Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

La sombra del espía.

Esta historia la hallé en un manuscrito apócrifo1 del siglo I, en el que
se hablaba de la creación y de los hombres espía que vivían para imitar
su propia destrucción. El relato, hermético2, impenetrable, tenía dos
soluciones y estaba redactado en primera persona, circunstancia que lo
hacía mucho más confuso.
Solo cambié el lugar y el tiempo de la acción, los nombres, los
detalles. Introduje la cita de Parnell. Pero respeté su sentido y la
segunda solución, que era la más verosímil.
Usted lo va a reconocer en seguida. Es alto como usted. Tiene su misma
edad, el color de sus ojos, su manera de ser y hasta su cicatriz sobre
la ceja derecha. No necesita fotografía. Pero guíese por usted mismo. El
espía debe morir.
Y el jefe me entregó un pequeño espejo y una pistola Colt.
Pero ¿por qué yo? Había trabajado veinte años en el servicio secreto de
contraespionaje. Había prevenido dos guerras, los incidentes de límites,
los sabotajes, el robo de importantes documentos.
Había salvado los bienes y la vida de cuatro presidentes. Había luchado
contra el espionaje en ambos frentes. Y sin embargo… Claro. Yo también
fui un espía doble. En Vietnam y en Bolivia3 informé a los guerrilleros.
Pero no. Allí estaban las palabras del jefe. Iban y venían en mi sangre.
“Guíese por usted mismo”. “…Lo va a reconocer en seguida”. “No necesita
fotografía”. Y luego el pequeño espejo y la pistola. Claro que en esos
veinte años había visto “crecer” a mis superiores y conocía todos sus
secretos. Pero ahora… Estaba como atrapado mentalmente. Las palabras del
jefe eran imbatibles. Un día antes me había dicho:
-Usted es el más grande de nuestros espías, y algún día tendrá un
monumento abstracto, acaso tres, seis o nueve ritmos sagitales, con una
inscripción bajo la sigla respectiva que posiblemente dirá: “Solo le
bastaba tocar un signo para ver”. O bien: “Exactitud de la duplicidad
del número 1”4.
Me revolqué en la cama. El cuerpo desnudo de Giselle me sirvió para
desahogarme. Ella, tomada violentamente (un acto gratuito y estúpido),
abrió los ojos y miró un instante como si yo hubiera desaparecido.
-Lo vas a reconocer en seguida -musitó-. Se parece a ti mismo.
Y siguió durmiendo mientras yo acumulaba una angustia metafísica5 que se
hacía cada vez más insoluble. Salté entonces de la cama y corrí a una
estantería para echar mano a la Spies History, de Richard Parnell6, obra
inquietante e inhallable publicada en Escocia, en 1638, en la cual se
relataban las historias más inverosímiles7 protagonizadas por el hombre,
desde ese día en que Moisés envió sus doce espías a Canaán8. Tenía que
hallar la solución de la orden recibida, buscar un desconocido que fuera
el vivo retrato de uno mismo. De uno multiplicado en dos, para
acribillarlo después con la pistola Colt. Pero la obra de Parnell no
traía ningún caso semejante. Solo consignaba (en el capítulo VII) una
frase herética9 que concordaba con un manuscrito del siglo I y que
decía: “El hombre fue creado a imagen de un espía para imitar y destruir
su propia sombra”. Sentí ganas de destrozar el libro. Me contuve, sin
embargo, y volví a la cama. La desnudez de Giselle era un infierno que
se sumaba al otro infierno en el que ardía la orden inapelable10 de mi jefe.
Al día siguiente (no recuerdo lo que hice esa noche) me lancé a la
calle. Busqué aquellos lugares sórdidos11 que yo conocía de memoria, la
zona portuaria, los bares, los night clubs12 donde las taxi-girls13 se
confunden con las prostitutas. Pero no hallé al espía que se me parecía.
Cuando creía hallarlo llevado por la estatura y la manera de ser del
sospechoso, extraía mi pequeño espejo para estudiar mejor mi propio
rostro, y advertía la desemejanza14 que nos separaba. Y esa noche estuve
dos veces en la misma situación. El segundo sospechoso llevaba la
cicatriz, y a tres metros hubiera jurado que era yo mismo, mi ser
desdoblado. Acaso un hermano mellizo desconocido en el que se habían
impreso mis arrugas, el rictus15, y hasta la forma de las palabras al
hablar. Me acerqué entonces, llevado por la fiebre, y retrocedí. Su
mirada mansa, ingenua, no era la mía.
¿Por qué se me había dado esta misión? El espía que yo buscaba había
trabajado veinte años y conocía como yo todos los secretos de sus jefes.
Pero ahora lo consideraban peligroso y habían resuelto eliminarlo. Es
posible que le “adjudicaran” la multiplicidad. El terror invadió mis
nervios. ¿No sería yo mismo el espía que debía morir? Sentí una
sensación de parálisis, algo así como si me hubiera arrojado hacia el
vacío. Entonces, contra mi propia voluntad, recordé la frase de Parnell:
“El hombre fue creado a imagen de un espía para imitar y destruir su
propia sombra”. Rechacé, sin embargo, la inferencia16 de estas palabras
con la idea de mi estricta destrucción. Si hubieran resuelto
asesinarme, me habrían eliminado en cualquier momento sin ninguna
explicación.
Entonces era verosímil que hubiera un hombre semejante a mí, a quien yo
