Texto publicado por Leandro Benítez

PRACTICAR EL AMOR, POR THICH NHAT HANH

Cuando los monjes y monjas de Plum Village inician un gran retiro, un día de mindfulness o una charla pública con otras muchas personas, siempre empezamos ofreciendo un canto para buscar refugio en la gran compasión de Quan Am, Avalokiteshvara. Este canto invariablemente conmueve a muchos de los asistentes, a menudo hasta las lágrimas. Cuando cantamos o nos inclinamos para tocar la tierra en homenaje a Quan Am, en realidad entramos en contacto con la energía del ilimitado amor que hay en nosotros. También descubrimos que tenemos la capacidad para escuchar profundamente, para amar y comprender. En primer lugar, nos atendemos a nosotros mismos para escucharnos y amarnos; porque si no podemos comprendernos y amarnos a nosotros mismos, ¿cómo tendremos la energía para amar y comprender a los demás?
Hay días en los que nada parece salir bien. Confiamos en nuestra inteligencia y talento y creemos que tendremos éxito sólo con eso. Pero hay días en los que todo parece ir mal. Cuando las cosas van mal, te esfuerzas aún más, y cuanto más te esfuerzas, las cosas siguen yendo mal. Dices: «No es mi día». Lo mejor es dejar de luchar, volver a casa y recuperarse. No te afanes, apoyándote en tu talento e inteligencia para enderezar las cosas. Tienes que volver a casa para restaurar tu solidez, libertad, paz y calma antes de intentarlo otra vez.
En 1964, ayudé a fundar la Escuela de Jóvenes para el Servicio Social (EJSS) en Vietnam. Se creó durante la guerra para ayudar en los problemas de violencia, pobreza, enfermedad e injusticia social. Formamos a jóvenes monjes, monjas y laicos en la realización de trabajo social.
Había algunos pueblos sin escuelas, donde los niños tenían que trabajar desde muy pequeños, ayudando a sus padres a cultivar la tierra, pescar y otras muchas labores; no tenían la oportunidad de disfrutar de una educación. Fuimos a esos pueblos y construimos escuelas muy humildes. No teníamos dinero. Uno o dos de nosotros íbamos al pueblo, jugábamos con los niños y empezábamos a enseñarles a leer y escribir.
Cuando llovía, pedíamos a uno de los aldeanos permiso para usar su casa y continuar las enseñanzas. Poco a poco, los padres advertían que gustábamos a los niños. Por último, proponíamos a los habitantes del pueblo que nos ayudaran a construir una escuela. La escuela estaba hecha de bambú y hojas de cocotero; las hojas para el techo y el bambú para los muros. Era la primera escuela jamás construida en el pueblo. Cuando la gente veía que hacíamos algo bueno, nos ayudaban a construir una escuela más grande donde pudieran estudiar más niños. También ofrecíamos clases por las tardes, para los adultos y los niños que no podían acudir durante el día. Encontramos amigos que donaban aceite o queroseno, lo que nos permitía encender lámparas para las clases nocturnas. Empezábamos con lo que teníamos y los pocos recursos a nuestra disposición. No esperábamos nada del gobierno, porque si esperas algo del gobierno, te toca esperar mucho tiempo.
A veces traíamos a un abogado o un juez al pueblo, para que los vecinos obtuvieran certificados de nacimiento para sus hijos. Si los niños no tenían esos certificados, no podían matricularse en la escuela pública. En una mañana podíamos expedir veinte certificados, y los niños que acudían a nuestra escuela podían entonces asistir a la escuela pública.
También construimos centros de salud con techos de hojas de cocotero y muros de bambú. Mezclábamos barro con paja y recubríamos los muros para que conservaran el calor. Enseñé a hacerlo a los jóvenes. También usábamos un poco de cemento para hacerlo todo más sólido. Pedimos a seis estudiantes próximos a graduarse en la escuela de medicina que se presentaran una vez a la semana y ayudaran a diagnosticar y tratar a los campesinos. Los aldeanos acudían al centro con todo tipo de enfermedades, como cataratas, tos y resfriados. No teníamos presupuesto; sólo nuestros corazones. Éramos jóvenes y la energía del amor nos ayudaba a hacer estas cosas.
