Texto publicado por Ale. c

Discurso Completo de JK Rowling en Harvard

Los Beneficios del Fracaso y la Importancia de la Imaginación
por JK Rowling

Presidenta Faust, miembros de la Corporación Harvard y el Consejo de Supervisores, miembros de la facultad, orgullosos padres, y sobretodo, graduandos.

Lo primero que quisiera decir es “gracias”. No solo Harvard me ha dado un honor extraordinario, sino que las semanas de miedo y náuseas que he experimentado
por tener éste compromiso de dar un discurso me han hecho perder peso. Una situación ganadora en todo sentido! Ahora solamente debo tomar aire, mirar
los banderines rojos, y engañarme a mi misma para creer que estoy en la convención de Harry Potter más educada del mundo.

Dar un discurso es una gran responsabilidad. O eso pensé hasta que recordé mi propia graduación. La oradora de ese día era la distinguida Baronesa y Filósofa
Británica Mary Warnock. El repaso de su discurso me ha ayudado enormemente a escribir éste, porque resulta que no recuerdo ni una sola palabra de lo que
dijo. Este liberador descubrimiento me permitió proceder sin el miedo de que inadvertidamente los influenciara a ustedes a abandonar prometedoras carreras
de negocios, leyes, o política, simplemente por el gusto de convertirse en un mago gay.

¿Lo ven? Si todo lo que recordarán en los años venideros es el chiste del “mago gay”, entonces ya estoy mejor que la Baronesa Mary Warnock. Metas alcanzables:
el primer paso hacia el mejoramiento personal.
De hecho, me he devanado la cabeza y el corazón pensando en lo que debía decir hoy. Me he preguntado lo que me hubiese gustado tener en mi propia graduación,
así como las importantes lecciones que he aprendido durante los 21 años que han expirado desde ese día hasta hoy.

Y he llegado a dos respuestas. En éste maravilloso día en el cual nos reunimos para celebrar su éxito académico, he decidido hablar de los beneficios de
fallar. Y mientras ustedes están a punto de ingresar a la llamada “vida real”, quiero también recalcar la crucial importancia de la imaginación.
Estas pueden parecer unas opciones muy Quijotescas o paradójicas, pero por favor escuchen lo que tengo que decir.

Recordar a la joven de 21 años que era cuando me gradué, es una experiencia un poco incómoda teniendo en cuenta que ya tengo 42 años. Hace la mitad de
mi vida, me enfrentaba a un extraño balance entre la ambición que tenía para mí misma, y lo que mis personas cercanas esperaban de mí.

Estaba convencida de que lo único que quería hacer, para siempre, era escribir novelas. Sin embargo, mis padres, quienes provienen de entornos pobres y
quienes nunca fueron a la universidad, tomaron mi hiperactiva imaginación simplemente como regalo personal que no podría pagar una hipoteca o garantizarme
una pensión.

Esperaron que yo me graduara en el ambiente vocacional. Y quise estudiar Literatura Inglesa. Se estableció un compromiso que en retrospectiva no satisfizo
a nadie, así que acabé estudiando Lenguas Modernas. Apenas el auto de mis padres volteó la esquina del camino, dejé de estudiar alemán y me escabullí por
el Corredor de Clásicos.

No recuerdo haberles dicho a mis padres que estaba estudiando Clásicos. Creo que se enteraron el día de la graduación. De todas las materias de éste planeta,
creo que no podrían encontrar una más inútil que Mitología Griega al momento de asegurarse las llaves de un baño de ejecutivo.

Quiero aclarar, entre paréntesis, que no culpo a mis padres por su punto de vista. Hay una fecha de expiración al momento de culpar a tus padres por guiarte
en la dirección equivocada. Cuando eres lo suficientemente mayor para tomar las riendas, la responsabilidad siempre está a tu lado. Y aún más, no puedo
criticar a mis padres por esperar que yo nunca experimentara la pobreza. Ellos ya eran pobres, y yo entonces ya era pobre, así que concuerdo con ellos
en que no es una buena experiencia. La pobreza enfatiza el miedo, y el estrés, y en ocasiones la depresión. Significa miles de humillaciones y necesidades.
Salir de la pobreza por tus propios medios, es algo de lo que se debe estar orgulloso, pues la pobreza en sí sólo es romantizada por los tontos.

