Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Herradura para un maestro.

En relación a lo recientemente tratado por aquí sobre el origen y significado del nombre Lautaro y basado en mis esporádicas convivencias, les comparto
un cuento de mi autoría relacionado con los aborígenes mapuches. Si bien el argumento es ficticio, tiene un halo de la realidad pues está fundamentado
en el concepto que ellos sostienen de la historia vivida en Argentina, y que hasta en la actualidad transfieren a sus herederos.

De cualquier manera espero sirva como lectura de un simple cuentito dominguero, pero no dejen de protegerse de los flechazos, por las dudas.

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Herradura Para Un Maestro                       

En el confín sureño de Buenos Aires lindando con el Río Negro, un niño a caballo cruzaba el campo rumbo a la escuela arrastrando pocos ánimos y algunas
penas. En la bifurcación del camino se encontró con Don Herminio bastante malhumorado, pues su carro se había empantanado en el barrial formado por la
lluvia. El caballo percherón ya estaba fatigado de tanto cinchar. Entonces,  mientras el paisano ayudaba tironeando de una vara, Ceferino se acercó uniendo
riendas, amarró a la yegua y aprovechando una pala que había entre la carga, comenzó a cavar tratando de liberar las ruedas. Después de varias paladas
halló una herradura de equino, que por la corrosión indicaba largo tiempo de enterrada, y la guardó en su bolsillo.

Superado el problema Ceferino continuó el camino hacia la Escuela Rural. Le contó lo sucedido al maestro José Luis, como justificando la demora y le obsequió
la herradura, quien la admiró al considerarla una pieza histórica. Explicó que por la apariencia podría haber pertenecido a la caballería del Ejército
durante la Campaña del Desierto”, ya que el lugar era concordante con la historia y además no habría sido de los aborígenes porque no acostumbraban a herrar
sus animales.

El docente se asistió de un libro e inició una improvisada clase evocando a los conquistadores:

- Rosas, Roca, Villegas, Martín Rodríguez, Rauch, Ruiz Huidobro y una cantidad infinita de Coroneles participantes de esa gesta, mientras mostraba la herradura,
como un símbolo testimonial de su paso por las pampas.

El niño asombrado prestó atención hasta quedar enmudecido con la narración de los sucesos, la cual continuaba:

- En las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, desde 1862 hasta 1880, la fe estaba puesta en la inmigración europea,       pensando que mejoraría
la "calidad de los criollos. Ceferino se mantuvo atento escuchando que las distintas autoridades como los Ministros de Guerra, dirigiendo a las valientes
tropas del ejército, nos liberaron de los malditos indios que ocupaban el territorio asesinando al “Huinca”, como denominaban despreciablemente al hombre
blanco. Los indígenas hostigaban robando a los humildes e indefensos pobladores.

- Pero gracias a Dios -explicaba José Luis- mediante leyes los gobernantes establecieron fronteras como el Río Salado que luego las ampliaron construyendo
fortines y una inmensa zanja de 374 kilómetros. El heroico General Roca le escribió una carta al Ministro Alsina, cuya parte decía: “A mi juicio el mejor
sistema de concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva, que es el mismo seguido
por Rosas, que casi concluyó con ellos. Es necesario ir directamente a buscar al indio en su guarida, para someterlo o expulsarlo. Oponiendo enseguida
la insuperable barrera del río Negro, profundo en toda su extensión, desde el océano hasta los Andes”.

Un elocuente silencio invadió el aula, los niños seguían atentos a la clase. José Luis hablaba orgulloso, reivindicando a los patriotas que combatieron
a los temibles malones que mataban sin piedad, hasta alejarlos tierra adentro. El niño escuchó cada palabra con preocupación, ante el tema histórico surgido
por la vieja herradura que había creído era de la suerte.

El maestro gesticulaba compenetrado en la lectura, por ejemplo: señalaba ordenando,   disparaba con el fusil, galopeaba, y otros gestos, sin detener su
relato.

- En 1879 comenzó la Conquista del Desierto, fue el golpe final del proceso de exterminio y desarticulación cultural que desde hacía más de medio siglo
se estaba llevando a cabo, según lo manifestado por José Luis, el flamante maestro recién llegado de la Capital Federal.

Experimentando una desagradable sensación, Ceferino tomó la herradura, se alejó del aula y sentado bajo un sauce permaneció durante un largo rato. Había
cosas que no podía entender, que no encajaban en su vida. Mientras golpeaba la herradura en el palenque, murmuraba renegando por el pasado…

Preocupado por el estado emocional del niño,  el maestro interrumpió la lectura y se acercó con un jarro de mate cocido, y tratando de arrancarle las palabras,
comenzó el diálogo preguntándole qué le sucedía.

- Estoy muy cabrero, maestro. Siento como revueltas las tripas… Usted dice que todo eso pasó aquí mismo, en el Sur argentino. Entonces, ¿por qué me mienten
así?

