Texto publicado por Irene Azuaje

Ceguera Y Generalización: El Problema, Viene Desde Dentro

por Lehna Valduciel
Hoy me topé en la red social Facebook, una publicación que me puso a reflexionar sobre la generalización en la ceguera.

El autor —una persona con discapacidad visual— se refiere en su publicación a que ha leído escritos sobre la forma en que los ciegos se enamoran. Luego de que hace un breve resumen de lo que ha leído —y no, no me leyó a mí por lo que se ve—, pasa a exponer sus ideas al respecto.

Lo primero que debo señalar es que, lo que ha leído respecto de cómo se enamoran las personas ciegas, denota muchas generalizaciones partiendo de puntos de coincidencia. Eso, tiende a ser frecuente, lo curioso es que dichos escritos provienen de personas con discapacidad visual y entonces uno se pregunta:

Si tú generalizas de esa forma, ¿cómo esperas que la sociedad no generalice?

¿Adivinan cuál es la primera generalización? Para que no desgasten sus sinapsis neuronales, se los adelanto: sí, “¡los ciegos no nos fijamos en el físico cuando nos enamoramos!”.

Luego de que el autor plantea una pregunta respecto de aspectos que consideran los ciegos y aquellos que poseen visión 20/20, él solicita a todo ciego (a) que no se venda como diferente o extraordinario; que todos nos enamoramos igual que los demás.

Primera generalización: todos los ciegos nos vendemos como diferentes o extraordinarios. Segunda generalización: los ciegos nos enamoramos igual que los demás.

Si bien es cierto que coincido con el autor en que hace falta reducir las expectativas en relación con los ciegos y sus capacidades/cualidades, dudo mucho que todos nos vendamos como diferentes o extraordinarios por el hecho de ser ciegos.

Sí, hay quien lo hace —y no solo desde la ceguera—.

Que el autor puede tener la buena intención de incentivar a que los ciegos no participemos en alimentar los mitos, es posible. No obstante, partir de una generalización semejante no me parece, una buena idea.

Yo no sé, cuál es el empeño en buscar una igualdad forzada, una uniformidad respecto del otro, de forma tan acentuada. Indiscutible es, que como individuos tenemos los mismos derechos que el resto de personas. Pero, ¿cuál es el problema con el tema de las diferencias? Si en esencia somos diferentes, ¡coño!

Que podamos hacer muchas de las cosas que también hacen quienes ven perfectamente no nos iguala; y no nos iguala, porque, además, aunque hagamos las mismas cosas, no las hacemos de la misma manera. ¿Eso es tan difícil de entender?

¿soy solo yo la que pienso que fomentando la igualdad y la uniformidad lo que hacemos es que no se terminen de aceptar las diferencias con naturalidad?

¿soy la única que entiende y asume, que siendo ciega nadie que vea me va a asumir como un igual?

Además, ¿acaso los ciegos asumen a quienes ven como sus iguales? No, ¿verdad?

Entonces, criaturitas del señor, ¿cuál es el empecinamiento?

Puedo estar equivocadísima, claro que sí; pero yo creo que el problema que tenemos para ser aceptados a plenitud por la sociedad, es que se vienen enfocando los esfuerzos en que se nos tome por iguales y no en que se acepte que somos diferentes y que ser diferentes está bien; que ser diferentes es lo común.

Es lo que yo llamo girar en torno a la eterna búsqueda de la utópica normalización.

Con la segunda generalización, el autor la saca de jonrón. En serio, ¿todos nos enamoramos igual que los demás?

¿Quiero suponer que no haría falta responder a la pregunta, pero por si alguno se me pierde entre tanta perorata, teniendo toda una escala de valores y prioridades distinta, en serio se puede pensar en uniformidad al enamorarnos?

Nótese que dejo fuera el tema de la ceguera, porque considero que, si tuviese relevancia al momento de enamorarse de alguien el hecho de ver o no ver, entonces ningún ciego se enamoraría.

Mientras que la persona sea capaz de experimentar emociones, es decir, si no es un sicópata, la persona puede enamorarse; da lo mismo si ve o no ve.

Ahora, ¿pretender afirmar que nos enamoramos igual que el otro? Creo que ni los gemelos idénticos se enamoran de la misma forma, por ejemplo —capaz me equivoco—.

Otra cosa es la fase del coqueteo —esa previa al enamoramiento— que sí que tiene diferencias significativas entre ciegos y personas que ven.