debía eliminar para evitar confusiones. De lo contrario no me habrían
entregado el pequeño espejo y la Colt.
Pedí un whisky y luego otros (estaba en el último night club) y sonreí
estúpidamente al descargarme de la angustia. Después reparé en una taxi
girl que me miraba desde una mesa vecina. La invité a que se sentara
conmigo.
-Pareces un cadáver -murmuró, acercándose hasta rozarme.
-Solo te invité a tomar una copa.
-Te agradezco, pero quisiera que cambiaras de rostro. Pagué las copas y
hui. Aquella taxi-girl tenía un extraño sentido del misterio.
Subí las escaleras hasta el segundo piso. Era muy tarde y hacía calor.
Abrí la puerta de mi departamento, tratando de no hacer ruido, y me
introduje en el dormitorio haciendo eses. Giselle, siempre desnuda,
desafiando las luces nocturnas que llegaban desde la ventana, era una
objetivación demoníaca17, incitante. Pero esta vez frené mis impulsos
primitivos por una idea que jamás había tenido, algo que creció
lentamente hasta dominarme y que solo se expresaba con una palabra: ¡matar!
Saqué la Colt y me acerqué un poco más. Los pechos de Giselle, dos
esferas de fuego que jugaban un ritmo diabólico, invitaban sádicamente18
a disparar. El perfume de su cuerpo, su respiración, envolvían mi
rostro, invadían mis sentidos. No esperé más. Apunté a su corazón y
estuve próximo a gatillar. Pero ella se movió.
Quedó de espaldas, y el infierno se me hizo más diabólico. Podía
dispararle sobre la nuca, y no lo hice. Me corrí al otro lado de la
cama. Las luces nocturnas se apagaban y se encendían sobre ese cuerpo
desafiante. Volví a tomar puntería y arrimé el arma a su corazón. Un
segundo. Solo un segundo. Pero no pude. Giselle abrió sus ojos y me miró
sin ver, agitada por el sueño. Luego dijo:
-Lo vas a reconocer en seguida. Tiene tu manera de ser. Un instante
después repitió la frase.
Retrocedí espantado. Giselle reiteraba en sueños lo que solía decirme en
la vigilia.
Avancé nuevamente para asesinarla. Y esta vez me tembló la mano. Un
pensamiento inverificable me contuvo: “Esta mujer es espía y cumple una
misión”. También pensé otra cosa: “Todos cumplimos un mandato”.
Desistí de mis ideas absurdas y me recosté en el diván. No pude dormir a
pesar de las copas que había tomado en el night club. La casa estaba
silenciosa, devorada por una semipenumbra fantasmal. Yo trataba de
aturdirme, de forzar el sueño. Había logrado ya una especie de letargo19
cuando de pronto el gato de Giselle, que dormía en la cocina, cruzó el
departamento como una ráfaga erizada y se detuvo frente a mí. Sus ojos
relucientes y sanguinolentos, infernales, buscaron mi mirada. El espanto
crecía en su expresión como un agua invasora caída de otros mundos. Le
di una patada y el gato huyó. Pero un minuto después, cuando ya estaba
por recuperar mi letargo, sentí el ruido de una puerta que se abría
lentamente. Me volví hacia esa dirección y vi, por segunda vez, los ojos
infernales del gato, que cruzaban a la carrera hasta llegar a mí.
Esta vez fui yo el espantado. Me levanté sin encender las luces, tomé la
Colt y me orienté hacia el fondo del departamento. Comprendí que el
espíritu del gato me anunciaba la presencia de algo extraño. Cuando
traspuse el dormitorio, Giselle, dominada por inusitados mecanismos
oníricos20, seguía repitiendo la frase del jefe:
-Lo vas a reconocer en seguida…
Yo, que me caracterizaba por las decisiones rápidas, crucé temblando la
segunda habitación y luego la tercera. Después doblé a la izquierda y
entré en la cocina. Y sin saber por qué, yo mismo me dije para mis
adentros: Lo vas a reconocer en seguida. Pero no había nadie en la
semipenumbra. Solo el viento suave de la noche que empezaba a
desleírse21. Quise volver sobre mis pasos, y una idea me detuvo. Detrás
de la cocina, a medio metro de un recodo, había una habitación que
custodiaba Giselle y que me estaba prohibido trasponer por orden del
jefe. Pero seguí avanzando. El ruido de la puerta había llegado desde
ahí, y solo en esa habitación podía verificar el misterio.
El gato, electrizado, marchaba junto a mí, rozándome. Doblé el recodo,
apenas un pasadizo, y vi que la puerta prohibida, siempre con llave,
inexpugnable22, secreta, estaba un tanto abierta, como si alguien lo
hubiera intentado desde adentro. El terror paralizó mis nervios, pero
traté de recuperarme. Gané sigilosamente la distancia y empujé la puerta
con el pie. Cuando esta se abrió del todo, vi la imagen del espía, su
rostro y la cicatriz, sus ojos semejantes a los míos, observándome
desmesuradamente, su cuerpo, su Colt en la mano derecha apuntando contra mí.
Acaso fue un segundo. Estaba frente al doble que tanto había buscado y
debía cumplir la orden recibida. Entonces entendí a Parnell. Yo debía
destruir mi propia sombra. Disparé contra el espía y sentí un dolor en
las entrañas. El espía también había disparado contra mí. Volví a
gatillar, y la misma simultaneidad. Después pensé: “Podría ser un espejo
parabólico23”. Pero ya era tarde. Caí mientras la oscuridad se hacía
resplandeciente.