El niño fijó la mirada en el suelo y como desahogándose,  con un pobre lenguaje campestre comenzó a relatarle su inquietud a José Luis:

- Mis ancestros fueron los legítimos dueños de estas tierras, vivieron en Médano Redondo, lo que hoy es Fortín Mercedes. Tengo sangre aborigen en mis venas
y el orgullo de llamarme Ceferino Urapfcutral. Mis Loncos o Caciques como usted quiera llamarlos, me contaron algo distinto: Los pobladores no eran justamente
humildes, sino poderosos como un tal Rosas y muchos otros que abarcaban leguas y leguas apropiándose de cuanta hacienda podían, además querían el territorio
sin aborígenes, salvo los que necesitaban como peones esclavos.

Lentamente, el niño continuó diciendo: El Ejército avanzaba sobre las comunidades como los Pehuenches, Querandíes, los Pampas, Tehuelches, Ranqueles y
muchas más. Siendo atacadas por aquellos Huincas, que en nuestra lengua significa “Blanco”, nada humillante.

El pequeño, De a poco, se mostraba nervioso pero sin dejar de hablar:

- Esa gente nos robaba las tierras, animales y cultivos. Entonces, nuestros hombres se organizaron juntando a los más sanos y fuertes para la defensa.
Fueron grupos de Lautaros, guerreros valientes, llamados Malones, y entre ellos se destacaron los Caciques Namuncurá, Chocorí, Catriel, Yanquetruz y muchos
más.

- A las tropas con Generales y Coroneles que usted nos contaba, maestro, -dijo con énfasis mirando al docente- para nuestra comunidad eran los milicos
que atacaban con superioridad numérica y usando cañones y fusiles. De esa forma aniquilaban a nuestra gente armada con lanzas y boleadoras. Después arrasaban
las tolderías con mujeres, niños y ancianos indefensos, llevándose todo el ganado y alimentos. En muchas ocasiones no tomaban prisioneros, pues al finalizar
la batalla desigual, degollaban al que se movía.

Tratando de estabilizar el estado emocional del alumno, el maestro lo interrumpió ofreciéndole otro mate cocido. Ceferino indiferente, prosiguió:

- Mi padre me contó que los sacerdotes encargados del catolicismo, llegaron a saber que su tarea no era fácil. Los descontentos aborígenes se debían al
incumplimiento del gobierno en sus tratados. Aunque algunos religiosos ayudaron con los heridos y rogaron por los cautivos, aún hoy perdura esa bronca.
Mi gente no se olvida que cuando vinieron, ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos
los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.

- Bueno, Ceferino, no puedo creer que los misioneros se hayan portado tan mal…

- Sin embargo, los viejos nos cuentan que además, en algunos casos, esos misioneros reunían a los niños en complicidad con los milicos y éstos secuestraban
a los hijos de los Caciques para extorsionarlos con la rendición, sin batallar. Y otras veces, dejaban aborígenes con vida, mujeres que eran violadas y
hombres para ser utilizados en la construcción de fuertes en los terrenos arrasados. Y esto sucedía, gracias a la colaboración de los sacerdotes…

Mientras el niño seguía hablando, presionaba sus puños y le brotaban  lágrimas de rencor. José Luis entró a sentirse incómodo pero continuó escuchándolo
con atención.

- Usted bien sabrá, maestro,  que fueron corriendo la frontera para abarcar las provincias de Río Negro y el Neuquén, hasta la Cordillera de los Andes.
Los últimos Loncos (caciques) que lucharon  en defensa fueron Sayhueque e Inacayal.

- Y por si aún no está enterado, maestro, sepa que hasta hoy en día nos vemos obligados a enterrar a nuestros muertos junto a las propias casas, para evitar
que los huincas violen las tumbas y vendan sus cositas a los turistas.

El Maestro José Luis con precaución de no herirlo, le dijo:

- El caso es evidente, provenimos de dos culturas diferentes. Simplemente son distintas interpretaciones…

- Yo creo que en el mismo tiempo y lugar la historia es una sola, la misma.

- Lo que sucede Ceferino, es que a la historia siempre, siempre la escriben los que ganan…

- Tal vez yo esté equivocado. El General Roca que degolló tantos hermanos de mi sangre, tiene muchos monumentos, pero ignoro si en algún lugar tan siquiera
existe una piedra que homenajee el nombre de un Cacique o al aborigen desconocido, alguno de los tantos que con lanzas enfrentaron a las balas, en defensa
de sus tierras y familias hasta perder el alma.

Desalentado, el maestro José Luis, dudó en emitir una opinión, más aún cuando observó que sus alumnos en total silencio lo habían rodeado mirándolo fijamente.
Sin darse cuenta había omitido un detalle: ellos eran descendientes Mapuches. Entonces, asumiendo que la clase no había sido muy afortunada, dijo:

- Bueno, para mí esa es la verdad, yo la tomé de los libros…

- Pero a mí me cambiaron la historia que llevo en la sangre, maestro. Lo evidente es que para usarla la dejaron corroer y la doblaron igual, igual que
a la herradura.

Lautaro Llumú Peucoalhué.

Referencias en Mapudungu (lengua Mapuche):

Urapfcutral: vientos de fuego.

Huinca: blanco.

Lautaro: guerrero Valiente.

Lonco: cabeza, cacique.

© Edgardo González