Lo que más temía de mi misma a su edad no era la pobreza, sino el fallar.

A su edad, a pesar de una carencia distintiva de motivación en la universidad, donde pasé mucho tiempo en las cafeterías escribiendo historias, y muy poco
tiempo en las clases, tenía habilidad para pasar los exámenes, y eso, por años, ha sido la medida del éxito en mi vida, por mis esfuerzos.

No soy lo suficientemente ilusa para pensar que porque ustedes son jóvenes, dotados y bien educados, nunca tendrán necesidades o desencantos. El talento
y la inteligencia nunca han inoculado a nadie contra los caprichos del destino, así que en ningún momento supongo que todos los aquí presentes han disfrutado
su existencia llena de privilegios y consentimientos.

Sin embargo, el hecho de que ustedes se están graduando de Harvard sugiere que no están muy acostumbrados al fracaso. Tal vez hayan tenido miedo a fallar
tanto como el deseo del éxito. De hecho, su concepto de fracaso puede no estar muy lejos de la idea del éxito de una persona promedio. Así de alto ya han
volado académicamente.

Finalmente, todos hemos decidido lo que para nosotros significa el éxito, pero las palabras no son suficientes para darles un conjunto de criterios si
fuera necesario. Así que creo que es justo decir que, de cualquier medida convencional, sólo 7 años después del día de mi graduación, fracasé a una escala
épica. Un excepcionalmente corto matrimonio explosionó, y yo estaba desempleada, madre soltera, y tan pobre como es posible serlo en la moderna Gran Bretaña,
sin quedarse sin un hogar. Los temores que mis padres sentían por mí, y que yo tenía para mí misma, se convirtieron en realidad, y por todos los estándares
usuales, yo era el mayor fracaso que conocía.

No voy a pararme aquí para decirles lo que es el éxito. Ese periodo de mi vida fue muy oscuro, y no tenía idea de pasaría lo que la prensa llama ahora
un “final de cuento de hadas”. No tenía idea de qué tan extenso era el túnel, y durante mucho tiempo, cualquier luz al final de él era más una esperanza
que una realidad.
Así que por qué hablo acerca de los beneficios del fracaso? Simplemente porque el fracaso significa un camino hacia lo no esencial, me paré pretendiendo
que era algo muy diferente a lo que era en realidad, y comencé a dirigir toda mi energía a terminar el trabajo que me interesaba. No triunfé realmente
en nada más, pues nunca encontré la determinación de tener éxito en otro campo que fuera de mi interés. Era libre, pues mis más grandes miedos se habían
materializado, y aún estaba con vida, y aún tenía una hija a la cual adoraba, y tenía una máquina de escribir y una gran idea. Y entonces la roca del suelo
se convirtió en los fundamentos sobre los cuales reconstruí mi vida.

Tal vez ustedes nunca fracasen a la escala que yo lo hice, pero algunas fallas en la vida son inevitables. Es imposible vivir sin fallar en ocasiones,
a menos que vivas tan cautelosamente que no estás viviendo en realidad, en cuyo caso, fallas por defecto.

El fracaso me dio una seguridad interior que nunca experimenté al pasar los exámenes. El fracaso me enseñó cosas acerca de mi misma que no hubiese podido
aprender de otra manera. Descubrí que tengo una fuerte voluntad, y más disciplina de la que esperaba. Y también descubrí que tenía amigos cuyo valor es
mucho más alto que el de los rubíes.

La noción de que has surgido más sabia y más fuerte desde el fondo significa que eres, para siempre, segura de tus habilidades de sobrevivir. Nunca te
conocerás verdaderamente, ni las fortalezas de tus relaciones, hasta que ambas sean puestas a prueba ante la adversidad. Ese conocimiento es un verdadero
regalo, por todo lo que se ha ganado con esfuerzo, y que vale más que cualquier calificación alguna vez obtenida.

Si me diera un máquina del tiempo o un Gira-Tiempo, me diría a mi misma a los 21 años que las felicidad personal reside en saber que la vida no es una
lista de adquisiciones o logros. Sus calificaciones, su currículum, no son su vida, aunque conocerán a muchas personas de mi edad o mayores quienes confunden
estos dos aspectos. La vida es difícil, y complicada, y más allá del control de cualquier persona, y de la humildad de saber que se te permitirá sobrevivir
a sus vicisitudes.

