Texto publicado por Miguel de Portugalete

las monjas budistas ya no son analfabetas están doctoradas

aquí va un artículo de inma sanchís, escritora en el periódico la vanguardia

Karma Lekshe Tsomo, de surfista en Malibú a monja budista
Tengo 68 años. Nací en San Diego (California), en cuya universidad soy
docente de Religiones Comparadas. Doctora en Filosofía Budista. Estuve
casada, tengo una hija. ¿Política? Transformar el mundo. Trabajo por el
despertar: estar liberada de todas las emociones destructivas.

Revolucionarias.

Creció en una familia adinerada en la que su hermano era el rey. Años
después fundó, y aún dirige, Jamyag, para educar a las mujeres del Himalaya,
y Sakyadhita, asociación internacional que aglutina a más de 300 millones de
mujeres budistas comprometidas con el cambio social y que ha nacido desde
abajo: "Los académicos, pese a nuestros doctorados, no nos han tomado en
serio porque meditamos; y los practicantes, porque nos ven intelectuales.
Somos revolucionarias de base, queremos que las mujeres despierten y
despertar al mundo". Tuve el privilegio de moderar un diálogo en la Casa del
Tibet entre Lekshe y la monja benedictina Teresa Forcades, un placer.

Era usted surfera.
Sí, competía. Y también fui profesora de yoga, pintora, traductora de
japonés y tibetano, cantante de blues... Y me casé a los 20 años.

El pasado es un aprendizaje.
Mi madre era una cristiana fundamentalista y mi padre un capitalista
profundo. Ninguna de esas opciones era para mí. Tuve experiencias
maravillosas y conocí a mucha gente, pero sentía que a mi vida le faltaba
algo.

¿Por qué budista?
El apellido de mi familia es Zenn, y eso me invitó a leer libros sobre
budismo.

A los 11 años ya era budista.
Era una niña un poco rara, siempre preguntaba qué pasaría tras la muerte y
nadie me daba respuesta. Así que acabé a los 26 años en Dharamsala, donde el
Dalái Lama había creado la gran biblioteca tibetana.

Tras dar muchas vueltas.
A los 19 años me fui a Japón a hacer surf. Empezó a nevar y me refugié un
año en un monasterio para meditar. Luego viajé a Vietnam, Camboya, India,
Nepal, Sri Lanka... Quería convertirme en monja, pero no encontré un solo
monasterio para mujeres.

¿Y volvió a Berkeley, a California?
Sí. Eran los años sesenta: mientras yo estudiaba poesía japonesa, a mi
alrededor estallaban los movimientos por la paz. Me convertí en activista y
en feminista.

¿Su hija viajaba con usted?
Vivía con unos buenos amigos. Yo era muy joven, soltera, no tenía dinero y
quería una buena familia para ella.

¿Se han reencontrado?
Somos las mejores amigas. Mi hija es activista, tiene mucha conciencia
política, y me ayuda en muchísimos proyectos. Pero durante muchos años no
tuvimos contacto.

¿Cuándo y por qué decidió ser monja?
A los 19 soñé que era una monja muy feliz. Mi infancia no lo fue: crecí en
una comunidad muy rica, pero llena de estresados, alcohólicos y drogadictos
en la que nadie era feliz. Yo no quería seguir esa dirección; quería
encontrar la felicidad dentro de mí, y el budismo tiene muy buenos métodos.

¿Y se fue a los Himalayas?
Allí en invierno vives en un congelador; en verano, en un horno, y durante
los cuatro meses de monzón, en una piscina. Pero era feliz, las enseñanzas
del Dalái Lama eran buenísimas. Viví 15 años, a los 32 me ordené monja.

¿Cuáles fueron sus contradicciones?
En India vi una gran pobreza, fui consciente de mis privilegios y desarrollé
la compasión. Escuché la historia de cientos de refugiados tibetanos y
entendí lo que era la represión política. Y luego empecé a entender la
dinámica sexista.

¿Machismo religioso?
Los monjes tenían todo tipo de apoyos, monasterios, educación, y la
comunidad los respetaba. Pero las monjas no tenían nada: la mayoría,
analfabetas.

Y usted no las dejó por inútiles.
Les pregunté si querían aprender a leer y su respuesta fue: "Somos demasiado
estúpidas". Me llevó semanas convencerlas.

¿Cómo las convenció?
Les dije que si aprendían podrían leer al Dalái Lama. Y cuando supieron leer
quisieron aprender gramática tibetana, luego filosofía, pero debido al
exilio muchos lamas elevados habían sido asesinados o estaban en la cárcel y
no encontraba profesor.

¿Decidió estudiar filosofía para enseñarles?
Sí. Luego quisieron estudiar inglés... Creé la fundación para educar a las
mujeres y sin darnos cuenta teníamos un programa de estudios muy completo.
Esta semana, por primera vez en la historia del budismo tibetano, serán
ordenadas en lo más elevado más de 50 monjas doctoras en Filosofía Budista
(privilegio que sólo podían recibir los monjes), y están creando
monasterios.

Felicidades y gracias.
Las cosas están mejorando. Las monjas ahora tienen confianza en sí mismas,
hablan cuatro lenguas, ya nadie puede ningunearlas.

El Dalái Lama amenaza con reencarnarse en mujer.
Eso dijo, que se reencarnaría en mujer en una sociedad en la que se escucha
a las mujeres, porque hacerlo en una sociedad en la que no se las escucha
sería inútil. Nosotras tenemos una estrategia.

Cuénteme.
Evitar el enfrentamiento directo, convencer con el razonamiento lógico, que
es en el que se basa la filosofía budista. El propio Buda ordenó a mujeres,
pero en Tíbet ese linaje se perdió. No hay ninguna justificación para esta
discriminación.

Pero de eso ya hace mucho...
Hay al menos trescientos millones de mujeres budistas en el mundo (si
incluimos a las chinas, la cifra se dobla) que están preparadas y creen en
la paz y la justicia, en la bondad amorosa, en la sabiduría. Es un poder
potencial enorme para cambiar el mundo.

¿Cuál es el obstáculo de las mujeres?
La falta de confianza en nosotras mismas. Eso nos hace muy dependientes, nos
vendemos muy baratas. Pero la energía de una mujer con la mente y el corazón
abiertos es ilimitada.

Ima Sanchís.
LaVanguardi.