Cosa que, a diferencia de lo que expresa este autor, no considero censurable —ni una pérdida de tiempo—explicar cómo es nuestra forma de coqueteo; eso desmitifica y desmonta muchas ideas preconcebidas sobre aspectos de la vida y de cómo interactuamos los ciegos.

Tercera generalización: si un ciego afirma que no se fija en el físico, miente y no hay que creerle.

He expresado en otros artículos, que es una falacia la generalización que engloba a todos los ciegos como indiferentes ante el aspecto físico. Ahora, irse al otro extremo tampoco desmitifica, que lo sepan.

Tanto del lado de los ciegos, como del lado de quienes no lo son, hay individuos para quienes el aspecto físico no es una prioridad al momento de enamorarse —ojo, que no estoy hablando aquí del coqueteo, ¿eh? —. Además, que el aspecto físico no tenga alta prioridad, tampoco significa que no se le tiene en cuenta, solo significa que no es lo más importante al momento de inclinarnos por una u otra persona.

El autor expresa también ideas —cuarta generalización— que hacen referencia a que al perder la vista no se pierde el interés en lo físico, que los ciegos pensamos en las mismas cosas que los demás al enamorarnos.

Debo decir en este punto, y hablo desde mi experiencia que, nunca fue muy ceñida al aspecto físico como parámetro de interés en el otro —cuando veía tuve novios guapísimos y novios poco atractivos— que, aunque no he perdido el interés en el aspecto físico, si ha disminuido su relevancia al momento de sentirme atraída —recalco, atraída, no enamorada— por alguien.

También es cierto que, los que nacen ciegos nunca han contado con la observación directa del aspecto visual y, sin embargo, aunque algunos afirman no darle tanta importancia, hay algunos ciegos interesadísimos en el aspecto físico del otro, ¿no?

Asimismo, es posible que muchos ciegos tengan en cuenta aspectos relevantes y comunes durante el proceso de enamoramiento, pero eso no nos iguala al resto. Nuestra escala de prioridades marca, como ya dije, una diferencia.

Quizá, el problema principal es que se confunden con mucha frecuencia 3 aspectos relacionados, la atracción, el coqueteo y el enamoramiento. Y lo siento, pero no; no son lo mismo. Se puede coquetear con alguien y que esa persona no te atraiga del todo, mucho menos que te enamores. También puedes coquetear y sentirte atraída (o) y no llegar a enamorarte. Y sin duda, para enamorarte necesitas sentirte atraída (o), aunque para esto último puede haberse dado el coqueteo o no.

Sí, ya sé que saltarán los defensores a ultranza del enamorarse a primera vista, o a primera oída, o incluso a primer roce —como les apetezca—. No obstante, es muy probable que eso que llaman enamoramiento, solo sea fascinación; algo que también forma parte del proceso de enamorarse.

Quien me conozca, sabe que lo menos que hago es preguntar por aspectos físicos, ni tocar a la otra persona, ni nada de eso. ¿He perdido el interés en el aspecto físico con la ceguera? No, simplemente nunca ha tenido una gran relevancia al momento de decidir qué hace —para mí— atractivo a un hombre.

El aspecto físico es relevante, se sea ciego o no. Lo que en realidad varía es el grado de relevancia para cada individuo. Por ello, partir de que, con la pérdida de la visión, no se pierden los instintos, ni se congelan las hormonas —quinta generalización—, es como mucho, con demasiado.

Sí, los seres humanos tenemos instintos —a veces muy bajos— pero el descontrol hormonal no depende de si tuvimos vista y la perdimos, o de si no la tuvimos nunca. El interés en el sexo y el contacto físico es extremadamente diverso. Hay ciegos congénitos de lo más calenturientos, otros para quienes el sexo no tiene una relevancia significativa. Lo mismo del lado de quien ve, y de quien vio y perdió la vista. Por cierto, decir que, en este último caso, no se puede olvidar el factor depresión, que hasta que no se supera, sí que tiene una incidencia bien relevante en el descontrol hormonal —hágase de cuenta queridísimo lector, que es casi como tener las hormonas de año sabático elevado al infinito y más allá—.

En resumen, el aspecto físico podría incidir en aumentar o disminuir el grado de atracción, que no de enamoramiento, siempre y cuando éste se encuentre entre los primeros puestos de relevancia, no tenga otros aspectos que compitan por dicho nivel de relevancia y exista un patrón de expectativas a cumplir, bien definido. Me explico mejor.

