Texto publicado por Miguel de Portugalete

un artículo sobre álguien autista escrito por inma sanchís

Franco Antonello,su historia y la de su hijo autista ha conmovido a Italia.
Tengo 52 años. Nací y vivo en Castelfranco, en el Véneto. Separado, tengo
dos hijos, Alberto (12) y Andrea (18), que es autista y vive conmigo. Edito
revistas y dirijo la fundación Los Niños de las Hadas para atender a niños
autistas. Creo en las personas, en el amor al prójimo.

Inseparables

Para afrontar la extrañeza y a veces la violencia que provoca Andrea cuando
se abalanza sobre los desconocidos para abrazarlos, los Antonello le
estamparon camisetas que rezaban: Si te abrazo no tengas miedo. Ese es el
título del libro (Seix Barral) que ha escrito Fulvio Ervas con los apuntes
del viaje extraordinario que padre e hijo hicieron en moto por EE.UU. y que
les ha hecho famosos en toda Italia. Franco ha creado una fundación (I
Bambini delle Fate) para ayudar a niños con minusvalías y autistas como su
hijo y que gestiona como una empresa, un modelo que replicar, fruto de la
valentía y del amor de un padre. "Démosles alegría, vida, rock, no los
marginemos".

Andrea fue un niño sano hasta los dos años y medio. Tras 15 días de fiebre y
gritos le diagnosticaron autismo.
¿Conoce el motivo?
Estoy convencido de que se lo provocó la vacuna triple vírica, seis mil
familias italianas me han escrito diciéndome que les sucedió lo mismo, y ya
hay farmacéuticas que advierten en los prospectos de algunas vacunas que
pueden producir autismo.
¿Cómo encajó el diagnóstico?
Nos lo confirmaron en Siena, yo fui a recoger las pruebas: durante 300
kilómetros llené el coche de gritos y lágrimas.
Al principio te sientes culpable porque te avergüenzas, nuestra sociedad no
está preparada para relacionarse con estos niños y las cosas extrañas que
hacen son señaladas. Te desesperas, luego no te queda otra que arremangarte.
Usted decidió dedicarse a su hijo.
Sí, mi vida cambió: trabajaba por las mañanas y dedicaba las tardes a Andrea
y a crear y gestionar la fundación para niños autistas y discapacitados. Fue
mi manera de no angustiarme con la pregunta.
¿Qué pregunta?
Cuando yo no esté, ¿qué será de Andrea? Acabará en algún centro empastillado
de psicofármacos con alguien que le dará la sopa al mediodía y por la noche;
y pronto a la cama esperando que Dios se lo lleve cuanto antes. Es lo que
les ocurre a estos niños si no tienen alguien que se ocupe de ellos.
Usted se embarcó en un largo viaje con Andrea.
Sí, recorrimos América en moto y bajamos hacia México hasta llegar a Brasil.
Aparentemente era una locura, ya que los niños autistas lo deben tener todo
programado: horarios, comidas, medicinas. Pero yo sabía que no existía un
libro de instrucciones, así que decidí hacer el mío. Partimos sin saber si
estaríamos tres horas, tres días o tres meses.
Fueron tres meses.
Las vacaciones más bellas de mi vida. Andrea no mejoró, pero volvió mucho
más orgulloso de sí mismo. No me limité en nada, estuvimos en conciertos,
paseamos por calles llenas de gente y Andrea nunca perdió la sonrisa. Cuando
se tiene miedo por una situación fea como la enfermedad de un hijo, el
instinto es poner el pie en el freno.
No es su caso.
Yo creo que sólo arriesgando se pueden obtener resultados nuevos. Cambiar, a
veces, es una medicina.
¿Cómo es Andrea?
Se da cuenta de todo, pero no consiguen ordenar su cabeza y que se exprese.
Yo he intentado entrar en su mundo, imitar sus gestos, saltar sin moverme
del sitio, correr de un punto a otro, caminar como él: de puntillas... Cada
vez que lo intento siento emociones tan fuertes que me saltan las lágrimas.
¿Sabe si es feliz?
Ha aprendido a comunicarse a través del ordenador (comunicación facilitada).
Yo le hago preguntas y él contesta con mucha dificultad: "Andrea quiere
curarse", escribe.
Eso debe ser doloroso.
Los autistas ven el mundo diferente, pero no sé cómo. Daría mi vida por
meterme en su cabeza diez minutos. Desarrollan otra percepción como
cualquiera que debe suplir una carencia, y pueden tener cualidades
excepcionales que no son descubiertas. Pero si estuviera aquí, se bebería su
agua, cambiaría las cosas de sitio, no pararía.
Entiendo.
Va por la vida abrazando a la gente y tocándoles la barriga, dice que así
los conoce. Ya ha cumplido 18 años y tiene necesidades sexuales, pero ese es
un tema tabú.
¿Cómo lo soluciona?
Sigo mi instinto. Llevo a Andrea conmigo y trato de que viva su sexualidad
con naturalidad, aunque para ello deba pagar. Pero cada autista es distinto.
¿Cómo lo lleva su hermano pequeño?
Cuando eres niño tener un hermano loco crea situaciones devastadoras, por
eso Alberto vive con su madre y Andrea conmigo, pero nos vemos cada día. A
mí en casa me lo ha cambiado todo de sitio; no es fácil.
Habrá probado todo tipo de terapias.
Sí, hemos ido a Francia, Alemania, Suiza, Filipinas, Senegal, Brasil,
Estados Unidos, buscando soluciones médicas, alternativas, religiosas, pero
nadie sabe qué hacer.
Debe de ser frustrante.
Te ilusionas y luego te decepcionas. Andrea hizo una dieta durante un año y
medio muy dura, una tortura; yo la hice con él. El resultado: peor. En
Senegal y en Brasil he acudido a curanderos y mi experiencia es que nada da
resultado. Creo que el único punto de referencia hoy son las asociaciones de
padres que intercambian conocimientos.
¿Cómo lo vive Andrea?
No llegas a entender si está contento o triste, tiene la misma actitud en
una fiesta que en medio del desierto. Jamás me ha dicho nada por propia
iniciativa.
Y usted, ¿cómo lo lleva?
Yo sé que esta tarde vamos a correr, luego ducha, cena y a dormir. Y me
digo: hazlo lo mejor que puedas en cada momento y ya harás las cuentas al
final de la vida.

Ima Sanchís.
LaVanguardia.