Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El conde Lucanor, Cuento segundo.

Cuento II.
Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo.

Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo
que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo
hiciera,
muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara
de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón.
Contó a
Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a
muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen
entendimiento,
mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os
diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó
Patronio-, me gustaría
mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno
con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo
Patronio:
-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos
años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer
alguna cosa,
el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que
no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos
que eran
buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto
más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a
confundirse en
sus negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de
terminar, y así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien
los guíe.
Pues bien, aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo
tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de
las que hacía.
Y cuando el padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su
hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, acordó
actuar como
os contaré para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que
no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo
debía obrar
en futuras empresas.
»Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa.
Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para comprar
algunas cosas
que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y
camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se
encontraron
con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos
habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a
decir entre ellos que
no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos
caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre,
al oírlo, preguntó
a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres,
contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga,
no era muy sensato
que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que
subiese en la cabalgadura.
»Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres,
los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la
equivocación
del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que
podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó
el buen
hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le
contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo
bajar de la bestia
y se acomodó él sobre el animal.
»Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del
padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba
cabalgando, mientras
que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie.
Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que
decían estos
otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad.
Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura
para que ninguno
caminase a pie.
»Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a
decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas
podía soportar
su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El
buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían
dicho aquellos,
contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el
padre se dirigió al hijo con estas palabras:
»-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los
dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer
así el camino.
Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que
aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo
iba a pie. Y tú
dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de
personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te
mandé bajar y yo
subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos
con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo
en la bestia,
y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos
últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta
única bestia,
y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido
así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de
las gentes:
pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos
criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos
por ir yo a caballo
y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo critican.
He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos,
pues alguna
de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre
nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo
que todos
aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen
provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los
buenos, que
aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por
eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que
más te beneficia
y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo,
pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a
su antojo,
sin pararse a pensar en lo más conveniente.
»Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis
hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen
si no lo hacéis,
yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que
os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os
dejéis engañar
por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes
sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no
encontráis
tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y
dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden
posponerse.
Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los
encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis
de hacerlos
por miedo a las críticas de la gente.
El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le
fue muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e
hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:

Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.