Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos y leyendas: La historia de Kuániyp.

La historia de Kuányip.

Cuentan que mucho tiempo antes de que hubiera aborígenes selknam, en
tierra del Fuego vivían los ohuten, que eran un tipo de hombres y
mujeres muy altos, fuertes y, sobre todo, con grandes poderes. todos
eran capaces de hacer cosas especiales, como curar y también enfermar a
otros, traer tormentas, adivinar, hacer magia... es decir, eran como los
joon, los curanderos que hubo después entre los selknam. Pero algunos de
ellos eran más fuertes que otros y el más famoso, sin duda, dicen que
fue Kuányip.
Su familia había llegado desde el norte y apenas él dejó de ser un chico
empezó a pasar largas temporadas a solas, metido en algún bosque
apartado, concentrándose para hacer crecer sus poderes. después
aparecía, pero entonces se iba de viaje por lugares desiertos; ¡meses
enteros pasaban sin que nadie lo viera! Poco a poco se fue convirtiendo
en un hombre muy corpulento y buen mozo. Pronto se iba a saber que era
casi invencible.
Kuányip tenía éxito con las mujeres, porque era lindo y además a ellas
les atraía que fuera tan aventurero, solitario y misterioso. a muchos
hombres, en cambio, les caía mal, en parte por celos y en parte porque
no tenía amigos y les parecía un engreído. Por eso tuvo varios problemas.
Una vez, por ejemplo, conoció a una chica muy bonita, que se llamaba
okelta y vivía con su hermano mayor, okrichen. apenas la vio, Kuányip se
enamoró. y como tenía una gran facilidad de palabra, se acercó y le
empezó a hablar, muy simpático.
A okrichen eso no le gustó nada; quería para la hermana el mejor marido,
y Kuányip le parecía justamente el peor. Por eso, más tarde le dijo a la
muchacha:
–Ese se cree mucho, pero es un bobo. Haceme caso y vas a ver.
Siguiendo las instrucciones de su hermano, okelta empezó a citar a
Kuányip para encontrarse en distintas partes, pero nunca iba. después le
ponía excusas. Hasta que una vez,
Caminando por el bosque, el hombre oyó una charla; cuando se acercó,
escuchó cómo los hermanos se reían de él. Se les apareció, enojadísimo,
y le gritó a okrichen:
–¡Vos no te vas a burlar más de nadie! ¡te vas a pasar la vida escondido
entre los árboles, comiendo ratones!
Levantó la mano y lo convirtió en la primera lechuza que existió.
okelta se le abalanzó furiosa, para arañarlo, pero él volvió a levantar
la mano y le dijo:
–Y vos, mentirosa, les vas a dar asco a todos, vas a vivir en cuevas,
comiendo bichos.
Y la transformó en el primer murciélago que hubo en el mundo. a muchos,
esto les pareció una venganza exagerada, aunque reconocían que los
hermanos habían hecho muy mal en reírse así del amor de Kuányip. Pero
sirvió para que lo respetaran por sus poderes.
Más tarde, Kuányip conoció a otra mujer muy hermosa y se casó con ella.
dejó de hacer largos viajes y se dedicó a amansar guanacos, para que en
lugar de andar sueltos y ariscos se portaran como ovejas. Con paciencia,
hablándoles, acariciándolos, lo consiguió. desde entonces, no tuvo que
salir a cazar.
Un día unos hombres llegaron a pedirle guanacos para comer.
–No –les contestó–. al que quiera, le enseño cómo amansarlos y entonces
nunca le van a faltar. Pero los míos, no los doy.
La mayoría aceptó, menos uno que se llamaba Chénuke y se fue ofendido.
Era un nuevo enemigo.
Kuányip siguió criando guanacos y cada vez tuvo más, rodeando la carpa
donde vivía.
Un tiempo después, la señora tuvo un bebé. El padre estaba embobado con
el hijito, lo alzaba a cada rato, lo acariciaba y vigilaba que no le
pasara nada. Por eso, cuando un guanaco lo pisó sin querer, él se enojó
mucho y le pegó con un palo. El animal se escapó asustado y se escondió
en el bosque, esperando volver cuando a su dueño se le fuera la rabia.
Pero entonces por ahí pasó Huash, el zorro, que era un embrollón. Vio al
guanaco muy triste y le dijo, con voz zalamera:
–Buenos días, amigo guanaco. ¿Qué le pasa que lo veo con esa cara?
–Es que pisé al bebé de mi dueño y él se enojó mucho.
–Si me perdona que sea franco, amigo guanaco, yo no puedo entender cómo
usted y sus compañeros le hacen caso a la gente.
¿Sabe cuántos pastos buenos hay en el campo? Pueden vivir libres, sin
órdenes ni patrones.