También mostramos a la gente cómo construir baños. Hasta entonces hacían sus necesidades en cualquier parte. Si tenían diarrea, las bacterias podían llegar al suministro de agua y así contagiar a los demás. Les enseñamos a usar cemento y arena para construir baños muy baratos. También les enseñamos a fabricar fertilizante orgánico y criar pollos. Aprendimos las técnicas en la escuela y luego fuimos al campo y compartimos nuestro conocimiento. Así fue como hicimos muchas cosas y fuimos muy felices.
También ayudamos a formar cooperativas y enseñamos a la gente a organizarse e invertir su dinero. Una persona pedía prestado dinero a otras familias a fin de construir una casa o invertir en un pequeño negocio. Al mes siguiente, otra persona podía pedir prestado a otros.
Así fue como iniciamos proyectos piloto en los pueblos. Al llegar a uno de ellos, fotografiábamos cómo vivía la gente. Luego, después de un año de trabajo y la transformación del pueblo, lo fotografiábamos de nuevo. Invitábamos a los campesinos de otros lugares a ver el resultado, a fin de inspirarlos para transformar sus propios pueblos. No contábamos con la ayuda de ningún gobierno, porque en aquel entonces había dos en Vietnam —uno comunista y otro anticomunista— y luchaban entre sí. No queríamos tomar partido, porque si tomas partido por un bando, tienes que combatir al otro. Y si inviertes tu tiempo y tu vida en la lucha, no puedes ayudar a la gente.
Es una posición difícil de asumir, porque en una situación de conflicto, si te alías con una de las partes beligerantes, al menos esa parte te protege, pero si no te alías con nadie, corres el riesgo de que ambos bandos te tomen por su enemigo. Cuando recordábamos a cada uno de ellos que el otro bando no era malvado sino que estaba compuesto por seres humanos como ellos mismos, éramos recibidos con extrema hostilidad y nos exponíamos, tanto mis estudiantes como yo mismo, a muchas situaciones peligrosas. Y ese patrón ha seguido desde los años sesenta hasta la actualidad. Que yo siga vivo hoy es un verdadero milagro, pues muchos de mis amigos y estudiantes fueron asesinados.
Durante la guerra, los bombardeos destruyeron muchos pueblos, lo que originó un éxodo de refugiados desesperados. Al principio habíamos planeado trabajar en el desarrollo rural, pero cuando el conflicto se recrudeció nos ocupamos de los refugiados e intentamos reasentarlos. En 1969 fue bombardeado un pueblo que habíamos ayudado a construir en la provincia de Quang Tri. Estaba muy cerca de la zona desmilitarizada que separaba el Norte y el Sur. El pueblo se llamaba Tra Loc. Nos llevó más de un año transformar el pueblo en un lugar hermoso donde la gente disfrutaba de la vida. Un día, los aviones estadounidenses lo bombardearon. Habían recibido la información de que las guerrillas comunistas se habían infiltrado.
Las personas del pueblo perdieron sus hogares y nuestros trabajadores se refugiaron en otros lugares. Nos lo comunicaron y nos preguntaron si tenían que reconstruir el pueblo, y dijimos: «Sí, tenéis que reconstruir el pueblo». Pasamos otros seis meses dedicados a la reconstrucción, y el pueblo fue destruido por los bombardeos una segunda vez. De nuevo la gente perdió sus hogares. Tuvimos que construir muchos pueblos como ése en todo el país, pero era muy difícil cerca de la zona desmilitarizada. Entonces nuestros trabajadores nos preguntaron si lo levantaban por tercera vez, y tras mucha deliberación concluimos: «Sí, tenemos que reconstruirlo». Y así lo hicimos una vez más. ¿Sabéis lo que sucedió?: los bombardeos estadounidenses volvieron a destruirlo.
