Texto publicado por Irene Azuaje

El Aplauso Interno y La Constancia: Socios Perfectos

por Lehna Valduciel
fotografía de un Jardín Zen

Se nos ha enseñado desde pequeños a buscar la aprobación del otro; también se nos ha enseñado que el aplauso externo, que gran parte de nuestra autovaloración dependa de que un tercero nos diga cuán buenos somos, lo mucho que valemos.

Durante nuestra infancia y nuestra adolescencia, ese aplauso externo muchas veces viene traducido en código matemático: Mientras el número —de lo que sea— sea más alto, mejor, más reconocimiento, más valor tendremos.

A muy pocos seres humanos se les ha enseñado el valor del aplauso interno, de saberse reconocer y valorarse desde adentro.

A pocos se nos ha enseñado a ser justos, incluso con nuestras equivocaciones; esas que nos permiten recomenzar, aprender o desaprender, avanzar, redefinirnos.

Lo común es azotarse al cometer un error, sancionar la falla buscando la utopía de una perfección que, muchísimas veces ni siquiera nos pertenece, porque demasiadas veces —y demasiadas personas— buscan la perfección no por la necesidad de sentirse perfectos, sino por complacer la creencia y la expectativa del otro.

Tampoco se nos ha enseñado como principio de vida, que la constancia es una herramienta de poder.

Lo que generalmente se vende es la idea del esfuerzo como sacrificio; no como método de satisfacción personal.

En estos tiempos, en que la palabra revolución está tan de moda, suelo preguntarme qué pasaría si aplicásemos una revolución desde adentro, desde cada individuo.

Qué pasaría si comenzásemos a aplaudirnos internamente, incluso cuando nos equivoquemos y fracasemos, porque reconocer nuestra falibilidad es reconocernos y asumirnos como seres humanos, dejar de ser mecánicos y autómatas que siguen a ciegas un pensamiento único, un deber ser que se nos impone buscando establecer un estadio política y socialmente correcto que, busca más manipular y tenernos bajo control, que la convivencia

en armonía.

Qué pasaría si nos aplaudimos internamente para despertar ese espíritu, ese potencial que todos tenemos por dentro.

¿Cuánto no lograríamos?

Qué pasaría si asumimos la constancia como una herramienta, como una metodología de construcción personal. ¿Qué pasaría si dejamos de entender el esfuerzo como sacrificio y la constancia como tedio?

¿Qué pasaría si además se nos ocurre asociar el aplauso interno y la constancia cada segundo de nuestras vidas?

Probablemente empezaríamos no solo a aceptarnos y a amarnos mucho más; comprenderíamos que somos más que números, que cantidades, que calificaciones.

Quizá también entenderíamos que podemos —y que de hecho somos— mucho más que aquello que las expectativas de terceros dibujan o proyectan.

También, de seguro, valoraríamos mucho más cada segundo, cada instante de nuestras vidas; cada éxito y cada fracaso; cada emoción y cada sentimiento.

Seguramente, entenderíamos que vinimos a esta vida a aprender y desaprender, a construirnos, a ser felices. Entenderíamos que el otro nos acompaña, pero no nos completa, porque somos seres completos, con todo lo necesario para ser lo que deseemos ser, para alcanzar lo que queramos; y que, incluso, sin la compañía del otro, no estamos solos y tenemos la posibilidad de ser felices.

No se trata de empezar a creer que somos autosuficientes en todo momento; solo de comprender que no tenemos que ser dependientes de lo externo para ser felices, para sentir plenitud.

Dentro de cada uno de nosotros se halla una fuerza y un conjunto de habilidades o dones que podemos potenciar y que podemos aprovechar para ser almas o espíritus libres.

Por ello, la invitación es a aplaudirse más internamente, a apoyarse y a darle la mano a la constancia, cada segundo de cada hora, de cada día y así, lo que dure nuestra vida.
Lehna Valduciel | 09/04/2017 en 11:15 | Etiquetas: Autoestima, Constancia, Fortaleza Interior, Reflexión | Categorías: Bitácora de Anécdotas y Reflexiones | URL: http://wp.me/p4Osgg-am