Y tanto insistió, que al fin el guanaco contestó:
–¡Tiene razón, Huash, no vuelvo más con Kuányip!
–¡Así se habla! –dijo el zorro, feliz al pensar que en adelante le iba a
ser más fácil conseguir cachorros de guanaco para comer.
¡Ahora hable con sus amigos y mándense a mudar todos! ¡Vivan libres!
¡Corran! ¡Salten! ¡Revuélquense en el pasto! ¡Vayan a donde quieran!
Esa noche, sin hacer ruido, el guanaco visitó a los compañeros que
criaba Kuányip y los convenció de irse. después éstos fueron llamando a
todos los que vivían con otros hombres. Cuando la gente se despertó, no
había más guanacos mansos, y desde entonces fueron para siempre animales
salvajes.

Diez hombres y un pato.
Ahora que hacía falta volver a cazar, como antes, Kuányip buscó su arco
y sus flechas y salió. En ese momento, desde lejos lo vio Chénuke, aquel
que se había ofendido antes con él.
–¡Ah! tenés que cazar, ¿eh? ¿te quedaste sin tus guanacos, amarrete?
ahora me voy a divertir yo –pensó Chénuke.
Y sin que Kuányip se diera cuenta, lo fue siguiendo. al rato, el cazador
descubrió un guanaco y se le acercó agachado y en puntas de pie. Pero
cuando estaba por soltarle un flechazo, Chénuke tiró una piedra y el
animal se escapó. Kuányip no entendía qué había pasado. al rato, vio
otros guanacos y ocurrió lo mismo. y así una y otra vez. Cada vez que
estaba a punto de cazar, algo espantaba a los animales y no sabía qué
era, porque Chénuke se tiraba al suelo para que él no lo viera.
Todo el día siguió así. Mientras, Chénuke se reía. Hasta que se cansó de
la diversión y, cuando Kuányip empezó a caminar al pie de un barranco,
decidió que podía completar la venganza y empezó a seguirlo por arriba.
al rato, a Kuányip le pasó rodando muy cerca un peñasco enorme y después
otro y otro. levantó la vista y vio a Chénuke cuando saltaba para
aflojar las piedras y armar una avalancha que lo aplastara. Corrió a
tiempo y se salvó, pero le gritó:
–¡Ya te vas a arrepentir de esto, Chénuke!
Y así fue. Porque al día siguiente se sentó en el suelo y empezó a
concentrarse para juntar fuerza. y de a poco, nada más que con el poder
de su pensamiento, empezó a formar unas nubes negras en el cielo, cada
vez más grandes, que se fueron apelotonando y corriendo hasta llegar a
donde vivía Chénuke con su familia. allí las nubes se convirtieron en
una tormenta de nieve y viento que en un momento arrancó la carpa y se
la llevó por el aire. Chénuke y los suyos se envolvieron en las capas de
piel, pero no aguantaban el frío y el ventarrón que los zamarreaba, así
que empezaron a correr para buscar refugio.
Enceguecidos por la nieve, tiritando y agarrándose las capas para que no
se las sacara el viento, llegaron a la orilla del mar, y como vieron que
se había congelado, siguieron corriendo por el hielo hasta una isla.
Apenas la pisaron, el viento paró de repente, dejó de nevar, se fueron
las nubes y llegó una brisa caliente. Claro, enseguida el hielo se
derritió y ellos quedaron encerrados en la isla. ¡todo por el poder de
Kuányip!
¿Qué podían hacer? Estaban muy lejos de la costa y además no sabían
nadar. y en el lugar no había nada para comer. Eran puras piedras,
nomás. Chénuke no se desanimó.
–¡Vamos a salir volando! –les dijo a la mujer y a los hijos–. ¡Si los
pájaros pueden, nosotros también!
Ahí mismo empezó a aletear con los brazos y la capa, mientras corría.
dio un salto y... cayó al suelo. Pero insistió e hizo que los otros
también trataran de volar. ¡días pasaron así! al fin, estaban tan flacos
por tanto ejercicio y por no comer, que se pusieron livianísimos y
consiguieron primero revolotear un poco y después volar. Pero, pobres,
eran muy torpes y les costaba mucho mantener la dirección. y así,
chocando entre ellos, gritándose fastidiados, cruzaron el mar y cayeron
rodando entre la gente, que lloraba de risa al verlos tan ridículos.
Contento con el papelón que había hecho Chénuke, Kuányip salió a cazar,
ahora con su hermano y varios hombres más. Consiguieron solamente un pato.
Cuando volvieron, apareció un hombre que se llamaba Kiyoniyá, un tipo
misterioso pero medio bromista, que vivía solo en el bosque. le gustaba
hacer preguntas problemáticas y dejar a los otros con la intriga.
Kiyoniyá le dijo a Kuányip:
–Diez hombres y un pato: estómagos vacíos. y no es la primera vez que pasa.