Bordeamos la desesperación, que realmente es uno de los peores sentimientos que puede sufrir un ser humano. Habíamos reconstruido el pueblo por tercera vez, y por tercera vez había sido bombardeado. Llegó la misma pregunta: «¿Reconstruimos o lo dejamos?». En nuestra sede este asunto se discutió en profundidad, y la idea de rendirse era muy tentadora: tres veces era demasiado. Pero al final fuimos lo suficientemente sabios como para no rendirnos. Si nos rendíamos en el pueblo de Tra Loc, renunciaríamos a la esperanza. Teníamos que mantener la esperanza para no caer en la desesperación. Por esa razón decidimos reconstruir el pueblo una cuarta vez.
Recuerdo que estaba en mi oficina del Instituto de Estudios Budistas de Saigón cuando un grupo de jóvenes llegó y me preguntó: «Thay, ¿crees que la guerra acabará algún día? ¿Hay esperanza?». El pueblo de Tra Loc sólo era uno de los lugares donde la situación era muy dura. La gente se mataba entre sí y había muchos muertos cada día. Había comunistas, anticomunistas, rusos, chinos y militares. Vietnam era víctima de un conflicto internacional. Queríamos parar la guerra, pero no podíamos, porque la situación no estaba en nuestras manos, sino en manos de las grandes potencias.
«Thay, ¿hay esperanza?» Imaginadme allí, con dieciocho jóvenes formulándome esa pregunta. Parecía que no había esperanza, porque la guerra se alargaba y se alargaba. No había luz al final del túnel. Cuando me hicieron esa pregunta, tuve que practicar la respiración consciente y regresar a mi verdadero hogar: la isla del yo.
Por último, respondí con mucha calma: «Queridos amigos, Buda dijo que todo es impermanente, que nada dura para siempre. La guerra también es impermanente, y acabará en algún momento. No perdamos la esperanza».
Eso fue lo que les dije. Yo mismo no tenía mucha esperanza, debo confesarlo, pero si no mostraba esperanza, destruiría a esos jóvenes. Tenía que practicar y alentar cierta esperanza para ser un refugio para ellos.
Las condiciones que describo aquí pueden parecer muy extremas, pero en realidad, en el presente, hay todo tipo de guerras en el mundo. En algunas de ellas se utilizan bombas y pistolas. Pero millones de los que vivimos lejos de lo que normalmente se considera «zona de guerra» también afrontamos muchas batallas —en nuestra vida laboral, nuestra comunidad e incluso nuestras familias—, y nos abruma la ira, el resentimiento, el miedo y la tristeza, aunque finjamos que no es así. Si tú mismo no te encuentras en esa situación, probablemente a alguien cercano a ti sí le ocurre.
La gente me pregunta cómo me las arreglo para no caer en la ira y la desesperación cuando me enfrento a la violencia y la injusticia. Creo que todos somos víctimas. Si no eres víctima de esto, eres víctima de aquello. Por ejemplo, si estás lleno de ira y miedo eres víctima de tu ira y de tu miedo, y sufres profundamente. Que una bomba estalle físicamente cerca de ti puede hacerte sufrir, ciertamente; pero vivir día tras día con ira y temor también te hace sufrir, tal vez incluso más.
Otros pueden maltratarnos, pero también podemos ser víctimas de nosotros mismos. Tendemos a creer que el enemigo está fuera de nosotros, pero muy a menudo somos nuestro peor enemigo por lo que hemos infligido a nuestros cuerpos y mentes. Algunas personas que se encuentran en una situación difícil no permiten que la ira o la ansiedad se apodere de sus mentes, y así es como no sufren tanto como otras personas en la misma situación. Como no son víctimas de la ira y el temor, sus mentes permanecen serenas y despejadas, y pueden hacer algo para contribuir a cambiar la situación.