Tal vez piensen que escogí mi segundo tema, la importancia de la imaginación, porque parcialmente la usé para reconstruir mi vida, pero eso no es todo
al respecto. Aunque defiendo el valor de las historias para dormir hasta mi último aliento, he aprendido el valor de la imaginación en un sentido mucho
más amplio. La imaginación no es sólo la capacidad única de los humanos de visionar lo que no es realidad, y por lo tanto, la fuente de todas las invenciones
e innovaciones. Es sin duda la capacidad más transformadora y reveladora, es el poder que nos permite enfatizar con humanos cuyas experiencias nunca hemos
compartido.

Una de las experiencias formadoras más grandes de mi vida preceden a Harry Potter, aunque está presente en lo que subsecuentemente escribí en los libros.
Esta revelación provino en la forma de uno de mis primeros trabajos diurnos. Aunque me dedicaba a escribir historias durante mis horas de almuerzo, pagaba
la renta a mis 20 años al trabajar en un departamento de investigación en las instalaciones de Amnistía Internacional en Londres.

Allí, en mi pequeña oficina, leía asombrada cartas desprovistas de regímenes totalitarios, de hombres y mujeres que se arriesgaban a ser arrestados con
tal de informar al mundo lo que les estaba pasando. Vi fotografías de aquellos que desaparecieron sin rastro, enviadas a Amnistía por sus desesperadas
familias y amigos. Leí el testimonio de víctimas de tortura y vi imágenes de sus heridas. Abrí resúmenes escritos a mano de juicios de ejecución, de secuestros,
y de violaciones.

Muchos de mis compañeros de trabajo eran ex-prisioneros políticos, personas que han sido desplazadas de sus hogares, o enviadas al exilio, porque tuvieron
la temeridad de pensar independientemente de su gobierno. Los visitantes de nuestra oficina incluían a aquellos que iban a dar información, o que intentaban
averiguar qué paso con quienes fueron forzados a dejar atrás.

Nunca olvidaré a una víctima de tortura Africana, un hombre no mayor a mí en ese momento, quien se volvió loco después de todo lo que tuvo que soportar
en su tierra. Temblaba incontrolablemente al hablar a una cámara de video acerca de la brutalidad que se le infringió. Era un pie más alto que yo, y parecía
tan frágil como un niño. Se me dio la tarea de escoltarlo a la Estación Subterránea, y éste hombre cuya vida había sido sacudida tan cruelmente, me tomó
de la mano con una exquisita cortesía, y me deseó un futuro feliz.

Y desde entonces recuerdo caminar por ése vacío corredor y de repente escuchar, desde detrás de una perta cerrada, un grito de dolor y horror como nunca
antes había oído. La puerta se abrió, y la investigadora sacó la cabeza y me dijo que corriera a preparar una bebida caliente para el hombre sentado junto
a ella. Me acababa de dar la noticia de que en retaliación por hablar en contra del régimen de su país, su madre había sido atrapada y ejecutada.

Todos los días laborales de mis 20 años se me recordaba lo afortunada que era, de vivir en un país con un gobierno elegido democráticamente, donde la representación
legal y un juicio público son los derechos de todos.

Todos los días, veía evidencias de las maldades que la humanidad infringe en sus compañeros humanos, para ganar o mantener el poder. Comencé a tener pesadillas,
literalmente, acerca de algunas de las cosas que vi, oí, y leí.

Y además, aprendí más acerca de la bondad de la humanidad en Amnistía Internacional de que había aprendido antes.

Amnistía moviliza a miles de personas que nunca han sido torturadas o encarceladas por sus creencias de actuar a favor de quienes sí lo han sido. El poder
de la empatía humana, que conlleva a la acción colectiva, salva vidas, y libera prisioneros. La gente ordinaria, cuyo bienestar y seguridad están asegurados,
se unen en cantidades enormes para salvar a personas que no conocen, y que nunca conocerán. Mi pequeña participación en ese proceso fue una de las experiencias
más humildes e inspiradoras de mi vida.

