Texto publicado por Irene Azuaje

Sus padres religiosos la obligaron a casarse con alguien a quien no amaba.

La familia de Noemí era protestante y su padre era el pastor de la Iglesia; a los 18 años tuvo relaciones sexuales con un chico y no le quedó otro camino que el del matrimonio hasta que se animó a darse otra oportunidad.

Por Señorita Heart. Para LA NACION.

Noemí se crió sin televisión, sin radio y sin poder escuchar música que no fuera cristiana. Pertenecía a una familia muy cerrada, que tenía la religión como bandera.

A los 14 años, se enamoró por primera vez. Era un compañero del colegio, de religión católica, como la mayoría de las personas en Argentina. Ese fue el primer amor que sus padres le prohibieron.

El papá de Noemí era pastor evangélico y no iba a permitir que su hija rompa con la tradición. Su madre, fanática religiosa, también puso el grito en el cielo cuando se enteró que el destinatario del amor que sentía su hija pertenecía a otra religión.

Hasta los 18 Noemí sufrió por ese chico. Después, empezó a mirar a sus compañeros de la Iglesia. De hecho, había uno que le atraía, así que decidió darle una oportunidad y empezaron a salir.
"Tienen que casarse para dejar de estar en pecado"
Los protestantes consideran las relaciones sexuales prematrimoniales como pecado. Noemí y su novio, dos adolescentes con las hormonas revolucionadas, no siguieron esta regla y tuvieron que enfrentar las consecuencias.

Para el momento del juicio no habían cumplido 19 años. El tribunal de la Iglesia los juzgó por tener sexo antes de casarse. La sentencia fue contundente: la única manera de que Dios los perdone era casándose.

No estaban enamorados ni tenían deseos de pasar el resto de la vida juntos. Sin embargo, ambos sentían que estaban haciendo "lo correcto" al cumplir el veredicto de la iglesia. "Le creí a mis padres que en algún momento Dios me iba a regalar ese amor que no sentía", cuenta Noemí. Pero pasó el tiempo y el amor no llegó.

A los 22 años tuvieron a su primer hijo y al cumplir os 23 Noemí decidieron separarse. La iglesia y las dos familias rechazaron el pedido y a la pareja no le quedó otra opción que seguir juntos para las apariencias y separarse de puertas adentro.

Un año más tarde, Noemí quedó nuevamente embarazada.
Volver a empezar
Al poco tiempo de nacer su segundo hijo Noemí decidió romper su matrimonio. Cuando sus padres se enteraron de que se iba a separar apelaron la custodia de sus hijos y la ganaron. Perder esa batalla fue terrible para Noemí. Sin embargo, decidió ocuparse de ella y ponerse bien antes de volver a buscar a sus hijos.

En ese momento, Noemí empezó a chatear por Internet con Mohamed, un marroquí de religión musulmana que vivía en Marruecos dando clases de español. Se enamoraron sin conocerse. Todas las semanas hablaban por teléfono, se contaban sus vidas y se juraban hacer lo imposible por encontrarse algún día en algún lugar del planeta.

Noemí empezó a trabajar de cualquier cosa para conseguir dinero para un pasaje. Todas las noches se iba a dormir llorando por sus hijos y porque le faltaba mucho antes de conocer a su gran amor.

Luego de pasar por varios altibajos, y con Mohamed diciéndole que no podía venir a Argentina y dejar su vida por ella, Noemí decidió ir a probar suerte a España. Estaba deprimida, con una tristeza que le invadía todo el cuerpo, con visitas restringidas a sus hijos y con su gran amor que decía que no podía jugarse por ella.
El encuentro con su nueva vida
Con el pasaje a España en mano, Noemí habló con Mohamed y le contó del viaje. Su respuesta fue soñada. Justo en la fecha que Noemí viajaba él iba a estar en Salamanca, España, haciendo un curso de especialización.

El día que se encontraron fue el más hermoso de sus vidas. Se abrazaron y se besaron por horas. También se sorprendieron por revivir todo el amor que habían sentido durante esos dos años de conexión virtual.

Mohamed le propuso casamiento en España y a los treinta días ella viajó a Marruecos a cumplir su sueño. Se divorció a distancia, mantuvo un diálogo telefónico con sus hijos todos los días y consiguió trabajo en un call center.

Al año, regresaron a Argentina. Mohamed consiguió trabajo como traductor oficial del Centro Islámico y Noemí pudo volver a ver a sus hijos. Sus padres nunca le perdonaron haberse alejado de la Iglesia pero le volvieron a hablar.

"No dejé mi credo pero me alejé de todo fanatismo religioso porque a mi familia le hizo mucho daño", cuenta Noemí.

Hoy, ella y Mohamed llevan diez años juntos. Viven en Buenos Aires, tienen una nena de tres y viven con el mayor de los hijos de Noemí, que ya tiene 17 años.