–Es cierto –dijo Kuányip.
–¿Qué convendrá? ¿Más animales o menos personas? te dejo que lo pienses
y me voy.
Demasiada gente.

Kuányip se quedó pensando. Kiyoniyá tenía razón, se venía un gran
problema. Porque en esa época nadie se moría. Cuando alguien se sentía
viejo y cansado, se sentaba hecho un ovillo, los suyos lo envolvían en
la capa, con cabeza y todo, y entraba en un sueño muy largo, de varios
días. Cuando se despertaba y salía del envoltorio, estaba joven de
nuevo. Cada tanto, si alguno no quería más ser persona, salía del sueño
transformado en montaña, animal, estrella o lo que hubiera elegido ser.
Kuányip dijo:
–A este paso, va a haber tanta gente que un día no va a alcanzar la
comida. no puedo hacer que haya más y más animales, pero voy a conseguir
que se acabe esto de rejuvenecer.
Entonces se puso a cantar con unos sonidos que tenían una magia muy
fuerte. Se oían como un “¡o-o-o-oooooo! ¡o-o-o-oooooo!” que subía y
bajaba, una y otra vez, y más y más hasta que Kuányip supo que había
conseguido lo que quería. no le contó nada de esto a nadie. Fue su secreto.
Un tiempo después, el primero que quiso rejuvenecerse fue justamente su
hermano. Él dejó que envolvieran al hombre en la capa y cuando después
de unos días, extrañados porque no se levantaba, los demás fueron a ver
qué le pasaba, lo encontraron muerto. no entendían nada. Entonces,
Kuányip habló:
–Si nadie se muere nunca, algún día la gente no va a caber en el mundo.
Por eso decidí que se terminara el rejuvenecimiento.
La mayoría se enojó muchísimo, pero no se animaban a hacer nada contra
él. Sólo Chénuke fue hablando con los más disconformes:
–Kuányip no tenía derecho a hacer esto. Cuando empiece a caer el Sol,
reunámonos en el bosque y decidamos cómo vengarnos de él.
Pero Kuányip, que estaba alerta, adivinó lo que pasaba. En el momento de
la reunión, se sentó y empezó a canturrear, sin abrir la boca, algo así
como un “Mmmm-mmm-mmm”, que apenas se oía, pero fue por el aire y se
metió en la cabeza de Chénuke. Enseguida, le hizo dar miedo. Empezó a
transpirar y a retorcerse las manos, y dijo:
–No hagamos nada. Esto va a acabar mal. ¡Escapémonos!
y salió corriendo, enloquecido. Corrió sin parar hasta que llegó a un
acantilado y se tiró. ya se estaba por estrellar contra las piedras de
abajo, cuando en el aire recuperó sus propios pensamientos, abrió los
brazos con la capa como unas alas y planeó hasta el cielo, donde se
convirtió en estrella.
Kuányip fue hacia el lugar donde se reunían sus enemigos, y en el camino
se encontró con uno que se llamaba Chalp.
–¿Me buscabas? –le dijo.
Chalp se asustó y se dio vuelta para fugarse, pero de pronto sintió que
el cuerpo se le alargaba, se le coloreaba y flotaba en el cielo.
–Ahora te vamos a ver sólo después de la lluvia –le gritó desde abajo el
otro. y Chalp fue el arco iris.
Kuányip llegó a donde estaban los demás y les preguntó:
–¿Dónde está su amigo Chénuke? los otros no sabían qué decir.
–Yo se los cuento. ¡ahí está! –dijo Kuányip, mostrando una estrella que
aparecía en el cielo ya oscuro–. ¿y su amiguito Chalp? Bueno, ¡qué
pena!, para ver a ese, hay que esperar a que salga el Sol después de una
lluvia. ¿y a vos, Keninek? –le dijo a otro–. ¿Qué te gustaría ser?
Keninek no esperó. Era famoso por su rapidez, así que salió corriendo.
Pero cuando iba a toda velocidad se dio vuelta para ver si Kuányip lo
seguía. Fue una malísima idea, porque se llevó por delante los peñascos
de una montaña. tan fuerte fue el golpe, que se deshizo y se convirtió
en viento, el viento Sur. desde entonces está malhumorado y, cuando
aparece, sopla furioso.
Chénuke era un cabeza dura y no se quedó tranquilo ni siendo una
estrella; desde arriba siguió tratando de perjudicar a su enemigo de
cualquier modo, por ejemplo, enfermando a sus familiares. Hasta que
Kuányip se hartó, se pintó el cuerpo de rojo como para ir a la guerra y
subió al cielo a buscarlo. después, allá, ¡vaya uno a saber por qué!, se
convirtió también en estrella, una estrella rojiza, y ahí se quedó
brillando para siempre.