Si usted es hombre, y para usted el aspecto físico es una condición indispensable —no se fijaría en una mujer fea ni que le paguen por ello—; si además usted considera que solo le resultan apetecibles las mujeres con un trasero respingón, cuerpo de guitarra y pechos redondos y voluminosos, es posible que se sienta más atraído por alguien que cumpla este perfil; sin embargo, si usted no tiene un patrón establecido, puede que se sienta atraído por una mujer con otras características físicas, e incluso puede enamorarse si además, en el transcurso descubre aspectos de su personalidad que le cautiven. Asimismo, con la madurez, usted como hombre podría haber ajustado sus preferencias; podría ser que conozca a alguien que no tenga el cuerpo de una guitarra, o que sí lo tenga, pero que no sea eso lo que en esencia le ha atraído más —eso ha pasado a otro nivel en la escala—. Esto aplica en el caso de las mujeres, de una manera muy similar.

El asunto es que la vista, su ausencia desde el nacimiento o su pérdida, no condicionan nuestra escala de prioridades. Somos bastante diversos como para que, en cada grupo, haya múltiples experiencias; incluso que las mismas no se repitan con exactitud.

Todo el chalalá explicativo para decir que: ¿qué parte de que somos diversos y funcionamos distinto, incluso compartiendo la misma discapacidad no se entiende?

Continúa el autor, afirmando que, cuando alguien se enamora no se da cuenta de la forma en que se dio; que no tiene explicación u origen —sexta generalización—.

Resulta llamativo que primero el autor defienda que nos enamoramos igual que los demás, pero luego culmina diciendo que es una pérdida de tiempo explicar cómo nos enamoramos, o como no podemos hacerlo porque, no nos damos cuenta de cómo, cuándo y por qué sucede.

Es decir, partiendo de las premisas que expone este autor, todo el mundo —vea o no vea— va por ahí enamorándose a ciegas, ¿no?

Digo yo, si no te enteras de cómo te enamoras, cuándo o por qué, ¿cómo puedes decir que te enamoras igual que los demás?

Hay que tener esa bola de cristal enchufadísima, ¿no?

Digo, para afirmar que algo es igual, aunque no lo sabes con certeza.

Sí, sí; tengo clarísimo que los seres humanos estamos llenos de contradicciones; ¿pasa que a veces exponerlas de manera tan abierta, no ayuda mucho a la causa, no les parece?

Lo que yo he podido observar en mis años de vida, es que en temas sociales, sicológicos y emocionales o conductuales, generalizar y dar cosas por sentado, suele llevarnos a cometer muchos errores con las personas.

En serio, ¿se puede afirmar que nadie se da cuenta de cómo, ¿cuándo y por qué se enamora?

Más allá del concepto de que el amor es ciego —y todas sus variantes—, no sé, pero yo no lo tengo tan claro. Tengo para mí, que sí existen —y existimos— personas que sabemos cuándo nos enamoramos de alguien, qué nos hizo enamorarnos de esa persona y cómo fue ese proceso. Quizá eso suceda cuando realmente estamos presentes, somos conscientes de lo que estamos viviendo y nos abrimos a plenitud a vivir esa experiencia y a atesorarla; quizá influyan otras cosas; no sé.

Lo que sí tengo claro, es que esto último no depende de si podemos ver o no. Depende, en mi opinión, de aspectos como el compromiso, la presencia, la entrega.

Por supuestísimo; pueden existir en la vida, personas caídas de la mata, personas que se hacen los ciegos ante lo que les rodea; personas que no sepan lo que quieren, que son inestables y van tras cualquier falda o cualquier báculo. Lo he dicho antes, de todo hay en la viña del señor; y en la tifloviña, mucho más. Pero de ahí, a generalizar, hay un trecho amplio.

Finalmente, este autor, comenta que la sociedad casi nos quiere poner en un altar por nuestra forma de ser.

Sin desmeritar su opinión, habiendo sido alguien que vio, puedo decir que la tendencia de la sociedad no es a sublimarnos por cómo somos —la forma de ser no se percibe a simple vista—; lo que suele suceder es que cuando ves, no te planteas la posibilidad de vivir la vida en ausencia del sentido de la vista, del cual, se es absolutamente dependiente. Por tanto, cuando te encuentras a alguien ciego que rompe el esquema, que no se ajusta a la idea preconcebida que se viene teniendo del ciego, sus capacidades y cualidades, o sus posibilidades u oportunidades, te parece increíble. Cuando alguien se topa con un ciego que se desenvuelve casi de forma autónoma, le resulta extraordinario, eso es comprensible. Que es mejor no alimentar esas falsas expectativas, por supuesto. Las falsas expectativas que generan los ciegos que tienen complejo de superhéroe termina perjudicando mucho la imagen del ciego que no se ajusta a este perfil.

