Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Junto a las estrellas.

Junto a las estrellas

Desde sus primeros años de vida, Demócrito había sido un niño
encantador, no solo porque era aplicado en el colegio, sino porque
estaba siempre dispuesto a ayudar a los demás. Cuando había alguna
disputa en el recreo o en el barrio, se postulaba a favor del débil y
nunca permitía que ningún niño fuera discriminado por cualquier causa.

Su gran ilusión había sido el de ser astrónomo. Afortunadamente, vivía
en una población situada cerca de un parque nacional, con lo que podía
disfrutar del cielo en plena naturaleza. Ya con cuatro años, utilizaba
los tubos de los rollos de papel higiénico y los de cocina para mirar
por ellos. A los nueve años, los magos de Oriente le regalaron su
primer telescopio, con el que contemplaba las estrellas, la luna, los
planetas y demás cuerpos celestes. Y a los doce, sus padres le
llevaron al Observatorio Internacional de Canarias para que pudiera
ver con mayor precisión el universo del que hablaba constantemente.

Pero todo cambió de repente una fatídica mañana de marzo. Acababa de
cumplir catorce años y le habían regalado el telescopio más
actualizado del mercado. Estaba mirando la primera luna llena de la
primavera cuando la pierna izquierda le hizo un extraño y cayó desde
la azotea. Le ingresaron de inmediato en el hospital del pueblo y le
detectaron una fractura del peroné de la pierna izquierda y otra en el
radio del brazo del mismo lado. Pero hubo algo que al médico no le
acabó de gustar. Las fracturas no eran normales; parecían que no
habían sido totalmente resultado de la caída. Se lo hizo saber a los
padres de Demócrito y le llevaron a una clínica de la capital. Le
hicieron pruebas de todo tipo durante varios días, hasta que los
médicos elaboraron un informe exhaustivo con la dolencia del niño: la
caída había sido producida por una enfermedad degenerativa que iría
minando el esqueleto del muchacho, hasta postrarlo en una silla de
ruedas, posteriormente en una cama de hospital y acabaría con su vida
en poco tiempo. Convinieron que al niño no le dirían toda la verdad,
para que sufriera lo menos posible los inmensos dolores que iba a
padecer.

El carácter de Demócrito no se vio afectado por el discurrir de la
enfermedad y soportaba los cuidados paliativos con una entereza
impropia de su edad. Con su telescopio en la mano, estaba siempre
haciendo planes de futuro. Trabajaría como astrónomo para la NASA y
descubriría cuerpos celestes nuevos y le pondría su nombre a una
estrella nueva que él encontraría en el universo.

Los compañeros de juegos dejaron de ir a buscarle y solo le visitaban
una vez a la semana o cada diez días. La única que iba todos los días
a verle era Beatriz, una compañera de clase aficionada también a la
astronomía y quien le llevaba al campo en la silla de ruedas para
mirar juntos el cielo.

Postrado en la cama casi sin poder moverse, estaba un día observando
en el ordenador un vídeo sobre las galaxias que le había llevado
Beatriz. En ese momento, entró su madre para darle un zumo de naranja.
Consciente ya de su situación, Demócrito se incorporó algo sobre la
almohada y dijo:

- Mamá, un día estaré junto a las estrellas y os miraré desde allí con
mi telescopio.

Su madre, evidentemente emocionada, sólo acertó a decir:

- Sí, cariño -y salió de la habitación antes de que las lágrimas se
derramaran por su cara.

Poco después, sus manos no le respondían y no pudo manejar el mando de
la televisión. Le costaba mucho esfuerzo mantener los ojos abiertos,
por lo que no tuvo más remedio que dejar de ver vídeos y fotografías.
Beatriz le contaba a duras penas las observaciones de cada día,
consciente de que Demócrito no podía oírle.

Llegó el 1 de noviembre. Todos los que tenían familiares enterrados en
el cementerio iban a visitarles para limpiar las tumbas y adornarlas
con flores nuevas. Solo Beatriz, la madre de Demócrito y la enfermera
encargada de su cuidado eran ajenas a tal festejo. Hacia la
medianoche, sonaron las campanas de la iglesia. Al sonar la última,
Demócrito exhaló su último suspiro y voló hacia las estrellas.

Hay quienes dicen, que desde aquel año, todos los primeros de
noviembre puede observarse junto a las estrellas una figura con forma
de niño mirando por un telescopio. Si la noche es propicia y la luz de
tu población te lo permite, tal vez tú puedas verla también.

Saludinos cacereñinos.

Isaac Mansaborino