La sombra del espía
Notas:
1 De autor supuesto o fingido.
2 Difícil de comprender.
3 Se refiere, en primer lugar, al conflicto que en la década de 1960
desemboca en la Guerra de Vietnam. Las fuerzas enfrentadas fueron la
guerrilla vinculada al Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur
junto a la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte), por un
lado, y, por el otro, una coalición integrada por la República de
Vietnam (Vietnam del Sur), los Estados Unidos y otros países. Terminó
con la derrota de los Estados Unidos y el retiro de sus tropas en 1973,
y luego la reunificación de Vietnam bajo el control del gobierno
comunista de Vietnam del Norte en 1975. La referencia a Bolivia alude a
los movimientos guerrilleros surgidos en América latina durante la
década de 1960, algunas de cuyas acciones tuvieron lugar en Bolivia. Fue
allí donde, en octubre de 1967, el ejército boliviano, apoyado por los
Estados Unidos, capturó y ejecutó a Ernesto “Che” Guevara.
4 Las palabras del jefe no tienen un sentido claro para el lector. Tal
vez esto indique el uso de un código entre espías.
5 Sección de la filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus
propiedades, principios y causas primeras. Aquí se refiere a una
angustia profunda, relacionada con la propia existencia.
6 Esta obra no existe; se trata de una invención del autor.
7 Que no son creíbles.
8 Se refiere a un episodio bíblico. Según el Antiguo Testamento, Canaán
era la Tierra Prometida del pueblo israelita, ubicada en la actual
Palestina. Dios le dijo a Moisés que enviara a doce espías (uno de cada
tribu) para que le dieran un informe de lo que encontraran allí.
9 Que constituye una herejía, es decir, que va contra los principios de
la fe.
10 Irremediable, inevitable.
11 En sentido figurado, impuros, indecentes.
12 Clubes nocturnos, cabarés.
13 Mujeres que trabajan en un club nocturno acompañando a los clientes.
14 Diferencia.
15 Aspecto fijo o transitorio del rostro al que se atribuye la
manifestación de un determinado estado de ánimo.
16 Deducción, conclusión.
17 Se refiere a una manifestación del demonio.
18 Con placer por el sufrimiento del otro.
19 Estado de somnolencia profunda y prolongada.
20 Propios del sueño.
21 Hacerse más tenue.
22 Inaccesible.
23 Espejo con forma curva que refleja la luz hacia un punto.

De: Historias de crimen y misterio, 1990.

El autor
Juan-Jacobo Bajarlía nació en Buenos Aires en 1914. Se recibe de abogado
en la Universidad de Buenos Aires y se dedicó a la literatura desde muy
joven. Su producción es muy extensa y variada. Es autor de novelas,
cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos críticos y artículos
periodísticos. Los géneros que más ha frecuentado son el policial, el
fantástico y la ciencia ficción. En muchos de sus cuentos, estos géneros
aparecen combinados con la discusión de problemas filosóficos.
Algunos de sus libros son Cuentos de crimen y misterio (1964), Crónicas
con espías (1966), Historias de monstruos (1969), Fórmula al antimundo
(1970), El día cero (1972), El endemoniado señor Rosetti (1977), Sables,
historias y crímenes (1983). En ocasiones, como con Los números de la
muerte (1972), publicó sus novelas policiales bajo el seudónimo de John
J. Batharly.
Bajarlía obtuvo una gran cantidad de premios y distinciones, y fue
miembro honorario de la Sociedad Argentina de Escritores. Hasta su
muerte, en julio de 2005, continuó demostrando su inagotable pasión por
la literatura y la cultura.
El texto
Un agente del servicio secreto de contraespionaje debe realizar el
trabajo más difícil de su vida. Este hombre ha cumplido con las tareas
más complejas de la organización con una imperturbable frialdad
profesional. Sin embargo, este caso, que parece mucho más sencillo,
tornará su frialdad en una fiebre desesperada. Un espía sabe que las
órdenes no deben cuestionarse, aunque su misión lo enfrente con sus
miedos más profundos y sus temores más secretos.
En este cuento el suspenso y los ambientes oscuros del policial negro se
combinan con elementos propios del género fantástico. “La sombra del
espía” integra la antología Historias de crimen y misterio, publicada
por la Editorial Fraterna en 1990.