Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Un regalo navideño en el chaparral.

UN REGALO NAVIDEÑO EN EL CHAPARRAL

Ossawa Henry

La causa original de aquellas complicaciones tardó veinte años en
crecer. Y al fin de ese tiempo valía todas las complicaciones del mundo.
Si ha vivido usted a menos de cincuenta millas de distancia del rancho
del Sol Poniente tiene que estar enterado de todo. El objeto a que nos
referimos tenía el cabello de azabache, unos ojos muy francos y de
intenso color pardo y una risa que volaba sobre la pradera como el rumor
de las aguas, cantarinas de un arroyo. Se llamaba Rosita McMullen y era
hija del viejo McMullen, dueño del rancho de ovejas del Sol Poniente.
En cierta ocasión llegaron al rancho dos caballeros en dos corceles
roanos -o, para ser más explícitos, en dos caballejos de color
indeterminado y comidos de pulgas-, dos galanteadores. Uno era Madison
Lane y el otro Frío Kid. Pero como Frío Kid no había ganado entonces el
honor de ser conocido por tal nomenclatura, más vale que le designemos
por su nombre real: Juanito Me Roy.
Aquéllos no eran los únicos pretendientes de Rosita. Era corriente que
los broncos de otra docena de pretendientes permaneciesen atados en
hilera ante el rancho. Muchos ojos de carnero a medio morir se veían por
aquellos contornos sin que por necesidad perteneciesen a los rebaños de
MacMullen. Pero como de todos aquellos individuos fueron Juanito McRoy y
Madison Lane los más aventajados, sólo a ellos va a referirse esta
narración.
Al final fue Madison Lane quien se llevó el gato al agua. Era un joven
ganadero de la comarca del Nueces. Y él y Rosita se casaron un día de
Navidad. Armados, hilarantes, vociferantes, magnánimos, los vaqueros y
los cuidadores de ovejas, olvidando sus odios seculares, unieron sus
fuerzas para celebrar la ocasión. El Rancho del Sol Poniente estaba
espléndido con el son de las canciones, las chanzas y los revólveres de
seis tiros. Brillaban ojos y hebillas, y retumbaban las vivas
congratulaciones de los atendedores de ganado.
Mas cuando la fiesta de nupcias se hallaba en su apogeo, se presentó
allí Juanito McRoy, devorado por los celos y curioso como un poseído.
Gritó desde la puerta:
-¡Ahí va mi regalo de Navidad!
Tenía en la mano un revólver del cuarenta y cinco. Ya entonces tenía
fama de buen tirador.
La primera bala trazó una limpia rozadura en la oreja de Madison Lane.
Luego su revólver se movió una pulgada. Era de temer que su próxima bala
fuese para Rosita. Pero Carson, un pastor de ovejas que estaba próximo,
poseía un cerebro mucho más rápido que los mejores engrasados
disparadores. Como una concesión al buen gusto, las armas de los
invitados pendían de sus cinturones en clavos donde los colocaron al
sentarse a la mesa. Así, Carson, con gran prontitud, lanzó su plato de
frijoles y carne de venado a la cara de McRoy, haciéndole fallar el
tiro. De modo que la segunda bala no hizo más que derribar el tronco de
una planta de adorno que pendía sobre la cabeza de Rosita.
Los invitados, echando atrás las sillas, corrieron en busca de sus
armas. Nadie consideraba correcto intentar matar a dos recién casados la
noche de su boda. En menos de seis segundos una veintena de balas
acosaban a McRoy.