A diferencia de cualquier otra criatura de éste planeta, los humanos podemos aprender y comprender, sin tener que experimentar. Podemos pensar por nosotros
mismos dentro de las cabezas de otras personas, e imaginarnos a nosotros mismos en los lugares de otros.

Por supuesto, este es un poder, como mi creación de magia ficticia, que es moralmente neutral. Uno puede usar esa habilidad para manipular, o controlar,
tanto como para comprender o simpatizar.

Y muchos prefieren no ejercitar su imaginación en absoluto. Ellos escogen permanecer cómodamente dentro de los límites de su propia experiencia, sin preocuparse
por pensar cómo se siente haber nacido siendo otro. Ellos se rehúsan a escuchar gritos o a mirar dentro de jaulas. Pueden cerrar sus mentes y corazones
ante cualquier sufrimiento que no los toque personalmente. Pueden rehusarse a conocer.

Podría estar tentada a envidiar a las personas que pueden vivir de esa manera, a excepción de que no creo que ellos tengan menos pesadillas que yo. Escoger
vivir en espacios limitados que conllevan a una forma de agorafobia mental, que trae sus propios terrores. Creo que las personas sin imaginación ven más
monstruos. Y a menudo están más asustadas.

Además, aquellos que escogen no enfatizar podrían activar a monstruos reales. Sin tener que comprometernos a reivindicar la maldad en nosotros mismos,
operamos en secreto con esto, a través de nuestra propia apatía.

Uno de los muchos aspectos que aprendí al final del Corredor de Clásicos en el cual me aventuré a los 18 años, en búsqueda de algo que no podía definir
en ese momento, fue esto, escrito por el autor Griego Plutarco: “Lo que logramos en el interior cambiará la realidad exterior”.

Esa es una asombrosa frase que se comprueba miles de veces cada día de nuestras vidas. Expresa, en parte, nuestra inescapable conexión con el mundo exterior,
el hecho de que tocamos las vidas de otras personas simplemente al existir.

¿Pero a cuántos más de ustedes, graduandos de Harvard de 2008, les atrae la idea de tocar las vidas de otras personas? Su inteligencia, su capacidad del
trabajo arduo, la educación que se han ganado y recibido, les ha dado un estado único, y unas responsabilidades únicas. Incluso su nacionalidad los aparta.
La gran mayoría de ustedes pertenecen sólo al super-poder restante del mundo. Las manera como voten tiene un impacto más allá de sus límites. Este es su
privilegio, y su carga.

Si escogen usar su estado e influencia para elevar su voz a favor de los que no tienen voz. Si escogen identificar no sólo lo poderoso, sino también lo
que no tiene poder. Si conservan la habilidad de imaginarse a sí mismos en las vidas de otras personas que no tienen sus ventajas, entonces no sólo serán
el orgullo de sus familias quienes celebran su existencia, sino de miles y millones de personas cuya realidad ustedes habrán ayudado a transformar para
bien. No necesitamos magia para cambiar al mundo, pues ya llevamos el poder necesario dentro de nosotros mismos: tenemos el poder de imaginar algo mejor.

Ya casi termino. Tengo una última esperanza para ustedes, que es algo que ya tenía a los 21 años. Los amigos con los que me senté el día de la graduación
lo han sido durante toda mi vida. Por ejemplo los padrinos de mis niños, las personas con quienes he contado en tiempos difíciles, amigos que han sido
tan amables como para no demandarme por usar sus nombres para los Mortífagos. En nuestra graduación nos unía un enorme afecto, por nuestras experiencias
compartidas en un tiempo que ya no podrá volver, y por supuesto, por el conocimiento de que tenemos cierta evidencia fotográfica que sería excepcionalmente
valiosa si cualquiera de nosotros se convirtiera en Primer Ministro.

Así que hoy, no les puedo desear nada mejor que amistades similares. Y mañana, espero que aunque no recuerden ni una palabra de lo que dije, recuerden
las palabras de Seneca, otro de aquellos antiguos Romanos con los que me encontré en el Corredor de los Clásicos, como refugio de mi carrera, en búsqueda
de la vieja sabiduría:

“Como un cuento, así es la vida. Lo que importa no es qué tan larga es, sino qué tan buena es”.

Les deseo buenas vidas a todos.

Muchas gracias.