación social, eran desechadas y relacionarse con alguna de estas características, producía angustia y rechazo.

En una equivocada decisión, lo que tan solo pude advertir cuando me enfrenté a la rudeza de los mercados, escenarios en los que las sociedades de todos los países encuentran la única alternativa de sostenibilidad socio económica, estudié publicidad porque “ingenuamente”, mis habilidades para el dibujo, me llevaron a pensar que era en ese ámbito empresarial, en el que yo podría devengar los ingresos con los que pretendí permanecer en mi ambiente de confort que había vivido gracias al desempeño profesional de mi padre en Venezuela, cuando este hermoso país estaba lejos de sufrir las consecuencias de un régimen impuesto por un grupúsculo de bandidos que con su actuar, han desfigurado los objetivos de los sectores progresistas de otros países como el nuestro, que señalan a quienes tenemos motivos reivindicatorios para los sectores poblacionales marginados y vulnerables por no poder acceder a oportunidades para generar ingresos en condiciones equiparadas, una meta.

Paradójicamente, la gran miopía que me afectó como otro de los síntomas del glaucoma, me permitía ser muy detallista en los dibujos que me abstraían de mi entorno, el que era cruelmente discriminatorio para mí, en la medida que no podía aspirar a ser vencedor en los juegos infantiles o en las competencias que sin ser decretadas de manera explícita, se establecen en todos los grupos sociales en los que participamos en cada una de las etapas de nuestras vidas, siendo ello precisamente, uno de los motivos para hacer de la publicidad, el camino que creí que se ajustaba a mis condiciones.

Luego de haberme “rehabilitado” por sugerencia de una muy humana oftalmóloga caraqueña, una vez de regreso a Bogotá y habiéndome casado con una joven diez años menor que yo en virtud de haber sido la primera mujer que mostrara alguna aceptación explícita hacia mí, acudí a una entrevista para optar por un empleo en una agencia de publicidad en el año 1990, entrevista que se limitó a que mi interlocutor me preguntara asuntos relacionados con mi dificultad para movilizarme sin ver bien, lo que él advirtió cuando me vio ingresar a la oficina con mi bastón guía en mano, terminando la reunión diciéndome que ellos me llamarían, asunto del que estoy perdiendo la esperanza pues siendo hoy 27 de julio de 2017, ¡creo que ya no me llamarán!.

Las expectativas de mi joven ex esposa, no coincidían con las que yo le ofrecía en el marco de mi discapacidad, lo que nos llevó al divorcio, lo que me dio la oportunidad de conocer a una hermosa e inteligente trabajadora social con baja visión que conocí haciendo un curso de manejo de computadores a través de un software lector de pantalla.

Ella también ha sido víctima de la falta de compromiso y de la discriminación social derivada de la ignorancia acerca de la problemática de la ceguera o deficiencias visuales, siendo incluso más reprobable su caso, pues dicha discriminación, provino de quienes fueron sus compañeras de trabajo en la Secretaría Distrital de Integración Social de Bogotá, profesionales de las terapias o disciplinas que están dirigidas a atender a personas que requieren de atención y comprensión y que se supone, son servicios sociales que deberían ser ofrecidos por personas con especial sensibilidad, pero que jamás quisieron ponerse en los “zapatos” de mi actual y definitiva esposa, criticándola por no poder diligenciar los engorrosos formatos que le sirven a los “tecnólogos” de la burocracia pública, para justificar sus salarios y los que no recogen ninguna evidencia de sus actitudes frente a las comunidades que sirven, siendo la población con discapacidad, el objeto de sus actividades.

Por todos estos prejuicios, quienes vivimos condición de ceguera u otras deficiencias orgánicas, sensoriales, físicas o cognitivas, nos sentimos discriminados y marginados.

NO por ello, en mi caso, soy un resentido social, pues ni soy un “superhéroe” ni un “demandante de lástima”, por el contrario, me he esforzado en impulsar iniciativas para la inclusión de personas con discapacidad, asunto en el que hasta ahora, no he tenido el éxito deseado, pero después de haber sido beneficiado por el fallo a mi favor por una tutela que me vi obligado a instaurar para que me fuera reconocida una pensión, tengo la tranquilidad de persistir y actualmente, cuento con el acompañamiento de un grupo de profesionales y de una empresa de tecnología que vieron en mi último intento para materializar mi sueño, un potencial negocio social.