-Tiraré mejor la próxima vez -dijo Juanito-, porque, desde luego, habrá
próxima vez.
Carson, estimulado por su éxito anterior, fue el primero en precipitarse
hacia la puerta. Pero un tiro de McRoy acabó con él en el suelo.
Ganaderos de todas clases se agruparon a su alrededor pidiendo venganza,
porque, si bien matar a un pastor de ovejas no tenía generalmente
importancia, las circunstancias que concurrían esta vez convertían el
acto en algo verdaderamente censurable. Carson era inocente y no había
intervenido para nada en los tratos matrimoniales. Ni siquiera se le
había oído decir a los demás invitados eso de «un día es un día».
Pero los que pedían venganza se quedaron sin ella. McRoy, mientras le
buscaban, se alejaba al galope por el chaparral, mascullando maldiciones
y amenazas.
Esa fue la fecha del nacimiento de Frío Kid. Pronto se convirtió en «el
hombre malvado» por antonomasia en aquella región del país. El verse
rechazado por la joven McMullen le volvió un hombre peligroso.
La policía lo persiguió para detenerlo por el homicidio de Carson, pero
él se defendió con éxito, matando a dos agentes y convirtiéndose desde
entonces en un sujeto al margen de la ley. Llegó a ser un maravilloso
tirador ambidiestro. Entraba en poblaciones o aldeas, buscaba refriega
con el más ligero pretexto, elegía a su víctima y se burlaba de los
representantes de la autoridad. Era, además, tan sereno, tan terrible,
tan rápido, tan inhumanamente sanguinario, que los intentos que se
hicieron para capturarle fueron pocos e inútiles. Cuando al fin le mató
de un tiro un mexicano bajito que se sentía medio muerto de miedo, Frío
Kid tenía las muertes de dieciocho hombres sobre su conciencia. La mitad
aproximada de ellos murieron en duelos correctos, en los que la única
ventaja pudo estar en la rapidez de desenfundar. A la otra mitad los
asesinó con brutal crueldad y a sangre fría.
Muchos relatos corrían en la frontera sobre su temerario valor y su
osadía. Pero no pertenecía a ese tipo de bandidos que a veces exhiben
arranques de generosidad y clemencia. Todos coincidían en opinar que
nunca tenía piedad con el que suscitaba su saña. Más ahora que podemos
hallarnos en Navidad, o en cualquier otro momento parecido, justo es dar
a cada uno pleno crédito por cualquier cosa buena que haga. Y si alguna
vez ejecutó Frío Kid un acto bondadoso o sintió un latido de generosidad
en el corazón fue precisamente en esas fiestas, y vamos a contar cómo
sucedió.
Quien una vez haya sufrido penas amorosas no debe oler jamás las hojas
de la retama, porque tal planta excita la memoria en grado muy peligroso.
Cierto mes de diciembre, en la comarca de Frío se encontraban retamas en
plena floración, puesto que aquel invierno venía siendo tan caliente
como la primavera. Y por aquella región cabalgaban Frío Kid y su
satélite y cómplice, Frank el Mexicano.
Kid detuvo repentinamente su caballo y, pensativo y adusto, entornó
amenazadoramente los ojos. El intenso y dulce aroma de la planta de la
retama había llegado a su interior, perforando su coraza de hierro y hielo.
-No sé en qué estaba pensando, Mex -dijo con la voz suave y lenta que
usaba siempre-. Pero resulta que había olvidado que debo un regalo de
Navidad. Así que mañana voy a ir al rancho del Sol Poniente para matar a
Madison Lane en su propia casa. Él me quitó la novia, porque Rosita se
habría casado conmigo de no meterse él en medio. ¿Cómo me habré olvidado
de eso durante tanto tiempo?
-No digas tonterías, Kid -dijo El Mexicano-. Ya sabes que mañana no
podrás acercarte ni a una milla de distancia de la casa de Mad Lane. Vi
al viejo Allen anteayer y me dijo que Mad va a dar una fiesta de Navidad
en su casa. ¿No recuerdas cómo irrumpiste allí el día de su boda, una
Navidad, y prometiste volver en esa misma fecha para darles un disgusto?
No supondrás que Mad Lane no va a tener los ojos abiertos por si llega
el señor Kid. Ciertas ocurrencias tuyas, Kid, da rabia oírlas.
Frío Kid repitió glacialmente:
-Te digo que voy a ir mañana y que mataré a Madison Lane. Hace tiempo