Claro está, que, como individuos capaces, podemos deslastrarnos con nuestra conducta, de las falsas expectativas y de las salpicaduras que las conductas de otros ciegos nos van heredando.

No siempre es fácil, pero tampoco resulta imposible, sobre todo si lo que en realidad hacemos es, ser auténticos.

También ayuda muchísimo que vayan desapareciendo los tiflosuperhéroes —disculpen, pero tenía que decirlo—.

Y, a fin de cuentas, ¿qué finalidad tiene esta divagación?

Aparte del placer personal que me produce escribir y vaciar mi mente de tantas ideas, me gustaría que quien lea esto, intente hacer el ejercicio de reflexionar antes de opinar, para minimizar la posibilidad de caer en generalizaciones. Sobre todo, si esa generalización está relacionada con la discapacidad visual, tan mitificada y mal entendida.

En absoluto voy contra el autor o su forma de pensar. Solo he utilizado su escrito como punto de partida para ejemplificar que, si la sociedad generaliza respecto de nosotros los ciegos, es porque nosotros los ciegos estamos generalizando, y a veces, hay quien lo hace mucho.

Tampoco pretendo que los demás piensen como yo, o se expresen de la misma forma. Lo que sí creo importante, es comprender que podemos —a cuenta de nuestra buena intención— obtener resultados muy contrarios a los que creemos vamos a obtener.

Romper con la imagen y las ideas preconcebidas, los prejuicios y los mitos sobre la ceguera no es tarea sencilla. Seguir enfocados en buscar normalización uniformidad e igualdad, hasta el momento no ha sido en verdad, efectivo. Me parece muy positivo trabajar en disminuir las expectativas, en que se logre un cambio sobre la apreciación de la ceguera y los ciegos; pero basarse en tantas generalizaciones, no sé yo si sea la mejor forma de lograr ese objetivo.

Es que, con honestidad, eso de andar esgrimiendo “somos iguales, somos iguales al resto”, me suena a “niego lo que soy, niego lo que soy, a ver si así, en el fondo, me cuelo y me aceptan. A ver si así, ya no me ven como bicho raro”.

No estoy queriendo decir que el autor haga esto, que esa sea su intención o su pensamiento. Lo que digo es que es el mensaje ulterior que a mí me llega con tanta insistencia en la normalización. Y si a mí me llega, cabe la posibilidad de que le llegue a muchas personas más.

Una cosa es hacer entender que somos seres afectivos, con instintos, hormonas, deseos e incluso filias, como cualquier otro individuo y otra, insistir en que funcionamos igual que los demás, porque en realidad, ni siquiera quienes no tienen discapacidad, funcionan igual. No sé si me hago entender.

Es posible que yo ande en una senda demasiado escabrosa al pretender que se nos acepte como bichos raros con nuestras particularidades —si ese fuese el caso— y que se nos respete como tal. En pocas palabras, que se comience a aceptar las diferencias y a respetarlas, no solo a tolerarlas. Que no se nos minimice, pero que tampoco se nos sobredimensione; que se valoren nuestras cualidades, no nuestras características particulares, como señal de productividad, independencia o autonomía. Y así, un largo etcétera. Pero claro, tengo para mí, que el primer paso es aceptarnos como personas diferentes, extraordinarias, respetables, amables, deseables o apetecibles, importantes y cualquier adjetivo positivo que quieran insertar aquí; es demasiado cuesta arriba que la sociedad nos asuma como algo que nosotros no asumimos dentro de nosotros. Lo que pensamos de nosotros, lo que creemos de nosotros, es lo que reflejamos, al menos, la mayoría de las veces.

Qué lindo, que genial sería si se nos comienza a aceptar y valorar —empezando por nosotros hacia nosotros—, no por ser ciegos y querer seguir viviendo o valorar la vida como un hermoso regalo; no por ser “normales”; sino que se hiciese porque somos personas, carajo. Personas diferentes, y todo lo bueno que le quieran añadir a su perfil; pero en esencia personas diversas, ¿se entiende?

Millones de gracias a todos por estar allí, les abrazo fuerte.
Lehna Valduciel | 30/04/2017 en 17:11 | Etiquetas: Discapacidad, Generalizaciones, Normalización | Categorías: Bitácora de Anécdotas y Reflexiones | URL: http://wp.me/p4Osgg-aV