Las personas que dirigen gobiernos represivos también son víctimas: víctimas de su propia ira, frustración e ideas limitadas acerca de cómo lograr seguridad. Son víctimas de la idea de que la violencia y el castigo hará disminuir la violencia y resistencia de sus adversarios. Por eso, ayudar a esas personas a eliminar sus obstáculos mentales no sólo los ayuda a ellos, sino a todo el mundo. Propongo que miremos profundamente para identificar a nuestro verdadero enemigo. Para mí, nuestro verdadero enemigo es nuestra forma de pensar, cegada por nuestro orgullo, ira y desesperación.
Dondequiera que hay violencia, normalmente ambos bandos son víctimas de este tipo de ideas y emociones. La práctica recomendada en Plum Village es no destruir al ser humano, sino al verdadero enemigo que está dentro del ser humano. Si quieres ayudar a alguien con tuberculosis, matas las bacterias, no a la persona. Todos nosotros somos víctimas de las bacterias llamadas violencia y percepciones erróneas.
En Plum Village hemos contribuido a que pequeños grupos de israelíes y palestinos se sienten juntos, localicen al verdadero enemigo y discutan cómo vencerlo. Cuando te embarga la ira, el miedo y la desesperación, no conservas la calma o la lucidez y eres incapaz de adoptar la acción correcta que pueda instaurar la verdadera paz. Esos retiros fueron profundamente conmovedores y tuvieron un gran éxito, y cuando los grupos regresaron a Oriente Medio, empezaron a trabajar activamente para traer una mayor comprensión y reconciliación a quienes vivían a su alrededor.
Una de mis estudiantes, la hermana Tri Hai, era una monja que cursó estudios en la Universidad de Indiana, en Bloomington, y obtuvo una licenciatura en literatura inglesa. Tras regresar a Vietnam y trabajar por la paz y los derechos humanos, fue arrestada y recluida en prisión. En su pequeña celda practicó la meditación en movimiento y compartió la práctica del cultivo de la paz interior con otras muchas mujeres. Para no desfallecer y poder sobrevivir, se entregó a la meditación en movimiento. De mí había aprendido esa meditación; cómo habitar el momento presente, a mantener su esperanza y a sí misma. En la prisión fue capaz de ayudar a mucha gente a desarrollar su propia fuente de fortaleza espiritual.
En una situación como ésa, sobrevives gracias a tu fuerza espiritual; de otro modo enloqueces, porque careces de esperanza, te sientes frustrado y sufres mucho. Por esa razón es tan importante la dimensión espiritual de tu vida. Sin ella, la ira, la desesperación y el miedo resultan abrumadores y no puedes ayudarte a ti mismo. ¿Cómo podría entonces ayudar a los demás? La ira es fuego; el miedo, la desesperación y la sospecha son fuego; y continúan quemándote. Hemos atravesado el fuego y sabemos lo caliente que es.
La hermana Tri Hai practicaba la meditación en movimiento durante la noche para mantenerse en pie y no perderse en el fuego. Regresó a su verdadero hogar en su interior. Su verdadero hogar no era París, Londres o Tra Loc, porque ese hogar puede ser bombardeado o eliminado. Tu verdadero hogar está en tu interior. Buda dijo: «Ve a casa a la isla de tu interior. Hay una isla segura en ese lugar. Cada vez que sufras, cada vez que te sientas perdido, acude a tu verdadero hogar. Nadie puede arrebatártelo». Ésta fue la última enseñanza que Buda comunicó a sus discípulos cuando tenía ochenta años y estaba a punto de fallecer.
Hace muchos años, tenía una ermita en un bosque a unas dos horas en coche de París. Una mañana salí de ella para dar un paseo. Pasé todo el día fuera, almorcé, practiqué la meditación en posición sentada y escribí poesía. Por la mañana, el día había sido espléndido, pero al final de la tarde advertí que las nubes se estaban acumulando y el viento empezaba a soplar, por lo que regresé a casa. Una vez allí descubrí que la ermita era un caos, porque al salir había abierto la puerta y todas las ventanas para que entrara el sol y se llevara todo rastro de humedad. En mi ausencia, el viento había tirado los papeles de mi escritorio y los había diseminado por doquier. La ermita estaba fría y desolada.