que debí hacerlo. Hace dos semanas, Mex, soñé que estaba casado con
Rosita, y vivíamos en una casa y ella me sonreía y... ¡Ah, Mex, quien la
tiene es otro! Como se la llevó la víspera de Navidad, ese día me
llevaré yo su vida.
-Hay otras maneras de suicidarse -dijo El Mexicano-. ¿Por qué no vas a
entregarte al sheriff?
-Le mataré -repitió Kid.
La víspera de Navidad reinó una brisa tan embalsamada como la de abril.
Acaso hubiese un toque de escarcha en el aire, pero producía un efecto
grato, como el picor del seltz, y con él se mezclaban los leves perfumes
de los prados en flor y de la hierba de los mezquitales.
Al llegar la noche, cinco o seis estancias del Rancho del Sol Poniente
esplendían de luz. En un cuarto se alzaba un árbol de Navidad, porque
los Lane tenían un hijo de tres años y, además, esperaban a más de una
docena de invitados de los ranchos vecinos.
Al anochecer, Madison Lane llamó a Jim Belcher y a otros tres ganaderos
a los que empleaba en el rancho.
-Muchachos -dijo Lane-, mantened los ojos bien abiertos. Rondad en torno
a la casa y poned atención al camino. Todos conocéis a Frío Kid, como le
llaman ahora, de modo que, si le veis, disparadle sin andar con
preguntas. Yo no temo que venga, pero Rosita sí. Desde que nos casamos
siempre anda temiendo que aparezca una noche de Navidad.
Los invitados, que llegaban en carricoches o a caballo, procuraban
instalarse cómodamente.
La velada transcurría de un modo muy placentero. Todos saboreaban y
ensalzaban la excelente cena preparada por Rosita. Después los hombres
se separaron en grupos, yendo a los cuartos o a la ancha galería para
fumar y charlar.
El árbol de Navidad encantó a los pequeños y todavía se sintieron más
complacidos cuando Santa Claus, con su barba blanca y sus pieles,
apareció en escena y empezó a distribuir regalos.
-Es mi papá -anunció Billy Sampson, que contaba seis años de edad - Le
he visto otras veces vestido así.
Berkly, un pastor que era antiguo amigo de Lane, detuvo a Rosita cuando
ésta pasaba por la galería donde él se había sentado a fumar.
-Supongo, señora Lane -dijo-, que esta Navidad habrá olvidado el temor
que antes le inspirara McRoy. Mad y yo hemos hablado de ello.
Rosita sonrió.
-Casi lo he olvidado, pero todavía, a veces, me siento nerviosa. ¿Quién
olvida aquel momento en que estuvo a punto de matarnos?
-Es el malvado de más endurecido corazón del mundo -dijo Berkly-. Los
habitantes de la frontera deberían unirse y darle caza como a un lobo.
-Ha cometido crímenes horribles -convino Rosita-, pero, claro, nunca se
sabe nada. Creo que todos tenemos algo bueno. Supongo que McRoy no ha
sido siempre malo.
Y, volviéndose, la joven penetró en el pasillo que dividía la casa en
dos partes. Por él avanzaba Santa Claus, con su barba y sus pieles.
-He oído por la ventana lo que usted decía, señora Lane -manifestó-.
Precisamente traía en el bolsillo un regalo para su marido. Pero, como
no se lo he dado, he dejado uno para usted -y precisó - : Aquí, en este
cuarto de la derecha.
-Gracias, buen Santa Claus -dijo alegremente Rosita.
Y penetró en el cuarto indicado, mientras Santa Claus salía al fresco
aire del patio.
Pero en la estancia no había nada, excepto Madison.
-Santa Claus me dijo que me había dejado aquí un regalo explicó Rosita-.
Y no lo veo.
Su marido rió.
-No ha dejado nada que se parezca a un regalo -dijo-, a no ser que me
considere un regalo a mí.
Al día siguiente, Gabriel Radd, mayoral del rancho XO, penetró en la
administración de correos de Loma Alta.
-¿Sabes que Frío Kid ha recibido al fin su dosis de plomo? -comunicó al
encargado.
-No lo sabía. ¿Cómo ha sido?
-Lo mató uno de los pastores mexicanos que emplea el viejo Sánchez para
guardar sus ovejas. ¡Figúrate! ¡Frío Kid muriendo a manos de un pastor
de ovejas!
-Pero...
-El mexicano lo vio ayer pasar a eso de las doce por su campamento. Y se
llevó tal susto que echó mano a un Winchester y acabó con Kid. Lo más
gracioso de todo era que Kid iba vestido con pieles, como un gato de
Angora. Todo un Santa Claus de pies a cabeza. Ya ves, ¡Frío Kid haciendo
el papel de santo!

FIN