Lo primero que hice fue cerrar la puerta y las ventanas. Lo segundo, encender un fuego. Cuando el fuego empezó a brillar, el sonido del viento me pareció feliz y me sentí mucho mejor. Lo tercero fue recoger los papeles dispersos, colocarlos en la mesa y depositar sobre ellos una piedra como pisapapeles. Me llevó veinte minutos hacer todo eso. Por último, me senté cerca de la estufa de leña. La ermita era cálida y agradable, y me sentía cómodo y feliz en su interior.
Cuando sientes que tu situación es desdichada porque las ventanas de tus ojos y oídos han permanecido abiertas demasiado tiempo, el viento del exterior ha soplado dentro y te has convertido en una víctima —un caos en tus sentimientos, tu cuerpo y tus percepciones—, no deberías insistir en hacer lo que intentas llevar a cabo. Regresa a tu ermita; siempre está en tu interior. Cierra las puertas, enciende el fuego y procura que el entorno vuelva a ser agradable. Eso es lo que quiere decir «tomar refugio en la isla del yo». Si no regresas a la casa de ti mismo, seguirás perdido en las tormentas de las circunstancias externas. Puedes destruirte a ti y a cuantos te rodean, aunque tus intenciones sean buenas y quieras hacer algo para ayudar. Por esa razón es tan importante la práctica de regresar a la isla del yo. Nadie puede arrebatarte tu verdadero hogar.
He estado exiliado de Vietnam entre 1966 y 2005. Ni los anticomunistas ni los comunistas querían que volviera a casa. Por lo tanto, aprendí a encontrar mi verdadero hogar en mi interior. Dondequiera que fuera, me sentía en casa. No penséis que mi hogar es la ermita de Plum Village, donde vivo ahora. Mi hogar es más sólido que Plum Village, porque sé que este lugar nos puede ser arrebatado. En diversas ocasiones, uno u otro de los edificios de Plum Village ha sido clausurado por el gobierno francés porque no reunía los requisitos básicos de construcción: éramos demasiado pobres o ignorantes para construir un cortafuegos, disponer de cierto tipo de puertas, habilitar la cocina de determinada manera y así sucesivamente. Pero cuando eso sucedió no sufrimos mucho, porque nuestro verdadero hogar lo llevábamos dentro.
Si queman tu choza y te expulsan, es evidente que eso te hará sufrir; pero si sabes cómo volver a tu verdadero hogar, no perderás la fe. Sabes que si tu verdadero hogar aún sigue en tu interior, podrás construir otro fuera, al igual que reconstruimos el pueblo de Tra Loc en cuatro ocasiones. Sólo si pierdes tu hogar interior pierdes la esperanza.
Querido amigo, haz cuanto puedas para vivir tu vida como Quan Am Thi Kinh. Regresa a tu verdadero hogar, la isla de tu yo verdadero. Ayuda a tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo a recuperar la esperanza, la alegría, la paz y la felicidad y a reconciliarse con sus familias y con la sociedad. Tengo la gran esperanza de que serás una prolongación de Buda y llevarás la luz, la práctica, la alegría y la paz a mucha gente. Siento profundamente que Buda, Jesús, Mahoma y todos nuestros maestros espirituales de muchas generaciones están detrás de ti, guiándote, y que quieren que continúes su trabajo en el futuro para el bienestar de todos los seres vivos de este planeta.

Thich Nhat Hanh tiene comunidades de retiro en el suroeste de Francia (Plum Village), Nueva York (monasterio Blue Cliff) y California (monasterio Deer Park), donde monjes, monjas, laicos y laicas practican el arte de la atención plena. Los visitantes están invitados a practicar durante una semana como mínimo.
Para más información, por favor, escriba a:

Plum Village

13 Martineau

33580 Dieulivol

Francia

NH-office [arroba] plumvillage [dot] org (para mujeres)

LH-office [arroba] plumvillage [dot] org (para mujeres)

UH-office [arroba] plumvillage [dot] org (para hombres)

www.plumvillage.org